La lluvia y el sol son dos de los parámetros que más preocupan a los viticultores. Sin ellos, aun en condiciones de regadío, no es viable ningún cultivo, tampoco el de la viña. Debería sorprendernos, entonces, poco el gran revuelo que está generando el anuncio de precipitaciones estos días. No solo porque son necesarias para la viña sino porque, además, no son infrecuentes en estas semanas del año.
La diferencia con respecto a años anteriores es que padecemos una sequía tan brutal que el agua caída del cielo es una bendición y se confía en que, en muchos lugares, donde las restricciones al consumo son una realidad, las tormentas sirvan para ponerles fin. El nivel de nuestros embalses está en el 35’04% de su capacidad y el valor medio nacional de las precipitaciones acumuladas en el año hidrológico (1 octubre 2021 a 6 de septiembre de 2022) es de 445 mm, lo que representa alrededor de un 26% menos que el valor normal (603 mm).
Sus efectos sobre la actual vendimia son una incógnita. Pues si para aquellos viñedos que todavía tengan tiempo de absorberla será una fortuna y debiera mejorar de manera importante la cantidad, sin perjudicar la calidad; para aquellos otros que deban ver interrumpida las labores de recogida, podría suponer un nuevo problema al que añadir el bajo peso de los racimos y el menor rendimiento en mosto.
Y es que, en no pocos lugares, esas mismas previsiones vienen acompañadas de avisos de episodios tormentosos con presencia de granizo. Lo que sabemos que, siguiendo el dicho popular: “el granizo hace pobre al que le cae y rico al vecino”, no viene a afectar al conjunto de la cosecha de ninguna comarca, ni denominación, pero cuya extensión y virulencia con la que han caído algunos, generan una honda inquietud.
Prácticamente no hay rincón de España en el que las vendimias de 2022 no hayan comenzado, unas con mayor ritmo, otras todavía con un cierto ralentí. El caso es que los lagares están recibiendo las uvas de una nueva cosecha que se presenta muy por debajo de la del pasado año, con unos niveles que se alejan mucho de la “normalidad” que impondría una superficie de viñedo de cerca de un millón de hectáreas. Y es que cuarenta, o treinta y ocho millones de hectolitros, horquilla en la que se mueven todas las estimaciones, publicadas o no, son muy pocos millones para afrontar una campaña que se inicia con unas existencias de 36’349 millones de hectolitros de vino (-2’7%) sobre las ya escasas del año anterior, que bajan hasta los 27’926 hectolitros (-5’0%) si descartamos los envasados y nos centramos exclusivamente en los graneles, con una marcada diferencia entre blancos (un -11’0% inferiores) y tintos (tan solo un -2’0% más bajas las existencias que las de la campaña anterior).