Muchas cuestiones para una realidad cambiante

Que los mercados no están funcionando como a todos nos gustaría resulta tan evidente como que el origen de esta situación no está tanto en el propio sector como en las circunstancias geopolíticas y económicas que nos van superando, desde la declaración de la pandemia por Covid-19 allá por el mes de marzo de 2020. Hasta conducirnos a una crisis de asequibilidad agravada por políticas monetarias restrictivas, cuyo único objetivo es el control de la inflación.

Desde aquel fatídico mes de diciembre de 2019 en el que se registró, públicamente, el primer caso Covid en Wuhan (China), todo han sido problemas que han dificultado mucho la recuperación económica y el retorno a una cierta normalidad en el comercio mundial y el consumo.

Ya sea por unos motivos u otros, el caso es que el consumo de vino en el mundo disminuye; las cosechas se ven afectadas, cayendo a niveles de hace 60 años y, aún con todo y con eso, el comercio del vino no es capaz de recuperarse y sus efectos se dejan notar con cierta preocupación en las cotizaciones y existencias.

Las medidas emprendidas, en el caso de Europa, por la Comisión Europea o por los propios Estados Miembros; no han acabado dando los resultados previstos. O sí, pero han sido insuficientes. El caso es que las cifras de consumo interno aparente en España se mantienen estables en el entorno de los 9’6 millones de hectolitros desde hace un año; mientras las exportaciones ya muestran señales de debilidad, con caídas que ya no sólo afectan al volumen, sino que comienzan a hacerlo, también, al valor.

Y, aun así, las existencias siguen disminuyendo (-10’5%) con respecto a las que teníamos hace un año. Efecto de una pérdida muy importante de cosecha. Más pronunciada en tintos (-24’3%) que en blancos (-18’4%) según los datos del último Infovi correspondientes al mes de octubre y que, en cambio, nos han llevado a comportamientos en las cotizaciones en origen de los vinos muy dispares. Con una notable revalorización en los blancos y rosados y un pronunciado estancamiento en tintos.

¿Flor de un día, el comportamiento en los gustos y preferencias de los consumidores? ¿Otra consecuencia del calentamiento global y la búsqueda de productos más frescos? ¿Tendencia de las bodegas que, ante la imposición de precios contenidos, han apostado por productos que requieran menos inmovilización y permitan una realización lo más rápidamente posible?

Grandes retos con los que fortalecer al sector

Entre los muchos retos a los que nos enfrentamos en la sociedad del siglo XXI, están los de la alimentación, el estilo de vida, la ecología, el medioambiente, la salud… y la despoblación. Ninguno de todos ellos ajeno al sector vitivinícola, sino que en todos ellos tiene mucho que decir.

Con unos momentos de consumo cada vez más reducidos y limitados, con fuertes amenazas legislativas e impositivas; son grandes temas ante los que el sector tiene mucho que aportar y, jugar bien sus bazas, no sólo puede ser una necesidad, sino que, incluso, una gran oportunidad.

El Vino ha tenido que ir buceando en sus cualidades para buscar las evidencias más apropiadas con las que contestar las posibles amenazas que le acechaban. Lo que nos ha permitido disponer de fundados argumentos para cada uno de los temas.

Quizás, el más recordado, por reciente, pueda ser la lucha encarnizada en la que se ha visto envuelto por la postura intransigente y, disculpen esta opinión personal, ignorante de algunos políticos que, en su afán por decirnos lo que tenemos y lo que no tenemos que hacer (también comer o beber), se han dedicado a señalar el contenido alcohólico del vino como fuente de todos nuestros males.

Y, aunque la respuesta colectiva con la que se pretende tener una posición proactiva del Wine in Moderation, o en nuestro caso particular, la propia Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (FIVIN), desde la que se han divulgado investigaciones científicas encaminadas a demostrar que su consumo, en dosis adecuadas, no tiene por qué ser perjudicial para la salud, incluso puede llegar a resultar beneficioso para hacer frente algunas enfermedades, como podrían ser las coronarias. Las amenazas siguen siendo muchas y sus fuerza, lejos de controlarse, no están más que aumentando y poniendo al sector vitivinícola en una posición cada vez intimidada.

En la lucha abierta contra la obesidad y bajo la licencia de mantener al consumidor informado, todos los vinos elaborados antes del 8 de diciembre de 2023 podrán seguir comercializándose bajo los requisitos de etiquetado aplicables hoy hasta agotar existencias. Afectando su obligatoriedad tanto a los vinos comercializados en la UE, como a vinos exportados.

A pesar de que un cambio de última hora en su interpretación, por parte de la Comisión Europea, en la que señala que los códigos QR que contienen la información nutricional y de ingredientes deben identificarse en la etiqueta física con el término “ingredientes” por escrito (añadiendo además incertidumbre sobre el régimen lingüístico a aplicar) obligará a las bodegas a modificar aquellas etiquetas que, para los vinos elaborados con posterioridad al 8 de diciembre, ya tuvieran preparadas.

El vino, la bebida menos consumida entre los jóvenes de 14 y 18 años

Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta nuestro sector, es que elaboramos una bebida alcohólica. Que para nosotros está envuelta en un halo de cultura y tradición; de fijación de población y de mantenimiento del medioambiente; de riqueza y atractivo turístico. Pero, cuyo contenido alcohólico le hace presa de aquellos que buscan un chivo expiatorio al que señalar como culpable de una falta de interés por educar y formar en el consumo moderado e inteligente de la población.

Las consecuencias de todo ello están por determinar y podrían llegar a suponer una fuerte estocada para el futuro de muchas explotaciones, cuyas producciones se podrían ver amenazadas ante la posibilidad de acentuar la caída del consumo o la pérdida de las ayudas que llegan al sector y van dirigidas a mejorar nuestra comercialización. No parece tener mucho sentido subvencionar algo a lo que, por otro lado, se persigue.

Bajo esa premisa, son varias las ocasiones en las que, desde el Ministerio de Sanidad o Consumo se ha intentado atacar al vino, calificándolo de droga, señalándolo como responsable de los accidentes de tráfico o eliminándolo de los menús del día. Por no hablar de aquellas otras campañas comunitarias, mucho más agresivas, como la desarrollada por algunos países en la propia Unión Europea, caso de Irlanda, en la que se ha obligado a etiquetar con imágenes (“warnings”) que alertan de las consecuencias sobre la salud del consumo de este alimento.

Efectos que, desde la sociedad científica se intentan contestar con estudios que demuestran, entre otras, dos cuestiones fundamentales: que el estilo de vida mediterráneo es “probablemente” el más saludable y que beber vino “moderadamente” no representa un riesgo para la salud. Conclusiones extraídas del Congreso internacional, organizado por FIVIN, “Lifestyle, Diet, Wine and Health” y celebrado en Toledo el pasado mes de octubre.

Conclusiones que no acaban de convencer a una determinada clase política, que sigue señalándonos como parte del problema y no como la alternativa a consumos concentrados y desmesurados que buscan en el alcohol la borrachera del fin de semana.

Un simple vistazo a la evolución del consumo de vino en España en los últimos cincuenta años y los accidentes de tráfico o el papel que representa entre las bebidas alcohólicas; debiera bastar para entender que, cuando hablamos de alcohol, el término requiere de grandes puntualizaciones. Pero para aquellos que aun así no lo comparten, les aconsejo que le echen un vistazo a la “Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias de España 2023 (Informe Estudes). Entre cuyas principales conclusiones cabría destacar que “entre tipos de bebidas con alcohol, el vino es el de menor prevalencia de consumo en los últimos 7 días entre los estudiantes, con apenas un 5,8% del total (vino/champán) o del 1,6% (vermú/jerez/fino), muy por detrás de los combinados (22,4%), combinados/cubatas (22,4%); cerveza/sidra (13,6%) y en una situación similar a los licores de frutas (5,7%)”.

La prevalencia de consumo de vino/champán en el periodo de tiempo de una semana, un 5,8% corresponde a hombres y un 5,6% a mujeres, mientras que en vermú/jerez/fino, un 1,9% a los hombres y un 1,3% a las mujeres.

La paralización del mercado comienza a dejar huella en las macromagnitudes

Llegan los momentos de ir planteando las nuevas plantillas con las que negociar y son muchas las dudas que surgen. No sólo en las bodegas, que han visto crecer el coste de sus insumos de manera desproporcionada; no así los precios de la materia prima (uva) que se ha visto, en términos generales y con notables excepciones en variedades blancas o destinadas a la elaboración de cava, muy contenidas. Sino también en la gran distribución, nacional e internacional, que se enfrenta a una importante pérdida del poder adquisitivo de sus clientes, lo que les obliga a ser muy cautelosos en la subida de los precios, especialmente en aquellos productos que no son de primera necesidad, como es el caso del vino.

Y es que, el consumo mundial disminuye y cada vez son más los operadores que se disputan esas botellas. Antes Francia e Italia copaban el comercio global, después llegó España y ahora, Australia, Chile o Estados Unidos compiten por introducir sus vinos; con visiones y reglas muy diferentes. La competencia es voraz y las consecuencias están haciéndose notar fuertemente.

Entre las medidas adoptadas por la Comisión Europea para afrontar esta situación, cabe destacar, por lo relevante de la zona y el argumento dado en su justificación (razones sanitarias), la autorización que hizo el pasado viernes 4 de noviembre al régimen de ayudas estatales francesas. 30 millones de euros, hasta 6.000 euros por hectárea de viñedo en producción, para compensar el arranque definitivo de viñas en la región de Burdeos. Medida que estará en vigor hasta 31 de diciembre de 2025 y cuyo objetivo es indemnizar a los propietarios de viñas que estén cerca de la edad de jubilación o lleven a cabo un plan de reconversión profesional para la eliminación de manera voluntaria y definitiva de la capacidad de producción de sus parcelas, mediante el arranque de cepas. A fin de reducir la densidad del viñedo para luchar mejor contra la propagación de la “flavescencia dorada”.

Volviendo al ámbito nacional, destacar el diferente comportamiento mostrado en el precio de la tierra del viñedo de uva de vinificación atendiendo a si es secano o regadío. Mientras la de regadío ha crecido un 2,40% hasta situarse en los 22.623 €. La hectárea de viñedo en secano apenas ha aumentado 56 euros por hectárea (+0,39%), pasando de los 14.309 de 2021 a los 14.365 del 2022. Con crecimientos destacados en el País Vasco (+8,0%), Murcia (+5,0%) o Galicia (+4,5%); y pérdidas como la de Madrid (-9,2%), Cataluña (-3,8%) y Andalucía (-2,8%).

Se confirma una cosecha históricamente baja

Tras el informe publicado por la Comisión Europea (DG-Agri) del 25 de octubre sobre su estimación de producción de 153’968 Mhl y del que ya dimos una detallada información. La Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) ha hecho lo propio con su estimación de producción mundial.

Según se desprende de este trabajo, en el que se recoge información recopilada de veintinueve países, las condiciones climáticas extremas reflejadas en heladas tempranas, lluvias torrenciales y sequía, junto con focos importantes de enfermedades criptogámicas; han afectado gravemente a la producción mundial de vino y mosto, dando como resultado la cosecha más baja de los últimos 60 años.

Una producción mundial 2023 (excluyendo zumos y mostos) que se estima entre 241,7 Mhl y 246,6 Mhl, con un centro de la horquilla que se sitúa en los 244,1 Mhl; lo que representa una pérdida del 7% sobre el volumen del año pasado.

Llega después de una tendencia estable durante cuatro años consecutivos, cuya producción se ha movido entre los 258 Mhl del 2019 y los 262 Mhl del 2022. Se prevé que el volumen de producción de 2023 sea el menor desde 1961 (214 Mhl), cifra incluso inferior a la histórica del 2017 (248 Mhl).

En el Hemisferio Sur, todos los principales productores se enfrentaron a pérdidas cuantiosas en su cosecha: Uruguay (-34%), Brasil (-30%), Australia (-24%), Argentina (-23%), Chile (-20%), Sudáfrica (-10%) y Nueva Zelanda (-6%). Dando como resultado una de las cosechas (45 Mhl, -19%) más cortas de los últimos veinte años en esta mitad del mundo. Teniéndonos que remontar hasta el 2003 para encontrar un volumen similar (44 Mhl)

En el Hemisferio Norte, fuera de la Unión Europa, sólo EE.UU. (12%) y Suiza (4%) consiguen alcanzar cifras positivas. Similar situación a la que experimentan, dentro de la UE, Rumanía (15%), Portugal (8%), Luxemburgo (8%), Bulgaria (7%), Eslovenia (6%), Alemania (1%) o Hungría (1%). Con pérdidas tan considerables como las de Grecia (-45%), Croacia (-41%) o Malta (-32%); o tan relevantes, por la importancia que tienen en la producción mundial, de España (-14%) e Italia (-12%); junto a la estabilidad que ha demostrado Francia.

Sin embargo, en un contexto donde el consumo global está disminuyendo y las existencias son altas en muchas regiones del mundo. La baja producción esperada podría traer equilibrio al mercado mundial.

Especialmente cuando, según el último informe de la Comisión Europea, las exportaciones de vino y productos a base de vino de la Unión Europea a terceros países se congelaron en valor (10.278 M€) en los siete primeros meses de 2023, en relación al año anterior (10.241 M€). Mientras la cerveza ve aumentar sus cifras de facturación en 359 M€ (6%), hasta alcanzar en esos siete meses un importe de 6.618 M€.  Y las bebidas espirituosas y licores agravaban su descenso en valor hasta el 5%, pasando de 5.465 M€ a 5.206 M€.

O ya ciñéndonos al ámbito nacional, los últimos datos de exportación, correspondientes al mes de agosto, en los que, a la ya habitual reducción en el volumen, se ha venido a sumar ahora la del valor. Con disminuciones del 2’6% para el total de productos vitivinícolas y del 2’3% si hablamos sólo de vino. Porcentajes inferiores al 6’8% y 2’7%, respectivamente, en los que han bajado los volúmenes.

Los datos comienzan a reflejar la debilidad del sector

Con la vendimia, prácticamente, finalizada, llega el momento de ir pensando en cómo dar salida a lo producido y, lo que es mucho más importante, hacerlo al mejor precio posible.

Sabemos, y así se han encargado de hacérnoslo ver nuestros amigos franceses con el vaciado de cisternas y la paralización de camiones en la frontera, que no corren buenos tiempo para el negocio del vino. No son muchas, pero sí que parecen agobiantes, las existencias de vino tinto con las que hemos iniciado la campaña. Situación que arrastramos de los últimos meses de la pasada temporada y que las medidas extraordinarias de destilación de crisis o cosechas en verde, incluso aquellas otras formuladas por algunos Consejos Reguladores para reducir el volumen de la cosecha con la contracción de los rendimientos máximos admitidos; no han sido capaces más que de atenuar, pero no solucionar, el problema.

Los datos de exportación e Infovi del mes de agosto, últimos disponibles, así lo certifican. Pues si el consumo interno estimado se encuentra estabilizado en los nueve millones seiscientos mil hectolitros desde hace más de un año, y el consumo anual per cápita ligeramente por debajo de los veinte litros. Las exportaciones ceden terreno, tanto en volumen, que ya lo venían haciendo como, ahora también, en valor. Un 2,3 en el acumulado anual, que llega al 2,6% dependiendo de si hablamos sólo de vino o de todos los productos vitivinícolas; para el caso de que estemos hablando del valor. Y del 2,7 y 6,8 por ciento, para vino y productos vitivinícolas, si lo hacemos del volumen.

Con la peculiaridad de que son los vinos con mayor valor, la categoría de vinos con D.O.P. envasados, unos de los que más están sufriendo, con una caída del 5,6% del valor y el 10,2% del volumen. Siendo los varietales los que más crecen, un 16,6% en valor y 10,7% de volumen, si hablamos de envasados. La mejor tendencia también si hablamos de graneles, donde son la única categoría que crece en valor, aunque en volumen, siendo los que mejores cifras presentan, cedan el 1,6%.

Campaña que ha tenido su traslación al valor bruto de la producción, publicada por el Ministerio de Agricultura su tercera estimación y que ha dado un vuelco a las realizadas en la anterior estimación, del pasado 14 de abril. Cayendo el valor bruto de la producción vitivinícola española en origen 128,9 millones de euros, casi un 8,8%, hasta quedar en 1.337,4 millones de euros (698,05 M€ de vino de mesa y mosto y 639,35 M€ vino de calidad), frente al incremento del 1,36% y de 19,1 millones, hasta 1.425,7 millones de la anterior estimación.

Muchos retos para un sector atomizado y sin dirección

Reducciones de producción como consecuencia de comportamientos climáticos anómalos que se repiten y afectan gravemente a la cosecha, favoreciendo la proliferación de enfermedades criptogámicas o impidiendo la dotación hídrica necesaria para su normal desarrollo.

Fuerte sensación de que el protagonismo del vino en nuestros hábitos de consumo está cediendo relevancia, no tanto frente a la alternativa de otro tipo de bebidas, como ante la voluntad de reducir el consumo de alcohol o la de emplear esa renta que iba al vino en otros bienes y servicios de mayor necesidad.

Aumento de unos costes de producción que no son posibles repercutir en el precio del producto final en toda su magnitud. Generando una constante degradación de la cadena de valor que acaba situando al último eslabón de la cadena (el viticultor) en un escenario de márgenes irrisorios o incluso negativos. Sólo sostenibles gracias a que, en muchas ocasiones, se trata de una actividad secundaria que distorsiona el mercado, haciéndolo poco atractivo para el imperioso relevo generacional.

Procedimientos administrativos tediosos que acaban dejando en el aire dotaciones económicas ante la imposibilidad de cumplir con los requisitos impuestos. La mayoría de las veces carentes de una mínima armonización que los haga eficaces y que acaban teniendo efectos contrarios a los buscados.

Requerimientos cada vez más estrictos en la designación y presentación de los vinos, difícilmente entendibles por la mayoría de unos consumidores a los que, teóricamente, se les intenta proteger, y que lo único que se les genera es un mayor temor, ante la sensación de estar consumiendo un producto alejado de la alimentación y origen de un sinfín de males relacionados con la salud.

Panorama mundial inestable, alejado de los ciclos económicos tal y como los conocíamos hasta ahora y que hace imprevisible el futuro y le privan de la mínima estabilidad que, al menos hasta ahora, necesitaba el mercado para atraer inversiones con las que desarrollarse.

Todo ello nos lleva a escenarios de cosechas históricamente bajas y mercados paralizados que conllevan cotizaciones en mínimos para sus vinos. Rompiendo así lo que sería la ley de la oferta y la demanda y evidenciando la catalogación como bien sustitutivo. Convirtiendo en irrelevantes las estimaciones de cosecha y generando fuertes tensiones que desembocan en altercados públicos (como los recientemente ocurridos en Francia con el derrame de vino español y demanda de políticas proteccionistas en un mercado único).

Incoherencias que se suceden unas tras otras, como la propia política monetaria seguida por el Banco Central Europeo, que busca estrangular la economía para controlar una inflación desigual en los Estados Miembros y cuyos efectos están resultando muy limitados en su objetivo y gravemente perjudiciales para el desarrollo en un ambiente prebélico que requiere animar el consumo y no disminuir la producción.

Sin duda, muchos retos para un sector tan pequeño como el vitivinícola y en un país de nuestra influencia, pero que llevan marcándolo desde hace varios años y cuya solución excede ampliamente su capacidad. Una gran oportunidad para darle un giro e ir hacia esa revalorización tan cacareada y tan alejada de la realidad.

Las incoherencias que ponen en riesgo nuestra revalorización

El MAPA ha dado a conocer estos datos tras analizar junto a los representantes del sector el cierre de la pasada campaña vitivinícola y el inicio de la actual 2023/2024. La producción de vino estimada, según los datos compartidos por el Ministerio y el sector, unida a unas existencias de cierre de la campaña anterior de 36,5 millones de hectólitros, arrojan unas disponibilidades de vino para la nueva campaña de 67,3 millones de hectólitros de vino.

En la reunión se destacó también la revalorización experimentada por los vinos en la campaña 2022/2023, cuyos precios se sitúan un 6% por encima de la media de las últimas cinco.

Así como las medidas puestas en marcha con carácter previo a la vendimia, como la cosecha en verde y la destilación de crisis, encaminadas a equilibrar la oferta a la demanda en algunas regiones productoras de vino que cuentan con un elevado nivel de existencias.

Sin embargo, esta reducción del 15% en la producción estimada no ha hecho repuntar el precio que perciben los viticultores por sus uvas. Lo que ha provocado una profunda preocupación al no poder sufragar, los viticultores, los costes de producción, así como por las dificultades que este escenario presenta para el sector del vino en su objetivo de crecer en valor.

En un momento de “incertidumbre del mercado” en el que la demanda de vino español está sufriendo, especialmente de las variedades tintas, tener una cosecha corta puede no venir tan mal, ha apuntado el presidente de la Organización Interprofesional del Vino Español (OIVE), Fernando Ezquerro.

Por su parte el responsable técnico del sector del vino de Asaja, José Ugarrio, ha lamentado que, pese a los altos costes y a la escasa producción de uva de esta campaña, los precios que han percibido los agricultores han sido similares a los del año pasado e incluso menores en algunas regiones.

En este sentido, el responsable del sector vitivinícola de la organización agraria COAG, Joaquín Vizcaíno, ha destacado que “hay muchos viticultores que se van a replantear la viabilidad del cultivo y van a ir abandonando la actividad o a irse a otros cultivos con menos costes de producción y por tanto menos riesgo”.

Los bodegueros representados por la Federación Española del Vino (FEV) consideraron “muy injustas” estas críticas pues, en su opinión, lo único que hacen es “sembrar sospechas sobre el sector” cuando “de manera abrumadoramente mayoritaria” se cumple la ley.

La sociedad cambia y el sector debe hacerlo con ella

La sociedad cambia y con ella sus gustos y hábitos de consumo. Bien lo sabemos los que nos dedicamos a esto del vino.

Pretender mantener consumos y gustos de hace apenas unas décadas, no sólo resultaría infructuoso, sino que podría llegar a ser contraproducente.

Las necesidades han evolucionado y con ellas los objetivos que busca un consumidor al tomar una copa de vino. Valores que están muy alejados de la calidad (supuesta) y mucho más relacionados con la sensibilidad ante temas medioambientales, de salud, sociales, hedonistas… y fuertemente amenazados por el contenido alcohólico del vino.

Así lo entiende, Luigi Moio, presidente de la OIV, quien ha recalcado que, aunque hay presencia de alcohol en el vino, entre el 14-15% de su contenido, tiene “fuertes lazos con los territorios de origen de los que es un formidable embajador” y una manera propia en la que se consume, en combinación con las comidas. Defendiendo la necesidad de distinguirlo de las demás bebidas alcohólicas.

Alerta de la amenaza que supone “en Europa y en muchos países del mundo esa corriente de pensamiento que acusa al vino de ser tan perjudicial para la salud como las demás bebidas alcohólicas”. Y que “podría suponer un cambio radical en el consumo del vino”, que se traduciría en “una rápida disminución en unas pocas generaciones”.

Desde su punto de vista, hay que proteger las denominaciones de origen, que “deben salvaguardarse, custodiarse y defenderse imperativamente”, así como que, para garantizar un futuro vitivinícola a la altura del valor actual del sector, es necesario actuar con “seriedad”, desde el punto de vista de la investigación.

A este respecto, el Dr. Miguel Ángel Martínez-González, de la Universidad de Navarra, de la que es catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública a la pregunta de: “¿Deberíamos eliminar el vino de la Dieta mediterránea?”, respondía que ello supondría una reducción significativa, entre un 12 y un 24%, en capacidad protectora. Cuantificando el consumo moderado de vino en una copa al día para mujeres y hasta dos para hombres, siempre acompañando las comidas.

Si bien resaltó que estos efectos detectados son particularmente relevantes para las personas de edad avanzada, mientras que, para aquellos menores de 35 años, la abstención total de alcohol sería la opción más saludable y que en personas mayores de 40 años aún están sujetos a debate, debido a los resultados de ciertos estudios epidemiológicos y de modelización.

Tenemos un problema

No hace mucho escuchaba a un empresario decir (disculpen que no les pueda dar más detalles) que “un sector subvencionado es un sector condenado”. Y, he de confesar, que me produjo una gran zozobra.

Sin entrar en muchas disquisiciones cuantitativas sobre si el sector vitivinícola europeo está más o menos subvencionado que otros sectores económicos, agrícolas o no; nadie puede negar la evidencia de que lo está. De lo que se derivan consecuencias de cierto calado, como la propia delimitación de plantaciones; o aquellas otras referidas a la solución de situaciones problemáticas en los mercados, con la aplicación de unos mecanismos perfectamente definidos y previstos con los que actuar. No creo necesario entrar en muchos detalles sobre las destilaciones puestas en marcha en la Unión europea, también en nuestro país, recientemente.

El problema no está en lo que es, sino en lo que puede acabar siendo. Pues, discernir si las subvenciones son un lastre para el crecimiento y desarrollo de un sector, o un mecanismo mediante el que regular su crecimiento y asegurar su mantenimiento por cuestiones que van más allá de las estrictamente mercantilistas y de competencia, tales como sociales o medioambientales; nos llevaría un largo y, sin duda, enriquecedor debate, pero que no cabe en este comentario.

La Unión Europea, fuente de los cerca de doscientos millones de euros que recibe nuestro país para el sector vitivinícola, todos los años, cuenta con, cada vez, más frentes abiertos. Que se suceden de manera inexorable y preocupante y que deberán acabar por afectar a la distribución del presupuesto comunitario.

Crisis financieras, como la del 2008, con la necesidad de inyectar ingentes cantidades de dinero en el sistema bancario; una crisis sanitaria mundial nunca antes vivida, que obligó a confinar en sus hogares a la población y paralizar de bruscamente la actividad; una guerra a las puertas de nuestro territorio, que amenaza nuestras propias fronteras, poniendo en evidencia las deficiencias en nuestra defensa. O la dependencia evidenciada en este tema con Estados Unidos quien, con el mero anuncio de su paralización de la ayuda a Ucrania, nos ha hecho temblar. O la económica, demostrada con la fabricación de microchips en China, provocando la paralización en el sector automovilístico. Nos deberán hacer reflexionar sobre las posibilidades de que se produzca un cambio en ese modelo de subvenciones.

Si, además, el Tribunal de Cuentas de la Unión Europea, en su último informe de auditoría, concluye que la política vitivinícola comunitaria no se ajusta a los objetivos medioambientales y sus medidas no abordan directamente la competitividad del sector.

Los cambios estructurales que se han hecho, reestructuración y reconversión del viñedo ha servido principalmente (eso lo digo yo) para aumentar el rendimiento, en detrimento del viñedo de gran calidad… Las ayudas a la exportación o la inversión en bodegas no han conseguido aumentar el valor del producto y seguimos con unos niveles de precios que hacen insostenible la actividad… O el aumento de la superficie de viñedo ecológico, que nos sitúa como primer país del mundo, no ha reducido el impacto sobre el clima…

No sé cómo lo ven, pero yo creo que tenemos un problema.