Nunca es tarde

En un país en el que el turismo representa la primera fuente de ingresos, las iniciativas dirigidas a ligar turismo y bodegas son siempre una buena noticia. La proliferación de rutas enoturísticas en estos últimos años ha situado a nuestro país en los primeros puestos del mundo en este tipo de proyectos. Buena muestra de ello fue la pasada edición de Fitur (Feria Internacional de Turismo) y segundo salón del mundo en importancia en este sector.

Resulta difícil saber qué parte de responsabilidad tiene en este cambio de estrategia la posibilidad de ver próxima la recuperación del consumo interno y qué parte es consecuencia de lo que está sucediendo con nuestras exportaciones, que están mostrando todas sus miserias, especialmente concretadas en la pérdida de volúmenes de mucha importancia como consecuencia de un aumento en el precio.

Perder un 27,9% del volumen exportado en enero con respecto al mismo mes del año anterior, o el 13,3% si tomamos datos interanuales y consideramos mostos y vinagres, son ratios que deberían hacernos reflexionar sobre el futuro de nuestras exportaciones y, por extensión de nuestro sector. Porque si resulta que cuando el precio de la uva crece hasta situarse en niveles que hacen rentable el cultivo de la viña, o el del vino alcanza cuotas capaces de aportar resultados positivos en las cuentas de resultados de las bodegas granelistas; aquellas que han apostado por el mercado exterior de un producto de mayor valor añadido no son capaces de repercutir esos costes en origen y deben asumir pérdidas, tenemos un serio problema.

Hemos pasado de tener cerradas nuestras bodegas a cal y canto, a abrirlas todas y meternos en importantes inversiones en obras sociales que permitan disponer de una bodega “para enseñar”. De tener un mercado local y de escasa visión comercial, a querer comernos el mundo. Somos un país de bandazos, lo sabemos, pero cada día la economía está más globalizada, las consecuencias de lo que sucede en el otro lado del mundo nos repercuten de forma más fácil y rápida y nuestras reacciones deben responder a estas circunstancias.

Recuperando consumo

Según los últimos datos publicados por el Ministerio de Agricultura -comparte competencias con la Alimentación y Medio Ambiente (Magrama)-, el consumo medio de vino en España durante el año 2012 fue de 10,58 litros en el hogar, única información que se encuentra disponible, ya que para el canal Horeca lo único que se ha publicado es que el consumo ha aumentado un 0,8% con respecto al año anterior. El detalle no estará disponible ni para el año 2011, ni el 2012, ya que el recorte del anterior equipo ministerial se lo llevó por delante.

Este dato en hogares supone un 1,42% más que el pasado año, lo que, puestas las objeciones que se quieran poner, es muy positivo.

Pero cuidado, tampoco vayamos a perder de vista lo que ha sucedido con la alimentación en general, para la cual sí hay datos extradomésticos y estos señalan un descenso en el gasto del -4,1% en este canal, mientras el del hogar aumenta +0,2%. Y aunque, efectivamente, no es posible hacer una relación directa entre lo sucedido en la alimentación y lo que puede haber sucedido con los vinos cuyo volumen aumenta +0,8%, se hace bastante difícil poder imaginar que un producto que no es de primera necesidad haya tenido mejores cifras en valor.

Si, además, tenemos en cuenta que las bodegas están haciendo bien poco por este nicho de mercado, que la restauración sigue empeñada en obtenerle al vino lo que no es capaz de sacarle al menú, por más que sepamos que la restauración española es de las que trabaja con menores márgenes sobre los precios de compra en el mundo; o que los datos del balance vitivinícola no animan a pensar que el consumo global pueda haber aumentado; lo más prudente parece seguir pensando que el consumo se ha estabilizado y se ha frenado esa sangría en la que se había convertido la pérdida de consumo de vino en España.

Considerando que los vinos con denominación son los que mayores pérdidas de consumo presentan (-3,51%), los espumosos no le quedan muy lejos (-3,02%) y, solo los de mesa (+3,6%) y las bebidas elaboradas a base de vino (+8,78%) se muestran con signos positivos en lo que respecta a los volúmenes, deberíamos pensar que no solo en términos de valor nuestro consumo es más barato, al haber descendido un 1,91%, sino que además estamos sacrificando calidad. Justo lo contrario de lo que ocurría cuando esgrimíamos aspectos de calidad para justificar la pérdida de consumo.

Pero, mejor no hagamos leña del árbol caído. Valoremos que el valor en los vinos sin denominación aumenta y aprovechemos los excelentes precios de nuestros vinos, con denominación y sin ella, para seguir abriendo nuevos mercados, consolidando los actuales y recuperando el más próximo.

Tocando todos los palos

Parece, a tenor de los datos presentados por el ministro del ramo, que la alimentación está trasladándose del canal Horeca al hogar. Como consecuencia, precisamente, de la necesidad de los españoles de reducir el gasto, ante la situación económica que vivimos y que está suponiendo una importante pérdida de renta para la población.

Noticia que en sí mismo no debería sorprendernos, especialmente porque lo llevamos evidenciando desde hace mucho tiempo en nuestro sector; si no fuera porque supone un cambio cualitativo en la misma estrategia del Ministerio, que recupera la información de Hostelería y Restauración, después de dos años y que, como presumíamos, pone en evidencia la escasa atención que le han prestado bodegas y comunicadores a esta traslación de consumo.

Sabemos nosotros, de primera mano, que la comunicación y los medios de llegar a los consumidores están cambiando de manera vertiginosa. Que cada vez adquieren más relevancia todos aquellos relacionados con las redes sociales y que la información que en ellos se vuelca no siempre es imparcial, ni desinteresada y ni mucho menos, contrastada. Incluso así, casi diariamente aparecen nuevos “expertos” o simples aficionados dispuestos a comentar sus experiencias.

Con todo y con eso, se podría asegurar que los mensajes siguen sin llegar a los consumidores, que siguen mostrando un gran rechazo hacia el vino, provocado especialmente por la gran necesidad de conocimientos previos que requiere elegir o abrir una botella. Conocimientos, sin duda enriquecedores, pero que no deberían ser nunca una barrera a su consumo. Y, ante esto, las bodegas deberían hacer un esfuerzo por cambiar el mensaje y la forma de llegar a los consumidores.

Nos estamos equivocando, estamos atendiendo a un frente pero descuidando otro y eso no es bueno. Lo hemos hecho con el Horeca, apartando al hogar. Con los vinos de estructura, frente los ligeros y sencillos. Los de packaging lujoso, antes que los sencillos y actuales. Con términos técnicos y tradicionales frente a un lenguaje coloquial y actual.

A pesar de lo abultado de nuestras exportaciones o misma producción y superficie, estamos a tiempo de definir el rumbo que queremos tomar como país y, de forma individual, cada una de nuestras bodegas. Pero necesitamos definirnos.

Una lección positiva

Si lo prefieren, en lugar de buscar soluciones a los problemas de consumo interno a los que nos enfrentamos, podemos girar la cabeza y centrarnos en la balanza comercial. Darnos golpes de pecho por lo que han crecido nuestras importaciones y vanagloriarnos de lo mucho que vendemos allende nuestras fronteras.

Incluso podemos sentirnos orgullosos del apoyo que el sector y la campaña “Quien sabe beber, sabe vivir” está encontrando en famosos que, de manera completamente desinteresada, están prestando su imagen en apoyo de un consumo moderado e inteligente del vino.

Pero eso no haría más que ahondar en un grave problema de concienciación que tenemos y que nos ha llevado a encontrar en “los demás” la causa de nuestros males. Personificados en la pérdida de consumo, pero que bien podríamos también identificar en la competitividad de nuestros vinos que, básicamente, se encuentra en un factor: su precio.

Así se explicaría que en campañas como esta, donde la producción en todos los países del hemisferio norte ha sido menor y sus precios se han disparado; nuestras exportaciones se hayan visto perjudicadas, mientras las importaciones crecían de manera exponencial.

Con más o menos precisión, los temores de una debilitación en la propiedad se van cumpliendo y, con ella la reducción de unas pretensiones que hasta el momento se habían mantenido firmes e intransigentes. La llegada de la cosecha en el hemisferio sur, los datos oficiales que vienen a dar certeza y concreción a los rumores de importantes crecimientos en las importaciones realizadas en los últimos meses y la llegada del momento de retirar y pagar las partidas comprometidas, están haciendo que esa firmeza ya no sea tanta. Que los plazos se intenten dilatar y los precios renegociar.

Sabíamos que estos precios no eran reales. Que difícilmente serán digeribles por el mercado. Que acabarían cayendo. ¿Estamos dispuestos, ahora, a cargar con la parte de responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos?

Eso sería una excelente lección por la que, quizás, valdría la pena pagar el elevado precio que tendrá para muchos. Pero mucho me temo que no, que cada uno seguirá tirando todo lo que le permitan hacia su lado y dejará para “el otro” la responsabilidad de su rotura.

Moderadamente optimista

Perder dos millones quinientos mil hectolitros, el equivalente al 9,6% del volumen exportado durante el 2012, podría parecer una mala noticia. Peor todavía, si tenemos en cuenta que el mercado exterior es el único que se muestra capaz de tirar de nuestro sector y en el que se encuentra una parte muy importante de nuestras posibilidades de supervivencia.

Pero claro, si tenemos en cuenta que una buena parte de esta pérdida la podemos achacar al aumento de los precios, que han crecido un 22,8%, pasando del 0,96€/litro al 1,18€/litro; esto explicaría en buena medida lo sucedido. Mucho mejor lo haría, si en lugar de fijarnos en el precio de todos los productos (incluidos mostos y vinagres) lo hiciéramos con los vinos sin denominación de origen protegida y comercializados a granel. Los que presentan tasas de crecimiento en el precio medio al que han sido exportados del 36,3%, llegando hasta el 40,5% en el caso de los blancos, fijándose en 0,45 y 0,42 euros por litro, respectivamente. Incremento nada desdeñable si tenemos en cuenta que esta categoría de vinos representa el 39,89% del total vitivinícola exportado (el 45,27% si se tiene en cuenta solo a los vinos), prácticamente duplicando a la segunda categoría en importancia que son los vinos, también sin indicación de origen protegida, pero envasados.

A aquellos a los que, aún con todo, esto no les fuera suficiente, les diré que tanto los vinos envasados presentan incrementos en volumen del 10,0% y 6,4%, según hablemos de vinos con D.O.P. o sin ella y que son los graneles los que mayores tasas negativas presentan (-20,3% sin D.O.P. y -8,4% para aquellos que sí que la poseen), junto los mostos que también caen un 23,4%.

Mucha cifra para acabar concluyendo que nuestras bodegas están haciendo los deberes. Están mejorando la comercialización de nuestros productos y consiguiendo que la imagen y los precios de nuestros vinos mejore y se granjee la fidelización del consumidor. Aunque todavía tengamos mucho, mucho camino por recorrer y nos quede una impresionante cantidad de vino por mejorar su valor añadido.

Pero cuidado que, con todo y con eso, seguimos teniendo una producción de treinta y cuatro millones de hectolitros en esta última campaña, según el último avance publicado por el Magrama, un potencial de producción claramente por encima de los cuarenta millones y nuestro consumo interno no alcanza, ni en el mejor de sus sueños, los nueve millones de hectolitros. Así es que, las cuentas están claras, veintitrés que hemos exportado y nueve, son treinta y dos, que, más los vinos para la quema y el consumo de mosto interno, explican que hayamos vaciado nuestras bodegas. Pero esos son todos nuestros poderes. ¿Qué haremos cuando produzcamos cuarenta y nos sobren seis?

Un objetivo claro

Después de todos los años que llevamos mirando al mercado exterior como única tabla de salvación de la economía vitivinícola, no puede sorprendernos que sea la exportación, o mejor dicho, la notable mejoría de nuestra balanza comercial, la que esté suponiendo un halo de esperanza en esta maltrecha situación económica que nos está tocando sobrellevar.

No obstante, convendría no olvidar, aunque solo fuera por la prudencia con la que deben tomarse todas las noticias relacionadas con la economía (la macro y la micro, pero especialmente la macro), que hay pequeños detalles que no debemos pasar por alto. Por ejemplo: la productividad. Que dicho así está muy bien pero que de una forma mucho más burda podríamos definir como unos precios más bajos.

Si no, y de nuevo tomando como ejemplo a nuestro sector, miremos lo que sucede cuando los precios crecen. Parece que, de repente, se pierde toda esa mejora en la productividad que nos ha llevado a conquistar mercados y darle salida a nuestra producción.

Sabemos, aunque para eso no hacía falta reconversiones bancarias o tasas de desempleo históricas, que para que los mercados funcionen lo que debe existir, por encima de todo, es equilibrio entre la oferta y la demanda, que disponibilidades por encima de utilidades, como le gusta definir a la Unión Europea en su balance, provocan caída en los precios.

Pero no podemos olvidar que ha sido precisamente esta sobreproducción la que nos ha permitido a las bodegas españolas aumentar exponencialmente nuestras exportaciones y llegar a mercados que de otra manera no hubiésemos alcanzado jamás. Y lo digo así de tajantemente porque cuando hemos incrementado los precios como consecuencia de una menor disponibilidad no hemos tardado ni una campaña en perder tasas espectaculares en algunos productos y destinos.

Está demostrado científicamente que un mayor precio genera en el consumidor una mayor percepción de la calidad en el producto. Entonces, si queremos aprovechar las oportunidades que nos presenta el mercado, está bastante claro cuál debe ser la línea a seguir por nuestras bodegas. ¿Lo estamos haciendo?

¿Habremos aprendido algo?

Resulta bastante evidente que aquello de lo que no hay, no es posible modificar su precio. Cosa bien distinta es que sí exista y sea muy codiciado; pero no parece que sea el caso tampoco.

A juzgar por los que operan diariamente en el mercado, las pretensiones de la producción que tenían las bodegas hace apenas un mes se están mostrando algo más abiertas a escuchar ofertas que hasta entonces desdeñaban.

Aún así las cotizaciones difícilmente van más allá de los 4,40 euros por hectogrado para los tintos, límite en el que, por el momento, parecen haber fijado su suelo. Algo más fuertes, pero con muchas menos operaciones están los blancos, para los que los 4,80 €/hgdo son una barrera difícil de rebajar.

Aquellos temores que barajaban todos los operadores, hace un par de meses, sobre el momento en el que llegaría esta relajación en los precios y la incidencia que esta tendría en sus cuentas de resultados, no se han cumplido totalmente, pues ha tenido lugar un poco antes de lo que se creía y la bajada parece estar siendo bastante contenida, como si sus cotizaciones ya hubiesen descontado esta situación.

Ya en su momento, cuando el precio del vino se iba hacia arriba como la espuma, eran muy pocos los que consideraban normal la situación, vaticinándose que más tarde o más temprano la coyuntura debería volver a un punto de normalidad. El mayor temor que se tenía no era, por tanto, que el precio bajase, sino cuándo, con qué brusquedad y hasta dónde.

El cuándo parece que ya lo tenemos. El cómo, al menos hasta ahora y confiemos en que así siga siendo, de forma controlada y con ajustes bastante sostenidos. Y el hasta dónde, todavía está por determinar, pero nada hace pensar que vaya a suponer un derrumbe que nos devuelva a cotizaciones de hace dos, y mucho menos, tres años.

¿Habremos aprendido algo de todo esto?, esperemos que sí y que seamos capaces de compaginar rentabilidad en el cultivo con competitividad en el mercado. Si lo hacemos podremos mirar al futuro con esperanza, si no, un largo túnel nos espera.

Por una viticultura moderna

Una de las primeras cuestiones a solucionar si queremos tener un viñedo estable y, en la medida de lo posible, controlado, pasa irremediablemente por disponer del agua suficiente y en el momento adecuado. O dicho de otra manera, que vayamos sustituyendo el viñedo de secano por el de regadío.

Dejando cuestiones de índole política y que tienen más que ver con el control y uso de las cuencas hidrográficas, parece bastante claro que, con pozos o trasvases, el sector apuesta por la implantación del riego localizado, habiéndose convertido en el tercer cultivo por extensión en superficie, tras el cereal y el olivar, con 334.240 hectáreas de viñedo en regadío, un 34,6% del total del viñedo en España (967.055 ha). Si bien esta superficie permanece más o menos estable desde el 2007 con variaciones que apenas sí superan las diez mil hectáreas de oscilación de un año a otro. El riego en viñedo de transformación en 2012 ascendió a 325.583 ha.

Es precisamente gracias a este gran número de hectáreas de regadío que en campañas como la actual hemos podido contar con una cosecha de calidad y en unos niveles de producción aceptable. Lo que ha permitido elevar los precios de las uvas en aquellas regiones de producción tradicionalmente de precios más bajos y permitir a sus viticultores rentabilidades aceptables que aseguren su continuidad.

Con respecto al otro gran debate que desata este tema, la calidad del fruto, digamos que no existe una regla que permita asegurar que un viñedo de secano será siempre de mayor calidad que uno de regadío. Eso son planteamientos completamente superados por una viticultura moderna que trata de darle a la planta lo que en cada momento necesita según los objetivos que persigue. Siendo perfectamente posible obtener uvas de excelente calidad de viñedos de regadío y uvas en un pésimo estado provenientes de secano.

Momentos como los actuales, en los que el mantener un mercado puede depender de unos pocos céntimos de euro la botella o el litro de vino, hacen más importante que nunca contar con producciones estables que nos aseguren directamente con nuestro viñedo o mediante la firma de contratos a medio y largo plazo con viticultores de la zona una producción con unos parámetros de calidad determinados y unas cantidades ciertamente estables.

Con la mirada en Argentina

Visto tal y como está evolucionando el mercado, no ya solo el interno (al que muchos dan por perdido este año), sino también el de exportación, con caídas más que significativas en los volúmenes, especialmente en los graneles. Considerando los importantes problemas a los que están teniendo que hacer frente las bodegas embotelladoras, ante la imposibilidad de poder repercutir la totalidad de la subida del precio de la materia prima que han tenido que soportar esta campaña. Conocer lo que pueda suceder en Argentina se hace más necesario que nunca.

Ante todo porque estar informado es la primera misión de cualquiera que tenga la responsabilidad de tomar decisiones y sobre todo porque, lo que hasta ahora solo está siendo una suave caída en los precios, puede convertirse en un grave problema en los próximos meses. Para todos.

Para los bodegueros porque acudirán fuera a abastecerse, pero especialmente porque se verán con compras comprometidas a unos precios superiores a los actuales y unas cuentas de resultados verdaderamente preocupantes. Y para los viticultores, porque de darse la vuelta la situación podríamos volver a precios ruinosos que pusieran en cuestión la rentabilidad del viñedo.

En todo esto Argentina tiene mucho que decir. Sus previsiones de cosecha ostensiblemente mayores a las del pasado año, un 26% según el Instituto Nacional de Vitivinicultura, son respaldadas por el colectivo enológico, que destaca su coincidencia con el vaticinio realizado semanas atrás por el organismo oficial y eleva hasta el veintinueve el incremento con respecto la pasada cosecha en Mendoza, principal región vitivinícola.

Sobre la otra gran cuestión que preocupa a las empresas españolas: los precios, de momento lo que se sabe es que han comenzado las reuniones, que el precio del kilo de manzana ha bajado por la sobreproducción de la fruta y que para la uva se baraja una horquilla entre 0,14 y 0,15 dólares por kilo de uva, aunque las primeras operaciones se han cerrado a trece céntimos de dólar.

A un paso de conseguirlo

Sin querer levantar los pies del suelo y aún siendo consciente de que con cerca de seis millones de parados, cualquier cosa que suceda es insuficiente; la economía española comienza a presentar signos evidentes de mejoría.

Hemos contado con unos precios que, cuanto menos se han duplicado y conseguido que las repercusiones en nuestro mercado exterior y consumo interno se minimicen. Hemos logrado que nuestras bodegas sigan apostando por desarrollar los planes de inversión en terceros países hasta conseguir que tanto la Unión Europea como el Estado español acepten la posibilidad de seguir permitiendo utilizar sus recursos en aquellos países objeto de los planes anteriores. Hemos podido reconvertir una situación agónica, en un sector con futuro.

No basta con haber resistido, ahora hay que estar preparados para cuando este momento llegue, cuando haya que apostar de forma decidida por la consolidación de los mercados exteriores y la recuperación del consumo interno; por la mejora del valor añadido de nuestros vinos y la percepción que los consumidores tienen de ellos.

Si esto es así, dentro de poco volveremos a ver a bodegueros y viticultores apostar por el futuro, mejorar sus equipos e invertir en incrementar su cuota de mercado. Es muy probable que las cotizaciones de nuestros vinos bajen y se ajusten algo más a su verdadero precio pero, y esto es mucho más importante, habremos conseguido ganarle unos céntimos de euro haciendo más rentable el sector para todos sus colectivos integrantes. Ya solo faltaría que de una vez se invirtiera en base a un Plan Estratégico sectorial, en el que todas las partes se vieran involucradas y retribuidas. Pero para eso creo que he llegado tarde, que los Reyes Magos ya llegaron hace poco más de diez días.