¿Protección?

Hace mucho tiempo que las exportaciones, no solo aquellas que encuentran su destino en territorios lejanos, sino incluso las que van dirigidas a regiones que tradicionalmente no han sido objeto de deseo de las bodegas (aunque en términos exactos estas no tengan la consideración de exportación) se han convertido en El Dorado del sector. Aquello por lo que todos sueñan conseguir y que está al alcance de muy pocos.

España, como bien sabemos, no solo no es una excepción a esta situación, sino un claro ejemplo y, de hecho, es uno de los países del mundo que más ha incrementado sus ventas allende sus fronteras en los últimos veinte años, llegando a cuadruplicar aquellas cifras y alcanzado valores que sobrepasan holgadamente el doble de lo que consumimos en nuestro mercado nacional.

Pero como decía, no se trata de un hecho aislado, los demás países productores también han buscado expandirse y mejorar su presencia en mercados hasta entonces inhóspitos o testimoniales. Primera consecuencia de esto: un gran crecimiento del mercado mundial del vino, con aumentos en gran progresión que permiten a los consumidores tener al alcance una gran variedad de vinos y que les exige un mayor conocimiento para hacer algo tan sencillo como es el primer acto de cualquier consumo: la compra del producto.

Segunda consecuencia: que los mercados de destino implanten sistemas con los que protegerse de semejante avalancha, lo que se conoce como barreras arancelarias. Unos estrictamente buscando una oportunidad de negociación para otros productos agrícolas o industriales, y lo sucedido recientemente con China y la denuncia contra la UE por prácticamente antisubvención y antidumping y que ha encontrado una solución en cuanto se ha resuelto el problema que tenía con los paneles solares, sería un buen ejemplo. Y otros, sencillamente, complicando los trámites de aduanas, implantando burocracias interminables o rebajando algunos límites a ciertas sustancias que supongan una barrera de entrada de los vinos procedentes de algunos países. Como sucedió con los vinos españoles y la ocratoxina

Pero esta protección no solo se produce en nuestras relaciones comerciales con otros países, también nuestras Comunidades Autónomas buscan la manera de favorecer la posición de sus vinos. Un claro ejemplo de que les estoy diciendo es lo que puede suceder, si así lo autoriza la Comisión Europea en los próximos días, de establecer una tasa del 5% a todos los vinos que lleguen a Canarias. Posibilidad de la que disfruta como territorio ultraperiférico de la Unión Europea y, que hasta ahora tenía fijado en un tipo cero.

¿Les suena de algo esto de tener una legislación que me establezca tener un tipo impositivo para el vino y luego, sencillamente, poder modificar el tipo y que el vino tenga que soportar un “viejo” (puesto que ya existía) impuesto? Pues cuidado porque esto puede ser una realidad en Canarias a partir del uno de julio de este mismo año pero, y esto es lo más preocupante, hay quien considera muy posible que corra una suerte muy parecida el actual impuesto sobre el vino, que existe a un tipo cero, pero existe y puede ser modificado en cualquier reforma fiscal, como la que está estudiando el actual Gobierno.

Confiar en que las cosas se solucionen solas

A pesar de que por parte del Magrama no parecen prestarle mucha atención, ni darle mucha importancia (a juzgar con la ligereza con la que son publicados los avances de producción). Los hechos demuestran que, para el sector y sus organizaciones agrarias y profesionales, disponer de unos datos de cosecha fiables y a tiempo, es fundamental. No en vano, a los medios de comunicación, de manera incisiva a los especializados, se nos ha llegado a señalar como responsables de “condicionar” las vendimias (quieren decir los precios) con nuestras informaciones. Otorgándonos una importancia que, sin duda, no tenemos, pero de lo que no cabría ninguna duda si contaran con datos técnicos fiables, y no tuviéramos que ser nosotros los que, con nuestros escasos medios, realizáramos encuestas y muestreos con los que obtener nuestras propias estimaciones de cosecha.

Que a estas alturas, 27 de mayo para más señas, el Ministerio de Agricultura publique en su avance correspondiente a marzo una estimación de cosecha de 53.547.640 hectolitros, lo que supone un incremento con respecto a la del pasado año del 49,7%, es algo que ya no nos puede sorprender, pero que no, por ello, puede ser de recibo. Especialmente cuando sabemos que estamos hablando de un mercado extraordinariamente sensible en sus cotizaciones a la producción y que se encuentra tan expuesto al mercado exterior, única salida actualmente para sus elaborados.

Muy posiblemente, dirán los técnicos que confeccionan estas estadísticas, que nada de todo esto hubiera cambiado la realidad de un sector que se enfrenta a un mercado desmoronado y en el que empiezan a surgir voces de alarma sobre los graves problemas de espacio al que pudieran tener que enfrentarse las cooperativas manchegas, porque ha sido su Unión de Uniones de Castilla-La Mancha la que lo ha hecho público, pero que no es la única región de España con este problema, si no se le da salida en los próximos tres meses a una cantidad muy importante de la cosecha que todavía resta por vender.

Y es que, lo de aumentar nuestras exportaciones un 17,8% en volumen con respecto al mismo periodo del pasado año, hasta alcanzar los 5,631 Mhl durante el primer trimestre, está muy bien y nos permite albergar la esperanza de que “coloquemos” en el mercado exterior en torno a veintidós millones de hectolitros, lo que es fantástico, especialmente si lo comparamos con los escasos nueve que venderemos en el interior, pero que resultan claramente insuficientes para, junto con mostos (7,685 Mhl) y los cuatro de destilados, darle salida a toda la producción.

En mi opinión, el sector está demandando a gritos soluciones estructurales que le permitan afrontar el futuro con cierto optimismo. Situación que pasa por un Plan Estratégico que defina cuál es el futuro que queremos para nuestro sector y las medidas que estamos dispuestos a afrontar asumiendo el coste económico, social y medioambiental que ello supone. La creación de una interprofesional puede ser el primer paso, pero tampoco será suficiente; hay que ir mucho más allá.

Y ahí el Gobierno tiene que gobernar e imponer cierto sentido común. No se puede estar a expensas del “no mojarse” y alegar que se está a lo que “quiera el sector”, porque el sector es muy variopinto y con intereses muy enfrentados. Además, más tarde o más temprano tendrá que enfrentarse a unos u otros al modificar las reglas con las que hasta ahora han estado operando y, aunque efectivamente buscan el respaldo del “sector”, este ha dado sobradas muestras de su incapacidad para actuar de manera conjunta y coordinada, y esa labor la debe asumir el Ministerio. ¿Hasta dónde deberá deteriorarse la situación para que actúe? Confiar en que las cosas se solucionen solas está muy bien e, incluso es posible, pero resulta muy peligroso.

No va a venir nadie a hacerlo por nosotros

Creamos más o menos en las estadísticas, los datos se muestran contundentes, y a pesar de que su presentación puede acabar influyendo en nuestra percepción, determinados parámetros demuestran que algunas de las conclusiones que se publican resultan incontestables. Por ejemplo, que el mercado exterior es el que está salvando a nuestro sector y permitiendo su supervivencia.

Exportar más del doble de lo que consumimos en el mercado interior es algo que podrá gustar más o menos pero que nadie cuestiona. Que las bodegas españolas dirigen sus esfuerzos a mejorar el valor de estas ventas y transformar barcos granelistas en botellas pudiera ser otro de los axiomas del sector.

Pero nada de todo esto es óbice para que descuidemos el mercado interior y, cada uno dentro de sus posibilidades, hagamos un esfuerzo por ese consumidor de cercanía con el que compartimos historia y tradiciones culturales y que le otorgan ese plus de valor de familiaridad y personalidad que demanda el consumidor moderno de vino. ¿O acaso el “padre” de la criatura, el enólogo, no se ha convertido en los últimos años en un “chico para todo”? Hay que conocer bien el fruto, saber qué tratamiento darle y para qué utilizarlo; pero también hay que salir al mercado y enseñarlo, hablar de él, acercarlo a los compradores como solo quién lo ha parido sabe. Y es que aún hay más, hay que acompañarlo y apadrinarlo cuando debe demostrar de lo que es capaz en una mesa.

Que luego tenemos que salir a vender nuestros vinos fuera, pues salgamos, como lo han hecho 3.921 bodegas españolas durante 2013, superando en un 10,45% a las que lo hicieron el año pasado. Que de esas casi cuatro mil, poco más de mil setecientas lo han hecho de manera ininterrumpida durante los últimos cuatro años. ¡Pues normal! Es que es mucha la competencia. O que solo 94 tuvieron una facturación superior a cinco millones de euros y la mayoría de ellas, 1.415 bodegas, apenas facturaron 5.000€, pues habrá que seguir luchando porque aumenten su facturación. Pero estamos ahí, en primera línea, con productos de gran calidad organoléptica, pero también percibida. Ahora solo nos falta tener fuerzas para seguir luchando por mejorar nuestra imagen y que tenga su reflejo en el valor.

Tenemos herramientas derivadas de los Planes de Apoyo Nacional (reestructuración, promoción, inversiones…) que nos deberían ayudar, y sabemos que una interprofesional útil para todos los colectivos que la integran serviría para mejorar la situación de los mercados y de sus precios. Pues hagámoslo. No va a venir nadie, ni de esta o aquella administración, a hacerlo por nosotros.

Fuera siguen prefiriendo el corcho

Parece bastante claro que cualquiera que quiera vender una botella de vinos a treinta euros, no tiene más alternativa que el vidrio para el envase y el tapón de corcho para el cierre. Hasta aquí todo perfecto. Pero… ¿y si en lugar de estar hablando de treinta euros (por decir algo), lo hacemos de dos (también por poner una cifra)?. La cosa no está tan clara, ¿no?

Muy posiblemente no, y dependerá mucho del mercado al que nos dirigimos.

Tragon Corporation, empresa dedicada a la realización de estudios de mercado vinícolas en Estados Unidos, afirma en un reciente estudio que en este país el 61% de los encuestados prefiere el tapón de corcho al de rosca, que solo es elegido como primera opción por el 3% de los encuestados.

La asociación del tapón de corcho con la imagen de vino de calidad sería una de las principales razones que justificarían esa preferencia, y lo que explicaría que cuando hablamos de un momento especial en un restaurante, o utilizamos el vino como un elemento de regalo, no exista alternativa a este cierre. Ya que la mitad de los consultados asocia baja calidad a los otros cierres.

Si nos preguntamos lo mismo en la vieja Europa, Astra Ricerche, en Italia; y Opinion Way, en Francia; también llegan a conclusiones similares. Los italianos porque consideran que el corcho es el cierre que mejor protege al vino, ofrece un ritual de apertura más atractivo y es, prácticamente, el único admitido por los consumidores cuyas edades estén comprendidas entre los 45 y 54 años.

Los franceses argumentan su predilección por el corcho en que es el mejor sello para un “Gran Cru”, que lo prefieren para un regalo, que es sinónimo de calidad, permite conservar más tiempo y mejor el vino o que contribuye al medio ambiente.

Como vemos dos visiones un tanto distintas en sus razonamientos. Mucho más superficiales y de imagen en Estados Unidos, y basados en la calidad en los dos países europeos; pero coincidentes en sus conclusiones.

De España no dice nada el artículo publicado por el Magrama en su quincenal “Noticias del Exterior”. Debe ser que al no ser exterior no importa lo que suceda en nuestro mercado o que, sencillamente, no disponemos de ningún informe que permita a nuestras bodegas mejorar el conocimiento de nuestros consumidores sobre la percepción que tienen de este cierre u otros muchos aspectos.

Recuperación sí. Pero trabajándola

Poco a poco, todos los datos y previsiones económicas que son publicadas por los diferentes organismos nacionales e internacionales van coincidiendo en la idea de que España despega. En que, por fin, parece verse la luz al final del túnel y nuestros indicadores económicos mejoran notablemente, en algunos casos, incluso por encima de los asignados para Francia, Italia o hasta la mismísima Alemania. Y, aunque todavía es pronto, esta mejoría parece ir encontrando acomodo en el consumo interno que muestra signos de una, todavía tímida, recuperación. Como así lo avalan las cifras de turismo de la última Semana Santa; o incluso las de la venta de vehículos. La duda está en saber, cuándo llegará esta mejoría al sector vitivinícola, y si tendrá su traslación al consumo. ¿O esta es ya una batalla perdida cuyas razones de ser están muy alejadas de cuestiones macroeconómicas y tienen más que ver con cuestiones de índole social y cultural? En mi opinión, pero esto es una impresión muy personal, también el vino acabará beneficiándose de esta recuperación del consumo interno y las cifras se verán incrementadas con respecto a lo que hemos venido sufriendo en los años anteriores con continuos descensos. ¿Volviendo a cifras anteriores a la crisis? Pues incluso es posible. Al fin y al cabo tampoco eran tan elevadas. Aunque, muy posiblemente, tenga que ser de otra manera: es decir, más hogar y menos Horeca. O dicho de otra forma, menos comida de empresa con gasto desorbitado y más sentido común en la comanda. Pero con comanda al fin y al cabo. Los más de sesenta millones de turistas que esperamos recibir este año, deberían poner su granito de arena en esta recuperación. En definitiva, un incremento de en torno al siete por ciento (cerca de cuatro millones) de un público objetivo de gran interés, puesto que la gastronomía y el vinos es una de las primeras razones que les animan a escogernos como destino. Aunque, sin duda, nada de todo esto se va a producir porque sí. Será necesario el apoyo de nuestras bodegas y organismos interprofesionales en campañas que ayuden en la promoción de nuestro mercado interior (para los propios y los que acogemos) y muchos más esfuerzos de los hasta ahora demostrados por este mercado. El sector sabe que debe encontrar nuevos mercados en los que colocar cincuenta y tres millones de hectolitros. Que no es fácil; pero debe hacerlo y lo hace. Como así lo demuestra la excelente acogida que han tenido los fondos destinados a la inversión, los programas de promoción en países terceros, o incluso las sucesivas campañas de tapa y vino que se están llevando a cabo en nuestras diferentes autonomías, con éxito muy notable en todas ellas de acogida entre el público. Aun así, hay algunas cifras que resultan preocupantes. De los fondos que Bruselas destinó al sector en 2013, España ha concentrado el 89,30% de los destinados al Pago Único, cero en inversiones y “solo” el 26,33% de los de Promoción. Siendo la reestructuración del viñedo la que compite con el Pago Único por el liderazgo de estas ayudas con 163,67 M€ frente los 142,75 M€ del PU de los 352,78 M€. Y ¡hombre! Yo no es que vaya a ser quien diga lo que está bien y mal, Dios me libre. Pero llama la atención que de los fondos repartidos en los PNA en el periodo 2009-13, la medida más utilizada por Italia haya sido la reestructuración (38,72%) seguida de la promoción (14,37%) y mosto concentrado (13,74%). Que Francia haya destinado sus fondos a la reestructuración (39,60%), Inversión (26,61%) y destilación de subproductos (14,76%) y que España haya sido, también, la reestructuración (31,60%) pero seguida del Pago Único (30,46%) y destilación de uso de boca (15,84%).

Sin sorpresa en las últimas cifras

A estas alturas, y después de lo que hemos pasado, no podemos decir que el ajuste del FEGA sobre las declaraciones de producción de la cosecha 2013/14 pueda, ni sorprendernos, ni importarnos. Pues los 155.427 hectolitros de diferencia entre los 52,615 Mhl avanzados y los 52,46 millones de hectolitros que han dado por definitivos, no son una cantidad que pueda ser calificada de importante. Como tampoco la diferencia existente entre el avance de producción del Magrama, que eleva hasta los 53,32 millones de hectolitros la producción y el dato del FEGA. Aunque en este caso la diferencia sea de casi un millón de hectolitros y, la recomendación del Magrama, sea la de darle más validez al avance de producción frente a las declaraciones.

Lo único cierto es que (con un millón más o menos) España se sitúa en el primer puesto mundial de producción y en el último de los países productores (si por productor consideramos los principales países del mundo) en términos de consumo. Lo que nos aboca a un grave problema de comercialización.

Pero eso ya lo sabemos. Lo saben nuestros viticultores, que venden sus uvas a precios que hacen insostenible su viñedo. También nuestras bodegas, que tienen que hacer frente a producciones para las que no tienen más alternativa que la colocación rápida de una parte muy importante de su producción; con lo que ello supone de tener que vender a “cualquier precio” y de forma rápida porque al año siguiente llega otra nueva cosecha excedentaria. Y lo saben los compradores, que aprietan en las condiciones hasta límites insospechados, gracias a la posición dominante que ocupan.

Los últimos datos de exportación disponibles, publicados por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), y referentes al mes de febrero, vienen a confirmar lo que se temía; y que no es otra cosa que, efectivamente, exportaríamos más cantidad, pero a costa de un precio más bajo.

Exactamente, para los dos meses de 2014 de los que disponemos información, un 15,8% más de cantidad, pero a un precio medio de 1,12 €/litro, lo que representa un 15,7% menos. Siendo los graneles sin denominación de origen la categoría de vinos que mayores crecimientos presenta. Que, dicho sea de paso y para que nadie se olvide, es la categoría en la que todas, y digo todas, las partes que componen el sector vitivinícola coinciden en que debe ser la categoría a transformar.

Sabemos que estamos consiguiendo grandes logros en esta transformación y que nuestras bodegas, ayudadas por unos cuantiosos fondos comunitarios, están en el camino de ir dándole la vuelta a las exportaciones y pasar de los anónimos graneles (que también hay graneles con nombre y apellido a los que no hay que tocar), a vinos perfectamente identificados que permitan mantener el valor añadido a los productores y mejorar la imagen de los vinos de España. Que es un camino largo y lleno de obstáculos y barreras arancelarias, y si no vean lo que ha pasado con China. Pero nuestras bodegas están convencidas de que es el único camino, que la etapa de grandes volúmenes de vino barato con el que ser la bodega europea ha pasado y que no queda otra que marca, marca y marca. Colectiva de país, región o denominación de origen; o individual. Pero marca. Y en ello están y estoy seguro que lo acabarán consiguiendo.

Pero mientras esto llega, las vendimias se suceden y a las producciones hay que ir encontrándoles acomodo en un mercado maduro donde la competencia es feroz. Y esto lo sabemos bien, porque nuestros mercados lo reflejan en sus cotizaciones y volumen de sus operaciones. Y porque nuestros viticultores, lejos de preocuparse por si hiela o graniza, deben ocuparse más de encontrar quién le compre una uva para la que cuidados y calidades están en un segundo plano frente a cantidad.

Siempre hay alguien o algo que lo estropea

Mientras denominaciones de reputación contrastada andan inmersas en luchas intestinas sobre la titularidad de una territorialidad que debiera estar solventada con sus reglamentos, perdiendo un valioso tiempo, dedicando grandes esfuerzos económicos en abogados, pero, sobre todo, menoscabando el prestigio de “todas“ y confundiendo a un consumidor que tiene “demasiadas” alternativas como para que le vayan complicando la vida con cuestiones que apenas le interesan y que no hacen sino cuestionar el modelo de las indicaciones geográficas protegidas; otras regiones han decidido tomar el camino contrario: unirse en asociaciones que les permitan acudir a los mercados de manera conjunta, aprovechar las sinergias que cada una de ellas tiene, y concentrar esfuerzos en un mercado altamente competitivo y sobremaduro, donde no hay otra para entrar que apartar al ya existente.

No seré yo quien le dé, ni le quite, ni un ápice de razón a los que defienden una postura y otra. Pero sí, quien realice un llamamiento a la cordura y reclame de sus representantes humildad y responsabilidad. Cualidades que no siempre son bien entendidas. En defensa de su aplicación, mejor harían si escucharan a los que saben y a los que se juegan su futuro con estas denominaciones y dejaran a un lado a quienes buscan notoriedad y un retorno inmediato en forma de votos.

Tenemos 52.460.057,48 hectolitros de vinos y mostos para comercializar de esta campaña, a los que hay que unir los 29.196.326 de existencias con la que la iniciamos. En el debe de este balance contamos con un consumo que apenas superará los nueve millones y unas exportaciones que, con mucha suerte, llegarán a los veintiuno. Cifras que, por sí solas, son lo bastante elocuentes como para no necesitar muchos más argumentos con los que justificar estas palabras de unidad y esfuerzo en el sector.

Luchamos en Europa por conseguir mantener los fondos con los que realizar las campañas de promoción en terceros países. Que nos autoricen las campañas en pro de la cultura y la formación en el consumo moderado dentro de la Unión Europea, campañas en las que, por cierto, la Comisión parece haber entendido que no tenía ningún sentido obligar a que el vino fuera acompañado de otros productos alimenticios. Y nosotros seguimos desgastándonos en luchas regionales cuyos frutos nunca compensarán el desgaste que han requerido, ni superarán el peor de los acuerdos que pudiera alcanzarse.

Y a la… ¿va la vencida?

Hasta ahora, al menos, cuando los agricultores miraban al cielo lo hacían temiendo la llegada de una helada, pedrisco o cualquier otra inclemencia meteorológica que pudiera dar al traste, o al menos poner en riesgo, su cosecha. Hoy, decir que los viticultores arrancan las hojas del calendario con desazón pensando que es una oportunidad perdida que venga cualquier accidente climatológico que reduzca su producción es exagerado, pero no se aleja tanto de la realidad como cabría pensar.

Aunque quizás no tanto para los bodegueros que, asustados por los importantes problemas a los que tuvieron que hacer frente en la anterior vendimia, ante la imposibilidad de dar cabida a toda la uva que les llegaba y almacenamiento a todos los vinos que producían; se plantean muy seriamente qué hacer en la próxima vendimia cuando una cosecha, incluso inferior a la pasada, podría representar un serio problema de capacidad dadas las previsiones de existencias que se barajan para final de campaña, considerando la evolución que están teniendo los mercados.

Los hay que piensan que la viña está agotada ante la gran producción, cincuenta y dos millones de hectolitros, cifra récord en España, de la presente campaña 2013/2014. Pero también los hay que consideran que esta cosecha es el resultado de la entrada en producción de las miles de hectáreas reestructuradas y cuyos rendimientos superan, en mucho, a los que estábamos acostumbrados. Llegando incluso a cifrar en cincuenta millones la cosecha media de nuestro país; con lo que eso supone de cosechas de cuarenta y cinco y otras por encima de los cincuenta y cinco. Lo que, por otro lado, no es más que la constatación de los temores que franceses e italianos tenían cuando nuestra incorporación a la CEE de que nos convirtiésemos en el primer país productor del mundo.

Algunos consideran que a estas producciones vamos a tener que ir acostumbrándonos e ir pensando en cómo darle salida en la exportación (está claro que el mercado interno está totalmente incapacitado para aumentar su consumo); e incluso ven con cierto optimismo la mejora en la productividad que estos mayores rendimientos suponen para los viticultores, que llegan a soñar con superar los veinticinco millones de hectolitros de exportación del 2011 y convertirnos en referente mundial de producción vinícola y bodega de la que abastecerse.

Incluso los hay, y de solvencia demostrada, que van más allá y confían en transformar en unos pocos años una parte muy importante de esos más de nueve millones de hectolitros que hemos vendido el pasado año a granel, en envasado; con el consiguiente aumento de valor que ello lleva aparejado.

Pero eso sí, todos, tanto viticultores, como bodegueros, o incluso la misma Administración, son conscientes que esta situación no se soluciona sola, que hay que tomar medidas a medio y largo plazo que permitan aprovechar todas las fortalezas de las que disfrutan los diferentes colectivos y hacer frente común a las debilidades.

De hecho, el pasado martes día 8, el director general de Alimentación del Magrama, Fernando Burgaz, se reunía con representantes del sector con el fin de promover la constitución de una Interprofesional y alentándoles a tomarse en serio esta posibilidad, ya que es un organismo vertebrador de la defensa de sus intereses que incrementa la competitividad y le permita dotarse de una visión estratégica ante los cambios de la demanda. Aunque dejándoles bien claro que esto tiene que ser una iniciativa del sector, que el Ministerio no puede más que servir de interlocutor y que solo los colectivos involucrados decidirán qué, cómo y a qué velocidad quieren ir.

Pero esto a los que llevamos años en el sector ya nos suena ¿verdad?

Los tiempos cambian, ¿y nosotros?

Parece bastante claro que el mercado del vino ha cambiado. Sus consumidores no son los de hace apenas una década. Las ocasiones de consumo han girado de la mesa a la barra, y los gustos han evolucionado hacia vinos más aromáticos y frescos. Y la sensibilidad por acercarse a la naturaleza, respetándola y sosteniéndola, va más allá de una cuestión “marketiniana” de diferenciación de producto, y comienza calar entre productores y consumidores.

Las ferias, antaño momentos indiscutibles en los que encontrarse con distribuidores y clientes, luchan por encontrar un nuevo modelo que se adapte a los actuales paradigmas de comercio que permitan hacer frente a inversiones inmobiliarias que actualmente resultan desproporcionadas e imposibles de amortizar.

Incluso la forma de llegar al consumidor tampoco es la misma. Internet, con sus redes sociales y las aplicaciones informáticas han revolucionado el mundo de la comunicación e, incluso, el comportamiento de los ciudadanos, que parecen vivir pegados a un smartphone o una tableta (los fabricantes conscientes de esta situación luchan por ser los primeros en conseguir móviles en las muñecas o en unas gafas).

Pero, ¿qué hacemos desde el sector vitivinícola por adaptarnos a todos estos cambios?

La respuesta no es fácil y, como casi siempre sucede cuando se presentan cuestiones tan complejas como esta, acaba siendo la misma: cada uno hace lo que puede y lo que mejor considera. Y todo ello bajo el común denominador de la individualidad y la ausencia de sinergias.

Es verdad que cada día surgen más voces reclamando asociaciones eficientes y eficaces, abandono de personalismos trasnochados, y planificaciones eficientes y que ayuden a una mayor optimización de unos recursos escasos e insuficientes. Pero seguimos a años luz de conseguirlo.

En escasas ocasiones conseguimos pasar de las palabras a los hechos y en prácticamente ninguna logramos hacerlo de manera colectiva y responsable. Y aunque los hay que se encargan de repetirnos constantemente que necesitamos bodegas mucho más grandes, que en la concentración está el éxito. Yo, cada día sigo pensando más que lo que nos falta es más corporativismo y sentimiento de orgullo por lo que hacemos. Un poco más de confianza en nuestro producto y mucho más creernos lo que intentamos predicar sin convencimiento.

Un acuerdo poco satisfactorio

Dejando a un lado las valoraciones “políticas” que pueda merecer el acuerdo entre las industrias vitivinícolas de la Unión Europea (CEEV) y la Asociación de Bebidas Alcohólicas de China (CADA) por el que se cierran las investigaciones anti-dumping y anti-subvención sobre el vino europeo; y que ya hemos visto que han propiciado un considerable número de declaraciones felicitándose por ello, este asunto nos ha salido muy caro.

Desde el punto de vista económico, porque las minutas de los despachos de abogados y los intérpretes jurados (toda la documentación presentada tenía que ser traducida al mandarín) han sido considerables. Pero nada, si lo comparamos con el coste que supondrá en términos de competitividad la información que nos han “obligado” a facilitarles a China y que ha puesto en evidencia los márgenes comerciales y la operatividad de las bodegas españolas seleccionadas para cooperar.

Ya comprendo que cada uno tiene que hacer lo que tiene que hacer, y el papel de las administraciones y asociaciones es hacer declaraciones políticamente correctas y zanjar el asunto sin más alboroto, reduciéndolo a destacar que se trata de un “acuerdo privado entre sectores”.

Pero lo único cierto es que hemos hecho lo que han querido los chinos, les hemos facilitado toda nuestra información y nos hemos comprometido a cooperar durante dos años, no solo en el ámbito comercial, sino también en otras áreas técnicas como experimentación, cultivo y técnicas de mecanización de viñedo, vinificación y control de calidad, marketing, catas de vinos y sistema de protección de las indicaciones geográficas.

Pero, ¡es lo que hay!

Intereses mucho más importantes, relacionados con los paneles solares alemanes, han prevalecido; y el vino, como en tantas veces anteriormente, ha sido la moneda de cambio.

¡Ah! Y para los que piensen que China no es una amenaza para nuestras exportaciones, yo les diría que, de momento, está claro que no, pero que en un futuro no muy lejano, no estaría yo tan seguro. Especialmente para aquellos vinos baratos, que hoy por hoy, siguen representando el grueso de nuestras exportaciones mundiales.

Lo de la asistencia china a las empresas europeas en la organización de catas allí, la mejora del conocimiento del vino entre los consumidores chinos y la promoción de la cultura del vino está muy bien. Pero España durante el pasado año exportó a China 415.047 hectolitros a un precio medio de 1,78 €/litro, lo que no se puede decir que sea un mercado de gran valor como para ser los que más nos beneficiemos de ese acuerdo.

Claro que, siempre podemos sentirnos satisfechos con el anuncio hecho por el ministro de Agricultura, Arias Cañete, sobre su total oposición a la aplicación de un impuesto al vino, tal y como recoge la propuesta “Lagares”. Es decir, que “anunciamos la posibilidad de ponerlo, pero no lo ponemos gracias a mí oposición”.

O mejor, nos olvidamos de todos estos asuntos y nos centramos más en el día a día de nuestras bodegas, le echamos un vistazo a los datos de exportación de enero, que indican una recuperación del volumen con respecto al mismo mes del año pasado de un 19,4% y confiamos en que a lo largo del año podamos mantener esta tasa de crecimiento y superar los holgadamente los veintiún millones de hectolitros.

Aunque no sepamos si será suficiente para frenar la sangría que están sufriendo los precios en origen, dado el elevado volumen de la cosecha (última cifra del Ministerio: 50.948.500 hl) y la incapacidad demostrada por el consumo interno para recuperarse, ante la impasibilidad de un sector que no encuentra la forma de llegar a los nuevos consumidores mientras los fieles se les van muriendo.