Hace mucho tiempo que las exportaciones, no solo aquellas que encuentran su destino en territorios lejanos, sino incluso las que van dirigidas a regiones que tradicionalmente no han sido objeto de deseo de las bodegas (aunque en términos exactos estas no tengan la consideración de exportación) se han convertido en El Dorado del sector. Aquello por lo que todos sueñan conseguir y que está al alcance de muy pocos.
España, como bien sabemos, no solo no es una excepción a esta situación, sino un claro ejemplo y, de hecho, es uno de los países del mundo que más ha incrementado sus ventas allende sus fronteras en los últimos veinte años, llegando a cuadruplicar aquellas cifras y alcanzado valores que sobrepasan holgadamente el doble de lo que consumimos en nuestro mercado nacional.
Pero como decía, no se trata de un hecho aislado, los demás países productores también han buscado expandirse y mejorar su presencia en mercados hasta entonces inhóspitos o testimoniales. Primera consecuencia de esto: un gran crecimiento del mercado mundial del vino, con aumentos en gran progresión que permiten a los consumidores tener al alcance una gran variedad de vinos y que les exige un mayor conocimiento para hacer algo tan sencillo como es el primer acto de cualquier consumo: la compra del producto.
Segunda consecuencia: que los mercados de destino implanten sistemas con los que protegerse de semejante avalancha, lo que se conoce como barreras arancelarias. Unos estrictamente buscando una oportunidad de negociación para otros productos agrícolas o industriales, y lo sucedido recientemente con China y la denuncia contra la UE por prácticamente antisubvención y antidumping y que ha encontrado una solución en cuanto se ha resuelto el problema que tenía con los paneles solares, sería un buen ejemplo. Y otros, sencillamente, complicando los trámites de aduanas, implantando burocracias interminables o rebajando algunos límites a ciertas sustancias que supongan una barrera de entrada de los vinos procedentes de algunos países. Como sucedió con los vinos españoles y la ocratoxina
Pero esta protección no solo se produce en nuestras relaciones comerciales con otros países, también nuestras Comunidades Autónomas buscan la manera de favorecer la posición de sus vinos. Un claro ejemplo de que les estoy diciendo es lo que puede suceder, si así lo autoriza la Comisión Europea en los próximos días, de establecer una tasa del 5% a todos los vinos que lleguen a Canarias. Posibilidad de la que disfruta como territorio ultraperiférico de la Unión Europea y, que hasta ahora tenía fijado en un tipo cero.
¿Les suena de algo esto de tener una legislación que me establezca tener un tipo impositivo para el vino y luego, sencillamente, poder modificar el tipo y que el vino tenga que soportar un “viejo” (puesto que ya existía) impuesto? Pues cuidado porque esto puede ser una realidad en Canarias a partir del uno de julio de este mismo año pero, y esto es lo más preocupante, hay quien considera muy posible que corra una suerte muy parecida el actual impuesto sobre el vino, que existe a un tipo cero, pero existe y puede ser modificado en cualquier reforma fiscal, como la que está estudiando el actual Gobierno.