Veinte años, para seguir igual

Considerando que la adaptación del sector al mercado es más una cuestión de necesidad que una posibilidad. Teniendo en cuenta que con estudios de mercados, o sin ellos; con análisis de lo que buscan los consumidores o simplemente aplicando la pura lógica; el sector debe proceder a un cambio importante en su aspecto productivo, enfocando el problema tanto desde el punto de vista de los mercados (producir lo que demandan los consumidores), como de la producción (ajustar la oferta a las necesidades).      No debería sorprendernos mucho que el precio de la hectárea de viñedo de transformación en secano en España haya vuelto a bajar durante 2013 y sea el sexto año consecutivo en el que lo hace, situándonos a niveles del año 2000, con un precio de 12.553 euros.

Claro que, si en lugar de tomar este dato, hacemos los ajustes necesarios en la unidad monetaria para poder compararla y corregimos los efectos de la inflación con el deflactor del PIB a precios de mercado trabajando con euros constantes, nos encontraríamos con la desagradable sorpresa de que el precio de la hectárea está en los niveles de 1983, con 3.513 euros/hectárea en 2013 frente los 3.436 del mencionado año.

¿Significa esto que los viñedos viejos no tienen valor? ¿Que exigimos bajos rendimientos esgrimiendo criterios de calidad para unos productos que luego no son capaces de soportar sus mayores costes?

Sorprender, lo que se dice sorprender, no debería mucho. Ya que si bien veinte años son muchos para que el precio de la tierra no haya cambiado; la mayoría de los esfuerzos que se han hecho en nuestro viñedo con los planes de reestructuración y reconversión del viñedo han sido, precisamente, para transformarlos en regadío. También para sustituir variedades autóctonas y adaptadas a las condiciones del terreno por otras “mejorantes”, de las que apenas se sabía nada sobre sus posibilidades de acoplamientos en esas condiciones de producción. Pero desde luego, como primer objetivo, proceder a esa transformación por el dominio del agua.

Un recurso que cada vez se está mostrando más como “el petróleo del siglo XXI”, como ya lo definen algunos economistas y que se está demostrando se ha convertido en uno de los bienes más preciados y por el que siguen entablándose guerras violentas entre los pueblos.

Hacer un uso adecuado de este bien y mejorar la eficiencia de nuestros recursos no solo en el cultivo, sino también en todos los procesos de elaboración, crianza y puesta a disposición del producto; se ha convertido en un objetivo prioritario para algunas bodegas, y está llamado a extenderse a muchas otras en los próximos años.

Ya no solo estamos hablando de una mayor concienciación de viticultores y bodegueros por la utilización más sostenible de los recursos. Ni tan siquiera de la posibilidad de poder transmitir a sus clientes ese espíritu de responsabilidad medioambiental, o hasta qué punto las etiquetas de productos ecológicos se quedan en un ‘label’ identificativo de una filosofía de vida o van más allá y son utilizadas como argumentos comerciales que justifiquen mayores precios por un producto similar y atraiga a un determinado tipo de consumidor. Estamos hablando de recursos que son limitados y escasos, frente una población que crece a ritmo vertiginoso mucho más rápido que las alternativas a los tradicionales usos.

Dentro de unos pocos días tendrá lugar en Vilafranca del Penedès la 4ª Conferencia Internacional de Vitivinicultura Ecológica, Sostenible y Cambio Climático “EcosotenibleWine”, en la que se darán cita expertos mundiales para debatir sobre la situación actual y las posibles alternativas a los productos utilizados o los modelos productivos empleados.

La AICA lo tiene bastante claro

Dejando a un lado el personalismo que parecen encontrar algunos medios periodísticos en el importante problema al que se enfrenta el sector, al tener que pagar en un plazo máximo de treinta días la uva destinada a la vinificación; y que afecta a todos por igual y tiene su principal escollo en la calificación de la uva de vinificación como producto perecedero. Parece conveniente aclarar que la Agencia de Información y Control Alimentario (AICA), organismo competente en la aplicación de la Ley de la Cadena Alimentaria, mantiene el criterio de que se trata de un producto fresco de acuerdo con la definición legislativa y que, por consiguiente, le es de aplicación el pago a 30 días.

Considerando que se han recibido distintas comunicaciones sobre posibles incumplimientos por parte de algunas Comunidades Autónomas y organizaciones agrarias como COAG o Asaja, se ha procedido a la apertura de algunos procedimientos de diligencias previas para analizar los indicios, que en el caso de ser calificados de razonables, tendrán como consecuencia que el sector del vino pasaría a incluirse en el plan de control de inspecciones de oficio. Amén, claro está, de aquellos casos concretos que se denunciaran ante la Agencia por el incumplimiento de la Ley.

Sea como fuere que acabe este asunto, lo bien cierto es que la forma de proceder que tradicionalmente tenía el sector se va a ver modificada sustancialmente. Pues si bien no se puede aseverar, y mucho menos generalizar, que las bodegas en España dilataran el plazo de pago de la uva más allá de los 60 días que marcaba el marco jurídico anterior, sí se puede afirmar, con cierta rotundidad, que eran muy pocas las que lo hacían en ese plazo de treinta días que impuso la Ley 15/2010 y la Ley 12/2013 que entró en vigor el 3 de enero de este año, por la que se incluyó entre las infracciones graves el incumplimiento de estos plazos, con sanciones que van desde los 6.000 a los 30.000 euros.

Muy posiblemente, y a pesar de los recursos presentados por la D.O.Ca. Rioja y las conversaciones mantenidas por la FEV con la Ministra, parece poco probable que esta interpretación que se hace de la Ley en la AICA vaya a cambiar, y sus plazos modificarse.

El que no parece esperar es el consumo en los hogares, cuyos últimos datos publicados y referidos al mes de agosto, señalan una nueva caída en todas las categorías del 7,12% en volumen y 7,11% en valor, situando su precio medio en 1,89€/litro. En datos interanuales, solo los vinos con Indicación Geográfica Protegida o D.O.P. mantienen el tipo a duras penas, y aumentan su consumo un 1,19%, dejando el consumo per cápita para el conjunto de las categorías por debajo de los diez litros (9,89) por segundo mes consecutivo. Y para este problema, que a mi juicio es mucho más importante que si pagan a treinta o sesenta días la uva, nadie parece tener ideas. Ni tan siquiera una Interprofesional que avanza tan lentamente en su proceso constitutivo que confiemos no sea el preámbulo de sus iniciativas.

Hay que ser pacientes

Vender, vender y vender. Estas son las tres principales preocupaciones de nuestro sector y en las que venimos centrando todos nuestros esfuerzos desde hace años con resultados que podríamos calificar de poco gratificantes (si queremos ser benévolos) y decepcionantes si consideramos lo sucedido con la colocación de nuestra producción.

Hemos invertido grandes cantidades de dinero en dotar a nuestras bodegas de la última tecnología, incluso profesionalizando su elaboración hasta el punto de conseguir que prácticamente todas ellas tengan un enólogo de manera permanente al frente. Hemos transformado nuestro viñedo hacia variedades más afamadas, aunque en algunos momentos nos hayamos olvidado de lo que nos ha sido propio en cada zona; mejorado nuestras técnicas de cultivo, haciendo posibles rendimientos que no nos hubiésemos atrevido a soñar hace apenas uno o dos lustros. Pero nos hemos olvidado, o no hemos sabido hacerlo, de que había que salir a vender a un mercado cuyos consumidores y distribución han cambiado a más velocidad todavía que el propio sector. Invirtiendo poco en marketing y utilizando, en muchos casos, lenguajes incomprensibles por un consumidor que busca cosas muy diferentes en un vino a las que buscaban sus padres y abuelos.

¿Qué sucede cuando los intentos por valorizar nuestros productos y aumentar nuestras ventas no tienen resultados y hay que vender para conseguir efectivo con el que seguir con la actividad? ¿Se lo imaginan, verdad? Se recurre a la única alternativa posible: bajar los precios. Lo hicieron nuestras bodegas en los últimos meses de la pasada campaña, para eludir tener que asumir el coste de la entrega a una destilación sin retribución. Primero con precios tan incomprensibles como los treinta y un céntimos de euro el litro a los que se exportaron en agosto novecientos mil hectolitros de vino sin indicación geográfica o varietal a granel. Y luego con campañas en cadenas de distribución de implantación nacional con precios que muchas bodegas califican de “a pérdidas”.

La cuestión está en saber si son las cadenas las que lo están haciendo por debajo del precio de adquisición, o son las propias bodegas las que, acuciadas por cuestiones como tener que pagar la uva en un plazo máximo de treinta días, y ante la imposibilidad de acceder a líneas crediticias, se ven obligadas a vender sus vinos a cualquier precio con tal de cobrar en efectivo.

Sea como fuere, lo que está bastante claro es que nos en enfrentamos a un grave problema que deberemos solucionar de una forma conjunta. En el que no valen acciones individuales, ni son posibles resultados inmediatos. Son cuestiones que no son nuevas, de las que llevamos muchos años siendo conscientes y sabemos cuál es el único camino posible para superarlas. Y aunque en los últimos tiempos se han producido grandes avances en esta línea y es posible albergar la esperanza de que se vayan haciendo cosas, los resultados tardarán en llegar. Y mientras llegan, tenemos que ser conscientes de que hay que ir haciendo frente al día a día, por lo que no nos deberíamos sorprender al encontrarnos con situaciones como las descritas anteriormente. Lo que hay que tener presente es que tenemos un objetivo perfectamente definido, un plan pormenorizado establecido y una apuesta decidida por llevarlo a cabo; lo demás son los costes colaterales que deberemos ir sorteando como mejor podamos conforme se vayan presentado.

Tenemos calidad y volumen para poder hacerlo. Contamos con ayudas de la UE, que nos facilitan su ejecución. Elementos paralelos como el turismo, la gastronomía, o la imagen de país; que nos dan ventaja. Y lo que todavía es más importante: no tenemos más alternativa, hay que adaptarnos a los consumidores manteniendo nuestras señas de identidad y llegar a ellos con los medios y lenguajes acordes a los tiempos.

Un gran reto por delante

Las previsiones macroeconómicas formuladas por todos los organismos internacionales para el último trimestre de este año y todo 2015 ponen a España a la cabeza de la economía europea, señalándolo como el país que más crecerá y como la nación que deberá tirar de una Unión Europea, que muestra síntomas de debilidad con graves riesgos de recaída en una tercera etapa de crecimiento negativo. A pesar de ello, nuestra economía, y especialmente el sector vitivinícola, pueden verse afectados muy negativamente por esta situación, si no sabemos hacer bien las cosas.

La exportación y el turismo, más bien en orden inverso al que se han citado, son los dos grandes pilares sobre los que estamos recuperándonos. Contar con un mercado con la suficiente capacidad económica para adquirir nuestros productos, tener clientes que dispongan de dinero para comprar nuestros vinos, no es un deseo sino una imperiosa necesidad, si queremos seguir creciendo.

Elaborar más o menos. Hacerlo a un precio u otro. Y vender a precios más bajos o menos que nuestros competidores. Son todo cuestiones transcendentales para aspirar a tener éxito; pero no suficientes. Sabemos, porque así lo ponen de manifiesto todos los estudios de mercado que se han elaborado, que el vino español está muy bien considerado por su nivel de calidad, pero el precio que se está dispuesto a pagar por él está muy lejos del que perciben nuestros socios-competidores italianos o franceses. Contar con unos clientes que mantengan su renta disponible con la que poder seguir acercándose al mundo del vino es muy importante para todos, pero especialmente para un país como el nuestro, que exporta casi dos veces y media lo que consume dentro de sus fronteras.

Claro que también lo podríamos ver como una excelente oportunidad. Si seleccionan más lo que compran, es posible que consigamos hacerles entender que nuestra calidad puede competir sin ningún complejo con esos vinos que tradicionalmente han comprado. Y si nosotros hacemos un esfuerzo por mejorar nuestra presencia con campañas genéricas, presentaciones, mayor presencia en las grandes cadenas de distribución y tiendas especializadas,… podemos hacer que lo que puede suponer una amenaza para lo que es nuestra tabla de salvación (la exportación), nos fortalezca y consigamos mantener cuotas de mercado y aumentar precios.

Con un gran futuro por delante

El pasado 23 de septiembre se reunía, por primera vez, la Organización Interprofesional del Vino en España (OIVE), al objeto de fijar sus objetivos prioritarios y definir el funcionamiento interno de la organización.

Con respecto a sus objetivos, resultan tan concretos como ambiciosos ya que si bien podrían resumirse en dos: recuperar el consumo interno del vino y mejorar la organización y coordinación del sector; cualquiera que conozca medianamente este sector sabe que son tanto como querer darle la vuelta a todo lo que, hasta ahora, ha sido.

La falta de coordinación entre los distintos productores, los industriales y la distribución es tal que parece que lo que es bueno para unos tiene que ser, obligatoriamente, a costa de los otros. Que no hay posibilidad de establecer una organización sectorial que permita fijar objetivos comunes y acciones conjuntas que aprovechen las sinergias de cada parte.

Con la creación de la OIVE se inicia una etapa llena de esperanzas y buenos deseos que confiemos tenga mejor desarrollo del que han tenido hasta ahora los anteriores intentos que a nivel regional ha habido.

Comenzar por asumir que tradición no es sinónimo de calidad, ni de valoración de un producto o una zona de producción; podría ser un buen inicio para entender que hay que cambiar, adaptarse a un mercado y unos consumidores que son muy diferentes a los de hace tan solo unas décadas y que hablan un lenguaje distinto.

Utilizamos el término tradición como si con él quisiéramos justificar lo que hacemos. Y en la mayoría de los casos, lo único que estamos queriendo argumentar es por qué no hacemos nada por cambiar las cosas. Nos mantenemos inmóviles ante pérdidas de consumo que han dejado al vino como una bebida residual, reservada a ocasiones especiales, sacándola de nuestra cotidianidad. Intentamos justificar que los que deben cambiar son los consumidores, que ellos son los que se han alejado de forma temeraria de una bebida que forma parte de su acervo cultural. Pero olvidamos que la cultura de un pueblo se escribe con su comportamiento colectivo y no se le puede imponer.

Recuperar el consumo interno mediante campañas de promoción del vino. Qué bonito suena, pero qué poco dice.

Consumimos menos de nueve millones de hectolitros en España, tenemos que exportar a un precio que apenas supera el euro por litro más de veinticuatro millones de hectolitros para eludir medidas de intervención en el mercado tan dolorosas como la destilación obligatoria que el sector tuvo que acordar con el Magrama ante los momentos tan difíciles que atravesaba con precios en picado; y en la que solo la incapacidad financiera del Ministerio le obligó a mantenerse firme en su propósito de que fuera el propio sector el que se autorregulara.

Recuperar el consumo interno más que un objetivo, parece una necesidad para la supervivencia. Pero una necesidad que no es nueva, que llevamos sufriendo muchos lustros y de la que llevamos viendo venir sus consecuencias desde hace más tiempo todavía. Y hemos sido incapaces de hacer nada cuando había recursos y apoyos institucionales para hacerlo.

Ahora tenemos una nueva herramienta para intentar sacar adelante esta tarea. ¿Tendremos suficiente paciencia para mantenernos firmes en el objetivo y el camino que nos marquemos? ¿Habrá suficientes recursos para hacer frente al coste que suponga? ¿Los personalismos darán paso al sentimiento de colectividad y bien común?

Por nuestro propio bien, espero que sí. Quiero pensar que hemos tocado fondo, que no podemos caer más abajo y que a partir de aquí solo queda mejorar. Dejémosles trabajar y mantengamos una crítica constructiva. Es lo que se nos exige a los demás.

Adiós a la destilación, ¿una buena noticia?

Hace ya algunas semanas anunciábamos que el simple hecho de elaborar un Real Decreto de comercialización, aprobado la pasada semana, por el que el sector era el único responsable de ajustar su producción a la demanda del mercado y, en consecuencia, el que debía correr con el coste que ello supusiera, alivió mucho la tensión que por entonces se vivía y “obligó” a los operadores a encontrarle acomodo a una producción para la que, hasta entonces, no existía salida y estaba tirando por tierra las cotizaciones.

Las bodegas, ante la disyuntiva de vender su vino barato o quemarlo en una destilación cuyos costes correrían a su cargo, eligieron la menos mala de las alternativas y se pusieron como locos a buscarle comprador. Resultando el mercado exterior el único con capacidad suficiente. Como así lo demuestran los “espectaculares” datos de exportación de julio, en el que se exportaron 1,38 millones de hectolitros de vino tranquilo a granel, un 64,4% más que el mismo mes del año pasado; destacando de manera sobresaliente lo sucedido con los varietales a granel, que aumentaron un 206,2%.

Hoy sabemos a ciencia cierta que, tras la reunión celebrada el pasado viernes del Magrama con el sector, la destilación no se va a producir, como ya adelantamos. Ahora queda analizar las consecuencias que ello tendrá en el futuro de nuestra industria.

Hacer del sector vitivinícola un colectivo maduro y responsable, consciente de que los problemas de sus excedentes deben ser resueltos por ellos mismos, no es ninguna tontería ya que de facto puede suponer el punto y final a ese recurso frecuente de que fuera la Administración la que le solucionara los problemas. Y aunque, posiblemente, de esto surja la necesidad de buscar la forma de llegar a algún tipo de Plan Nacional que permita equilibrar la oferta a la demanda, elevando los precios de los vinos, mostos y uvas; eso está por venir y confiemos en que no sea necesaria la aplicación de esta medida de destilación en ningún momento.

Lo que ya no está tan claro es que debamos sentirnos muy orgullosos de la forma en la que hemos resuelto este problema, ya que seguimos sin conocer cuál es el potencial de producción al que nos enfrentamos en España, nuestra única salida sigue siendo la exportación ante un mercado interno que sigue perdiendo mes a mes consumo; y la única razón por la que parece que conseguimos vender es en base a los bajos precios (0,39 €/litro los vinos sin indicación de origen -ya sea con indicación de variedad o sin ella-). Lo que debería hacernos reflexionar sobre si a esos precios somos competitivos o, por el contrario, no supone más que perder en cada litro que vendemos.

Una campaña tranquila

Decir que todo lo sucedido el año anterior con las cotizaciones, existencias, solicitud de medidas excepcionales, etc. podía haberse evitado con una buena planificación de la campaña, basada en unas estadísticas fiables y disponibles para el conjunto del sector en los primeros momentos de iniciarse la vendimia, podría ser un tanto exagerado, especialmente porque si por algo se caracterizan los mercados es por su variabilidad e imprevisibilidad. Ahora bien, restarle toda la importancia y llegar a considerar que el sector debe planificar su campaña sin información sobre estimaciones de producción está muy alejado de lo que, en mi opinión, es lo deseable.

Y aunque no sería fácil de demostrar, creo que la experiencia de lo sucedido en la pasada campaña y la coincidencia (dos millones de hectolitros arriba o abajo) de las estimaciones publicadas por las diferentes organizaciones y administraciones; es precisamente lo que está permitiendo que transcurra esta campaña 2014/15 sin muchos problemas.

Lo que no justifica que el Magrama, a día de hoy, 17 de septiembre, solo haya publicado una sola estimación de cosecha referida al mes de junio, cuando muchos racimos todavía no habían ni enverado y las lluvias, o falta de ellas (que no sé qué es más transcendental), no se habían producido.

Y aunque soy capaz de reconocer que pueda tener una cierta obsesión con este asunto, que me lleva a exigir información a quién no tiene más obligación que la comprometida con sus socios que son las que lo sostienen; creo que las diferentes administraciones tienen la obligación de facilitar un mínimo de herramientas con las que permitir que cada uno de nuestros viticultores y bodegueros tomen sus propias decisiones. Y la información contenida en las estadísticas me parece una de las más básicas.

El pasado 12 de septiembre el Consejo de Ministros aprobaba el RD 774/2014 sobre la norma de comercialización del vino por el que se establece la base jurídica para llevar a cabo una destilación obligatoria a cargo de los propios productores cuando las circunstancias del mercado así lo hagan necesario. Que no su aplicación, que solo se producirá tras la resolución de la Dirección General de Producciones y Mercados Agrarios tras la reunión con las organizaciones representativas del sector y que está anunciada para este viernes 19.

Su eficacia está por verse, ya que no se ha aplicado nunca. Pero el mero hecho de que su simple anuncio de aplicación haya hecho que muchas bodegas que pedían a gritos la intervención del Estado, alegando que ellas eran incapaces de encontrar una solución que pusiera fin a la sangría que estaban sufriendo los precios, y hayan podido acabar la campaña con unas existencias que la consejera de Castilla-La Mancha (prácticamente única zona productora afectada por la medida) calificaba recientemente de “normales” y anunciaba que muy probablemente no sería necesaria tal destilación; es en sí misma una prueba de su eficiencia.

¿Qué en algún momento será necesaria acogerse a esta medida extraordinaria y, atendiendo a existencias en bodega y rendimientos, retirar del mercado una cantidad considerable de producción? Pues seguro que sí. Pero de momento hemos demostrado que el sector puede solucionar sus propios problemas; y que si hubiésemos confiado más en nosotros mismos y menos en que “papá Estado” viniera a solucionarnos el problema, mejor nos hubiera ido; y posiblemente menos hubieran bajado las cotizaciones de nuestros vinos. Y para que esto suceda es necesaria la anticipación que solo las estimaciones son capaces de ofrecer.

Calidad, un requisito de mínimos

Los datos indican que ni con calidad, ni sin ella, nuestros vinos son valorados por los mercados exteriores. Que solo el precio parece ser un factor determinante a la hora de adquirirlos. Aseveración que podría llevarnos a considerar que todo vale, pues no hay quién esté dispuesto a pagar esa diferenciación. Apreciación alejada completamente de la realidad y que podría ocasionarnos importantes problemas si caemos en la tentación de creérnoslo.

Los datos de nuestras exportaciones son el único mercado en los que conocemos volúmenes y valores, ya que las estadísticas del consumo interno además de ser malas (por incompletas) resultan en algunas ocasiones inconexas e imposibles de contrastar. Un buen ejemplo lo tenemos en esta misma edición con los datos publicados por Nielsen en su informe mensual Market Trends España, cuya información referida al vino está muy lejos de los datos publicados mensualmente por el Magrama en su panel de consumo alimentario.

Pues a pesar de estos datos, sabemos que no es verdad. Puesto que la realidad es que la calidad ya hace mucho tiempo que en exportación y en mercado interior, ha dejado de ser un factor diferenciador para pasar a convertirse en un requisito de mínimos.

Y eso, en momentos como este en los que afrontamos una cosecha inferior a la del pasado año y a unos precios también más bajos, convendría tenerlo muy presente y no caer en la tentación de pensar que todo vale.

Las campañas empiezan y acaban, pero los mercados permanecen. Labrarse una imagen y valorizar los vinos no es cuestión de una campaña sino de muchas cosechas en las que ofrecer una calidad constante que nos permita granjearnos la confianza del consumidor.

Cualquier medida que vaya encaminada a mejorar el conocimiento y consumo de nuestros vinos es siempre bien recibida. Aunque esa ayuda solo pueda ir destinada a hacerlo en terceros países y no dentro de la Unión Europea; como es el caso de los programas de apoyo al sector en las inversiones de los programas de información y promoción. Si estas medidas se vuelven un poco más flexibles en su ejecución, reduciendo del 75% al 50% el grado mínimo de cumplimiento para no ejecutar el aval, pues mejor que mejor. Especialmente dado el alto número de planes que, ante la incapacidad de generar los recursos necesarios por parte de las bodegas con los que llevarlos a cabo en su integridad, han visto esfumarse los avales o garantías depositados.

¿Normalidad, qué es normalidad?

Aunque son muchos ya los pueblos españoles que han comenzado las tareas de vendimia, hablar de generalización quizá sea un tanto exagerado. No obstante, ya es posible comenzar a sacar algunas conclusiones sobre lo que puede acabar siendo la vendimia 2014/15, marcada por la vuelta a la normalidad de la cantidad y la calidad.

Todo eso suponiendo que alguien pueda definir “normalidad” con algún criterio objetivo y exento de la natural intencionalidad de la defensa de los intereses de quien formule esa definición. Sobre todo considerando el profundo cambio que ha experimentado (que está todavía hoy viviendo) el viñedo en nuestro país, y el sorprendente aumento de la productividad a la que parece nos abocará.

Pero si difícil resulta concretar el término en cuestiones cuantitativas, no les voy a contar lo que puede acabar siendo en las referidas a aspectos cualitativos, mucho más subjetivos y que abarcan un abanico inmenso de posibilidades.

Porque esas posibilidades, esos productos que es posible elaborar partiendo de la uva y que van mucho más allá del mosto o el vino; es otra de las cuestiones que más pronto que tarde tendrá que comenzar a plantearse la Interprofesional del sector vitivinícola español. Ya que coincidirán conmigo en que no es lo mismo cultivar un viñedo cuya producción va destinada a la uva de mesa, que a la vinificación. Pero que tampoco es lo mismo destinar la uva a mosto que a vino. Como no es lo mismo un viñedo para producir un vino para destilar, que uno para colmar las exigencias de los más exquisitos consumidores. Ni las variedades son las mismas, ni los sistemas de cultivo, ni los rendimientos, ni la vinificación, ni nada de nada. Por lo tanto, cuidado cuando hablemos de “normalidad”, porque esta es muy distinta según el destino de la producción.

¿Cuarenta y dos millones de hectolitros son muchos? Pues ni mucho, ni poco. Porque atendiendo al consumo de nuestro mercado interno es cuatro veces lo que necesitamos, y considerando nuestro mercado exterior, un poco menos del doble. Así es que será mucho o poco en función de la capacidad que tengamos de mantener nuestras exportaciones y recuperar nuestro consumo, pero sobre todo, de las necesidades que tengan nuestros principales compradores: Francia, Alemania, Portugal, Reino Unido o Italia, por citar los cinco primeros clientes de nuestro vino y que representan dos tercios de nuestras exportaciones; entre los que se encuentran los principales productores mundiales y cuyo destino no parece que sea el consumo de sus habitantes, sino más bien la reexpedición a otros destinos con sus marcas propias.

Durante la pasada campaña hemos tenido ocasión de reiterarnos en lo que ya sabíamos. Que el mercado exterior es muy rígido y que solo reacciona ante un cambio sustancial de los precios. Que está muy saturado y que para poder vender hay que quitar a alguien antes. Que la calidad es importante, pero que cuando se baja el precio parece no importar tanto. Que somos capaces de elaborar los mejores vinos, pero también de hacer brebajes con los que sonrojarnos. O que la figura del papá Estado, que venga a sacarnos del apuro cuando nos metemos irresponsablemente en él, ha desaparecido y cada vez nos encontramos más en un libre mercado en el que solo vale ser competitivo.

¿Pero somos conscientes de dónde queremos ir, qué producir, cuánto, a qué precio, en cuántas hectáreas, con qué rendimientos, de qué variedades…? Quizá cuando a todas estas y muchas más preguntas se les haya dado respuesta estemos en condiciones de hablar de “normalidad”. Hasta entonces, permítanme que cuestione todas las valoraciones que lo argumentan para valorar sus estimaciones.

¿Hemos aprendido algo?

Si hace una semana nos lamentábamos de que el sector no contara con ninguna estimación de cosecha de los organismos u organizaciones profesionales, hoy podemos decir que el Magrama ha hecho pública la suya, correspondiente al mes de junio. En la que cifra la próxima cosecha en 39.443.160 hectolitros.

Bueno, no es mala cosa. Al menos ya sabemos por dónde estima el Ministerio la cosecha, y aunque la fecha a la que está referida (junio) está muy expuesta a posibles cambios de gran consideración, tenemos una estimación oficial con la que comenzar a trabajar y que cada uno pueda, con sus ajustes, planificar la campaña.

Los acontecimientos del pasado año, con remolques aguantando largas colas a pleno sol hasta que la bodega o cooperativa tenía la posibilidad de darle entrada a su fruto, han obligado a tomar medidas que eviten se pueda repetir tales circunstancias.

Efectivamente, ni la cantidad es la misma, ni a las bodegas parece que les vaya a pillar por sorpresa la llegada masiva procedente de las hectáreas de viñedo vendimiadas a máquina. Pero, incluso así, prácticamente todas han establecido protocolos más o menos rigurosos por los que los viticultores deberán comunicar con la suficiente antelación el volumen que tienen previsto entregar y cuándo.

Norma que se une a la ampliación de la capacidad elaboradora que muchas bodegas y cooperativas han llevado a cabo a lo largo de este año y que va más allá de la misma producción, afectando a parámetros cuantitativos, como el de rendimientos, pero también a inversiones en equipos analíticos que diferencien cualitativamente el fruto y favorezcan la vinificación por separado dependiendo de las calidades.

Ahora habrá que confiar en que no solo esto sea lo que hayamos aprendido, sino que también tengamos la suficiente frialdad para estudiar lo que ha pasado con los mercados, cómo han reaccionado los precios a los diferentes volúmenes de vino ofertados y cómo se han comportado las exportaciones en volumen y valor.

Con más o menos fortuna, parece que la cosecha del “siglo” la vamos colocando, que aquella medida extraordinaria de retirada de un volumen considerable de cosecha del mercado ha dejado de ser necesaria en cuanto se estableció el procedimiento por el que se llevaría a cabo. Incluso se ha conseguido que el sector cuente con una organización interprofesional que permita abordar la recuperación del consumo en el mercado interno, incluso quién sabe, si la posible elaboración de un plan que establezca producciones y utilizaciones acorde a una estrategia común encaminada a valorizar nuestros productos generando marca.

Igual nos estamos haciendo mayores y hemos acabado entendiendo que no estamos solos y que los mercados son extraordinariamente permeables como para andar por ahí a pecho descubierto.

La publicación de las primeras tablillas (ver información de vendimias), hecha por Vinartis y Félix Solís en Valdepeñas recoge una cotización diferente entre aquellas uvas con más de trece grados y menos; así como una rebaja sustancial con respecto a las del pasado año.