Si hace unos días les anunciábamos que cumplíamos 70 años y que nos encontrábamos hechos unos chavales, llenos de ilusión y con grandes proyectos que nos permitieran seguir otros setenta años al frente del sector vitivinícola, apoyándolo y sirviéndole de altavoz a sus necesidades y logros alcanzados. Hoy nos llena de orgullo presentarles el primer monográfico, un número que intenta analizar en profundidad temas de actualidad para el sector y ofrecer las diferentes alternativas que se nos presentan.
Y como estamos hablando de futuro, hemos querido que el tema elegido para abrir esta serie de monográficos sea el que más preocupa a nuestro sector, en el que más nos jugamos y sobre el que más tendremos que trabajar en los próximos lustros, ya que en él se encuentra una buena parte de nuestras posibilidades de éxito.
Sabemos que contamos con excelentes vinos, elaborados por cualificados técnicos y provenientes de históricos viñedos. Pero somos conscientes de que esa calidad ya no es suficiente, que no es ahí donde se encuentra su valor añadido, sino en la capacidad de acceder al consumidor con nuestra propia marca y ser capaces de generar fidelización. Algunos bodegueros ilustres y con la cabeza muy bien amueblada se han atrevido a declarar públicamente que el sector del vino español debía evolucionar rápidamente de los graneles hacia los envasados y que solo de esta manera sería posible la subsistencia y el futuro de nuestros viticultores y bodegueros.
Y a tenor de los últimos datos de exportación, correspondientes al mes de noviembre de 2014, pero que no hacen sino corroborar lo que ya viene sucediendo desde mediados de año, y lo que ha sucedido el año anterior, y el otro, y el de más allá… Y que no es otra cosa que nuestro principal argumento de venta solo es el precio, el bajo precio de nuestros vinos. Estoy de acuerdo con que habrá que incrementar el precio medio que, para quien no lo sepa, en dato interanual se sitúa en 1,15 €/litro (-19,9%), pero que si entramos en desgloses, los graneles se venden a 0,41 €/litro (-34,5%) frente los 2,06 €/litro (-3,4%) al que lo hacen los envasados. Parecen argumentos más que justificados para pensar que debemos envasar nuestros vinos.
Aunque llegar a conseguirlo no sea, ni muy fácil, ni rápido, ni deba hacerse de una única manera. Como así lo demuestran los mercados, definidos por unos consumidores cuyos hábitos de compra, momentos de consumo, preferencias, expectativas, lugares de compra,… han cambiado mucho y lo van a seguir haciendo en los próximos años.
Conocer las diferentes alternativas que se nos presentan a la hora de envasarlo, cerrarlo, etiquetarlo,… son cuestiones prioritarias que debemos conocer y sobre las que en este primer número monográfico sobre packaging hemos querido abordar con la independencia y profundidad de un medio especializado.
En los planes de estudio se nos exige cada vez más especialización, en la comunicación concreción, en la industria sencillez ¿y en nuestra definición de los vinos que elaboramos, para quién lo hacemos, en qué tipo de mercado se van a vender, a qué precio, en qué formato, con qué presentación,…?
Podemos gastar el dinero que queramos en intentar desplazar a un vino francés, italiano, australiano o chileno de los lineales de los principales mercados. Lo podemos hacer de la mano de una marca paraguas como una denominación o individualmente. Pero si no hemos estudiado ese mercado, sus consumidores y nuestras posibilidades (que no sirven para todo), las posibilidades de éxito serán muy bajas y el esfuerzo altísimo.
Conocer e informarse parecen dos requisitos imprescindibles.