Los datos del paro del mes de marzo han sido espectaculares, los mejores de la serie histórica, con más de ciento sesenta mil nuevos empleos y sesenta mil puestos de trabajo más. La bolsa está en máximos. La obra pública creció el pasado año más de un cuarenta por ciento… y por si nada de todo esto fuera suficiente, la deuda pública, que antes debíamos colocar con tasas de prima de riesgo propias de países en bancarrota, ahora nos la demandan a intereses negativos. Hasta el vino presenta en sus datos de exportación valores históricamente buenos, con crecimientos que rozan el veinticinco por ciento. Está claro que vivimos un momento económico de grandes oportunidades que deberemos saber aprovechar.
Por si eso fuera poco, nuestro calendario electoral está que arde, casi no hay un trimestre en que no vayamos a tener la oportunidad de ejercer nuestro derecho al voto. Momento de especial sensibilidad de los políticos que les acerca a los problemas más mundanos, mostrándose especialmente receptivos a unas demandas cuyos compromisos no siempre son cumplidos.
Aunque, en todo este parabién de situaciones, yo en echo en falta alguna relacionada con el aumento del consumo de vino en nuestro país. Es reiterativo, lo sé, pero es que este momento no se puede dejar escapar. Se da la práctica conjunción de todos los planetas para que tomemos medidas encaminadas a recuperar un consumo en el que llevamos muchas décadas conformándonos con que la pérdida sea poca de un año a otro.
Disponemos de suficiente información como para diseñar, y poner en marcha, campañas para informar y formar (única forma posible de atraer nuevos consumidores), y contamos con organizaciones cuya misión principal es esa. Hay políticos necesitados de mostrarse receptivos a nuevas ideas que les acerquen a los problemas de un sector con tan gran arraigo social. Existen serios y profundos estudios que nos orientan sobre lo que buscan estos nuevos consumidores, poniendo de manifiesto las grandes diferencias existentes con aquellos otros de consumo diario y en el hogar que hemos perdido.
¿Qué tiene que pasar entonces para que hagamos algo? ¿Esperar a que sean otros los que lo hagan por nosotros? Así creo que vamos mal. Hay que tomar la iniciativa. Transformarnos en ejemplo para otros productos agroalimentarios que lo llevan haciendo mucho mejor que nosotros con un futuro esperanzador.
Tenemos que tomar las riendas, porque los detractores de nuestro sector están ahí, amenazando con limitar o disminuir las campañas de promoción, señalando al vino como responsable de problemas sociales tan importantes como el alcoholismo entre los jóvenes, utilizándolo como moneda de cambio en las relaciones comerciales aumentando las accisas o eliminando las ayudas. Decir que el tiempo se nos acaba sería, sin duda, un tanto exagerado, pero afirmar que disfrutamos de un magnífico momento que no sabemos cuándo volveremos a disfrutar es una realidad incuestionable.
Abrir nuevos mercados es lento y muy costoso, valorizar el producto y alcanzar tasas de valor añadido aceptables solo está al alcance de unos pocos. Pero mejorar nuestro posicionamiento en los mercados locales, de proximidad, facilita mucho las cosas. Algunos expertos en mercados exteriores señalan la evolución del granel hacia el envasado como la única (o casi) vía de mejorar nuestro valor, poniendo como ejemplo a países con tanto peso en los mercados como Italia. Pero obvian, quizás porque es mucho más complicado de cuantificar, las razones cualitativas que nos han posicionado como primer país del mundo en extensión, producción y exportación; nuestro bajo consumo interno y la tipicidad de nuestros vinos, muchos de ellos elaborados para destilar o exportar con restituciones. Bajos rendimientos y bajos precios, no dan muchas alternativas. Romper este círculo es vital si queremos mejorar el valor de nuestros elaborados y para ello nada mejor que empezar por lo más cercano, lo que menos recursos requiere y que necesita menos explicaciones.