Tomar la iniciativa

Los datos del paro del mes de marzo han sido espectaculares, los mejores de la serie histórica, con más de ciento sesenta mil nuevos empleos y sesenta mil puestos de trabajo más. La bolsa está en máximos. La obra pública creció el pasado año más de un cuarenta por ciento… y por si nada de todo esto fuera suficiente, la deuda pública, que antes debíamos colocar con tasas de prima de riesgo propias de países en bancarrota, ahora nos la demandan a intereses negativos. Hasta el vino presenta en sus datos de exportación valores históricamente buenos, con crecimientos que rozan el veinticinco por ciento. Está claro que vivimos un momento económico de grandes oportunidades que deberemos saber aprovechar.

Por si eso fuera poco, nuestro calendario electoral está que arde, casi no hay un trimestre en que no vayamos a tener la oportunidad de ejercer nuestro derecho al voto. Momento de especial sensibilidad de los políticos que les acerca a los problemas más mundanos, mostrándose especialmente receptivos a unas demandas cuyos compromisos no siempre son cumplidos.

Aunque, en todo este parabién de situaciones, yo en echo en falta alguna relacionada con el aumento del consumo de vino en nuestro país. Es reiterativo, lo sé, pero es que este momento no se puede dejar escapar. Se da la práctica conjunción de todos los planetas para que tomemos medidas encaminadas a recuperar un consumo en el que llevamos muchas décadas conformándonos con que la pérdida sea poca de un año a otro.

Disponemos de suficiente información como para diseñar, y poner en marcha, campañas para informar y formar (única forma posible de atraer nuevos consumidores), y contamos con organizaciones cuya misión principal es esa. Hay políticos necesitados de mostrarse receptivos a nuevas ideas que les acerquen a los problemas de un sector con tan gran arraigo social. Existen serios y profundos estudios que nos orientan sobre lo que buscan estos nuevos consumidores, poniendo de manifiesto las grandes diferencias existentes con aquellos otros de consumo diario y en el hogar que hemos perdido.

¿Qué tiene que pasar entonces para que hagamos algo? ¿Esperar a que sean otros los que lo hagan por nosotros? Así creo que vamos mal. Hay que tomar la iniciativa. Transformarnos en ejemplo para otros productos agroalimentarios que lo llevan haciendo mucho mejor que nosotros con un futuro esperanzador.

Tenemos que tomar las riendas, porque los detractores de nuestro sector están ahí, amenazando con limitar o disminuir las campañas de promoción, señalando al vino como responsable de problemas sociales tan importantes como el alcoholismo entre los jóvenes, utilizándolo como moneda de cambio en las relaciones comerciales aumentando las accisas o eliminando las ayudas. Decir que el tiempo se nos acaba sería, sin duda, un tanto exagerado, pero afirmar que disfrutamos de un magnífico momento que no sabemos cuándo volveremos a disfrutar es una realidad incuestionable.

Abrir nuevos mercados es lento y muy costoso, valorizar el producto y alcanzar tasas de valor añadido aceptables solo está al alcance de unos pocos. Pero mejorar nuestro posicionamiento en los mercados locales, de proximidad, facilita mucho las cosas. Algunos expertos en mercados exteriores señalan la evolución del granel hacia el envasado como la única (o casi) vía de mejorar nuestro valor, poniendo como ejemplo a países con tanto peso en los mercados como Italia. Pero obvian, quizás porque es mucho más complicado de cuantificar, las razones cualitativas que nos han posicionado como primer país del mundo en extensión, producción y exportación; nuestro bajo consumo interno y la tipicidad de nuestros vinos, muchos de ellos elaborados para destilar o exportar con restituciones. Bajos rendimientos y bajos precios, no dan muchas alternativas. Romper este círculo es vital si queremos mejorar el valor de nuestros elaborados y para ello nada mejor que empezar por lo más cercano, lo que menos recursos requiere y que necesita menos explicaciones.

Ahora la leche, y el vino ¿cuándo?

Tener una perspectiva alejada de lo que está sucediendo ayuda en muchas ocasiones a ver mejor los problemas y, especialmente, a tener un visión a largo plazo sobre lo que puede acabar sucediéndonos, mucho más enfocada. Aunque los del vino siempre nos hemos creído algo especiales. Hemos luchado, y conseguido hasta ahora, tener una legislación propia y una concepción de producto que va mucho más allá de sus estrictas características físicas, pero convendría no olvidar que cada vez son más los que están empeñados en que esto deje de ser así.

Ya sé que la leche tiene bien poco que ver con el vino, salvo que se trata de dos productos de los que conforman la Dieta Mediterránea. Aunque precisamente por eso, me ha llamado tanto la atención que la, tan polémica, cuota láctea, haya pasado a la historia desde el 1 de abril. Poniendo fin a un periodo de treinta años, en los que ha provocado graves problemas en un sector tan débil y que se caracteriza por una grandísima oferta y una escasa distribución. A partir de ahora imperará la ley de la oferta y la demanda, y los ganaderos deberán acomodarse a ella.

Por otro lado el recién nombrado presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, no se cansa de repetir que una de sus máximas prioridades es la simplificación de la norma, la reducción de un acervo legal comunitario que complica mucho su interpretación y la aplicación de la libre circulación de personas y mercancías que preside la esencia de esta institución. Por no hablar de los graves problemas que tienen algunos gobernantes para explicar en sus respectivos países su aportación a las arcas de una Unión Europea, que en su opinión mantiene políticas económicas de una época pasada, basada en la subvención de la producción y que debería evolucionar hacia la libertad de mercado y la competitividad.

De momento, el sector del vino mantiene su propia OCM, la dotación a los Planes de Apoyo Nacional, Pagos Únicos y regula, de alguna manera, con los derechos o futuras autorizaciones administrativas, la producción. Al tiempo que anima sus operadores a adaptarse a los mercados, lo que les obliga a conocer mejor los mercados y salir fuera a vender.

En España, aún afectados por todas estas circunstancias, tenemos que afrontar un importante reto, que es la valorización de nuestros vinos. No solo hay que recuperar un consumo interno hundido, sino que, además, lo que vendemos fuera lo debemos hacer a un precio mucho más alto si queremos tener futuro.

No sé si la leche y el vino se parecen mucho. Hasta dónde pueden llegar sus similitudes y diferencias. Pero sí sé que las cosas están cambiando a marchas forzadas, que nada es lo que era y que el modelo económico de los próximos años se caracteriza por unos recursos financieros limitados. La reconversión del modelo productivo es imparable y, más tarde o más temprano, acabará afectando a nuestro sector en lo que hasta ahora ha sido su línea de flotación.

Un buen momento que aprovechar

Visto lo sucedido en las últimas elecciones andaluzas, y considerando la sensibilidad con la que los partidos políticos deben afrontar el futuro a medio plazo, con un calendario electoral bastante apretado; convendría comenzar a poner un poco de orden en las prioridades del sector, a fin de poder demandarles a nuestros electos candidatos un compromiso concreto con la vitivinicultura.

Se me ocurre que podría ser un buen momento para dar el empujón final a la Interprofesional del Vino, que no termina de arrancar, haciendo realidad unos objetivos que, escasos y realistas, se están antojando complicados, dadas las grandes dificultades que están encontrado a la hora de dotarse con los recursos necesarios con los que disponer de una mínima infraestructura para poder empezar a trabajar por esas metas de transparencia, información, unas relaciones contractuales basadas en la determinación de unas recomendaciones mínimas en todos los contratos o en su homologación y la recuperación del consumo interno que propugnaban sus estatutos.

O que, tal y como parece, se ponga en marcha un nuevo sistema de declaraciones mensuales obligatorias que nos permitan conocer con exactitud la realidad de nuestras producciones y existencias, con las que poder tomar decisiones empresariales y definir estrategias encaminadas a poner en valor la producción mediante mecanismos de regulación que posibiliten ajustar la oferta a la demanda.

Incluso que la Ley de Prevención del Consumo de Alcohol por Menores acabe por reconocer la diferenciación del vino del resto de bebidas alcohólicas, y sea considerado como un alimento de nuestra Dieta Mediterránea, y el propio sector pueda extender el código de autorregulación que lleva aplicando desde hace varios años con su campaña Wine in Moderation, permitiéndosele seguir apostando por la información y la formación, frente a la prohibición y la persecución.

Ellos, nuestros políticos, saben hacerlo. Y lo han demostrado recientemente con la aprobación, sin ningún voto en contra, del Proyecto de Ley sobre las Denominaciones de Origen e Indicaciones Geográficas de ámbito territorial supraautonómico que afecta a Cava, Jumilla y Rioja en el sector vitivinícola. Con la que se persigue garantizar al consumidor una información adecuada y veraz, consolidando la separación entre los organismos de representación y gestión, frente los de control. Siendo el modelo de vino de pago calificado el gran damnificado de este acuerdo.

No obstante, tanto estas como aquellas otras denominaciones e indicaciones de calidad de ámbito autonómico tienen por delante un arduo trabajo en el que deberán hacer grandes ejercicios de autocrítica que acaben por concretar aspectos tan fundamentales como la propia definición de lo que es una indicación de calidad y lo que percibe y aspira a encontrar el consumidor cuando compra un producto amparado por alguno de estos sellos.

Diferenciar entre control y gestión es un paso importante en la garantía que se le ofrece al consumidor. Pero concretar la función que debe desempeñar un Consejo Regulador, como garante de unos parámetros comunes, con lo que ello representa de restricciones para sus bodegas, o elemento comercializador mediante el que acceder a los mercados de manera colectiva permitiendo aprovechar sinergias y recursos que puedan ser desarrollados por sus bodegas para la consolidación de sus marcas; es una definición en la que no todas las bodegas coinciden y sobre la que cada una de nuestras “labels” de calidad tienen una opinión diferente.

Unos principios cuestionados

El Magrama parece haberse tomado en serio el tema de la necesidad de información estadística que desde el sector le demandan, la última a través de la recién creada Interprofesional (OIVE), al menos a tenor del borrador de Real Decreto por el que se creará el Registro General de Operadores del Sector Vitivinícola (REOVI) y al que obligará a la presentación mensual de declaraciones de producción, entradas, salidas y existencias de vinos y mostos; mediante la creación de un Sistema de Información (INFOVI).

Dejando a un lado si su creación está más cerca del hecho de que hayan visto que sin esta información es imposible sacar adelante la Extensión de Norma con la que poder financiar la Interprofesional, o por la conciencia real de la necesidad que tienen los operadores del sector de contar con información actualizada de cuál es la situación del mercado; lo más importante es que avanzamos en el camino correcto. Aunque falte por ver cuál será la respuesta de las Comunidades Autónomas, entidades competentes en la tarea de recabar información y que la experiencia nos dice que no todas se han mostrado igual de diligentes. ¿Cabe la posibilidad de que el Ministerio se muestre firme en este tema? ¿Prevalecerán los intereses de la colectividad sobre los de unos pocos? ¿Cuál será la contraprestación que tendremos que pagar?

De momento, y según el borrador de proyecto presentado, a estos datos volcados informáticamente por los operadores, solo tendrán acceso el Magrama, las CC.AA. y cada uno de los operadores a sus propios datos. Lo que, en mi opinión, es bastante peligroso, ya que esta información nace más con un espíritu fiscalizador, que de utilidad y transparencia para el sector. No obstante, mejor no adelantemos acontecimientos. Confiemos en que esta información agregada pueda ser pública y consultada en la web del Ministerio o del organismo al que quede adscrita: FEGA o AICA.

Así, igual no tenemos que esperar hasta marzo para conocer las primeras declaraciones “provisionales” de producción de vinos y mostos de la campaña 2014/15 y llevarnos la sorpresa (si es que todavía podemos sorprendernos de algo) de que la cosecha ha sido de 43,4 millones de hectolitros, 38,2 de vino y 5,15 de mostos. Cifra muy alejada de aquellos 39,4 de la primera estimación de junio, pero incluso con una considerable diferencia sobre los 41,6 de la última estimación publicada por el Magrama y que se corresponde con la de noviembre.

Quince años y apenas hemos cambiado

Sin entrar en muchos detalles, que encontrarán en las páginas siguientes, parece que 26,56 millones de hectolitros vendidos en exportación es una cifra más que considerable que debería hacernos sentir muy felices. Con total independencia de si superaremos o no a Italia y logremos ocupar el primer puesto mundial. El mero hecho de vender más de dos veces y media lo que consumimos dentro de nuestras fronteras y recuperar, con creces, lo que perdimos el año anterior, es una excelente noticia.

Quizá mucho más de lo que en realidad representa; puesto que, sin quitarle ni un ápice de importancia al dato, deberíamos fijarnos también en lo sucedido con los precios, que han caído prácticamente en el mismo porcentaje en el que hemos incrementado nuestro volumen. Vamos que, hemos vendido un 25,5% más por prácticamente (-3,2%) el mismo importe. Pero nada de todo esto es nuevo, ¿o sí?

Sabíamos que las exportaciones, desde que bajamos los precios, iban como una moto (perdón por la expresión) y que Francia y Portugal habían vuelto a ver en España la bodega de la que abastecerse. Que Rusia también había vuelto a comprar en España, hasta que Estados Unidos comenzaba a dar síntomas de agotamiento con variaciones de un 0,6% en valor, pero una pérdida del 4,9% en volumen; eso sí, situándose a la cabeza de los países por precio unitario con 3,44 euros el litro.

Aquí la duda está en saber si seremos capaces de darle la vuelta a esta situación consiguiendo vender lo mismo e ir incrementando la facturación. Por lo visto hasta ahora, esto va a ser mucho más complicado de lo que desde algunas grandes bodegas nos cuentan. Tomando los datos de los últimos quince años, y aunque hemos llegado a los 1,44 y caído hasta el 1,00, el precio de 1,14 €/litro parece ser el que marca nuestras exportaciones de vinos. Con las salvedades propias que surgen de la gran diferencia existente entre el precio medio de los vinos con D.O.P. y envasados, que en 2014 fueron vendidos a 3,20 €/l; y el de los vinos sin indicación geográfica y a granel que fueron vendidos a 0,38 €/litro.

Y ahora, con estos datos en la mano podemos comenzar a discutir sobre las posibilidades que tenemos de cara a los próximos años. A valorar si lo sucedido en quince años es o no representativo de un sector que, a pesar de las cuantiosas inversiones de las que ha sido objeto, no parece que haya conseguido más (ni menos) que vender una mayor cantidad fuera de un mercado interior en el que cada vez se consume menos.

Claro que también podríamos centrarnos en los precios a los que se venden los vinos en el mercado interior (si los tuviésemos) y exterior y analizar si no es mucho más rentable vender fuera que dentro. O las posibilidades que presentan mercados muy concretos de cara a ir sustituyendo los vinos de menor precio por los de mayor valor añadido.

Incluso hasta podríamos llegar a plantearnos si lo que sucede con las exportaciones no es más que la única salida que le queda a un sector que abandonó su mercado más cercano y con el que le resulta muy complicado entenderse ahora.

Hasta los hay que consideran que del mismo modo que hay que ir tomando medidas para adaptarnos al cambio climático, habrá que ir asumiendo que hay que ir cambiando la mentalidad de subir más el precio por el de bajar más los costes de producción.

No sé, la verdad. Es posible que la solución no esté en una sola idea y que más bien sea el conjunto de todas ellas donde encuentre cada bodega, viticultor, zona de producción o tipo de vino, la solución. Pero a mí me parece que quince años son una buena muestra de tiempo como para pensar que las cosas vayan a cambiar a corto plazo.

Por la adaptación

Una de las preguntas que con mayor insistencia y profundidad se hacen los bodegueros es: ¿cómo llegar al consumidor?, ¿cómo llamar su atención, conseguir que pruebe su vino y, lo que todavía es mucho más difícil, que repitan? Lo que por otra parte, tampoco difiere mucho del interrogante de cualquier negocio o actividad empresarial, aunque en el caso del vino este venga precedido por una serie de condicionantes sociales que exceden, en mucho, sus propias características.

Si partimos de la base que, al igual que sucede con la comunicación, cada colectivo de consumidores son un mundo, con características que pueden llegar a hacer que lo apropiado para unos resulte perjudicial para otros. O que los recursos con los que cuentan nuestras bodegas son tan limitados que la imaginación es casi la única forma en la que tienen la posibilidad de encontrar la clave con la que suplir esas carencias. Parece bastante sensato pensar que lo más inteligente es estudiar y definir el consumidor al que me dirijo, averiguar cuáles son las cualidades de nuestros vinos que él más valora y resaltarlas.

Por ejemplo, Gerald Lawson, experto británico en vinos, asegura que sus compatriotas preferían los vinos elaborados con “uvas nativas”. Retomando así una vieja polémica sobre la necesidad de que España (al igual que lo han conseguido Estados Unidos con su Zinfandel; Sudáfrica con su Pinotage; Argentina con la Malbec; Chile con la Carménère o Nueva Zelanda con la Sauvignon Blanc; países todos ellos pertenecientes al bloque que hemos venido en llamar como “nuevos países productores” y en los que el modelo de denominaciones de origen apenas existe o tiene peso) se identifique con una o dos variedades autóctonas.

Claro que frente al debate de las variedades, los países tradicionales, fuertes en ese modelo de producción asociada a un terreno y unas características que identifica a los vinos por sus características que le son comunes en las indicaciones geográficas más o menos limitadas; se discute en el continuo dilema.

¿Pero quién me obliga a tener que decantarme por un modelo u otro? Por qué no apostar por los dos, según el mercado al que me dirija en función de si tengo o no capacidad para abarcar ambos. Por qué vinos solo de alta gama, cuando puedo producir vinos también de gran volumen y precio muy competitivo. Por qué vinos corpulentos, muy estructurados y difíciles de entender si tengo medios para hacer vinos ligeros y frescos.

El Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), organismo en el que parece que las administraciones públicas han trasladado todas aquellas responsabilidades que ellas como amalgama de los sectores productivos deberían desempeñar, acaba de hacer público el anuncio de la convocatoria para la realización de un estudio “Situación y estrategia del sector del vino español – Horizonte 2025”. Debería abordar este y otros muchos retos. Muy posiblemente sus conclusiones no difieran mucho de lo que imaginamos y concluyan que debemos diversificar y concretar los mercados y los productos con los que queremos ser competitivos.

A cada uno lo suyo

Que las noticias pueden contarse de muchas maneras, es algo de lo que sabemos bastante en este sector, caracterizado por dar una imagen que, en poco o nada, se asemeja a la realidad.Cualquier aficionado al que se le pregunte sobre lo que opina de nuestros vinos y la imagen que le transmiten sus bodegas, muy probablemente contestará de manera muy positiva. Es más, incluso un poco exagerada, llevado por la proliferación de marcas. Hasta incluso puede llegar a mostrarse agobiado por el gran número de referencias existentes y la constante aparición de otras nuevas lo que hace totalmente imposible estar al día.

Esa misma pregunta trasladada a una bodega, o profesional de la vitivinicultura, sería respondida, en la mayoría de los casos, de manera bien diferente. Los más optimistas destacarían las grandes posibilidades que tienen nuestros vinos en los mercados exteriores, como resultado de sus bajos precios y gran calidad. Los menos, preocupados por la pérdida del consumo interno, los bajos precios y la estrecha correlación entre volumen/valor que hace muy complicado aumentar los ingresos.

Sea como fuere, dos visiones totalmente distintas de una misma realidad. ¿Cuál de las dos es la correcta? Parece evidente que las dos.

Una porque describe la pluralidad de un producto que lleva en su propia concepción su penitencia, y que por la propia idiosincrasia de los españoles está haciendo que no aprovechemos totalmente los grandes recursos que estamos invirtiendo en llegar al consumidor para ganarnos su atención y fidelidad. La otra porque no hace sino describir una realidad a la que deben enfrentarse en su día a día y que tiene su reflejo en conflictos que superan en mucho a aquellos de índole profesional o empresarial y llegan a convertirse en verdaderos problemas sociales con graves repercusiones comarcales.

Y entre tanto, ¿qué hacemos desde los medios de comunicación?, se preguntarán sin no poca razón. Pues la respuesta, al menos para el que les habla, parece bastante clara. Los medios generalistas y dirigidos a los consumidores, seguir transmitiendo una imagen de progreso, calidad y grandes oportunidades; que al fin y al cabo todos tenemos suficientes problemas como para que nos vayan trasladando los de los demás. Los medios especialistas, resaltar aquello que estamos haciendo bien, poniendo la mirada en los aspectos que hay que fortalecer, pero sin olvidarnos de nuestras debilidades y asignaturas pendientes. E insistir, insistir e insistir, sobre la necesidad de abordar las oportunidades de manera colectiva, que al final de la cadena ya tendrá la oportunidad cada bodega de encontrar la forma de que sean sus vinos los que se vendan.

Así es que más noticias como esta del Magrama: “el subsector agroalimentario transformado ha mejorado sus exportaciones con un incremento del 2,2%, debido principalmente a la exportación de aceite de oliva, vino y carnes de porcino”. Aunque en ella se obvien los precios a los que vendemos, el formato en el que lo hacemos, la reacción que han tenido los mercados cuando hemos subido el precio, las muchas dificultades que tienen los consumidores para encontrar un vino concreto en un lineal cualquiera de una gran ciudad cosmopolita…

Parece bastante evidente que el pilar básico de nuestra economía en las próximas décadas va a ser el mercado exterior, donde el sector es fuerte y compagina perfectamente valor con imagen de calidad y país. Pero no olvidemos datos que resultan tan contundentes como el de nuestras exportaciones y que deberían hacernos reflexionar.

El sector cooperativo español, que concentra algo más del sesenta por ciento de la producción, no tiene ninguna cooperativa en el top 10 de las Cooperativas Vinícolas en la Unión Europea en 2014, según el Comité General de la Cooperación Agraria (Cogeca).

¿Y por qué no?

Que el consumo de vino ha cambiado mucho en España (pero no menos que en el resto del mundo) es fácil de comprobar a poco que se miren las estadísticas que periódicamente van publicándose. Que los mercados cada vez son más globalizados y que lo producido en un punto del mundo, especialmente Europa donde se concentran más de dos terceras partes de la producción mundial, es consumido al otro extremo (Estados Unidos ya es el primer país del mundo por consumo de vino) debe resultar tan evidente como lo del consumo.

Como no debería ser menos obvio que la necesidad es lo que ha llevado a nuestras bodegas a salir más allá de nuestras fronteras para vender unos vinos que antes les venían a comprar, como vienen demostrando las estadísticas de exportación desde hace ya muchos años.

Captar al consumidor americano, japonés, ruso o chino, se ha convertido en objetivo prioritario de cualquier bodeguero. Incluso de quienes tienen el poder de insuflar dinero al sector mediante las ayudas a la promoción; que bajo esta premisa idearon unos planes de promoción que dejaban fuera de ellas a los países de la Unión Europea.

¿Pero cómo hacerlo? La competencia es feroz, las dificultades para llegar directamente al consumidor, extraordinarias; y la concentración de la distribución en algunos de esos países es tan aplastante que hace prácticamente imposible acceder a ellos si no es con un gran esfuerzo de tiempo y dinero.

Buscar alguna forma de destacar, de sobresalir, de mostrarse diferente a los demás…, de ser original, parece la única manera de conseguir atraer la atención de los compradores. ¿Se es diferente elaborando los mismos vinos que a miles de kilómetros? Pues parece que no, y que potenciar las variedades autóctonas y, cuando menos, alcanzar la identificación variedad/país, es un requisito indispensable.

Ahora bien, que nadie intente aprovechar este argumento para justificar que las variedades internacionales, muchas de ellas reconocidas en nuestro país como “mejorantes”, no debieran emplearse o autorizarse por las Denominaciones de Origen. Los mercados son muy grandes y los consumidores muy diversos y la forma de llegar a ellos debe ir acorde a sus características y a nuestras posibilidades.

Los hay que menosprecian los concursos de vinos, otros tildan las guías como “prescindibles”, e incluso hay quienes se atreven a calificar las ferias del sector como un modelo desfasado de negocio. Pues bien, creo que se equivocan. Todas son herramientas mediante las que llegar al comprador, y todas ellas útiles en función de mi producto y tipo de consumidor al que me quiero dirigir.

El vino, esa duquesa trasnochada

Aunque muy posiblemente el problema lo tenga yo en mi falta de imaginación; no se me ocurre mejor forma de combatir el botellón y el alcoholismo de fin de semana entre los jóvenes que mediante la educación y la información. Aunque ello requiera mucha más imaginación e interés en solucionar este problema que en prohibir y sancionar.

Mi escasa experiencia y conocimiento de los jóvenes me lleva a pensar que están interesados en su cultura, que lo valoran como un objeto de deseo que está mucho más allá de su contenido alcohólico. Definiéndolo como una bebida de prestigio que aspiran consumir con mayor frecuencia cuando su capacidad económica se lo permita. Y aunque la consideran compleja y difícil de entender, la mayoría aspira a conseguirlo, pues considera que va parejo a su evolución personal y profesional.

Sabemos, y eso no es una opinión, que tenemos un serio problema con los jóvenes. Que la educación en los hogares dista mucho de aquella que le ofertaba un acercamiento paulatino y tutelado al mundo de vino. Y que todos debemos hacer grandes esfuerzos por acercarnos a esos nuevos consumidores. Y si no, ahí tienen la campaña de “Quien sabe beber, sabe vivir”, o la propia Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE), que fija entre sus objetivos prioritarios el de recuperar el consumo interno; y ya, a un nivel mucho más humilde pero igual de efectivo, las acciones desarrolladas por bodegas, denominaciones de origen, gobiernos regionales o restauradores.

Pero con esto no basta. Hay que hacer muchas más cosas, tener mucha más imaginación, lo que no siempre supone grandes recursos económicos y sí mucho más compromiso personal.

Y en esta semana tenemos dos excelentes ejemplos.

Una la llevada a cabo por la Asociación de Enólogos de Castilla-La Mancha en el IES “Andrés de Vandelvira” de Albacete, en el que treinta y tres alumnos de primero y segundo de Grado Superior de Procesos y Calidad Alimentaria han tenido la oportunidad de elaborar su propio vino y aprender a conocer lo que son algunas variedades, o distinguir jóvenes de crianzas de la mano de Luis Jiménez.

¿Esto es incentivar su consumo?, ¿propiciar el alcoholismo?, ¿incitar el abuso? Yo creo que no, que todo lo contrario. Esto supone respeto y admiración por una bebida que forma parte de nuestra tradición y cultura, pero especialmente por unos jóvenes a los que hay que formar y enseñarles unos principios sobre los que desarrollarse.

Otra la de David Muñoz del restaurante DiverXo, el cocinero más transgresor actualmente de la gastronomía mundial que se ha atrevido a ver el vino como un ingrediente más de su cocina, integrándolo en sus platos, rompiendo moldes, yendo contra corriente y desafiando a los más puristas de este sector (que los hay y muchos), que no han tardado ni un segundo en responder a sus propuestas de servir el vino en pipetas, cucharas, para beber con pajita, en una concha de ostra…

Claro que a todos ellos les pediría yo que me dijeran qué hacen ellos por el vino y, lo que en mi opinión es mucho más importante, por llevarlo hasta nuestras mesas y acercarlo a un consumidor al que han atemorizado, asustado, ahuyentado y expulsado con sus notas de catas, parafernalias de servicio, conocimientos y vocabularios. Pero debe ser que para mí el vino no es solo un lujoso vestido de alta costura, es mucho más casual, informal, atrevido…

Esperemos que dentro de poco llegue el momento de plantearse cómo y de qué forma afrontar la recuperación del consumo en acciones concretas. Serán necesarias ideas que vayan mucho más allá de meras campañas basadas en altos costes y cualquier idea e iniciativa que se adopte debería ser bienvenida.

Afrontar retos

Sería falso negar que en algunos momentos no nos surge la tentación de pronunciar aquella frase que no se debe decir nunca de “ya lo decía yo”. Especialmente cuando ves como otros intentan atribuirse haber sido los primeros en hacerlo. Afortunadamente, los medios escritos tienen estas cosas, y es que queda ahí para el resto de los días, permitiendo que cualquiera que esté medianamente interesado pueda hacer un seguimiento histórico. De cualquier, forma, lo más interesante no es quién lo ha dicho primero, y sí cuánto de seguimiento y asunción por parte del sector tienen tus palabras.

Con cierta razón (lo digo por las veces que me lo recriminan, algunas sarcásticamente y otras no tanto) me atribuyen una cierta obsesión con el tema de las estadísticas y la “opacidad” con la que quien es el responsable de mantener al sector informado, la Administración, trata este tema. Pero es que no hay forma de tomar decisiones sin información. Y una buena parte de esa información debe estar contenida en los datos de precios, superficie, producción, exportaciones, consumo, existencias,…

Nos lamentamos con cierta indulgencia de la falta de capacidad de nuestras bodegas para abrir mercados con mayor valor añadido, del bajo perfil de precio que presentan nuestros vinos en los mercados exteriores, del bajo consumo que tenemos en España y de los profundos cambios que han experimentado los hábitos de consumo. Incluso nos atrevemos a responsabilizar a los demás de ser incapaces de unirse para juntos afrontar estos retos, olvidando la escasa disponibilidad que tenemos nosotros mismos por hacerlo.

Afortunadamente las cosas están cambiando, y mucho, en el sector. Especialmente en la toma de conciencia de que “todos” vamos en el mismo barco, que no es posible evolucionar uno a costa de otro, que el crecimiento y los cambios los debemos hacer de manera conjunta y con una alta dosis de corresponsabilidad. Y aunque todavía existen algunas rémoras del pasado y tentaciones de aspirar a que sean “otros” los que nos solucionen nuestros problemas, ya parece que hemos asumido que cada uno debe hacer lo que le corresponde. El sector estudiar sus posibilidades y marcar objetivos y planes de desarrollo a corto, medio y largo plazo; y la Administración poner a disposición del sector el marco jurídico que permita disponer de las herramientas con las que hacerlo.

La recién creada Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) es un excelente ejemplo. Para todo. Para explicar cómo el sector ha tomado conciencia del papel que debe desempeñar en su futuro. Pero también, de cuáles son sus objetivos prioritarios: recuperar el consumo interno, diseño de estrategias de comercialización, contractualización sectorial, regulación de la oferta y la demanda, y fomento de la I+D+i; y la labor del Ministerio, coordinar y gestionar la información con la que hacer posible la aplicación de una extensión de norma que permita la financiación para alcanzar esos objetivos