El objetivo final de cualquier bodega parece cada día más claro que es el llegar al consumidor final, empleando todos los medios a su alcance. Aunque, conseguirlo no es tan fácil y se está revelando bastante más complicado para aquellas medianas bodegas que, sin volumen suficiente con el que generar los recursos financieros necesarios, se ven entre aquellos grandes grupos que marcan los precios de referencia de una categoría y zona de producción, y aquellos otros que con producciones muy reducidas, artesanales, se pueden permitir el lujo de considerar esta actividad más como un hobby que como un negocio donde la rentabilidad debe ser su principal objetivo si aspira a sobrevivir en el tiempo.
Que España cuenta con una estructura empresarial de un pequeño tamaño es algo evidente. Al igual que lo es que para la mayoría de estas bodegas cualquier acción comercial encaminada a dar a conocer sus vinos y abrir nuevos mercados está totalmente fuera de su alcance. El problema está en que, cada vez más, se confirma que el consumo de vino requiere de valores que van mucho más allá de la estricta calidad objetiva. Que los componentes de marca son muy importantes. O que la diferenciación resulta imprescindible.
¿Qué hacemos entonces?
No hay duda que la respuesta no es ni sencilla, ni puede ser para todos la misma. Y cada una de nuestras bodegas deberá encontrar esa forma en la que llegar al consumidor y hacer valer sus vinos. Ahora bien, ¿es que no hay nada que colectivamente pueda hacerse? Sin duda, y confiemos en que en los próximos meses veamos las primeras muestras de una acción globalizada encaminada a recuperar el consumo en España, hay muchas cosas que se pueden hacer.
Teniendo en consideración lo que han hecho en aquellas zonas de producción más recientemente incorporadas al mundo de la vitivinicultura, quizá debiéramos aprender que mucho más importante que contar con una gran obra civil que albergue nuestra prensa, nuestros depósitos, nuestra embotelladora, nuestras barricas… sería más importante tener un casa donde “recibir” a los invitados y compartir con ellos nuestros vinos.
¿Qué sentido tiene una bodega si no es el lugar donde nacen, crecen e incluso mueren los vinos?
¿Acaso alguno de nosotros no desea invitar a dónde vive a sus amigos y compartir con ellos su tiempo y su casa? ¿Y nuestros invitados? ¿Creen que no se sienten halagados de ser recibidos y atendidos?
No sé lo que para cada uno de ustedes será el vino. Desde luego, para mí es mucho más que un producto con el que presumir y hacer gala de mi posición económica o mis conocimientos vinícolas. Para mí es un alimento con el que disfrutar y, como tal, poderlo compartir con los que quiero.
Hace escasos días se celebraba el día internacional del enoturismo, una actividad que si bien muy desarrollada en los últimos años en nuestro país, todavía se encuentra a años luz de australianos, californianos o sudafricanos. ¿Es que acaso no tenemos nada que enseñar? ¿Nos avergonzamos de nuestra casa? ¿No consideramos a los clientes como amigos?
El sector del vino en España puede haber cometido muchos errores en las últimas décadas en los vinos a elaborar, su presentación y el lenguaje y mensaje empleado. Pero en lo que seguro no se ha equivocado es en elaborar un producto de una excelente calidad.
No saber venderlo, o no contar con los recursos suficientes para ir a buscar al cliente, es posible que sea una cuestión que no esté al alcance de todos poder resolver de inmediato, pero ¿invitar a su casa a los que voluntariamente se interesan por ir? ¿Unirse y confeccionar rutas atractivas que hagan interesante el desplazamiento desde lugares a corta y media distancia?
Me parece que esto es algo más que una cuestión de recursos económicos.