Hacia vinos de mayor valor

Cuarenta y dos millones doscientos dieciocho mil doscientos diecinueve hectolitros, esa es la producción española de la campaña 2015/16, según las declaraciones de producción publicadas por el FEGA el día 8 de abril. Un 2,59% en vino y 8,47% en mosto, menos que en la campaña anterior.

No está nada mal si consideramos que las estimaciones realizadas por el Magrama apuntaban hacia una cosecha ligeramente por encima de los cuarenta millones de hectolitros. O que en esta campaña los datos de los que dispondría el sector serían más actualizados y de mayor concreción gracias a las declaraciones mensuales que obligatoriamente deberían haber presentado los operadores.

Y todo para que estos (los operadores) dispusieran de una información más exacta que les permitiera huir de rumores y especuladores que encontraban en esta falta de información un excelente caldo de cultivo en el que desarrollar sus negocios.

Sobre cómo han ido evolucionando las declaraciones de producción, el comportamiento que en este asunto ha tenido la AICA (y que dista mucho de la postura que mantuvo durante la vendimia) y la evolución de las cotizaciones, especialmente como consecuencia de las exportaciones… Son temas sobre los que quienes tienen la responsabilidad en la materia deberían olvidar el período de interinidad en el que se encuentran y hacérselo mirar.

Como también deberían hacerse mirar lo que está sucediendo con la puesta en marcha de la OIVE (Organización Interprofesional del Vino Español) y su famosa extensión de norma que permita, de una vez por todas, ponerla en funcionamiento y comenzar a trabajar por recuperar el consumo y dotar de mayor transparencia al sector, dos de los principales objetivos que se planteaba tras su creación; y que, de momento, no ha conseguido ninguno de ellos.

Seguramente si esto hubiera funcionado como estaba previsto, los mercados no hubiesen variado mucho en sus comportamientos, los franceses hubiesen seguido sintiéndose amenazados por el vino español, derramándonos las cisternas en la frontera, y los precios recuperándose tímidamente.

Claro que, para conseguir recuperar los precios es imprescindible mejorar nuestras exportaciones, ya que en la actualidad suponen dos veces y media lo que consumimos en el mercado nacional. Lo que, dicho sea de paso, no significa que debamos renunciar a recuperar una parte del consumo interno que hemos perdido, consiguiendo situarnos en los mismos niveles que franceses, portugueses e italianos, a los que también les ha afectado una brutal pérdida de consumo pero que han logrado mantener en el entorno de los cuarenta y cuatro, cuarenta y uno y treinta y ocho litros por persona y año respectivamente. El doble de los poco menos de veinte de nuestro país, primero del mundo por extensión de viñedo y serio aspirante a convertirse en el líder mundial de producción.

Y es que, si observamos lo que ha venido sucediendo con nuestras exportaciones en esta campaña no podríamos sentirnos más satisfechos. Pues aunque es cierto que a excepción hecha de noviembre, durante el resto de meses la categoría de los vinos sin indicación de calidad y a granel (vinos que representan aproximadamente el cincuenta por ciento del total de lo que vendemos) han perdido volumen, han conseguido aumentar el precio medio. En la categoría más importante en valor, cual es la de vinos con D.O.P. y envasados, nuestras cifras son impresionantes: aumento en volumen, en valor y en precio medio durante todos los meses.

La UE, de nuevo, en evidencia

Que la Unión Europea hace agua por todas partes resulta evidente a poco que reflexionemos sobre cómo está resolviendo la crisis de los refugiados, cómo ha actuado con la crisis financiera, o los privilegios que está dispuesta a conceder a los países que considera de primera. Incluso tirar un poco de hemeroteca bastaría para comprobar que los mismos problemas que nos llevan a analizar este asunto desde una publicación como esta, especializada en el sector vitivinícola, vienen repitiéndose desde nuestra misma entrada en esta especie de club que tantas ventajas presenta, pero que está a años luz de conseguir ser una verdadera Unión Europea, donde impere el principio de libertad de circulación de personas y mercancías.

Pasando por alto que los únicos responsables de las barbaries que se cometen son los que las realizan y que no podemos, ni debemos, responsabilizar a las autoridades de las atrocidades cometidas por unos pocos energúmenos (de los que no nos libramos nadie). La vuelta a los ataques a las cisternas cargadas con vino procedente de España y el derrame de su mercancía nos devuelven a tiempos que creíamos superados y ponen de manifiesto que el hecho de ser el primer país suministrador de vino al país galo tiene algunos inconvenientes, especialmente económicos. Venderles 6,51 millones de hectolitros como hicimos en 2015 no parece que haya sido ningún problema, y mucho menos los que les enviamos con D.O.P. (2,2%), Envasados (5,26%), espumosos (3,28%) u otros vinos (12,12%) a unos precios de 2,2 €/litro, 0,73 €/l, 1,25 €/l y 0,66 €/l respectivamente. Todos ellos a años luz de los precios a los que venden los suyos, pero con escasa relevancia.

El problema está en los vinos a granel sin D.O.P., que en 2015 fueron el 77,13% (502.142.743 litros) de lo que les vendimos y a un precio medio de 0,32 euros litro. Claro que cuando el mercado interior es fluido y la producción propia va encontrando acomodo a precios que se sitúan, en esta categoría de vino, entre los 80 y los 90 euros hectolitro, no hay problema. Lo que sí sucede cuando, como en estos momentos en el que los precios están en el entorno de los 70 €/hl., no consiguen venderlos porque las bodegas embotelladoras o comercializadoras están abasteciéndose de vinos español a unos precios similares a los de año pasado.

El caso es que nada de todo esto es nuevo, los precios no son tan diferentes de los que se operaba hace unos meses, los volúmenes tan diferentes, ni los compradores otros que no lo hicieran ya. El “único” problema está en que antes los viticultores mantenían los precios más altos porque había mercado, y ahora el escaso movimiento comercial les está obligando a bajar sus cotizaciones hasta los 70-75 euros hectolitro y aun así les está costando vender.

Una apuesta por su futuro

Aunque no disponemos, todavía, de datos concretos sobre cuál ha sido el volumen exportado, o al menos comprometido en estos dos primeros meses del año; todo parece indicar que ha sido bastante. Tanto como para hacer reaccionar a unas cotizaciones que se mantenían anodinas ante el paso del tiempo y la publicación de informaciones que hacían referencia a existencias y producciones. El aumento de las cotizaciones y las diversas declaraciones procedentes de la producción anunciando un ajetreado comercio y unas disponibilidades bastante mermadas son dos buenos argumentos para creer el mensaje.

La duda viene ahora sobre si la reacción de los precios ha acabado, o por el contrario, seguirá su senda alcista en los próximos meses, confirmando la fortaleza de la propiedad. Cuestión que, en mi opinión, dependerá más de la evolución del viñedo de cara a la nueva cosecha, que de lo obtenido en la pasada vendimia. Salvo, claro está, que por alguna extraña razón el mercado exterior comenzara a tirar con gran fuerza de nuestras disponibilidades, dejados llevar por las estimaciones de producción en el Hemisferio Sur. Lo que, de momento, resulta poco probable, pero que visto lo visto, es mejor no descartar nunca, ya que este sector es de todo, menos previsible.

No obstante, deberíamos seguir insistiendo en la necesidad de reflexionar sobre lo que queremos para nuestro sector en un horizonte a medio plazo. Mantener el potencial de producción en las 958.697 hectáreas en la campaña 2014/15 con apenas ochenta y una menos que en la anterior, es un excelente dato si tenemos en cuenta que a nivel europeo se han perdido 23.338 hectáreas con respecto a la 2013/14. Lo que nos sitúa entre Francia, país en el que el potencial de superficie ha aumentado en 1.484 hectáreas, y lo que registran Portugal o Italia, donde 20.003 y 4.109, respectivamente, son las hectáreas de viñedo que cada uno de estos dos países han perdido.

Sacar la conclusión de que el sector vitivinícola español es un sector con una proyección de futuro positiva y con un tejido empresarial que sigue apostando por él, podría ser un tanto atrevido. Ya que también cabría la posibilidad de considerar que esta estabilidad tiene su origen más en la estructura familiar y tradicional de nuestros viticultores y mucho menos en la visión empresarial, donde más del sesenta y cinco por ciento de la producción se encuentra en manos de cooperativistas con una débil concepción empresarial.

Cuáles serán las consecuencias que esta estabilidad en la superficie tenga sobre la producción es otra de las cuestiones a analizar. Ya que, si bien lo deseable sería pensar que los viticultores lo que buscan es mantener los bajos rendimientos que históricamente nos han venido caracterizando (y en los que han encontrado justificación las calidades esgrimidas por muchas bodegas en sus vinos); también caben serías posibilidades de plantearse que lo sucedido en estos últimos diez años, en los que hemos perdido un cuarto de la superficie y aumentado un cuarto la producción, seguirá produciéndose en los próximos. Especialmente en aquellas hectáreas sujetas a planes de reconversión y reestructuración y que amenazan con entrar en producción en cinco o seis años llevando al potencial de producción por encima de los cincuenta o, incluso, cincuenta y cuatro millones de hectolitros.

Afortunadamente, lo que sí parece asegurado es que dispondremos de un volumen suficiente para garantizarnos la competitividad en todos los productos, desde los vinos de gran calidad, hasta aquellos destinados a mostos o la destilación para la obtención de alcoholes de uso de boca. Lo que nos lleva a dos cuestiones básicas sobre las que deberían trabajar nuestras administraciones: la exigencia legal de que sean estos productos los que se utilicen en la elaboración vitivinícola, y la conveniencia de encontrar el modo de disponer de una mínima planificación de la producción que garantice la rentabilidad.

Tres caminos irrenunciables

Al leer que la Conferencia Española de Consejos Reguladores Vitivinícolas (CECRV) ha puesto en marcha una campaña que bajo el nombre “Movimiento Vino D.O.” pretende revitalizar el consumo de vino entre los jóvenes; o que el consejero de Agricultura de Castilla-La Mancha, Francisco Martínez-Arroyo, apostará por el fomento de la cultura del vino, reconociéndola como prioritaria para poder valorizarlo; confieso que me invade una extraña sensación.

Por un lado, me satisface, enormemente, ver cómo desde organizaciones que, a mi juicio, son altamente representativas del sector vitivinícola español, coinciden con mi empecinamiento en la defensa de la cultura vinícola como vía irrenunciable para poder dar valor a nuestros vinos y salir de esta especie de maligna espiral en la que nos hemos involucrado. Convirtiéndonos en los suministradores de producto bueno y barato en los mercados internacionales.

Al mismo tiempo que renunciábamos a un mercado interior, ante los grandes esfuerzos que exigía nuestra adaptación a los nuevos hábitos de consumo y la superación de las numerosas muestras de desprecio que desde la producción se habían cometido con distribución y consumidores.

Claro que también los hay que, sin negar la importancia que el mercado interior debería tener en las campañas de comunicación y marketing de nuestras bodegas y organizaciones, lo consideran completamente insuficiente para para equilibrar una producción que solo en la exportación ha encontrado la colocación del producto en volumen suficiente.

No hay duda de que uno de los objetivos de nuestro sector para los próximos años debe ser el de proporcionar unos precios rentables a todos los componentes de la cadena de valor. O que esto no puede venir solo del mercado exterior o interior; y que solamente desde el análisis de la situación y toma de decisiones de manera conjunta será posible conseguirlo.

Recuperar siete millones de hectolitros en el mercado interior puede calificarse de utópico, irrealista si además pretendemos hacerlo mediante un consumo diario/cotidiano de vino. Pero soñar con que esos mismos siete millones de hectolitros, de los once y medio que exportamos a granel, sin indicación de origen o variedad y a un precio medio de 0,33 €/litro los vamos a convertir en vinos envasados o, aún sin serlo, elevar su precio hasta el euro por litro, no es menos ensoñación.

Está bien claro que la solución no pasa por uno u otro mercado, más bien por los tres, ya que a estos hay que añadir uno que cada día va adquiriendo más peso y está llamado a seguir haciéndolo. Me refiero al canal de venta directa, bien en bodega o vía internet. Y aunque cada vez las iniciativas que adoptan las bodegas de manera individual tienen más peso, las campañas colectivas siguen siendo imprescindibles y tanto la armonización de la recaudación de los fondos con los que llevarlas a cabo, como su realización, son más necesarios que nunca

Dos buenos ejemplos

Mientras las Denominaciones de Origen, a través de la Conferencia Española de Consejos Reguladores Vitivinícolas (CECRV), toma la iniciativa y aborda el grave problema del consumo de vino en España, poniendo el dinero necesario para realizar una nueva campaña, esta vez bajo el título: “Movimiento Vino D.O.”, con la que revitalizar el consumo de vino entre los jóvenes;   la puesta en marcha de una Organización Interprofesional del Sector Vitivinícola (OIVE) hace agua por todos los sitios y desinfla una aspiración histórica del sector con la que disponer de una mayor, mejor y más actualizada información. Así como una herramienta con la que ser capaz de realizar acciones conjuntas a favor del sector en su conjunto y que, básicamente, repercutan sobre la rentabilidad, transparencia y recuperación del consumo de vino en España.

Parecía que la firma del documento de constitución de la OIVE era un principio lo suficientemente sólido como para creernos que podía ser verdad. Que el sector vitivinícola español, por fin, tendría una Interprofesional que defendiera los intereses colectivos y dispusiera de recursos con los que ejecutar medidas encaminadas a su desarrollo. Es más, incluso el acuerdo alcanzado en la redacción de la extensión de norma, por la que se establecía el importe que cada uno de los operadores tendría que aportar, permitía pensar que se habían superado los recelos de épocas anteriores y la profesionalización del sector se había impuesto a posiciones dominantes de unos pocos.

Con lo que no contábamos era con que el organismo que menos tenía que decir en todo esto, el que se había hartado de animar al sector a que la sacara adelante, el que en todas las ocasiones que tenía aprovechaba para advertir que haría lo que el sector le pidiese que hiciera… Ese mismo organismo público, el Ministerio de Agricultura, sería el que acabara torpedeando su puesta en marcha.

Que haya empresas cuyos intereses se vean amenazados e intenten boicotear el proyecto es, hasta cierto punto, entendible. Que estos intereses se lleven hasta organizaciones empresariales dominadas por este tipo de empresas, también. Incluso, si me apuran, que algunas administraciones lo quieran utilizar para reivindicar aspiraciones políticas era previsible y sus técnicos demostraron suficiente cintura y habilidad para armar un mecanismo por el que minimizar sus consecuencias.

Pero que sea el propio Magrama el que, por inacción esté torpeando su puesta en marcha, permitiendo que aquellos que están obligados a cumplir con las obligaciones que emanan de nuestro ordenamiento jurídico no lo hagan, eso es, sencillamente, inadmisible. No es de recibo que el mismo organismo que se ha vanagloriado de amenazar públicamente a las bodegas en la pasada vendimia de hacer un seguimiento inquisitorial a quienes no cumplieran con la Ley de la Cadena de Valor, realice semejante dejación de funciones a la hora hacer cumplir la Ley y perseguir a quienes no se inscriban en el REOVI y realicen las declaraciones en el INFOVI.

En mi opinión, nos estamos jugando algo más que unas declaraciones, una información, un mejorar el valor de nuestras producciones o una Interprofesional con la que recuperar algo de nuestro consumo. Nos estamos jugando la misma esencia de un estado de derecho basado en la estabilidad jurídica.

Entre tanto, los Consejos Reguladores haciendo gala del buen hacer y el oficio de sus integrantes, y con mucho menos ruido, ponen el dinero, idean, desarrollan y ponen en marcha una campaña para abordar el mismo problema que la Interprofesional se plantea combatir entre sus objetivos prioritarios.

Dos buenos ejemplos de la voluntad de cada uno.

Falta sensibilidad

De una forma o de otra, parece que todo el mundo se ha vuelto contra el modelo de indicaciones de calidad. Un modelo que ha hecho posible llevar a los vinos europeos al top de los vinos en el mundo, que ha facilitado el acceso de los consumidores a un producto complicado en su elección y que, especialmente, ha significado una garantía de origen de máximo nivel, cuando los organismos certificadores estaban en otros productos muy alejados de los alimenticios.

¿Tenemos que hablar en pasado? Eso me pregunto yo cada día, ya que en estos últimos meses no hay día que no amanezcamos con algunas noticias que de una forma u otra cuestionan la continuidad del modelo o ponen de relieve algunas de sus más destacables carencias.

No hay ninguna duda de que el papel que han jugado en estos últimos cincuenta años en el mundo del vino ha sido fundamental, como tampoco que al modelo le pueden quedar muchos años de vida. Eso sí, hay que adaptarse a los nuevos tiempos, sistemas de control, consumidores, medios de comunicación, etc., etc.

Y aunque la Comisión Europea esté acostumbrándonos a un ir y venir en sus pretensiones, con documentos de trabajo iniciales que deben ser retirados y vueltos a plantear con políticas y visiones completamente diferentes. Eso debería, al menos a los del sector del vino, preocuparnos y alertarnos; ya que es un síntoma evidente de que la sensibilidad que antaño demostraba la Comunidad Económica Europea ha dado paso a un frío grupo de burócratas para los que las cuestiones de índole comercial y económica parecen haberse impuesto en la Unión Europea.

Hasta el momento, el sector puede presumir de ser el primero en haber echado atrás una propuesta de reforma de su Organización Común de Mercado, de haber conseguido levantar el veto impuesto por la todopoderosa China, o de obligar a la Comisión Europea a retirar el documento de trabajo inicial sobre las nuevas normas de comercialización de vino, que es lo último que ha sucedido la semana pasada.

¿Pero hasta cuándo seremos capaces de ir frenando estas iniciativas?

El sector se enfrenta a un consumidor con una visión del vino completamente diferente a la de sus padres y abuelos. Y debe luchar por conseguir llegar a él recuperando una parte del consumo perdido. Pero parece que también tiene un frente abierto en el ámbito político de la Comisión, y eso no es tan notorio.

Récord de exportaciones

Por más peros que se le puedan poner a nuestras exportaciones, no hay nadie que esté en disposición de renunciar a ellas, es más, ni tan si quiera de cuestionar su utilidad. Los más atrevidos llegan a plantearse la necesidad de ir dándoles la vuelta, trasladando una buen parte de lo que actualmente se exporta como vino a granel, hacia el envasado. Otros, algo más intrépidos si cabe, llegan a cuestionar a quiénes vendemos nuestros vinos y comienzan a denunciar que hay que cambiar la estructura comercial de las bodegas españolas para conseguir salir a encontrar compradores, en lugar de, como venimos haciendo hasta ahora, esperar a que llamen a nuestra puerta para comprarnos. Y todos, en eso sí coinciden, resaltan su importancia y las señalan como la única alternativa que presenta el sector ante un mercado interior hundido.

Incluso los hay que se esmeran en analizar lo que está sucediendo en el mercado interior con el consumo de vino, las grandes dificultades con las que se enfrentan las bodegas a la hora de llegar a los jóvenes, o el escaso número de ocasiones en las que se consume por semana y los valores que aspiran a encontrar los consumidores en cada botella cuando la adquieren.

El problema está en que esto, más que una vía de solución al endemoniado problema de excedentes que tenemos en España, se ha convertido en una especie de bucle que se retroalimenta y se va haciendo cada vez más grande sin que nadie sepa muy bien por dónde meterle mano. Hasta el punto de que se ha invertido la cadena de valor en la formación del precio y, lo que debía ser una actividad empresarial rentable para todos los integrantes del proceso, se ha convertido en una especie de “potro de tortura” en el que cada colectivo, conforme va alejándose del consumidor, asume una mayor parte de las pérdidas.

Y aunque los hay que, ayudados por la misma Unión Europea que les condiciona en sus actuaciones y les impide desarrollar campañas a favor de recuperar el consumo de vino, han optado por reestructurar sus viñedos y pasar a producir tres, cuatro o incluso cinco veces lo que producían, con el único fin de generarse ingresos suficientes que garanticen su supervivencia. Esa alternativa se demuestra totalmente inapropiada para la colectividad e incluso llega a poner en serio peligro la supervivencia del modelo tradicional vitivinícola español de calidad.

Producir a precio puede ser una alternativa para algunas bodegas y viticultores, pero nunca (en mi opinión) puede ser un modelo para un país, regiones o provincias como las españolas. Tenemos que entender que de la misma manera que en los años noventa los vinos españoles fueron ocupando el lugar que hasta entonces habían ocupado los italianos como productores de vinos con apenas valor añadido, llegarán otros que hagan lo mismo con nosotros. Y aunque hay quien, que de una forma muy optimista, piensa que eso sucederá cuando nosotros vayamos abandonando ese mercado porque vamos mejorando el valor añadido de nuestros elaborados; también los hay que consideran que las condiciones del mercado han cambiado, que nos enfrentamos a una saturación mucho mayor de la que entonces había, que los procesos se suceden de una forma mucho más rápida y que esta evolución supondrá que muchas hectáreas, bodegueros y cooperativas se queden por el camino. Y con ellos el papel medioambiental que representa en nuestra geografía el viñedo y su capacidad para la fijación de población al medio rural, que la mala situación económica vivida en estos últimos años ha ayudado a mantener a pesar de su rentabilidad negativa.

Si queremos felicitarnos por los datos de nuestras exportaciones, hagámoslo. Disfrutemos del momento. Pero seamos conscientes de que pende sobre nuestras cabezas como la Espada de Damocles.

¿Nos entendemos con el consumidor?

Siempre se ha dicho que no por más repetir las cosas son más reales. Y sin ánimo de cuestionar tal afirmación, también podríamos decir que las cosas que no se comunican no existen. No se asusten, que no tengo ninguna intención de aburrirles con disquisiciones filosóficas sobre la importancia de la comunicación, o el papel transcendental que jugamos en todo esto los medios. Eso lo dejo para encuentros más cercanos, cuerpo a cuerpo, en el que poder discutirlo. Me estoy refiriendo a algo tan sencillo como a lo que el sector del vino comunica, cómo lo hace, con qué lenguaje y de qué forma.

Es bastante evidente, al menos desde luego para mí, que el vino de hoy tiene muy poco que ver con el de hace unas décadas, no ya solo en cuestiones como los momentos y cantidades consumidas, sino incluso por sus propias características, eso que algunos se empeñan en llamar calidad e intentan justificar con contraetiquetas o precios más altos.

Lo que ya no tengo tan claro es si resulta tan evidente el papel que en este cambio han jugado las bodegas a la hora de “hablar” con los consumidores. Los cambios en las características técnicas de los vinos, sus envases, cierres, etiquetas, tamaños, lenguaje, promoción,… formas todas ellas en las que se entabla un diálogo con los consumidores y que muchas bodegas e instituciones se empeñan en circunscribir a los mensajes publicitarios, olvidándose de que su packaging y el responsable de recomendarles un vino son la forma más directa que tienen para establecer ese diálogo con los consumidores.

Cada vez son más los que “gritan” que los mensajes hay que actualizarlos, que los motivos por los que se adquiere una botella de vino han cambiado, que el momento de su consumo también; incluso el número de personas para las que va destinada una botella con el consiguiente efecto en su capacidad. Pero más importante que todo esto (que lo es, y mucho), es el superar de una vez por todas esos mensajes en los que tecnicismos y vocablos incomprensibles para la mayoría de las personas intentan convencernos de que el vino es algo que está mucho más allá del único motivo por el que un consumidor ha comprado una botella: pasar un buen rato, y si es posible, que se convierta en inolvidable.

El vino es eso: felicidad, placer, emociones, recuerdos…

¿Lo han entendido las bodegas, las organizaciones o las administraciones? Pues las hay que sí, pero todavía son muchas que no, que siguen empeñadas en hacernos saber de polifenoles, robles, resveratrol, suelos o viñedos.

Si no quieren escucharnos a nosotros, no lo hagan, pero sepan lo que dicen a los que más han reconocido mediante galardones por su labor en la recomendación de vino. Lean lo que dicen sobre lo que buscan los consumidores que hasta ellos llegan y verán como existe un gran entusiasmo por el mundo del vino, pero también un gran cansancio por la forma en la que se les está intentado convencer.

¿Quiénes somos nosotros?

Decir que una bodega, por emblemática que pueda ser, con su abandono de la Denominación de Origen, por notoria y representativa que resulte en los mercados, va a revolucionar el modelo y ponerlo patas arribas podría llegar a ser un tanto exagerado. Lo que, por otro lado, no impide que actúe como una espoleta y esté poniendo de manifiesto la necesidad de darle una pensada al modelo de Indicaciones de Calidad que tenemos y redefinirlo hacia algo que esté mucho más adaptado a los actuales mercados, demanda y conocimientos de los consumidores, así como a los medios de producción y técnicos con los que cuentan viticultores y bodegueros.

Cada día son menos los que mantienen la creencia de que los rendimientos son un parámetro de calidad. Cada vez es más evidente que hay viñedos con bajos rendimientos cuya calidad apenas alcanza la mediocridad, y otros con producciones muy por encima de la media, de los que se obtienen grandes vinos. Y lo mismo podríamos decir de variedades, zonas de producción, bodegas, etc. Y a pesar de ello, estos indicativos siguen siendo utilizados para ponerles límites a viticultores y bodegueros en sus decisiones o señalar la calidad del producto.

Los consumidores apenas conocen más de cuatro o cinco denominaciones de origen o varietales. El criterio de compra más extendido sigue siendo el del precio y cada vez más estudios coinciden en señalar la confusión en la identificación de un vino como uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el consumidor en la elección de una botella de vino, llegando a cuestionar seriamente la lógica relación calidad/precio que debería existir.

Pero, por otro lado, ese consumidor sigue considerando algunos orígenes como un alto valor añadido en determinados vinos que le empuja a su elección, especialmente cuando el criterio de compra no es el consumo propio sino el obsequio a un tercero.

El problema está en que ni el interés del consumidor es lo suficientemente alto como para estar soportando muchas experiencia de prueba/error, ni los mensajes que percibe le resultan enriquecedores, más bien todo lo contrario: destructivos y negativos.

Encontrar un mensaje único que beneficie a todo el sector podría parecer tarea complicada y, en cambio, es tal la confusión que les generamos a los consumidores que, en mi opinión, bastaría con algo muy sencillo y que destacara alguna de las gratificantes emociones que pueden sentirse con una copa de vino, para fortalecer la percepción del mundo del vino que tienen.

Y es que resulta curioso cuán diferente es la realidad que vive el sector y la valoración que del mismo tienen la mayoría de los consumidores. Frente a los continuos lamentos sobre esta o aquella cuestión que nos encargamos en airear, como si buscáramos la complicidad de una opinión pública que no encontramos en nuestros argumentos, la gente de la calle valora al vino como un producto boyante, en alza, con un gran valor y al que rodea un gran boato.

Muy posiblemente todos y ninguno tendrán razón. Cada uno estará viendo una misma realidad desde dos puntos de vista bien distintos. Pero eso no hace sino decir muy poco de nosotros mismos, que lejos de tomar lo que de positivo tienen los mensajes y aprovecharlos como palanca con la que impulsarnos, nos empeñamos en insistir una y otra vez en nuestro mensaje negativo.

Todos nosotros tenemos amigos a los que cuando les preguntamos qué tal están, nos responden que ¡bueno, no estoy mal, pero tengo un pequeño constipado que no me deja dormir…! Y otros cuya respuesta es todo lo contrario, ¡de maravilla, voy a ver si me tomo un café que me espabile! ¿A cuál de los dos prefieren encontrarse?

¿Y nosotros? ¿Quiénes somos nosotros?

¿Tiene futuro un sector vitivinícola profesionalizado?

Analizar la rentabilidad y elaborar un Plan de Viabilidad es lo primero que cualquier empresario haría al plantearse invertir en un negocio. No digamos las entidades de crédito a la hora de concedernos los préstamos de liquidez con los que desarrollar nuestra actividad, o con los que realizar las inversiones necesarias que mejoren nuestra productividad que analizan los flujos de caja, rendimientos, fondos de maniobra o ratios con gran recelo y absoluta asepsia.

No parece descabellado pensar que si al sector vitivinícola español le estamos exigiendo profesionalidad en sus gestores, mejorar la comercialización de sus productos, expansión en nuevos mercados, calidad mantenida y certificada,… pero además le estamos privando de ayudas y subvenciones que distorsionan el mercado, o medidas de intervención o regulación que limiten su competitividad… tengamos que asumir que su futuro pasa, irremediablemente, por un cambio sustancial en lo que tenemos.

Si es que lo que tenemos podemos analizarlo con los datos denunciados por las organizaciones agrarias en numerosas ocasiones, o a través de los últimos datos publicados por la Subsecretaria de la Subdirección General de Análisis, Prospectiva y Coordinación del Magrama en su Estudio de Costes y Rentas de las Explotaciones Agrarias (ECREA) sobre 45 explotaciones vitícolas españolas. Que yo creo que sí. Aunque la muestra no parezca muy representativa, pero que, en mi opinión, el aval de los técnicos del Ministerio y la coincidencia con la estadística procedente de otras fuentes, nos deberían permitir, si no hilar muy fino y tomar decisiones precisas, sí deberían, al menos, ser suficientes para asumir cuál es la realidad de este sector y empezar a plantearnos la necesidad de tomar medidas encaminadas a remediar esta situación.

Producir a pérdidas resulta completamente insoportable en el tiempo. Eso lo entiende y comparte cualquiera, incluso aquel que mantiene la propiedad de la tierra y cuida el viñedo por cuestiones de índole sentimental, teniendo asegurado su sustento con otra actividad. Pensar, por lo tanto, que un sector puede desarrollarse y tener futuro cuando sus viticultores han tenido una Renta Disponible de 8.279,13€, un Margen Neto de -62,95€ y un Resultado de -22.225,98€ por explotación durante 2014 según el ECREA del que encontrarán más detalle en www.sevi.net, es una necedad.

Las bodegas, según los datos del INE, publicados en ediciones anteriores, mantienen beneficios y, con estos datos parece bien claro que, a costa de los viticultores. ¿Esto es bueno? ¿Tiene futuro? ¿Es sostenible?… Estamos viviendo una época de grandes cambios en el sector vitivinícola, ¿hasta dónde estamos dispuestos a negociar e ir todos juntos?, o ¿podemos afrontar las exigencias de los actuales mercados de una forma deslavazada y disgregada?