Es habitual encontrarnos con debates en los que se cuestiona qué debe prevalecer, si la calidad o la cantidad, ¡como si ello fuera posible!
Desde hace muchos lustros, el consumo de vino ha cambiado. Pero no solo en España, en el mundo entero. Es verdad que en nuestro país ese cambio ha resultado más importante, entre otros motivos porque ya no lo necesitamos para alimentarnos. Pero también en Francia o Italia, por hablar de países productores (podríamos hacer lo mismo de los consumidores), ha sucedido algo parecido. Los objetivos que deben cumplirse con la degustación de una botella de vino distan mucho de los que buscaban nuestros antepasados y se encuentran a años luz de factores cuantitativos. Aquí, más que nunca, se hace realidad que no es importante la cantidad sino la calidad.
Y es precisamente este aspecto y la confusión de algunos de nuestros administradores políticos y funcionarios (que de todo ha habido), donde se ha producido un falso debate sobre si lo que debe prevalecer es la calidad frente la cantidad.
En el consumo se nos ha insistido hasta la saciedad en que bebíamos menos vino, pero de mayor calidad, como si eso estuviera relacionado en un país con unos precios medios en la exportación (son los únicos datos existentes) de un euro el litro. En el terreno técnico se ha destacado que nuestros viticultores han hecho un importante esfuerzo por mejorar la calidad del viñedo, orientándose hacia variedades “mejorantes”, cuando precisamente ahora se está evidenciando la vuelta hacia variedades blancas y autóctonas (las que habían sido arrancadas años antes). En lo que respecta a nuestros enólogos e instalaciones de elaboración y crianza, las inversiones en bodega ha sido de tal magnitud que algunas (muchas) han tenido que cerrar sus puertas ante lo inadecuado de sus proyectos; y algunas otras se han visto obligadas a fusionarse para optimizar recursos, pudiéndose asegurar que somos uno de los países productores mejor equipados tecnológicamente.
Y aunque, si en algún el tema ha cambiado nuestro sector es en la comercialización, donde la concentración ha sido tal que apenas cuatro empresas concentran cifras muy superiores al cincuenta por ciento del consumo interno; ni tan siquiera esta circunstancias justifican el debate cantidad vs. calidad.
El rendimiento medio del viñedo en España ha aumentado en 9,3 hectolitros en quince años, pasando de los 35 de la campaña 2000/01 a los 45 hectolitros por hectárea que tuvimos en la 2014/15, siendo Castilla-La Mancha y Extremadura dos de las regiones que presentan mayores cifras con 54,7 y 50,1 hl/ha respectivamente. Y a pesar de ello, no hay nadie que pueda siquiera imaginar que la calidad de lo producido hoy es menor que lo de hace quince años.
Razones muchas, principalmente aquellas relacionadas con los planes de reconversión y reestructuración del viñedo que nos han permitido no solo cambiar el mapa vitícola de nuestro país con la entrada de variedades foráneas reconocidas internacionalmente, sino emplazar los viñedos en terrenos más productivos, dotarlos de riego y utilizar la espaldera. Pero, por encima de todas ellas dos: una la adaptación de las producciones a las demandas del mercado (donde la globalización se impone a marchas forzadas) y, la otra, la necesidad de mejorar la rentabilidad de sus producciones.
Hablamos del sector con mucha ligereza, pensando en puntuaciones y medallas y pasando por alto que la gran mayoría de lo que se consume dista mucho de grandes premios y emblemáticas bodegas. Olvidamos que se tratan de negocios, unidades productivas que deben ser rentables por sí mismas y que para ello el primer requisito es que sean competitivas.
Hoy cualquier debate sobre calidad vs. cantidad es pura demagogia. La calidad se ha convertido en un requisito mínimo indispensable y la cantidad en una necesidad para la supervivencia.