Un falso debate

Es habitual encontrarnos con debates en los que se cuestiona qué debe prevalecer, si la calidad o la cantidad, ¡como si ello fuera posible!

Desde hace muchos lustros, el consumo de vino ha cambiado. Pero no solo en España, en el mundo entero. Es verdad que en nuestro país ese cambio ha resultado más importante, entre otros motivos porque ya no lo necesitamos para alimentarnos. Pero también en Francia o Italia, por hablar de países productores (podríamos hacer lo mismo de los consumidores), ha sucedido algo parecido. Los objetivos que deben cumplirse con la degustación de una botella de vino distan mucho de los que buscaban nuestros antepasados y se encuentran a años luz de factores cuantitativos. Aquí, más que nunca, se hace realidad que no es importante la cantidad sino la calidad.

Y es precisamente este aspecto y la confusión de algunos de nuestros administradores políticos y funcionarios (que de todo ha habido), donde se ha producido un falso debate sobre si lo que debe prevalecer es la calidad frente la cantidad.

En el consumo se nos ha insistido hasta la saciedad en que bebíamos menos vino, pero de mayor calidad, como si eso estuviera relacionado en un país con unos precios medios en la exportación (son los únicos datos existentes) de un euro el litro. En el terreno técnico se ha destacado que nuestros viticultores han hecho un importante esfuerzo por mejorar la calidad del viñedo, orientándose hacia variedades “mejorantes”, cuando precisamente ahora se está evidenciando la vuelta hacia variedades blancas y autóctonas (las que habían sido arrancadas años antes). En lo que respecta a nuestros enólogos e instalaciones de elaboración y crianza, las inversiones en bodega ha sido de tal magnitud que algunas (muchas) han tenido que cerrar sus puertas ante lo inadecuado de sus proyectos; y algunas otras se han visto obligadas a fusionarse para optimizar recursos, pudiéndose asegurar que somos uno de los países productores mejor equipados tecnológicamente.

Y aunque, si en algún el tema ha cambiado nuestro sector es en la comercialización, donde la concentración ha sido tal que apenas cuatro empresas concentran cifras muy superiores al cincuenta por ciento del consumo interno; ni tan siquiera esta circunstancias justifican el debate cantidad vs. calidad.

El rendimiento medio del viñedo en España ha aumentado en 9,3 hectolitros en quince años, pasando de los 35 de la campaña 2000/01 a los 45 hectolitros por hectárea que tuvimos en la 2014/15, siendo Castilla-La Mancha y Extremadura dos de las regiones que presentan mayores cifras con 54,7 y 50,1 hl/ha respectivamente. Y a pesar de ello, no hay nadie que pueda siquiera imaginar que la calidad de lo producido hoy es menor que lo de hace quince años.

Razones muchas, principalmente aquellas relacionadas con los planes de reconversión y reestructuración del viñedo que nos han permitido no solo cambiar el mapa vitícola de nuestro país con la entrada de variedades foráneas reconocidas internacionalmente, sino emplazar los viñedos en terrenos más productivos, dotarlos de riego y utilizar la espaldera. Pero, por encima de todas ellas dos: una la adaptación de las producciones a las demandas del mercado (donde la globalización se impone a marchas forzadas) y, la otra, la necesidad de mejorar la rentabilidad de sus producciones.

Hablamos del sector con mucha ligereza, pensando en puntuaciones y medallas y pasando por alto que la gran mayoría de lo que se consume dista mucho de grandes premios y emblemáticas bodegas. Olvidamos que se tratan de negocios, unidades productivas que deben ser rentables por sí mismas y que para ello el primer requisito es que sean competitivas.

Hoy cualquier debate sobre calidad vs. cantidad es pura demagogia. La calidad se ha convertido en un requisito mínimo indispensable y la cantidad en una necesidad para la supervivencia.

Un sector con grandes proyecciones

Con los datos de las solicitudes de nuevas plantaciones de viñedo en España e Italia, podemos asegurar que el sector vitivinícola goza de una excelente salud. ¿Cómo si no se entiende que en España se haya pedido autorización para nueve mil hectáreas, cuando el límite que estableció el Gobierno español fue de 4.173 hectáreas? ¿O que en Italia se hayan solicitado en torno a las sesenta y siete mil, cuando la superficie fijada por el gobierno transalpino fue de 6.376 hectáreas?

Solo un sector que apuesta decididamente por su expansión y competitividad es capaz de superar con estas ratios las limitaciones impuestas por los propios Estados Miembros en la fijación de nuevas superficies, que estableció Bruselas en un máximo del uno por ciento de la superficie plantada en la campaña anterior. Que en el caso de España quedó reducido a un 0,44% por decisión del Gobierno. No así en el de Italia que ha autorizado el uno por ciento máximo al que tenía derecho.

Claro que, si consideramos la distribución geográfica de esas solicitudes, entenderemos un poco mejor cuáles son las zonas por las que apuestan sus empresarios y el perfil de los vinos a los que van encaminadas esas nuevas plantaciones. Veneto y Friuli Venecia Julia en Italia y Rioja en España, son las zonas geográficas protagonistas de esta situación, ya que casi dos tercios de las hectáreas italianas solicitadas se concentran en estas regiones y en el caso de España poco menos de la mitad.

¿Cuántas de estas solicitudes acabarán convirtiéndose en autorizaciones? Y ¿qué parte de estas solicitudes responden al criterio de distribución y la amenaza real que existía de quedarse fuera del reparto, incitando a solicitar mucho más de lo que realmente se está dispuesto a plantar? Para responder a estas cuestiones todavía habrá que esperar algún tiempo. En el caso de España, a que se disponga de “toda” la información (todavía faltan algunas CC.AA. por facilitar los datos) y se proceda a analizar la información para aplicarles los criterios de prioridad en la concesión. En Italia, sin embargo, al haber optado por un prorrateo lineal, será mucho más sencillo, aunque haya quienes piensen que se ha solicitado mucho más de lo que en realidad se deseaba, ante la creencia de que acabaría produciéndose, como así será, un fuerte prorrateo.

Echando un vistazo al inventario vitícola español 2015 (todavía parcial) observamos cómo son las variedades blancas las que han tomado la iniciativa y, prácticamente las únicas, excepción hecha de la Garnacha Tintorera, que aumentan su superficie con respecto a los datos del 2014. ¿Consecuencia de que la diferencia de los precio entre blancos y tintos está muy lejos de los que auguraban? ¿Recuperación del consumo en blancos y rosados? ¿Valorización de estos vinos frente estabilidad o bajadas en los tintos?

Una receta sencilla para triunfar

Aunque dar por superada una primera etapa, en la que asumir que el Vino es el que debe adaptarse a los mercados y encontrar el hecho diferenciador que le permita ser atractivo al consumidor, podría sonar demasiado pretencioso (especialmente considerando la evolución de muchas de nuestras bodegas y la escasa estructura comercial, tanto en el mercado nacional como de exportación); son pocas las que todavía hoy mantienen que deben producir lo que tradicionalmente han venido elaborando y descargar en los “comerciales” toda la responsabilidad de encontrar compradores que reconozcan su calidad y estén dispuestos a pagar por sus elaborados.

Y aunque los hay que consideran la globalización como una gran amenaza a la que es muy difícil hacer frente con nuestras condiciones de cultivo, la insistencia de todos los estudios que se publican y la validación que supone la experiencia de un notable número de bodegas españolas, de todo tamaño, estructura y localización geográfica, permiten asegurar que mantener la personalidad del origen, su terruño, variedades autóctonas, prácticas tradicionales…, lejos de ser un hándicap para darse a conocer por el mundo, suele ser un valor añadido mucho más preciado allende nuestras fronteras que en los mercados locales o de cercanía.

A pesar de los numerosos e interesantes estudios realizados por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV), algunos elaborados por la consultora Nielsen, los de Rabobank, y alguna otra fuente que estoy dejándome fuera de manera totalmente involuntaria, el sector vitivinícola español sigue estando necesitado de estudios que pongan en negro sobre blanco lo que una gran mayoría de nuestras bodegas ya conocen, y las que no, lo intuyen. Para eso son necesarios fondos, muy cuantiosos si quienes deben hacer frente son bodegas de manera individual, de cierta importancia para organizaciones empresariales o profesionales, pero totalmente asumibles para el total del colectivo vitivinícola español, representado (como esperemos que así sea) por su Organización Interprofesional del Vino Español (OIVE), cuya próxima extensión de norma le dotará de recursos financieros suficientes para abordarlos.

Vinos fáciles, sencillos, “para todas las ocasiones”, en los que predominen los aromas frutales y frescos. Presentaciones joviales, desenfadas y elegantes en tamaños adecuados a una sociedad en la que abundan los hogares monoparentales y en la que el consumo está prácticamente limitado a una o dos copas al día. Con una clara concienciación medioambiental de sus bodegas y viticultores por dejar a sus hijos un planeta mejor del que encontraron. Sin perder de vista que el vino debe ser una bebida que nos haga disfrutar, emocionarnos y sacar lo mejor que de cada momento seamos capaces. Sin más parafernalia de servicio o términos en su descripción que los estrictamente necesarios para disfrutar de sus cualidades con plenitud. Incluso la elaboración de productos dirigidos a mercados muy concretos y campañas de comunicación acordes a estos valores. Son cuestiones en las que, estoy seguro, coincidirán todos conmigo y por cuya puesta en marcha están trabajando muchas bodegas y viticultores, algunas organizaciones y unas pocas instituciones que bajo el lema de “mínima intervención” mantienen posturas expectantes ante las necesidades del sector.

Excepción hecha de campañas que promuevan el consumo de vino entre la población, totalmente impensables en España, que vayan en detrimento de bebidas de mayor graduación. Como hacen en otros países con una grave problema de alcoholismo entre su población y donde están utilizando al vino como producto alternativo con el que combatirlo. Campañas que solo pueden tener una orientación formativa, frente aquellas otras de incitación al consumo desbocado de cinco o más bebidas alcohólicas en una día, el “binge drinking”.

Críticas todas, pero con fundamento

Ni yo soy Raphael Minder, ni La Semana Vitivinícola el ‘The New York Times’. Pero, una vez hecha esa aclaración, convendría poner en valor algunas de las cosas que ese prestigioso diario neoyorkino sostiene de la industria del vino española en el reportaje que publicó el pasado 28 de mayo.

No se asusten que no voy a empezar a criticar al mensajero, acusándolo de poco informado o con una visión parcial y muy poco profesional del sector vitivinícola español. Eso sería lo más probable que hubiese sucedido si el bueno de Minder hubiese atrevido a hacer estas declaraciones en una conferencia o cualquier acto público. Una buen parte de los asistentes, de toda pluma y pelaje, hubieran llegado a la conclusión de que este “americano” (es suizo, en realidad) no tiene ni idea de nuestro sector y mejor debiera haber dedicado su espacio en el prestigioso diario a ensalzar las virtudes de nuestros vinos; “sus lectores se lo habrían agradecido”.

¿Autocrítica? ¿Qué es eso? Una visión parcial y condicionada de la realidad de un sector que no ha sabido comprender.

Es verdad que yo no estoy muy de acuerdo con lo que dice sobre que España, y sobre todo Castilla-La Mancha, hayan apostado por la producción de grandes cantidades en detrimento de la calidad. Pues, aunque en términos estadísticos la primera cuestión numérica es incuestionable, habría que recomendarle que estudiara las razones que han llevado a este incremento, los datos de rendimientos, rentabilidad de las explotaciones o la reestructuración y reconversión a la que se ha visto sujeto nuestro viñedo,… para que entendiese mejor lo que ha sucedido y su razón de ser.

En cuanto al tema subjetivo de la calidad, para opiniones cada uno tiene la suya, pero un simple vistazo a las críticas de sus colegas de los vinos españoles (también los castellano-manchegos) quizás le pudiera hacer cambiar de opinión.

No le falta razón al hacerse eco de las evidencias que nosotros, el propio sector reconoce, sobre que nos hemos convertido en la bodega mundial y que nuestros competidores utilizan nuestros vinos para llegar a los mercados que nosotros con nuestra marca no conseguimos. Como tampoco en el reconocimiento de otras zonas o denominaciones de origen al apostar por la creación de marca en el mercado mundial.

Muy posiblemente estemos ante un caso más de no saber muy bien que es primero si el huevo o la gallina. Y el Sr. Minder y yo estemos de acuerdo en que el sector vitivinícola español está inmerso en una revolución que cuestiona el modelo actual. En que hay que dotarle de mayor valor añadido a nuestros vinos, en que hay que apostar por la calidad antes que por la cantidad, o que mejorar la imagen de nuestros vinos se hace imprescindible. Pero de ahí, a que las bodegas deberían ser “viñedos románticos con barriles y cuevas” y criticar las tuberías o grandes depósitos de alguna de nuestras cooperativas solo merece una recomendación: que viaje más, que vaya a Australia, por ejemplo, y se atreva luego a juzgar la calidad de sus vinos por el número de tuberías o depósitos en medio de un patio.

Una barrera más superada

Está bastante claro que el tema de la Organización interprofesional del Vino en España (OIVE) y su extensión de norma, lejos de solucionarse y permitir su puesta en marcha tras casi dos años transcurridos desde su constitución el 31 de julio de 2014, sigue levantando ampollas, que van más allá de cuestiones burocráticas o de procedimiento, como pudiera ser su publicación en el BOE.

El malestar creado entre la OIVE y las Denominaciones de Origen españolas, representados por la Conferencia Española de Consejos Reguladores Vitivinícolas (CECRV) promete ir mucho más allá y convertirse en un grave obstáculo para su desarrollo.

La convicción con la que desde las organizaciones fundadoras de la OIVE se entiende que no es posible legalmente darle cabida a los Consejos Reguladores como socios, al no poder incluirse en el ámbito profesional recogido en el artículo 6 de sus Estatutos; contrasta con la posición mantenida por la CECRV que, ante lo publicado en la pasada editorial anunciando que “…parecen superados los primeros roces…”, se han apresurado a aclarar, con gran rotundidad, en una nota interna que “…no entendemos en qué se basa esa afirmación, porque la posición de la CECRV o de los Consejos Reguladores en relación a la OIVE no ha variado en modo alguno en los últimos meses. Tal y como ha quedado de manifiesto en las últimas dos asambleas generales, se le ha transmitido que los Consejos Reguladores siguen sin entender ni aceptar que no se haya contado con ellos para darle forma a la OIVE…”

¿Ha sido esta una de las razones? ¿El peso de la Asociación de Empresas del Vino de España (AEVE) donde se encuentran integradas empresas de Castilla-La Mancha y Extremadura, de gran peso en el sector, a la que se le da entrada con un 10% de representatividad en la rama comercializadora? ¿La provisionalidad del Gobierno en funciones? ¿O un poco de cada una lo que ha llevado a dilatar la puesta en marcha de la extensión de norma?

No lo sabemos. Pero poco importa, mientras se lleve a delante de una vez por todas. El sector necesita, si me lo permiten, como agua el viñedo, esta Interprofesional que ponga un poco de orden, que coordine actuaciones, que ponga en valor las sinergias de sus integrantes y recupere el consumo, dotando al sector de mayor información y transparencia, que acabe traduciéndose en mayor rentabilidad.

Sus Estatutos establecen perfectamente los requisitos para obtener la condición de asociado en su Título III y, por lo visto, eficientemente. Lejos de “parecer” encauzado el problema, se mantiene el conflicto sobre la incorporación como asociados de las Denominaciones de Origen. Un tema en el que, de una forma u otra, tendrán que entenderse, pero que, en mi opinión, no debería ser ningún impedimento para cualquier acuerdo. Y el Magrama, en funciones o no, deberá gobernar y publicar en el BOE lo acordado por el sector.

Confiemos en que, tras el visto bueno del Consejo General de Organizaciones Interprofesionales Agroalimentarias, lo que suceda sea la publicación de la Orden Ministerial y no, como algunas fuentes aventuraban, que lo que vaya a recoger sea un anuncio oficial, similar al que se publicó el pasado noviembre, por el que abriría un plazo para remitir alegaciones.

Si esto es así y a lo largo de junio ve la luz, a partir de la campaña 2016/17 y para tres campañas (1 agosto a 31 de julio), en base a las declaraciones obligatorias del Sistema de Información Vitivinícola (INFOVI), se establecerán las cuotas devengadas en el momento de la salida del vino comercializado, con independencia del año de producción, a abonar obligatoriamente por todos los operadores, cuyas cuotas se mantienen en 0,065€/hl para el vino comercializado a granel y 0,23 €/hl para el envasado, sea cual sea su destino.

La OIVE tendrá extensión de norma

Visto lo visto, no nos debería sorprender mucho encontrarnos con que alguna extraña razón acabara provocando que se demorara algún tiempo más la publicación de la Extensión de Norma, que permita poner en funcionamiento la Organización Interprofesional del Vino Español (OIVE). Pero, de no ser así, el compromiso del Magrama es hacerlo en el plazo de menos de un mes. Lo que permitiría su aplicación de cara ya a la próxima campaña.

Sin duda, será una excelente noticia que habrá que ratificar con la Orden Ministerial que se publique en el correspondiente Boletín Oficial del Estado (BOE), pero que, en mi opinión, supone un paso de gigante para el desarrollo del sector.

Está claro que ni la OIVE, ni su Extensión de Norma, ni la contratación del personal que la haga realidad, ni las campañas que vayan a desarrollar… van a solucionar todos nuestros problemas. Entre otras cosas porque una buena parte de ellos se encuentran en nuestra propia forma de ser, que se extiende también a nuestra clase política y la forma que tienen que hacer las cosas. Pero, al menos, supone la respuesta a una necesidad. Como es que el sector aborde de forma conjunta los problemas más graves a los que debe enfrentarse, como son la información actualizada y transparente y la pérdida de consumo o las grandes dificultades con las que se incorporan al mismo las nuevas generaciones. Dos asuntos que figuran como objetivos prioritarios en el documento fundacional de la OIVE y que debemos confiar aborden desde el primer momento.

Superados algunos escollos de índole desconocida para mí (o que si me puedo imaginar prefiero no decir públicamente), el caso es que por fin parece que, con la colaboración necesaria del Ministerio (y la de alguna entidad de crédito que está dispuesta a participar para que su puesta en funcionamiento sea más ágil y eficiente), la OIVE comenzará a andar efectivamente. No sin antes modificar la representatividad de los socios fundadores, obligados por la incorporación de una nueva asociación que, como indican sus estatutos, ha demostrado más del 10% de representatividad de la rama profesional a la que pertenecen.

Así mismo, también parecen superados los primeros roces que surgieron con los Consejos Reguladores, los cuales se sintieron ninguneados en todo este proceso fundacional, y que parece que tras varias reuniones y su incorporación a la Comisión Consultiva, es ya una cuestión limada.

Y aunque ahora correspondería aquello de decir que superado lo más difícil ya solo queda comenzar a andar, casi mejor vayamos por partes y centrémonos en las modificaciones que deben firmar en los próximos días y la posterior publicación en el BOE. Ya tendremos tiempo de hablar sobre cómo funcionan, cuáles son sus primeros objetivos, qué proponen y cómo lo van a llevar a cabo.

Prudencia con las estimaciones

El viñedo despierta de su letargo invernal y con él llegan las previsiones sobre una cosecha, tan incierta, como impredecible. Es por todos sabido que cualquier estimación de cosecha que se realice en estas fechas carece de valor, pues si ya de por sí realizar una estimación de producción en agricultura resulta siempre complicado, cuando nos encontramos en una fase tan precoz de la cosecha y con tantos acontecimientos que pueden hacerla variar por delante, es totalmente imposible. Podemos, como así lo hacen diferentes colectivos a través de sus organizaciones, hacer reflexiones en voz alta sobre los posibles escenarios y dotarle de mayor o menor probabilidad según nuestro criterio o intereses. Pero, ya sea por una razón o por otra, estas valoraciones carecen de base científica y su importancia y consideración debe ir acorde a esta circunstancia.

De momento, lo único que sí podemos decir es que la sequía que en algunas comarcas españolas amenazaba gravemente la producción en estos últimos días se ha paliado considerablemente, lo que le permitirá a la viña su brotación sin demasiados problemas. También podemos decir que, hasta la fecha, y hasta hace bien poco se decía que San Isidro (15 de mayo), era la fecha a superar, las heladas apenas se han dejado notar. Y aunque es precisamente ahora cuando las enfermedades criptogámicas comienzan a encontrar el caldo de cultivo idóneo en el que desarrollarse, hasta el momento ni se han presentado (generalizando), ni nada hace pensar que con los tratamientos disponibles no vaya a ser posible controlarlas cuando lo hagan.

Así es que, y esto es solo una opinión, mejor dejar que la naturaleza vaya haciendo su trabajo, confiar en la profesionalidad, más que demostrada, de nuestros viticultores, y comenzar a considerar que ante cualquier estimación de cosecha que hagamos tendremos que tener muy en cuenta una circunstancia que nada tiene que ver con las que serán propias de cualquier cosecha y que van relacionadas con la entrada en producción de unas cuantas miles de hectáreas (solo en Castilla-La Mancha se calculan en torno a las veinte mil), con sistemas de plantación dirigidos a producciones por encima de los doce mil kilos por hectárea.

Y aunque esto no es más que una opinión que, aunque compartida, tiene sus detractores, lo que suceda en las próximas 6 u 8 semanas con las cotizaciones, puede ser el mejor indicador que tengamos sobre la próxima vendimia. La estrecha relación que tradicionalmente han presentado estimaciones de producción y las cotizaciones de nuestros vinos en los meses previos a la vendimia recoge con bastante exactitud cualquier inclemencia que suponga un hecho destacable de cara a la próxima producción.

De momento, lo que podemos decir al respecto es que, superadas unas primeras semanas de año, en las que los euros por hectogrado de nuestros vinos iban creciendo semana tras semana, consecuencia de la buena evolución de su actividad económica con resultados más que evidentes en aquel mercado del que disponemos de información, como es el de las exportaciones, la estabilidad parece haberse impuesto y la calma domina una demanda que limita sus contactos a la búsqueda de partidas concretas con las que cubrir necesidades muy específicas e ir cumpliendo con sus retiradas comprometidas. Actitud que tampoco difiere mucho de la mantenida por la oferta, a la que le restan pocas existencias con las que operar y la estabilidad de sus cotizaciones le permite contemplar las próximas semanas sin demasiados agobios por darle salida a lo poco que todavía tienen disponible.

Atención entonces a las noticias que vayan publicándose sobre la próxima cosecha para ir tomándole el pulso a la vendimia, pero prudencia con sus estimaciones y los intereses que puedan esconder.

Buena evolución del mercado

Según estimaciones de las principales cooperativas ciudadrealeñas, el volumen ya comprometido de la última cosecha roza el noventa por ciento, con unas excelentes previsiones para los próximos meses de cara a darle salida de forma rentable a una producción nacional que ha estado en los cuarenta y dos millones de hectolitros, de los que casi cinco se han destinado a la elaboración de mostos.

Y así debe ser, pues la fortaleza en las cotizaciones de los vinos es bastante notable y los datos de exportación (de consumo interno no existen datos) lo vienen a corroborar. Con un aumento en el volumen total de vinos en enero-febrero del 0,6% y del 8,3% en el valor, suponiendo un alza del 7,7% en el precio medio. Cifras que si nos centramos en lo sucedido en el interanual, mejoran notablemente en el volumen que aumenta un 6,7%, en el valor, que lo hace otro 6,6%, y deja prácticamente igual al precio medio que queda en 1,11 €/litro.

Buenos datos, sin duda, ya que la mayor parte de esta mejoría en nuestro mercado exterior viene de los vinos envasados, destacando especialmente los vinos con I.G.P. y con indicación varietal.

Por su parte el mercado interior, a pesar de la imposibilidad de disponer de datos, dado que las declaraciones de existencias que mensualmente debían presentar los operadores siguen sin terminar de ponerse en funcionamiento, entre otras cosas por la provisionalidad de un Gobierno en funciones y por un continuo cambio en los modelos de las declaraciones y la aplicación informática que debe facilitar su realización… pero bueno, como decía, a pesar de todo esto, la sensación en la producción, pero también de los representantes del canal Horeca, es que el mercado interno muestra señales claras de recuperación, con mayores consumos y mejores precios.

Ahora solo queda confiar en que las estimaciones de cosecha que puedan comenzar a circular en las próximas semanas no echen por tierra este halo de optimismo y que la profesionalidad de nuestros operadores haga sostenible un constante, pero moderado, crecimiento de nuestras cotizaciones que haga sostenible la existencia de todos los sectores que lo integran.

Y lo vamos a conseguir

La evolución de los precios en origen de nuestros vinos, la situación en la que se encuentran las existencias disponibles en las bodegas y cooperativas, los datos de exportación, tanto en volumen como en valor… son algunos de los temas que hacen pensar que el sector vitivinícola español pueda haber encontrado un pequeño resquicio por el que tomar la senda del desarrollo y la valorización de su producción.

Es posible que esto acabe quedando en nada, y dentro de unos meses volvamos al pesimismo de vinos baratos, existencias agobiantes y ánimos alicaídos ante la falta de futuro de un sector tradicional, pero de escasa proyección. Pero también lo es, y en ello debemos trabajar todos, que en los próximos tiempos se consolide esta recuperación, que el posicionamiento de nuestros vinos en los mercados internacionales vaya más allá del suministro a granel de las grandes firmas mundiales y que la posición de España en el ámbito mundial vitivinícola sea el propio del primer país por superficie de viñedo que históricamente hemos ocupado, o el número uno en exportación que últimamente llevamos conquistando.

No somos país de crear tendencias vinícolas, pero sí de adaptar nuestras producciones a las modas que otros van marcando. La reestructuración de nuestro viñedo, o el perfil de los productos elaborados así lo demuestran y, quizás, habrá llegado el momento de romper algunos esquemas que nos han ido acompañando tradicionalmente e ir aprovechando tendencias que nos pueden ser muy favorables.

Sin duda, la elaboración de vinos con bajas adiciones de cualquier producto químico en su cultivo o elaboración (llámese cómo se llame, que no necesariamente debe llevar la etiqueta de ecológico, natural, biodinámico…), tan fácil de realizar en nuestro país, puede ser una gran oportunidad. Y así viene poniéndose de manifiesto desde hace varios lustros con la producción ecológica, donde España es el mayor país del mundo en cultivo en este tipo de producto vitivinícola y creciendo.

Así como en la elaboración de rosados. Vinos complicados y delicados donde los haya y que en los últimos tiempos se han puesto de moda fuera, especialmente Francia donde hacen furor entre los jóvenes, y cuya moda parece que está empezando a traspasar nuestras fronteras. La incorporación en la cartera de productos de muchas de nuestras bodegas, y de manera muy especial de aquellas grandes empresas que disponen de recursos para destinar al análisis de los mercados y tendencias de consumo, hacen prever un boom en este tipo de producto en nuestro país.

Recientemente la Fundación para la Cultura del Vino organizaba en Madrid, con gran éxito de asistentes y conferencias, su Encuentro Técnico y lo dedicaba, precisamente, a la elaboración de vinos con bajas dosis o sin sulfitos, entre cuyas charlas se abordaba precisamente la elaboración de vinos rosados.

Italia consiguió darle un vuelco muy importante a sus exportaciones gracias, entre otras muchas cosas, al prosecco. Con él no solo consiguió abrirse un hueco en los principales mercados de precio mundiales, sino que además mejoró la imagen global de sus vinos y elevó sustancialmente el precio medio de sus ventas. Por no mencionar el efecto que tuvo entre sus jóvenes y la recuperación de consumo que supuso. ¿Solucionó el problema de pérdida de consumo en el mercado interno? Pues claro que no. Pero encontró una punta de lanza con la que abrir un hueco allá donde el mercado parecía saturado.

¿Serán los rosados, blancos, jóvenes o los grandes reservas con los que lo tengamos que hacer nosotros? Pues no lo sé. Pero sí sé que tenemos condiciones naturales, conocimientos, medios técnicos y necesidad de hacerlo. Y lo vamos a hacer, sin duda. Solo hay que confiar en que sean los menos posibles los que se queden por el camino.

Buenos indicios para un sector que evoluciona

Hablar de rebote en los precios de los vinos con cotizaciones como las que tenemos en España, quizá podrá resultar un tanto pretencioso, dado su bajo nivel. No obstante, la realidad es que en las últimas semanas, la buena actividad comercial desarrollada por el sector, en prácticamente toda la geografía española, ha permitido un repunte en sus valores que, junto con una buena evolución de las exportaciones y algunas acciones deleznables (pero que confirman el gran temor que a algunos operadores comienzan a infundirle la gran competitividad de nuestros vinos), nos permiten albergar la esperanza de un aumento sostenible de los precios.

Es más, incluso los más optimistas se atreven a aventurarse en la posibilidad de que este incremento haya venido para quedarse y no sea más que la primera evidencia de un cambio en la comercialización de nuestra producción y la posibilidad de ir trasladando buena parte de ese vinos a granel, sin indicación y barato, hacia otro con mayor valor añadido que permita darle traslado también al viticultor y comenzar a plantearse esta actividad como un modelo profesionalizado y empresarial rentable para todos; y sostenible económica y medioambientalmente.

Según los últimos datos publicados por la OIV el comercio mundial de vino aumenta y España se sitúa como el primer país por exportaciones en volumen. Dos excelentes noticias para animar a nuestras empresas a aprovechar su posicionamiento y hacer realidad lo que todos los estudios y conocedores de estos temas vienen recomendando desde hace décadas, y que no es otra cosa que darle valor añadido a nuestros vinos. Dejar de ser el refugio de donde abastecerse de vinos de calidad barato, y comenzar a tener imagen de vino de país, con el enriquecedor valor que aportan las diferencias de cada una de las zonas vitivinícola españolas, de calidad y perfectamente válido para defenderse por sí mismo en los restaurante y cadenas de distribución como vino español.

España ha gastado ingentes cantidades de dinero, 2.023 M€, en reestructurar un tercio de su viñedo (355.316 ha). Las bodegas han invertido elevados presupuestos en el desarrollo de sus departamentos comerciales, especialmente de exportación. Y los viticultores han hecho valer su cambio generacional para imponer criterios empresariales en su actividad. Todo esto, más temprano que tarde, deberá comenzar a dar resultados. Confiemos en que estas señales sean esas muestras tímidas del cambio que ha de producirse en nuestro sector. Y, ya puestos a soñar, que ante el problema que tenemos con el consumo interno podamos empezar a plantearnos soluciones viables e inmediatas que nos permitan albergar la esperanza de solucionarlo.