El viñedo pone en evidencia una España desigual

Los últimos datos publicados por el Ministerio de Agricultura a través del avance de la Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos (Esyrce) 202 no hacen sino confirmar lo que todos intuimos. Y es que la superficie de viñedo de uva de transformación en nuestro país va a la baja y, en aquellas regiones en las que es posible contar con pozos, el secano cede terreno a favor del regadío.

Dos conclusiones en las que detrás se encuentra una mayor profesionalización del sector vitícola, que busca un mayor grado de estabilización en su producción. Pero, también, unas consecuencias del cambio climático, con cada vez más evidentes los efectos de una severa sequía. Así como unas perspectivas sectoriales que confirman un futuro mucho más encaminado a mejorar lo que producimos, aumentando rendimientos que proporcionen la rentabilidad mínima que exige cualquier actividad profesional y a reconvertirse hacia varietales con mayor valor; dejando a un lado aquella viticultura (del siglo pasado) basada en la producción por la producción, que tenía como único objetivo aumentar la cantidad vía incremento de rendimientos.

Dentro de las Comunidades Autónomas, vuelve a llamar la atención Castilla y León, que no sólo se sitúa como la que más ha gastado en promoción, solo superada por el País Vasco, sino que sus 70’05 €/ha que ha invertido en la reestructuración de su viñedo parece haberlo hecho en incidir sobre su patrimonio varietal y aumentar su regadío. Mostrándose como una de las zonas más atractivas para invertir en viticultura de nuestra geografía. Como así lo demuestra el hecho de que sea la región donde más ha aumentado la superficie en los últimos ocho años (12.261 ha) y cuya tendencia se sostenga con un aumento en el último año de 1.606 ha.

En el lado contrario, compuesto por aquellas CC.AA. en las que más hectáreas de viñedo de uva de transformación hemos perdido, hasta situarnos en las 928.517 que señala la Esyrce, encontraríamos a Castilla-La Mancha con 24.650 hectáreas menos en este histórico de ocho años y que confirma esta tendencia bajista en el 2022 perdiendo 4.409 ha. Aunque, especialmente preocupante resultan los casos de la Región de Murcia, la Comunidad de Madrid y Andalucía; que han perdido el 24’36%, 18’76% y 11’36% de su viñedo respectivamente en estos años y en las que la evolución del último año no permite hacer pensar que se haya puesto freno a esta sangría.

Probablemente, razones muy diferentes sean las que justifiquen esta pérdida de superficie entre lo sucedido en Madrid, donde la presión inmobiliaria podría ser el motivo que se esconde detrás; o la de Murcia y Andalucía donde parece explicarse más por una cuestión de recursos hídricos.

Como también se evidencian, con gran contundencia, las disponibilidades hídricas de cada una de nuestras Comunidades, con enormes diferencias entre el 83’08% de regadío que tiene Baleares o el 59’81% de Navarra, incluso el 52’10% de Castilla-La Mancha. Frente el apenas 6’11% de Galicia, por cuestiones evidentes de su régimen de lluvias o el paupérrimo 6’16% de Andalucía o 16’54% de Cataluña por mencionar dos de las regiones donde sus reservas hídricas presentan niveles más preocupantes y anuncian restricciones al consumo y la agricultura.

El Infovi sitúa la cosecha 2023 como la más corta de los últimos 35 años

Aseguran algunos expertos que nos encontramos metidos de lleno en una crisis de demanda y que, por consiguiente, sólo saldremos de ella cuando la renta disponible de los consumidores aumente o, al menos, encuentre un escenario más estable, lo que es lo mismo que decir: cuando vuelva la confianza del consumidor.

Sin entrar en muchos detalles sobre si ésta es la causa principal, porque seguro que no la única, de que los mercados lleven muchos meses mostrándose pesados y sus cotizaciones establecidas en la nominalidad, ante la ausencia de operaciones capaces de marcar verdaderamente el ritmo de su actividad comercial; lo que es indiscutible es que los razonamientos básicos de la aplicación de la teoría de la oferta y la demanda no están funcionando. Y que la cosecha mundial más corta de los últimos sesenta años, con apenas 244 millones de hectolitros, de los que la Unión Europea aportará en torno a los 154 Mhl, lejos de aliviar la presión sobre los precios y agilizar las transacciones; ve cómo el comercio mundial cae, como lo hace el consumo y el valor de la producción roza mínimos históricos.

Y muy posiblemente tenga mucho que ver en lo que está sucediendo el hecho de que estemos hablando de un “bien de lujo”, o dicho de una forma mucho más entendible: que, ante dificultades económicas, el consumo de vino resulta totalmente prescindible.

Aun así, conocer con cierto grado de exactitud lo que hemos producido y cuál es la evolución de nuestras existencias es un ejercicio no sólo recomendable, sino necesario, si queremos salir de este círculo vicioso en el que nos hemos metido y que amenaza con convertirse en un problema estructural que ponga en peligro miles de hectáreas de viñedo.

Como viene siendo habitual, los datos con los que contamos difieren unos de otros de manera considerable. Pues si la estimación realizada por SeVi, allá por mediados del mes de octubre, cifraba la producción en 33’6 millones de hectolitros, Cooperativas en treinta y dos y en las organizaciones agrarias, había un poco de todo, aunque ligeramente por encima de estas cantidades; el Ministerio de Agricultura en su avance de producción de julio (vigente en esas fechas) estaba en 38’3.

Hoy, gracias al Infovi, porque la estimación última publicada por el MAPA y referida al 31 de octubre, cifraba la cosecha en 34’59 Mhl, podemos decir que las declaraciones presentadas a 30 de noviembre arrojan una producción de 4.378 millones de kilos de uva que se han transformado en 28.237.003 hl de vino y 3.678.229 de mosto. Lo que supone una cosecha total de 31.915.232 hl. Lo que la situaría como la más corta de los últimos 35 años, representando un 22’29% menos que el año anterior.

Pérdida que se deja notar en las existencias, que apenas superan los cincuenta y seis millones (56’292), siete millones menos que el mismo mes del año anterior.

El sector disminuye su inversión y pierde treinta millones de euros

Según los datos avanzados por el Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA), de los 202’15 millones de euros con los que contaba España como asignación presupuestaria inicial del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE) para el ejercicio financiero 2023, comprendido entre el 16 de octubre de 2022 al 15 del mismo mes del 2023, se ha ejecutado el 84’95%. Lo que supone que 30’43 millones de estos fondos no han sido utilizados, sumándose a los 15’32 que ya perdimos en el pasado ejercicio.

Y aunque algo de razón pudiesen tener las organizaciones agrarias que señalan a las administraciones (nacional y regionales) de falta de cintura en la rigidez de los mecanismos establecidos para poder acogerse a estas medidas; convendría no olvidar que se trata de ayudas europeas, y que son estas autoridades las que fijan los criterios de aplicación, dejando escaso margen a los Estados Miembros. Siendo, fundamentalmente, la incapacidad del propio sector, que tiene que cofinanciar con al menos el cincuenta por ciento del gasto la aplicación de la medida, la principal razón que explicaría esta pérdida de fondos.

De las tres principales medidas que suponen el 74’93% del gasto, la que mejor comportamiento ha tenido ha sido la de promoción, pues si bien 6’693 millones de euros no se han gastado, sus 37’345 empleados suponen un 3’52% más que lo gastado en el ejercicio anterior y volver a la cifra anterior a la pandemia del ejercicio 2019. Siendo el País Vasco con casi ocho millones, seguido de Castilla y León con seis y medio y Cataluña con casi cinco, las regiones que más han empleado en mejorar sus ventas en el exterior. Aunque, si tenemos en cuenta su reducida producción, ha sido Madrid la que más lo ha hecho con un gasto en promoción de 29’22 €/hl producido.

Mucho peor ha sido lo sucedido con la medida de inversiones. En la que sus 3’70 M€ gastados de menos sitúan su gasto de 46’49 M€ como uno de los más bajos del periodo 2016-23, sólo por delante del fatídico/pandémico 2020 y de 2018. Destacando Castilla-La Mancha, cuyas 391 bodegas han dedicado a inversiones una media de 38.535 euros, muy por encima de los 11.402 de la media nacional y muy lejos de Murcia que ocupa el segundo puesto, con 18.404 €.

Si atendemos al viñedo, nunca antes, excepción hecha del covídico 2020, se había invertido tan poco en reestructurar el viñedo. Sus 44’827 millones de euros están muy lejos de los cerca de setenta que venían empleándose. Dándose notables diferencias entre los 78’61 €/ha de Extremadura o los 70’05 de Castilla y León y los apenas 2’6 de Canarias o 3’62 de Madrid.

En cuanto a los resultados obtenidos con la aplicación de la cosecha en verde, de cuyos quince millones inicialmente presupuestados se quedaron sin utilizar algo más de una quinta parte, algo habrá tenido que ver el bajo precio fijado.

Visto lo cual, y dejando bien claro que la fiesta va por barrios, no estaría de más que nos empezáramos a plantear qué percepción del futuro, al que van dirigidas todas estas medidas, tienen nuestros viticultores y bodegueros y el potencial que le ven al sector vitivinícola español. Sobre el que pesa una amenazante espada de Damocles que se llama Cambio Climático y tiene como principal heraldo una sequía cuyos efectos ya se están dejando notar en una parte importante de nuestros viñedos.

Estar ahí para contarlo

Vayan por delante nuestros mejores deseos para el recién estrenado 2024. Todo el equipo SeVi iniciamos el año renovando nuestro compromiso con la información bajo el firme convencimiento de que sólo desde la rigurosidad y actualidad de la información es posible el consumo moderado y con criterio que requiere el Vino.

Aunque no son muy diferentes los retos a los que nos enfrentamos de los que lo eran el año pasado, o el otro (o el de hace veinte), sí es cierto que el mundo en el que nos tocará desenvolvernos presenta importantes acontecimientos que están marcando el comportamiento del consumidor y, con él, el desarrollo del negocio vitivinícola.

Ni es la primera vez, ni muy probablemente será la última, en la que nos refiramos a conflictos bélicos, la subida de tipos, la inflación… como los causantes de una disminución en la renta disponible de los consumidores que les ha obligado a mostrarse más cautelosos en sus gastos.

El auge de gobiernos populistas con políticas proteccionistas, el ataque frontal al alcohol y el señalamiento del vino como objeto de deseo en el que centrar su cruzada.

Los efectos del cambio climático y sus graves consecuencias en la producción o problemas logísticos que han ocasionado la elevación de unos costes de producción que hay que trasladar, irremediablemente, al precio de la botella ante el escaso margen para poder absorberlo.

Incluso otros más relacionados con cambios en los hábitos sociales respectivos a los momentos y formas en los que tiene lugar el consumo de Vino.

Y, aun así, podemos afirmar, con total seguridad, que saldremos adelante y que el sector vitivinícola sabrá amoldarse a todas estas nuevas circunstancias.

La duda está en saber cuán profundas serán las heridas que dejen en el consumo, el calado de las medidas que a título sectorial cada uno de los colectivos deberá adoptar y, lo más importante, cuál la capacidad que, individualmente, tenga cada uno para adaptarse.

Las estadísticas de consumo, tanto a nivel nacional como mundiales, demuestran que se está produciendo un cambio. Las de producción, lo mismo. Los políticos se enfrentan a constantes campañas electorales donde sostenibilidad (medioambiental, social y económica) y salud (consumo de alcohol) resultan temas muy horizontales y extraordinariamente atractivos con los que aspirar a granjearse la atención de determinados colectivos. El propio modelo de categorización de los vinos con las menciones tradicionales y figuras de calidad se está viendo afectado.

Todo esto provocará cambios en el cultivo del viñedo. En la elaboración de nuevos tipos de vinos. En su presentación con materiales y envases dirigidos a otros consumidores. En la propia comunicación con mensajes y medios en los que hacerlos diferentes.

Lo que obligará a todas las organizaciones a tomar medidas de manera colectiva para conseguir alcanzar esas necesarias sinergias.

Y nosotros intentaremos estar ahí para contárselo.

Feliz 2024

Grandes momentos para el sector

Llegan las Navidades y, con ellas, momentos frenéticos de ventas en las bodegas. El carácter festivo del vino le confiere un protagonismo especial en unas fechas en las que la preocupación por el gasto pasa a un segundo plano y todos, cada uno dentro de nuestras posibilidades, hacemos un esfuerzo por darnos un homenaje con vinos a los que, tal vez, les hemos dado la espalda el resto del año.

Aun así, la caída del consumo mundial sigue ahí y las consecuencias que pudiera acabar teniendo sobe la vitivinicultura, en forma de una peligrosa espada de Damocles, resultan todavía impredecibles.

Hasta no hace mucho, todo era una cuestión de oferta y demanda, oscilaciones propias del mercado que debía ir ajustando precios en función de la producción (cosecha) y demanda. Destacando una fuerte componente internacional para todos los grandes productores mundiales (Francia, Italia y España), pero especialmente relevante en nuestro caso.

Vender fuera lo que no somos capaces de consumir en nuestro país, no es, en sí mismo, nada malo. Hacerlo a bajos precios, con comportamientos más propios de commodities que de verdadero valor de producto, lo es mucho más. Pero es lo que hay.

Los problemas vienen cuando esos compradores que se acercan a nuestros vinos “por precio”, tienen problemas para colocar su producción y acaban obligándonos a asumir como nuestros sus desequilibrios, trasladándonos problemas de comercialización sobre los que no tenemos ninguna posibilidad de actuar.

Que nuestro consumo baje de 9’713 millones de hectolitros del interanual a septiembre, según datos del Infovi, a 9’530 Mhl en octubre, no es un problema. Que con motivo de la pandemia perdiésemos medio millón de hectolitros (0’454) hasta situarnos en 10’634 Mhl, pudiera ser más preocupante, pero tampoco algo insalvable. Sin embargo, el hecho de que desde marzo’22 cayésemos a plomo hasta situarnos en el entorno de los 9’6, pozo del que no conseguimos salir, sí pudiera ser algo más que una situación circunstancial.

Pues, aunque siempre tendremos una guerra a la que echarle la culpa (o un desboque de la inflación), los daños que ocasionan en el consumo de vino son mucho más prolongados en el tiempo y profundos en los hábitos de consumo.

Que los gustos de los consumidores ahora se decanten por vinos más frescos y que los tintos estén teniendo más dificultades para ser comercializados que blancos y rosados; son circunstancias propias del mercado que, sin restarle ni un ápice de importancia, no tendrían que ser una traba para el conjunto del sector.

El desafío está en que lo que se está produciendo no es un traspaso de un tipo de vino a otro, sino que estamos perdiendo un tipo de consumidores que, a juzgar por las categorías de vinos que más están sufriendo (los envasados con denominación de origen); son los que más gastaban y apostaban por marchamos de calidad garantizados.

¿Para siempre? Pues no tengo respuesta para ello. Pero ya son muy variadas y de diferentes países las organizaciones que reclaman estudiar la aplicación de medidas tan radicales como el arranque de viñedo. Cuando los efectos sobre las cosechas que estamos teniendo en los últimos años, de pérdida de producción, no es posible concretar si se tratan de un efecto del Cambio Climático, debiéndose considerar como irreversibles, o una consecuencia cíclica propia del clima.

El rostro del Vino: Pau Roca

Con todos los problemas de consumo, contenido alcohólico, etiquetado, indicaciones de calidad, menciones tradicionales… a los que nos enfrentamos, resulta totalmente innegable que el sector vitivinícola ha dado un giro de 180º en los últimos cincuenta años.

De los millones de hectolitros que producíamos para ser convertidos en alcohol, las cantidades y momentos en los que los consumíamos, la forma en la que eran comercializados a granel en las bodegas, o la escasa relevancia en los mercados internacionales, al peso que tienen hoy en día nuestras exportaciones, el renombre de nuestras indicaciones de calidad, formato en el que se comercializan nuestros elaborados, la diferenciación del precio en función de calidades, etc. Hemos vivido una profunda revolución que ha requerido de grandes personalidades, capaces de liderar cruentas batallas en esferas internacionales.

Políticas primero, dirigidas a luchar por vencer recelos de nuestro entorno, como fuera el caso del periodo transitorio al que nos sometieron con nuestra incorporación a la Comunidad Económica Europea. Económicas, como la que hemos tenido que librar por abrirnos un hueco en un mercado internacional maduro y en el que teníamos que enfrentarnos a numerosos actores de todo el mundo, haciendo valer nuestra calidad, diferenciación y precio. Técnicas, por adecuar nuestras instalaciones enológicas, pero también vitícolas. Sociales, por convencer de que el problema del alcoholismo no reside en la bebida sino en la educación y moderación con la que es consumida.

Y para ello han hecho falta personas comprometidas, con capacidad de liderazgo y confianza con la que generar seguimiento y atracción. Haciendo más válida que nunca esa frase que dice que un sector es lo que son sus gentes. Y el sector vitivinícola puede presumir de personas que han trabajado por conseguirlo.

El pasado jueves día 7 nos dejaba Pau Roca. Sin ningún género de dudas, una de esas personas que más ha hecho por la vitivinicultura moderna.

Desde sus diferentes puestos de responsabilidad y con una personalidad arrolladora a la vez que dialogante, ha ido acompañando al sector en esta larga travesía. Primero llevando de la mano al vino español en Bruselas para, posteriormente hacerlo desde la misma Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) como director general, por el mundo. Lo que le ha otorgado una gran visibilidad mundial. Ha sido una persona comprometida, con arraigados principios sectoriales que deja un importante legado.

Es bastante frecuente que aquellos que nos dedicamos al mundo vitivinícola ensalcemos sus virtudes de manera exacerbada, hasta el punto de apropiarnos en exclusiva de algunas de ellas. Seguramente en una posición altanera que va mucho más allá de lo que verdaderamente lo sustenta. Y que nos lleva a otorgar al vino, y todo lo que con él está relacionado, un protagonismo en nuestra historia, educación, sanidad o economía preponderante. Pero, con la misma impetuosidad ensalzamos su mayor virtud: su humanidad.

Desde todos los ámbitos y colectivos se han venido sucediendo estos días muestras de respeto y aprecio por Pau. Bienvenidas sean todas ellas y ojalá acabemos entendiendo que somos más fuertes unidos que cada uno por separado. Y que hay un bien común que nos une que se llama Vino.

Muchas cuestiones para una realidad cambiante

Que los mercados no están funcionando como a todos nos gustaría resulta tan evidente como que el origen de esta situación no está tanto en el propio sector como en las circunstancias geopolíticas y económicas que nos van superando, desde la declaración de la pandemia por Covid-19 allá por el mes de marzo de 2020. Hasta conducirnos a una crisis de asequibilidad agravada por políticas monetarias restrictivas, cuyo único objetivo es el control de la inflación.

Desde aquel fatídico mes de diciembre de 2019 en el que se registró, públicamente, el primer caso Covid en Wuhan (China), todo han sido problemas que han dificultado mucho la recuperación económica y el retorno a una cierta normalidad en el comercio mundial y el consumo.

Ya sea por unos motivos u otros, el caso es que el consumo de vino en el mundo disminuye; las cosechas se ven afectadas, cayendo a niveles de hace 60 años y, aún con todo y con eso, el comercio del vino no es capaz de recuperarse y sus efectos se dejan notar con cierta preocupación en las cotizaciones y existencias.

Las medidas emprendidas, en el caso de Europa, por la Comisión Europea o por los propios Estados Miembros; no han acabado dando los resultados previstos. O sí, pero han sido insuficientes. El caso es que las cifras de consumo interno aparente en España se mantienen estables en el entorno de los 9’6 millones de hectolitros desde hace un año; mientras las exportaciones ya muestran señales de debilidad, con caídas que ya no sólo afectan al volumen, sino que comienzan a hacerlo, también, al valor.

Y, aun así, las existencias siguen disminuyendo (-10’5%) con respecto a las que teníamos hace un año. Efecto de una pérdida muy importante de cosecha. Más pronunciada en tintos (-24’3%) que en blancos (-18’4%) según los datos del último Infovi correspondientes al mes de octubre y que, en cambio, nos han llevado a comportamientos en las cotizaciones en origen de los vinos muy dispares. Con una notable revalorización en los blancos y rosados y un pronunciado estancamiento en tintos.

¿Flor de un día, el comportamiento en los gustos y preferencias de los consumidores? ¿Otra consecuencia del calentamiento global y la búsqueda de productos más frescos? ¿Tendencia de las bodegas que, ante la imposición de precios contenidos, han apostado por productos que requieran menos inmovilización y permitan una realización lo más rápidamente posible?

Grandes retos con los que fortalecer al sector

Entre los muchos retos a los que nos enfrentamos en la sociedad del siglo XXI, están los de la alimentación, el estilo de vida, la ecología, el medioambiente, la salud… y la despoblación. Ninguno de todos ellos ajeno al sector vitivinícola, sino que en todos ellos tiene mucho que decir.

Con unos momentos de consumo cada vez más reducidos y limitados, con fuertes amenazas legislativas e impositivas; son grandes temas ante los que el sector tiene mucho que aportar y, jugar bien sus bazas, no sólo puede ser una necesidad, sino que, incluso, una gran oportunidad.

El Vino ha tenido que ir buceando en sus cualidades para buscar las evidencias más apropiadas con las que contestar las posibles amenazas que le acechaban. Lo que nos ha permitido disponer de fundados argumentos para cada uno de los temas.

Quizás, el más recordado, por reciente, pueda ser la lucha encarnizada en la que se ha visto envuelto por la postura intransigente y, disculpen esta opinión personal, ignorante de algunos políticos que, en su afán por decirnos lo que tenemos y lo que no tenemos que hacer (también comer o beber), se han dedicado a señalar el contenido alcohólico del vino como fuente de todos nuestros males.

Y, aunque la respuesta colectiva con la que se pretende tener una posición proactiva del Wine in Moderation, o en nuestro caso particular, la propia Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (FIVIN), desde la que se han divulgado investigaciones científicas encaminadas a demostrar que su consumo, en dosis adecuadas, no tiene por qué ser perjudicial para la salud, incluso puede llegar a resultar beneficioso para hacer frente algunas enfermedades, como podrían ser las coronarias. Las amenazas siguen siendo muchas y sus fuerza, lejos de controlarse, no están más que aumentando y poniendo al sector vitivinícola en una posición cada vez intimidada.

En la lucha abierta contra la obesidad y bajo la licencia de mantener al consumidor informado, todos los vinos elaborados antes del 8 de diciembre de 2023 podrán seguir comercializándose bajo los requisitos de etiquetado aplicables hoy hasta agotar existencias. Afectando su obligatoriedad tanto a los vinos comercializados en la UE, como a vinos exportados.

A pesar de que un cambio de última hora en su interpretación, por parte de la Comisión Europea, en la que señala que los códigos QR que contienen la información nutricional y de ingredientes deben identificarse en la etiqueta física con el término “ingredientes” por escrito (añadiendo además incertidumbre sobre el régimen lingüístico a aplicar) obligará a las bodegas a modificar aquellas etiquetas que, para los vinos elaborados con posterioridad al 8 de diciembre, ya tuvieran preparadas.

El vino, la bebida menos consumida entre los jóvenes de 14 y 18 años

Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta nuestro sector, es que elaboramos una bebida alcohólica. Que para nosotros está envuelta en un halo de cultura y tradición; de fijación de población y de mantenimiento del medioambiente; de riqueza y atractivo turístico. Pero, cuyo contenido alcohólico le hace presa de aquellos que buscan un chivo expiatorio al que señalar como culpable de una falta de interés por educar y formar en el consumo moderado e inteligente de la población.

Las consecuencias de todo ello están por determinar y podrían llegar a suponer una fuerte estocada para el futuro de muchas explotaciones, cuyas producciones se podrían ver amenazadas ante la posibilidad de acentuar la caída del consumo o la pérdida de las ayudas que llegan al sector y van dirigidas a mejorar nuestra comercialización. No parece tener mucho sentido subvencionar algo a lo que, por otro lado, se persigue.

Bajo esa premisa, son varias las ocasiones en las que, desde el Ministerio de Sanidad o Consumo se ha intentado atacar al vino, calificándolo de droga, señalándolo como responsable de los accidentes de tráfico o eliminándolo de los menús del día. Por no hablar de aquellas otras campañas comunitarias, mucho más agresivas, como la desarrollada por algunos países en la propia Unión Europea, caso de Irlanda, en la que se ha obligado a etiquetar con imágenes (“warnings”) que alertan de las consecuencias sobre la salud del consumo de este alimento.

Efectos que, desde la sociedad científica se intentan contestar con estudios que demuestran, entre otras, dos cuestiones fundamentales: que el estilo de vida mediterráneo es “probablemente” el más saludable y que beber vino “moderadamente” no representa un riesgo para la salud. Conclusiones extraídas del Congreso internacional, organizado por FIVIN, “Lifestyle, Diet, Wine and Health” y celebrado en Toledo el pasado mes de octubre.

Conclusiones que no acaban de convencer a una determinada clase política, que sigue señalándonos como parte del problema y no como la alternativa a consumos concentrados y desmesurados que buscan en el alcohol la borrachera del fin de semana.

Un simple vistazo a la evolución del consumo de vino en España en los últimos cincuenta años y los accidentes de tráfico o el papel que representa entre las bebidas alcohólicas; debiera bastar para entender que, cuando hablamos de alcohol, el término requiere de grandes puntualizaciones. Pero para aquellos que aun así no lo comparten, les aconsejo que le echen un vistazo a la “Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias de España 2023 (Informe Estudes). Entre cuyas principales conclusiones cabría destacar que “entre tipos de bebidas con alcohol, el vino es el de menor prevalencia de consumo en los últimos 7 días entre los estudiantes, con apenas un 5,8% del total (vino/champán) o del 1,6% (vermú/jerez/fino), muy por detrás de los combinados (22,4%), combinados/cubatas (22,4%); cerveza/sidra (13,6%) y en una situación similar a los licores de frutas (5,7%)”.

La prevalencia de consumo de vino/champán en el periodo de tiempo de una semana, un 5,8% corresponde a hombres y un 5,6% a mujeres, mientras que en vermú/jerez/fino, un 1,9% a los hombres y un 1,3% a las mujeres.

La paralización del mercado comienza a dejar huella en las macromagnitudes

Llegan los momentos de ir planteando las nuevas plantillas con las que negociar y son muchas las dudas que surgen. No sólo en las bodegas, que han visto crecer el coste de sus insumos de manera desproporcionada; no así los precios de la materia prima (uva) que se ha visto, en términos generales y con notables excepciones en variedades blancas o destinadas a la elaboración de cava, muy contenidas. Sino también en la gran distribución, nacional e internacional, que se enfrenta a una importante pérdida del poder adquisitivo de sus clientes, lo que les obliga a ser muy cautelosos en la subida de los precios, especialmente en aquellos productos que no son de primera necesidad, como es el caso del vino.

Y es que, el consumo mundial disminuye y cada vez son más los operadores que se disputan esas botellas. Antes Francia e Italia copaban el comercio global, después llegó España y ahora, Australia, Chile o Estados Unidos compiten por introducir sus vinos; con visiones y reglas muy diferentes. La competencia es voraz y las consecuencias están haciéndose notar fuertemente.

Entre las medidas adoptadas por la Comisión Europea para afrontar esta situación, cabe destacar, por lo relevante de la zona y el argumento dado en su justificación (razones sanitarias), la autorización que hizo el pasado viernes 4 de noviembre al régimen de ayudas estatales francesas. 30 millones de euros, hasta 6.000 euros por hectárea de viñedo en producción, para compensar el arranque definitivo de viñas en la región de Burdeos. Medida que estará en vigor hasta 31 de diciembre de 2025 y cuyo objetivo es indemnizar a los propietarios de viñas que estén cerca de la edad de jubilación o lleven a cabo un plan de reconversión profesional para la eliminación de manera voluntaria y definitiva de la capacidad de producción de sus parcelas, mediante el arranque de cepas. A fin de reducir la densidad del viñedo para luchar mejor contra la propagación de la “flavescencia dorada”.

Volviendo al ámbito nacional, destacar el diferente comportamiento mostrado en el precio de la tierra del viñedo de uva de vinificación atendiendo a si es secano o regadío. Mientras la de regadío ha crecido un 2,40% hasta situarse en los 22.623 €. La hectárea de viñedo en secano apenas ha aumentado 56 euros por hectárea (+0,39%), pasando de los 14.309 de 2021 a los 14.365 del 2022. Con crecimientos destacados en el País Vasco (+8,0%), Murcia (+5,0%) o Galicia (+4,5%); y pérdidas como la de Madrid (-9,2%), Cataluña (-3,8%) y Andalucía (-2,8%).