Hacienda llama a la puerta

En el anterior número de SeVi les advertía sobre la conveniencia de estar muy atentos a los posibles movimientos del Ejecutivo en el tema impositivo, ya que se me antojaba más que probable que el vino fue objeto de deseo del Sr. Montoro y pretendiese modificar el tipo impositivo actual del 0%.

Hoy, dos semanas después y sin el techo de gasto (primer paso en el proceso de la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado) aprobado, las declaraciones del titular de la cartera de Hacienda y Función Pública, de quien depende su elaboración, no pueden ser más preocupantes: “No subiré los principales impuestos, pero habrá que modificar los pequeños, como son los impuestos especiales”

¿Se está refiriendo solo a los de los hidrocarburos, o los del alcohol también serán considerados como un impuesto menor y será modificado su tipo impositivo? Eso es algo que, de momento, no podemos aventurar. Pero, ¡qué miedo me da!

No solo porque tenga el firme convencimiento de que está siendo una opción muy tenida en cuenta por el gabinete del ministro, sino porque el propio sector de bebidas alcohólicas, coincidentes en esta apreciación se ha apresurado a encargar un informe a Analistas Financieros Internacionales a fin de analizar las posibles repercusiones que un cambio en la actual política fiscal podría tener sobre la actividad económica y la recaudación fiscal.

Sus conclusiones, hechas públicas el lunes pasado (disponibles en nuestra web) no pueden ser más tajantes. Su mantenimiento representaría que la contribución fiscal en la cadena de valor del sector, considerando las previsiones de crecimiento (2014-2017), se incrementaría en 1.718 M€, el VAB 3.488 M€ y los empleos generados en 64.061. Un incremento de la fiscalidad del 10% en el impuesto especial y elevación del IVA al general (21%) en Hostelería provocaría un traslado del consumo del canal Horeca al de Hogar, una pérdida en la actividad económica (VAB) del 9,2% (3.660 M€), 52.734 puestos de trabajo (7,1% de los actuales) y una pérdida fiscal neta de 46 M€.

Con total independencia de lo que puedan depararnos los acontecimientos de las próximas semanas, está bastante claro que sobre el sector vitivinícola español pende una amenazante Espada de Damocles. La posibilidad de modificar el tipo impositivo que afecta al vino tendría consecuencias calamitosas sobre un consumo que ya tiene bastante con “lo suyo” como para tener encima que hacer frente a una subida de impuestos que resulta totalmente inasumible por parte de la industria. Su traslación al consumidor repercutiría en los ya preocupantes niveles de consumo y acabarían afectando a su cadena de valor, en la que el sector primario, especialmente, reclama insistentemente la necesidad de aumentar los precios a los que vende su producción, sin más conclusión de los expertos que eso no será posible en tanto en cuanto no consigamos vender con mayor valor nuestros vinos.

No obstante, seamos positivos y tomemos lo que de bueno tiene esta situación, y una de las más destacadas cosas buenas que está teniendo es la poner de acuerdo a diferentes colectivos: cerveceros, bodegueros y elaboradores de bebidas espirituosas y sidras han sido capaces de adelantarse a los acontecimientos, dotándose de un documento independiente y riguroso que les permita disponer de argumentos concretos y contrastados sobre las consecuencias que una modificación de la tributación podría tener sobre las arcas públicas.

Luego vendrán consideraciones de índole política y populistas que distan mucho del razonamiento y la lógica. Pero, al menos, no podremos decir que no hemos ido preparados para contestar las propuestas del Ministerio.

Confiemos en que el trabajo de lobby que tiene que desarrollarse tenga éxito y dentro de unas semanas hablemos de este asunto como un mal sueño propio de alarmistas que solo ven fantasmas donde no los hay.

Tocar de oído

Ni Infovi, ni Interprofesional, ni nada de nada. Está bien claro que el sector vitivinícola español está condenado a “tocar de oído” en la interpretación de la obra “Planificación de la campaña”. Ya que, si bien la misión del Infovi no es la de realizar previsiones de cosecha, más bien todo lo contrario, constatar evidencias, cuantificando el volumen exacto que hay en las bodegas; se tenía la esperanza de que, con la publicación mensual de las estadísticas, se tuviera una herramienta eficaz con la que concretar los volúmenes y poder establecer una estrategia comercial para la campaña que evitase la especulación.

El papel de estimación que no realizaba el Infovi, el Mapama también ha dejado de ejercerlo, dado que en sus avances mensuales de producción y superficie ha dejado de publicar la estimación de vino y mosto y se limita a dar la de uva de vinificación. Cuestión no baladí ya que, lo que en principio podría ser más o menos equiparable realizando la correspondiente transformación en función de los rendimientos, estos cambian de campaña a campaña. La Interprofesional (OIVE) también ha pasado de puntilla, y eso que en los primeros días de septiembre tuvo lugar una reunión entre Ministerio y OIVE para analizar precisamente este tema e intentar tener una idea mucho más exacta de la cosecha que la que ha existido en años anteriores.

Las cifras demuestran que todo esto ha servido, relativamente, para poco. Primero porque aquellas estimaciones de una cosecha histórica basadas principalmente en la entrada en producción de nuevas plantaciones, fueron superadas por aquellas otras que, al amparo de la sequía y la fuerte ola de calor, apuntaban hacia producciones inferiores a las del pasado año. Segundo, porque el resto de los países productores no son muy diferentes a nosotros, y también ellos han acabado sucumbiendo a esta moda de estimar menos cosecha de la que han acabado teniendo. Y tercero, porque, al igual que en otras campañas, las cotizaciones han surfeado la vendimia en la cresta de la ola y la calma puede llevarlas a niveles más por debajo de los previstos.

Al menos siempre nos quedará el consuelo de confiar en el extraordinario potencial de nuestros vinos y la excelente calidad de la cosecha.

Convendría estar atentos

Han sido necesarios más de diez meses para no cambiar nada. O al menos bien poco. De hecho, en el Ministerio que nos atañe, salvo la incorporación de la Pesca en su nombre, pasando de Magrama a Mapama, todo lo demás, incluida su titular, Isabel García Tejerina, sigue siendo lo mismo.

Y casi mejor que así sea. Ya que, al margen de opiniones personales sobre el partido que debe gobernar, o la persona más indicada para ocupar el puesto de titular de esa cartera, pende sobre todos nosotros una peligrosa “espada de Damocles” que se llama 5.500 M€ con los que la Comisión Europea nos obliga a ajustar nuestros presupuestos y que, amén de subidas de tipos en las retenciones de las grandes sociedades, algún ajuste más habrá que hacer para cumplir con la CE.

¿Se verá afectada la agricultura, alimentación, pesca y medio ambiente en este recorte de gasto?       Contestar ahora mismo se hace bastante complicado, especialmente porque creo que ni tan siquiera ellos mismos (presidente y ministros del área económica) lo saben. Pero, por si acaso, convendría estar atentos. No vaya a ser que nos pase como en muchas ocasiones, que cuando nos queramos dar cuenta sea ya demasiado tarde.

En un principio y considerando las escasas competencias que nos quedan en estos temas, el primer impulso nos lleva a pensar que no debiera ser un ministerio muy afectado por cualquier recorte que pudiera producirse en el gasto. Pero, si consideramos que cada vez son más las medidas que requieren de una cofinanciación y que la tendencia en la Unión Europea es ir reduciendo su presupuesto en la Política Agraria. O que las legislaciones nacionales parecen estar recuperando protagonismo, ante una tendencia de simplificar lo máximo posible la legislación europea. O la propia demanda existente en algunos pesos pesados de la Unión, partidarios de dotar de mayor autonomía a los Estados Miembros con la que permitirles hacer frente a todos estos movimientos rupturistas y antisistema que están surgiendo en prácticamente todos los países de la Unión (con el mejor ejemplo posible en el “Brexit”), convendría estar atentos.

Si, además, tenemos en cuenta que el tema del vino es abordado por algunos políticos como un producto alcohólico, nocivo para la salud y causante de un grave problema entre nuestros jóvenes llamado alcoholismo de fin de semana (Elena Salgado y su propuesta cuando estaba al frente del Ministerio de Sanidad, es un buen ejemplo de esta casta de políticos simplistas y con soluciones populistas a los problemas importantes), convendría estar atentos.

Pero, si todo esto no es suficiente motivo para reforzar los esfuerzos por defender el Vino y su labor educacional en los jóvenes, o su papel vertebrador de la sociedad en muchos pueblos de España. Incluso su importancia en nuestra balanza de pagos, siendo un sector netamente, casi exclusivamente, exportador. Hay otro asunto que nos debería hacer estar más atentos todavía. Y es la posibilidad de que se imponga un tipo impositivo al vino diferente del que actualmente disfruta y que, como bien saben, es cero. Esa posibilidad existe desde el mismo momento en que se le fijó.

Y cuando los gastos sociales adquieren un notable protagonismo en las negociaciones que mantienen los partidos políticos que pueden dar sustento al Gobierno y permitirle aprobar los Presupuestos Generales de Estado para 2017, imposibilitando la subida de los impuestos más impopulares como son el del Valor Añadido (IVA) o el de la Renta de las Personas Físicas (IRPF), los de segundo nivel, especialmente los indirectos como son los de los hidrocarburos o especiales, adquieren un peligroso protagonismo por el que convendría estar atentos.

Años en los que nos jugamos mucho

Ni por la elevada suma que representa (6.242,5 M€), ni por la función que desarrolla de reconversión y reestructuración, promoción en terceros países, inversiones, pago único, etc., el sector vitivinícola europeo está en disposición de prescindir de los Programas Nacionales de Apoyo a partir de 2018, cuando concluye el actual periodo 2014-2018. Los constantes anuncios de la Comisión Europea sobre la revisión del Marco Financiero Plurianual 2020-27, las consecuencias que pudiera tener el “Brexit” de Reino Unido previsto, a más tardar, para 2019; o la desviación de fondos que está suponiendo la política social (inmigración, refugiados, fronteras, crecimiento, empleo…) o medioambientales; hacen temer una reducción notable en los fondos destinados a la Política Agraria Común (PAC), que acaben teniendo importantes consecuencias sobre los Programas de Apoyo al Vino.

Dicho lo cual, al menos tenemos la voluntad política de la Comisión, anunciada por la coordinadora de estos Programas, Chiara Imperio, quien confirmó oficialmente que existe una “intencionalidad y voluntad política” de prorrogarlos durante un nuevo periodo (2019-2023). Así como que se alarguen hasta el 2020-21 los actuales a fin de garantizarnos su existencia, con independencia de lo que sucediera con el Marco Financiero 2020-27.

Pero si atentos habrá que estar a este tema en los próximos meses, no menos importancia demanda la situación competitiva de nuestro país. Asunto analizado por el OEMV en un informe para el Magrama y que bajo el título “La situación competitiva de los vinos españoles en el mundo y previsiones de evolución” fue presentado a representantes del sector y entre cuyas principales conclusiones destacaríamos que para un horizonte de 2025 España exportaría 31,8 Mhl por un valor de 4.174 M€, gracias a un precio medio de 1,48 €/litro, que tendría su explicación en un cambio del “mix” de producto, en el que aumentarían los vinos envasados hasta el 35,1% del total, los espumosos al 6,8% y reduciéndose los graneles al 58,1%, que aumentarían su precio gracias a pasar de graneles básicos y “anónimos” a varietales.

Confiemos en que la frialdad y escepticismo con los que fue recibida esta proyección por parte de una fracción importante de los presentes en la reunión entre Magrama y sector, tenga poco grado de cumplimiento y las dotes de analíticas del Observatorio se cumplan. Por el bien del sector.

¿Y ahora qué?

Las vendimias van tocando a su fin, los mostos terminando sus fermentaciones y la comercialización de mostos y vinos adquiriendo un gran protagonismo, propio del comienzo de campaña pero que, sin duda, condicionará fuertemente su evolución, al menos la de los próximos cinco o seis meses hasta que empecemos a ver cómo ha evolucionado el viñedo, información con la que comenzar a elucubrar con posibles nuevas cosechas.

Vigilar de cerca lo que suceda con los mercados exteriores es una tarea que no debería ser ajena a ningún operador. No en vano es con gran diferencia nuestro mejor cliente y al que le vendemos prácticamente el sesenta por ciento de nuestra producción. El resto va a consumo interno, mostos y destilación para la obtención de alcoholes de uso de boca; utilidades que todas juntas están muy por debajo de nuestras exportaciones.

Durante el mes de julio ya pudimos observar una cierta ralentización de la marcha de nuestras ventas al exterior con una pérdida del 3,5% en volumen si hablábamos de vino exclusivamente pero que se elevaba hasta el 10,8% cuando incluíamos aromatizados, mostos y vinagres. Al contrario de lo que sucedía con el valor que aumentaba un 2,1% y un -0,8% respectivamente.

La duda estaba en saber si se trataba de una circunstancia normal del mercado ante la reducción de la oferta y la llegada de la nueva cosecha, con pretensiones algo más elevadas por parte de todos los vendedores. O si, por el contrario, se trataba de un cambio de tendencia en el mercado que fuera consolidándose con el paso de los meses.

En campañas no muy lejanas tenemos un perfecto ejemplo de cuál es la reacción del mercado a una elevación en el precio medio. Y sabemos que por más margen que nos digan los expertos que tenemos, dada la gran diferencia que existe entre nosotros y el siguiente país que más barato vende sus productos vitivinícolas de menor precio; el mercado acaba reaccionando de manera inversamente proporcional.

Lamentablemente los datos del mes de agosto no nos permiten pensar que se trata de una situación pasajera en la que no se vuelva a repetir esa reacción. Elevar nuestro precio hasta los 1,17€/litro en vino frente al 1,08 del interanual anterior es muy bueno, pero eso ha supuesto en términos de valor crecer un 1,19% a costa de perder en términos de volumen un 5,3%, siendo los vinos tranquilos a granel los que (con una pérdida del nueve por ciento) mayor parte de esa disminución han tenido que soportar, mientras que los envasados apenas bajaban medio punto porcentual.

Todos, desde bodegas a organizaciones e instituciones, coinciden en señalar que las circunstancias de una estimación de producción en la Unión Europea de 165,6 millones de hectolitros (-5%), pérdida que a nivel mundial llega hasta el (-6%) ante las malas cosechas de Argentina y Chile, son muy positivas para nuestras aspiraciones y que debemos ser inteligentes y aprovecharlas para mantener los volúmenes e incrementar razonablemente los precios. Hasta el momento esto no se ha producido, pero habrá que confiar en que, conforme vayamos disponiendo de una información más precisa de las cosechas, la situación vaya cambiando y haciéndose realidad nuestros deseos.

Mención especial merecen los datos del INFOVI correspondientes al mes de agosto, no ya por su contenido, huérfanos de parámetros con los que poder compararlos. Pero que suponen un gran paso hacia adelante en todo lo referente a disponer de una información actualizada y fiable del sector. Así como la puesta en marcha de una Extensión de Norma que, con su emisión a finales de este mes de la primera factura a los operadores, iniciará la recaudación de unos fondos encaminados a conocer mejor las necesidades del sector, mejorar la información y recuperar el consumo interno.

Una campaña sosegada

Aunque, de momento, seguimos presentando unos datos de comercio exterior satisfactorios, ya que en datos interanuales (agosto’15-julio’16) el valor de nuestros vinos sigue siendo un 2,1% superior a los del mismo periodo anterior, el volumen ya ha comenzado a dar síntomas de agotamiento, y su cifra bajado un 3,5% en términos generales de vinos y llegando a un 5,7% si nos referimos a los graneles.

¿Preocupante? Pues de momento creo que no. Al fin y al cabo los movimientos deben presentar oscilaciones y, considerando las expectativas que se manejaban en las estimaciones de producción, no son cantidades que debieran ponernos sobre aviso ante cualquier cambio traumático para nuestro comercio.

Aun así, y pendientes de conocer en los próximos días los datos de exportación referidos a agosto, convendría no olvidar lo sensible que se muestra este mercado a los cambios bruscos en los precios. Y lo rápido que reacciona, mostrando una correlación inversa casi perfecta en las cantidades.

Los precios en España han subido, en términos generales. Uva, mostos y vinos, que conforman la gran mayoría de esa partida que vendemos como vinos a granel, han aumentado, y en algunos casos con crecimientos en porcentaje que van más allá de los dos dígitos. Repercutirlos es la reacción más natural, y muy posiblemente a la que aspiren la inmensa mayoría de las bodegas y cooperativas. Reforzados por previsiones de cosecha inferiores en todos los países productores del mundo, lo que reduce sustancialmente las alternativas posibles a nuestros productos. Pero, cuidado, porque, con independencia de lo que podamos acabar encontrándonos cuando hablemos del conjunto de la campaña, en el mes a mes, especialmente los primeros de esta campaña, podemos asistir a un ralentización del mercado, con una presencia apenas testimonial de compradores extranjeros (como nos aseguran ya está sucediendo con los siempre manipuladores italianos) que ante la situación del mercado han reducido sustancialmente su presencia y mermado sus ofertas y operaciones.

Tenemos una excelente ocasión para afianzar mercados, mejorar posiciones y valorizar nuestros productos. Contamos con una calidad extraordinaria, que nos permite situarnos como los mejores del mundo. Ahora solo necesitamos que el querer ser demasiado ansiosos y querer ganar en una campaña lo que no hemos sido capaces de hacer en muchas no lo arruine.

Un largo camino por recorrer

El futuro del sector, al menos en lo que mi imaginación da, está bien claro que pasa por la exportación, ya sea manteniendo aquellos mercados en los que hoy somos líderes, o abriendo otros con nuevos productos de mayor valor añadido. Sin entrar en muchas disquisiciones sobre lo posible y lo imposible, la realidad acaba imponiéndose a los deseos y nuestro porvenir pasa, irremediablemente, por esta evolución.

La misma entrada en producción de países hasta ahora insignificantes en el panorama vitivinícola mundial, o los cambios en la demanda de unos consumidores con unos estilos de vida por conocer, hacen que esta evolución se vaya imponiendo y de nuestra capacidad de adelantarnos a esos cambios y adaptación a lo que vaya sucediendo dependerá nuestro nivel de éxito.

La globalización de los mercados, la homogeneización de las sociedades y los consumidores, son factores que pueden ayudarnos en esta evolución que debemos realizar. Pero, cuidado, porque cuando hablamos de posibles ventajas también lo estamos haciendo para nuestra competencia, lo que hace que cualquier oportunidad sea también una amenaza.

Uno de los aspectos que deberíamos analizar con algo más de profundidad de lo que normalmente lo hacemos no es tanto el tipo de producto que exportamos y el bajo precio al que lo hacemos, como los países a los que les vendemos y la órbita comercial en la que se encuentran. Considerar la Unión Europea como un mercado exterior bien podría considerarse, en sí mismo, una contradicción, ya que el propio espíritu de su existencia es la libre circulación de personas y mercancías por su territorio. Un Mercado Único.

Según los datos de la Comisión Europea, durante 2015 las exportaciones Extra UE-28 fueron de 21,972 Mhl, 9.813,3 M€ y a un precio medio de 4,47€/litro. Cifras que en sí mismas puede que no nos digan mucho. Ahora bien, si tenemos en cuenta cuál es nuestro peso (el de España) en esas cifras, a lo mejor podamos sacar alguna conclusión, aunque sea muy superficial.

En volumen, España contribuyó al comercio extra UE-28 con 5,749 Mhl (26,16%), Francia con 5,897 (26,84%) e Italia 6,556 (29’84%), como podemos ver cantidades muy similares. Menos parejas resultan las cifras correspondientes al valor, donde con 1.037 M€ España solo contribuyó con un 10,58%, cuando Italia lo hizo con 2.603 M€ (26,53%) y fue Francia la que más aportó, un 46,86% con sus 4.599 M€. Resulta fácil imaginar que si combinamos adecuadamente estos dos valores tendremos unos resultados en cuanto al precio medio donde no salimos muy bien parados. Haberlo hecho en el conjunto de la extra UE-28 a 4,47€/l y que nuestro país sea el que más bajo lo ha hecho de todos los países productores con un precio medio de 1,81 €/l cuando Portugal lo hizo a 2,25, Italia a 3,97, Alemania a 4,71 y Francia a 7,8 €/l, nos puede dar una idea bastante exacta del largo camino que nos queda por recorrer.

Y de las muchas posibilidades que tenemos, pues, al margen de cuestiones de índole crematística, deberíamos animarnos al comprobar como al tercer país al que más le vendemos y, sin duda, el objetivo prioritario de todo el comercio mundial: EE.UU, lo estamos haciendo a 4,20 €/l, por encima de los 4,02 de Italia o los 4,00 a los que lo hace Portugal, aunque muy lejos de Francia con sus 10’31€/l. Y a que en ese gran mercado de futuro, que todos se empeñan en señalar, que es China, tenemos todavía un gran tramo por recorrer ya que somos los que más barato de todos vendemos: a 1,48, cuando el precio medio es de casi el doble, 2,88 €/l. Situación que se repite prácticamente con el resto de países, donde todos nuestros socios comunitarios venden a un precio muy por encima del que lo hacemos nosotros.

Falta información

Hasta ahora cuando el Ministerio de Agricultura publicaba una estimación de cosecha nos lamentábamos de que esta presentaba grandes diferencias con las realizadas por otras organizaciones o las nuestras mismas, y que al final la realidad acababa aproximándose mucho más a estas que a las publicadas por el organismo oficial. Eso, además de que se publicaban a destiempo, ya que en octubre trabajábamos con datos de julio.

La puesta en marcha de la Interprofesional del Vino (OIVE), entre cuyos objetivos fundacionales se encuentra el de disponer de una información estadística veraz y actualizada con la que permitir trabajar sin las interferencias de especuladores basadas en bulos y comentarios interesados; prometía acabar con esta situación.

Primero la creación del Registro REOVI y posteriormente el INFOVI debían proporcionar mensualmente una información exacta de la situación de existencias y cosecha que acabaría de una vez por todas, con esta situación de provisionalidad y discrepancia que presentaban las diferentes fuentes.

De los numerosos problemas a los que se han tenido que enfrentar los operadores a la hora de cumplir con sus obligaciones y presentar las declaraciones mensuales, con continuas modificaciones que hicieran ágil y operativa una aplicación informática que pasaba por alto cuestiones de cierta importancia propias de este sector en cuanto al movimiento de mercancía, mejor no vamos a hablar. O de los sucesivos aplazamientos que fueron produciéndose hasta su puesta en funcionamiento. Por no hablar de quién iba a ser el organismo que tuviera la potestad del tratamiento de la información para su posterior remisión a los organismos competentes, como pudiera ser la propia Interprofesional, sin cuya información no es posible llevar a cabo la aplicación de la Extensión de Norma, y en consecuencia, la recaudación que la ponga en marcha de manera efectiva. No vamos a hablar más, pues es conocidos por todos y confiamos en que llegados hasta aquí no nos reste mucho tiempo para que esté todo solucionado y operativo.

El problema es que antes, a estas altura de campaña, disponíamos de, al menos, dos estimaciones de cosecha del Magrama, la correspondiente a los meses de junio y julio, que aunque, como decía, no muy exactas, al menos eran una orientación para el sector. Pues bien, este año, en el que en teoría la información iba a ser mucho más completa y válida para el sector (solo es válida la información si está actualizada), resulta que el Ministerio se ha descolgado con no publicar estimaciones de producción de vino y mosto, haciéndolo solo de uva de vinificación.

¿Coherente?

No lo sé. Pero lo más extraño es que por parte del sector tampoco se oyen muchas voces lamentando esta ceguera informativa.

Por el bien de todos

Según estimaciones publicadas por la Dirección General de Agricultura de la Comisión Europea, la cosecha 2016 en la UE-28 será de 165,6 millones de hectolitros, un 4,3% inferior a la del año pasado. Eso a 15 de septiembre, que es la fecha sobre la que está datada la información. Ampliamente superada, ya que todo parece indicar que el resultado final puede ser incluso peor a juzgar por cómo están evolucionando las cosechas con respecto a lo estimado.

Volumen que en sí mismo no debiera ser ningún problema, tal y como venimos avanzando desde hace semanas, pero que sin duda generará movimiento de mercancía entre países que, previsiblemente, deben resultar muy beneficiosos a los productos españoles.

Situación que desde las organizaciones agrarias se esgrime como argumento para denunciar lo que califican como una situación inasumible, ya que acusan a las “grandes bodegas españolas” de abusar de su posición dominante en el mercado, pagando el mismo precio por la uva que el pasado año, sin tener en cuenta ni la mayor calidad del fruto, la menor cantidad de cosecha, ni la reducción de producción a nivel mundial.

Todas estas circunstancias: evolución de la vendimia, confirmación de la menor producción, excelente estado sanitario del fruto y denuncias de los sindicatos; han propiciado la revisión de los precios de las uvas con incrementos que han llegado a representar hasta un 20%.

Incremento que, desde luego, resultará inviable repercutir en el precio final del producto en la misma proporción, ya que los mercados no admiten encarecimientos de este calibre, obligando a las bodegas a tener que asumir una buena parte de este incremento en los precios de la uva y trasladando al consumidor lo que el distribuidor les admita.

Y es que seguimos teniendo un verdadero problema con el consumo. Ya que, al margen de cambios sociales en el comportamiento de los consumidores, las bodegas, en general, no han sabido evolucionar y adecuarse a las necesidades de un consumidor nuevo, con pretensiones y aspiraciones que distan mucho de las de generaciones anteriores.

Ya no es un problema que la presentación de la botella esté más o menos acorde a lo que buscan; que el nombre del vino sea más o menos atrevido; o que en España nos caractericemos por contar con unas bodegas aferradas en exceso a la tradición y reticentes a los cambios. Es que la propia evolución del clima traerá consigo cambios en la ubicación del viñedo, elaboraciones en parajes impensables hace apenas unas décadas y tipologías de vinos que calificábamos de aberración antes de ayer. Y con todo ello, la aparición de nuevos países productores deseosos de ocupar nuestro puesto como primer país del mundo en exportación.

Es un tema recurrente que llega a resultar cansino ante la falta de resultados y la incapacidad que vamos viendo en las estadísticas, con precios que reflejan el escaso valor añadido de nuestros productos. Pero que es necesario abordar seriamente de manera colectiva con planteamientos a medio y largo plazo que están muy por encima de la capacidad de una bodega o denominación de origen.

Teóricamente la Organización Interprofesional (OIVE) tiene entre sus objetivos primordiales el conocimiento del mercado, la elaboración de acciones encaminadas a recuperar el consumo y la recopilación de una información veraz y actualizada de la realidad del mercado. Para ello se ha dotado de una herramienta recaudatoria, como es la extensión de norma, y ha dado sus primeros pasos con el nombramiento del director en la persona de Jaime Palafox.

Confiemos en que, entre todos, seamos capaces de encontrar esa historia que contar, esa diferenciación, esa presentación y adecuación del vino capaz de emocionar. Por el bien de todos.

¿Cuál es la cadena de valor?

La globalización de los mercados es una evidencia indiscutible e irremediable, que avanza a pasos agigantados y resistirse a ella no está al alcance de nadie. Ni tan siquiera de países tan importantes como Estados Unidos, por más que su candidato a presidente Donald Trump intente vendérselo así a sus potenciales votantes. Pero no se me asusten, que no les voy a hablar del Sr. Trump, ni tan siquiera del país al que todas las bodegas aspiran a tener entre sus clientes, ni de las posibles consecuencias que pudiera tener para el sector vitivinícola europeo su triunfo en las elecciones de noviembre. Mi reflexión es mucho menos profunda e inmediata.

Aspiramos a consolidarnos como el primer país del mundo en exportaciones vitivinícolas. A elevar el precio medio de nuestros productos vinícolas. Y, lo que es mucho más complicado, hacer todo esto sin perder ni un ápice de competitividad.

Para ello, sabemos que es imprescindible que nuestro crecimiento sea sostenible, moderado y acorde al resto de competidores. Y bajo estas premisas, las bodegas (las grandes que son las que marcan los precios en el mercado nacional y de exportación) plantean sus estrategias de campaña, que se inician con la fijación de los volúmenes a comprar de uva, los precios a los que lo van a hacer, y las posibles alternativas a la elaboración, como pudieran ser la adquisición de mostos o vinos ya terminados. Asimismo, establecen un adecuado calendario que permita mantener el ritmo de trabajo de sus centros de envasados sin que se produzcan roturas de stock.

Entre tanto, los viticultores, ajenos a todas estas circunstancias, exigen cotizaciones que les permitan hacer rentables sus explotaciones, viables y sostenibles medioambientalmente sus negocios. Comprendiendo muy mal (o sencillamente no entendiéndolo) que la ley de la oferta y la demanda, esa regla que les esgrimen cuando los compradores deben justificar bajadas de precios, no la utilicen con la misma soltura cuando debería servir para aumentarlos.

Claro que para explicarlo se utiliza con cierta ligereza el argumento de que los compradores no entienden aumentos de precio. Como si en las negociaciones con las grandes cadenas de distribución, ya sea a nivel mundial o nacional, fueran las únicas que impusieran las condiciones y la capacidad de las bodegas quedara limitada a matizar pequeños aspectos, como campañas de promoción, condiciones de pago, logística u otros detalles que nada tengan que ver con el precio. Y aunque es verdad que la balanza no está equilibrada y que el mercado se caracteriza porque quien “manda” es el comprador, la posibilidad de subir los precios siempre existe. También para nuestras bodegas.

Con prudencia, dentro de unos márgenes y sin pretender saltarse los límites fijados en la horquilla de precio de tu producto. Pero existen.

Lo que sucede es que las empresas, al igual que su objetivo debe ser la maximización del beneficio (eso me enseñaron a mí), sus decisiones deben estar avaladas por el cumplimiento de un principio de prudencia. Trasladar los riesgos reduciendo costes fijos y de almacenamiento ha sido una práctica muy extendida en estos últimos años por las bodegas españolas, que abastecidas de aquellas partidas de uvas, mostos o vino de características especiales, han dejado para más adelante la compra de todo aquello que tienen la certeza de encontrar a lo largo de la campaña, conforme vayan teniendo necesidad.

Política que, por otra parte, no dista mucho de la que tienen con ellas sus compradores y que encuentra su punto de no retorno en el viticultor. ¿Falla la cadena de valor? ¿Es posible otra? Son cuestiones que van mucho más allá de una campaña y que deberían hacernos reflexionar.