Lo relativo de la noticia

Si yo les dijera que la tasa de inflación en enero se ha elevado hasta el 3% interanual, según los datos adelantados; muchos me dirían que es una mala noticia. Después de tantos años con tasas de inflación muy bajas o incluso negativas, enfrentarnos a un crecimiento en los precios parece que acabará redundando en nuestra riqueza. Especialmente cuando han sido los productos agrarios, petrolíferos y energía, los causantes de ese incremento (la inflación subyacente apenas el 1%).

Si en lugar de hablar de precios, hablásemos de gasto, y les dijera que el gran consumo en los hogares durante 2016 ha descendido el 1,6% en volumen y el 1,2% en valor (también aquí han subido los precios) según los datos de la consultora Kantar Worldpanel (los ofrecidos por del Mapama en su panel de consumo en el hogar andan por septiembre), seguramente también me dirían que es una mala noticia.

Y, por supuesto, cuando les comente que en noviembre nuestras exportaciones de vino, mosto y vinagre han disminuido un 9,5% en tasa interanual en cuanto a la cantidad y un 0,8% en valor. También me dirán que es una mala noticia para un sector en el que la cosecha ha estado muy por encima de lo previsto y cuya única opción para el sector de darle salida es a través de la exportación.

Hasta es muy posible que un dato positivo, aparentemente, como puede ser que hayamos exportado un 12,5% más en volumen, hasta superar los ochenta y cuatro millones de litros y lo hayamos hecho a un precio medio de 3,42 €/litro, rozando los doscientos ochenta y ocho millones de euros a Estados Unidos, de enero a noviembre. A alguno de ustedes pudiera parecerle una mala noticia, viendo el cariz que están tomando las cosas en ese país con la llegada de Donald Trump a la presidencia y la “poca” simpatía que parece estar demostrándole a la Unión Europea.

Pues bien, sin ánimo de ser un imprudente y dejar de reconocer que todas estas noticias tienen algún aspecto sobre el que hay que estar vigilante, dadas las malas consecuencias que pueden acarrearnos. Todas ellas son excelentes noticias.

La última y más relacionada con nuestro sector, porque el gran esfuerzo que han realizado nuestras bodegas y Consejos Reguladores por abrirse un hueco en el primer país del mundo en consumo de vino van dando sus frutos. Como lo demuestra el alto precio medio al que les vendemos (solo superado por los 4,28 €/l de Suiza), que un tercio de lo exportado sean vinos con denominación de origen o que solo un cinco por ciento lo sea de vinos sin indicación de origen y a granel. Que Trump puede endurecer el comercio con la Unión Europea es una amenaza cierta. Pero si seguimos vendiendo vinos de gran calidad e identificados, sus efectos difícilmente se harán notar. Es más, incluso puede que salgamos beneficiados.

En cuanto al global de la exportaciones, convendría aclarar que han sido los vinos a granel los que han sufrido la mayor parte de la pérdida de volumen interanual (-9,4%) y dentro de estos los que no exhiben ni D.O.P./I.G.P., ni variedad (-14,5%). Por lo tanto estamos consiguiendo lo que buscábamos, cambiar el mix de nuestras exportaciones de “vinos baratos” hacia aquellos de mayor valor añadido.

Pero es que si en lugar de ocuparnos de las noticias más directamente relacionadas con el sector, como son sus exportaciones, lo hacemos de las generales como pudieran ser el consumo en los hogares o la inflación; también estas son buenas noticias.     La bajada del consumo doméstico porque se produce al haber aumentado el consumo fuera de los hogares. Lo que es bueno para que la economía se recupere, ya que supone una mayor circulación de la renta. Y la inflación porque si no existe, el consumo se retrae, y tasas moderadas son imprescindibles para que una economía crezca.

Wine in Moderation

No hay ninguna duda de que el tema del consumo de alcohol por parte de menores de edad es un asunto de gran importancia, al que nuestras autoridades deben buscarle una legislación específica que sirva para prevenir y evitar este consumo. Dicho esto, no son los políticos, o esa al menos es mi opinión, quienes deben solucionar un problema social, que está mucho más cerca del ámbito educacional que del coactivo. Prohibir y sancionar está muy bien para quienes incumplan las normas, pero educar y formar deberían ocupar un lugar mucho más destacado en estas iniciativas. Perseguir y sancionar ejemplarmente a quienes vendan bebidas alcohólicas a los menores de 18 años es una obligación que ya hoy figura entre las de que tienen nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Endurecerlas y hacerlas cumplir podría ser un primer paso. Pero nada de todo esto tendrá ningún efecto si desde los hogares y los centros educacionales no se fomenta la concienciación sobre los efectos nocivos que un consumo desmesurado tiene sobre la salud de nuestros jóvenes. Y mucho me temo que esto no se soluciona con ninguna ley, ni prohibición. Y sí con mucha más formación por parte del colectivo docente y más labor de educación por parte de los padres. Pretender asumir el papel que deben jugar otros parece un tanto descabellado. No ya tanto porque las limitaciones para poder hacerlo sean muchas, como por la imposibilidad de hacerlo. Parece que la iniciativa presentada por el Grupo Socialista en el Senado, y respaldada por el resto de grupos, reconoce el problema del consumo de alcohol por los menores como un asunto polémico que requiere una visión global, que incluya aspectos sociales y educativos que influyen en el tipo de conductas de los jóvenes sobre el consumo excesivo e impulsivo. Pero convendría no olvidar la posición que en la etapa anterior del Gobierno socialista tuvo la entonces ministra de Sanidad, Elena Salgado, al respecto; y que, lejos de ir en esta dirección, señaló directamente a los fabricantes de bebidas alcohólicas, entre las que incluyó al vino, como uno de los responsables de esta situación. No hay ninguna duda de que el sector vitivinícola es uno de los más sensibilizados con este asunto. Lucha y promueve un consumo moderado e inteligente y se esfuerza por conseguir ligar cultura y consumo de vino. Dada la complejidad del fenómeno, convendría aprender de los errores del pasado y luchar por conseguir el apoyo de todos en un proyecto que requiere grandes esfuerzos y en el que no nos podemos permitir el lujo de limitarnos a señalar a nadie con el dedo como el único culpable.

Clara apuesta por el sector

Regular es siempre complicado, ya que son muchos los intereses que hay que atender y no siempre son coincidentes. Si además esa regulación hace referencia a un tema tan sensible como son las nuevas plantaciones de viñedo, la controversia está asegurada.

Aun con todo y con eso, no debiéramos perder de vista lo que de positivo tiene la reacción que han tenido las organizaciones agrarias a los criterios de reparto de las nuevas plantaciones, sobre los que exigen restricciones que limiten el número de hectáreas que pueden solicitarse por el grupo prioritario de “jóvenes agricultores”. Y es que existe un gran interés por el sector y, en consecuencia, esperanza en su futuro.

Nos hemos cansado de hacernos eco, y compartir, que sin un precio digno por la uva no hay futuro. Que el crecimiento del sector debe ser el de todos los colectivos. Y que contamos con unas características naturales, humanas y técnicas que nos sitúan a la vanguardia de los mejores y más competitivos vinos del mundo.

Limitar la superficie tiene sus cosas buenas y malas, pero es lo que hay, al menos (teóricamente) hasta el 2030. Encontrar la mejor forma de adaptar este nuevo modelo a las exigencias del sector sin ahogar su desarrollo debiera ser la primera de las prioridades de todos: organizaciones agrarias y bodegas, pero también de las administraciones.

No obstante, no estaría de más que nos planteáramos lo que queremos ser. Ya sé que es un tema que puede resultarles un tanto cansino (por repetitivo), pero es que los mercados evolucionan muy rápidamente y nosotros seguimos desperdiciando una buena parte de las numerosas sinergias que tenemos.

Limitar la superficie pero no hacerlo con la producción es afrontar un problema sin los arrestos necesarios para solucionarlo. Y aunque algunos gobiernos regionales ya han hecho una declaración pública en este sentido, la limitación de la producción en niveles exageradamente alejados de la realidad, y solo para poder acceder a poder declarar lo producido como vino, no es más que un brindis al sol. Al menos es un primer paso.

Los últimos datos publicados por el Infovi, referidos al mes de noviembre, arrojan una cosecha de 42.541.356 hectolitros, de los que 38.777.115 y 3.764.241 lo son de vino y de mosto sin concentrar, respectivamente.

Haciendo un ligerísimo ejercicio de memoria sobre lo que ha sido esta vendimia 2016, nos vendrá en seguida a la memoria que lo que se presentaba como una gran cosecha (algunas fuentes llegaron a situarla ampliamente por encima de los cincuenta millones de hectolitros), pasó a ser una cosecha muy corta como consecuencia de la fuerte ola de calor y la ausencia de precipitaciones. Lo que propició alteraciones en las cotizaciones de las uvas que sorprendieron, afianzado la creencia de que nos enfrentábamos a una cosecha muy corta. Datos que no se corresponden con lo que ha acabado siendo la realidad, ya que la diferencia con respecto a la 2015/16 apenas ha sido de un 1,7%.

¿Cuál ha sido el motivo de semejante confusión?

Pues aunque habrá opiniones para todos los gustos, la nuestra es el gran desconocimiento que se tiene sobre la producción real de las nuevas hectáreas que van entrando en producción. La mayoría con rendimientos que fácilmente llegan a triplicar los existentes y que en algunos casos los quintuplican.

Esto podemos considerarlo como un hecho aislado y olvidarnos del asunto. O por el contrario, podemos plantearnos que el problema irá a más y que si no tomamos medidas podemos tener serios conflictos con los precios de las uvas.

Pero es solo una opinión. Que profesionales mucho más cualificados que yo tiene el sector y sobre ellos recae la responsabilidad de tomar medidas.

Apasionante futuro

El próximo viernes, día 20 de enero, Donald Trump llegará efectivamente al poder del que, dicen, es el país más poderoso del mundo. Y con él lo que parece que será una política proteccionista como nunca antes había vivido la potencia mundial que está llamada hacer de locomotora de esta economía globalizada y favorecer el intercambio de personas y mercancías.

Como si esto no fuera suficiente, desde el Reino Unido, Theresa May, anuncia un Brexit duro, en el que se quiere la libre circulación de capitales, servicios y mercancías, pero no de personas. Postura que la UE ya ha anunciado que no está dispuesta a admitir.

Pero es que no acaban aquí las sorpresas que nos están deparando estos meses. El presidente chino Xi Jinping, aboga en el Foro Económico Mundial que se celebra en Davos por un comercio global y abierto.

¿Alguien da más?

Y no se olviden del anuncio hecho por Rusia en el que amenaza con cerrar su mercado a los vinos a granel europeos dentro de 5 o 7 años, para lo que ha incrementado el apoyo financiero que da a sus viticultores con el objeto de incrementar en cincuenta mil sus hectáreas de viñedo a fin de poder obtener doscientas mil toneladas de uva en 2020. Previendo para ese año la renovación del 70% de la maquinaria vitivinícola.

Cuestiones todas ellas que no serían objeto de mi atención en estas páginas, si no fuera porque Estados Unidos es el segundo país al que más le hemos facturado por vino en los primeros diez meses del 2016 (últimos datos disponibles) a un precio medio de 3,40 €/litro, cuando la media de nuestra exportación es de 1,03 €/l. Situación muy similar a lo sucedido con Rusia donde nuestras bodegas han vendido un 3,9% más y un 10,8% más caro.

Mientras las ventas al Reino Unido han caído un 6,2% en cuanto al volumen y un 9,2% en el valor, relegándolo al 10 puesto por precio unitario que ha quedado en 1,70 €/l; China se sitúa como el destino que más ha crecido 35,9% por valor y un 32,1% por volumen.

No me negarán que siendo la primera potencia mundial en exportaciones vitivinícolas y dependiendo tanto el futuro de nuestro sector de estos mercados no se presenta un futuro prometedor, desde el punto de vista informativo, ¡claro!

¡Ah!, que para aquellos a los que no les parezcan bastantes noticias, tengo otra. El martes pasado, en el país al que más vino vendemos (Francia), primero en Narbonne y  posteriormente en Montpellier, los sindicatos agrarios franceses volvían a derramar dos cisternas cargadas con vino español alegando competencia desleal.

¿Vamos en la dirección correcta?

Es bastante habitual entre los españoles que cuando hablamos de futuro se nos llene la boca y siempre lo hagamos pensando en grandes proyectos de excelente calidad y buen precio. Pero la verdad es que, a la hora de ponerlos en marcha, la realidad es bien distinta. Las circunstancias en las que debemos operar, nuestros propios recursos, o incluso el tipo de cliente al que nos dirigimos no siempre responden a ese nivel de excelencia al que todos aspiramos.

Sabemos que en el tema de la comercialización tenemos una asignatura pendiente, de la que depende buena parte de nuestro futuro. Y no porque sea lo normal que suceda, sino porque el precio al que se están pagando las uvas es tan sumamente bajo que, especialmente si lo que pretendemos es un sector profesionalizado y que se pueda vivir dignamente de la viticultura, es indispensable e improrrogable aumentar los ingresos de nuestros viticultores. Para ello solo caben dos posibilidades, o aumentamos el multiplicador de la cantidad o el del precio, pero para que el resultado alcance el valor mínimo necesario, solo hay esas dos alternativas.

Hasta ahora, la solución políticamente correcta ha sido la de acusar a las bodegas de posición dominante en el mercado y señalarlas como culpables de los bajos precios a los que se paga la uva. Lo que resulta totalmente incuestionable. Ahora bien, ¿es posible que vendiendo el tipo de producto que venden y a los precios a los que lo hacen, haya margen para pagar más caras las uvas?

Los balances de resultados publicados por el Instituto Nacional de Estadística dicen que nuestras bodegas trabajan con unos márgenes muy ajustados, por lo que parece lógico pensar que confiar en el aumento del coste que supone el pago de la uva por parte de las bodegas, resulte bastante complicado, siempre hablando en general.

Luego habrá que mirar hacia el factor de la cantidad como alternativa a la consecución de la profesionalización del sector.

Aumentar los rendimientos se ha demostrado que resulta totalmente viable. Se ha desmontado la creencia que se tenía de que en las condiciones bajo las que se cultiva la viña en España era imposible alcanzar rendimientos de doce mil kilos con unos niveles de calidad aceptables. Sí, es posible. Para ello hay que reestructurar el viñedo hacia otras variedades, dotarlo de recursos hídricos y trabajarlo convenientemente. Y así lo hemos entendido, a tenor de las inversiones que se han producido en estos últimos diez años en reestructuración y reconversión de viñedo.

Ahora bien, ¿lo estamos haciendo en la dirección correcta?

Pues no lo sé. Principalmente porque cuando alguien se juega su propio patrimonio en poner en marcha una empresa, yo no me considero capacitado para cuestionarlo. Y por si esto no fuera suficiente razón, porque cada uno debe elegir el camino que debe emprender y, afortunadamente, en el sector vitivinícola no es todo lo mismo. Caben muchas posibilidades que pasan por explotaciones más o menos productivas.

Lo que ya no me parece tan comprensible es lo que se hace con nuestros impuestos, de donde se nutren los fondos con los que han pagado las ayudas al abandono de viñedo y los fondos para la reestructuración y reconversión de los viñedos. Pagar por abandonar la producción para luego, en más casos de los deseables, volver a hacerlo al mismo viticultor por replantar la misma variedad que fue arrancada, eso sí multiplicando por tres o cuatro su producción, no parece muy lógico. Allá cada uno y cada administración.

Eso sí, al menos que nadie se lleve las manos a la cabeza cuando la campaña que viene, o la otra, o la de más allá, tengamos que estar hablando de los 50 Mhl como una producción ampliamente superada.

Por encima de los 50

Uno de los temas que, sin duda, más ocupa y preocupa al sector vitivinícola español es conocer cuál es su verdadero potencial de producción. Sabemos que los derechos de plantación fueron sustituidos hace un año por concesiones administrativas que  están generando ciertos recelos entre las organizaciones agrarias, ya que consideran que su reparto no solo no está siendo equilibrado sino que viene a agrandar las diferencias entre unas zonas productores y otras.

Incluso hemos podido comprobar durante esta última vendimia, la desorientación existente en los grandes grupos bodegueros sobre cuál es el nivel de producción real en sus zonas de influencia. Cosa que hasta ahora resultaba inimaginable, dada la excelente información que manejaban.

Y como si todo esto no fuera suficiente, hemos tenido la ocasión de escuchar, y hacernos eco en estas páginas, de las advertencias que llegaban del propio sector avisándonos de lo que se avecinaba con la entrada en producción de las decenas de miles de hectáreas reestructuradas hacia variedades anteriormente arrancadas y reconvertidas hacia rendimientos que fácilmente triplicaban los anteriores.

Recientemente el Ministerio de Agricultura ha publicado los datos de su Encuesta de Viñedo correspondiente a 2015 y en ella, además de comprobar que la Airén se mantiene como la variedad más cultivada en España con 215.484,14 hectáreas (22,90%), seguida de la Tempranillo 201.051,39 (21,36%) y, muy de lejos, de la Garnacha, Bobal, Macabeo y Monastrell, se publica que existen 133.995,89 ha de viñedo con una edad entre los 3 y  los diez años, y 57.596,77 hectáreas con menos de 3 años, o lo que es lo mismo, que todavía no han empezado a producir.

Considerando que nadie (entiéndase la generalidad) de los que han plantado en estos últimos diez años lo ha hecho para mantener los bajos rendimientos de antaño y que en las nuevas plantaciones podríamos estar hablando de quince mil kilos por hectárea como una cifra aceptable para hacernos una idea de lo que se nos puede venir encima; baste multiplicar para saber que en los próximos años nuestro potencial de producción deberá estar entre cinco y siete millones de hectolitros por encima de los actuales niveles productivos.

¿Son muchos? ¿Pocos?

El tiempo lo dirá, pero al menos que cuando lleguen (que lo harán) no nos pillen con el pie cambiado, como parece habernos sucedido esta campaña con las estimaciones de cosecha que (todos) hemos manejado.

2016, un buen año

El año toca a su fin y parece que va siendo hora de hacer un repaso de lo que ha sido el 2016 para el sector vitivinícola español. Hablar del sector sin considerar el conjunto de la economía española sería incomprensible, ya que la propia concepción del vino como producto hedonista y social, alejado de valores ampliamente superados ligados a la alimentación, dificultaría mucho la comprensión de lo sucedido.

Disponer de una mayor cantidad de renta disponible gracias a datos macroeconómicos referidos a la tasa de inflación, paro, crecimiento económico, balanza comercial, tipos de cambio… que han hecho posible levantar la pesada losa de una crisis económica que amenazaba el consumo interno ha sido, sin duda, el primero de todos los argumentos que nos permiten mirar al futuro con una gran dosis de optimismo.

Y aunque de los escasos datos del consumo interno de los que disponemos no puede decirse que esta recuperación resulte muy notable, sí existen indicios suficientes que nos permiten albergar la esperanza de que pudiéramos haber entrado en una recuperación del consumo en el mercado nacional. Tampoco hace falta que se me alarmen, que somos bastante dados a ello. Cuando hablo de recuperación lo hago en términos moderados, de rotura de tendencia, muy lejos de crecimientos que vayan más allá del dos o tres por ciento.

La calidad, por parte, es un tema ampliamente superado para la mayoría de nuestras bodegas, ya que son muy pocas las que todavía hoy no han comprendido, y asimilado que, lejos de ser un factor diferenciador con el que abordar el mercado, la calidad es un requisito mínimo exigible a todo aquel que aspire a comercializar un vino. Calidad siempre ligada, lógicamente, al precio del producto, pero que en términos generales bien podríamos definir como aquel producto exento de cualquier defecto.

A pesar de ello, el excelente estado sanitario en el que han llegado las uvas a los lagares de las bodegas han propiciado que términos generales podamos decir que disponemos de una cosecha 2016 excelente, quizás algo más corta de grado de lo que sería lo normal, pero con parámetros que anuncian las máximas calificaciones en un gran número de nuestras denominaciones de origen.

Calidad que ha venido acompañada de cantidad. Pues si bien en las primeras semanas de vendimia las excelentes estimaciones de cosecha que se barajaban cuando la uva todavía no había llegado al envero y que apuntaban a que pudiéramos tener que enfrentarnos a una cosecha histórica se vinieron abajo, llegando a situarla por debajo de la del pasado año; los datos de las declaraciones realizadas en el INFOVI señalan que no solo esto no se ha producido, sino que incluso ha resultado superior, y aunque no es posible conocer con exactitud todavía de cuánto volumen estamos hablando, cuarenta y seis, incluso cuarenta y siete millones de hectolitros, podría ser una buena referencia sobre la que nuestras bodegas están planificando sus campañas.

La entrada en producción de un importante número de hectáreas, especialmente en Castilla-La Mancha pilló completamente descolocados a los mismos viticultores que se mostraron sorprendidos por la cantidad que finalmente llegaba a las bodegas.

Pero si imprescindible es recuperar el consumo interno para una rehabilitación del sector, lo que nos ha salvado (y seguirá haciéndolo) es el mercado exterior, donde la globalización del comercio vinícola juega a nuestro favor y en el que tenemos grandes posibilidades. Pequeños cambios en el mix de producto que nos permitan disfrutar de una pequeña parte del valor añadido de nuestros vinos serían suficientes para abordar la gran asignatura pendiente que tiene el sector y que se llama “precio de la uva”. Si queremos contar con un sector potente es ineludible aumentar sus precios y eso solo es posible hacerlo si vendemos más caro.

Así es que aquí va nuestro deseo para 2017.

Felices Fiestas.

El vino se globaliza

Sabíamos, o al menos así lo intuíamos hasta ahora, que la producción y el consumo de vino en el mundo se estaban desplazando desde la “vieja Europa” hacia los “nuevos” países productores.

Eran muchos los expertos que ya en sus análisis de mercado nos avisaban de que mientras en Francia, Italia y España, donde se concentra alrededor del ochenta por ciento de la producción mundial, el consumo de vino disminuía de manera preocupante, eran otros países como Estados Unidos o plazas de Asia donde aumentaba.

Pues bien, ahora es la Unión Europea quien, a través de DG Agri ha presentado su informe: “EU Agricultural Outlook. Prospects for EU agricultural markets and income 2016-2026”, quien avala estas previsiones y advierte de que en el periodo analizado el consumo decrecerá en la UE a un ritmo del 0,5% anual, que la producción lo hará al 0,4%, las importaciones está previsto que crezcan al 1% y las exportaciones mantengan la tasa del 2,3% de crecimiento anualizado. Destacando que el consumo se polarizará, por una parte, hacia vinos relativamente simples y cada vez más frescos y dulces, también particularmente vinos espumosos, a precios bajos; y, por otra parte, un segmento más pequeño de vinos ‘premium’, en botella, a precios relativamente más altos. Advirtiendo que cada vez más tendrá lugar el embotellado en el mercado de destino, después de viajar de forma masiva a granel, para el grueso de los vinos de menor precio y mayor volumen.

¿Está preparado el sector vitivinícola español para esta evolución?

En un principio todo parece indicar que sí, que nuestras bodegas son conocedoras y conscientes de la situación ante la que se enfrentan y están tomando las medidas necesarias para adaptarse a estas circunstancias y mejorar sus oportunidades. Ahora bien, ¿mejoraremos nuestra competitividad?

Y aquí la impresión es que no todos piensan igual. Mientras los hay que consideran que España es un país tradicionalmente vitivinícola y que esa tradición le va a permitir adecuar sus estructuras productivas a los nuevos tiempos y sostener la tasa de crecimiento de sus exportaciones que le ha permitido soslayar el grave problema al que se enfrenta con su consumo interno. Los hay que opinan que no basta con vender mucho fuera, que para que el sector sea sostenible hay que mejorar la renta nuestros viticultores y para ello no solo hay que contar con explotaciones más competitivas, sino que por encima de eso está el subir el precio al que se les paga las uvas.

Afortunadamente, desde el sector ya se comienza a entender que los graneles no son los culpables de nuestros males. Y que la forma en que viajan nuestros vinos no es tanto la culpable de nuestros bajos precios, como el perfil de nuestros clientes y la escasa capacidad que tenemos de llegar hasta el consumidor final.

Muy posiblemente algo que nos servirá para medir esa evolución será la nueva nomenclatura combinada que crea la subpartida 2204.22 para identificar los vinos tranquilos comercializados en bag in box, en envases de capacidad comprendida entre dos y diez litros, así como una línea específica en la 2204.10 para el cava y otra para el prosecco italiano.

La gran calidad de nuestros vinos no está en duda. La imagen y el concepto que de ellos se tienen por parte de muchos mercados es una asignatura que todavía debemos superar.

La globalización de los mercados es una excelente oportunidad que deberemos aprovechar para cambiar ese mix de producto con el que mejorar nuestra competitividad y sostenibilidad que nos permitan salir reforzados de esta próxima década. Pero para tener éxito deberemos abordarla de manera conjunta y, muy posiblemente, regulando la producción.

Ni cultura, ni nada. Recaudación, recaudación y recaudación

Alegrarnos de que la “anunciada” subida de los Impuestos Especiales al vino se haya visto limitada a los productos intermedios (productos con un grado alcohólico volumétrico adquirido superior a 1,2% vol., e inferior o igual a 22% vol.), manteniendo al resto de productos vitivinícolas con un impuesto cero, es algo que no deberíamos hacer por varias razones.       La primera bien podría ser porque se trata de vinos que comprenden prácticamente todos los generosos (excepto los elaborados en algunas indicaciones de origen) afectando muy especialmente a los de Jerez, vinos de licor, moscateles o vinos aromatizados. Los cuales no están atravesando uno de sus mejores momentos de consumo.

La segunda, porque el patrimonio vitivinícola español se encuentra altamente ligado a estos vinos, con escaso consumo (es verdad) pero excelente reputación. Y no parece muy normal que si estamos aludiendo (desde el sector) a que debemos mejorar sustancialmente la cultura vitivinícola de los consumidores (especialmente españoles) vayamos contra una de las piedras sobre la que se sustenta.

Y aunque esto no tenga mucho con ver con cargas impositivas y cultura, permítanme que les haga una pequeña observación. Cojan un palmarés de los concursos más prestigiados del mundo, el que quieran, y analicen quiénes ocupan los primeros puestos. Verán como son siempre los vinos generosos los que se alzan con los premios especiales. Son joyas, verdaderos baluartes de la enología y la tradición vitivinícola española. Deseo de los más refinados paladares que han dominado (pacíficamente, con la adquisición de sus bodegas) su producción y comercialización.

Aunque para nuestra Hacienda no hayan sido más que objeto de deseo impositivo con los que llenar sus arcas. Se estima, por el propio Ministerio, que el incremento del 5% del gravamen impositivo sobre los productos intermedios será de cincuenta millones de euros, cantidad ridículamente pequeña en el ajuste de ocho mil millones de euros que Bruselas exige al gobierno de España.

Y la tercera razón y última, en mi opinión la peor de todas: porque pone en evidencia que cuando los gobiernos quieren tomar medidas que no sean muy impopulares, el vino siempre es considerado como una bebida alcohólica y, en consecuencia, motivo de análisis. Hasta ahora nos hemos librado, excepto los productos intermedios, pero esto puede cambiar algún día y para ello tan solo será necesaria una orden ministerial que modifique el tipo impositivo.

La ley de la selva no es buena para nadie

Sabemos, o eso al menos creemos, que la cosecha de 2016 va a estar por encima de la del pasado año. También pensamos que la operatividad de esta campaña no va a tener grandes sobresaltos, como sí que hubiese ocurrido si no se hubieran dado las circunstancias sobre las que se desarrollaron las vendimias, y más que estas, la evolución de los precios de las uvas.

Incluso son muchos los que, con más o menos ímpetu, reclaman soluciones de cara a próximos años, en los que se producirán volúmenes todavía mayores que los de estas últimas campañas y sobre los que no existe una gran seguridad de saber cómo gestionarlos para que los precios no se derrumben.

Las previsiones de algunos estudios señalan que el futuro del vino español en el corto y medio plazo es muy bueno. Que somos uno de los principales países considerados por los mercados y que nuestras posibilidades de desarrollo siguen siendo notables.

¿Hasta dónde? Eso es mucho más complicado de determinar pero, de momento, quedémonos con esto, que ya es importante.

Todos coinciden en opinar que nuestro futuro inmediato pasa por aumentar el valor de nuestras exportaciones, o por ir un poco más ordenadamente. Todos sabemos que nuestro porvenir pasa necesariamente por el mercado exterior. Que la recuperación del mercado interior es una utopía, al menos a corto plazo y en volúmenes suficientes para colocar las producciones que manejaremos. Aun así, no todo está tan claro.

Aumentar el valor de nuestras ventas exteriores pasa por cambiar el mix del producto. Mantener vinos sin indicación de origen, ni varietal, ni marca,… que mayoritariamente sirven para que sean otros los que obtienen algún beneficio, no tiene futuro. El mercado por precio poco a poco se irá perdiendo, al igual que antes lo perdieron los franceses o, mucho más recientemente, los italianos. Si jugamos a ser los más baratos siempre habrá otro que pueda levantarnos el cliente. Y además tenemos un problema, pues eso requerirá una reestructuración y reconversión de nuestros viñedos mucho más profunda de las más de trescientas mil hectáreas ya afectadas. Eso requerirá también unos recursos hídricos de los que no disponemos y una sobreexplotación de la tierra que no es posible sin la utilización descontrolada de fertilizantes que dañen seriamente nuestra sostenibilidad.

Subir los precios de los vinos es necesario, por nuestro futuro. Pero subir el valor de la producción agrícola es imprescindible si queremos mantener nuestro viñedo.

En mi opinión, no es posible hacer una cosa sin la otra. Y aunque creo que somos muchos los que pensamos así, tengo mis serias dudas de que seamos capaces de ir de la mano, más allá de manifestaciones o medidas de presión atendiendo a la coyuntura de cada momento.

Reordenar la producción, planificar, definir parámetros de calidad mínimos exigibles para la elaboración de cada producto. Más que una alternativa a un libre comercio voraz en el que gane el que más pueda, es una exigencia de los que tienen alguna posibilidad de concentrar y representar a los diferentes colectivos. La ley de la selva no es buena para nadie y cuanto antes lo entendamos, asumamos y superemos, será mejor para todos.