Antes de entrar en temas más áridos convendría pasearnos por las vendimias y, cuando menos, comentar que conforme se van actualizando las estimaciones, estas no hacen sino corregirse a la baja. Correcciones que generan cierta preocupación en un sector que contempla con estupor la evolución de unas cotizaciones que sitúan a los elaborados españoles muy alejados de los valores hasta ahora operativos. Hasta tal punto estas pretensiones pueden tener consecuencias calamitosas para nuestro mercado, que algunas organizaciones han optado por reservarse sus actualizaciones de cosecha para uso interno y renunciar a hacer públicas cifras que incentiven estas posiciones.
Y es que a la menor cantidad de racimos que se están encontrando las bodegas, hay que añadirle una reducción importante en los rendimientos de un fruto poco desarrollado.
Aquí la duda está en saber hasta dónde podemos llegar con nuestras pretensiones en precio. Sabemos que nuestras necesidades interiores no sobrepasan los diez millones de hectolitros para consumo interno, que el mercado de mosto con tres millones podría pasar la campaña, y que nuestro mercado exterior va a reaccionar de manera inversamente proporcional a como lo hagan sus cotizaciones, de tal forma que aumentos del veinte por ciento en precio supongan una pérdida de volumen del mismo porcentaje. O así al menos ha sucedido en los últimos años.
Treinta y cinco millones de hectolitros, cifra por la que van nuestras estimaciones, son más de nueve millones menos que el año pasado. El aumento de nuestras existencias iniciales en 2.847.507 hl no parece suficiente para compensar semejante pérdida de cosecha, aunque su desglose nos debiera poner en alerta ante la evolución de los varietales, categoría que ha aumentado un 33,31% su stock con respecto a las cifras del año anterior.
Confiamos en que las pérdidas que también están sufriendo franceses (-18%) e italianos (-26,1%) les obliguen a tener que aceptar precios mucho más elevados de lo que han pagado en estos últimos años. Aunque olvidemos la principal razón por la que nos compran: nuestros bajos precios. Y desdeñemos la posibilidad de que a las cotizaciones pretendidas no sean viables sus importaciones, ya que los segmentos de mercado a los que van destinadas no los pueden soportar.
Pasamos por alto la gran oportunidad que se nos presenta de hacernos con un hueco en el mercado con marcas propias a precios con los que franceses e italianos no van a poder competir y parece que lo único que nos interesa es el camino fácil de la venta de un vino anónimo sin más valor añadido que la reducción de cosecha a nivel mundial.
Una verdadera lástima para un país que ha destinado 877,3 M€ en el periodo 2009-16 a la reestructuración de su viñedo. Claro que si tenemos en cuenta que esos a los que mayoritariamente les vendemos nuestros vinos baratos le han dedicado 1.327,85 M€ en el caso de Italia y 993,6 M€ Francia a la misma medida y ni un solo euro de sus presupuestos PNA al Pago Único; cuando en España nos hemos gastado 1.161,5 M€ (un 36% de nuestro presupuesto); a lo mejor podemos entender mejor que nuestra política cortoplacista sigue muy alejada de criterios de estabilidad, renta y valor añadido.
Nos lamentamos de haber perdido consumo, de que nuestros jóvenes no se interesen por el mundo del vino, de que cada vez la brecha entre de edad entre los consumidores frecuentes se haga más grande. Pero, ¿qué hacemos por solucionarlo?
Nos lamentamos, hacemos actos de contrición, juramos en arameo viendo nuestros precios. Pero, aparte de iniciativas individuales de gran mérito, no hacemos nada por solucionarlo.
Tenemos una gran oportunidad y todo parece indicar que volveremos a dejarla pasar.