Un excelente primer paso

Más allá del reconocimiento obligado a la campaña realizada por la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) bajo el lema “Marida mejor tu vida con_vino”, cuyos primeros resultados publicados son espectaculares, con más de 108 millones de impactos, dos tercios en medios offline y un tercio en online. Evidenciando que los medios tradicionales siguen ocupando un lugar muy preponderante, al menos en todo lo relacionado con este sector.

Quizá lo más importante esté en su análisis cualitativo y algunas de las conclusiones que de él se obtienen. Como pudiera ser que la campaña ha contribuido a mejorar la actitud del público hacia el vino, aumentando la posibilidad de incrementar su consumo.

Otro de los principales objetivos perseguidos era el de desmitificar los momentos de consumo ligados exclusivamente a la gastronomía, extendiéndolos a los hedonistas y desenfadados. Pues bien, la gran mayoría de los encuestados declaran haber entendido el mensaje, habiendo logrado impulsar la cercanía y simpatía hacia el vino como bebida a consumir con mayor cotidianidad y en compañía.

Alcanzados los principales objetivos perseguidos, cabría preguntarse ¿y ahora qué?

Es fácilmente imaginable que esta campaña, por exitosa que pueda haber resultado, no va a solucionar el grave problema de consumo de vino que tenemos en España, ni la alta concentración que existe en los momentos gastronómicos. Ni su escasa presencia entre los jóvenes y las muchas barreras conceptuales que separan consumidores de producción. Pero es un paso de gigante que no podemos dejar de aprovechar.

Ahora le toca a las bodegas y consejos reguladores dar un paso hacia delante y subirse al carro de este mensaje, desarrollando sus propias campañas de comunicación y acercamiento a los consumidores que doten de valor a su marca colectiva e individual y permitan trasformar en realidad el deseo que reclama a voz en grito un consumidor cansado de mensajes casposos y poco adecuados a sociedad, gustos y momentos de consumo actuales, que tienen que ver muy poco con los de hace veinte o treinta años.

Los sectores que han conseguido permanecer al lado de los consumidor, evolucionar con él y mantener, o incluso aumentar, su consumo; han entendido perfectamente que solo desde la unidad y una campaña de comunicación orquestada y con un mensaje claro es posible conseguirlo. Que lejos de perjudicar al peso de cada una de las marcas, lo que hacen estas campañas es fortalecer sus empresas y que la competencia está mucho más allá del elaborador de la zona o país.

Sinergias, socios estratégicos, marketing relacional… son solo algunos términos que los expertos no se cansan de repetir como herramientas necesarias en la recuperación del consumo de vino. Aunque, a juzgar por los resultados, no parecen haberlo conseguido.

La propia constitución de la Interprofesional ya fue, un éxito para el sector. Por primera vez fue posible romper barreras que separaron históricamente viticultores y bodegueros, administración y asociaciones. Tras este tiempo en funcionamiento se ha demostrado que su constitución no andaba muy alejada de esa última oportunidad como muchos la señalaron. Ahora toca seguir apostando por ella y trabajar por hacer realidad esos objetivos de crear una verdadera cadena de valor que repercuta en todos sus eslabones, haciendo rentable su existencia. Y eso solo es posible acercando el precio al valor y aumentando el consumo. Dos cuestiones perfectamente alcanzables en un medio plazo.

Al fin y al cabo el sector vitivinícola en España, con asociación o sin ella, y con un consumo de veinte o treinta litros, va a seguir existiendo. El que lo haga en un rango u otro de estos valores solo va a depender de quienes lo integran. Ellos son los que tienen la última palabra y la decisión de cómo hacerlo.

El PASVE, una herramienta vital para el sector

Por más que nos lamentemos de lo bajos que resultan los precios de nuestras uvas y vinos, haciendo muy difícil la sostenibilidad de nuestras explotaciones y el mantenimiento de nuestro tejido industrial allá donde muchas veces no hay alternativa posible. Hay que reconocer, y así lo hacen todos los estamentos, que sin los fondos provenientes de la Unión Europea con el Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE), una parte importante de nuestro viñedo hubiese desaparecido, un considerable número de bodegas y cooperativas cerrado y una vasta extensión de superficie hubiera quedado sometida a los efectos dramáticos del abandono poblacional y desertificación.

Es verdad que los hay que consideran que si estas ayudas no hubieran existido el propio sector se hubiera equilibrado y su futuro no hubiese sido tan negro como lo pintan. Pero, aun con todo y con ello, nadie discute que están resultando muy importantes y necesarias para el desarrollo del sector y su implantación en los mercados internacionales, donde orientamos más del doble de lo que consumimos internamente.

Y algo de sensatez debe haber en este planteamiento cuando, ante la necesidad de reformar la Política Agraria Común (PAC) en 2021 y las consecuencias que pudiera tener sobre la aplicación de los Programas Nacionales de Apoyo (PNA), recién aprobados para el cuatrienio 2019-2023, todas las organizaciones europeas del sector vitivinícola: industria y comercio a través del Comité Europeo de Empresas del Vino (CEEV), productores de vino de origen representados por la EFOW, organizaciones agrarias y cooperativas reunidas en el COPA-Cogeca y la CEVI que salvaguarda los intereses de los viñedos independientes…, todas, han exigido a la Comisión Europea el mantenimiento de los programas nacionales al considerarlos un instrumento determinante para afrontar los desafíos de un sector altamente sensible a los cambios, dada su enorme fragilidad.

Y una buena prueba de lo que estamos hablando la podríamos encontrar en los mismos datos hechos públicos por el Mapama, que referidos al valor bruto de la producción de vino y mosto en origen durante 2017, evidencian un descenso del 2,46% como consecuencia de que el aumento en los precios del 21,3% no ha sido suficiente para compensar la pérdida de producción del 19,6%.

La ley del embudo

Pese a que las bolsas mundiales nos dieron un buen susto la semana pasada con caídas que no se veían desde el 2011, recordando los peores momentos de una etapa económica que mejor no olvidar para que no vuelva a repetirse; todos los indicadores macroeconómicos mundiales parecen señalar que nos encontramos en un periodo de crecimiento, con claras evidencias de una recuperación económica. Hasta nos permitimos presumir en España de que podemos ser, de entre las economías desarrolladas, la que más crezcamos.

Aunque todos hemos experimentado en nuestras propias carnes que esto, con ser importante, no es, para nada, suficiente para asegurarnos una recuperación del consumo. Y mucho menos del de vino, cuyas verdaderas razones de su desplome van sobradamente más allá de aspectos económicos, sociales y culturales. Claro que una recuperación económica, estabilidad en el empleo, mayor alegría en el gasto, impulsado por una renta disponible en aumento, ayuda y resulta imprescindible para recuperar el gasto en ocio. Pero no es suficiente.

El consumo de vino ya pocos aspiran a volver a situarlo en niveles de la alimentación, viendo en el ocio una ubicación más adecuada hacia la que orientar, la gran mayoría de las bodegas, sus estrategias de marketing y comunicación.

Esto, que en sí mismo no es ni bueno ni malo, tiene algunas consecuencias en las cifras de consumo, y una de ellas es su gran sensibilidad a las variaciones en los precios de los productos de más bajo nivel. Ya que solo una situación holgada permitiría asumir incrementos en los precios de consumo que fueran más allá de los aumentos que experimentaran sus ingresos, que para el 15% de la población lo hará con total seguridad y para el 62% muy posiblemente, según el reciente estudio sobre las Perspectivas del Consumidor elaborado por Millward Brown.

Situación que ha influido notablemente en la actitud frente a las marcas que muestran los consumidores, con una clara mayor atracción por las marcas conocidas, una tendencia hacia la búsqueda de marcas nuevas y una tendencia regresiva clara en las preferencias por las marcas de la distribución.

Lo que, a tenor de lo que está sucediendo en las grandes cadenas de distribución de nuestro país, resulta bastante evidente. Ya que frente a duras negociaciones con las bodegas en el establecimiento de precios y condiciones de distribución en sus establecimientos, parecen haber optado por una política más liberal en el más sentido estricto del término. Abrir sus lineales a más bodegas y referencias para que ellas mismas se hagan la competencia a la baja en los precios de sus productos, condicionados por su tasa de rotación del vino, rentabilidad del metro lineal, o cantidades mínimas de venta.

Así es como están consiguiendo que en una campaña que se presumía como una excelente oportunidad para aumentar el valor de nuestros vinos, con ligeros incrementos en los precios finales a pagar por los consumidores (que suplieran una pequeña parte del fuerte incremento que habían experimentado en origen); haya visto truncadas las expectativas. Hasta tal punto que no solo está resultando imposible repercutir de facto unos pocos céntimos en los precios, sino que en muchos casos se está convirtiendo en una verdadera amenaza de cara a mantener los acuerdos con la cadena.

Y aunque la mayoría de ustedes saben que cuando hablamos de productos no solo nos estamos refiriendo a vinos, mostos, vermuts, vinagres… son algunos de estos otros productos los que están viéndose afectados por esta situación. Convendría que prestaran atención a la nota pública en páginas interiores por la Asociación Española del Vinagre (AEVIN) en la que reclama la necesidad de vigilancia por parte de las autoridades competentes para evitar que se produzcan ventas a pérdidas en las cadenas de distribución.

Cierta calma en el mercado

Tras unos meses en los que el nerviosismo entre los operadores ha sido la característica más dominante de un mercado, donde la escasez de producción a nivel europeo hacía presagiar grandes oportunidades para las bodegas españolas, parece que la calma ha retornado y las cotizaciones comienzan a dar síntomas de un cierto sosiego, como consecuencia de la ralentización de operaciones y disminución de volúmenes.

Aun con todo y con ello, no podría decirse que las pretensiones de la oferta hayan experimentado más allá que ligeros ajustes propios de cualquier mercado en el que, cubiertas las primeras necesidades y ante el aumento de los precios, los compradores han optado por limitar sus apariciones a aquellas situaciones en las que o la necesidad imperiosa o las características del producto buscado no dejan más alternativa.

Habrá que esperar a conocer los datos de diciembre de existencias, próximos a publicar por el Infovi, para saber cuál es el grado exacto vino en propiedad de la producción para su venta. Aunque todo parece indicar que no es mucho y, desde luego, no lo suficiente como para debilitar los precios más allá de los ajustes propios de cualquier mercado.

Otra cosa bien distinta será lo que pueda suceder en los meses próximos, donde las nuevas cosechas del Hemisferio Sur, las primeras brotaciones y la posición sostenida de la distribución, tanto de las cadenas nacionales, como de las internacionales, están colocando a las bodegas en una posición muy delicada ante la imposibilidad de repercutir los aumentos de precios experimentados en origen; de los que tan bien han sabido aprovecharse los operadores de graneles.

Y aunque los hay que ya han comenzado a hacer públicas noticias bajo la apariencia de informes, con la intención de aprovechar el momento de debilidad, para forzar la caída de las cotizaciones bajo las posibles repercusiones que sobre la próxima cosecha en España pudieran tener los últimos episodios de lluvias; es de confiar que la madurez del sector se imponga, y si las cotizaciones deben disminuir, lo hagan de forma lenta y a lo largo de los meses, evitando profundos dientes de sierra, que no son más que campo abonado para especuladores.

Resistencias en la distribución

Dejando a un lado cuestiones de índole estadístico que, a pesar de resultar importantes, carecen de relevancia a la hora de conocer cuál es la producción que España ha elaborado de vinos y mostos en esta campaña. Conocidos los datos del Infovi correspondientes al mes de noviembre, esta se sitúa en treinta y cinco millones seiscientos mil hectolitros, procedentes de 4,72 millones de toneladas de uva de vinificación.

Esta producción de vino se concreta en 32,82 Mhl de vino y 2,76 de mosto; y por colores 16,89 (51,5%) lo han sido de tinto/rosado y 15,93 Mhl (48,5%) de blanco. Mientras que los mostos sin concentrar se distribuyen mayoritariamente en blanco con el 81,4% (2,24 Mhl) y apenas un 18,9% en tinto/rosado (0,513 Mhl). Cantidad a la que habría que añadir los 30.246 hectolitros de mosto concentrado, 9.745 de concentrado rectificado y 6.714 del parcialmente fermentado.

Unos datos que vendrían a coincidir exactamente con la previsión publicada por SeVi en su informe de Vendimias recogido en la edición 3.505/1738 del 28 de octubre y que representa un 19,37% de merma con respecto a la anterior.

Volumen que por otro lado tampoco parece haberse reducido lo suficiente como para concienciar a una distribución que se muestra muy fuerte en posición de no repercutir en sus clientes subidas, en términos generales y para el grueso de sus vinos, superiores al cinco o siete por ciento. Cifra muy alejada de los incrementos cercanos al cincuenta por ciento que han experimentado las cotizaciones de estos vinos en origen.

Las explicaciones que dan estas grandes cadenas para argumentar su posición: la gran rigidez de la oferta ante incrementos en precios. O dicho de una forma mucho más coloquial: que sus clientes ante subidas más importantes dejan de comprar vino. Como, además, el vino es un producto reclamo para todas ellas, reconocer la realidad de un sector que ha visto reducida su producción una quinta parte e incrementado sus precios un cincuenta, sería para sus interesantes de cadena un suicidio a corto plazo que, mientras tengan alternativas con los que hacerle frente, no están dispuestas a asumir.

La teoría, al menos la que se manejaba al inicio de la campaña, era que ante la generalización del descenso en toda España, salvedad echa de Canarias, Andalucía y Galicia, los distribuidores no iban a tener muchas alternativas a la asunción de un incremento en los precios. Cosechas cortas en el resto de países europeos, casi del diecinueve por ciento con Francia y por encima del veinticinco en Italia, tampoco dejaban muchas puertas abiertas a este incremento en destino.

Aunque parece que sí la han tenido: un poco tirando de los contratos plurianuales que tenían firmados, otro poco apretando a los bodegas bajo la advertencia de que se jugaban su mantenimiento como interproveedores y un nada despreciable sentimiento de que es preferible reducir oferta a mantenerla a costa de subir los precios. Las bodegas se las están viendo y deseando a la hora de repercutir estas subidas.

Lo que podría estar hasta bien si hablásemos de un sector con un amplio margen de beneficio, o unos precios cercanos a con los que compiten los vinos de la misma calidad procedentes de países de nuestro entorno.

Pero es que ni una cosa, ni la otra. Ni tenemos unos precios que se aproximen a los de los vinos franceses o italianos, ni los costes de elaboración son asumibles si no es en grandes volúmenes, solo al alcance de unas pocas bodegas.

Una delicada situación que va mucho más allá de una mala cosecha o unos resultados negativos en las cuentas de un buen número de bodegas y que pone en evidencia las importantes resistencias existentes para acercar el precio de nuestros vinos a su valor y poder construir así una verdadera cadena de valor.

Puede que sea la última oportunidad

Para bien o para mal, nuestro futuro, el de todo el sector vitivinícola, depende en buena medida de Europa y más concretamente de los fondos que desde allí nos llegan. Gracias a ellos reconvertimos y reestructuramos nuestro viñedo (72,5 M€), realizamos campañas de promoción en terceros países (50 M€), destilamos los subproductos (31,8 M€), invertimos en nuestras bodegas (56 M€) y en el nuevo PASVE 2019-23, recién aprobado por el Ministerio, también se abre la posibilidad de que de los 210,3 M€ una parte pueda ir destinada a la vendimia en verde.

Cifras que apenas difieren de los pagos realizados en el Programa de Apoyo del 2016 por un importe total de 212,456 M€ y en el que la reestructuración concentró el 35,29%, las inversiones el 27,02%, la promoción el 23,37%y la destilación de subproductos el 14,31%.

La novedad del plan 2019-23 no reside tanto en el importe o las medidas de aplicación, que tal y como hemos visto apenas difieren de las utilizadas en los anteriores, como de las grandes incertidumbres que se ciernen sobre el presupuesto comunitario y sus posibles repercusiones en la Política Agraria Común (PAC) de la que dependen estos planes.

Una salida de la UE del Reino Unido efectiva en marzo del 2019, con el consiguiente quebranto económico que supone la pérdida de entre doce mil y catorce mil millones de euros de contribución neta que representa. Junto con voluntad de modificar las políticas sobre refugiados, defensa, exteriores, empleo, jóvenes, cambio climático, etc. hacen que solo para los dos primeros años 2019 y 2020 estén garantizados los fondos, mientras que para los tres restantes el Marco Financiero Plurianual pudiera sufrir como consecuencias una rebaja de esta cantidad.

Esta situación, la de rebajar sustancialmente los fondos que nos llegan de la Unión Europea, por más anunciada que esté siendo, llegará y debemos estar preparados para ese momento. El sector vitivinícola español está dedicando la parte más importante de los planes comunitarios a adecuar nuestros viñedos a las variedades y tipologías de vinos que demandan los consumidores con el fin de poder disponer de unos productos competitivos. Los resultados comienzan a resultar incontestables viendo la evolución de nuestras exportaciones. Confiemos que en estos años en los que todavía contemos con ayuda con la que hacerlo, seamos capaces de que esa competitividad se vea reflejada también en la rentabilidad de nuestros viticultores gracias a un precio que se aproxime más al valor de nuestros productos.

¿Tenemos un techo en el precio de nuestros vinos?

Lo que en un primer momento se planteaba como una gran oportunidad para darle valor a nuestra producción, propinándole un fuerte impulso a la tarea que tiene encomendada el sector productor de elevar el precio de los vinos en destino, a fin de poder repercutir en los viticultores estos incrementos y construir a través de ellos una verdadera cadena de valor; poco a poco se va tornando en preocupación y generando grandes dudas en el sector bodeguero.

Las bajas producciones de los años anteriores, coyuntura fuertemente acentuada en la última vendimia. Situación generalizada en toda Europa hasta el punto de enfrentarnos a una de las cosechas 2017/18 más bajas de la historia y calificada de “inusualmente corta” por la misma Comisión Europea, presagiaba un panorama alentador para las bodegas, especialmente las españolas que disfrutaban de una gran oportunidad de mejorar sus cuentas de resultados. Además con dos modelos de negocio bien distintos y que podían contentar y permitir definir en qué liga quería jugar cada uno. Por un lado existía la posibilidad de seguir vendiendo a granel a nuestros socios comunitarios con incrementos en los precios en una media de un cincuenta por ciento más caro de lo que lo hicieron el pasado año. Situación que si bien no suponía un gran cambio en lo hecho hasta ahora, sí al menos albergaba la esperanza de subir el listón de los precios de cara a campañas venideras en las que se recuperara la producción.

Pero, sin duda, no era esa la mayor oportunidad que se le presentaba al sector. El reducido margen de maniobra con el que deberían operar las bodegas en la colocación de los vinos en la distribución, tanto nacional como internacional, nos llevaba a pensar, casi de manera inexorable, en una repercusión parcial de los fuertes incrementos de los precios del vino en origen. Abriendo así la posibilidad de muchas bodegas de ir un paso más allá y luchar por hacerse un hueco en el mercado con sus propios vinos.

Pues bien, por más que restan muchos meses todavía de campaña (y en ellos han de suceder muchas cosas que modificarán los precios en origen de los vinos), las cosas no están evolucionando todo lo bien que cabía esperar. No al menos para aquellos que apostaron por una transición del granel al envasado, ni los que confiaban en abrirse un hueco en la distribución, desbancando a otros gracias a una política más contenida de precios.

Los datos de exportación del mes de octubre, últimos disponibles, indican un fuerte incremento de nuestras exportaciones de vino, tanto en valor 22,1% como en volumen 19,3%, elevando el precio medio del litro hasta los 1,41€ (datos mensuales). Magnífica noticia sin duda, a la que no obstante, convendría hacerle una observación, y es que mientras los vinos envasados crecían ese mes con respecto al del año anterior en un 19,0% en valor y 24,0% en volumen, con apenas un decrecimiento en el precio medio del -4,0% dejándolo en 2,26 €/litro; los graneles lo hacían un 41,4% en valor y un 21% en volumen, dejando el precio medio en 0,48 €/litro (16,9%). Lo que nos podría llevar a pensar que, si bien las bajas cosechas de nuestros principales compradores franceses e italianos les han obligado a tener que asumir fuertes incrementos en los precios; también nuestro mercado de vinos “españoles” envasados parece estar aprovechando la oportunidad, aunque sea a costa de sacrificar algo el precio.

Lo que nos lleva al mercado interior, donde la situación no difiere mucho, y en el que las bodegas se las están viendo y deseando en su necesidad de incrementarles los precios a las grandes superficies. Que, aunque conscientes de la situación del mercado, no parecen dispuestas a asumir aumentos que vayan más allá de un tres o cuatro por cien en el PVP.

Una decisión que no contenta a nadie

Cualquiera que se haya visto implicado en una negociación sabe que existe una máxima por la que ninguna de las partes debe salir de ese proceso completamente satisfecha. Y esta ha sido la postura que el Ministerio, siguiendo con su habitual política, ha decidido volver a hacer suya en el tema de las nuevas plantaciones para 2018 y la aplicación de restricciones en las denominaciones de origen supraautonómicas.

Lo que no le ha servido para eludir críticas muy severas que ven en esta decisión una postura claramente influenciada por la situación política de Cataluña, omitiendo cuestiones sectoriales y que le ha obligado a salir a dar explicaciones por voz de su secretario general, Carlos Cabanas. El lugar elegido ha sido Requena, uno de los 27 términos municipales en los que fuera de Cataluña es posible la elaboración de Cava, y que, junto con el extremeño Almendralejo, más han hecho en estas últimas semanas por denunciar una situación que consideran iba frontalmente contra su derecho a desarrollarse dentro de esta Denominación de Origen.

La decisión final adoptada, una aclaración a la resolución del 27 de diciembre de 2017 del Mapama, sobre su fecha de aplicación. Declarando que dicha resolución por la que se limita el crecimiento del número de hectáreas en la indicación de calidad del Cava a 172,2 hectáreas para 2018 no afectará a aquellas solicitudes de autorizaciones de replantación presentadas con anterioridad al 29 de diciembre (fecha de publicación de la resolución en el BOE) y que se estima pudieran rondar las 4.500 hectáreas totales.

La gran atención mediática que ha tenido este asunto en los medios generalistas, alimentada por un ambiente altamente enrarecido en Cataluña, donde se concentran más del 80 por ciento de los 157 municipios amparados, puede haberle dado a este asunto una importancia que en condiciones diferentes no hubiera tenido.

El doble papel que debe jugar el Ministerio de Agricultura, como organismo responsable ante la Unión Europea de la asignación y distribución de las nuevas plantaciones de producción, por el que ha autorizado un incremento del 0,52% (4.950 ha) de la superficie actualmente plantada en España (951.985 ha) y como el de órgano regulador de una de las Denominaciones de Origen más prestigiadas y reconocidas por su carácter supraautonómico, junto a Rioja y Jumilla, ha hecho que la decisión se haya visto contestada rápidamente, no solo por organizaciones agrarias y bodegueras, como hubiese sido lo habitual, sino por también por partidos políticos que han visto en el asunto un filón mediático.

Admitir de facto un crecimiento del orden del 12% de la superficie actual, para un producto con tasas de crecimiento en su comercialización que apenas superan el 0,5% va claramente contra un crecimiento sostenido. ¿Provocará una contestación de las bodegas dentro de la propia D.O.P.?

Valorizar el vino desde la viticultura

Se aproximan fechas de celebración familiar en las que el Vino ocupa un lugar preponderante en las mesas de todos los hogares. Son momentos en los que reflexionar y analizar los muchos logros conseguidos, así como identificar las grandes oportunidades que todavía nos presenta el mercado.

Cada uno en nuestra medida, nos acercaremos al vino y tendremos la ocasión de comprobar la excelente calidad de nuestros elaborados. Disfrutaremos con ellos y presumiremos de nuestros conocimientos, e incluso nos informaremos sobre alguna de las notas más características de los vinos o bodega de la que proceden para disponer de argumentos con los que mantener interesantes conversaciones y justificar nuestra sabia elección. Hasta los habrá que se acerquen al vino de forma totalmente extraordinaria, pues su consumo se reduce a momentos especiales y de celebración. Todos ellos encontrarán un vino que satisfaga sus aspiraciones.

Lástima que no seamos capaces desde la producción de trasladar también el mensaje de los precios tan competitivos que pagamos por ellos.

Somos el país productor que más bajos precios tenemos en el producto final, aquel que mayor oferta pone a disposición de los consumidores, con una banda amplia y caracterizada por una gran diversidad en el nivel bajo de precio. Y en cambio, no somos capaces de que los consumidores nos perciban como un producto barato. Más bien al contrario, cada vez más se extiende la creencia de que el precio del vino no para de subir, que sus bodegas disfrutan de cuentas de explotación boyantes que les permiten insultantes inversiones en la construcción de bodegas diseñadas por los más prestigiosos arquitectos mundiales, de las que presumen con orgullo y nos permiten disfrutar en múltiples actividades enoturísticas.

Momentos, por otro lado, que dejan una profunda huella en sus visitantes, con gratos recuerdos que les llevan a recordar la experiencia como una de las más gratificantes. El apego a la tierra, al origen y la variedad, el respeto al medioambiente y la necesidad de hacer del vino una actividad sostenible que garantice el futuro de nuestros hijos; son algunos de los valores que más marcan la experiencia turística, permaneciendo largo tiempo en la memoria.

Lamentablemente, en esta experiencia tan enriquecedora, el papel del viticultor apenas supera la barrera de lo anecdótico, de un sujeto imprescindible en esta obra, pero actor de reparto cuyo futuro parece ir ligado a la deslumbrante proyección de la bodega. Y, en buena lógica, así debería ser. No se entiende el sector vinícola sin el vitícola, ni la posibilidad de desarrollo sin una complicidad del viticultor, y aunque se han conseguidos importantes avances en estos últimos años, nuestro modelo sector dista mucho de reconocerle el protagonismo que merece y que hiciera posible el mantenimiento de una superficie vitícola que abandona ancestrales viñedos poco productivos por modernas explotaciones con rendimientos suficientes para asegurar su rentabilidad.

Asumir que somos un país productor, caracterizado por un gran número horas de sol y unas condiciones de cultivo casi idílicas va mucho más allá del número de hectáreas de superficie acogido al cultivo ecológico. Requiere de un conocimiento pormenorizado de las condiciones de cultivo que lleva aparejado el bajo rendimiento. Solo de esa manera es posible entender que el precio de nuestros vinos está muy lejos de su valor, y que superada la fase actual en la que nos encontramos de desarrollo comercial necesario para encontrarle acomodo a una producción que supera ampliamente las necesidades de nuestro mercado interno, será necesario profundizar en su cadena de valor y soñar con un sector estructurado y de esperanzador futuro en todas sus etapas.

La Navidad como momento de consumo

A pesar de los esfuerzos desarrollados por todos los productores de cava, la fuerte estacionalidad de este producto en las fechas Navideñas, no ha hecho sino darle más notoriedad a un problema que bien explicado hubiese podido solucionarse de manera satisfactoria para todas las partes; y que amenaza ahora en convertirse en un arma arrojadiza con consecuencias imprevisibles para el producto.

Pero entre las Navidades y la tensión política que se vive en Cataluña, zona geográfica en la que se concentran más de tres cuartas partes del total de la superficie amparada por el Consejo Regulador del Cava; han hecho que la posibilidad de prohibir durante los próximos tres años nuevas plantaciones haya superado ampliamente lo estrictamente conveniente para un sector que busca proteger la rentabilidad de sus productores y viticultores mediante una ajustada competitividad que le ha permitido situarse como el tercer producto español de más alto precio unitario en el exterior 2,42 €/litro, tras los vinos de licor y vino tinto con D.O.P. envasado; según los últimos datos de mercado exterior publicados por el OEMV correspondientes al interanual de septiembre.

Y es que, en realidad, no sucede nada que no ocurra en otras zonas geográficas o indicaciones de origen, y que básicamente es que los que ya están no quieren que entren más (o que otros crezcan más) y los que quieren entrar (o ampliar su presencia) exigen libertad para hacerlo.

Dar una respuesta que contente a todos, será prácticamente imposible y el Ministerio, organismo competente al tratarse de una figura de calidad cuyo territorio amparado excede el de una comunidad autónoma, tendrá que retratarse y optar por la expansión de zonas allende Cataluña, principalmente en los municipios de Requena y Almendralejo, dos de las localidades donde se concentran los mayores planes de reconversión de viñedos dirigidos a uvas para cava.

Y bajo esa gran carga política que tiene la decisión, parece razonable que haya optado por darse un plazo extra de quince días más, y dejar para, pasadas las elecciones catalanas, el anuncio de una decisión que deberá estar muy razonada. Pero, ni con eso convencerá a nadie.

Mucho menos polémica es la campaña de la OIVE “Marida mejor tu vida con vino”, aunque también hay bodegas que no acaban de ver su conveniencia. Ha sido la manera en que desde la Organización Interprofesional del sector vitivinícola se quiere llegar a la gente, de manera desenfadada y sencilla, para recuperar el consumo de vino en España. Al margen de resultados, que estoy seguro que van a resultar muy positivos, lo bien cierto es que de una vez por todas el sector está tomándose en serio un problema de comunicación que lo viene acompañando desde hace décadas y que ha motivado un distanciamiento con los consumidores, especialmente con quienes debían tomar el relevo de aquellos que cambiaron la alimentación por el disfrute como motivo de consumo de vino.

Hemos hecho grandes esfuerzos en modernizar nuestras bodegas, dotarlas de las últimas tecnologías situando al frente grandes profesionales formados en las mejores escuelas, reestructurado nuestro viñedo adaptándolo a los gustos de los consumidores desde el respeto al origen y la tradición de la zona de producción. Pero no hemos llegado a dar ese paso necesario de comunicarlo. Confiados en que la calidad palpable de nuestros productos sería un argumento diferenciador que nos abriría los mercados y nos permitiría elevar el precio hasta situarlos en niveles más cercanos a su valor intrínseco, no hemos podido dedicarle los recursos necesarios. De manera colectiva esta campaña debiera servir como base desde la que poner en marcha iniciativas individuales o de carácter más reducido como pudieran ser CC.AA. o Consejos Reguladores, con las que seguir desarrollándola. Y con esa esperanza contemplo el 2018 y les deseo los mayores éxitos.