Cosechas desiguales y difíciles de calcular

Si bien es pronto para poder sacar cualquier conclusión sobre los efectos que en la próxima cosecha pudieran tener las heladas sufridas en la parte norte de España durante la segunda quincena de abril, o las granizadas que se han sucedido en esta semana, conviene saber que la superficie afectada por los hielos, según nota publicada por Agroseguro, ha sido de 56.525 hectáreas aseguradas. Importante coletilla, pues las hay que, al no estar aseguradas, no se han peritado y, en consecuencia, tenidas en consideración.

De la mitad norte de España, no hay comunidad autónoma que no haya visto alguna o varias de sus provincias afectadas. Siendo Castilla y León (23.798 ha) la que mayor superficie declara. Concentrando casi el cuarenta por ciento de esas hectáreas afectadas. Seguida de Castilla-La Mancha (17.533) y Rioja (5.479), tanto en su vertiente riojana como alavesa.

Por provincias es Valladolid (11.889) la que encabeza el listado, seguida de Cuenca (11.023) y Burgos (8.929). Con una comarca, La Manchuela, especialmente afectada en toda su extensión, así en su vertiente conquense como albaceteña, donde se han siniestrado 4.250 ha.

El volumen en el que acabará afectando estos siniestros en la cosecha de 2024 es un misterio. Son muchos aún los meses que nos separan de las vendimias y en este tiempo puede pasar de todo. No obstante, según los viticultores consultados, no parece que, en ninguno de los casos, la cifra nacional se vaya a ver muy trastocada.

Si, como es de esperar, las temperaturas se contienen y las lluvias no se vuelven torrenciales; la cosecha pinta extraordinariamente bien, con contadas excepciones como las concernientes a las regiones de C. Valenciana y Murcia. Donde las lluvias caídas hasta la fecha apenas darían para un riego de auxilio y en las que la propia supervivencia de la planta está en peligro.

Zonas en las que esta situación parece estar siendo ignorada por algunas de las organizaciones agrarias que, mientras se lamentan de falta de lluvias y el peligro que ello representa para la vid, exigen medidas extraordinarias de cosecha en verde y destilaciones.

Sea como fuere. El caso es que el comportamiento climático no está siendo el que era y sus efectos se están viendo reflejados en cosechas muy desiguales y difícilmente previsibles.

Datos estadísticos para un futuro incierto

A estas alturas de campaña y con una nueva cosecha en ciernes, la verdad es que concretar la producción de vino en la Unión Europea, más allá de confirmar previsiones y fijar datos estadísticos; carece de importancia de cara a los precios y entender lo que puede estar sucediendo con la actividad comercial.

Cifrarla en 143 millones de hectolitros, como lo hace la Comisión Europea en su informe de primavera 2024: “Perspectivas de los mercados agrícolas a corto plazo”; nos permite concretar que la reducción sobre la cosecha anterior fue de 16 millones o, lo que es lo mismo expresado en porcentaje de variación, un menos 9’8%. Que este volumen nos sitúa en términos similares a la cosecha 2019/20, que fue de 144 Mhl. O que se aleja, considerablemente de los 157’4 que sería la producción media de los últimos cinco años. Cifras absolutas de gran importancia estadística pero carentes de ella de cara a establecer cualquier estrategia a futuro.

Aunque hay algunos datos, especialmente tendencias, como las que presentan los referidos al consumo, que desciende hasta los 95 Mhl. (21’1 litros per cápita), situándonos en la cifra más baja de la serie histórica 2016-23. O la del comercio internacional, que hace lo propio, tanto en cifras de importaciones, 5 Mhl; como de exportaciones, que desciende hasta los 28 Mhl. Que nos ayudarían a entender mejor lo que está sucediendo y, fundamentalmente, a qué nos podríamos enfrentar en el futuro más inmediato.

Si bien, en mi opinión, el dato que mejor refleja la tensión que vivimos en los mercados es el de las existencias finales. Ciento sesenta y ocho millones sobre una producción de ciento cuarenta y tres; representa un 117’48%. La cifra más elevada de la serie, incluso por encima de la de la campaña 2019/20 (Covid) que fue de 116’67%.

Volumen que agobia a las bodegas y preocupa a unos viticultores que ya empiezan a recibir noticias, oficiales y oficiosas, relacionadas con la más que posible ruptura de los compromisos adquiridos, relacionados con la compra de la producción vitícola. Y les lleva a demandar medidas encaminadas a reducir la oferta: cosecha en verde y destilaciones

Bajo este panorama es entendible que el comportamiento “anómalo” del clima, con fuertes oscilaciones de temperaturas y episodios de nevadas y heladas, apenas haya tenido reflejo en las cotizaciones. Preocupando mucho más cuestiones sociales que ayuden a comprender los motivos por los que está bajando el consumo de vino. Y es que, según el mismo informe, es consecuencia, entre otros factores, del alejamiento de los jóvenes del vino tradicional ya que los demandan con menor contenido alcohólico y sencillos; sintiéndose más atraídos por cervezas y cócteles.

Un sector contradictorio

Después de unos días de cierto miedo, con bruscas caídas de temperaturas, especialmente intensas en el tercio norte de la península y cuyos efectos todavía son difíciles de cuantificar. pues no sólo dependerán del grado de afectación de la cepa y la superficie implicada, sino de cuáles sean las condiciones meteorológicas bajo las que se desarrolle el viñedo en las próximas semanas; podemos asegurar que el panorama de la cosecha resulta mucho mejor del que teníamos hace un año.

Aunque sigan existiendo zonas, especialmente las situadas en la C. Valenciana y R. de Murcia, donde las lluvias caídas han sido nulas o prácticamente testimoniales. Persistiendo un grave peligro de tener que enfrentarse a otra vendimia de corta producción y efectos cada vez más perjudiciales para la misma supervivencia de la planta.

Y, mientras todo esto sucede en el campo, con cosechas históricamente bajas y perspectivas que, por halagüeñas que puedan resultar no debemos olvidar que la cepa viene de haberlo pasado muy mal en los últimos años y su rendimiento nunca podrá ser el “normal”, las organizaciones agrarias que representan a esos mismos viticultores que lo sufren en el campo solicitan cosechas en verde, y las bodegas que ven afectado el volumen de materia prima con el que trabajar, destilaciones de crisis.

Y es que el mercado no reacciona.

No sabemos muy bien si porque las estimaciones de producción o de consumo que se manejan presentan graves desequilibrios que haga temer una caída de los precios (pero hablando de cosechas en niveles de hace 60 años, no parece muy lógico). Si por las circunstancias marcadas por los conflictos geopolíticos (es como ahora parecen querer referirse los políticos a los conflictos bélicos como el de Ucrania o Israel). Por aquellos otros que tienen su razón de ser en una reducción de la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, medida en renta disponible, y que se ha visto sujeta a fuertes mermas como consecuencia de una descontrolada inflación y elevación de los tipos de interés. O por los cambios en los hábitos de consumo y preferencias hacia otros tipos de vino o bebidas, porque algunos de estos productos lo único que tienen en común con el vino es que se elaboran a base de él, pero no pueden ser etiquetados como tales, para los que no estuviésemos preparados.

El caso es que, mientras unos piden que se elimine parte de la producción, otros que se autoricen medidas extraordinarias con las que aumentar la producción e incluso plantar nuevas hectáreas de viñedo.

Por supuesto que nada de todo esto es nuevo. Que, a lo largo de la historia reciente del sector vitivinícola español nos hemos venido encontrando con situaciones parecidas en uno u otro lado de la balanza. Pero, de lo que yo ya no estoy tan seguro es de que nos hayamos encontrado al mismo tiempo con la solicitud de medidas contradictorias entre sí.

¿No será que no sabemos muy bien cómo afrontar el futuro y adecuarnos a un mercado cuyas reglas de juego: momentos de consumo, tipologías, valores, presentaciones, mensaje… han cambiado?

Si no es así, genial y adelante con todas estas medidas. Si lo es, su eficiencia será escasa o nula y los problemas se volverán recurrentes.

Daños por heladas en la producción, ¿una mala noticia?

Es cierto que los hechos nos llevan a pensar que no hay noticia vitivinícola capaz de hacer reaccionar al mercado, por buena o mala que ésta pudiera ser. Llevamos ya muchos meses inmersos en una especie de catarsis, en la que nada parece tener importancia, y sobre la que el sector ha aprendido a caminar, aunque sea a la fuerza. Y, aunque, corremos el grave riesgo de convertirla en habitual, en este sector somos muy dados a considerar “normal” lo que hasta hace unos meses era extraordinario. No debe restar ni un ápice de la importancia y la transcendencia que esto pudiera tener para el futuro, al menos más inmediato, del sector vitivinícola en su más amplio espectro: de producción, pero también de superficie vitícola.

Según los datos presentados por el director general de la OIV, John Barker, en su análisis de coyuntura, el consumo mundial de vino es el más bajo desde 1996, cifrándose en 221 millones de hectolitros. Explicado en buena parte por el descenso de China, la pandemia, las “tensiones geopolíticas” y las crisis energéticas. Lo que aumentó los costes de producción y distribución, obligando a una subida de precios en el producto final, que nos ha conducido a un escenario de presiones inflacionistas y pérdida de poder adquisitivo de los consumidores. Con pérdidas del 2’4% en la UE, 3% en Estados Unidos, 2’9% en Reino Unido y así un largo etcétera que nos llevaría hasta el 24’7% de caída en el que se ha cifrado el descenso del gigante asiático.

Situación aliviada en buena parte por una cosecha mundial históricamente baja, 237 millones de hectolitros, que la sitúa como la menor de los últimos sesenta y dos años. Que confía aporte “equilibrio al mercado”. Un mercado donde los tintos están sufriendo de manera muy especial y que Barker considera se debe a un cambio en las preferencias de los consumidores que apuestan por otros tipos de vino, lo que lleva a pensar que esta situación se prolongará, al menos, durante un cierto tiempo.

Y, dentro de esta confusión en la que nos encontramos inmersos, donde ya no sabemos lo que es bueno o malo para nuestro futuro. Las heladas han adquirido un fuerte protagonismo en el tercio norte del país, con especial afección en Castilla y León, Valle del Ebro (La Rioja, País Vasco, Cataluña y Aragón) y algunas provincias de Castilla-La Mancha.

Afección que según datos facilitados por Agroseguro, a finales de la pasada semana, sumarían 18.223 hectáreas siniestradas, cifra que muy probablemente se verá incrementada conforme vayan peritándose los partes presentados y que afectan a otras provincias españolas.

Una reestructuración que no mejora la competitividad, ni la ambición medioambiental

Adecuarse al mercado y ajustar la elaboración de los vinos a los nuevos momentos de consumo y gustos de los consumidores, es mucho más que una opción; sencillamente, es una necesidad que nos persigue desde la última OCM vitivinícola, aprobada el 1 de julio de 1998.
Veintiséis años en los que, dejando a un lado cuestiones filosóficas y definiciones sobre lo que es el vino y lo que representa en la sociedad del siglo XXI; no me atrevería a asegurar taxativamente que haya cumplido con los objetivos para la que fue aprobada.

Las necesidades de hoy en día no son las mismas que las de hace un cuarto de siglo, pero tampoco han cambiado tanto como para que una de las medidas estrellas contemplada en el documento elaborado por el aquel entonces comisario europeo de Agricultura, Franz Fischler: la de reestructuración y reconversión del viñedo, haya resultado tan poco eficaz.

El objetivo central de esta reforma era avanzar hacia una producción de mayor calidad, capaz de encontrar un hueco en la demanda del conjunto de los mercados mundiales y hacer frente a la creciente competencia de terceros países productores, como Argentina, Chile, Sudáfrica, Australia o los Estados Unidos, con un grado de competitividad mucho más elevado del que tenían los elaborados en la Unión Europea. Con la reconversión del viñedo, que tiene como objetivo la adaptación de la oferta a la demanda, favoreciendo la competitividad y el mantenimiento de sistemas de cultivo compatibles con el medio ambiente.

Sin embargo, según el informe especial “Reestructuración y plantación de viñedos en la UE”, elaborado por el Tribunal de Cuentas de la Unión Europea, del que ya en su momento nos hicimos eco en estas mismas páginas, se constatan algunas deficiencias de calado en la medida. Más necesaria que nunca vista la evolución que están teniendo los mercados y las cifras de una exportación que, aunque mejoran ligeramente las de meses anteriores, siguen poniendo de manifiesto una notable falta de competitividad. No ya sólo frente a esos “nuevos productores” a los que se señalaba como fuerte amenaza, sino ante nuestros propios socios comunitarios. Los que, frente la brusca caída provocada por la pandemia, han tenido un comportamiento notablemente mejor en la recuperación, en comparación a los vinos españoles.

Según aquel informe, en los planes de reestructuración y reconversión del viñedo no se definía, por parte de la Comisión, con suficiente claridad el modo en el que esta medida debía fomentar la competitividad, ni establecía indicadores para poder medirlo. Los beneficiarios no están obligados a informar sobre el resultado que ha tenido la aplicación de la medida, ni el modo en el que han mejorado su competitividad. Tampoco parecía que hubiese contribuido a mejorar la gestión de los recursos naturales de forma sostenible. Puesto que no evaluaron el impacto medioambiental que esta medida podría tener. Y, en su concesión, los requisitos medioambientales son escasos o inexistentes. Asegurando que “en determinadas circunstancias, incluso podrían ejercer el efecto contrario, como el cambio a variedades que necesitan más agua o la instalación de un sistema de riego”.

Signos positivos en el consumo nacional

Si bien es difícil decir, con la que están soportando nuestras bodegas, que las cosas van mejorando, aunque sea muy poco a poco. Lo cierto es que los últimos datos del Infovi, llevan varios meses dándonos pequeñas alegrías.

Hablar de un crecimiento de apenas doscientos mil hectolitros en el consumo aparente interanual, sobre un total de nueve millones setecientos cuarenta y ocho mil hectolitros, pudiera parecer poco. Pero si tenemos en cuenta que, prácticamente todo el año 2022, estuvimos sufriendo una caída escalofriante, que nos llevó a tocar fondo en abril del 2023 con una cifra de 9’534 Mhl, lo que suponía un millón cien mil hectolitros menos de lo que consumíamos en febrero del 22. Hablar de estabilidad desde entonces y una tímida tendencia alcista en lo que llevamos de este año debiera alegrarnos a todos y, al menos, permitirnos pensar que el suelo (y no el techo) de nuestro consumo nacional está en esos nueve millones y medio de hectolitros.

Volumen, sin duda, a mejorar sustancialmente en un país tradicionalmente vitícola como el nuestro y que recibe alrededor de ochenta y cinco millones de turistas al año (85.169.050 en 2023, lo que nos sitúa como el segundo país del mundo que más turistas recibe), pues también ellos están contabilizados en esos consumos. Pero, una buena noticia, al fin y al cabo.

Como también lo es que nuestras exportaciones, según los datos provisionales de febrero que recoge ese mismo Infovi, aumenten en el ámbito de la Unión Europea un 5’5%, aunque las de terceros países mantengan la caída. Pero en cifras totales ya podemos hablar de un crecimiento del 2’5% en volumen.

Cantidades sobre las que todavía hay que seguir trabajando de forma afanosa si queremos que esta situación se traslade al mercado y las cotizaciones recuperen valor. Pero, sin duda, un primer paso (y esperanzador) para un entorno internacional repleto de amenazas y malas noticias que, por decirlo suavemente, no ayudan mucho al consumo de vino.

Un sector fuertemente controlado

En un momento en el que la calles arden y los ministros de agricultura de la Unión Europea deben hacer frente en sus diferentes países a una fuerte demanda de los agricultores por un mayor control en el cumplimiento de la Ley de la Cadena Alimentaria que ponga fin a la venta a pérdidas a la que, según los representantes de estos grupos de manifestantes, se les somete por parte de la industria. Adquieren mayor relevancia los datos publicados en el informe de la actividad inspectora y de control de AICA, en el ámbito de la cadena alimentaria.

En él se señala al sector vitivinícola como al que más controles (894 de los 2.371 totales) se le ha sometido. Habiéndosele impuesto 96 sanciones, la inmensa mayoría de ellos concentrados en la industria vitivinícola (83). Sólo superado por el sector de frutas y hortalizas, al que se le impusieron 165 y muy lejos del cárnico y de aceite de oliva, que los fueron con 41 y 40 sanciones respectivamente.

El incumplimiento de los plazos de pago (42) ha sido el motivo que más sanciones concentró, y en la industria vitivinícola en la que más se han producido. Con 83 sanciones: 31 en el incumplimiento de plazo de pago, 24 en no incluir todos los extremos en los contratos, 12 en la ausencia de contratos, los mismos que en las modificaciones unilaterales no pactadas y 4 en no suministrar la información requerida.
Datos que no difieren mucho del histórico acumulado desde que entrara en vigor la Ley de la Cadena Alimentaria y la inspección de la AICA en 2014. Siendo el sector vitivinícola, con 554 sanciones de las 3.708, el que, detrás del de frutas y hortalizas (1.770), más incumplimientos presenta. La inmensa mayoría de ellas, 501 a la industria; siendo el incumplimiento de los plazos de pago 379 el más infringido. 338 lo fueron a la industria, 25 a los mayoristas, 10 minorista y 6 a productores.

También en el ámbito comercial, cabe destacar el acuerdo al que han llegado en la Organización Mundial del Comercio (OMC) las delegaciones de China y Australia sobre la disputa que mantenían ambos países por los aranceles que le imponían a las importaciones del vino australiano.

De esta forma se pone fin a unas cargas que han supuesto pasar de concentrar los vinos australianos cerca del 35,5% de las importaciones del país asiático, a ni siquiera aparecer entre los 10 principales países proveedores.

Y, aunque atendiendo al origen del vino importado por el gigante asiático en 2022, debiera ser Francia la que más perjudicada pudiera resultar, al ser la que mayor cuota de estas importaciones presenta, con el 46% y Chile con el 22%. El peso de la marca-país de nuestro vecino galo, o el acuerdo de bajos aranceles con el país sudamericano; nos hacen temer que puedan ser Italia y España los países que, con el nueve y siete por ciento de tasa de importación, se vean más afectados por la “reentrada” de los vinos australianos en China.

Mientras tanto, nuestras exportaciones, en tasa interanual al mes de enero, siguen cayendo tanto en volumen -0,8% y valor -1,5% en productos vitivinícola como en vino que lo hacen y el -1,8 y -2,4% respectivamente. Siendo la categoría de D.O.P. la que más sufre con caídas en volumen y valor, tanto a granel como envasados.

Un Cambio Climático que nos debería abocar hacia la excelencia

Sin más argumentos que la pura intuición y los datos globales de las cuencas hidrográficas, podemos asegurar que la Semana Santa ha conllevado un gran alivio para nuestro viñedo. Muy probablemente, totalmente insuficiente para solucionar el profundo déficit hídrico que sufren las comarcas que se extiende a lo largo de la costa mediterránea. Ni solventa el problema, ni garantiza la cosecha venidera, pero ha sido un respiro para muchas vides que estaban en verdadero “estado de coma”, con la propia supervivencia de la planta en grave peligro.

Sus repercusiones en el mercado apenas se han dejado notar. Y, aunque aún es pronto para poder sacar conclusiones al respecto, es muy probable que no vayan a hacerlo (como tampoco lo hizo el hecho de cosechar una producción históricamente baja).

Las noticias deben venir del lado de la demanda, que es donde parece estar el problema, con un perceptible descenso en el consumo y unos ciudadanos con rentas disponibles que siguen teniendo otras prioridades que distan mucho de la de disfrutar de una copa de vino.

Con el horizonte mucho más allá de la actualidad inmediata (marcada por el mercado o las lluvias de esta última semana), tenemos que hacernos eco de un artículo publicado en la revista ‘Nature’ sobre “Los impactos del Cambio Climático y las adaptaciones de la producción de vino”, elaborado por el profesor Cornelis van Leeuwen de la Universidad de Burdeos, del que encontrarán un amplio resumen en nuestras páginas; sus declaraciones publicadas en el diario ‘El País’ han tenido una gran repercusión. Sabemos que el Cambio Climático está trayendo consecuencias sobre el cultivo de la viña y, aunque no es posible concretar mucho, pues éstas dependerán de cuáles sean las variaciones en las temperaturas; suponen un serio peligro para el 90% de las regiones vitícolas ubicadas en las regiones costeras y bajas de España, Italia, Grecia y sur de California.

Según el investigador, la adaptación de las variedades y portainjerto, sistemas de conducción y gestión de viñedos, pueden mitigar el problema, pero tendrán una importante repercusión sobre la producción y rentabilidad del cultivo. Así como una fuerte dependencia del riego y su disponibilidad.

Concluyendo que, a niveles de calentamiento globales inferiores a 2ºC, puede considerarse que estas actuaciones servirían para para más de la mitad de los viñedos tradicionales.

Si bien, básicamente, no dice nada que no supiésemos y sobre lo que muchos de nuestros viticultores llevan ya tiempo trabajando; hay que reconocer que su concreción debería ser un incentivo en el camino de la excelencia y valor añadido de nuestra producción.

Necesitamos un cambio ordenado

La práctica totalidad de los informes elaborados sobre el sector vitivinícola mundial y sus perspectivas en el corto y medio plazo apuntan hacia un estancamiento en el comercio; acentuado por el descenso en el consumo y atenuado por unas bajas producciones.
Cuánto de esto ha venido para quedarse y cuánto tiene su origen en las tensiones inflacionistas, pérdidas de poder adquisitivo y temor ante la escalada de conflictos internacionales son variables que pueden hacer cambiar radicalmente el pronóstico o enfatizarlo de manera preocupante.

Escenario que, previsiblemente, nos ha de conducir a una reorganización sectorial a nivel mundial. Pero que, no obstante, presenta grandes oportunidades para el vino español. Aunque ello pudiera resultar tremendamente complicado por la atomización que sufre, pero, especialmente, por la falta de liderazgo de una entidad (administración) que lo coordinase.

Sabemos, porque nos lo han repetido hasta la saciedad, que somos el primer país del mundo en superficie vitícola de uva de transformación, así como en cultivo ecológico. El que más volumen exporta, aunque esa posición pueda variar según el año con Italia (o una parte muy importante de este vino vaya a ser luego reexportado). También, el que más barato lo hace, con una gran diferencia sobre los demás.

Somos conscientes de que los recursos hídricos son nuestro gran talón de Aquiles en la producción y la profesionalización, especialmente, pero no sólo, en la comercialización, nuestra gran asignatura pendiente.

Sabemos que tenemos a las puertas de nuestras explotaciones vitícolas y vinícolas, un relevo general con criterios mucho menos románticos y mucho más economicistas; donde la dedicación debe ser retribuida.

Contamos con planes de apoyo de la Unión Europea para financiar la gran mayoría de medidas que habría que abordar, aunque ello pueda resultar muchas veces farragoso.

Pero nos falta creérnoslo. Y, de forma muy especial, que nuestras administraciones así lo vean.

Cuestionar el carácter alimenticio del vino en la sociedad actual puede tener sentido. Señalarlo de forma acusadora por su contenido alcohólico como fuente de un problema de alcoholismo, bajo el que justificar su desprecio y la ausencia de apoyo a su desarrollo, ignorando lo que supone de cara a la fijación de la población, el mantenimiento medioambiental y su contribución a la generación de riqueza donde se cultiva y elabora, una actitud torticera e interesada.

El futuro de nuestro sector pasa, de manera irremediable, por una valorización de nuestros vinos. Lo que no necesariamente significa que sólo tengamos que elaborar vinos premium. Pero sí generar el suficiente valor para que la cadena de valor se forma de una forma natural y no inversamente, como sucede ahora.

Los cambios acabarán produciéndose de manera inexorable y tendrán consecuencias sobre nuestra estructura productiva: superficie y bodegas. Decidir si lo hacemos de una forma ordenada y planificada, o caótica y traumática sólo depende de nosotros. Aunque, mucho me temo que, para poder hacerlo de esa forma ordenada, es necesario contar con una coordinación de la que no sé muy bien si disponemos.

Más sencillos y baratos

Las existencias de vino y mosto se encuentran en mínimos históricos: 50.181.484 hectolitros. Los operadores se las ven y se las desean para encontrar vinos blancos, no hablemos de los mostos para los que apenas ya hay mercado. Los vinagreros se lamentan de que se apliquen medidas de destrucción de producto cuando los precios suben haciéndoles cada día más difícil encontrar materia prima con la que elaborar sus productos. Los políticos aseguran que llegarán a la próxima vendimia con las bodegas vacías. Y para animar la situación, las administraciones ponen en marcha medidas encaminadas a restar producción con la aplicación de la vendimia en verde en algunas regiones. Y así podríamos seguir con un buen número de indicadores, todos ellos en la misma dirección.

La sensación es que el sector se encuentra inmerso en una grave crisis de consecuencias imprevisibles. Acercándose mucho a una reducción notable del potencial productivo de la Unión Europea. Y ya sabemos esto lo que quiere decir: menos producción igual a muchas menos hectáreas y más pueblos despoblados.

Me resultaría mucho más sencillo, para intentar explicar lo que sucede, sumarme a la opinión más generalizada y que señala a la reducción mundial del consumo de vino como causante de todos nuestros males. Podría incluso intentar consolarles diciéndoles que se trata de una situación generalizada que también les pasa a franceses, italianos, portugueses… pero también asiáticos y americanos, en sus dos hemisferios.

Pero nada de todo esto respondería a la pregunta más importante: ¿estamos frente al suelo de un diente de sierra propio de cualquier mercado o la situación es mucho más preocupante y tenemos que estar hablando de un cambio de ciclo con un consumo de vino mucho menor?

A mí me gustaría pensar que estamos hablando de un diente de sierra normal de cualquier ciclo económico. Agravado, es verdad, por una situación económica y geopolítica complicada. Donde la reducción de la capacidad de gasto de los consumidores ha traído como consecuencia la renuncia al consumo de bienes que resultan prescindibles. Y el vino es uno de ellos.

Y, en cuanto a por qué afecta más a tintos que a blancos y rosados. Pues, siguiendo con mis elucubraciones, discutidas y, probablemente, equivocadas, por varias razones, entre las que destacan: la sencillez del producto, como lo es que los tintos que más se demandan son los menos concentrados; pero de manera muy especial, por su menor precio.

Tomando como fuente las exportaciones, el precio del litro del blanco con D.O.P. envasado ha sido en 2023 de 4’13 vs. 5’22 del tinto /rosado. Si nos referimos a envasados sin D.O.P. 1’13 vs. 1’49. En varietales envasados 1’62 vs. 1’80 y con IGP envasado 0’81 frente 1’36. No habiendo ninguna categoría, ni envasado, ni BiB, ni granel en que esta circunstancia no se repita. A pesar de que el mercado de blancos esté sobre un cuarenta por encima del de los tintos.