Preocupación por la próxima cosecha ¿justificada?

Está claro que el volumen elevado de existencias en bodega a estas alturas de campaña preocupa y tiene en vilo a los operadores. Que ven en los bajos precios y las posibles repercusiones que una cosecha “normal” pudiera tener sobre los mercados una situación de consecuencias impredecibles.

Acabar (son todo suposiciones porque los datos a 31 de julio no estarán disponibles hasta septiembre) con cerca de treinta y siete millones de hectolitros de vino de stock, siete sobre la campaña anterior que son poco menos de los 8’5 que tenemos de más en los últimos datos conocidos del mes de abril, no debería alarmarnos tanto como parece estar haciéndolo a los operadores. O no al menos atendiendo exclusivamente al volumen de las existencias, ya que dicha cantidad vendría a parecerse mucho a la de los años 2005 (39,3 Mhl) y 2014 (37,1 Mhl), ambas consecuencias de cosechas históricas 50,062 en 2004 y 53,55 Mhl en 2013.

También convendría señalar que las vendimias que sucedieron a estos grandes cosechones fueron de 41,119 y 44,415 millones de hectolitros, o lo que es lo mismo, cosechas consideradas “normales” por los operadores. Y aunque en estos momentos no seríamos capaces de aventurarnos en una cifra de producción para la cosecha que comienza dentro de siete días, todo parece indicar que estaremos en un volumen muy similar.

Si nos referimos a los precios de las uvas, es de señalar que el comportamiento no fue el mismo un año y otro, ya que si bien los precios pagados por la Airén en la zona de Mancha en el año 2004 fue de diecisiete céntimos de euro el kilo, en el año siguiente apenas aumentó a los dieciocho céntimos; mientras que en el otro episodio de cosechas históricas, el precio paso de los veintidós céntimos del 2013 a quince en el 2014, bajada muy sustancial que sí creó notable alarmismo entre los viticultores que vieron como se truncaba un periodo de recuperación en sus cotizaciones que se acercaban satisfactoriamente a niveles de rentabilidad ansiados históricamente. Lo que pueda suceder en esta campaña tras los veintiséis céntimos de la pasada pagados por la misma variedad y zona es una incógnita y habrá que esperar hasta mediados de septiembre previsiblemente, para conocer las primeras tablillas y la posición que adoptan los grandes grupos bodegueros.

Si nos centramos en los precios del vino, deberíamos decir que el precio del hectogrado del vino blanco en la región central comenzó la campaña 2004 a 2,05 € y la acabó a 1,9, para finalizar la 2005 a los mismos precios 2,09 €; situación similar a lo sucedido en los tinos que iniciaban 2004 a 2,73 € para acabar a 2,65 y recuperar hasta los 2,7 en la última semana de julio del 2006. Para el otro periodo de campañas históricas, decir que la 2013 se inició con precios de 3,95 €/hgdo y 3,80 para blancos y tintos respectivamente, cayendo hasta los 1,95 y 2,35 al final de campaña para no recuperarse en la campaña 2014, con precios al final de la misma de 1,85 y 2,85. Así es que aquí donde tenemos la primera explicación de la gran preocupación que se vive en el mercado sobre cuáles podrían ser las verdaderas consecuencias de unas elevadas disponibilidades, ya la actual campaña la iniciamos a unos precios de 3,95 y 4,95 euros por hectogrado para blancos y tintos respectivamente; y la hemos acabado con 2,05 para los blancos y 3,10 para los tintos.

Lo que nos podría llevar a una gran conclusión y es que los precios de nuestros elaborados no están tan influenciados por un tema de volumen como de capacidad de comercialización, en la que influyen otros muchos aspectos como las necesidades de nuestros principales compradores o el mix que componga nuestra cartera de productos. No obstante, conviene no olvidar que son las exportaciones las que sustentan nuestros mercados pues representan dos veces y media el volumen que comercializamos en el mercado interior.

Las incongruencias del sector

Todos los operadores del sector vitivinícola, desde el más humilde de los viticultores, hasta la bodega con mayor capacidad de elaboración, pasando por distribuidores e importadores, están de acuerdo en señalar que si queremos que nuestros productos vitivinícolas se desarrollen y adquieran mayor notoriedad en los mercados y disfruten de precios más altos repartidos a lo largo de toda su cadena de valor es imprescindible regular la producción e intentar limitar al máximo el efecto añada que provocan el clima y las patologías del viñedo.

No es posible que cada año el precio de la uva sea motivo de gran preocupación entre los operadores dada la importante fluctuación a la que está sometido, o que la producción de vino en disposición de los operadores oscile de manera considerable con fuertes dientes de sierra en sus cotizaciones; incluso que sean las propias bodegas las que le hagan el trabajo a la demanda con prácticas de competencia desleal al fijar sus precios en función de lo que ha hecho su vecino y no de sus propios costes de elaboración.

Hasta es frecuente leer y escuchar en los medios de comunicación, hasta en los generalistas donde la información no siempre es tratada con la profundidad que merece para un público totalmente ignorante de las condiciones en las que desarrolla su actividad un sector intervenido y que debe vender sus productos en mercados muy maduros; demandas en la dirección de contar con medidas de regulación que permitan al sector autorregularse. Palabra clave con la que la Administración ha justificado ante el sector su inacción, alegando que debe ser el propio sector el que decida lo que debe hacer y el Ejecutivo limitarse a dotarle del marco legal suficiente para que pueda hacerlo.

Y aun siendo verdad que cada campaña, según sean los precios, las existencias y las previsiones de campaña son unos u otros los que con mayor insistencia reclaman esa regulación. En el fondo, todos quieren lo mismo. El sector hasta cuenta con una Organización Interprofesional que debiera ser reflejo de todo el sector vitivinícola español y, por consiguiente, el organismo, o al menos uno de ellos desde el que debieran nacer propuestas concretas que condujeran a esta autorregulación.

Pues, de momento, y tampoco en esta campaña ni en la siguiente va a ser, el sector no ha sido capaz de dar trigo y poner en marcha la iniciativa. ¿Hasta cuándo y qué deberá pasar para que lo haga?

Incapaz de dar una respuesta concreta, confío en que en ese horizonte desconocido quede una campaña menos.

A vueltas con la cosecha

Hasta el momento, se decía que el granizo “hacía pobre al que le caía y rico al vecino”. Y aunque argumento sólido para cuestionar este dicho no tenemos, la generalización de lluvias torrenciales y piedra en la geografía española animan la proliferación de informaciones que constatan serios daños en el viñedo, avalando a los que vaticinan un descenso de cierta consideración en la próxima vendimia a nivel nacional.

La menor muestra de fruto que presentan algunas comarcas, tampoco es que ayude mucho a mantener las estimaciones de una cosecha similar al año pasado, dándose por prácticamente segura la reducción de producción.

Para algunos la cuestión está en concretar esa merma y poder estimar las consecuencias que sobre las cotizaciones de los vinos tendrá en los próximos meses. Pues, ante el importante descenso sufrido en estos meses, no faltan quienes ven en la especulación una excelente oportunidad de hacerse con una suculenta ganancia.

El problema está en que según los últimos datos publicados por el Infovi y referidos al cierre del mes de mayo, las existencias eran de 41,8 Mhl de vino frente a los 33,9 de la campaña anterior, o lo que es lo mismo 7,9 millones de hectolitros más (+23,3%).

Volumen que el mercado interior no parece que vaya a ser capaz de absorber, ya que los datos conocidos del consumo en hogares arrojan un descenso para el 2018 del 2,79% y nuestras exportaciones de vino a mes de abril tampoco es que estén como para echar cohetes, teniendo en cuenta que han descendido en periodo interanual un 9,7%.

Llegados a este punto, plantearse que el mercado pueda presentar un problema de abastecimiento en los próximos meses, por escasa que pudiera resultar la cosecha, no parece muy probable y, en consecuencia, tampoco que las cotizaciones puedan recuperar lo perdido en esta campaña.

No obstante, es verdad que una buena parte de lo que pueda suceder con los precios en las próximas semanas dependerá en buena medida de lo que acontezca en Francia o Italia, principales países productores y compradores. Lugares en los que las estimaciones de producción también parecen apuntar hacia un descenso con respecto al año pasado.

Si menos producción en Francia, Italia y España será suficiente como para que el mercado exterior se anime y los precios aumenten, lo dejo para cada uno y su espíritu comercial. A mí, me preocuparía más el saber si el sector será capaz de ponerse de acuerdo y alcanzar un procedimiento por el que autorregular su producción y equilibrar los precios.

Aspirar a que con un consumo de diez millones (aproximadamente) de hectolitros y una producción estimada en cincuenta el hecho de que una cosecha sea un poco mejor o peor que la anterior nos vaya a solucionar el problema es una verdadera estupidez. Casi tanta como no pretender que con las campañas llevadas a cabo para la recuperación del consumo en España solucionemos algo más que aumentar la frecuencia de consumo o la incorporación de nuevos consumidores. Cuestiones cuantitativas mucho menos importantes que aquellas cualitativas que nos deberían llevar a encontrar un mecanismo con el que romper la barrera de entrada a la categoría, incidiendo sobre la formación e información que resulta básica para contar con la cultura vitivinícola mínima requerida por un país consumidor.

Asumir que el vino es mucho más que una simple bebida con la que acompañar una comida o celebración nos lleva de lleno a la obligación de admitir la necesidad de crear nuevos mensajes con los que despojar de prejuicios a los consumidores. Pero también nos obliga a asumir que la política del precio más bajo se volverá contra nosotros en algún momento.

#SomosVino

Tras muchas discusiones y debates que le han llevado a la realización de un profundo estudio sobre las motivaciones del consumidor de Vino en España, la Interprofesional del Vino de España (OIVE) centra su objetivo en el consumidor, eje sobre el que deberán pivotar todas las acciones encaminadas a aumentar el consumo de vino en nuestro país.

Discusiones aparte sobre si los esfuerzos deben centrarse en la incorporación de nuevos consumidores, los famosos millennials que cada vez están más cerca de franja de edad que comienza sobre los treinta años (que es el momento en el que se van incorporando a su consumo). Sobre si a la generación a la que deben dirigir el foco es la “Z”, para los que los smartphones son como un apéndice más de su cuerpo. O si, por el contrario, lo que debemos hacer es centrarnos en aquellos que ya han vencido esa barrera de entrada en la categoría y lo que hay que conseguir es incrementar su frecuencia de consumo, que no la cantidad diaria. Lo más importante es que por fin asumimos que son los consumidores, en sus diferentes tipos, facetas, momentos de consumo y tipologías los que deben centrar nuestros esfuerzos.

Esfuerzos que, cada vez más, parece claro (y consensuado) que deben centrarse más en experiencias y emociones y menos en tecnicismos e instalaciones industriales. Con un vocabularios sencillo y directo y gran preponderancia de medios digitales que además de inmediatez le otorguen frescura y modernidad al mensaje.

Estar atentos a las numerosas “fake news” que circulan sobre los efectos que sobre la salud tiene un consumo moderado de vino, rebatiéndolas con argumentos científicos avalados por la Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (FIVIN) o la Dieta Mediterránea (DM); es otra de las misiones que debiera asumir la Interprofesional a tenor de las conclusiones recabadas en su evento “Born to be Wine”.

Y aunque en este acto no fueron abordados en profundidad aspectos relacionados con la parte más interna del sector, como todo lo relacionado con la formación de la cadena de valor, realización de estudios y propuestas de estrategias y medidas cuya finalidad sea evitar “trasladar al mercado las inclemencias meteorológicas de una cosecha”. También estos objetivos fueron claramente asumidos por los asistentes como prioritarios.

Aunque de todo lo que en esa fructífera mañana tuvimos la ocasión de escuchar quizá lo más importante sean los constantes mensajes y la concienciación colectiva que se respiraba de que solo desde la unión seremos capaces de sacar esto adelante.

Es necesaria mayor atención

Hablar de viticultura es hacerlo siempre con un alto grado de incertidumbre. Es precisamente su mayor valor, el apego a la tierra, al origen; lo que hace impredecible su comportamiento de un año a otro. Y aunque la gran profesionalidad de nuestros viticultores y los grandes avances técnicos con los que cuentan mitigan esta sobreexposición, su dependencia del comportamiento climático en la campaña es absoluta. Predecir lo que pueda suceder y adelantarse a las posibles inclemencias que se presenten es la labor más importante, pero no la única. Amoldarse a los cambios, ajustar los medios productivos a esas circunstancias cambiantes y conseguir minimizar al máximo sus efectos sobre las cosechas, labor de todos.

En esta tarea de predicción de los posibles acontecimientos a los que tendremos que hacerles frente en los próximos años para realizar este acomodo a las nuevas condiciones de cultivo, los científicos tienen mucho que decir. Por más que nos lo hayan repetido y aún a riesgo de resultar cansinos, la evidencia con la que se presentan los efectos que sobre la maduración del fruto y los episodios extremos de lluvias o episodios de sequía, han llevado a algunas bodegas a “tirarse al monte”, como coloquialmente podríamos decir, con la traslación de nuevas plantaciones a lugares más frescos, más altos y alejados de aquellas zonas de producción en las que actualmente se producen los vinos más afamados del mundo.

Adelantos de un mes en las fechas de vendimia para los próximos 50 años predichos por la Universidad de La Rioja y Lleida como consecuencia del cambio climático sobre la fenología y la composición de las variedades Tempranillo, Garnacha o Mazuelo cultivadas en la D.O.Ca. Rioja no son más que otro nuevo aviso a navegantes sobre lo que nos viene encima y que ya hoy podemos comprobar fácilmente.

La adaptación parece la mejor forma de hacerle frente a las consecuencias que pudiera tener el cambio climático sobre la vitivinicultura. Investigar nuevo material vegetal (portainjertos y clones), pero también técnicas de cultivo (marcos de plantación, conducciones, orientaciones, podas…) así como prácticas enológicas que nos ayuden a extraer lo mejor de la uva y eliminar lo no deseado son aspectos a los que deberíamos dedicarles más recursos de los que lo hacemos si queremos tener éxito en mantener nuestro viñedo, evitar la deslocalización y el avance la desertificación en nuestro país.

Trump amenza al vino europeo

Baste con echar una simple mirada a la infografía que acabamos de publicar en nuestra web www.sevi.net con los datos de exportación del primer trimestre del año, para comprobar el peso que tiene Estados Unidos. Segundo país en valor, solo por detrás de Alemania y con el precio medio por litro más alto 3,37 €/l, solo superado por los 4,47 €/l de Suiza y muy por encima de los 1,08 al que lo exportamos de media.

Tampoco sería necesario estudiar mucho para saber que esto no es fruto de la suerte o que se trata de una situación coyuntural. El gran esfuerzo que han hecho todas las bodegas de la UE en ese mercado con importantes inversiones en campañas para afianzar y aumentar su presencia en el que ya es el primer país del mundo en consumo de vino; comienza a dar sus frutos.

Y es precisamente ese exitoso resultado de las grandes cantidades de dinero y esfuerzo que se ha hecho en estos últimos años lo que ha llevado a las bodegas californianas a pedirle al “señor presidente” que suba sus aranceles a los vinos franceses, actualmente de cinco centavos de dólar para los vinos tranquilos y catorce para los espumosos; cuando, según este mismo lobby cifra en 11 y 29 centavos respectivamente los aranceles con los que son gravados sus vinos al llegar a Europa.

El anuncio hace unos días de su intención de presentarse a la reelección en el 2020 manteniendo el slogan “American first” (América primero) y su gran verborrea a la hora de anunciar medidas cuyas consecuencias no acaba de valorar en su justa medida, le han llevado a amenazar con subir los aranceles a la importación de vinos franceses. Sin saber muy bien si no sabe que toda la Unión Europea es un solo origen y lo que quiera imponer a uno de sus miembros lo hace para el resto, o porque lo único que cala en su electorado es la mención explícita del país galo. El caso es que, de una forma u otra, si cumple su amenaza (esperemos que no, como en ocasiones anteriores) todos los países europeos nos veremos perjudicados, como ya nos hemos visto con otros productos como la aceituna negra con especial incidencia para nuestro país.

Una vez más los productos vitivinícolas corren el riesgo de ser tomados como rehenes de cuestiones de las que son totalmente ajenos. Tal y como ya sucediera con China y el conflicto que mantuvo con Alemania por las placas solares y que acabó generando una enorme factura en abogados para demostrar que no vendíamos nuestros vinos por debajo de los costes de producción y que llevó a unas cuantas bodegas españolas a tener que mostrar a las autorizadas chinas su “know how” y asumir la formación de sus operadores.

La globalización de los mercados es un hecho imparable, la internacionalización de nuestras bodegas, una asignatura que van superando poco a poco con grandes esfuerzos. Pero lo que resulta totalmente inadmisible es que sea el sector vitivinícola el que acabe siendo rehén de guerras que van mucho más allá de nuestros productos. La actual batalla que está librando Estados Unidos con el resto del mundo por mantener el dominio comercial y tecnológico mundial puede llegar a tener graves consecuencias ante las que protegerse se hace muy complicado, dada la debilidad de los productos agrarios y especialmente, dentro de estos, del vino.

Pensar en el comercio exterior, balsa de salvación de nuestro sector y única vía por la que generarle valor añadido a nuestros vinos y dejar fuera a las dos grandes potencias mundiales es algo totalmente impensable y bien haríamos si aumentásemos la presión sobre la debilitada Comisión Europea (en proceso de relevo por las últimas elecciones) para que se mostrara firme en este tema y defendiera los intereses del sector con mayor severidad ante las autorizadas comerciales estadounidenses o el mismísimo Congreso norteamericano.

Semanas de trámite

En un mercado dominado por la paralización y en el que el paso de los días pesa como una losa sobre las esperanzas de los productores, que ven acercarse las vendimias con unas existencias de 45,3 millones de hectolitros (datos Infovi a 30 de abril) muy superiores a las del pasado año (23,1%), cualquier incidencia climatológica es analizada y difundida con mayor interés de lo que merece su importancia. Así tenemos que, a pesar de encontrarnos en una fase tan incipiente del viñedo como pueda ser la floración, organizaciones agrarias y diferentes colectivos se han apresurado a dar a conocer sus primeras estimaciones. Coincidiendo todas ellas, con independencia del lugar del que se trate, en que nunca se verá superado el volumen de la pasada campaña.

Es posible que en todo esto algo haya tenido que ver la ralentización que están viviendo nuestras exportaciones, sustento del mercado, y que con datos del primer trimestre se han visto reducidas con respecto al interanual un -10,5% en volumen, quedándose en 20,25 Mhl y un -0,9% en valor dejando el precio medio en 1,42 €/litro.

Siendo el bag in box (entre 2 y 10 litros) la única categoría que presenta cifras positivas, con un incremento del 33,2%. Aunque más destacable resulta el comportamiento de los vinos con indicación de variedad y añada, que crecen un 4,2% en la categoría de graneles de vino blanco. Especialmente cuando son los vinos sin indicación de calidad, ni añada los que peor parados salen con retrocesos del 14,8% en envasados y del 17,3% en graneles. Con preocupante caída en los vinos con D.O.P., que rompen con su habitual estabilidad y pierden el -10,6% en envasados y el -9,2% en graneles, siendo cava el único que presenta un crecimiento del 0,9%.

Situación que, en mi opinión, debería hacernos reflexionar sobre la importancia de la puesta en marcha de la nueva extensión de norma que está previsto entre en vigor el próximo 1 de agosto, encontrándose actualmente en estado de consulta pública, y que contempla no solo el mantenimiento de acciones para la promoción del sector en mercados interiores y exteriores, sino también acciones encaminadas hacia la vertebración sectorial, acciones de inteligencia económica y de estrategia sectorial hacia un entorno estable de los mercados que incluirían sistemas de autorregulación.

La técnica de las 5W+2H

Puesto que sabemos que no es, ni tan siquiera, imaginable que, a corto plazo, el grado de fiabilidad de las estimaciones de cosecha que se publican en nuestro país mejore sustancialmente y que en ellas siempre existirá un factor subjetivo importante; lo mejor seguirá siendo hacerse eco del máximo número posible de ellas y recomendar encarecidamente, una y otra vez, tomarlas con la máxima prudencia y no olvidar que se tratan de vaticinios basados en un entorno volátil, incierto, complejo y ambiguo.

Aun con ello, convendría no olvidar que sea cual sea el volumen que estimemos, tenemos una importante situación de desequilibrio entre lo que producimos y lo que utilizamos y que en la puesta en marcha de medidas que tiendan a buscar el acercamiento entre ambas cantidades se encuentra una buena parte de cuál será el futuro de nuestro sector.

Muy posiblemente, dentro de unos años nuestro mix de producto en la exportación haya cambiado y nuestro consumo interno aumentado. Pero, ni tan siquiera esa alentadora esperanza impide que sea necesario dotarnos de medidas que nos permitan disfrutar de una gráfica de precios lineal con una ligera tasa de crecimiento, que nos acerque a cotizaciones que hagan rentable el cultivo del viñedo e interesante la inversión en bodegas.

No podemos pedirle a los viticultores que renuncien a las posibilidades de mejorar la rentabilidad de sus cultivos, cuando se les ofrecen ayudas para hacerlo, como son los planes de restructuración y reconversión del viñedo y cuando los precios a los que se les están pagando las uvas exigen quintuplicar la producción histórica para alcanzar el punto de equilibrio en muchas zonas de España. Pero tampoco a las bodegas por trabajar en mantener esos precios unitarios tan bajos cuando no consiguen mejorar el posicionamiento de sus vinos en los mercados internacionales o aumentar el consumo en el interior.

Pero en este constante desacuerdo, en el que se vayan alternando las posiciones de dominio y nuestro desarrollo consista en el sometimiento de los otros no está la solución.

Primero, porque las posibilidades de seguir aumentando nuestras exportaciones son muy limitadas, Segundo, porque por más que consigamos atraer a nuevos consumidores (y que los actuales aumenten su dosis), el crecimiento que pudiera representar será claramente insuficiente para alcanzar ese punto de equilibrio. Y tercero, porque agronómicamente nos encontramos en un país árido, donde el agua es un bien escaso y preciado del que no podemos abusar como requieren esos altos rendimientos.

Luego parece que una ordenación de la producción sea la opción más viable para alcanzar un crecimiento sostenido y equitativo.

¿Qué? (What?) Medidas de regulación de la producción

¿Dónde? (Where?) En todo nuestro país.

¿Quién? (Who?) Está bien claro. Todos, sin personalismos.

¿Cuándo? (When?) Ya. El tiempo juega en nuestra contra.

¿Por qué? (Why?) Por ajustarnos a las necesidades de cada momento.

¿Cómo? (How?) Con medidas precisas y aplicables.

¿Cuánto? (How much?) La necesidad requerida en cada momento.

Que queremos entenderlo y somos capaces de ponernos de acuerdo; perfecto. Que no; pues no pasa nada, nos dejaremos en el camino a un buen número de parcelas abandonadas, de bodegas que cierren sus puertas e importantes extensiones de terreno desérticas. Eso sí, con unas altas dosis de cinismo que nos permitan eludir nuestras propias responsabilidades y trasladar a los “otros” su falta de visión y capacidad para afrontar el problema.

Pero que nadie se engañe, el sector seguirá existiendo y mejorando su rentabilidad y posicionamiento internacional.

Esa es una verdad que podemos aseverar.

El sector propone su autorregulación

A pesar de los continuos crecimientos en los datos facilitados por el Ministerio de Agricultura en su estimación de cosecha, siendo la última publicada la correspondiente al 31 de marzo en su “Avance de superficies y producciones agrícolas” que cifra la producción nacional de vinos y mostos de la campaña 2018/19 en 50.355.364 hectolitros; 14.887.917 hl más que la anterior y un cuarenta y dos por ciento. Sería un tanto exagerado achacar a este dato la responsabilidad de la escasa actividad comercial que se desarrolla en nuestro país en estas últimas semanas.

Sabemos que las cifras tienen un lado psicológico que va más allá de lo estrictamente numérico y racional, y que superar barreras de decenas de millones de hectolitros, en este caso, pasando de los cuarenta y nueve a los cincuenta, provoca un efecto que no tendría ninguna justificación en los escasos 418.764 hectolitros que se ha incrementado con respecto a la estimación de diciembre que cifraba la producción de vino y mosto para nuestro país en 49.936.600 hl.

Aun así, la realidad es que la paralización de la actividad comercial comienza a ser preocupante. Restan apenas dos meses para que finalice la campaña y las existencias en poder de las bodegas mantienen en vilo a los gerentes, que temen unos depósitos llenos con los que recibir la nueva cosecha. Sin importar tanto cuál sea el volumen, como el hecho de que debamos ir dándole entrada a los mostos de una nueva vendimia, sin haber sido capaces de encontrarle acomodo a las anteriores.

Con más o menos convencimiento, todos los operadores parecen haber tomado conciencia de que los cincuenta millones de hectolitros han venido para quedarse. Que esta cifra no es fruto de una campaña excepcional y sí de una reestructuración de viñedo que ha elevado nuestros rendimientos muy por encima de los anteriores. Cuyas verdaderas consecuencias todavía están por conocerse dado que cien mil hectáreas se encuentran o recién entradas en producción o a punto de hacerlo.

Ante este panorama no es de extrañar que las cooperativas y principales organizaciones agrarias se hayan animado a proponer públicamente lo que ya llevaban unos cuantos meses barruntando y que no es otra cosa que la necesidad de autorregular la producción, ya sea mediante la retirada parcial de una parte de la producción, lo que antes de la reforma de la OCM eran los contratos de almacenamiento a largo plazo; o el destino obligatorio a la elaboración de otro producto que no sea vino.

Lo que en términos generales, y sin entrar en detalles nada baladís, supone un gran avance en un sector reacio a la autorregulación y acostumbrado a que sean las administraciones las que acabasen actuando. Tomar conciencia de la necesidad de ser él mismo el que debe establecer las normas bajo las que quiere operar es un gran paso que, confiemos, suponga el primero de un fructífero camino.

Espaldarazo a la extensión de norma

Dejando a un lado cuestiones concretas de operatividad o pareceres sobre aquellos aspectos y su orden de actuación en los que debiera centrarse, la reciente sentencia de la Audiencia Nacional ratificando la legalidad de la “extensión de norma” de la Organización Interprofesional del Vino de España (OIVE) supone un verdadero espaldarazo al sector vitivinícola español.

Es importante entender que el sector se enfrenta a una situación muy delicada de desequilibrio entre lo producido y lo consumido. Que esta brecha está llamada a hacerse más grande en los próximos años, con la entrada en producción de nuevas y viejas hectáreas reestructuradas, con rendimientos que triplican, en el mejor de los casos, los históricos. A toda esa producción, que bien podría situarnos en niveles medios de cosecha por encima de los cincuenta y cinco millones y medio de hectolitros, con apenas poco más de diez de consumo, habrá que encontrarle acomodo. Y hacerlo en un entorno donde importantes países en los que hasta ahora el cultivo vitícola suponía una superficie anecdótica y a los que mirábamos con gran interés como mercados destino interesantes en los que colocar una parte de esa producción que no nos queda otra que exportar; países como Rusia o China; parecen haber tomado conciencia de sus posibilidades apostando por la viticultura y la elaboración. Producción que en un mercado globalizado, donde el consumo se mantiene estabilizado o con una ligerísima tendencia positiva, nos podría poner las cosas muy difíciles para un segmento muy importante de nuestras exportaciones, especialmente aquellas donde el precio es, prácticamente, el único factor diferenciador.

Contar con organizaciones que recauden pero que, también, gestionen adecuadamente esos recursos puede ser la única alternativa que nos quede como sector para alcanzar ese cambio que debe producirse en nuestra comercialización y mix de producto.

Sin adelantarnos a lo que vaya a suceder, parece que será irremediable que los mercados cambien en un periodo breve de tiempo, los canales de comercialización pondrán en valor aquellas herramientas que los hacen universales, los consumidores como individuos adquirirán más notoriedad y requerirán mayor protagonismo. Las producciones solo podrán orientarse atendiendo a criterios de eficiencia, bien por gran competitividad en los costes de producción que permitan ofrecer precios muy interesantes, bien por hechos diferenciadores que granjeen la atención de los consumidores.

Pretender afrontar esta revolución a la que nos enfrentamos desde un sector tradicional, altamente resistente a los cambios, con fuertes raíces en el origen y una profesionalización y estructura empresarial con escasos recursos, de manera individual; se asemeja bastante a lo que sería un suicidio colectivo, en el que solo los líderes salen airosos a costa de la gran masa que fenece anónimamente.

De la misma manera que necesitamos de grandes viticultores que pongan en valor la producción de uva dotándola de la rentabilidad necesaria que haga del cultivo de la viña una actividad empresarial. De bodegas capaces de realizar aquellas acciones comerciales con las que llegar a los consumidores con sus vinos y darles a conocer aquellos valores que los diferencian y engrandecen. Necesitamos de organizaciones con fuerza (recursos), locomotoras que marquen el camino por el que ir y permitan desarrollar a los consejos reguladores, bodegas y viticultores aquellas estrategias individualizadas acopladas a un mensaje y objetivo común en las que aprovechar sinergias.

El lado malo de esto es que hay que pagarlo. Y ya se sabe que cuando esto sucede, como con los impuestos, nunca llueve a gusto de todos y cada uno recaudaría y gastaría con una receta diferente. Pero, de momento, la que tenemos y debemos apoyar, es esta.