Días decisivos para la economía

Muy posiblemente, dentro de cuatro días, cuando finaliza el plazo para la entrada en vigor de los nuevos aranceles a los vinos españoles en Estados Unidos, o la posibilidad de que el Reino Unido opte por un Brexit duro; podamos concretar algo más sobre en qué quedan estos dos asuntos tan importantes para la economía europea. Pero, lamentablemente, hoy solo podemos decir que la Comisaria de Comercio Cecilia Malmström sigue trabajando por, al menos, aplazar la entrada en vigor de los aranceles de Trump, prevista para el día 18, y el ministro español, Luis Planas, presionando para que haya compensaciones a los sectores afectados.

Mientras tanto, y ante el escaso avance en las negociaciones, desde el Ministerio de Agricultura se recomienda estar preparados para las medidas de apoyo, corrección, promoción y mercados que puedan implantarse. Así como insuflar ánimos a un sector soliviantado al haber sido tomado como rehén de un conflicto comercial que poco, o nada, tiene que ver con sus productos y por el trabajo realizado durante años por abrirse un hueco en el principal país consumidor de vino del mundo.

Pero de lo que no se habla apenas en este asunto es de la situación de fortalecimiento en la que quedaría otro de los grandes productores de vino comunitario, Italia, al que no le afectarían las medidas anunciadas por la Administración Trump y que pasaría, de cumplirse las amenazas, a poder colocar en el gigante norteamericano sus vinos un veinticinco por ciento más baratos que los españoles o franceses.

En cuanto al tema del Brexit, casi mejor no opinar sobre lo que pueda acabar sucediendo cuando finalice el plazo que tiene el premier Boris Johnson, el día 17, para llegar a un acuerdo que ratifique el Parlamento británico. De momento, todo parece indicar que se va avanzando y que será posible contar con un texto legal que pueda ser ratificado por los Jefes de Estado y de Gobierno en su cumbre de este jueves y viernes, pero el tema es tan delicado y existen tantas sensibilidades que cualquier pequeño detalle podría hacer saltar por los aires la posibilidad de evitar el Brexit duro.

Y, por si todo esto no fuera suficiente, el Fondo Monetario Internacional anuncia un crecimiento del 3% de la economía mundial para el 2019, el más bajo desde la Gran Recesión, con la guerra comercial y el aumento de las barreras comerciales como uno de los principales motivos que explicarían esta desaceleración sincronizada.

Días decisivos e importantes para nuestro futuro más inmediato a los que nos enfrentamos.

Unos días de gran transcendencia

¿Recuerdan lo que pasó hace unos años con China y las placas fotovoltaicas alemanas, conflicto comercial por el que algunas bodegas españolas se vieron obligadas a facilitar su “know how” a las bodegas chinas, además de grandes costes en despachos de abogados y seminarios a los dirigentes de las bodegas chinas? Pues, para aquellos con tan poca memoria que ya lo hayan olvidado, les diré que fue un duro y traicionero golpe al comercio vitivinícola español.

Ahora es EE.UU., el otro gran contendiente de esta guerra comercial, que han emprendido las dos mayores potencias mundiales, el que amenaza con subidas del veinticinco por ciento de los aranceles a productos agroalimentarios españoles, afectando de manera muy especial al vino. Y todo porque el Sr. Trump ha decidido declararle la guerra a Europa, la que otrora fuera su gran aliada comercial y militar. Una Vieja Europa que otorgó ayudas a la compañía aeronáutica Airbus en algunos países de la Unión Europea (Francia, España, Alemania y Reino Unido) en contra del otro gran fabricante mundial, la norteamericana Boeing.

La imposición de un arancel adicional del 25% a los vinos tranquilos de menos de 14 grados y envases de capacidad inferior a dos litros, procedentes de algunos de los cuatro países mencionados se aplicaría a partir del 18 de octubre y afectaría no solo al vino a Estados Unidos que con datos interanuales julio 2019 se presenta como el principal país importador por precio, 4,14 €/litro, cuarto destino mundial por valor con un total de 301,4 millones de euros y 73 millones de litros de vino español, de los que 240 millones de euros serían los que se verían afectados. También otros muchos como el olivar, cítricos o textiles se verían afectados de manera directa.

La reacción, tanto de la comisaria Europea de Comercio, Cecilia Malmström, como del Ministerio de Agricultura español, Luis Planas, ha sido de contrariedad y esperanza en que el próximo día 14 pueda llegarse a un acuerdo que no abra lo que han calificado como “medidas miopes” y contraproducentes que empujarían a la Unión Europea a una situación en la que no tendría otra opción que hacer lo mismo.

Acabe como acabe el asunto, el caso es que, una vez más, es el vino el que resulta secuestrado por los gobiernos de turno para redimir viejas rencillas que nada tienen que ver con él. Atrás quedan los grandes esfuerzos que bodegas y consejos reguladores han venido haciendo por exportar al primer consumidor mundial. Por situar sus mejores vinos y hacer de este destino palanca de promoción para el resto de su comercio mundial.

Algo vital, si queremos encontrar acomodo a una producción que el Ministerio ha estimado en 38,1 millones de hectolitros para la campaña 2019/20 según las cifras facilitadas a la Unión Europea, un 24,3% inferior a la del año anterior, 12,2 millones de hectolitros menos. Estimación que afectaría de especial manera a los mostos, para los que calcula la pérdida en el 29,6% hasta dejarlos en 3,8 Mhl y vinos con I.G.P. (3,4 Mhl) que rozaría el 29,2% de reducción. En el lado contrario encontraríamos los vinos sin indicación de calidad ni variedad (antiguos mesa) en los que la reducción sería tan solo del 20,6% cifrando su producción en 11,2 Mhl. Los acogidos a alguna denominación de Origen (-24,1% y 12,6 Mhl) y los varietales (-24,5% con 7,1 Mhl) completarían una producción que elevaría hasta las 77,2 Mhl las disponibilidades del sector para esta campaña. Una cifra que, considerando la reducción generalizada de la vendimia del resto de países productores comunitarios, es considerada por las organizaciones agrarias como aceptable de gestionar, sin necesidad de entrar en “guerras” comerciales que acaban siendo perjudiciales para todos.

Interesante futuro el que nos espera al que deberemos permanecer muy atentos.

Por la vertebración del sector

Si queremos ser un sector potente y tener alguna posibilidad de hacerlo atractivo para generaciones futuras, lo primero que debemos conseguir es hacerlo sostenible económicamente. Se hace muy difícil imaginar que aquellas personas que tengan una alternativa de futuro laboral escojan quedarse cultivando la viña si no reciben unos ingresos suficientes como para obtener una renta digna de ella.

Lo de la sostenibilidad medioambiental es posible que sea mucho más importante que la económica y sus consecuencias, sin duda, mucho más transcendentales para el futuro de la humanidad. Pero no nos equivoquemos, que los ideales, sin un plato caliente garantizado, lo tienen muy difícil para salir adelante.

Y eso, que dicho así puede llegar a sonar obsceno, es una realidad que mejor haríamos en asumir cuanto antes si queremos encontrar la forma de avanzar.

Para ello hay que seguir insistiendo en eso de “valorizar” el producto. Lo que como objetivo a largo plazo está genial. Pero, para llegar a ello, tenemos que ir cubriendo ciertas etapas que resultan ineludibles. Y aún con todo y con eso, todavía seguiríamos teniendo el mayor de los problemas sin resolver: su venta. Porque, no lo olvidemos, producimos vino para venderlo, no para almacenarlo, quemarlo o retirarlo temporalmente del circuito. Nuestro objetivo es que la gente consuma nuestros vinos.

Para alcanzarlo es necesario definir con cierto detalle: producciones, rendimientos, grados, zonas, técnicas de cultivo, rentabilidades, precios… En definitiva: cuál es el modelo de producción con el que soñamos. Después, concretar a un cierto nivel de detalle todos estos parámetros. Y, por si todo esto no fuera ya lo bastante complicado, encontrar la forma de hacerlo sin entrar en conflicto con la libertad de mercado y la competencia.

Y mientras esto llega (si es que lo conseguimos), parece necesario dotar al sector de herramientas con las que poder actuar. Así como de organizaciones con la capacidad para implantarlas. Sobre lo segundo, está bastante claro que está la Interprofesional, como así lo indican sus objetivos fundacionales. Y en cuanto a lo primero, las propuestas presentadas al Ministerio, órgano con capacidad legislativa para implantarlas, se han concretado en un documento que bajo la denominación “Hoja de Ruta” para la estabilidad y la mejora de la calidad de los vinos, pretende exigir unos requisitos mínimos de calidad para la uva de vinificación, intensificar el control de subproductos para la destilación y establecer mecanismos de regulación de la oferta. Todo ello con el plazo de puesta en marcha del primero de noviembre próximo para la intensificación de los controles en los subproductos destinados a la destilación; y la campaña 20/21 para las relacionadas con la norma de calidad y mecanismos de regulación, de tal forma que sean conocidas por los operadores antes de que comience la campaña.

Cada vez nos quedan menos oportunidades

Son precisamente los momentos buenos en los que hay que tomar las decisiones clave en una empresa, de cara a su estrategia a medio y largo plazo. Hacerlo cuando el agua te está llegando al cuello y las dificultades económicas, y de cualquier tipo, te van asfixiando es muy difícil. Y, cuando se toman, es de manera restrictiva, con el único objetivo de ajustarse, con recortes, a la nueva situación.

Aprovechar la excelente calidad con la que están llegando las uvas a las bodegas, los grandes mostos y vinos que se están obteniendo para ir un poco más allá en la valorización de nuestros productos y la mejora en su comercialización; es una necesidad que muchas bodegas no están dispuestas a dejar pasar. Los acontecimientos ahora se suceden a velocidades de vértigo. Viéndose muchas veces sorprendidas las propias empresas por situaciones que no esperaban encontrarse hasta pasados unos años. Tomar decisiones y hacerlo de manera colectiva, de tal forma que sea todo el sector el que defina y se vea beneficiado, es algo más que un sueño utópico. Es una obligación de aquellas personas que se encuentran al frente de organizaciones, administraciones y colectivos que congregan a todos los agentes del sector.

Los dientes de sierra son una característica intrínseca de cualquier mercado libre. El famoso ajuste de la ley de la oferta y la demanda así lo requiere. El problema está en que todos debemos trabajar por conseguir que estas oscilaciones no vayan más allá de horquillas comedidas que permitan disfrutar de una cierta estabilidad con la que llevar a cabo planes expansivos para nuestro sector en el terreno comercial.

Hemos luchado por modernizar nuestras instalaciones, adaptado nuestros viñedos a variedades demandadas por los consumidores, mejorando sustancialmente la productividad de esas viñas. Invertido en ofrecer una imagen de calidad que haga atractivos nuestros vinos y gastado mucho dinero en promocionar nuestras zonas en el exterior. Pero seguimos teniendo pendiente la apuesta por el sentimiento de colectividad, necesario para unir fuerzas y alcanzar sinergias que aceleren estos procesos.

Ya nadie aspira a que sean las administraciones, en sus diferentes niveles, las que solucionen nuestros problemas. Hemos tenido ocasión de comprobarlo recientemente cuando, hace unos meses, los precios se desplomaban como consecuencia de la histórica cosecha a la que teníamos que hacer frente a nivel europeo y quienes tenían las competencias para hacerlo fueron totalmente incapaces de adoptar una sola medida encaminada a paliar la situación. Es cierto que tampoco las organizaciones que representan a los diferentes colectivos, o la que debiera hacerlo de toda la interprofesión lo consiguieron. Pero, a diferencia de otras ocasiones, hubo sus intentos, con discusiones profundas, sobre qué y cómo aplicar las diferentes medidas que la legislación actual les hubiera permitido. El hacerlo en una próxima ocasión que fuera necesario está mucho más cerca. Pero ahora hay que ir un paso más allá y tomar la iniciativa. Aprovechar esa concienciación de que hay que evitar que las oscilaciones se conviertan en profundos dientes de sierra que dejen en el camino a alguien y seguir avanzando en la definición de las condiciones bajo las que, de manera automática, entren en vigor dichas medidas.

Aspirar a que sean nuestros políticos los que lo hagan hubiera sido una aspiración lícita en otros momentos distintos a los actuales, donde tenemos a la vista unas elecciones generales. Hacerlo en la actualidad, vista la capacidad de maniobra con la que cuentan, o el escaso interés que han demostrado por hacerlo, sería, sencillamente, de una candidez inadmisible.

Es el sector el que debe definir qué quiere ser de mayor. El que defina sus estrategias y los medios con los que llegar a alcanzarlo. Cada vez nos quedan menos oportunidades.

España inicia la campaña con un +29,03% de existencias

Por extraño que nos pueda parecer, nuestras bodegas y viticultores también planifican sus campañas y deben disponer de una información actualizada y veraz con la que poder hacerlo. Especialmente en momentos tan decisivos como los inicios de campaña en los que las decisiones de volúmenes de compra y precios a los que hacerlo, tanto de uvas como mostos, e incluso vinos a medio plazo, representan un punto de difícil retorno que marcará el resto de temporada.

Conocer bien las disponibilidades con las que se vaya a contar es el primer dato con el que hay que trabajar, si se quieren hacer las cosas bien. Lamentablemente el Ministerio hace ya varios años renunció a aportar esta información de estimación de cosecha y, escudándose en los datos que facilita del Infovi, ha eludido la parte de responsabilidad que en ese aspecto le compete. Afortunadamente no es así en todas las organizaciones, las cuales siguen haciendo públicas sus estimaciones de cosecha que, con mayor o menor grado de intencionalidad, porque también aquí hay que reconocer que los datos deben tomarse con cierta dosis de prudencia, sirven para que los operadores dispongan de una visión general bastante cercana a la realidad. De hecho, hoy, prácticamente las diferencias entre unas estimaciones y otras no existen más allá del momento en el que se han hecho públicas, pues con un margen de dos millones de hectolitros arriba o abajo podríamos decir que se encuentran todas en la misma horquilla.

Caso distinto son las existencias de inicio de campaña, la otra gran partida con la que conocer las disponibilidades del sector vitivinícola. Información que gracias al Infovi está disponible mucho antes de lo que era habitual cuando la tenía que hacer pública el MAPA y que nos ha permitido conocer con total exactitud que España inició la campaña 2019/20 con un veintinueve por ciento más de vino y mosto sin concentrar que lo hizo la pasada, e incluso la distribución por categorías y regiones de esos 38.846.179 hectolitros de stock.

Primeros precios y gran nerviosismo en el mercado

Aunque hay previsiones que llegan hasta los treinta y ocho millones y medio de hectolitros, la cifra de los cuarenta millones podría ser un buen punto de partida a partir del cual comenzar a planificar una campaña que, a priori, promete resultar bastante ajetreada.

Más como consecuencia de unas existencias considerablemente más elevadas que las de campañas anteriores (aunque hasta dentro de unos días no tendremos datos concretos del Infovi sobre las existencias a 31 de julio), que fruto de la producción, que a nivel europeo se presenta considerablemente más baja, con previsiones en Francia e Italia un doce y dieciséis por ciento respectivamente inferiores, y del veinte por ciento en lo que respecta a nuestro país. El sector productor parece haberse puesto nervioso con la reducción de campaña y haber encontrado en estas previsiones esa mínima excusa con la que justificar pretensiones que van mucho más allá de los precios a los que cerraron los vinos la pasada campaña.

Recuperar parte de lo mucho perdido durante la campaña anterior en las cotizaciones de los vinos con las pretensiones por los mostos actuales, está muy bien y es totalmente legítimo. Medir bien las consecuencias que estos altibajos tienen en los mercados, especialmente internacionales y de los que tan fuertemente dependemos, otra cuestión que está demostrado que no sabemos controlar. Con las repercusiones que al final acaban teniendo en el posicionamiento de nuestros vinos y la capacidad de abrir nuevos mercados con los que ir cambiando poco a poco el mix de nuestros productos. Cuestiones que, teóricamente, todos compartimos, pero por las que cada uno hace la guerra por su cuenta, con resultados que no hacen sino poner en evidencia la pérdida de las oportunidades que nos van dando los mercados.

Veintiséis millones de hectolitros, cifra que llevamos exportados en datos interanuales julio 2018-junio 2019 de vinos, mostos y vinagres, es una parte muy importante de una producción de cincuenta millones como la que obtuvimos el pasado año. Mantener la estabilidad, con crecimientos suaves y continuados en los precios, es la única forma de aumentar esos 1,20 €/litro de precio medio, que están muy lejos del verdadero valor de nuestros productos. Pero ya sabemos que las cosas valen lo que alguien está dispuesto a pagar por ellas. Así es que, o encontramos al comprador que esté dispuesto a quedarse con más de dos mil quinientos millones de litros a un mayor precio, o perseveramos en la idea de que la calidad se imponga. Permitiéndonos desbancar a vinos procedentes de otros países que encuentran en la calidad percibida por los consumidores (que no la intrínseca) la razón por la que los mercados están dispuestos a pagar ese diferencial de precio.

No sabemos lo que va a suceder con las pretensiones de los elaboradores y hasta dónde pueden llevar a las cotizaciones. Pero sí podemos intuir que el consumo no va a cambiar mucho de un año a otro. Ni el interno, sobre el que las campañas que se están realizando son lentas y de resultados tímidos. Ni el de nuestras exportaciones, cuya rigidez es tal que, prácticamente, cualquier variación que se produzca en los precios es respondida con una alteración en el volumen en sentido contrario en la misma intensidad.

En fin, que unas veces porque la cosecha es alta, otras porque los precios son bajos y otras porque el consumo interno no consigue despegar. El caso es que el sector sigue enfrentándose a los mismos males a los que lo hicieron nuestros antecesores, sin más horizonte que el de pequeñas producciones que siendo notables casos de éxito, apenas representan al sector español, ni tienen relevancia sobre el conjunto de sus empresas.

Atentos y prevenidos

Muy posiblemente no sea el momento más indicado para hablar de este tema y de las consecuencias que podría acabar teniendo sobre un sector tan delicado y sensible a las malas noticias como es el vitivinícola, especialmente el español. Pero es que llevamos ya muchos meses escuchando que nos enfrentamos a un nuevo periodo de recesión, en el que economías tan potentes en nuestro ámbito económico más cercano, como es la Unión Europea: Alemania y Francia, o lo han hecho ya (dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo) o están a punto de hacerlo.

Las consecuencias que esto pueda llegar a tener sobre nuestro sector son imprevisibles, pero, en el mejor de los casos, nada bueno.

Tampoco es que ayude mucho a afrontar con optimismo el futuro más cercano el hecho de que el primer ministro del Reino Unido siga empeñado en sacar a su país de la Unión Europea sin acuerdo. O que el presidente de Estados Unidos se haya enfrascado en una guerra comercial cuyo primer damnificado es China, pero de gran impacto en la Unión Europea, a la que parece haber puesto proa con sus anuncios de un acuerdo con el Reino Unido, el día siguiente a su salida de la UE.

Pensar en economías autárquicas es una gran estupidez (o eso creo yo). Casi tanto como defender políticas proteccionistas. Y, aunque la importancia del sector vitivinícola en el conjunto del comercio es apenas insignificante, el peso del mercado exterior en el sector español resulta vital.

Producciones en términos mundiales inferiores a las del año pasado nos ayudan y pueden hacernos afrontar el futuro inmediato con cierto optimismo, pero, aunque solo sea porque no nos pillen desprevenidos los giros que puedan dar los acontecimientos económicos mundiales, convendría estar atentos e ir tomando las medidas que estén a nuestro alcance.

Momentos como estos, de perspectivas de una cosecha muy ajustada y calidades excelentes, deberían servirnos para plantearnos posibles cambios en las estrategias comerciales en aquellos casos que se consideren necesarias.

Nervios en un mercado que no parece tendrá mayores precios

Hace un año por estas fechas, bien pocos eran los que se atrevían a vaticinar el volumen de una vendimia que recién iniciada, todos, o prácticamente todos, coincidían en señalar que sería superior a la anterior (cosa que decía muy poco dada la situación de la que partíamos). Pero muy pocos se atrevían entonces a poner cifra a ese incremento y llevarla hasta volúmenes históricos, como así acabó siendo. Ni el propio Ministerio, que no ha dejado de ir subiendo la cifra en cada estimación que ha ido publicando, osó a hacerlo en aquel momento.

Prudencia casi tanta como la que se mostraba a la hora de hablar de la calidad de un fruto, cuya maduración estaba dando serios problemas, cuyas fermentaciones obligaron a los enólogos a sacar lo mejor de sí mismos y los medios técnicos de los que disponían y se confiaba, reiteradamente, en que el paso del tiempo mejoraría la situación.

Situación casi antagónica a la de este año, en el que las estimaciones de producción y los comentarios sobre la calidad y grado de maduración del fruto se suceden a trompicones, compitiendo por ser los que antes publiquen sus cifras y alaben la magnífica calidad de un fruto que será transformado en excelentes vinos. Lo que, dicho sea de paso, viendo las calificaciones publicadas por los consejos reguladores, únicos organismos que hacen este esfuerzo, tampoco es que diga nada.

Mejor así. El sector necesita saber con la mayor precisión de la que seamos capaces, el volumen de producción al que se enfrenta, la calidad del producto con el que va a tener que operar y los precios de las uvas, que marcarán el punto de partida en la generación de la cadena de valor del vino. Y lo necesita lo antes posible. Hay que planificar, establecer estrategias comerciales y cuantas más informaciones haya, mejor para todos.

Que estas noticias van por el lado de denunciar bajos precios en uvas y mostos y la necesidad de que el sector asuma, de una vez por todas, que garantizar la renta de sus viticultores es el primer paso para desarrollar un sector competitivo y de calidad; perfecto. Para eso están las negociaciones que debieran acabar en un acuerdo que medio satisfaga a todas las partes. Pero que la información sea variada y abundante. La que, para poder ser calificada como tal, debe ser fidedigna y actual.

Cosa bien diferente, pero eso ya es cuestión de la confianza que cada cual le otorgue a quien la realiza y la fuente de la que procede, es el índice de condicionalidad que lleva implícita, ya que las hay que son, o lo intentan, imparciales; y las que llevan implícito un mensaje a sus asociados sobre las razones por las que deben mantener una postura u otra en sus decisiones.

Hasta es de agradecer que una de las principales bodegas españolas, sin duda referente en el sector de los espumosos, haya tenido la gallardía de declarar claramente cuáles son sus intenciones de cara a la compra de la uva y las razones que le llevan a ello.

Habrá que esperar un poco más, creo que una semana será suficiente, para ver cuál es el camino que emprenden las otras grandes bodegas de referencia en España en su política de compra de uva y los precios a los que la demandan. De momento, lo único que ya podemos asegurar es que los precios conocidos hasta a hora, es verdad que, para variedades minoritarias, se acercan mucho a la estabilidad, manteniendo los pagados el año pasado.

Lo que, traducido a la renta de los viticultores de las zonas que concentran cerca de tres cuartas partes de la producción española, viene a suponer una pérdida, siempre en términos generales, casi inapreciable con respecto al año anterior. Ya que se habla de que la producción se verá mermada en torno al veinte por ciento, mientras que la graduación aumentará sobre los dos grados con respecto al año anterior.

Una menor cosecha no evita fuertes tensiones en los precios

Después de unas pequeñas vacaciones, las cosas no han hecho sino empeorar. Pues si bien las estimaciones de producción que manejábamos a principios de este mes no han cambiado apenas, manteniéndose la horquilla de cosecha entre los cuarenta y los cuarenta y cuatro millones hectolitros. La paz y estabilidad en los precios que se auguraba en esas fechas, se han tornado en un fuerte torbellino de acusaciones cruzadas donde se mezclan demandas legítimas de unos y otros.

Es normal que, en los primeros coletazos de vendimia, con la fijación de los primeros precios de las uvas, las tensiones crezcan y cada una de las partes intenten hacer alarde de sus fuerzas en defensa de sus intereses legítimos. Así pues, escuchar que los precios a los que la industria aspira a hacerse con la producción de los viticultores están por debajo de lo admisible, que no cubren los costes de producción o que resultan abusivos ante la imposibilidad de permitir obtener una renta digna por su producción; es algo “normal”. También los argumentos de aquellos que defienden que los mercados no admiten subidas de precios en los vinos y que nuestra competitividad está fuertemente condicionada por una franja de precios bajos y altamente sensible a posibles variaciones, que se traducen directamente en caída de volúmenes, especialmente en la categoría de vinos a granel sin indicación de origen (donde se concentran la mayor parte de nuestras exportaciones).

Lo que no ha sido tan frecuente es que sean las variedades destinadas a la elaboración de Cava las que soporten esta gran tensión y de manera muy especial el que sea la entrada en escena de una gran multinacional como es Henkell con la compra de la mayor productora de este vino: Freixenet, la que ocasione este revuelo con la fijación de unos precios que suponen una clara ruptura con el equilibrio que mantenían cavistas y viticultores hasta ahora.

Aspirar a generar un mix de producto del vino español de valor y enfrentarnos a que una de las categorías de mayor precio sea agitada con una pérdida del 30% en el precio la uva con la que se elabora es una situación que, por legítima que sea, debería hacernos reflexionar sobre el modelo de viticultura que queremos para España y las aspiraciones que desde los grandes grupos empresariales tienen para nuestro sector y el papel que deben desempeñar en el mercado vitivinícola mundial.

42 Mhl: una cosecha más que probable

No por conocida y esperada, la noticia deja de tener su importancia, ya que la puesta en marcha, a partir de este 1 de agosto de la extensión del Acuerdo de la Organización Interprofesional del Vino de España al conjunto del sector, fijando su aportación económica obligatoria de 0,18 €/hl de vino envasado y 0,052 €/hl del que se venda a granel; supone el afianzamiento de la Interprofesional del sector y la posibilidad de que cuente con fondos con los que realizar actividades de promoción e información, inteligencia económica, vertebración sectorial investigación, desarrollo e innovación tecnológica y estudios para las próximas cinco campañas.

Su puesta en marcha no impedirá que siga habiendo colectivos que, dirigidos por bodegas de gran predicamento, se muestren contrarios y ejerzan sus derechos a presentar sus objeciones de la forma que consideren más conveniente. No obstante, el hecho de que se haya aprobado esta segunda extensión de norma, supone un gran espaldarazo del sector a una Interprofesional que debiera representar a todo el colectivo, así como dar continuidad a las acciones de información puestas en marcha dirigidas a la recuperación del consumo de vino en España.

Precisamente, en una campaña en la que todas las previsiones apuntan hacia una producción considerablemente inferior a los cincuenta millones de hectolitros elaborados el pasado año, consecuencia, principalmente de la sequía, que ha afectado a prácticamente la totalidad de la geografía española, y a la que se han unido episodios de altas temperaturas, superando récord históricos y fuertes tormentas de granizo.

Emplear el término de “normalidad”, como están haciendo las organizaciones agrarias y cooperativas para definir este descenso, pudiera ser un tanto confuso ya que su fijación siempre resulta complicado de establecer. Especialmente cuando la superficie de viñedo en nuestro país se ha reestructurado en más de un tercio, hacia rendimientos que apenas soportan la comparación con los mejores años. Multiplicar por dos o tres (como mínimo) lo que históricamente se producía en las principales comarcas vitivinícolas hace muy difícil hablar de “anormalidad” cuando obtenemos cosechas que superan los cincuenta millones de hectolitros. Hay que recordar que nuestros competidores, Francia e Italia, los alcanzan con superficies muy inferiores a la nuestra.

El quince por ciento de merma podríamos decir que es el más utilizado por aquellas organizaciones que se han atrevido a publicar sus estimaciones de cosecha, lo que dejaría el extremo inferior de la horquilla en la que se mueven en el entorno de los cuarenta millones de hectolitros. Así, mientras cooperativas Agro-Alimentarias fijan la franja de producción entre los cuarenta y los cuarenta y cuatro millones de hectolitros; la Federación Española del Vino que agrupa a las principales bodegas españolas centra su atención en resaltar que la cosecha media en España de los últimos cinco años ha sido de cuarenta y dos millones de hectolitros. Cifra que coincide con la dada como posible por la organización agraria Asaja, o COAG para la que 42-43 Mhl podría ser la cantidad que acabáramos produciendo este año. De las organizaciones agrarias, es la Unión de Pequeños Agricultores la que se muestra más prudente, no acabando de concretar cifra alguna, limitándose a resaltar el estrés hídrico que está soportando el viñedo y los efectos negativos que sobre la cosecha pudiera acabar teniendo.

En terreno mucho más pantanoso se atreve a adentrarse el consejero de Castilla-La Mancha, Martínez Arroyo, para quien una cosecha que debiera ser “sustancialmente más corta” le lleva a confiar en que los precios de la uva no se vean arrastrados por lo sucedido con los de los vinos y se mantengan en niveles similares a los del pasado año.

Nuestra previsión, a la vuelta de vacaciones, aunque todo parece indicar que no se alejará mucho de esos cuarenta y dos millones de hectolitros.