Felices años 20

Estrenamos nuevo año y con él una década bajo el recuerdo de los felices años 20 del siglo pasado y, aunque bien podríamos recurrir a decir que “rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras”, en el fondo tendremos que reconocer que ¿por qué no? Soñemos y confiemos en que vengan repletos de buenas noticias que nos devuelvan la felicidad que crisis, guerras y cambios climáticos nos han ido mermando a lo largo de este siglo.

En este sector tenemos un futuro esperanzador por delante, con grandes investigaciones, en todas las áreas, que comienzan a arrojar resultados muy positivos y que, sin duda, nos ayudarán a afrontar los retos con mayores garantías de éxito. La velocidad con la que se sucedan va a ser vertiginosa, como todo lo que va acaeciendo, quiénes sean sus protagonistas es lo único que está por determinar y, en buena medida, esto solo dependerá de cada uno de nosotros.

Que vamos a producir más y mejor que lo hemos hecho nunca, es una realidad tan incuestionable como que la especialización de los mercados exigirá una profesionalización como nunca antes se había visto. El consumo se afianzará e irá creciendo tímidamente gracias a la incorporación de nuevos consumidores que dejarán atrás la imagen vetusta de chatos con los que acompañar las comidas diarias. La emoción y el hedonismo se impondrán con fuerza como las principales razones que justifiquen el consumo de vino y los viticultores y bodegueros deberán trabajar por alcanzar ese difícil equilibrio entre calidad y diferenciación.

Algunos de los mayores principios sobre los que ha crecido el sector se verán cuestionados por gentes con criterios antagónicos a los que lo que manejaban sus antecesores, y algunos de ellos fracasarán, pero otros muchos triunfarán y valorizarán los productos.

Y todo esto porque estoy convencido de que hemos llegado a un punto de no retorno. La cadena de valor, la sostenibilidad, la responsabilidad social corporativa… nos han generado una telaraña de la que saldremos más fuertes, pero diferentes.

Un sector extraordinariamente sensible al cambio climático

Tal y como era de esperar, o al menos esa impresión me daba desde el principio, la Cumbre del Clima COP’25 ha acabado casi tal y como había empezado: a trompicones, con más postureo que resultados y constatando las grandes discrepancias que sobre el tema existen entre un pequeño puñado de países, pero extraordinariamente importantes, que se niegan a adoptar medidas que ayuden a luchar contra la emisión de carbono; y aquellos otros que, siendo muchos más, apenas tienen peso en sus consecuencias.

Dejando a un lado a los negacionistas y aquellos otros cuya ideología o intereses políticos y económicos se sitúan por encima de las consecuencias que para la humanidad pueda tener esta situación. No es posible negar que el clima está cambiando, y lo podemos llamar como se quiera, pero sus consecuencias son cada año más notorias.

Aunque tan palpables resultan estas evidencias, como rígida es la postura enrocada de un pequeño número de países que, aludiendo diferentes razones, se niegan a tomar medidas, esgrimiendo el bienestar de sus ciudadanos basado en el progreso económico de sus naciones y pasando por alto que el clima no entiende ni de fronteras, ni de nacionalidades.

La desaparición de las estaciones intermedias de primavera y otoño, temperaturas extremas en los meses de verano, traslación de las heladas invernales a los meses de primavera, concentración de las lluvias en episodios de gran intensidad… se manifiestan de manera inexcusable en el adelanto de las fechas de vendimia, aumento de la producción de azúcar (que luego será transformado en alcohol), disminución de la acidez o desarrollo de enfermedades.

La gran sensibilidad de la vitivinicultura a estos cambios hace que el sector esté tomando diferentes medidas encaminadas a paliar sus efectos.

Aumento del riego por goteo, protección contra el pedrisco y heladas, formación de los viticultores, traslación del viñedo hacia latitudes más elevadas, reorientación de las viñas, modificación en las técnicas de cultivo de poda o trabajo en los suelos, modificación de los clones de las variedades históricas o la plantación de otras más adecuadas, reducción de la huella de carbono por botella o la misma evolución hacia el cultivo ecológico.

Grandes y costosas medidas todas ellas que no hacen sino constatar la pérdida de unos de los mayores valores que tiene el vino: su origen y tradición. Dos valores sobre los que los expertos basan su estrategia de recuperación del consumo y valorización del producto y que en unos pocos años podríamos tener que estar replanteándonos todo lo hecho.

Tal y como decía el director general de la OIV, Pau Roca, en su intervención en la COP’25, el sector vitivinícola está tomando medidas y adaptándose a este nuevo escenario. Su éxito está garantizado, esto lo digo yo.

Pero cabe preguntarse ¿a qué precio?

Podemos plantar viñas en el Pirineo o en Gran Bretaña, bonito país que a partir del 31 de enero próximo pasará, más que probablemente, a ser un país tercero. Plantar otras variedades más resistentes y adaptadas a las nuevas condiciones de cultivo, o utilizar técnicas enológicas que corrijan las condiciones en las que llegan las uvas a la bodega. Los consumidores conocerán estos “nuevos vinos” y es posible que incluso estén más adaptados a sus gustos, con lo que el consumo puede que se recupere tímidamente (en contra de lo vaticinado por la UE en su último informe sobre Perspectivas de los Mercados Agrícolas 2019-2030 en el que cifra en 24,5 litros per cápita el consumo al final de este periodo frente los 25,3 actuales). Pero en este devenir de acontecimientos iremos perdiendo patrimonio vitivinícola, dejándonos una pequeña parte de lo que somos y que da valor a nuestro sector: su cultura.

Para este sector el cambio climático es mucho más que la subida de un grado o la posibilidad de comprar bonos de emisión y debemos luchar por protegerlo.

Esperando que así sea: ¡Feliz 2020!

El vino vuelve a estar de moda

No sin grandes esfuerzos por parte del sector vitivinícola español, a través de su Interprofesional (OIVE), a cuya financiación contribuye, el consumo de vino en España está atravesando un buen momento. O eso se desprende de la nota publicada por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) en la que, basándose en las informaciones del Ministerio de Agricultura (MAPA) y las declaraciones mensuales del sistema de información vitivinícola (Infovi), cifra el aumento del consumo estimado en España en un 7,2% en dato interanual a septiembre de 2019. Los 10,991 millones de hectolitros consumidos muestran una clara mejora, con respecto los diez millones sobre los que se encontraba estabilizado el consumo en España desde hace más de siete años.

Para conocer de una forma más pormenorizada cuál es el consumo en cada uno de los canales habrá que esperar todavía un poco más de tiempo, hasta disponer del trabajo encargado por la OIVE al OEMV, con el que se pretende ofrecer una completa fotografía del consumo en nuestro país. En él que se tendrán en cuenta, por primera vez, canales en creciente importancia como son los de ventas en tiendas especializadas y vinotecas, club de vinos, ventas directas. Sin olvidar la parte correspondiente al consumo efectuado por los turistas que cada año nos visitan. Un volumen global, el de estos “nuevos canales de consumo” que se estima que pueda rondar un tercio del consumo en España.

Dejando a un lado cuáles pudieran ser las claves que explicarían este reciente incremento y permitirían definir las estrategias de nuestras bodegas en su batalla por recuperar una pequeña parte del consumo perdido en este último medio siglo (para lo que habrá que esperar conocer el mencionado estudio); el OEMV concluye que el vino está nuevamente de moda, y no solo en nuestro país, sino que se trata de una tendencia mundial. Que, si me permiten añadirlo, nuestras bodegas deberían aprovechar, dada la extraordinaria posición privilegiada de la que gozan por la gran calidad media de su producto y bajos precios a los que son comercializados.

La gran sensibilidad que muestran las nuevas generaciones hacia todos los temas relacionados con el medio ambiente y una vida más sana son una excelente oportunidad para un sector que sitúa a nuestro país como el de mayor extensión de viñedo ecológico del mundo, con un crecimiento de dos dígitos en la producción de este tipo de vinos y una tendencia imparable hacia el cultivo y la elaboración de productos cada vez más respetuosos con el medio ambiente y la salud.

Tenemos las mejores condiciones de los países productores para elaborar bajo estos parámetros ecológicos y sostenibles. Contamos con unos técnicos altamente cualificados y unas instalaciones dotadas de las últimas tecnologías. Ya solo nos falta que los nuevos consumidores nos tengan en cuenta en su elección.

Para que todo este panorama se convierta en una realidad y lo que hasta ahora es solo una tendencia se transforme en datos consolidados que nos permitan disminuir nuestra gran dependencia del sector exterior, como ahora mismo sucede, es necesario acercarnos a los nuevos consumidores, jóvenes y tradicionales, invitarlos a que nos conozcan de primera mano, que comprueben nuestro compromiso con la tierra, el respeto por el fruto y beban el resultado de este esfuerzo.

Bajo este panorama no puede sorprendernos que el consumo en nuestro país muestre una tendencia creciente, que el enoturismo se esté desarrollando como una gran actividad en todas nuestras regiones elaboradoras y que todo ello permita a los expertos concluir que el vino está de moda. Aprovecharlo ya solo dependerá de cada uno. El escenario nos es propicio y contamos con herramientas administrativas, como rutas del vino o denominaciones de origen, con las que hacerlo. Es posible que no volvamos a encontrar un escenario más propicio en muchas décadas. No podemos dejarlo pasar.

La crisis como oportunidad

Los últimos datos macroeconómicos publicados sobre España no son lo que podríamos calificar de alentadores. Aun así, sin entrar en muchas disquisiciones sobre cuáles son las razones que lo explican, siguen siendo mejores que los del resto de nuestros socios comunitarios, excepción hecha del dato concerniente al paro. Mal endémico de nuestro país y en el que las cifras de noviembre se han visto agravadas por los números del sector agrícola, tradicionalmente con un buen comportamiento y que en esta ocasión ha sido uno que ha tenido peor comportamiento, junto al de la hostelería, tradicionalmente también positivo. Dos sectores que afectan directamente al vino y que, en opinión de reputados economistas, ponen de relieve la desaceleración de nuestra economía en un marco europeo y global de recesión, antesala de una crisis.

Confiemos en que hayamos aprendido de lo vivido en el 2008, las medidas adoptadas por las entidades financieras y la prudencia con la que el tejido empresarial español fue superando la crisis, nos ayuden a mitigar sus efectos y que su reflejo en los datos de consumo no sea tan alarmante como lo fue en aquella reciente ocasión.

Y es que, si hay un sector extraordinariamente sensible a estas situaciones, ese es el vitivinícola. La concepción del vino como un producto de lujo lo hace extraordinariamente sensible a cualquier dato económico negativo, con pérdida en valor y reducción del volumen.

Un producto cuya funcionalidad es la de aportar placer, con elementos sociales empleados como marcadores sociales positivos. Las emociones placenteras que produce su consumo nos hace sentir únicos y especiales. Esto define a la perfección las principales razones por las que hoy es consumido el vino, al tiempo que marca la propuesta de valor del producto.

Quizás situaciones económicas adversas nos puedan llegar a ayudar a superar la reducción de consumo de vino en nuestro país, gracias, precisamente, a entender mejor que los valores que lo definen apenas tienen que ver con aquellos que manejábamos hace treinta años y que, si queremos acercarnos a nuevos consumidores y recuperar momentos de consumo, es necesario utilizar códigos y mensajes muy diferentes a los que sirvieron entonces.

Una falta de rigor inadmisible

Todos aquellos que nos dedicamos al sector vitivinícola, pensábamos que España tenía un serio problema con el consumo doméstico, tanto en lo referido al hogar como al canal extradoméstico. Lo que no sabíamos (o pensábamos que ya habíamos superado) es que las informaciones publicadas al respecto por los medios escritos, en los que contrastar las informaciones es su mayor hecho diferenciador frente los online, en los que cualquier tiene la posibilidad de publicar cualquier cosa sin más referencia que el autor; también era un problema.

Que alguna empresa, por rimbombante nombre que tenga, se permita publicar un estudio propio, cuyos datos difieren radicalmente de los que maneja el sector (y es contrastable con un sencillo estudio de las estadísticas oficiales) es grave y totalmente inadmisible. Que esta empresa tenga por objeto la enseñanza de los que en un futuro deberán ser los máximos responsables de grandes empresas, dice mucho de la calidad de la enseñanza en nuestro país y el futuro que podemos esperar de nuestros dirigentes, en este caso empresariales, pero que podríamos hacer extensivo a otros colectivos.

Pero es preocupante que el mismo Ministerio de Agricultura, último responsable de velar porque la información que se publique del sector sea fidedigna y actualizada; así como por el futuro de un sector, que todavía hoy (no sabemos por cuanto tiempo), sigue siendo considerado agrícola y alimentario, dos de sus funciones según reza el título de su Ministerio, no haga nada, aunque solo sea sacar una nota de prensa dando una información desmintiendo aquella y aportando datos reales. Algo tan sencillo como pudiera ser la información que se desprendería de sus datos publicados sobre el consumo en los hogares en el mes de julio 2019 y que cuantifica en 436,58 millones de litros en consumo interanual de vinos y derivados, 359,58 de vinos. Lo que dividiendo por 46.934.632 personas que es la población española a 1 de enero de 2019 según el Instituto Nacional de Estadística (INE) daría un consumo en hogares de 9,30 litros por persona y año de vinos y derivados y de 7,66 solo de vino. Que podría complementarse con los datos de años naturales a los que se refiere dicho estudio y que cifra el consumo de vino en España durante el año 2018 en 433,15 millones de litros de vinos y derivados, 361,08 de vino; frente los 445,57 y 370 respectivamente del 2017. Que en datos per cápita representaban 7,78 y 7,93 litros; mientras que el gasto se quedaba en 22,5 euros por persona y año en el 2019 de vino y 21,58 en el 2017.

Por si todos estos datos no fueran suficientemente elocuentes para poner en evidencia la falta de rigor de ese estudio al que nos referimos, ya que en ellos solo está el consumo en los hogares y, por consiguiente, una parte muy importante de ese consumo en España, todo aquel que se realiza fuera del hogar o se compra fuera del canal de alimentación como pudiera ser compra directa o por internet, queda fuera. Podrían haber acudido a la propia Interprofesional del Vino en España en cuyo boletín encontramos los datos del consumo interno que cifra en septiembre 2019, último publicado, en 10.991.243 litros en dato interanual y que arrojaría un consumo de 23’42 litros por persona año. Cantidad suficientemente dispar con la obtenida en su estudio como para al menos indagar un poco más y ser prudente en lo publicado.

Sea como fuere, desde las organizaciones representativas del sector vitivinícola: MAPA, OIVE, OEMV, organizaciones agrarias, FEV, Cooperativas,… deberían tomarse de una vez por todas este tipo de información en serio y llegar a algún tipo de acuerdo por el que elaborar una estimación seria y actualizada de algunas macromagnitudes, especialmente la referida al consumo, que evitase la publicación de informaciones especialmente perjudiciales para el sector productor que con su contribución en la Extensión de Norma está haciendo un gran esfuerzo por recuperar el consumo de vino en España.

Innovación y comunicación

Aun cuando la opinión más generalizada (dentro y fuera del sector) es que el futuro de la viticultura es muy prometedor, presentando grandes oportunidades; también, para la mayoría de los expertos será necesario hacer grandes esfuerzos en buscar soluciones innovadoras y creativas con las que adaptarse a un mercado cada vez más global y volátil.

Tradicionalmente, el sector ha luchado por abrirse un hueco en los mercados de proximidad y fidelizar a un cliente cercano, haciendo valer su cultura y tradiciones. La globalización de los mercados, cambios sociales, logísticos, tecnológicos, etc., dieron un giro, que no siempre fue muy bien entendido, con plantaciones masivas de variedades foráneas, la inmensa mayoría de veces poco adaptadas al terreno, y llevaron la vista hacia consumidores lejanos a los que había que explicarles cosas tan sencillas como dónde radicaba el propio origen de esos vinos.

Afortunadamente, en estos momentos parece que estamos asistiendo a una vuelta a lo natural, aumentando notablemente la preocupación por el medio ambiente y todo lo que esté relacionado con una vida más sana. Valores todos ellos identitarios de nuestro sector, si no fuera por el contenido alcohólico que acompaña a nuestros vinos. Y aunque se están realizando exitosas experiencias en reducirlo, no siempre el producto desalcoholizado resultante mantiene el mínimo exigible de respeto al producto original.

Las posibilidades de cara a un futuro medianamente cercano podrían calificarse de innumerables, tanto a nivel mundial para el sector, como a nivel nacional para nuestros vinos y productos derivados. Pero la sociedad ha cambiado. Y, de la misma manera que nos desplazamos al otro lado del mundo con una gran comodidad y velocidad, del mismo modo que acontecimientos históricos que marcaron el cambio de una era se han sucedido en el plazo de apenas unos años; el sector debe trabajar por buscar la forma de hacerlo y, lo que todavía es mucho más importante, comunicarlo.

En una era en la que la información domina la sociedad, no es posible imaginar el desarrollo de un sector, o la simple venta de una botella de vino, sin una adecuada campaña de comunicación que no solo traslade al consumidor aquellos valores que busca, sino que le emocione lo suficiente como para elegir esa y no la marca de al lado. Y todo sabiendo que en la próxima ocasión habrá que volver a convencerlo, porque su fidelidad no existe.

El papel de las existencias en el mercado

Aunque a 30 de septiembre, fecha a la que están referidos los últimos datos extraídos el 30 de octubre y publicados por el Sistema de Información del Mercado del Vino (Infovi) no son representativos de la situación del sector, pues las vendimias se encontraban en pleno apogeo y eran muchas las bodegas y regiones que todavía andaban en plena recolección; es de destacar el fuerte incremento que experimentaron las existencias con respecto a las mismas fechas del año anterior, 57.120.442 hl, de los que 51,76 Mhl y 5,36 Mhl de mosto sin concentrar. Cifras que, hablando de vino, suponen un estocaje un 16% superior al que había en España a 30 de septiembre de 2018, con variaciones que se elevan al 21% en el caso del tinto/rosado a granel.

En cuanto a la entrada de uva en los dos primeros meses de campaña se habían alcanzado los 3.433 millones de kilos de los que 1.272 lo fueron de tintas y 2.161 de blancas. Lo que supuso la transformación en vino de 22.027.456 hl, 9,59 Mhl de tinto y rosado y 12,44 de blanco. Una producción en viñedo que representó un incremento de solo el 0,3% con respecto a la uva que había entrado en bodega la campaña anterior en esta fecha y una producción en vino un 1% inferior.

Variaciones que en absoluto tienen nada que ver con los datos finales que acabaríamos teniendo y que no conoceremos con algo más de concreción hasta disponer de los datos referidos, cuanto menos, al mes de octubre y con mucha más exactitud con los que recojan la información de noviembre.

Otros de los datos que nos han preocupado mucho en los primeros meses de campaña han sido aquellos que hacían referencia a las existencias con las que partían el resto de países productores de la UE, pues se consideraba que podían tener gran transcendencia en la operatividad del mercado en los primeros compases de la campaña. Para ello publicábamos en la edición 3.551 de SeVi, de fecha 28 septiembre, una infografía con aquellos datos que desde La Semana Vitivinícola estimamos que tendrían y que, en el caso de las existencias, han acabado siendo, según datos de la Comisión Europea, de 176,6 Mhl, veintidós millones más (+14,23%) que en la campaña anterior, superando ampliamente los 165 Mhl (110 en producción y 55 en el comercio) que podríamos considerar como valor “normal” si como tal se entiende el más repetido en los últimos diez años.

La OIV prevé un 10% menos de vino en el mundo

De las múltiples estimaciones de cosecha que se publican, la de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) era la que faltaba para poder completar este puzle que debe conducirnos a la composición del lienzo sobre el que cada bodega y organización dibujar su estrategia para esta campaña y definir los pasos a seguir en aspectos que van desde la propia segmentación de volúmenes por categorías y precios, hasta aquellas decisiones propias de nuevos productos o modificación de los existentes.

Sabíamos que la campaña 2019 no iba a ser muy grande, como así lo confirman los 263 millones de hectolitros estimados por la OIV. Pero faltaba saber hasta dónde podía llegar ese descenso y si las mayores existencias de las que disponía el sector para enlazar la campaña compensarían esta pérdida.

Conociendo que la cosecha a nivel mundial es un diez por ciento inferior a la del pasado año, podríamos asegurar, sin mucho riesgo a equivocarnos, que las declaraciones de existencias en la UE se acercarán lo suficiente a la pérdida de cosecha como para poder afirmar que las disponibilidades serán muy similares a las de la campaña anterior.

Además, las previsiones de la OIV también constatan otro dato que veníamos adelantando hace semanas: España será, de entre los principales productores, el que más cosecha pierda respecto a la abultada vendimia de 2018. En concreto, y según el informe de estimación del organismo internacional, con un retroceso del 24%, frente a las mermas del 15% que deberían experimentar en sus producciones de vino italianos y franceses, a la sazón primeros y segundos productores mundiales en 2019, respectivamente.

Otra cosa es lo que pueda suceder con los precios y las transacciones internacionales. Cotizaciones que, tras el primer tirón del inicio de la vendimia, han experimentado un frenazo bastante importante, con precios que mantienen sus valores, pero cuya nominalidad les resta la robustez suficiente para asegurar que seguirán así cuando los operadores decidan retornar al mercado recuperando una actividad comercial, que en estos momentos podríamos definir como de “extrañamente” paralizada.

Es posible que a la incertidumbre propia de los primeros momentos de la campaña se unan aquellos aspectos derivados de asuntos políticos, como pudieran ser el Brexit o la guerra comercial emprendida por Estados Unidos y que ya nos ha afectado de lleno con el incremento arancelario a nuestros vinos. Pero el caso es que la actividad de operadores internacionales en nuestro mercado, tan importante para nuestro sector, está siendo más escasa de lo que una cosecha tan corta como esta hacía presagiar.

Tampoco es que ayude mucho el hecho de que los grandes operadores del mercado interior estén presionando fuertemente a la baja en la aceptación de ofertas para sus lineales, obligando a los productores a aceptar descuentos, ya sea en nominales o promociones, que están tirando hacia abajo de sus exiguas rentabilidades.

Al contrario que la medida puesta en marcha por el FEGA que, enmarcada dentro de la “Hoja de Ruta” de medidas para la estabilidad y la calidad del sector del vino, aprobada por el Ministerio, se encuadra en el nuevo Plan Nacional dentro de la medida de destilación de subproductos y con la que se pretende evitar que el alcohol contenido en los subproductos pueda ser vinificado para su consumo. La medida, consistente en intensificar y reforzar los controles sobre el terreno en las destilerías autorizadas, pretende detectar posibles fraudes y constatar que realmente se entregan a las destilerías los subproductos para su destilación y que estos no son utilizados para producir vino. Verificar que los subproductos entregados tienen el mínimo de alcohol exigido: 2,8% en el caso de los orujos y 4% en el de las lías.

España ajusta cuentas

Apenas hace una semana desde la publicación de nuestro Extraordinario dedicado a las vendimias, cuando las Cooperativas Agro-alimentarias de España avanzan una nueva estimación de cosecha para nuestro de 36.647.300 hectolitros, ligeramente por debajo de los 37.080.964 que estimábamos nosotros como rango inferior de la horquilla en la que situamos la cosecha española de 2019.

Diferencia que, en ninguno de los casos, ni tan siquiera considerando el rango superior de los 38,59 Mhl, debiera suponer ningún cambio de estimaciones que modifiquen en lo más mínimo la evolución de los mercados, tanto en operaciones, como en la posible evolución de sus cotizaciones.

Mientras que Europa, a través de Dirección General Agri, revisa a la baja su primera estimación y cifra ya la cosecha 2019/20 en 160,9 millones de hectolitros para el conjunto de sus Estados Miembros. Destacando entre los principales productores como país que más cosecha pierde: España con un 23%, mientras que Italia lo hace un 15%, Francia un 13%, Alemania 12% y Portugal aumenta un 10%. Vendimia muy alejada de los 189,13 de la anterior (2018) y muy cercana a los 168,36 Mhl que es la media de las últimas cinco campañas.

Más preocupante, sin duda, por lo que de pérdida de patrimonio vitícola representa y los motivos que de falta de rentabilidad económica o ausencia de relevo generacional pudiera representar, es la merma que nuestro potencial vitícola ha experimentado al final de la campaña 2018/19. Momento en el que contábamos con 995.622 hectáreas de potencial vitícola frente los 996.728 con los que la iniciamos; o las 950.077 hectáreas plantadas, cinco mil trescientas menos. Pero es que no acaba aquí la cosa. Es que los derechos de plantación también pasaban de 14.619 a 10.531 ha, un 27,96% inferiores.

Una mala noticia, sin duda. Pues si bien seguimos teniendo el privilegio de ser el país con mayor superficie de vitis vinífera del mundo, la reducción de potencial, superficie plantada y derechos de plantación, ponen en evidencia algunas de las debilidades de un sector que podríamos llegar a calificar de endémicas y muy preocupantes para nuestro patrimonio medioambiental y población rural.

El viñedo ecológico, una apuesta del sector

Altas temperaturas, un elevado número de horas de sol, escasa pluviometría y terrenos con una fertilidad media o baja; son unas condiciones que no podrían definirse como de muy esperanzadoras, pero son con las que contamos en España y a las que nuestros viticultores han tenido que ir adaptándose para encontrar la forma de producir y hacerlo con la máxima eficiencia y calidad. En el lado positivo de todo esto está la gran capacidad para producir de manera natural, sin el empleo de fertilizantes, fitosanitarios o sulfuroso en dosis más allá de pequeñas cantidades que se encuentren dentro de los márgenes establecidos para la certificación ecológica.

No en vano, las 113.420 hectáreas de viñedo ecológico con la que contábamos en 2018 en España nos sitúan como el primer país del mundo en cultivo ecológico vitivinícola, y creciendo.

Lo que, sin ningún género de dudas y al margen de las ideas que cada uno tenga y la sensibilidad y compromiso que muestre hacia este tema; representa un hecho diferenciador de gran importancia y con una gran proyección de consumo en las próximas décadas.

Los jóvenes consumen poco vino, se muestran reacios a hacerlo de una forma continuada y los valores que encuentran en él están bastante alejados de sus cualidades intrínsecas y mucho más cercanas a las sociales. Pero su preocupación por el medio ambiente, su concienciación por el respeto al ecosistema, su compromiso con la naturaleza, hasta sus propias necesidades fisiológicas de buscar productos que no pongan en riesgo sus, cada vez más frecuentes, sensibilidades y alergias alimenticias; hacen de los productos ecológicos un gran filón con el que acercarnos a ellos y ofrecerles productos ajustados a sus inquietudes y compromisos personales.

Castilla-La Mancha vuelve a ser en superficie inscrita la que cuenta con mayor número de hectáreas, 59.251,36. Pero es Castilla y León, con un aumento del 19,7% con respecto al año anterior la que proporcionalmente más crece. Siendo Extremadura (-13,5%), Galicia (-7%) y Murcia (-0,6%) las tres únicas autonomías que pierden superficie de viñedo ecológico con respecto a 2017.

Buena prueba de que el producto ecológico vende y encuentra un nicho de mercado al que resulta más sencillo llegar es, también, el incremento en el número de bodegas y embotelladoras de vinos y cavas bajo control, que ha aumentado en 94 hasta alcanzar las 1.033, superando la barrera mítica de las mil, con especial mención a Cataluña que concentra algo más de un tercio de todas las nuevas industrias bajo control.

Lástima que todo no sean tan buenas noticias pues si bien el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, se ha visto obligado a solicitar una nueva prórroga a la Unión Europea en la que poder llegar a un acuerdo para formalizar el Brexit, alejándose de esta manera la amenaza de una salida no negociada y caótica; su intención sigue siendo la de abandonar la UE lo antes posible, sin más vuelta atrás que la presión a la que tengan la capacidad de someterle la oposición a su Gobierno, sin descartar del todo la celebración de un segundo referéndum.

Pero, la que sin duda es la peor noticia de todas, es la entrada en vigor de los nuevos aranceles al vino tranquilo envasado con la que amenazaba la semana pasada la Administración Trump. De todos los países afectados será Francia la que con un comercio de 1.200 millones de euros en esta categoría sea la más afectada, estimándose, por parte de la patronal de empresas exportadoras de vinos y espumosos (FEVS), un descenso pronunciado en aquellas botellas con precio por debajo de los 15 dólares. Lo que, por otro lado, es una excelente oportunidad para aquellos países que no se vean afectados por la subida, caso de Italia, pero también por aquellos otros que, aun viéndose implicados, sus precios estén por debajo de los vinos galos. Como es el caso de España, que, si sabe gestionarlo convenientemente, puede convertir la amenaza en una gran oportunidad.