Estrenamos nuevo año y con él una década bajo el recuerdo de los felices años 20 del siglo pasado y, aunque bien podríamos recurrir a decir que “rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras”, en el fondo tendremos que reconocer que ¿por qué no? Soñemos y confiemos en que vengan repletos de buenas noticias que nos devuelvan la felicidad que crisis, guerras y cambios climáticos nos han ido mermando a lo largo de este siglo.
En este sector tenemos un futuro esperanzador por delante, con grandes investigaciones, en todas las áreas, que comienzan a arrojar resultados muy positivos y que, sin duda, nos ayudarán a afrontar los retos con mayores garantías de éxito. La velocidad con la que se sucedan va a ser vertiginosa, como todo lo que va acaeciendo, quiénes sean sus protagonistas es lo único que está por determinar y, en buena medida, esto solo dependerá de cada uno de nosotros.
Que vamos a producir más y mejor que lo hemos hecho nunca, es una realidad tan incuestionable como que la especialización de los mercados exigirá una profesionalización como nunca antes se había visto. El consumo se afianzará e irá creciendo tímidamente gracias a la incorporación de nuevos consumidores que dejarán atrás la imagen vetusta de chatos con los que acompañar las comidas diarias. La emoción y el hedonismo se impondrán con fuerza como las principales razones que justifiquen el consumo de vino y los viticultores y bodegueros deberán trabajar por alcanzar ese difícil equilibrio entre calidad y diferenciación.
Algunos de los mayores principios sobre los que ha crecido el sector se verán cuestionados por gentes con criterios antagónicos a los que lo que manejaban sus antecesores, y algunos de ellos fracasarán, pero otros muchos triunfarán y valorizarán los productos.
Y todo esto porque estoy convencido de que hemos llegado a un punto de no retorno. La cadena de valor, la sostenibilidad, la responsabilidad social corporativa… nos han generado una telaraña de la que saldremos más fuertes, pero diferentes.