En otro momento, a estas alturas, estaríamos todos con una regla de cálculo en la mano intentando estimar cuál será el volumen de la próxima vendimia y preocupados por los precios que estuvieran comentándose como probables en las diferentes comarcas y para las diferentes variedades. Acusándose unos a otros de querer implantar sus condiciones y denunciando la imposibilidad de mantener una actividad que trabaja a pérdidas para que sus elaborados sean vendidos a los precios más bajos de cualquier otro país productor.
El dichoso Covid-19, también en esto, se ha mostrado dispuesto a cambiarnos la vida y, sin que ello suponga que los temas no sean importantes, o que no representen una asignatura pendiente a la que habrá que buscarle una salida, ya que nuestro futuro (al menos el de una buena parte de nuestro viñedo y bodegas) depende de ello; ha conseguido dejarlos a un lado.
Y no es esto lo más preocupante, o no me lo parece a mí. Sino el hecho de que el motivo por el que han perdido interés estos asuntos sea porque hay otro mucho más transcendental y que está referido a cómo vamos a ser capaces de superar las gravísimas consecuencias que está teniendo sobre nuestras vidas, nuestro tejido productivo, nuestro panorama laboral y hasta nuestros hábitos de consumo. Ya poco importa si la cosecha es de cuarenta, cuarenta y cinco o incluso cincuenta millones de hectolitros. O si las bodegas advierten sobre las graves dificultades que van a tener para poder recepcionar la uva de aquellos proveedores de los que habitualmente lo hacían. Incluso si los precios serán inferiores.
Todo ha pasado a un segundo plano, ante las perspectivas, cada vez más serias de que el consumo tenga muchas dificultades para recuperarse en el corto plazo. Con un gran número de bares, restaurantes y hoteles cerrados ante la imposibilidad de mantener abiertos sus negocios, debido a la ausencia de clientes o la limitación de la subsistencia de los que han optado por la heroicidad de abrir. La absoluta seguridad de enfrentarnos a una campaña perdida parece haberse impuesto tajantemente por los hechos consumados.