El valor percibido del vino reside en la comunicación

Según el informe presentado por la Comisión Europea “Perspectivas de los Mercados Agrícolas de la UE” a largo plazo en el periodo 2020-2030, el vino verá ralentizarse la caída del consumo per cápita dentro de la Unión Europea, estabilizándolo en el entorno de los 25,4 litros frente los 24,6 del 2019, moderando la caída desde el 1,1% del periodo 2009-19, al 0,3%. Manteniéndose, eso sí, las grandes diferencias existentes entre los diferentes Estados Miembros.

Por tipos de productos, serán los espumosos y los vinos con una menor graduación los que mejor se adaptarán a los cambiantes estilos de vida y preferencias de los consumidores que se inclinan, cada vez, por los vinos con Indicación Geográfica y Denominación de Origen.

Con unas exportaciones fuera de la UE que crecerán a un ritmo mucho menor, 0,3% anual, llevando el volumen total desde los 29 Mhl del 2019, hasta los 31 al final del periodo estudiado, con un fuerte peso de vinos de bajo precio.

La superficie apenas crecerá, en estos diez años que restan hasta el final del periodo analizado, cien mil hectáreas y la producción vinificada 3 millones de hl. Más como consecuencia de las variables climáticas y la producción de vinos ecológicos y orgánicos, que como un cambio derivado de la modificación en las técnicas de cultivo, ya que deberán hacer frente a los abandonos que surgirán como consecuencia del relevo generacional.

Tanto las conclusiones de este informe, como la experiencia proporcionada por la situación extraordinaria del Covid-19, deberían hacernos reflexionar sobre el futuro del sector vitivinícola español, ya que la escasa rentabilidad, en general, de nuestro viñedo, solo mejorado por el incremento desproporcionado de los rendimientos, podría ocasionar graves problemas de excedentes que acabasen perjudicando de manera muy notable la calidad media de nuestras producciones y, por ende, su competitividad.

Sin duda, el fuerte empuje que le hemos dado a la implantación de tecnología en nuestras empresas es un gran paso hacia adelante que nos debe conducir a mejorar nuestro mercado exterior. Como lo es, también, la recuperación en el hogar de una parte del consumo de vinos de mayor valor y calidad. Pero resultará, impepinablemente, insuficiente para alcanzar un equilibrio entre producción y utilizaciones.

La extraordinaria situación en la que nos encontramos, desde hace ya casi un año, motivada por una pandemia mundial, no debería hacernos olvidar los importantes retos a los que nos enfrentamos y las grandes modificaciones que en nuestro modelo productivo debemos abordar.

En la pasada vendimia, sin faltar a la tradición, surgieron importantes enfrentamientos que, en algunos casos, derivaron en peligrosas acusaciones, motivadas por el precio de la uva. Incluso llegó a cuestionarse el propio modelo productivo de las cooperativas, sector que agrupa alrededor del 60% de la producción en nuestro país. Pero se dijo muy poco sobre cuáles son las posibles razones que nos llevan a estos precios y la falta de rentabilidad para los viticultores. Todos queremos más y mejores precios. Pero el mercado es el que es y aspirar a cobrar más por nuestras producciones es muy lícito, pero escasamente realista si no mejoramos el valor de nuestros elaborados y la calidad percibida por los consumidores.

Complicado, sin duda, pero necesario. Ya que lo más importante, la calidad intrínseca está, solo que no hemos sabido generar la percibida. Para hacerlo necesitamos la comunicación. Vivimos en una sociedad dominada por la comunicación. Y, en cambio, somos extraordinariamente mojigatos en nuestras planificaciones y destino de recursos.

La cara de la moneda

Hay que reconocer que no es sencillo encontrar un tema que nos ayude a superar esos nubarrones que nos acompañan desde marzo y que nos han llevado hasta una situación preocupante, muy preocupante, en todos los sentidos. Pues, la presión hospitalaria desaparecerá, pero el virus dejará secuelas en un importante número de las personas que hayan sufrido la enfermedad; la economía volverá a una actividad normalizada, pero muchas empresas y empleos se habrán quedado en el camino. Incluso el sector vitivinícola recuperará el consumo en el canal de la hostelería y la restauración; y una parte, todavía por determinar, de lo mejorado en la venta online y el hogar, permanecerá y permitirá mirar al consumo aparente con optimismo. Pero en este lapso de tiempo, a una buena parte de ese vino no consumido habrá que buscarle una salida que no sea la de almacenarse en unas bodegas totalmente incapacitadas para asumirlo, ni por espacio, ni por capacidad financiera.

Aun así, debemos mirar al futuro con cierto optimismo y plantearnos la posibilidad de poner en valor algunas de las características que definen históricamente nuestros vinos y que en estos meses han adquirido notable relevancia. Sabíamos que la población cada día se mostraba más preocupada por todo lo relacionado con la salud. Queremos vivir más y mejor y el vino, con no ser recomendable su ingesta con tales fines, si aporta efectos contrastados y evidentes muy positivos si se consume con moderación y se huye de acumulaciones en momentos muy concretos, como pudiera ser el de fin de semana. Si lo consumimos como una forma de relajarnos y disfrutar del momento de una copa con la familia o amigos, ¿qué mejor que hacerlo dos o tres veces por semana, después de la jornada laboral y poniendo en valor eso que tanto echamos ahora de menos que es la socialización?

También nos sentimos altamente comprometidos con el medioambiente y asumimos, de una forma más notable desde la pandemia, que debemos hacer algo por preservar el mundo en el que vivimos y evitar dejarles un planeta peor a nuestros hijos del que nos encontramos de manos de nuestros abuelos. El viñedo es uno de los cultivos que mejor responde a este tipo de actividad capaz de desarrollar la sostenibilidad y la economía circular que genera.

Hemos tomado consciencia de la importancia de la digitalización en nuestras vidas. Haciendo posible no solo la conexión en lugares donde hasta ahora carecían de infraestructura para ello, sino que hemos asumido que es posible trabajar de otra manera en la que no sean necesarios tantos viajes con el consumo de tiempo y recursos que ello representa, imponiéndose el teletrabajo donde se creía imposible y demostrando que el tamaño de las empresas, con seguir siendo un valor importante, ha perdido parte de su protagonismo.

Somos un gran sector, disfrutamos de valores muy actuales, contamos con una gran calidad en nuestros productos y disponemos de medios y organizaciones para poder dar ese pequeño salto que nos falta para poner en valor nuestros vinos.

Estos tiempos pueden ser una gran oportunidad que solo de nosotros depende no dejemos perder.

Cambio en el modelo productivo

Son muchos ya los meses en los que nos venimos refiriendo a la actual situación como un momento de cambio. Es muy posible que las cifras de contagio, consecuencias económicas y restricciones, puedan hacernos perder un tanto el sentido de la realidad. Pero lo cierto es que el sector requiere acciones que van mucho más allá de medidas coyunturales con las que hacer frente a circunstancias concretas y ocasionales que, con mayores o menores secuelas acabarán pasando. Los problemas de continuos excedentes y la necesidad de acudir a los mercados exteriores como única tabla de salvación de una producción voluminosa y peligrosamente en aumento, hace que nos debamos plantear la necesidad de adoptar medidas sobre el modelo de sector que queremos para los próximos veinte o treinta años, y cuáles son las acciones que deberíamos adoptar al respecto.

Hemos venido demandando del sector vitícola una mayor profesionalización, al igual que ya sucediera con el enológico, en el que no solo se produjo una considerable tecnificación de las bodegas, sino también un notabilísimo cambio en el personal técnico, responsables de mejorar la calidad de nuestros elaborados, aprovechando esas herramientas. Y, aunque también aquí es posible que se corriera más de la cuenta abriendo escuelas de grado o especialización en prácticamente todas las comunidades autónomas (en algunas incluso más de una), que luego se han demostrado incompetentes por la falta de salidas profesionales para sus alumnos; es innegable que dimos pasos de gigante en la calidad de nuestros vinos.

Ya hace algún tiempo, fue la viticultura la que tomó el relevo y, a la necesidad de adaptar la producción a los mercados y mejorar la rentabilidad de los cultivos, de tal forma que pudiera vivirse dignamente de ellos, sin necesidad de tener que desarrollarla como una actividad secundaria, se unieron importantes fondos procedentes de la Unión Europea para poder reconvertir y reestructurar nuestros viñedos. No solo los españoles, pero principalmente. Lamentablemente, lo digo porque no siempre el objetivo se alcanzó, más que una adaptación al mercado, lo que se ha conseguido ha sido ser mucho más productivo. Especialmente en aquellos lugares donde, los problemas eran más notables por la falta de rentabilidad. Lo que más que solucionar el problema, ha agravado otro el de excedentes, al que todavía no se le ha encontrado como solucionarlo.

Y si la prudencia siempre es fundamental mantenerla en cualquier valoración, si esta es generalista como resulta hablar del sector vitivinícola español, como si todo lo que producimos fuera igual o los modelos se parecieran, se hace imprescindible entender que las soluciones para una zona no tienen necesariamente que resultar indicadas para otras y que su aplicación indiscriminada pudiera conducirnos a nuevos problemas más difíciles de solventar.

Es bastante evidente, o al menos a mí me lo parece, que es cada empresa (vitícola o vinícola) la que debe definir y apostar por un modelo de negocio, definiendo bien qué produzco, para quién y a qué precio lo debo vender. Pero también es igualmente evidente que necesitamos la ayuda de fondos con los que poner en marcha esos cambios.

Nos enfrentamos a una situación histórica, que confiemos en que no vuelva a producirse en muchos lustros y que, en consecuencia, son necesarias medidas para abordar el problema de excedentes que ha generado en las bodegas y que, de demorarse los efectos de la vacunación amenaza con tener efectos, mucho más profundos en la próxima vendimia. Por lo que, nos guste más o menos, habrá que poner en marcha medidas extraordinarias y dedicar una buena parte de los fondos que tenemos para dotarlas económicamente. Pero nada de todo eso nos debería hacer perder el horizonte de nuestro sector y la oportunidad que representa esta convulsión de los mercados para abordarla con valentía.

El vino, “droga legal” según el Ministerio de Sanidad

Tal y como tenemos el país, con una segunda oleada por el Covid-19 que lleva camino de resultar peor que la primera y la antesala de una tercera con resultados inciertos; una gestión que es cuestionada por la práctica totalidad de los colectivos, especialmente el más cualificado que es el sanitario; y una economía hecha unos zorros, en la que solo la ayuda proveniente de la Unión Europea nos puede salvar de hundirnos en una profunda recesión con el cierre de miles y miles de empresas y la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo; mejor haría el Ministerio de Sanidad y, su titular, Salvador Illa, en preocuparse de evitar que seamos el país del mundo con mayor número de sanitarios (su responsabilidad) afectados por Covid y controlar lo que debe, no permitiendo que en las encuestas de adicciones (EDADES y ESDAM) se califique al vino como “droga legal” por su contenido alcohólico.

Después de este pataleo, contenido y, espero que, educado. Gracias a respirar profunda y pausadamente, después de ver la noticia emitida por Televisión Española en su Telediario de las tres de la tarde del pasado día 14 de diciembre. Esa que pagamos todos con nuestros impuestos. Su imprudencia ha conseguido, en apenas un minuto, tirar por tierra todo el esfuerzo y recursos que desde el sector y, con recursos del sector, se han hecho por recuperar un consumo moderado del vino. No me queda otra que decir que ¡se veía venir! Y que la utilización en la confección de ese reportaje de un señor de avanzada edad declarándose bebedor de un vaso de vino al día en las comidas es el mejor ejemplo de la política llevada a cabo por nuestro Gobierno.

Poco importa que la Ley de la Viña y el Vino española reconozca al Vino como alimento, o los programas capitaneados por el propio sector, como el Wine in Moderation, dirigidos a promover un consumo moderado. La parte intrínseca que de nuestra cultura tiene la vitivinicultura. Por no hablar de su valor socioeconómico, precisamente puesto de relevancia hace escasos días. O la misma consideración de alimento que hace la Dieta Mediterránea, incluyéndolo dentro del patrón recomendable. Hay que reconocer que nos enfrentamos, desde hace mucho tiempo, a un ataque frontal contra el Vino por parte del Ministerio de Sanidad de los Gobiernos socialistas. ¿O ya no nos acordamos de nuestra querida y afable Ministra Elena Salgado?

La propia creación de la Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (FIVIN), financiada por algunas (muchas menos de lo que sería necesario, a la vista de lo sucedido) empresas del sector tiene por objetivo demostrar científicamente y divulgar los efectos beneficiosos de un consumo moderado y responsable del vino sobre la salud.

Resulta insuficiente.

Aunque, ya que les gustan tanto las estadísticas, no estaría de más que analizaran qué, por quién, cuándo y cómo se consume el vino, antes de utilizarlo como referente de “droga legal”. Porque si hay alguien que luche más para evitar que el consumo de vino no sea nunca excesivo y la parte de alcohol que contiene acabe superando lo mucho de bueno que tiene como alimento, ese es el propio sector vitivinícola. Y, eso, el Ministerio de Agricultura, tampoco debería olvidarlo.

Necesitamos líderes

Que no vivimos unas circunstancias normales, es algo que resulta insultante hasta decirlo, con todo lo que está sucediendo. Por consiguiente, intentar comprender lo que están viviendo nuestras bodegas supone un ejercicio baldío e, incluso, contraproducente, como lo fue en su momento entender la situación que afectó a los viticultores y toda la polémica generada en torno al precio de la uva. Lo que no nos puede conducir más que a conclusiones equivocadas, que tengan como resultado la toma de decisiones erróneas y enfrentamientos estériles que enrarezcan, un poco más, las ya delicadas relaciones existentes entre los dos principales actores de este sector como son producción e industria.

Asumir que nos encontramos frente a una campaña que estará repleta de cifras negativas, como nunca antes hemos vivido, podría ser el primer paso en la carrera de fondo que nos deberá conducir hacia una recuperación paulatina de una normalidad que, seguro, nunca volverá a ser la de antes. Sin embargo, estamos obligados a confiar en que en ella el papel del vino en el hogar recupere el protagonismo que otros cambios sociales le usurparon en las décadas de los ochenta y noventa.

El que las existencias a finales de octubre, según datos del Infovi, aumentasen en 8,6 millones de hectolitros, seis millones setecientos mil hectolitros de vino más que en el mismo mes del año anterior, podría tener una explicación tan sencilla como que la vendimia este año hubiese venido un poco más adelantada que el año pasado. Pero todos sabemos que no estaríamos haciendo nada más que engañarnos y no querer asumir que un parte muy importante de ese incremento encuentra su explicación en una disminución de las salidas al consumo, tanto interno como externo, y que dichos volúmenes difícilmente los podremos recuperar a lo largo de la campaña.

Las cosas podrán mejorar, la vacuna ser una realidad y la inmunidad de grupo ir alcanzándola poco a poco, junto con la recuperación de las principales magnitudes macroeconómicas. Pero sabemos que nada de todo eso va a evitar que el vino no bebido sea un vino excedente al que habrá que buscarle una solución definitiva para poder recuperar el equilibrio en el mercado.

Tampoco deberíamos, en mi opinión, ser más ambiciosos de lo estrictamente necesario, ya que corremos el riesgo de que, como siempre nos ha sucedido, acabemos por no hacer nada y dejar pasar la oportunidad de afrontar el futuro del sector de una manera conjunta y con corresponsabilidad.

Sabemos, con pandemia al margen, que nuestro sector presenta importantes desequilibrios estructurales. Que sin solucionar estos es imposible encontrar la paz que todo mercado requiere. Y que ese equilibrio pasa por aumentar el consumo, mejorar nuestras exportaciones a las que le queda poco recorrido de volumen y sí mucho por hacer en el valor, reducir la producción, permitir disfrutar a nuestros viticultores de una renta digna que garantice el relevo generacional y la profesionalización del campo, etc. Y que todo esto es imposible hacerlo de otra forma que no sea colectivamente.

También sabemos que para poder hacerlo hacen faltan planes concretos que especifiquen medidas y objetivos cuantificables. Pero tan importante como esto es que exista alguien (física o jurídicamente hablando) que sea quien comande todo este proceso. Un líder capaz de generar confianza e ilusión cuando se planteen restricciones, recortes o sacrificios.

En otros tiempos hubiera sido deseable que hubiese sido el Ministerio quien abanderase esta transformación. Hoy esto es imposible ya que debe ser el propio sector el que lo haga. ¿Estamos capacitados para hacerlo?

Orgullosos de lo que somos

Son muchas las ocasiones en las que me he referido a la gran diferencia existente entre cómo nos ven desde fuera y cuál es la realidad de las empresas y personas que centramos nuestra actividad en el sector vitivinícola. Discrepancia que, en muchas ocasiones, nos lleva a complicarnos mucho la comunicación con los clientes que, al fin y al cabo, es lo que son los consumidores.

Contar miserias y lamentaciones es algo que no debería hacerse nunca. Al fin y al cabo, todos tenemos las nuestras. Pero si, además, a los que se lo estamos contando se enfrentan a una realidad en la que cada día hay más referencias en el mercado, los precios suben (aunque solo sea porque con estas nuevas etiquetas las bodegas buscan mejorar su posicionamiento en el precio que les es negado con las existentes); si cada día son más las bodegas que invierten en enoturismo, mejorando sus instalaciones y haciendo recintos atractivos que sacien el sentimiento aspiracional que le es propio al vino; o, simplemente, ha cambiado la forma de consumirlo, permaneciendo el consumo que se realiza fuera del hogar, donde la imagen es un factor clave, y perdiéndose aquel destinado al ámbito doméstico, en el que no existían cuestiones que le otorgasen valores más allá de los estrictamente relacionados con el producto y su precio… Resulta muy fácil comprender esa gran brecha que se ha abierto entre la imagen proyectada y la realidad de los operadores del sector.

Pero no es esta la dicotomía a la que quería referirme esta semana, y sí a la que tiene lugar entre las cifras macroeconómicas que representa el sector vitivinícola español y la falsa sensación de valor con la que lo defendemos ante las administraciones.

Y, como para hacerlo no hay nada mejor que sean “otros” los que, con su reputación, den valor a las cifras, la Interprofesional de Vino daba a conocer el pasado lunes, en streaming (obligados por la actual circunstancia de pandemia) el trabajo elaborado por Analistas Financieros Internacionales (AFI) bajo el título “Importancia económica y social del sector vitivinícola en España”. Su presidente, el reconocido economista Emilio Ontiveros, intentó ponerlo en valor y comenzar a generar ese “orgullo de colectividad” que tanta falta nos hace.

Somos una gran potencia mundial, nuestra superficie, producción y exportación así lo justificaban, pero, a partir de ahora también lo hará nuestro peso en la economía nacional (VAB por encima de los 23.700 M€), aportación a las arcas públicas (3.800 M€) y sus empleos directos e indirectos (427.700). Por no mencionar la adaptación a una producción más respetuosa con el medio ambiente que hace frente al cambio climático.

Su efecto reclamo y tractor para otros sectores como el turístico, donde, al menos hasta hace seis meses, éramos una potencia mundial. O el papel que juega en la fijación de población en el medio rural. Son valores de los que todos nos deberíamos sentir orgullosos.

Y el que desde la Organización Interprofesional que nos representa a todos, nos lo recuerden y le pongan cifras concretas, debería hacernos sentir orgulloso de sentir que #somosvino2020.

Cuestionándolo todo

Si algo bueno está teniendo toda esta situación kafkiana que llevamos viviendo desde marzo, es que nos ha permitido cuestionárnoslo todo. Absolutamente. Sin más límite que nuestra propia imaginación. Dando por modificables comportamientos, modelos, libertades y derechos… que nunca antes hubiéramos puesto en entredicho.

Lo que, sin duda, tiene su lado positivo, ya que, desde esos nuevos planteamientos, es posible construir un futuro más eficiente y hacerlo de una manera mucho más rápida. El que salgamos fortalecidos de esta situación o más debilitados, al querer volver al punto de partida sin haber cambiado nada y teniendo que soportar todo lo que de negativo ha tenido, es una simple cuestión de que personas, pero también administraciones y sectores, como pudiera ser el nuestro, deberían plantearse y trabajar desde ya.

Sin saber muy bien cuál va a ser esa “nueva normalidad” que nos devuelva la inmunidad de grupo adquirida por una vacuna. Ni cuándo llegará. Está bien claro que, ni la economía, ni nuestros nervios, son capaces de soportar un estado de alarma constante y una limitación de uno de los derechos más básicos, como es el de libertad de movimiento. Uno de los que más nos ha costado alcanzar en la Unión Europea y que tuvo uno de sus máximos exponentes en el Acuerdo de Schengen, firmado en 1985 y que no entró en vigor hasta 1995.

Con nuestras miserias (cada uno tiene las suyas), todos los países de la Unión Europea han podido constatar que el tamaño sí importa. Y que, hacerle frente de manera colectiva al problema es mucho más efectivo que hacerlo individualmente. Circunstancias que, dicho sea de paso, son extrapolables a muchos otros ámbitos, como el vitivinícola. Pretender que un viticultor o bodeguero pudiera soportar la pérdida de consumo que ha supuesto el cierre global de la economía resultaba absurdo y hacía de las ayudas sectoriales una herramienta imprescindible con la que afrontar el primer golpe de esta situación, pero totalmente inútil para construir este futuro.

Es muy posible que la concentración, la digitalización, las nuevas formas de comercializar o la tipología de los vinos fueran temas que ya figuraban entre los objetivos inmediatos de nuestro sector. Que todo esto no haya más que supuesto un fuerte empujón que acorte significativamente los plazos. Pero hay otros asuntos como todos los relacionados con el consumo: hábitos, momentos, presentaciones, tamaños, imagen, valor, precios… que todavía tenemos por definir como sector y por los que no parece estar haciendo nadie nada.

Necesitamos medidas estructurales que vayan más allá de destilaciones, retiradas temporales o eliminación de una pequeñísima parte de la cosecha. Necesitamos definir qué producir, cuánto, a quién queremos vendérselo y a qué precio. Es fundamental una organización colectiva, una ordenación que evite acusaciones cruzadas sobre posibles distorsiones provocadas por una u otra región española. Todos somos sector, todos tenemos condiciones óptimas de cultivo y grandes oportunidades. Pero necesitamos un poco de organización y mucha voluntad de hacerlo.

Sinceramente, creo que la disensión y las acusaciones sobre quién está provocando qué no nos llevan a ningún sitio, debilitándonos a todos. Debemos ser conscientes de nuestras debilidades, pero también de nuestras fortalezas y trabajar conjuntamente por transformar las amenazas en oportunidades.

Estamos en un momento ideal para ello y tenemos que conseguir quitarnos la boina que nos impide abrir los ojos y mirar al futuro con algo más que bonitas palabras como solidaridad, sostenibilidad, ecología, dignidad… que son muy importantes pero que, individualmente, no son nada.

Pensando en el futuro

Que los acontecimientos que no están evolucionando como a todos nos hubiese gustado, ni tan siquiera como nos prometía el Gobierno con una “rápida” recuperación, es un hecho tan evidente que no merece más mención que la que se desprende de los posibles efectos que sobre nuestro sector pudiera tener el cierre que se está produciendo en muchas de nuestras comunidades autónomas de la hostelería. Afrontar la Navidad bajo el panorama de restricciones en el movimiento de las personas, así como dificultar, si no impedir, las reuniones familiares y celebraciones típicas, como pudieran ser las comidas de empresa, puede suponer un quebranto de tal magnitud para el conjunto de nuestras bodegas que cualquier medida excepcional que pudiera aplicarse resultará totalmente insuficiente.

Y así parece estar entendiéndolo el ministro Planas, quien, en su reunión del Consejo de Política Agrícola con los consejeros autonómicos del ramo, anunció que solicitaría a la Comisión Europea que active nuevas medidas de mercado que, aunque sin especificar, muy probablemente irán en la línea de prorrogar las que se aplicaron al final de la pasada campaña y mantener la flexibilización en las tasas de cofinanciación de las medidas de promoción en terceros países hasta el 15 de octubre de 2021.

Medidas que, salvo sorpresa mayúscula, deberían ser retraídas de los fondos PASVE y que tendrán como consecuencia la reanimación de una vieja polémica sobre si lo que necesita el sector en estos momentos son este tipo de ayudas u otras encaminadas a abrir un hueco en los mercados internacionales que permitan mejorar el valor de nuestros elaborados.

Este cierre en el mercado puede generar un problema de graves consecuencias en las existencias de las bodegas, ya que se estima que un tercio de la facturación se concentra en la campaña navideña. Darle salida a semejante volumen con las medidas extraordinarias anti Covid resulta del todo imposible por lo que, muy posiblemente, se planteará un escenario que vaya mucho más allá de cuestiones circunstanciales, hacia problemas estructurales que requieran medidas mucho más contundentes como el arranque de viñedo.

Ambos aspectos: financiación exclusiva de las medidas extraordinarias con fondos PASVE y abandono voluntario del viñedo nos sitúan en una peligrosa situación ante la ausencia de fondos complementarios nacionales como los que sí han disfrutado nuestros competidores franceses e italianos; y los bajos precios y ausencia de rentabilidad en la que se maneja nuestro viñedo.

La vacuna de la esperanza

Es posible que, dentro de unos meses (¡ojalá sea así!), estemos hablando en pasado del Covid-19 y la vacuna de Pfizer, o de cualquier otro laboratorio, sea una realidad. Pero, mientras esto llega, el sector debe ir haciendo frente a un crudo día a día, marcado por una fuerte disminución del consumo, motivado por el cierre de la hostelería que afecta a la gran mayoría de los países consumidores del mundo. Las existencias se acumulan en las bodegas y, la llegada de una nueva cosecha no ha hecho sino incrementar los peores temores ante una campaña navideña que restricciones y confinamientos están poniendo en peligro.

Que el sector vitivinícola necesita de medidas extraordinarias con las que hacer frente a una situación excepcional es algo que pocos cuestionan y que todos los operadores que conforman su cadena de valor coinciden en que deben adoptarse inmediatamente, antes de que sea demasiado tarde para algunos pequeños operadores, cuya capacidad de resistencia se encuentra al límite.

Sobre si las medidas tienen que ser unas u otras y su financiación provenir de unos fondos u otros, la coincidencia ya no es tanta, y lo que para unos resulta insuficiente y debería aprovecharse la medida al máximo posible, para otros es innecesaria y consideran que sus efectos sobre el mercado serán contraproducentes, al beneficiar a un colectivo muy específico al que se le permite abastecerse de producto a un precio por debajo del de mercado.

Ni destilaciones, inmovilizaciones, vendimia en verde o limitación de rendimientos han evitado que los precios hayan sido de los más bajos de la historia y, aunque es indiscutible que de no haberse tomado medidas la situación sería peor que la actual, no faltan quienes consideran que igual hubiese sido más conveniente dejar que el mercado cayese y aplicar, o no (porque también aquí los hay que no coinciden) estos fondos en medidas de mercado que acelerasen su recuperación.

Sea como fuere, el caso es que nos encontramos donde nos encontramos. El mercado mundial está operando bajo ralentí y las bodegas no saben muy bien si la llegada de una vacuna, o lo que tenga que llegar para recuperar la normalidad y el consumo, se producirá antes de que sea demasiado tarde para salvar una campaña que, con un volumen no muy importante, 160 millones de hectolitros estimados por el Copa-Cogeca en los principales Estados productores de la UE, puede acabar requiriendo de medidas traumáticas cuyas consecuencias tardemos varios años en superar.

Plantearse un paréntesis y asumir que debemos dar por perdida esta campaña es posible desde un punto de vista teórico, pero totalmente inasumible desde el práctico. Por lo que si, llegado el momento de levantar los contratos de inmovilización, la situación no ha cambiado radicalmente y el horizonte es esperanzador gracias a hechos concretos, como pudiera ser la aplicación inmediata de una vacuna, o disponer de un horizonte muy cercano en el que contar con ella; podemos enfrentarnos a la necesidad de aplicar medidas mucho más radicales, como la eliminación definitiva a un coste cero o muy próximo.

Por el contrario, si tal y como nos prometen, a primeros del próximo año contamos con esos primeros millones de dosis con los que empezar a generar esa inmunidad de rebaño que nos permita recuperar la normalidad; la elección de Joe Biden como nuevo presidente de los Estados Unidos reactiva las negociaciones para el levantamiento del arancel adicional del 25% “ad valorem” impuesto por la administración Trump y se obliga al premier británico Johnson a llegar a un acuerdo con la UE en su Brexit; el escenario en el que debamos tomar esas medidas será mucho más halagüeño.

Certidumbre para un futuro incierto

Por más extraño que pueda parecer, algo está evolucionando tal y como era previsible y esta no es otra cosa que el sector vitivinícola mundial. Pérdida de consumo generalizada, rompiendo la tendencia alcista (aunque modesta) de estos últimos años, retracción de la economía doméstica, con una importante contención en el gasto “ante lo que pudiera venir”, por más que el consumo en el canal alimentación presente buenas cifras. O unos bodegueros que toman el testigo de los viticultores para reclamar unos ingresos que el mercado no es capaz de proporcionarles en la cantidad que consideran mínima para la subsistencia de sus negocios, mediante la aplicación de medidas de intervención en la producción. Son todo noticias de las que no podemos sentirnos satisfechos, pero que no pueden sorprender a nadie.

Lo que ya no tengo tan claro que no sorprenda a nadie es la decisión que pueda, o deba, tomar (según a quién le preguntes) nuestro Ministerio de Agricultura sobre la aplicación de nuevas medidas extraordinarias para eliminar una parte de esa producción que tanto está pesando en el mercado y que hace incapaces a sus operadores de vislumbrar un futuro próximo optimista.

Lo primero porque habría que considerar es que, por más evidentes que resulten los problemas a los que se enfrenta el sector vitivinícola, no es el único, ni el más perjudicado de los sectores productivos de nuestro país. Por no hablar de la importancia en su contribución al PIB. Lo segundo, porque ya cuenta con unos fondos, procedentes de sus fondos europeos del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE) con los que no cuentan otros sectores. Lo tercero, porque se trata de una bebida alcohólica, sobre la que algunos de nuestros políticos, haciendo gala de gran “competencia y conocimiento”, le han declarado la guerra, manifestándose felices si algún día desapareciera. Y lo cuarto, y mucho más importante, porque, como consecuencia de todo lo anteriormente descrito y mucho más (que ni el espacio permite, ni la necesidad requiere), la experiencia reciente de la pasada campaña con la aplicación de más de noventa millones de euros en intentar solucionar un problema, se ha demostrado totalmente insuficiente para hacerlo y, muy posiblemente, no hubiera dinero suficiente para emplearlo. Entre otras cosas, porque se trata de un problema de demanda que escapa completamente la capacidad de la oferta.

Así es que, por primera vez en muchos meses en los que la improvisación y el desconocimiento de lo que puede suceder ha imperado en nuestra sociedad, podemos decir que sabemos que vienen tiempos muy difíciles para el sector vitivinícola en España. Que, una vez más, se pondrá de manifiesto la enorme diferencia entre lo que representa el sector para los gobiernos de unos y otros países, incluso de unas y otras regiones españolas. Y que nos enfrentamos a tiempos muy complicados en los que, Dios no lo quiera, habrá que tomar medidas muy desagradables para intentar equilibrar la oferta y la demanda cuando seamos capaces de concretar cuál es esa demanda.