Se abre el mercado exterior cuando de menos recursos disponemos

Habían depositadas muchas esperanzas en que un cambio en la administración de los Estados Unidos, relajara las fuertes tensiones comerciales con Europa y fueran eliminados los aranceles adicionales del 25% “ad valorem” que estaban vigentes desde el 18 de octubre de 2019 y que afectaban a todos los vinos procedentes de España con una graduación igual o inferior al 14%. Y aunque las primeras noticias anunciaban que era un tema no prioritario y que, en consecuencia, debería esperar un tiempo para ser revisado. El pasado viernes, tras una conversación telefónica entre el presidente Biden y la presidenta de la Comisión von de Leyen, se anunciaba la suspensión, por cuatro meses, período que se dan las partes para estudiar una solución definitiva.
Una noticia de gran trascendencia para la Unión Europa pues el impuesto afectaba a Alemania, Francia, Gran Bretaña y España, cuyas bodegas destinaron una importante cantidad de recursos en los últimos años y al que durante 2020 exportaron 85’66 Millones de litros por un valor de 294’88 millones de euros (OeMV). Pero de gran relevancia para el comercio con la primera potencia comercial del mundo ya que supone un cambio radical sobre la política mantenida por la administración Trump que no considera socio preferente a la UE.
Las reacciones no se hicieron esperar y tanto el Ministerio de Agricultura, como el de Comercio, pasando por el sector bodegueros y organizaciones agrarias o cooperativas, o consejos reguladores; así como, prácticamente todas, las administraciones regionales, se han mostrado muy satisfechos y confiados en que los cuatros meses que se han dado las dos administraciones no sea más que la fijación de un plazo en el que dar por solucionado de manera definitiva un conflicto comercial que relegaba a la Unión Europea de su posición destacada en la política comercial de Estados Unidos.
En menor medida pero, no exenta de gran relevancia para el sector, ha sido la entrada en vigor, el pasado uno de marzo del acuerdo del acuerdo alcanzado por la UE y China para proteger del fraude, la imitación y la usurpación comercial cerca de 200 indicaciones geográficas que afectan 8 IGP vinícolas españolas: Rioja, Cava, Cataluña, La Mancha, Valdepeñas, Jerez-Xérès-Sherry, Navarra y Valencia, así como la de Brandy de Jerez.
La gran importancia que tiene en la economía mundial el gigante asiático, llamado a ocupar el primer puesto en los próximos años, como su enorme potencial de clientes, hace que sea un mercado altamente codiciado por las bodegas europeas y, si bien el peso de nuestro país sigue siendo muy bajo puesto que tan solo fuimos capaces de venderles 63’3 millones de litros por un valor de 100’9 millones de euros de los 16.300 millones de euros que representaron el total de productos agroalimentarios vendidos por la Unión Europea hasta noviembre 2020. La autenticidad y calidad que para sus consumidores suponen los productos agroalimentarios, es un valor altamente codiciado.
Dos excelentes noticias para un sector que tiene su mirada puesta en el mercado exterior como única vía de sostenibilidad y valorización de su producción y que ayudarán en la superación de la mala situación por la que atraviesan como consecuencia del cierre del canal de la hostelería y restauración en el mercado nacional. Situación que el ministro, Luis Planas, se ha comprometido públicamente a reclamar de la Unión Europea la dotación de fondos extraordinarios que vayan más allá de los específicos del Programa de Apoyo al sector, reclamando que el sector “debe asumir el protagonismo de su propio destino” para evitar la alta volatilidad de sus precios.

La importancia de la relatividad

Si hace apenas un año nos hubieran dicho que íbamos a acabar 2020 con unas existencias de 65,107 Mhl, nada menos que un 13,2% más que el año anterior, sin que haya categoría o tipo de vino que se libre de presentar fuertes crecimientos en los stocks, que van desde el 8,5% de los vinos envasados hasta el 34,6% de los mostos. Que el consumo aparente iba a caer un 17,3% hasta situarse en poco más de 9,149 millones de hectolitros, perdiendo cerca de dos millones de los que conseguimos recuperar en 2019, cuando las campañas realizadas por la Interprofesional comenzaban a presentar datos positivos en esta batalla por recuperar consumo interno. O que en las exportaciones íbamos a perder un 3,6% del valor del vino y un 5,9% de su volumen. Nos hubiésemos echado las manos a la cabeza y descalificado, sin ningún miramiento, a quien se hubiese atrevido, calificándolo de un despropósito. Sencillamente, era un escenario totalmente inadmisible y carente de la más mínima posibilidad de suceder.
Pero es que, solo unos meses después, recién decretado el confinamiento duro y analizadas sus posibles consecuencias económicas, nos hubiese parecido un excelente contexto para una situación catastrófica que nos llevaba de cabeza hacia una nueva recesión, cuando los efectos de la anterior, la del 2008, todavía no los habíamos superado totalmente.
Una noria de ir y venir que hace muy complicadas las tomas de decisiones en un sector sacudido por la falta de músculo financiero, escasos recursos humanos y alta exposición al riesgo. Pero que, con más orgullo que recursos y asumiendo que a todos nos afectará esta situación y que lo importante es resistir para seguir ahí cuando se vaya recuperando la actividad, vamos sobrellevando y viendo más cerca su superación.
Hoy, salvo vaticinios políticos, más interesados en lanzar mensajes de optimismo que avalen sus gestiones, que en describir verdaderos escenarios en el corto y medio plazo; prácticamente no hay quien se atreva a fijar un horizonte de vuelta a la normalidad. Es más, ni tan siquiera es posible concretar cuál será esa “normalidad” a la que todos aspiramos y muy pocos (o nadie) saben en qué consistirá. Muy posiblemente, a largo plazo, dentro de tres o cuatro años, es posible que todo se parezca bastante a cómo vivíamos en diciembre de 2019. Pero también es muy probable que algunos de los cambios en nuestros hábitos de consumo, formas de comprar o de relacionarnos hayan cambiado ya para siempre. Y esos cambios, apoyados en el respeto al medio ambiente, cultivo ecológico y alimentación más saludable, nos sean beneficiosos y nos ayuden a mejorar la imagen y el valor de nuestros productos vitivinícolas.

¿Nos estamos preocupando de lo importante?

El sector reclama ayudas con las que salir del atolladero en el que se encuentra metido desde hace un año. Y todos los que lo integran, desde el más pequeño, hasta el más grande; desde el elaborador de vino de mesa, hasta la más prestigiosa denominación de origen; desde la región más productiva, hasta la menos; coinciden en que es imprescindible dotarlo de medidas extraordinarias con las que hacer frente a un grave problema sobre el que cabe la certeza de que es imposible que se solucione por sí mismo.

Concretar en cifras de euros y volúmenes de hectolitros cada una de las medidas no está resultando fácil. Quizás porque ya el año pasado se tuvieron que aplicar. O quizás, precisamente porque ya durante el ejercicio anterior se aplicaron y los resultados no fueron los esperados.

El caso es que, a las ya de por sí complicaciones que supone contar con unos recursos limitados (aunque para sí los quisieron otros) procedentes de unos fondos pensados para ayudar al sector a ser más competitivo, adecuándose al mercado con instalaciones, viñedos y acciones comerciales que mejoren su posicionamiento en volumen y valor; o a los habituales enfrentamientos regionales, en el reparto del sobre nacional, se han unido, en esta ocasión, la concepción diferente que sobre el modelo de negocio, tiene cada uno.

Y, aunque todos coinciden en que habrá que solucionar esta situación, no todos están por la labor de que la retracción de fondos de otras medidas que supone la aplicación de las extraordinarias deje sin recursos aquellas para las que sí fueron, al menos originalmente, concebidos. Abriéndose un cierto frente entre aquellas voces que apuestan por la retirada definitiva (destilación) y aquellas otras que se decantan por una ayuda que mejore su liquidez mediante una retirada temporal (inmovilización) que no suponga la destrucción de un producto que saldrá al mercado cuando, previsiblemente, esto haya pasado.

Nos hemos pasado doce meses analizando lo que va sucediendo e intentando concretar cuáles de los cambios que se han producido han venido para quedarse y cuáles son una mera consecuencia de la situación excepcional, siendo previsible que desaparezcan cuando recobremos una cierta normalidad. Pero de lo que nadie está hablando y, quizá deberíamos hacerlo, es de lo sucedido con la más importante de las medidas aplicadas, la destinada a la reestructuración y reconversión del viñedo, en la que llevamos gastados 2.352.887.944€ para 438.894 hectáreas, lo que arroja una ayuda media por hectárea de 5.361 euros.

Medida de la que, en diferente medida, todas las regiones se han visto beneficiadas. Unas por ser las que más ayuda por hectárea han percibido, caso de Canarias 14.050 o Galicia 13.544 €/ha. Otras por ser las que mayor porcentaje de su superficie han modificado, caso Extremadura 77,33% o Cataluña 66,57% y Aragón 63,80%. Otras por ser las que mayores hectáreas y ayuda han percibido, caso de Castilla-La Mancha con el 50,35% del total de los fondos y el 48,77 % de las hectáreas.

Lo que sin duda habla muy bien de la medida, lo necesaria que resultaba y lo repartido que ha estado su aplicación. Pero, ¿todo esto para qué?

Porque en todo este tiempo no hemos dejado de perder superficie, pasando de 1.175.085 de 2001 a 944.478 ha de 2020. Los precios de las uvas, lejos de mejorar, han empeorado. Las necesidades del consumo interno están cinco veces por debajo de nuestro potencial de producción y las exportaciones nos sitúan a la cola del precio medio. Eso sí, nuestro rendimiento ha pasado de 28,9 a 48,46 hl/ha.

La unidad, un valor al que no podemos renunciar

Como si ya de por sí, el sector no se enfrentará a importantes problemas que están cuestionando la supervivencia de numerosos operadores, ante la drástica reducción de ventas y los bajos precios operados en los mercados. El pasado 3 de febrero se reavivaba un viejo problema relacionado con el contenido alcohólico del vino y los efectos nocivos que sobre la salud tiene, atribuyéndole a su consumo un grave problema sanitario.

Si bien en el Plan Europeo contra el Cáncer no es citado el vino de modo explícito, en él si se señala que Europa tiene uno de los mayores niveles de consumo del mundo como demuestra que, de las diez iniciativas emblemáticas y acciones de apoyo estén relacionadas con el alcohol.

Haciéndose previsibles consecuencias graves para las bebidas alcohólicas como es el vino, que podrían ir desde las relacionadas con los impuestos a los que se ve sujeto el alcohol o las compras on-line trasfronterizas, a aquellas otras relacionadas con el etiquetado y mensajes de sensibilización sobre los efectos negativos de su consumo, al estilo de lo ya existente con el tabaco. Afectando a la promoción y publicidad, limitándola o incluso fijando medidas que dificulten su accesibilidad.

La aplicación pendiente para antes del 2022, de la indicación obligatoria de ingredientes y la declaración nutricional o las advertencias sanitarias para antes del 2023 podrían intentar aprovecharse por parte de la Comisión para ir en esta dirección y, aliniándose con la medida 3.3 del Plan, intentar reducir el consumo de alcohol en el período 2021-25 revisando la legislación comunitaria.

Un frente del que no se puede decir que es nuevo para el sector, ya que lleva a enfrentándose a él desde hace muchos años, pero que ha cobrado especial relevancia en los últimos años y que podría tener consecuencias muy negativas para su futuro, en un momento en el que la capacidad el sector, está fuertemente mermada.

Por lo que, ante la evidencia, parece que lo más lógico sería mostrarse proactivos en el tema y, dado que tendremos que asumir la situación, al menos hacerlo llevando la iniciativa. Posición que si bien ha sido adoptada por la Federación Española del Vino, la que lleva muchos años defendiendo el tema en Bruselas, se hecha en falta un apoyo unánime del sector, pues a todos nos acabará afectando.

Tomar conciencia de sector y asumir que la formación de la cadena de valor es algo más que la fijación de precios y que solo de una forma conjunta es posible avanzar, con alguna pequeña posibilidad de éxito, en una economía globalizada y fuertemente amenazada. Sería una bonita forma de aprovechar todo lo que nos está pasando.

La maldición de un sector inmaduro

Como si una extraña maldición nos persiguiera, cada vez que tenemos que mostrarnos más fuertes y unidos, con las ideas más claras y la fuerza que caracteriza históricamente a este sector; más divididos nos encontramos y más peligrosas se antojan las consecuencias que debamos soportar de nuestras propias decisiones en los próximos meses y años.

El mercado ha cambiado y ni vacunas, ni levantamiento de restricciones, van a devolvernos a la situación anterior a la declaración del Covid-19 como pandemia. De nuestra capacidad para aprovechar lo que de bueno haya traído la situación y hacerle frente a lo que de negativo pudiera dejarnos, dependerá que ocupemos el lugar en los mercados internacionales que merecemos, como país tradicionalmente productor, o sigamos teniendo que lamentarnos de la escasa presencia de nuestros vinos, sus bajos precios y la baja rentabilidad que, para viticultores y bodegueros, supone estar siempre con la espada de Damocles sobre sus cabezas de su propia supervivencia.

Hagamos lo que hagamos como colectivo, y pase lo que pase con la economía mundial y los mercados, mañana seguirá habiendo bodegas españolas y viticultores que hagan posible la presencia de nuestros vinos en los mercados internacionales. Que el número y la representatividad de estos sea mayor o menor, dependerá de la capacidad que, como sector, tengamos para abordar nuestro futuro de manera colectiva.

Suponer, o creer aún, que los políticos están para hacernos las cosas más fáciles, o deberían estarlo, poniendo a nuestra disposición las herramientas necesarias que permitan disponer del escenario indicado para poder desarrollar lo que desde el sector se haya diseñado, es una lección que ya deberíamos haber aprendido.

Pretender que el sector no disponga de medidas con las que sobreponerse a una caída del consumo como nunca antes vista, reflejada en un PIB que en 2020 cerró con cifras nunca antes conocidas en nuestro país desde la Guerra Civil, es una insensatez. Sin duda, hay que buscar soluciones a los problemas más acuciantes que se le presentan al sector: bajos precios y gran volumen de existencias. Pero pensar que con estas solucionaremos el problema y que volveremos a ser el primer país exportador del mundo y nuestros precios se recuperarán y saldremos fortalecidos es, sencillamente, no querer afrontar los hechos y ser unos ingenuos.

Necesitamos más que nunca ordenar nuestras ideas, saber lo que queremos para nuestro sector, tanto en el mercado nacional como internacional. Y, para ello es fundamental concretarlo en un Plan Estratégico (o llámenlo como quieran) en el que se concrete qué vamos a vender de cada producto, a quién, a qué precio y en cuánto tiempo. Así como el establecimiento de cuál es la participación que cada uno de los integrantes de esa cadena de valor representa en la formación del precio. Y, claro que serán necesarias destilaciones, podas en verde, inmovilizaciones, reestructuraciones, inversiones y apoyo a los mercados, pero con un horizonte preciso y nítidamente definido que va mucho más allá de una campaña.

Con toda esta situación, hemos tenido la oportunidad de comprobar de primera mano que, a diferencia de nuestros competidores, los fondos con los que contamos solo son los del propio sector y los provenientes del PASVE, los que se verán cada vez más comprometidos por el resto de políticas de la UE.

El tiempo se nos acaba y parece que no queremos darnos cuenta y preferimos pelear entre nosotros, en lugar de hacerlo por un sector más fuerte y con futuro.

Si no lo intentamos, nunca lo conseguiremos

Si queremos ser algo más serios en nuestras predicciones sobre la evolución del mercado vitivinícola como consecuencia del Covid-19, tendremos que empezar por despojarnos de un buen número de prejuicios y empezar a hacerle caso a físicos y matemáticos, epidemiólogos y virólogos; y asumir que, a la altura en la que nos encontramos y con las medidas adoptadas hasta el momento, la situación se va a prolongar más allá de lo que tarde en llegar la nueva cosecha.

Tampoco es de esperar que la coyuntura vaya a cambiar como lo hizo el confinamiento, de forma tan abrupta, al pasar del “no pasa nada” a tener que encerrarnos en casa. Y es mucho más previsible que, como sucede en la parte descendente de las olas que hemos vivido, y ya van tres, lo haga de una forma mucho menos pronunciada que la subida.

Así pues, bajo este panorama, no parece muy probable ni que en Semana Santa estemos viajando libremente por nuestro país. Ni que en verano disfrutemos de la inmunidad de grupo que necesitamos para recobrar lo que nos pueda quedar de normalidad en nuestros hábitos sociales. Situándonos en la primavera del 2022 como un horizonte más probable para ello.

Afrontar esta situación con planes de contingencia que hagan frente a las necesidades más inmediatas está muy bien, pero resultan totalmente ineficaces si no van comprendidos en un programa global de estrategia a medio y largo plazo. Aspirar a que, de la noche a la mañana, volvamos a la casilla de salida en la que nos encontrábamos el 1 febrero de 2020, cuando se detectó el primer caso en España, es una gran mentira que debería desacreditar de por vida a quien intentara hacérnoslo creer.

Por otra parte, tampoco son otros los que deberían asumir la responsabilidad de definir aquello que queremos para nuestro sector y la forma de alcanzarlo. Y plantearnos, de una vez por todas, contar con verdaderos profesionales capaces de realizar este trabajo.

Por ingenuidad, dejadez o incapacidad, seguimos planteándonos el futuro sin una visión global, discutiendo sobre si la resolución de nuestro problema debe ser a coste de este o aquel operador, pero escasamente con una visión sectorial conjunta. Abordar desequilibrios de mercado de forma parcial es complicado, plantearnos el futuro sectorial, imposible.

Nos guste o no, esta coyuntura va a provocar cambios en los mercados, en los hábitos sociales y en la forma de llegar a los consumidores. No sé muy bien si llegamos a tiempo o volveremos a afrontar la situación cuando nuestros competidores ya estén aplicando sus estrategias. Pero, lo que sí es seguro, es que, si lo intentamos, nunca lo conseguiremos.

Medidas extraordinarias para una situación que se repite

Hay muy pocas explicaciones posibles que puedan justificar que, ante una situación tan extraordinaria como la que estamos viviendo, 47,78 M€ procedentes de la Unión Europea para el Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola en la UE puedan perderse por falta de aplicación. Tal es el caso de Italia con 16,23 millones de euros sin gastar, Bulgaria 14,47 M€ o Rumanía 10,17 M€, por citar tan solo a los tres primeros. Mientras que en lado de los que más hemos gastado solo nos encontramos los españoles con 2,36 M€ por encima de lo previsto y Austria con 0,35 M€. Y eso, a pesar de que 299,61 M€ tuvieron que ser destinados a financiar las medidas extraordinarias.

Las razones que justifican esta pérdida, a pesar de la flexibilización de la norma aplicada, son fáciles de imaginar: una crisis comercial con Rusia, la elevación de los aranceles por la Administración Trump y, especialmente, la paralización de los mercados y con ellos la necesidad de las bodegas y viticultores de frenar en seco unos planes de inversión que requieren de una alta cofinanciación, en igual o mayor porcentaje del recibido, que, en la actualidad no tienen.

Destinar prácticamente más de una cuarta parte (28,36%) de los fondos a las medidas extraordinarias es una clara evidencia de la situación que vive el sector. Aunque más elocuente resulta la paralización de su actividad comercial, que está llevando a las cotizaciones a una nominalidad preocupante, ante la ausencia de un horizonte a corto plazo que pueda romper la tendencia negativa de los últimos meses e insuflar ánimos a unos operadores que han visto reducirse drásticamente el consumo de sus clientes.

Consciente de esta situación y de lo imprescindible que resultan para la supervivencia del sector las ayudas extraordinarias, la Comisión Europea se ha comprometido a prorrogarlas hasta octubre de 2021. Elevar la cofinanciación a los Planes Nacionales de tal forma que sea menor el porcentaje que las empresas deben aportar y realizar anticipos de pago a los operadores que se acojan a medidas extraordinarias. Todo ello, sin incrementar el presupuesto, por lo que, de facto, supone disminuir las acciones a las que podrán acogerse y el número de beneficiarios. Reemplazando fondos de las medidas “ordinarias” encaminadas a la modernización y apertura de mercados en favor de aquellas otras destinadas a hacer frente a una situación coyuntural excepcional. Ya que, si algo está completamente claro es que la limitación presupuestaria de la PAC impide cualquier amplificación del presupuesto.

Devolviéndonos a la situación inicial de mayo, cuando desde el sector se le demandaba a nuestro Ministerio ayudas nacionales (como se habían implementado en Francia e Italia). La respuesta, en esta ocasión, tampoco difiere mucho de la dada por entonces. Y es que, según el secretario general de Agricultura y Alimentación, Fernando Miranda, la intención del titular de esta cartera es la de trabajar en los textos reglamentarios que permitan la aplicación de estas medidas y publicar el Real Decreto en breve. Pero nunca destinar fondos cuyo origen difieran de los del PASVE.

Todo ello en un escenario de una cosecha de 45,8 Mhl (+23,1%) y unas existencias de vino y mosto de 68,93 Mhl (13,4%), lo que no hace sino confirmar que las medidas adoptadas el pasado año resultaron insuficientes. Si lo que ha limitado su eficiencia ha sido la evolución impredecible de una situación histórica o la falta de valentía en la fijación de los recursos y volúmenes asignados, será algo que quede para cada uno de nosotros. El tema ahora está en determinar cuál será la cantidad que, de cara a esta nueva aplicación, se aplique y si se mantendrá, como es previsible, la limitación de rendimientos.

Se avecinan tiempos difíciles

Que, desgraciadamente, desde hace algo menos de un año, ya nada nos sorprenda ante los acontecimientos tan impredecibles a los que hemos tenido que hacer frente en todo el mundo no significa que la disposición de una información como la referida a la producción de la cosecha no tenga una gran relevancia, por los importantes efectos que conlleva sobre el mercado y, por ende, la cuenta de resultados de las bodegas.

Sabíamos que la producción de 2020 resultaría muy superior a la del año anterior, tan es así que, en previsión de males mayores, se adoptaron medidas extraordinarias al final de la pasada campaña, con el fin de aliviar los depósitos de las bodegas (destilación) y restar parte la producción (vendimia en verde). También teníamos la certeza de que esas medidas no resolverían el problema de excedentes que la caída del consumo y las exportaciones habían provocado. Pero era imposible (al menos resultaba muy difícil), por aquel entonces, concretar en qué volúmenes nos estábamos moviendo.

Hoy, con el Infovi, podemos hablar de que la producción 2020/21 en España ha sido de 45.772.198 hectolitros, de los que 40.696.156 se han vinificado y 5.076.042 se han declarado como mosto sin concentrar, lo que supone un 23,1% más de cosecha que la obtenida el año anterior. Sin duda, una información preocupante, considerando que el consumo interno en España ha caído 1.747.577 (-15,9%) hasta situarse en 9.244.803 hectolitros (dato interanual a noviembre), que representa un consumo per cápita para España de 19,69 litros. Cantidad muy baja para uno de los países tradicionalmente productores del mundo, pero que pone de manifiesto el gran perjuicio que las limitaciones impuestas a la hostelería han tenido sobre nuestro sector.

Y eso gracias a que el rendimiento medio (l/kg) ha pasado del 75,71% del 2019 al 70,76 de la nueva vendimia. Notable descenso que, sin duda, ha permitido que los 6.469 millones de kilos de uva obtenidos no hayan generado un problema todavía mayor y que, con detenimiento, habrá que estudiar las razones que lo han provocado. Especialmente de cara a las posibles medidas que hubiera que adoptarse, si es que alguien es capaz de hacerlo, para buscar un mayor equilibrio entre producción y utilizaciones.

Está claro, de cara a la actual campaña, que el Ministerio, órgano competente para ello, deberá adoptar medidas que vayan más allá de la vendimia en verde que parece estar dispuesto a poner en marcha. Que los fondos de todas las que acaben aplicándose solo tendrán un origen: el PASVE y, en consecuencia, una pérdida de competitividad al disminuir las ayudas destinadas a reestructuración, inversiones y promoción. O que la contundencia con la que serán aplicadas deberá ser mucho mayor, al tener que asumir lo generado por una mayor producción y unos excedentes sin haberse eliminado todavía de la campaña anterior.

Sin duda, se avecinan tiempos difíciles para encontrar el destino natural a la producción y que no sería otro que el del consumo, interno o en exportación, eso es lo menos importante ahora mismo. Que requerirán del esfuerzo de todos y una gran concienciación de colectividad.

El valor percibido del vino reside en la comunicación

Según el informe presentado por la Comisión Europea “Perspectivas de los Mercados Agrícolas de la UE” a largo plazo en el periodo 2020-2030, el vino verá ralentizarse la caída del consumo per cápita dentro de la Unión Europea, estabilizándolo en el entorno de los 25,4 litros frente los 24,6 del 2019, moderando la caída desde el 1,1% del periodo 2009-19, al 0,3%. Manteniéndose, eso sí, las grandes diferencias existentes entre los diferentes Estados Miembros.

Por tipos de productos, serán los espumosos y los vinos con una menor graduación los que mejor se adaptarán a los cambiantes estilos de vida y preferencias de los consumidores que se inclinan, cada vez, por los vinos con Indicación Geográfica y Denominación de Origen.

Con unas exportaciones fuera de la UE que crecerán a un ritmo mucho menor, 0,3% anual, llevando el volumen total desde los 29 Mhl del 2019, hasta los 31 al final del periodo estudiado, con un fuerte peso de vinos de bajo precio.

La superficie apenas crecerá, en estos diez años que restan hasta el final del periodo analizado, cien mil hectáreas y la producción vinificada 3 millones de hl. Más como consecuencia de las variables climáticas y la producción de vinos ecológicos y orgánicos, que como un cambio derivado de la modificación en las técnicas de cultivo, ya que deberán hacer frente a los abandonos que surgirán como consecuencia del relevo generacional.

Tanto las conclusiones de este informe, como la experiencia proporcionada por la situación extraordinaria del Covid-19, deberían hacernos reflexionar sobre el futuro del sector vitivinícola español, ya que la escasa rentabilidad, en general, de nuestro viñedo, solo mejorado por el incremento desproporcionado de los rendimientos, podría ocasionar graves problemas de excedentes que acabasen perjudicando de manera muy notable la calidad media de nuestras producciones y, por ende, su competitividad.

Sin duda, el fuerte empuje que le hemos dado a la implantación de tecnología en nuestras empresas es un gran paso hacia adelante que nos debe conducir a mejorar nuestro mercado exterior. Como lo es, también, la recuperación en el hogar de una parte del consumo de vinos de mayor valor y calidad. Pero resultará, impepinablemente, insuficiente para alcanzar un equilibrio entre producción y utilizaciones.

La extraordinaria situación en la que nos encontramos, desde hace ya casi un año, motivada por una pandemia mundial, no debería hacernos olvidar los importantes retos a los que nos enfrentamos y las grandes modificaciones que en nuestro modelo productivo debemos abordar.

En la pasada vendimia, sin faltar a la tradición, surgieron importantes enfrentamientos que, en algunos casos, derivaron en peligrosas acusaciones, motivadas por el precio de la uva. Incluso llegó a cuestionarse el propio modelo productivo de las cooperativas, sector que agrupa alrededor del 60% de la producción en nuestro país. Pero se dijo muy poco sobre cuáles son las posibles razones que nos llevan a estos precios y la falta de rentabilidad para los viticultores. Todos queremos más y mejores precios. Pero el mercado es el que es y aspirar a cobrar más por nuestras producciones es muy lícito, pero escasamente realista si no mejoramos el valor de nuestros elaborados y la calidad percibida por los consumidores.

Complicado, sin duda, pero necesario. Ya que lo más importante, la calidad intrínseca está, solo que no hemos sabido generar la percibida. Para hacerlo necesitamos la comunicación. Vivimos en una sociedad dominada por la comunicación. Y, en cambio, somos extraordinariamente mojigatos en nuestras planificaciones y destino de recursos.

La cara de la moneda

Hay que reconocer que no es sencillo encontrar un tema que nos ayude a superar esos nubarrones que nos acompañan desde marzo y que nos han llevado hasta una situación preocupante, muy preocupante, en todos los sentidos. Pues, la presión hospitalaria desaparecerá, pero el virus dejará secuelas en un importante número de las personas que hayan sufrido la enfermedad; la economía volverá a una actividad normalizada, pero muchas empresas y empleos se habrán quedado en el camino. Incluso el sector vitivinícola recuperará el consumo en el canal de la hostelería y la restauración; y una parte, todavía por determinar, de lo mejorado en la venta online y el hogar, permanecerá y permitirá mirar al consumo aparente con optimismo. Pero en este lapso de tiempo, a una buena parte de ese vino no consumido habrá que buscarle una salida que no sea la de almacenarse en unas bodegas totalmente incapacitadas para asumirlo, ni por espacio, ni por capacidad financiera.

Aun así, debemos mirar al futuro con cierto optimismo y plantearnos la posibilidad de poner en valor algunas de las características que definen históricamente nuestros vinos y que en estos meses han adquirido notable relevancia. Sabíamos que la población cada día se mostraba más preocupada por todo lo relacionado con la salud. Queremos vivir más y mejor y el vino, con no ser recomendable su ingesta con tales fines, si aporta efectos contrastados y evidentes muy positivos si se consume con moderación y se huye de acumulaciones en momentos muy concretos, como pudiera ser el de fin de semana. Si lo consumimos como una forma de relajarnos y disfrutar del momento de una copa con la familia o amigos, ¿qué mejor que hacerlo dos o tres veces por semana, después de la jornada laboral y poniendo en valor eso que tanto echamos ahora de menos que es la socialización?

También nos sentimos altamente comprometidos con el medioambiente y asumimos, de una forma más notable desde la pandemia, que debemos hacer algo por preservar el mundo en el que vivimos y evitar dejarles un planeta peor a nuestros hijos del que nos encontramos de manos de nuestros abuelos. El viñedo es uno de los cultivos que mejor responde a este tipo de actividad capaz de desarrollar la sostenibilidad y la economía circular que genera.

Hemos tomado consciencia de la importancia de la digitalización en nuestras vidas. Haciendo posible no solo la conexión en lugares donde hasta ahora carecían de infraestructura para ello, sino que hemos asumido que es posible trabajar de otra manera en la que no sean necesarios tantos viajes con el consumo de tiempo y recursos que ello representa, imponiéndose el teletrabajo donde se creía imposible y demostrando que el tamaño de las empresas, con seguir siendo un valor importante, ha perdido parte de su protagonismo.

Somos un gran sector, disfrutamos de valores muy actuales, contamos con una gran calidad en nuestros productos y disponemos de medios y organizaciones para poder dar ese pequeño salto que nos falta para poner en valor nuestros vinos.

Estos tiempos pueden ser una gran oportunidad que solo de nosotros depende no dejemos perder.