Si bien podríamos pensar que el hecho de contar con una producción históricamente baja pudiera ser una excelente noticia para nuestro sector y, especialmente, para nuestras exportaciones y los precios de nuestros productos vitivinícola; la prudencia parece estar siendo mucha entre los operadores y los mercados reaccionan con suma cautela respecto a lo que sería de esperar ante cifras tan bajas.
Doscientos cincuenta millones de hectolitros a nivel mundial, entre 247,1 y 253,5 Mhl, que son en los que estima la producción mundial la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) para la campaña 2021/22. Es una de las más bajas de su historia, situándose por debajo de la media de los últimos veinte años.
Y si bien nada hace pensar que detrás de esta caída haya más hechos que los estrictamente normales de un producto sujeto a las variaciones climatológicas, el hecho de que volvamos a situarnos por debajo de la media, que Estados Unidos recupere su producción, aumentándola un 6% con respecto al año anterior; pero especialmente, que el Hemisferio Sur marque un récord con un aumento del 19% sobre la cosecha del año precedente; nos obliga a considerar la posibilidad de que la fuerte variabilidad de las cosechas sea una consecuencia que va más allá de los vaivenes “normales” y esté reflejando un resultado que encuentre su explicación en el cambio climático.
Lo que, sumado al desplazamiento del viñedo que lleva produciéndose hacia esas latitudes en la última década, puede acabar suponiendo una pérdida del dominio que tradicionalmente ha representado la Unión Europea, con especial relevancia para la triada compuesta por Francia, Italia y España que históricamente ha estado concentrando prácticamente la mitad del total de la producción mundial y que en este año apenas superan el cuarenta y cinco por ciento.
Los datos de exportación de septiembre avanzados por el Infovi, aunque provisionales, marcan cifras históricamente altas, con casi veinticuatro millones de hectolitros de vino y mosto, con un aumento sostenido desde octubre de 2020.
A lo que, desde abril, sin duda ha contribuido la fuerte pérdida de cosecha en Francia ocasionada por las heladas tardías de ese mes, y las posteriores lluvias de verano y las tormentas de granizo. Que venían a unirse a los vaticinios pesimistas de españoles e italianos. Pero que, sin duda, más allá del efecto añada, tienen mucho que ver con los precios tan competitivos de nuestros productos.
También parece haber sido muy positivo el comportamiento del consumo de nuestro mercado interior, en el que se estima un consumo, según los datos del Infovi del mes de septiembre, de 9’837 millones de hectolitros, todavía lejos de los 11’088 de febrero del 2020 (justo antes de la declaración de la pandemia mundial del Covid-19), pero que, poco a poco, se va recuperando, gracias a la reapertura de la hostelería y restauración, aunque el número de extranjeros que nos visiten esté todavía muy lejos de las cifras prepandémicas.
Bajo este panorama, todo parece indicar que las necesidades de consumo serán mayores, las exportaciones se deberán mantener ante la baja producción mundial y los precios debieran ir evolucionando al alza, al menos hasta el mes de marzo-abril, cuando la viña empiece a mostrar cuáles pueden ser las expectativas de cosecha 2022 que presenta.
Pero todo esto no dejan de ser hipótesis que habrá que ir siguiendo atentamente en su evolución mensual, vigilando, especialmente, que las pretensiones de la propiedad no excedan los límites marcados por unos comercializadores fuertemente condicionados por unas circunstancias macroeconómicas que podrían poner en peligro la recuperación económica ante la reducción de la renta disponible.