Una cosecha históricamente baja

Si bien podríamos pensar que el hecho de contar con una producción históricamente baja pudiera ser una excelente noticia para nuestro sector y, especialmente, para nuestras exportaciones y los precios de nuestros productos vitivinícola; la prudencia parece estar siendo mucha entre los operadores y los mercados reaccionan con suma cautela respecto a lo que sería de esperar ante cifras tan bajas.

Doscientos cincuenta millones de hectolitros a nivel mundial, entre 247,1 y 253,5 Mhl, que son en los que estima la producción mundial la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) para la campaña 2021/22. Es una de las más bajas de su historia, situándose por debajo de la media de los últimos veinte años.

Y si bien nada hace pensar que detrás de esta caída haya más hechos que los estrictamente normales de un producto sujeto a las variaciones climatológicas, el hecho de que volvamos a situarnos por debajo de la media, que Estados Unidos recupere su producción, aumentándola un 6% con respecto al año anterior; pero especialmente, que el Hemisferio Sur marque un récord con un aumento del 19% sobre la cosecha del año precedente; nos obliga a considerar la posibilidad de que la fuerte variabilidad de las cosechas sea una consecuencia que va más allá de los vaivenes “normales” y esté reflejando un resultado que encuentre su explicación en el cambio climático.

Lo que, sumado al desplazamiento del viñedo que lleva produciéndose hacia esas latitudes en la última década, puede acabar suponiendo una pérdida del dominio que tradicionalmente ha representado la Unión Europea, con especial relevancia para la triada compuesta por Francia, Italia y España que históricamente ha estado concentrando prácticamente la mitad del total de la producción mundial y que en este año apenas superan el cuarenta y cinco por ciento.

Los datos de exportación de septiembre avanzados por el Infovi, aunque provisionales, marcan cifras históricamente altas, con casi veinticuatro millones de hectolitros de vino y mosto, con un aumento sostenido desde octubre de 2020.

A lo que, desde abril, sin duda ha contribuido la fuerte pérdida de cosecha en Francia ocasionada por las heladas tardías de ese mes, y las posteriores lluvias de verano y las tormentas de granizo. Que venían a unirse a los vaticinios pesimistas de españoles e italianos. Pero que, sin duda, más allá del efecto añada, tienen mucho que ver con los precios tan competitivos de nuestros productos.

También parece haber sido muy positivo el comportamiento del consumo de nuestro mercado interior, en el que se estima un consumo, según los datos del Infovi del mes de septiembre, de 9’837 millones de hectolitros, todavía lejos de los 11’088 de febrero del 2020 (justo antes de la declaración de la pandemia mundial del Covid-19), pero que, poco a poco, se va recuperando, gracias a la reapertura de la hostelería y restauración, aunque el número de extranjeros que nos visiten esté todavía muy lejos de las cifras prepandémicas.

Bajo este panorama, todo parece indicar que las necesidades de consumo serán mayores, las exportaciones se deberán mantener ante la baja producción mundial y los precios debieran ir evolucionando al alza, al menos hasta el mes de marzo-abril, cuando la viña empiece a mostrar cuáles pueden ser las expectativas de cosecha 2022 que presenta.

Pero todo esto no dejan de ser hipótesis que habrá que ir siguiendo atentamente en su evolución mensual, vigilando, especialmente, que las pretensiones de la propiedad no excedan los límites marcados por unos comercializadores fuertemente condicionados por unas circunstancias macroeconómicas que podrían poner en peligro la recuperación económica ante la reducción de la renta disponible.

Una nueva amenaza para el sector

Entre unas cosas y otras, parece que el tema de la pandemia de Covid-19 no nos va a dejar respirar.

Cuando todo parecía haber tomado un rumbo satisfactorio, y las cifras de contagios estar medianamente controladas para poder relajar las estrictas medias restrictivas de movilidad y consumo que tanto mal nos han hecho en la venta de vino en el mercado nacional; llega la elevación descontrolada de los costes energéticos, acompañada de un incremento inasumible de los precios de las materias primas y auxiliares, que hacen peligrar el suministro de prácticamente todos los insumos que requeriría nuestro sector, bajo un escenario altamente inflacionista que amenaza la recuperación, poniendo en peligro la supervivencia de numerosas empresas y miles de puestos de trabajo.

La deslocalización de muchos de los buques en su habitual itinerario, el aumento de los precios de los combustibles, no ya solo el petróleo que alcanza niveles desde hace años no vistos, sino también aquellos tan básicos para la generación de electricidad como es el gas en nuestro país, o un modelo energético en plena revolución con un pie en las fuentes tradicionales de combustibles fósiles de generación de energía y otro en las renovables; están comprometiendo la supervivencia de unas frágiles bodegas que todavía andan renqueantes, buscando la mejor forma de dar salida a unas existencias que se han visto fuertemente afectadas, encontrando en el mercado exterior la única alterativa válida.

La globalización del problema puede ser considerada como un atenuante, pero nunca puede suponer una excusa para pasar por alto la coyuntura y no tomar las medidas necesarias de anticipación. Muy posiblemente, no lleguemos (espero no confundir aquí deseo con realidad) a tener que sufrir apagones energéticos. Pero tampoco nunca pensamos que nos confinarían en casa y esto sucedió en varias ocasiones en prácticamente la totalidad de los países del mundo.

Nos enfrentamos a un serio problema de consecuencias impredecibles y la fuerte exposición de nuestro sector al mercado exterior podría suponer un grave contratiempo.

Ya llevamos algo más de un mes con un mercado en el que las operaciones han descendido de forma brusca. El interés que existía a principios de campaña con operaciones y contactos que hicieron recuperar cotizaciones y devolver la alegría, y esperanza en el mercado, al sector, se frenó bruscamente. No me atrevería a decir muy bien si por una simple cuestión de operatividad de los mercados, al haber conseguido establecer unas cotizaciones en el rango deseable por los importadores, o ya afectadas por esta situación. Pero sea como fuere, convendría, sin alarmar a nadie que tampoco es para eso, ir planteándonos algunos escenarios posibles y las medidas a adoptar en cada uno de ellos.

¿Dónde está nuestro futuro vitivinícola?

Resulta bastante evidente que el sector vitivinícola es lo suficiente complejo como para que no puedan sacarse conclusiones fácilmente, y mucho menos, de un solo parámetro, por importante o relevante que este sea. No obstante, hay que considerar que estamos hablando de un cultivo que requiere un largo periodo de tiempo para que sea totalmente productivo y, en consecuencia, cualquier inversión relacionada con el viñedo debiera ser muy meditada, atendiendo más a cuestiones que pudieran venir, que a las actualmente vigentes.

Es por ello por lo que resulta tan importante conocer la evolución de la superficie plantada en un cultivo que, no creo necesario recordar, requiere de una autorización administrativa a modo de derecho de plantación.

Así resultaría más fácil llegar a entender cuál es la “salud” de nuestro sector, ya que con el estudio de la evolución de la superficie plantada podríamos llegar a comprender mejor la realidad y el potencial de desarrollo a medio y largo plazo de cada una de nuestras regiones.

De igual forma que el tema de la reconversión y reestructuración del viñedo en nuestro país ha servido, especialmente, para aumentar los rendimientos medios, haciendo posible que con un tercio menos (en números redondos) de viñedo produzcamos un cincuenta por ciento más (igualmente grosso modo). Ver cuáles son las regiones españolas que más superficie han perdido nos debería a ayudar a entender mejor dónde está la rentabilidad del viñedo y en qué regiones siguen requiriendo de cambios que hagan posible la sostenibilidad de ese cultivo.

Decir que nuestro país ha perdido, en lo que llevamos de siglo (de 2001/02 a 2020/21) 229.315 hectáreas, según datos del Ministerio de Agricultura, podría parecer mucho o poco, según se mire. Si decimos que ha sido una quinta parte del total, la cosa empieza a ser algo más seria, y si entramos al detalle por regiones y vemos que Madrid o Canarias, con un 57,04% y 52,20% son las que más superficie han perdido proporcionalmente con respecto a la que tenían al principio de siglo: la cosa empieza a ponerse algo más grave. Pero todavía podríamos pensar que son dos comunidades autónomas donde la presión inmobiliaria es muy alta y que esta podría estar detrás de las cifras. Claro que similar situación podríamos aplicar a Baleares y, por el contrario, es la que, con un 52,59%, más ha aumentado su viñedo (excepción hecha de Cantabria que apenas tenía viñedo en aquellos años).

Aun así, vamos a dar por buena esa explicación. Pero entonces, ¿cuál utilizamos para explicar el descenso del 49,15% que presenta la Región de Murcia, o el 27,86 de Aragón y 27,09 de Andalucía, 26,03 de Navarra, 24,75 de Castilla-La Mancha y 23,14 de la Comunidad Valenciana? ¿También la presión inmobiliaria?

No creo. Más bien parece que detrás de esa pérdida de interés por cultivar la viña se pudiera encontrar un factor de falta de rentabilidad, que sí parecen encontrar nuestros productores castellanoleoneses, cuya superficie es superior en un 18,02%, vascos (+13,17%) y riojanos (+12,69%), incluso gallegos, aunque en este caso prácticamente deban conformarse con haberla mantenido (+1,33%) respecto a 2001/02.

Sin duda, datos que deberían hacernos reflexionar sobre las verdaderas causas que se encuentran detrás de esta alarmante pérdida de superficie y a la que, si ligáramos los precios medios a los que se han pagado las uvas, nos ayudarían a obtener una visión mucho más clara del verdadero problema al que nos enfrentamos y cuya resolución es urgente e inexcusable.

Relajación en un mercado que confirma su corta producción

Aunque todavía es pronto para disponer de datos concretos que cuantifiquen esta situación, todo parece indicar que la actividad comercial, tanto de vinos como de mostos, se ha relajado con respecto a las primeras semanas de campaña. Quizás porque las operaciones destinadas a hacerse con aquellas partidas “especiales”, imprescindibles para los bodegueros o importadores, ya se han realizado. Quizás porque los precios ya han alcanzado un nivel que consideran estable, por lo que no ven necesario abastecerse de un producto que encontrarán, cuando lo requieran sus ventas, al mismo precio. Quizás, porque prefieren mantener la prudencia hasta conocer cuál es con exactitud el volumen de las cosechas. Quizás, porque los importadores ya han calentado lo suficiente el mercado situando los precios en la horquilla que les permitan hacer competitivos los de sus países de origen.

El caso es que el mercado ha frenado bastante su dinamismo, devolviendo la nominalidad a sus cotizaciones y sembrando una tímida preocupación entre unos operadores que no acaban de entender cómo es posible que ante una de las cosechas históricamente más cortas en la Unión Europea no haya una mayor actividad.

La propia Comisión Europea cuantificaba el pasado 13 de octubre su estimación de cosecha en 147,7 millones de hectolitros, 22,9 Mhl menos de los 170,6 del año anterior, con una merma del 13,4%. Solo la cosecha del 2017/18 con 144,02 Mhl se sitúa por debajo en el presente siglo.

Por países, Italia se pondría a la cabeza con 44,55 Mhl, España con 39 Mhl (de los que cuatro serían de mosto, convirtiéndose en prácticamente el único país que elaboraría este producto) le usurparía el segundo puesto a Francia, que apenas sí produciría 33,33 millones, frente los 45,79 del año anterior; mientras que Alemania y Portugal conseguirían mayores producciones, 8,76 y 6,472 millones de hectolitros respectivamente; al igual que Rumanía (5,26) y Hungría (3,12), ya que el resto de países que dispondrán de un volumen superior al obtenido el año anterior: Bulgaria, Rep. Checa, Luxemburgo, Malta, Países Bajos y Polonia, apenas sumarían entre todos 1,66 millones de hectolitros.

De toda esta producción, 67,66 estarían bajo el sello de calidad de alguna de las denominaciones de origen europeas; 29,17 Mhl serían de vinos de la tierra (I.G.P.); 8,59 bajo la categoría de variedad y añada; y 29,73 Mhl se elaborarían sin ninguna de estas indicaciones (lo que se conocía como vino de mesa), para que en el epígrafe de otros vinos se elaborasen 8,51 Mhl.

Una campaña interesante

En el mes de agosto, el mercado interior se ha llevado la parte del león de las salidas de vinos y mostos, tal y como se desprende los datos facilitados por el Sistema de Información del Mercado del Vino (Infovi) del Ministerio de Agricultura. Ya que, de los 4.728.118 hectolitros registrados como salidas, 2.910.553 fueron a atender el mercado interior y 1.817.565 a las exportaciones.

Como es normal, de lo destinado al mercado interior, la gran mayoría de los hectolitros (2.846.197) lo fueron de vino y tuvieron una finalidad distinta a la destilaría o vinagrería. Utilidades que, superada la medida extraordinaria del pasado año, apenas quedan en 28.287 hl que se convirtieron el alcohol vínico y 36.069 en vinagre.

Mientras que las exportaciones se concentraron especialmente en la Unión Europea, a la que fueron 1.359.743 hl, mientras que a países extra-UE, donde se incluye el Reino Unido, tan solo viajaron 457.822 hectolitros de vino español. Superando en 382.000 hl las cifras del año pasado. Lo que, muy posiblemente, encuentre su razón de ser en las bajas estimaciones de cosecha con las que se trabajaba en Francia e Italia y que favorecieron la recuperación de unas cotizaciones que hasta el momento deambulaban en el terreno de los mínimos.

En lo que respecta a los stocks, estos se situaron en 38.735.469 hectolitros, 37.076.248 de vino y 1.659.221 de mosto. Un 12,38% (4.084.784 hl) más de vino que en el mismo mes del año anterior y 248.673 hl (-13,03%) menos de mosto. Siendo la Comunidad de Extremadura la que con 955.150 (+66,46%) más aumenta seguida de Castilla-La Mancha, que lo hace en 2.661.923 hl (28,07%)

Cifras a las que habrá que ir siguiendo de cerca en los próximos meses, pues si importante es ir ajustando los volúmenes, más lo es que estos ajustes se produzcan en aquellas regiones en las que la tensión sobre los precios es mayor por su gran exposición. Aunque habrá que estar muy atentos al “efecto cosecha” que pudiera haber sobre estas cifras, pues el adelanto de hasta un par de semanas sobre las fechas del año anterior de las vendimias pudiera estar detrás de estos incrementos.

Una campaña interesante, como todas, pero que se hace especialmente atractiva ante las grandes expectativas que se tienen sobre la evolución de sus cotizaciones y las previsibles necesidades que deberán saciar países tan importantes para nosotros como Francia e Italia.

Una agenda para afrontar los grandes retos del futuro

Muy posiblemente, si nos preguntaran cuáles son las carencias de nuestro sector y cuáles los puntos sobre los que sería necesario incidir de manera importante y perentoria en los próximos años, los relacionados con la tecnología, no se encontrarían entre ellos. La gran inversión realizadas en los últimos años por nuestras bodegas y el gran nivel formativo de nuestros técnicos nos sitúan entre los más destacados y, aunque siempre es necesaria una inversión y una adaptación en cualquier empresa, no puede decirse que sea este un tema que lastre nuestra competitividad en los mercados y se encuentre en él la justificación a los bajos precios de nuestros elaborados, especialmente en exportación.

Y, a pesar de ello, si queremos asegurarnos una ausencia total y absoluta de posibilidades de ser competitivos en un futuro, más o menos inmediato, en el panorama internacional, bastaría con dejarnos llevar por la desidia, confiarnos en lo que hemos conseguido y olvidarnos de asuntos de gran importancia para el futuro de la competitividad de nuestros viticultores y bodegueros.

La tecnología ha avanzado mucho en estos últimos años, herramientas que hasta hace apenas una década no estaban al alcance más que de unos pocos hoy están dentro de las posibilidades de “cualquiera”. Pero, retos como hacer frente a los profundos cambios sociales, de consumo, económicos y de movilidad, entre otros muchos, hacen de la innovación un valor sobre el que pivotan muchas de nuestras posibilidades de dar ese paso al frente y elevar el valor de nuestros productos, verdadera asignatura pendiente del sector.

Pretender abordar la cuestión sin una visión interdisciplinar es tanto como condenarse al fracaso antes de empezar. Hacerlo de manera coordinada que asegure la creación de sinergias y sea capaz de trasladar sus efectos más allá de la estricta concepción empresarial de una explotación agraria o una bodega, un deber sectorial que ha sabido entender y asumir la entidad que debe representar a todo el sector, como es la Interprofesional del Vino de España.

Bajo el título de Agenda Estratégica de Innovación era presentado ante el Ministerio de Ciencia e Innovación un documento que aspira a convertirse en referencia para el sector y recoge los pilares de estrategia para el desarrollo de los proyectos de I+D+i. En él y bajo seis áreas de interés se intenta abarcar toda la cadena de valor del vino abordando temas relacionados con la Viticultura, Procesos, Producto, Sostenibilidad y Cambio Climático, Salud y Economía Vitivinícola.

Para asegurarse un correcto desarrollo de todos estos proyectos y garantizarse el acceso a las fuentes de financiación que desde Europa existen, se ha ido de la mano de la Plataforma Tecnológica del Vino, quien ha conseguido elaborar una Agenda que supone un hito para el sector y permitirá afrontar los cambios que demanda el vino español en su búsqueda de valor.

Dos temas de actualidad: la reciente revisión de la normativa sobre envases y residuos, que afectaría a la utilización de plásticos de un solo uso o el Sistema de Depósito, Devolución y Retorno de Envases (SDDR) que, aunque hoy no incluye al vidrio, podría llegar a hacerlo; y que podría acabar suponiendo un aumento de los costes para las bodegas que acabarían repercutiendo en el precio del producto. O la obligatoriedad de indicar en el etiquetado el listado de ingredientes, información nutricional, pautas de consumo responsable e información sobre sostenibilidad y que el sector pretende solucionar con una tecnología QR de etiquetas electrónicas; serían buenos ejemplos de los innumerables retos a los que nos enfrentamos.

La recuperación en una tormenta perfecta

De todas las cosas que ha traído consigo este maldito virus llamado Covid-19, la mayoría de ellas han sido malas. ¡Que digo malas!, horrorosas. Nos ha costado una ingente cantidad de dinero y hemos perdido derechos que nunca antes nos hubiéramos siquiera planteado la posibilidad de que se vieran recortados. Pero ha sucedido y, con más o menos resignación, podríamos decir que lo hemos superado.

Todavía es pronto para hablar en pretérito de esta situación y, muy posiblemente seguirá siéndolo todavía un tiempo, en tanto en cuanto las autoridades sanitarias no acaben declarándolo como una enfermedad endémica y asumiendo que, del mismo modo que otro coronavirus, el de la gripe, causó estragos en la población en el siglo XIX, este los ha causado en el XXI, pasando a formar parte de nuestras vidas. Pero esto llegará, muy posiblemente dentro de no muchos meses y, ahora, tenemos la obligación, entre todos, de aprovechar lo que nos pueda dejar de bueno.

Los cambios sociales han sido brutales, acelerándose de manera exponencial acontecimientos que preveíamos en el horizonte de una década. Se ha demostrado el valor de la cohesión y la importancia que ha tenido la Unión Europea en la gestión de la situación, a pesar de todos los borrones que presenta su hoja de ruta. Se han establecido mecanismos y dotado fondos que, por nosotros mismos, hubiese sido imposible abordar. Y, por si esto fuese poco, la misma naturaleza se ha encargado de regular la producción y ofrecernos una de las cosechas más cortas y con ello facilitarnos la salida de los excedentes y recuperación de las cotizaciones.

En nuestro caso, incluso han sido las exportaciones las que, una vez más, han venido en nuestro auxilio y, lejos de lo que hubiese sido previsible en un ambiente de caída del consumo, nuestras bodegas han aumentado sus ventas y reducido sus existencias a un volumen de fin de campaña más que aceptable.

El comercio electrónico se ha multiplicado, el consumo de vino en los hogares aumentado su frecuencia y el precio medio del vino consumido también ha crecido. Hemos asumido que el vino forma parte de nuestra forma de vivir y hemos querido seguir teniéndolo a nuestro lado. No podemos permitirnos perder lo conseguido.

Aun así, como nunca nada es perfecto, nos encontramos inmersos en una verdadera “tormenta perfecta” en lo relacionado con el movimiento de mercancías y precio de las materias primas energéticas. Reino Unido no es capaz de hacer llegar a las gasolineras el carburante por falta de transportistas, los fletes navieros se han multiplicado por cuatro, igual que el precio del gas. De la electricidad no vamos a hablar, ya es imposible empezar un día sin un nuevo récord en el precio del kilovatio y el petróleo roza los ochenta euros por barril y crece más del cincuenta por ciento. Consecuencia de todo ello: el IPC disparado y con grandes amenazas de acabar con la estabilidad de la última década, lo que, nos generará grandes tensiones sociales.

Por si todo esto fuera poco, los fondos de la UE están sujetos a reformas socioeconómicas tan importantes como las políticas de empleo o las pensiones.

El sector tiene grandes oportunidades que debe aprovechar, esperemos que los árboles no nos impidan ver el bosque.

Prudencia en un sector desconfiado

Según las últimas estimaciones realizadas por el COPA-Cogeca, la producción comunitaria de la campaña 2021/22 se situará en el entorno de los 140-145 millones de hectolitros, lo que supondrá una de las campañas más cortas de la historia. Francia con un descenso estimado del 29% y una cosecha que no superaría los 33,3 millones de hectolitros encabeza este triste ránking, seguida de España, cuyas estimaciones sitúan su vendimia en los 39,5 millones de hectolitros (-15%) e Italia, cuya pérdida no será tan escandalosa como en un primer momento se pensaba y quedaría reducida a un 9% de merma, entre 43,7 y 45 millones de hectolitros. Mucho más lejos quedan los vaticinios del resto de países productores, entre los que destaca por su importancia Alemania, para la que las estimaciones sitúan su cosecha en el entorno de los nueve millones, seis millones y medio para Portugal y entre dos y medio y tres para Hungría.

Esta notable reducción y la reapertura del canal Horeca, junto con la eliminación de los aranceles por parte de Estados Unidos, le permite mirar al horizonte próximo con cierto optimismo a Luca Rigotti, su presidente. Confiando en recuperar precios y demandando de las autoridades comunitarias una reforma que dote al sector de instrumentos de gestión adecuados con los que hacer frente a estas perturbaciones del mercado.

La reciente propuesta sobre la modificación de la normativa que regula el Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE) para adaptarla a las flexibilidades que permite la Comisión Europea, aunque importantes, se consideran totalmente insuficientes para hacer frente a las consecuencias que el Covid-19 ha tenido sobre el sector y sus precios.

El pago de las ayudas, la exención de determinadas penalizaciones o la modificación de los plazos, en la aplicación de las medidas de reestructuración y reconversión, inversiones, cosecha en verde y promoción en terceros países. Está muy bien y son bien recibidas por el sector, pero se han demostrado totalmente ineficientes para recuperar el precio de la uva. Que, sorprendentemente, presente cifras muy similares a las del año pasado en muchas variedades y regiones de nuestra geografía, sin que parezca tener ninguna consecuencia esta fuerte caída de la producción, generalizada en la Unión Europea y las buenas expectativas que se barajan y que vienen avaladas por el buen comportamiento de nuestras exportaciones en los meses precedentes.

En función de la actitud adoptada, parece bien claro que las bodegas han optado por no elaborar más de lo estrictamente necesario, trasladar a las cooperativas, obligadas a ello con la producción de sus socios, a su transformación y pagar precios más altos por los mostos e incluso vinos viejos, pero hacerlo solo con aquellas partidas que consideran estratégicas para su política de venta y por las que están pagando hasta un cincuenta por ciento más de lo que lo hicieron el año pasado. Caso de los mostos de Chardonnay, por ejemplo, cuyo precio actual roza, en algunas plazas los ocho euros hectogrado, cuando el año pasado cotizaba alrededor de los cinco setenta y cinco.

O lo que sucede con las uvas destinadas a la elaboración de cava, cuyas cotizaciones oscilan entre los veinticuatro y los veintiocho céntimos de euro por kilo, con apenas cinco céntimos sobre las del pasado año, mientras que los mostos presentan aumentos mucho mayores.

Sea como fuere, el caso es que el sector anda temeroso. Después de una situación tan extraña como la que hemos vivido estos últimos dieciocho meses, ya nadie se atreve a vaticinar lo que puede suceder con el consumo o las exportaciones. Y, ante eso, lo mejor es esperar.

Disponibilidades contendias para una campaña esperanzadora

Conocidos los datos del Infovi correspondientes al mes de julio, ya podemos afirmar, con total rotundidad, que las cosas no nos han ido tan mal como las circunstancias nos hacían suponer. Aumentar nuestras existencias a final de campaña 2’469 millones de hectolitros (7’0%), hasta alcanzar los 37’651 frente los 35’182 Mhl del pasado año, no está nada mal. Que de esos stocks 35’936 Mhl lo sean de vino y 1’715 de mostos versus 33’135 y 2’047 respectivamente del año pasado, tampoco es mala cosa. Y si eso lo comparamos con lo sucedido con la producción que pasó de 33’676 millones de hectolitros a 40’949 de vino y 3’628 a 5’076 de mosto de una campaña a otra respectivamente, podemos sentirnos muy satisfechos y sacar pecho por el excelente trabajo realizado durante la campaña.

Y, aunque el mérito vuelven a tenerlo nuestras exportaciones, con un volumen de 23’357 Mhl vs. 20’640; el vino destinado a la destilación (3’043 frente los 2’949 del año pasado) o los 0’414 Mhl que elaboramos de vinagre sobre los 0’311 del año anterior, tampoco han estado nada mal. Incluso lo sucedido con el consumo aparente, que baja de los 10’221 del año anterior a los 9’218 de este, podrían considerarse buenos datos teniendo en cuenta que la hostelería ha permanecido cerrada un buen número de meses y con fuertes restricciones cuando les han permitido abrir.

Hablando de futuro, las perspectivas tampoco son nada negativas, con una estimación de cosecha que rondaría, según nuestra valoración, los treinta y ocho millones y medio de hectolitros, contar con unas disponibilidades que se situarían en 76,147 millones de hectolitros cuando el año pasado fueron 81’675 Mhl, es una sustancial reducción que debiera permitirnos disfrutar de una campaña 2021/22 con no demasiados problemas y unos precios en recuperación.

Situación que, considerando las expectativas de los otros países productores europeos nos permitirían albergar la esperanza de mejorar, también, el precio medio de nuestros productos vitivinícolas, excesivamente bajos y que hacen muy complicado contar con una rentabilidad suficiente que haga interesante el relevo generacional, especialmente en la viticultura.

Y es que, si buenas son las expectativas para esta campaña para el vino, no lo están siendo tanto en lo que se refiere al precio de la uva. En muchos casos similares a los pagados el año anterior y otros, los menos, con ligeros incrementos que distan mucho de compensar la pérdida de cosecha, incidiendo sobre la nula rentabilidad de su actividad.

El camino hacia la excelencia

Hablar de sensibilidad o compromiso podría resultar un tanto frívolo para un sector que está acostumbrado a hacer la guerra cada uno por su cuenta y en el que se aspira a crecer a costa del otro. No obstante, voluntariamente o de una forma impuesta, la realidad nos está llevando hacia unas condiciones de producción que nos resultan muy favorables. Con una clara implicación con la sostenibilidad, el respeto al medio ambiente y la valoración del origen como sumo elemento representativo de todos estos valores.

La recién aprobada reforma de la PAC con sus nuevos requisitos para el acceso a ayudas o el papel principal que debe desarrollar el consumidor, nos obligará a hacer cambios, a plantearnos el futuro sectorial de una forma diferente a la que lo hemos hecho hasta ahora. Aumentando el cultivo acogido a la certificación ecológica, elaborando más vinos sin sulfuroso y disminuyendo el nivel en todos los demás, recuperando variedades ancestrales, adquiriendo notoriedad en conceptos como biodiversidad… pero, por encima de todo, mejorando la certificación de cara al consumidor sobre el producto que consume, potenciando la seguridad alimentaria.

Y todo esto, justo al contrario de lo que podría parecer, requiere de un gran esfuerzo tecnológico, inversor y de conocimiento. Pilares sobre los que habrá que construir el futuro de nuestro sector. Aspirar a que todo esto se pueda hacer de una manera colegiada, comprometida y correspondida por todos podría sonar a quimera, pero me atrevo a decir que resulta imprescindible en el mensaje ético que debemos hacer llegar al consumidor.

De igual forma que somos conscientes del peligro que representa un consumo excesivo de alcohol y que el vino contiene un porcentaje considerable, y luchamos todos los días por transmitir que es el propio conocimiento del vino el que te conduce hacia su cultura como mejor herramienta con la que luchar contra el alcoholismo. Tenemos que ser capaces de transmitir el resto de valores de los que somos garantes.

No es posible obtener buenos vinos sin un respeto al medioambiente, sin estar cerca de la tierra, sin mantener las tradicionales o velar por la trazabilidad del producto Y solo desde esa atalaya de valores es posible plantearse la rentabilidad de sus operadores.

Nuestra sociedad ha cambiado, la especialización se impone y convierte la profesionalización en el elemento básico sobre el que poder desarrollarla, en detrimento de la concepción de la agricultura como actividad secundaria. Lo que exige recursos y una gestión de la que hasta ahora, en muchos casos, hemos carecido.

De la misma forma que la calidad pasó de ser un hecho diferenciador a convertirse en un requisito sobre el que construir los mensajes que le dan valor al resto de intangibles; tenemos que ser capaces de entender que la excelencia es el único camino que nos queda para satisfacer a los consumidores.

El mercado es universal, sus posibilidades casi infinitas, la diversidad de consumidores, hábitos, canales de venta y destinos, convierten sus posibles combinaciones en interminables. Abanderar esas exigencias y valorar el papel que cada uno de los integrantes de la cadena de valor tiene, siendo capaces de construirla verdaderamente desde abajo, puede sonar como un brindis al sol, pero no nos olvidemos que, queramos o no, los controles han venido para quedarse, que cada día contaremos con mejores herramientas y la honestidad no dejará resquicio por el que escapar.