El alcohol, una batalla larga y complicada

Cuarenta millones de hectolitros de cosecha (39’916) ¿son muchos o pocos?

Pues, como diría un gallego (si me permiten el tópico), depende. Comparado con el año pasado, cuando se produjeron más de cuarenta y seis millones (46’105), no parecen excesivos. Si tenemos en cuenta que esta cosecha se enmarca dentro de una producción mundial de 247 Mhl, una de las más bajas de la historia, según estimación formulada en octubre por la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV); tampoco parece que pudiéramos tener muchas dudas sobre esa apreciación. Y, si considerásemos la estimación realizada por la Dirección General Agri de la Unión Europea, a fecha de hoy, que cifra la cosecha de la Unión Europea en poco menos de ciento cuarenta y ocho (147’693), junto con la del 2017, la más baja de la historia; bien podríamos decir que no tenemos ningún motivo para esgrimir en contra de esa estimación de corta producción.

Pero claro, si atendemos lo que emana del informe final del Comité Especial para Derrotar al Cáncer (BECA) y que señala el consumo de alcohol (sin distinguir procedencia) como un “factor de riesgo” en numerosos tipos de cáncer; apuntando que “no hay nivel seguro de consumo alcohólico” y recomendando “incluir avisos sanitarios en el etiquetado” (a modo de lo que sucede con el tabaco), así como un “incremento en los impuestos”; pues pudiera ser que acabara sobrándonos todo.

Es verdad que esta batalla que surge desde la Dirección General de Salud y Consumidores (“Sanco”) no es nueva. Que estamos hablando del Vino, un producto de nuestra Dieta Mediterránea, que cuenta con numerosos estudios científicos que avalan que su consumo moderado no solo no resulta perjudicial para la salud, siempre y cuando el consumidor no tenga otras afecciones, sino que puede llegar a ser preventivo en algunas afecciones cardiovasculares.

También es cierto que se ha conseguido moderar la propuesta de la ponente principal y que todavía restan muchas discusiones, por lo que es posible conseguir que, durante este tiempo, se consiga distinguir en la catalogación del consumo de alcohol según su procedencia o graduación.

Pero el mero hecho de que esta esté resultando una discusión recurrente, que algunos miembros del comité consideren que el simple hecho de que no se mencione expresamente al vino, ya es un paso positivo, o que no se descarte la posibilidad de utilizar el etiquetado inteligente, mediante un código QR, para estos avisos. Incluso que el propio compromiso del Sr. Ryan, responsable de esta Dirección, de reducir el consumo de alcohol en la UE un 10% antes del 2025. Son antecedentes que debieran concienciar al sector vitivinícola de las graves consecuencias que pudiera tener sobre el consumo este asunto y lo importante que resulta luchar ahora, que todavía se está a tiempo, por conseguir que se distinga a las bebidas de baja graduación (sidra, cerveza y vino) dentro de esta política.

Llevamos décadas trabajando por financiar estudios, a través de la Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (FIVIN) o la de la Dieta Mediterránea (FDM), que investiguen los efectos que el consumo moderado de vino tiene sobre la salud. Apostando por una política decidida de autocontrol mediante el programa Wine in Moderation. Creemos en la educación y fomento de la Cultura como herramienta con la que hacerle frente al consumo de borrachera. Y nada de todo esto parece ser suficiente para saciar las aspiraciones de unos políticos que parecen atender más a la cesta de votos que a las verdaderas consecuencias del consumo de vino sobre la salud.

El consumo interno se recupera

A pesar de todas las malas noticias que nos inundan, hoy podemos decir que el sector vitivinícola consolida la senda alcista y, aunque lejos de máximos históricos (11’088 Mhl), es posible asegurar que el trabajo hecho antes de la pandemia, a través de su Interprofesional, en la recuperación del consumo interno de vino en España estuvo bien hecho y sus resultados fueron sólidos.

Es cierto que, cuando hablamos de mercado y consumo, toda prudencia sobre lo que puede suceder en un futuro inmediato es poca. El análisis mes a mes de las cifras puede conducirnos a falsas esperanzas (o profundas depresiones) con datos que hubiera sido mejor tomar con más cautela de la que provoca la ansiedad por ver la luz al final de túnel, que suele acompañarnos. De ahí que analizar la información con un poco de perspectiva, más cuando las circunstancias generales que nos rodean son tan excepcionales e imprevisibles, resulte fundamental.

Sin entrar en muchas disquisiciones sobre conceptos estadísticos, es posible decir que el consumo de vino en nuestro país se recupera. Que lo hace a un buen ritmo y que confiar en estar en los niveles prepandémicos, máximo de la serie histórica desde que existe la información mensual del Infovi, en seis meses; no es una utopía.

Gracias a estos datos, hoy es posible estimar con gran exactitud un consumo aparente que, calculado por diferencia entre entradas y salidas, resulta bastante fiable. Sin duda mucho más que el proporcionado por el panel de consumo del Ministerio que, además de ir con un gran retraso, es parcial, al estar referido solo al de canal de alimentación.

Diez millones trescientos ochenta y nueve mil ciento cincuenta y seis hectolitros sigue siendo una cifra que, comparada con la producción de este mismo año: 35’863 Mhl de vino y 0’472 Mhl de mosto, resulta ridícula e impropia de un país de la tradición vitivinícola de España. Y sigue siendo un importante problema sectorial a resolver, si queremos mantener la aspiración de valorizar nuestros elaborados. Pero es un gran paso hacia adelante.

Las campañas desarrolladas por la OIVE pueden gustarnos más o menos. Podemos elaborar cualquier tipo de elucubraciones sobre cuáles hubiesen sido los resultados de haberse hecho de otra manera. Pero lo realmente cierto es que lo único medible es lo que se ha hecho, que las cifras avalaban el éxito de recuperar el consumo y, lo más importante, cuando se han relajado las restricciones a la hostelería impuestas por la pandemia, sus cifras se han mostrado favorables.

Horizonte alcista para los mercados vinícolas

Vivimos tiempos convulsos, las noticias tienen un marcado carácter negativo y los índices manejados para las previsiones económicas nos abocan hacia un escenario dantesco. Importantes subidas generalizadas en los precios amenazan con poner en peligro la estabilidad necesaria sobre la que se soporta cualquier recuperación económica y la credibilidad de nuestros políticos cotiza bajo mínimos. Y, a pesar de ello, es posible que el sector vitivinícola salga fortalecido y dé un paso al frente en su objetivo de mejorar la valorización de sus productos.

Sin caer en la trampa de confundir realidades con percepciones, hay que reconocer que la relación calidad/precio de nuestros vinos está muy por encima de los de cualquier otros del mundo. Pero, no es menos cierto que ofrecemos vinos baratos porque no somos capaces de venderlos con la fluidez necesaria a precios más altos.

La concienciación colectiva del sector, las necesidades de ir hacia una vitivinicultura más profesionalizada con criterios empresariales en su toma de decisiones y la globalización de los mercados, en un entorno de fuerte reducción de la oferta, consecuencia de una cosecha de las más bajas de la historia en la Unión Europea y estabilidad en la demanda con unos niveles de consumo mundial que se mantienen, a pesar de pandemias y restricciones; justifican la esperanza de los muchos que confían en ver aumentar los precios de sus vinos en las próximas semanas, una vez recuperada la actividad comercial, superadas las fiestas navideñas.

Razón necesaria, aunque no suficiente, para que ese aumento de precios en origen se produjera. Pero, que, afortunada o desafortunadamente (no sé muy bien cómo calificarlo), tiene una circunstancia a su favor para que así suceda. El gran aumento que llevan soportando las bodegas en los costes de elaboración, especialmente los referidos a los suministros (electricidad, gas y combustibles), insumos (productos enológicos, cierres, envases, cápsulas, etiquetas, cartonajes…) y logísticos. Sin que el problema haya acabado en ese aumento de precios, sino que, además amenaza con trasladarse también a un retraso en el suministro o, incluso, llegar a impedirlo para aquellos formatos o tamaños más especiales. Ello hace muy complicado poder pensar en los meses de febrero o marzo sin que veamos un incremento en los precios de los vinos en los distribuidores, que tendrán su lógico traslado en los de los supermercados y restaurantes. Subidas que, todo apunta a que, dada la magnitud que pudieran suponer, deban ser fraccionadas a lo largo del año en diferentes etapas.

Esto, que podría ser una excelente revelación, pues nuestros vinos siguen siendo (más que con buena relación calidad/precio) baratos, es una pésima noticia, pues nos enfrentaremos a una renta disponible menor en nuestros clientes y con la necesidad de dedicar una mayor parte de sus ingresos a cubrir las necesidades básicas, entre las que, desde luego, que no se encuentra el beber vino.

Y, a pesar de todo, tengo el firme convencimiento de que nos enfrentamos a buenos meses, con subidas en los precios en origen de nuestros vinos, datos de exportación creciendo y marcando récords y una clara tendencia en la recuperación del consumo interno. La buena labor de nuestros bodegueros, aderezada por un producto de calidad que es posible adquirir a un bajo precio y el escaso peso que tiene en la cesta de la compra. Junto con algunos aspectos psicológicos, marcados por el largo periodo de restricciones y la necesidad, como seres humanos, de tener la sensación de recuperar una parte de esa libertad perdida, debieran ayudarnos.

Estabilidad en el potencial productivo para un mercado en alza

Entre olas, cifras récord de contagios, subidas de precios, anuncio de revisiones al alza de los impuestos, los costes de la energía que se mantienen desbocados y los avisos del Banco Central Europeo de empezar a retirar los estímulos a los países del Euro en su política de enfriamiento de la economía… Las perspectivas para el recién iniciado 2022 no pueden ser peores. ¿O sí?

Porque podría darse que la paralización que lleva produciéndose en el mercado vinícola español se prolongara más allá de estas primeras semanas de año y la, tan ansiada, recuperación de la actividad y subida de los precios no acabara de llegar. Provocando una invasión de pesimismo que llevara a algunos operadores a ponerse nerviosos, comenzando con una peligrosa espiral de ventas a pérdidas que haría mucho más complicada la recuperación anunciada al inicio de la campaña, como consecuencia de la fuerte reducción de la cosecha a nivel europeo.

Pero, como es difícil que esto suceda, que la actividad comercial no aumente en número, volumen y precio, una vez superado este impasse que son siempre, las fiestas navideñas. Al menos esa es la idea que manejan las cooperativas vitivinícolas de Francia, Italia y España, aunque también se muestran muy preocupadas por los fuertes incrementos en los precios, ya se trate de los propios insumos (fertilizantes, fitosanitarios…), medios de producción (electricidad, vidrio, cartonajes, cierres, logísticos…) o los propios sueldos, con especial incidencia del salario mínimo interprofesional. Amenazando la estabilidad que todo mercado requiere para un buen funcionamiento y un correcto crecimiento.

Vamos a centrarnos en las modificaciones estructurales que se presentan y comencemos por destacar la publicación, el pasado 28 de diciembre de las resoluciones del Ministerio de Agricultura por las que se autoriza el mínimo legalmente establecido del 0,1% (946 hectáreas) de nueva superficie de viñedo para España en 2022. Excepción hecha de la D.O.Ca. Rioja, que se limita 0,1 ha y la prohibición de la conversión de derechos de plantación en autorizaciones. Similar situación al de las DD.OO. Cava y Rueda. Cien hectáreas en el caso de Ribera del Duero, donde sí se podrán convertir derechos de plantación y autorizar replantaciones; o dos y quince respectivamente para las DD.OO. Bizkaiko Txakolina y Getariako Txakolina.

Feliz Navidad y mejor 2022

Vayan por delante, en nombre de todo el equipo que hace posible la publicación de SeVi, nuestros deseos de una Feliz Navidad y un año próspero 2022. Esperamos que llegue repleto de buenas noticias y excelentes cifras de negocio que generen una rentabilidad digna en todos los sectores que integran la cadena de valor del vino.

Sabemos que no se están poniendo las cosas fáciles, que ciernen negros nubarrones sobre la economía y las tasas de crecimiento no están siendo las esperadas, que la ansiada recuperación económica no está siendo ni tan rápida, ni tan evidente como se nos había anticipado; y que la posibilidad de encontrarnos con nuevas restricciones a la movilidad que afecten directamente al canal de la restauración y hostelería cada día es mayor.

Aun así, las perspectivas para el sector tienen que ser muy positivas. Una cosecha europea de las más cortas de su historia tiene que suponer una actividad económica para nuestro sector muy importante. Pues, a pesar de nuestra pérdida de producción, contamos con volumen suficiente de producto vitivinícola con el que hacer frente a la demanda que nos pudiera llegar de los otros grandes productores mundiales: Francia e Italia. La gran labor desarrollada por nuestras bodegas por situar sus producciones en el mercado internacional nos ha llevado a situarnos como el primer país en exportación por volumen. Y en el consumo mundial sabemos, por la experiencia de recientes antecedentes, que mantiene una tasa mínima que, a diferencia de lo que sucede con nuestro consumo interno, no se ve fuertemente afectada.

También sabemos que las bodegas han hecho grandes esfuerzos, en estos casi dos años que llevamos con pandemias y restricciones, por adaptarse a la situación, han desarrollado sus páginas web, potenciado las ventas online e intentado llegar a sus clientes de una forma virtual. El trabajo desde casa se ha demostrado una alternativa válida y aunque superados los momentos más difíciles se ha puesto en valor la importancia del contacto social con una avalancha inimaginable de actividades de todo tipo que nos devolviesen a una cierta normalidad, también hemos sabido compaginarlo, haciendo posible que el mundo no dejara de girar en ningún momento.

Un buen ejemplo de este excelente trabajo pudieran ser los datos que se desprenden de las Cuentas Económicas del sector Agrario (CEA) elaboradas por el Ministerio de Agricultura y que sitúa el valor bruto de la producción vitivinícola durante 2021 tan solo un 4,5% por debajo del 2020.

Y digo tan solo porque teniendo en cuenta la situación y que el volumen de la cosecha se ha reducido un 16,4%, gracias a un aumento en los precios de salida en origen de bodega del 14,2%, el efecto ha sido reducido y la producción ha alcanzado un valor estimado de 1.137,4 M€, apenas cincuenta y cuatro millones de euros menos que el año anterior y ochenta y seis millones trescientos mil euros menos que el prepandémico 2019. Caída que está acorde a la sufrida por la Renta Agraria por Unidad de Trabajo a tiempo completo y año (UTA) que se situó en 34.436,8 € (-4’6%)

Situación similar a la acontecida con el canon de arrendamiento medio del viñedo de transformación de secano en 2020 que pasó de los 345 del 2019 a los 334 (-3,6%). Eso sí, con valores muy dispares entre las diferentes Comunidades de las 10 que aportan datos, ya que frente los 996 euros por hectárea que son necesarios en el País Vasco para arrendar, en Madrid bastan 97 y en Castilla-La Mancha 292.

Un buen dato de consumo

Hablar de la recuperación del consumo siempre es una excelente noticia. Hacerlo en nuestra nación, donde nos encontramos con tasas que rozan lo ridículo para un país en el que el vino es parte intrínseca de sus tradiciones, motivo doble de satisfacción.

Que la tasa interanual presente un crecimiento del seis por ciento, volviendo a situarnos por encima de los diez millones de hectolitros (10’039 Mhl) debiera ser motivo de deleite y orgullo para todos los que, desde nuestra humilde contribución, luchamos en nuestro día a día porque así sea.

Y aunque la dicha nunca es completa y siempre podríamos encontrarle un pero a la noticia que surge del Infovi correspondiente al mes de octubre; debiéramos valorar lo que de bueno representa. Y es que los esfuerzos que durante años y años lleva haciendo el sector por recuperar el consumo de vino en España parece que van consolidándose y nos permiten pensar en que, efectivamente, es posible atraer a nuevos consumidores al vino sin tener que renunciar por ello a aumentar la frecuencia de consumo en nuestro país.

Si consideramos que a 1 de enero de 2021 la población en España era de 47.394.223 personas y la mayor de 18 años, mínimo legal para el consumo de cualquier bebida alcohólica, se situaba en 39.154.892, siempre según el Instituto Nacional de Estadística (INE); una simple división nos daría como resultado que cada español consumimos 21’182 litros al año. Cifra que, si excluimos a los menores, llega hasta los 25’639 litros por persona y año.

Lo que, considerando el importante peso que en ese consumo juega el que se produce fuera del canal de la alimentación (hogar), tiene mucho más mérito. Pues si bien en el mes de octubre la situación por el Covid estaba mucho más normalizada de lo que la tenemos actualmente, los españoles seguíamos teniendo que afrontar importantes problemas derivados del aumento de los costes energéticos y nos mostrábamos remilgados en la recuperación de las tasas de consumo prepandémicas.

Muy posiblemente, visto cómo están evolucionando los datos de contagio, la aparición de nuevas variantes del virus, la ya total seguridad de que el precio de la electricidad estará muy por encima de lo que nos prometieron, que el gas está siendo utilizado por los países productores para presionarnos políticamente o que el desmadre de los costes logísticos está disparando los precios de los diferentes insumos (lo que más pronto que tarde acabará teniéndose que trasladar al precio de la botella), nos debiera hacer pensar en que noviembre y diciembre tendrán un comportamiento algo menos positivo, devolviéndonos a cifras por debajo de esa psicológica barrera de los diez millones de hectolitros.

Pero mientras eso llega, quedémonos con lo mucho que de optimismo tienen estos datos y no perdamos la esperanza en que pronto podamos ver cantidades cercanas a los once millones.

El consumo per cápita en España supera los veinte litros

Sin ningún género de dudas, el consumo per cápita en España es el asunto que más ocupa y preocupa al sector. Producir sin que lo que elaboras llegue a tener un reconocimiento en el lugar en el que lo haces es tanto como quedarse a medias.

Sabemos que el consumo de vino, como el de cualquier otra bebida alcohólica, está sujeto a factores que poco o nada tienen que ver con su calidad, que aspectos ligados a los momentos de consumo, presentación, representación o modas, pesan mucho más que la propia calidad. Y qué vamos a decir de la tradición: un valor poco reconocido por los jóvenes y que, cuando lo hacen, no siempre es para bien.

Nos pasamos la vida preguntándonos cómo podemos hacer por atraer a los nuevos consumidores. Incluso cada vez más, en un ejercicio, que en algún momento deberemos hacer con algo más de profundidad de lo que lo hemos hecho hasta ahora, hemos llegado a cuestionarnos si no estaremos errando el tiro y gastando ingentes cantidades de fuerza en acercarnos a unos consumidores que carecen de los elementales valores para entender el vino, como lo entienden las generaciones de consumidores actuales de vino, y si no sería más adecuado incrementar la frecuencia de los que ya lo hacen.

En nuestro afán por encontrar esa piedra filosofal sobre la que sustentar nuestra recuperación del consumo, soñamos con cambiar el mix entre mercado interior y exterior y darle el protagonismo que merecería en el primer país del mundo por superficie vitícola en cultivo tradicional, pero también en ecológico, el segundo este año en producción, aunque ese aspecto sea, estrictamente, algo coyuntural. Y, lo más importante, un país en el que el Vino juega un papel protagonista en su forma de vida; por encima de cifras y cualidades.

Al mismo tiempo, nos devanamos los sesos intentando encontrar ese mensaje con el que hacerle llegar a los consumidores que somos el país más rico del mundo, pero que nuestros vinos tienen los precios más bajos de todos los países productores y que, con esos condicionantes, el futuro de una parte muy importante nuestro sector, como es el viñedo, corre el peligro de industrializarse y perder ese valor que lo ha hecho diferente y le da argumentos a empresarios provenientes de otros sectores de acercarse al vino e invertir sus dineros y buen hacer empresarial en el sector. Aunque no siempre hayan acabado entendiéndolo y las experiencias hayan resultado sonoramente calamitosas. Pero también los ha habido que sí han sabido hacerlo y han permitido respirar aire puro, romper incluso algunos tópicos fuertemente arraigados y demostrar que no solo se pueden hacer las cosas de una forma diferente, sino que, también, de una forma exitosa.

Pero, para todo esto y, para cualquier otra cosa que se quiera hacer con la mínima posibilidad de éxito exigible a cualquier proyecto, hace falta una información precisa, veraz y actualizada. De la que, después de enormes esfuerzos, podemos decir que, aunque siempre mejorable (especialmente en algunos aspectos muy concretos como el tema de las estimaciones de vendimia), hoy en día disponemos gracias al Infovi y resulta accesible gracias a la Interprofesional, cuyo esfuerzo en este sentido poco se conoce y menos se reconoce. Cuando resulta fundamental.

En estos días atrás, el propio OEMV, ha remitido una Nota de Prensa en la que decía que “España ha vuelto a superar en septiembre de este año el umbral de los 20 litros por persona y año, que no alcanzaba desde hace 12 meses”. Información totalmente desconocida para la gran mayoría de los consumidores y muchos medios de información generalistas y extremadamente esperanzadora para los que sí estamos familiarizada con ella por lo que se refiere a la posibilidad de seguir creciendo en el corto plazo hasta superar los 23,4 litros que marcó diciembre del 2019.

España bate récord exportador

Cuando hablamos de exportaciones vitivinícolas, estamos hablando del destino de dos veces y media lo que consumimos en nuestro mercado interior. O lo que es lo mismo, de la colocación de algo más de la mitad de todo lo que producimos. Ocuparnos de lo que sucede con este tipo de operaciones resulta fundamental para la inmensa mayoría de nuestras bodegas y, por extensión, de nuestros viticultores, los que, a través de sus cooperativas, dan trasladado de estos datos en sus liquidaciones.

Afortunadamente, hace ya muchos años en los que, con sus naturales altibajos, este tema es motivo de satisfacción. Los volúmenes crecen de una forma constante y los países en los que estamos presentes con nuestros vinos son más y en mayor proporción.

Aumentar un 23,9% hasta alcanzar los 23,68 millones de hectolitros exportados, como lo han hecho los productos vitivinícolas en los primeros nueve meses del año, con respecto al periodo anterior. Incluso el +20,6%, que es el crecimiento en tasa interanual que suponen los 31,01 Mhl expedidos en 12 meses. Es una excelente noticia, sin peros posibles que la empañen.

Lo sucedido con el valor, ya es otro tema, pues si bien los 2.416,8 millones de euros que hemos facturado en lo que llevamos de año supone un incremento del 14,8%. Baja hasta el 11,5% cuando tomamos los 3.262,4 M€ de los datos interanuales y nos devuelve a la cruda realidad de nuestro sector y el papel que juega en el ámbito mundial.

Un precio medio de 1,02 €/litro (-7,3%) en tasa anual y 1,05 (-7,6%) en interanual resulta totalmente inadmisible para un país que aspira a mantener una viticultura y unas bodegas sostenibles. Así como decepcionante en la consecuencia del famoso cambio en el mix de productos, que todos los analistas señalan como fundamental para nuestro desarrollo sectorial. Las cifras no hacen sino devolvernos a la cruda realidad de un producto commodity, con escaso valor, al menos en el percibido por el consumidor y altamente sensible a los vaivenes de la producción del resto de los grandes productores del mundo.

Pues, si bien los datos de vinos son algo mejores, con un precio medio en lo que llevamos de año de 1,20 €/l, esto representa una pérdida de ocho céntimos (-5,7%), para un volumen que crece el 20,2% hasta los 17,5 Mhl y un valor de 2.104,74 M€ (+13,3%).

Muy parecidos a los datos interanuales que sitúan el volumen en los 23,06 Mhl (+16,5%), el valor en 2.863,66 M€ (+10,1%), arrojando un precio medio de 1,24€/l, un -5,6% y ocho céntimos menos.

En envasados, todas las categorías aumentan su facturación, siendo los de licor los que más lo hacen con un 43,1% mientras que los I.G.P. son los que menos la elevan, con apenas un 0,7%. En tanto que, en volúmenes, los espumosos son los únicos que caen un 4,6% y los de aguja aumentan un 46,4%

Mientras que, en los graneles, la categoría más voluminosa, tranquilos sin D.O.P./I.G.P., aumenta el 34,9% su volumen hasta los 7,24 Mhl y un precio medio un 19,9% inferior de 0,38 céntimos litro.

El vino como un producto de lujo

Se define como un bien de lujo aquel producto o servicio en el que, ante ingresos más elevados del consumidor, la demanda aumenta en una mayor proporción. Es decir, aquel donde el consumo se acelera si el poder adquisitivo del usuario aumenta. Con una apreciación importante y es que, a diferencia de los bienes de primera necesidad, los de lujo son perfectamente prescindibles. Influyendo en su consumo factores que poco tienen que ver con la calidad intrínseca de producto, como la asociación de marca, la disponibilidad, el precio y el estado socioeconómico o cultural.

Con el ánimo de no aburrirles demasiado con definiciones económicas, totalmente innecesarias en estos momentos; no creo que haya nadie de los que están leyendo estas palabras que no pueda identificar al vino con esta definición. Tampoco me parece muy necesario tener que incidir sobre la importancia que la comunicación tiene en la sociedad del siglo XXI, o la diversidad de los consumidores y mercados.

Bajo este panorama, cabría preguntarnos ¿cuántas de nuestras más de cuatro mil bodegas comunican bajo estas circunstancias?

La comunicación no es más que la forma que tenemos de relacionarnos y compartir experiencias y emociones; sensaciones que aspiramos a olvidar rápidamente si son negativas y a recordar y repetir si son satisfactorias.

Tener la posibilidad de convertirnos en portavoces de experiencias y hacerlas aspiracionales para el máximo de nuestro público objetivo es uno de los principales fines que persigue cualquier empresa. También de las bodegas, aunque en algunas ocasiones no lleguen a ser conscientes de ello con tanta claridad como para permitirles establecer correctamente una conversación con sus consumidores.

Pasar de un producto básico, como lo era el vino que consumían nuestros abuelos (dos generaciones) a uno de lujo no es fácil. Hacerlo en una sociedad que ha visto fuertemente modificada su escala de valores, lo dificulta bastante. Y, si a eso le añadimos el tradicional problema de comunicación intergeneracional, el tema se complica sobremanera y exige una dosis de imaginación que va mucho más allá de campañas o eslóganes.

Nuestros jóvenes son más colaborativos, creativos, innovadores y autosuficientes; han nacido con un teléfono inteligente en las manos que les permite estar más informados y se muestran exigentes, según una encuesta realizada por Deloitte. Pero, en cambio, resulta difícil captar su atención durante mucho tiempo, se aburren con facilidad, odian la rutina y necesitan cambiar de aires con frecuencia.

El cambio en los hábitos de consumo y la apuesta por la economía circular están rediseñando las reglas del juego en la toma de decisiones de los consumidores. Las generaciones más jóvenes son las más comprometidas con la ecología y el medio ambiente. Según recoge el estudio GlobalWebIndex, 6 de cada 10 millennials (22-35 años) están dispuestos a pagar un ticket mayor por productos ecológicos y sostenibles, seguidos por el 58% de la Generación Z (16-21) y el 55% de la Generación X (36-54). Casi la mitad (46%) de los Baby Boomers (55-64), serían favorables de incrementar el gasto por productos más “ecofriendly”.

Baby boomers (1946-1964): Oriéntate hacia Facebook, ofrece varias opciones de asistencia (correo electrónico y teléfono), utiliza el móvil para el marketing.

Generación X (1965-1980): Simplifica el proceso de compra, anuncios en videos, ofrece recompensas y programas de lealtad.

Millennials (1981-1996): Marketing de influencers, reseñas en línea para la reputación e ingresos, identidad de la marca constante.

Generación Z (1997-2012): Personalización, influencers para ganar público, definición de marca en redes sociales.

Hacia una normalidad de los fletes

A pesar de los momentos tan convulsos que vivimos, el sector vitivinícola español podríamos decir que se enfrenta a unos tiempos prósperos y llenos de grandes oportunidades.

Baste echarle un vistazo a las grandes cifras de la cosecha de cada uno de los países, o al volumen de nuestras exportaciones, en máximos históricos. Para poder intuir que la campaña debe sernos altamente favorable a nuestros intereses. Que no son otros que vender y hacerlo a un mejor precio.

El pero a toda esta situación lo encontramos en las condiciones en las que se está desarrollando el comercio internacional. Altamente sensible a la subida de los costes de transporte, así como a las dificultades con las que algunas bodegas se están encontrando en la disponibilidad de los contenedores con los que transportar las materias primas como mercancías.

Para poder averiguar cuál pueda ser la evolución de estos costes, podríamos tomar como referencia el Baltic Dry Index (BDI), un índice referenciado de hasta 20 de las rutas clave marítimas en régimen de fletamento de todo el mundo. Cuyo valor el, 12 de marzo de 2020 día antes a declararse la pandemia y el confinamiento era de 615, que alcanzó su nivel máximo el 8 de octubre de 2021 llegando a los 5647 y que actualmente se encuentra en los 2800 con una clara tendencia bajista.

Lamentablemente no podemos decir lo mismo de los diferentes combustibles (petróleo y gas) o electricidad, cuyos conflictos internacionales siguen utilizándolos como rehenes en sus presiones diplomáticas y para los que no se confía una normalización en el corto plazo.

De momento, sabemos que, excepción hecha del fuerte incremento que han experimentado los precios de todos los consumibles que emplean nuestras bodegas: etiquetas, vidrio, cartón, corcho, tapones sintéticos, madera, durmientes, depósitos… los problemas no han ido más allá de un fuerte incremento de los precios, sin que se haya producido un desabastecimiento, excepción hecha de aquellas partidas especiales o de fabricación propia para las que, aquí sí, en algunas ocasiones no es posible abastecerse.

Es de esperar que esta situación se normalice junto con el coste de los fletes marítimos, al fin y al cabo están fuertemente ligados y que para las primeras semanas del próximo año podamos estar hablando de una mayor normalidad.