Unas previsiones que desvirtuaron el mercado

Sin entrar en profundidad en el asunto, ante la incapacidad de argumentos con los que hacerlo, resulta destacable lo sucedido con la estimación de cosecha europea de este año. Aunque es verdad que se trata de un tema recurrente, lo sucedido este año requeriría de algo más que una simple modificación de las cifras publicadas por Bruselas.

Pasar de una cosecha inicialmente prevista de 147’69 millones de hectolitros, 143’665 de vino y 4’028 de mosto en la UE-27; a los 155 en los que ya estamos ahora mismo, según las perspectivas de producciones agrarias publicadas por la Comisión Europea el pasado 5 de abril, resulta sorprendente e inadmisible.

Crecer cinco millones de hectolitros, (+11’10% respecto a su previsión inicial de vendimia) y llegar a los 49.493.025 hectolitros (similar a la del 2020 en Italia) hace que la cosecha en el país transalpino haya cambiado del rojo al verde con respecto al año anterior. Pero, lo que es todavía más importante, que, a nivel europeo, prácticamente se iguale la producción de un año con otro.

Si atendemos a cómo se desglosa la cosecha, según las declaraciones de producción presentadas ante la AGEA (equivalente al FEGA español), llama poderosamente la atención el fuerte incremento experimentado en los mostos que alcanzan, prácticamente los ocho millones de hectolitros (7.921.301), superando con mucho los 4’053 Mhl alcanzados este año por el que tradicionalmente siempre ha sido el primer productor de mostos, y que no es otro que el que nos alberga.

Aunque, en esta ocasión, nos quede el triste consuelo de no haber sido nosotros los causantes de tan disparatado desbarajuste en las cifras, con desviaciones de semejante calibre, resulta muy complicado poder realizar cualquier programación y establecer una estrategia comercial adecuada.

¿Significa entonces que esta anomalía es la que está provocando una evolución comercial de nuestras cotizaciones tan “extraña”, anclando las cotizaciones y con oscilaciones prácticamente inapreciables, especialmente en la categoría de tintos?

Pues que cada uno extraiga la conclusión que mejor considere. Pero, atendiendo al sabio control que tradicionalmente hacen los operadores italianos de nuestro mercado al inicio de la campaña, con movimientos tácticos en sus operaciones hasta conseguir situar los precios en los niveles que consideran adecuados a sus intereses; no sería descabellado pensar que algo así pudiera haber pasado.

¿Aceptable? De ningún modo, pero real como la vida misma. Y, aunque nos consta que tanto la Dirección General de Agricultura de la CE, como la OIV, se muestran preocupados por lo sucedido, no acabando de explicarse cómo es posible semejante baile de cifras en una estimación de cosecha; poco o nada se puede hacer más que analizar concienzudamente las declaraciones presentadas.

En cuanto al mercado, ya poco tienen que decir estas circunstancias. Llegados a las fechas en las que nos encontramos, son las previsiones y los posibles efectos de heladas inhabituales y eventuales episodios de granizo, los que marcarán la evolución del mercado y sus cotizaciones.

Precios estancados para unas disponibilidades a la baja

No hay duda, o al menos para mí, que, de todos los datos recién publicados por el Infovi, correspondientes al mes de febrero, el más destacable es el del consumo interanual aparente. El único que no aparece en el informe oficial del Ministerio y que se calcula por diferencia entre salidas y entradas nacionales interanuales. La cifra que, de forma más aproximada de todos los datos publicados al respecto, nos aproxima a conocer cuál es el consumo de vino en nuestro país; estimar el consumo per cápita y cuantificar el resultado de los grandes esfuerzos que se están haciendo por situar el consumo de vino en nuestro país en niveles similares a los que disfrutan el resto de países productores.

Comparar variaciones entre los datos de este año con el (históricamente desastroso) 2021, por las razones por todos conocidas, carece de relevancia. Pues si el efecto estadístico, que tan negativamente jugó en nuestra contra entonces, ahora nos resulta altamente beneficioso, resulta peligrosamente engañoso. Algo más orientativa podría ser la tendencia, claramente positiva, que, desde entonces, muestra este dato. Solamente truncada su línea ascendente en el mes de julio y que lleva remontado, prácticamente un veinticinco por ciento (dos millones de hectolitros) desde el mínimo, alcanzado en febrero de 2021.

¿Es una cifra aceptable para uno de los principales productores del mundo y el primero en extensión de viñedo? Tajantemente, no. Pero es un hecho esperanzador que la pérdida constante a la que estábamos sometidos se haya conseguido doblegar.

Aunque no esté siendo suficiente para que, junto con unas exportaciones que van marcando cifras de récord, el mercado reaccione y los precios suban. Recuperar precios en un escenario inflacionista como el que estamos viviendo pudiera parecer incoherente. Pero vender los vinos por debajo de los costes de producción y condenar a los viticultores al abandono de las tierras, despoblación de los pueblos y desertificación de los suelos es mucho más grave.

Las existencias son un 9’6% menores. Por colores, los blancos justifican su mayor fortaleza en los mercados con unas disponibilidades un 16% inferiores, mientras que los tintos deben conformarse con el 4’3%. Y los efectos del último temporal de frío y nieve que nos ha dejado tiritando en toda España, apenas parece que tendrán consecuencias sobre la próxima cosecha.

Por un cambio en la focalización de los esfuerzos

Vender más caro podríamos decir que es el OBJETIVO, con mayúsculas, de un sector que se sitúa en el furgón de cola de los países productores. Cómo conseguirlo es una pregunta a la que, hasta el momento, no se le ha encontrado respuesta. O sí, pero con escaso éxito.

Estamos cansados de escuchar que nos encontramos frente un sector maduro, altamente competitivo y con grandes dificultades para conseguir valorizar nuestros productos. Incluso se nos ha repetido, en innumerables ocasiones, que para eso hay que viajar más, invertir en equipos comerciales formados, con idiomas y confiados en la calidad de nuestros productos.

Hasta, en un momento determinado, cuando se planteaba una reforma de la política vitivinícola europea (OCM) del sector, ante la necesidad de conseguir un equilibrio entre la oferta y la demanda que no hiciera necesarias más medidas de intervención a modo de destilación (como lo eran en algunos países como el nuestro); se consiguió, frente las diferentes necesidades del resto de socios comunitarios, nacionalizar los fondos y permitir que cada Estado los destinara a aquellas medidas que mejor encajaran en esa tarea de producir un producto más ajustado a las necesidades del mercado, con un mayor valor añadido.

Sin volver sobre manidas discusiones en torno a cuál era el destino de ese alcohol obtenido en aquellas destilaciones y la necesidad que nuestro sector tenía de ese producto. O la escasa información con la que se realizaron los planes de reconversión y reestructuración de nuestro viñedo, media estrella en la que se ha invertido más de la mitad del total de fondos y cuyos resultados bien podríamos concluir que se han limitado al arranque de una parte importante de nuestro patrimonio vitícola; agravar los bajos precios pagados en origen por las uvas, compensados por aumentos desproporcionados de rendimientos en un país donde el agua puede que sea el bien más preciado; y un desequilibrio entre variedades blancas y tintas, bajo el argumento de que las tintas siempre tendrían mejor precio que las blancas.

Se olvidaron, o no, simplemente había que establecer un régimen de prioridades; que lo que se produce es para venderlo. Y que, para eso, no solo era necesario adaptar las variedades o mejorar las instalaciones, sino, especialmente, encontrar a quién vender.

Hemos hecho un gran trabajo en la restructuración del viñedo, en la mejora de las instalaciones de vinificación de nuestras bodegas. Y hasta hemos conseguido situarnos líderes en exportación, cuando hablamos de volumen, convirtiéndonos en la bodega de la que abastecer de producto al resto socios comunitarios.

Pero… seguimos vendiendo con poco valor añadido y haciendo muy difícil el mantenimiento de la población, ante el escaso beneficio que deja la actividad vitícola. Se ha demostrado que el tamaño no siempre es suficiente y que, si bien en determinados modelos de negocio es un factor primordial, los hay en los que no es necesario y, menos, imprescindible.

Ahora, el Ministerio apuesta por un cambio en la orientación de su política vitivinícola y ha decidido apostar por las medidas de promoción en terceros países y darle mayor relevancia al factor de sostenibilidad en los planes de reconversión.

Buenas cifras para un sector que afronta la situación con fortaleza

Posiblemente si usted es una de esas bodegas que tantos problemas está teniendo para poder sacar las botellas que tanto le han costado vender; o de las que están recibiendo la llamada de sus proveedores (prácticamente de cualquier insumo) para decirle que los precios que le habían dado en su momento ahora no se los pueden respetar y que cuando necesite algo, llame primero para saber cuándo se lo pueden servir y a qué precio; que yo les diga que tenemos buenas noticias y que la recuperación está yendo bastante bien, podría sonarle a sorna. Y, créame que no hay nada más lejos de mi intención.

Es verdad que, entre crisis, pandemias, huelgas, inflación y guerras, el mundo está revuelto. ¡Qué digo revuelto! Está patas arriba y sus efectos sobre la economía están siendo muy graves e impredecibles. Tampoco es menos cierto que esto, más que probablemente, traerá consecuencias que van mucho más allá de ajustes de precios o caídas de consumo. Pero mientras esto llega (y sin olvidarnos de que debiéramos intentar adelantarnos a los problemas y definir el escenario en el que nos gustaría poder seguir trabajando), mi consejo sería que siguieran disfrutando de estos momentos que tanto les ha costado alcanzar.

Los datos del sector están recuperándose y las perspectivas, hasta ahora, siguen siendo muy buenas. Tan positivas como el estar en cifras récord de exportación o en nivel prepandémicos de consumo permitan calificarlas.

Superar los diez millones y medio de hectolitros como consumo aparente en enero, supuso un incremento del 16’6% sobre el mismo mes del año anterior, Excelente noticia, pero no tanto como que fueran los vinos envasados, los de mayor valor, los que crecieran un 17’2% o que el consumo se situara por encima de los 22 litros por persona y año.

Las existencias disminuyeron un 9’1% hasta los 56’585 Mhl frente los 62’275 del mismo mes del año anterior.

Y las exportaciones, ese gran balón de oxígeno de nuestro sector, allí donde vendemos cerca de tres veces lo que consumimos; superan los treinta y un millones de hectolitros (31’016 Mhl) y los tres mil trescientos millones de euros (3.323’8 M€) en salidas de productos vitivinícolas, un 17’4% y un 13’7%, respectivamente, de crecimiento con respecto el mismo mes del 2021 en Tasa Interanual (TAM). Crecimiento ligeramente inferior al 15’1% y 12’3% que respectivamente han aumentado nuestras exportaciones de vino hasta alcanzar los 23’065 Mhl y 2.906’6 millones de euros.

No dejemos que problemas que se escapan a nuestras posibilidades nos resten la satisfacción que nos pudieran proporcionar estas cifras en las que tanto y tanto trabajo hay.

El sector vitivinícola deberá definir qué quiere ser

Después de la, tristemente famosa, crisis financiera del 2008, en la que saltó por los aires uno de los sistemas que se creía, hasta entonces, de los más robustos del mundo; y que se llevó por delante los ahorros de millones y millones de personas. Creíamos que lo habíamos visto todo y que la recuperación, aunque muy lenta en nuestro país, nos permitiría salir fortalecidos de ella. Como siempre había sucedido en crisis anteriores.

Los hechos demostraron que las cosas podían empeorar, con la aparición de un virus que se encargó de dinamitar el modelo sanitario, poniendo en evidencia su fragilidad y la incapacidad de muchos gobiernos para hacer frente a una pandemia mundial que paralizó, esta vez literalmente, la economía. Dando al traste con muchos de esos Derechos Fundamentales sobre los que se sustentan las sociedades de los países “desarrollados”.

Cuando todavía no habíamos puesto en marcha los mecanismos que, esta vez desde la Unión Europea, se implementaron para hacer frente a las catastróficas consecuencias que el virus había ocasionado; hete aquí que la energía comienza una fuerte escalada de precios, muy superior a la crisis del petróleo de los años setenta. Crisis que algunos consideran se debe, precisamente a imposibilidad de dar respuesta a la demanda tan brusca que exige la vuelta a la “normalidad” en la producción industrial. Otros la califican como una estrategia geopolítica, cuyo principal objetivo comprobaríamos más adelante. Consecuencias que no acaban aquí, sino que llevan a aparejados incrementos de los costes logísticos, falta de materias primas y productos tan necesarios en una sociedad tecnológica como los semiconductores. Evidenciando otra de las grandes carencias de nuestro (el europeo) sector productivo: la gran dependencia exterior.

De lo que vino después, con la invasión de Ucrania por parte de Rusia y la postura adoptada por los países “occidentales”, de los que somos una parte importante; casi mejor, por respeto a las miles de personas que han pagado con su vida, ni comentarlo. Evidenciado otra gran insuficiencia de Europa en lo relativo a la Defensa y Política Exterior.

Y como si todo esto no fuera suficiente o, quizás como consecuencia de todo ello, los problemas domésticos que todas estas “crisis” habían ido ocasionado en los países comienzan a estallar, ante la incapacidad de la clase política de ponerles solución.

Financiero, sanitario, energético, productivo, de defensa y político. Son muchos frentes para pensar que no nos vayamos a ver, como sector vitivinícola, afectados de una forma mucho más importante que aquellos meros daños colaterales que lleven aparejados.

Cifrar el efecto que tendrá en nuestro mercado exterior la crisis de Ucrania. La falta de materias primas e insumos como cartón, etiquetas o vidrio; pero también fertilizantes o fitosanitarios. La falta de medios logísticos (terrestres y marítimos). La caída en el consumo ante la reducción de la capacidad económica de los ciudadanos…

Pueden ser anecdóticos si queremos, de verdad, afrontar las reformas que estos quince años nos han puesto en evidencia. Nos enfrentamos a una crisis global y, muy especialmente, de la Unión Europea. Y, desde el sector, deberíamos estar preparados para llevar la iniciativa de lo que queremos ser y cómo, en un nuevo escenario con recursos mucho más escasos y, me temo, que mucho menos sociales.

Un sector que apuesta por la Paz

Es más que probable que, con el escenario bélico que vivimos, cualquier información vitivinícola pueda parecer irrelevante. Incluso aquella relacionada con las posibles consecuencias que este conflicto pudiera tener sobre el negocio vitivinícola que mantenemos con los países afectados.

Y digo países afectados, ya que son mucho más que los directamente implicados: Rusia y Ucrania. Colindantes como Bielorrusia, Polonia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Moldavia; o de la órbita de las antiguas Repúblicas Soviéticas como son los países bálticos: Letonia, Estonia y Lituania. Los que se están viendo damnificados de facto por la situación, en la que la Unión Europea y Estados Unidos, principalmente, intentan hacer frente a carros de combate y fusiles, con sanciones económicas y el estrangulamiento de la economía rusa. Consecuencias comerciales que serán mucho mayores conforme vaya dilatándose la escalada bélica.

Salvadas las oportunas obviedades de nuestro ferviente deseo de que esta situación acabe rápidamente y se respete la libertad del pueblo ucraniano; las posibilidades de que el comercio internacional vitivinícola acabe viéndose afectado por las sanciones impuestas son muchas y de gran importancia.

Nuestra fuerte dependencia del mercado exterior, las implicaciones que está situación está teniendo en las subidas de coste de las materias primas y energéticas, y las pronunciadas escaladas de los precios que están poniendo en serio peligro la estabilidad necesaria para el desarrollo de la economía; hacen necesaria la reasignación de recursos y anotar en probables la pérdida de importantes cantidades que, inicialmente, iban asignadas a la recuperación de los efectos de la pandemia, de la que ya apenas nos acordamos, pero cuyos efectos han sido de tal magnitud que ha obligado a la Unión Europea a emitir deuda pública mancomunada por primera vez en su historia.

Claro que, para cambios los que se han producido en la diplomacia, donde, por primera vez se ha escuchado a la Unión Europea con una voz única.

Pero volviendo al tema que nos debería ocupar en una revista sectorial como esta, las consecuencias a las que deberemos enfrentarnos van mucho más allá de los 24’2 millones de euros que le facturamos a Rusia el pasado año y los 16’2 a Ucrania. Los 7’7 M€ de Bielorrusia, incluso los 26’5 de Letonia y 16’4 de Lituania, según el OEMV, que también podrían verse fuertemente afectados.

Todos mercados con fuertes vasos comunicantes en los que las bodegas españolas han realizados importantes esfuerzos en la última década por hacerse un hueco, que ahora están en peligro. Un buen ejemplo, podrían ser los referidos a Ucrania, que ha pasado de 6’788 millones de litros de vino español en el 2012 por un valor de 4’364 millones de euros, a los 13’66 Mltr y los 16’172 M€ en 2021.

Y, aunque no sea comparable, no debiéramos perder de vista la iniciativa adoptada por la Interprofesional Vitícola de Francia de cara a reducir sus fluctuaciones de cosecha, con las que “corren el riesgo de no tener suficiente oferta para atender la demanda de los mercados” que, apoyada por el Consejo Vitivinícola de FranceAgriMer, han llamado “reserva climática” y que no sería más que una actualización de los contratos de almacenamiento privado y supondría una amenaza a ese volumen de vino español que cubre estas eventualidades.

Una recuperación empañada por misiles

Cuando los datos de consumo interno del mes de diciembre apuntaban hacia una recuperación que nos acercaba a los niveles prepandémicos con 10’446 millones de hectolitros y un consumo per cápita de 22 litros (casi un litro más que el año anterior y un aumento del 14’3%), y podíamos intuir grandes noticias para el sector, cuya recuperación se consolidaba y sobre la que quedaban pocas dudas, que no fueran aquellas referidas a dónde podría tener su techo (o, dicho de otra manera, si el cambio de los hábitos de consumo impuesto por las restricciones en el canal no alimentario acaba consolidándose y rompemos la barrera de los once millones que se alcanzaron en febrero del 2020); los datos de las exportaciones del 2021, no solo confirman esta recuperación sectorial, sino que, incluso, nos permiten aspirar a recobrar unos precios que, lamentablemente, siguen siendo la gran asignatura pendiente de nuestras bodegas.

Crecer un 16’5% en el volumen de productos vitivinícolas, alcanzando los 30’906 Mhl no es ninguna tontería. Que ese crecimiento sea del 13’9% cuando nos referimos solo a vinos (sin aromatizados, mostos ni vinagres) y estemos en cifras de 22’985 Mhl, nos sitúa en niveles históricos de los que nos deberíamos sentir satisfechos, ya que nos han permitido dar salida a una parte importante de nuestras existencias (casi cinco millones de hectolitros menos [60’232] -7’5%, de los stocks que teníamos en diciembre del 2021 [65’107]. Con un claro descenso en todos los tipos y categorías de vino, aunque con una clara mejoría en los blancos, que se reducían el 13’8% y el 2’0% si lo hacíamos de los envasados).

Situación que, aunque también ha tenido su traslación a los precios, aquí su impacto ha sido mucho menor. Ver los precios a los que están cotizando los vinos en las diferentes plazas españolas y la evolución que han seguido a lo largo de lo que llevamos de campaña. O los precios medios a los que se han cerrado las exportaciones: 1’06 €/litro (-4’8%) para todos los productos vitivinícolas o los 1’25 €/l de los vinos (-3’9%). Vienen a poner en evidencia el gran trabajo que todavía nos resta por hacer en esta especie de batalla por valorizar nuestros productos, con el cambio en el mix que ello requeriría. Desde los 0’35 €/l de los vinos a granel sin D.O.P./I.G.P.; hasta los 4’03 de los envasados con D.O.P., tenemos un gran camino que recorrer y un gran potencial de crecimiento.

Y como la dicha nunca puede ser completa, cuando parecía que empezábamos a salir de la crisis provocada por el Covid-19 y cuando las amenazas sobre los costes energéticos amenazaban con tasas de inflación que la ralentizaran; llega la invasión de Ucrania por parte de Putin. Una barbaridad en toda regla que nos traerá importantes consecuencias, mucho más allá de lo que representan ambos mercados (ucraniano y ruso) en nuestro comercio vitivinícola.

Una vez más, nos falta ambición

Estamos habituados (no sé muy bien si cansados) a escuchar que el sector agrícola y ganadero español tiene que trabajar por ser sostenible. Que esta sostenibilidad solo se consigue cuando es posible desarrollarla social, medioambiental y económicamente. Y que, de los muchos sectores agrícolas, posiblemente sea el vitivinícola el que más, o al menos uno de los que más, cumple con esos tres objetivos esenciales.

También sabemos que, para ello, son necesarias ayudas destinadas a la profesionalización y gestión empresarial, pero también económicas, con las que afrontar las inversiones en personal y medios con los que hacerlo posible. Y, aunque, sin duda los habrá que cuestionen la idoneidad de apoyar un cultivo con el que se elabora una bebida alcohólica, se ha demostrado recientemente, con la Resolución del Parlamento Europeo de su Plan de Lucha contra el Cáncer, que todavía queda un pequeño atisbo de respeto a lo que representa el vino en la cultura de nuestros pueblos y su dieta. Así como que su consumo, a diferencia de lo que pudiera suceder con el alcohol procedente de otras bebidas de alta graduación, efectuado con moderación, no tiene porqué ser perjudicial para la salud. Incluso que puede servir para que, en países sin tradición vitivinícola, en los que la tasa de alcohol por habitante y año es muchísimo más elevada que en los tradicionalmente consumidores de vino, se frene su problema de alcoholismo.

Es más que probable que los acuerdos comerciales establecidos entre la Unión Europea y los demás países del mundo impidan el establecimiento de este tipo de ayudas. Incluso que dentro de los programas como el mismo Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) del sector agroalimentario, no tengan cabida. O hasta que estas medidas deban financiarse con los fondos que nos llegan para los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASV). Hasta es posible que el retorno político de estas políticas lleve a adoptar posiciones mucho más tímidas a la hora de su dotación y gestión de lo que se es en otros sectores.

Tres mil millones, más una inversión pública de otros mil, para todo el sector agroalimentario se antoja claramente una cantidad insuficiente para abordar cambios tan complejos y necesarios como la digitalización, medioambientales, innovación, económicos y sociales en la próxima década. Máxime cuando, desde el propio sector vitivinícola, se han presentado planes sectoriales que exceden esta cuantía.

Los costes energéticos, claramente un problema para nuestras bodegas, apenas contarán con una dotación de 400 millones para la mejora de los procesos de producción que irán destinados a la puesta en marcha de instalaciones de energía renovables o propuestas de diseño de ciclo integral. Para la adaptación digital, entre las que encontramos aquellas ayudas destinadas al desarrollo del comercio electrónico, el Sistema de Información de Explotaciones Agrarias (SIEX) o el programa para fomentar la creación de cooperativas de datos digitales contará con otros 454’35 M€ y por último 148’56 M€ que completan los mil millones de inversión pública para el apoyo a la innovación y la investigación en la productividad, competitividad, sostenibilidad y calidad.

Seguir luchando por la recuperación del consumo

No por frecuente debiéramos restarle, ni un ápice, de la importancia que tiene el hecho de recuperar el consumo de vino que la pandemia se llevó bruscamente por delante, dando al traste con muchos de los esfuerzos que desde el sector se estaban realizando.

Crecer un 14’2% el consumo aparente interanual en diciembre de este pasado 2021, hasta situarlo en 10’446 millones de hectolitros, frente los 9’149 Mhl del mismo mes del pasado; debiera ser motivo de alegría y suponer un gran revulsivo en nuestro empeño por contar con un consumo per cápita adecuado a una sociedad donde los productos vitivinícolas (no solo vino en todas sus expresiones: blancos, rosados, tinos y espumosos, sino también aromatizados, de aguja, incluso aquellas bebidas elaboradas a base de vino como sangrías o “tinto de verano”) forman parte de nuestra cultura y alimentación, como así ha declarado en reiteradas ocasiones la Fundación de la Dieta Mediterránea.

Poco más de veintidós litros por persona y año (veintisiete si consideramos solo la población mayor de 18 años, que es la que legalmente puede consumir bebidas alcohólicas en nuestro país) es un volumen que se acerca mucho a los 22’6 estimados por la Dirección General Agricultura como consumo per cápita en la UE’27 para la campaña 20/21. Pero que dista mucho del que disfrutan otros países, según los datos que maneja la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) en su boletín de abril del 2021. Donde, para la población mayor de quince años, los otros países con los que compartimos esta Dieta y que, al igual que nosotros, son los primeros productores de vino del mundo; nos doblan. Francia llega hasta los cuarenta y seis litros per cápita, Italia los supera con 46’6 y Portugal ocupa el primer puesto de los países del mundo que produjeron más de dos millones de hectolitros en 2020, con un consumo de 51’9 litros por persona y año.

Mal posicionamiento para un país, el nuestro, que aspira a mejorar la renta de sus viticultores y los resultados de sus bodegas con la revalorización de sus elaborados, en cantidad suficiente para garantizar la rentabilidad mínima, para evitar seguir expulsando del sector a las nuevas generaciones, en el preocupante relevo generacional que debiera producirse en nuestra viticultura. Pero supone, también un gran rayo de esperanza en que esto es posible revertirlo y, si no doblar el consumo y situarnos al mismo nivel que los países con los que nos disputamos los primeros puestos en la producción; sí, al menos, subir al segundo grupo de países, que integrado por Austria, Argentina, Alemania, Suecia y Bélgica; tienen un consumo per cápita por encima de los veintiséis litros y sin llegar a los treinta.

Al fin y al cabo, esto no sería más que hablar de un consumo de catorce millones de hectolitros, algo menos de un tercio de nuestra producción.

Una cosecha corta y un mercado que no acaba de reaccionar

Los últimos datos facilitados por el Infovi, correspondientes al mes de noviembre, sitúan la cosecha de uva un 11’6% por debajo de la del pasado año. Un -12’4% en lo referido a la producción de vino (35’863 Mhl) y el -20’2% (4’053 Mhl) a la de mosto. Lo que deja la producción vitivinícola total en 39’916 Mhl, frente los 46’025 del año anterior (-13,3%).

Si en lugar de centrarnos en la producción, lo hacemos en las disponibilidades propias de vino (existencias más producción), nos encontramos que estas son un 6’9% inferiores a las del año anterior (-7% en granel y –5’9% en envasados), con notables diferencias entre tintos y blancos, pues mientras los primeros apenas son un 3’56% menores a las del mismo mes del año anterior, los blancos son un 11’39%, poniendo de manifiesto las grandes diferencias existentes que están produciéndose en esta campaña y que han llevado a que la recuperación de las cotizaciones esté siendo mucho menor en tintos que blancos, llegándose, en algunos casos, a casi igualarse sus precios.

Claro que, si en vez de comparar las existencias de noviembre del 21 con las del 20, lo hacemos con el 19, por aquello de intentar eliminar el efecto pandemia, los datos pueden resultar más elocuentes, ya que mientras las existencias de vinos blancos son prácticamente las mismas (+0’01%), las de los tintos son un 6’13% superiores.

Dicho lo cual y, considerando la alta probabilidad de que en los próximos meses acabe produciéndose también una recuperación en las cotizaciones de los tintos, habría que considerar los posibles efectos que sobre el consumo pudieran tener nuevas olas del Covid-19, las numerosas incógnitas económicas de inflación y crecimiento, o cuál pudiera ser la solución que acaben dándole al conflicto abierto entre Rusia y Estados Unidos–Unión Europea (donde las sanciones económicas parece que serán fuertemente recrudecidas). Lo que acabará acarreando un descenso en el consumo, especialmente el referido al de fuera del de alimentación.

Como si todo esto no fuera suficiente, las lluvias no llegan. Pasan las semanas y los embalses van disminuyendo las reservas hídricas y el campo secando unas tierras que reducen sus reservas limitando importantemente las posibilidades de que la viña se desarrolle con todo su potencial y podamos llegar a la vendimia con una producción cercana a la normalidad.