Que los árboles no nos impidan ver el bosque

Son ya muchas las semanas que llevamos poniendo en relieve el mal momento por el que está atravesando el sector vitivinícola, global, no solo español, consecuencia de problemas que nada o bien poco tienen que ver con él, pero que le han hecho sumirse en la paralización comercial más profunda, resultado de una caída del consumo.

Hemos intentado aportar todo tipo de cifras, aquellas relacionadas con el consumo en el mercado interior, provenientes del consumo aparente extraído de los datos del Infovi; las del comercio exterior, con un detalle pormenorizado de las exportaciones y el comportamiento tan dispar que han tenido volumen y valor en estos meses. De las existencias con las que iniciábamos la campaña en los principales países productores, no solo de nuestro ámbito geográfico sino incuso de aquellos otros que tienen algo que decir en la producción mundial. Las cifras de estimación de la cosecha que nos permitieran conocer al detalle aquellos volúmenes por tipo y zonas de cada uno de los más destacados elaboradores. Gracias a nuestros corresponsales hemos tenido la oportunidad de seguir detalladamente los efectos de las últimas heladas y sus posibles consecuencias en la cosecha del 2023.

Y aún con todo y con eso, esta semana debemos volver sobre el tema para insistir en la impresión de que no son ni cifras de producciones, ni evolución de las exportaciones, ni tan si quiera la evolución del consumo y, muchísimo menos, presumibles operaciones de importación, las que están haciendo que nuestros elaborados se las estén viendo muy mal para encontrar el acomodo que en otras campañas ya hubiesen tenido.

La gente tiene (tenemos) miedo a lo que nos pueda venir. El descomunal e histórico incremento que han sufrido los costes energéticos deberá acabar repercutiéndose en los precios finales del vino, los márgenes con los que opera el sector son, sencillamente, incapaces de poder soportarlos. La continua subida de los tipos de interés está teniendo consecuencias nefastas sobre los costes financieros, no solo de las hipotecas, que son los que parecen preocupar únicamente a nuestros políticos, también los que hacen que nuestras empresas funcionen en su día a día; sin que sus efectos sobre la inflación consigan reflejarse de forma clara y contundente. Los costes en sectores residuales hasta ahora, como son el propio armamentístico adquieren un notable protagonismo y requieren del esfuerzo de todos los países de nuestro entorno.

Y todo ello bajo un cambio sustancial, todavía por dilucidar y que puso sobre la mesa la pandemia del Covid’19, mostrándonos extraordinariamente dependientes, sobre cuál debe ser el papel de la Unión Europea, a la hora de abordar la producción de productos básicos como los mismos cereales, pero también tecnológicos como los microchips, de fuentes de energía y el papel de la energía nuclear, incluso la obtención de algunas materias primas.

Un panorama, inimaginable, nada deseable y que está afectando a la economía mucho más allá de estilos de vida, momentos de consumo o tipos de vino.

Por cierto que, aquellos que tengan curiosidad por saber cuánto del mosto declarado en stock por Italia, corresponde a cada una de las categorías: concentrado, concentrado rectificado y otros mostos, pueden encontrar la información detallada en nuestra web del 15 de noviembre.

Un sector vitivinícola en un delicado equilibrio

Los delicados equilibrios en los que se encuentra el sector vitivinícola dentro de la Unión Europea son tales que cualquier atisbo de cambios hace que nos tiemblen las piernas. Puesto que sabemos, o al menos podemos intuir con un alto grado de certeza, que cualquier reforma será a peor.

Si se trata de un tema presupuestario, veremos reducida la dotación, como ya ha sucedido con la reforma de la PAC y la puesta en marcha de las ISV para el periodo 2023-27; aumentadas las exigencias e impuestas condiciones tan generalistas que las hacen difícilmente aplicables en nuestro sector.

Si, por el contrario, se trata de un tema de protección, como son las propias indicaciones geográficas; la situación no es mucho mejor, y las amenazas sobre una modificación sustancial que cuestione la propia filosofía que supone una Denominación de Origen le sustraen importantes conceptos de su propia razón de ser, amenazando su diferenciación del resto de indicaciones de calidad y poniendo en peligro el reconocimiento de esas características diferenciadoras de las indicaciones vitivinícolas. Por no entrar en detalles más preocupantes como pudiera ser el que se pretenda centrar su relevancia en el papel de marca colectiva, obviando aspectos tan importantes como los de protección y cuidado sostenible (medioambiental, social y económico) o certificador; por citar algunos de ellos.

Claro que, si en lugar de centrarnos en estos aspectos propios del sector vitivinícola, nos fijamos en aquellos otros más generales relacionados con los impuestos o el etiquetado, entonces el futuro no solo es preocupante, sino que su aplicación pudiera tener consecuencias irreversibles, en un tiempo relativamente corto, que requeriría de otro tipo de ayudas dirigidas a paliar esas consecuencias.

Que el sector debe hacer frente a los cambios que se han producido en la propia concepción del vino y sus momentos de consumo; así como su contenido alcohólico; presenta algunos retos sociales que debe afrontar, preferiblemente, con una autorregulación. Que esa asunción venga condicionada por la intención de incluir al vino en el paquete de las drogas o el tabaco, aplicándosele las mismas normas encaminadas a reducir a la mínima expresión su consumo (cuestionando, me atrevería a decir, la propia cultura y tradición europea, y cayendo en el absurdo de considerar a todos los alcoholes iguales) es mucho más que “facilitar elecciones informadas al consumidor”. Es pretender dirigir al consumidor en sus elecciones de consumo.

Expulsar al vino del grupo de alimentos, pero exigirle un etiquetado alimenticio y aplicarle un sistema de calificación tipo Nutriscore en el etiquetado frontal, junto a la graduación y la información nutricional (calorías), así como la lista de ingredientes (aunque, de momento, nos permitan hacerlo de manera online con un código QR) es, en sí mismo, un absurdo al que algunos europarlamentarios no renuncian incluso a endurecer, bajo la presentación de una nueva propuesta legislativa dentro del Plan Europeo de Lucha contra el Cáncer.

Datos que confirman la paralización del mercado

Son ya muchas semanas en las que el mercado muestra un extraño comportamiento comercial. Escasas operaciones, limitadas a la más estricta reposición y adquisición de partidas muy especiales, provocan precios nominales para unos productos en los que ni la calidad, ni la oferta, parecen tener la más mínima influencia. Todo el mundo parece haber entrado en una especie de estado de reposo, en el que poner en letargo las compras, de vino, pero también de los otros elementos incorporables que lo acompañan en su vestimenta y puesta a disposición del consumidor: botellas, cajas, etiquetas, cápsulas, corchos… es su principal objetivo.

Es como si el mañana no existiera. Como si no pesaran tanto los márgenes en las estrategias empresariales, como la prudencia por mantener a raya los almacenes y lo mejor dotadas posible las cuentas corrientes.

Posición que parecemos compartir los consumidores, más retraídos en nuestras adquisiciones y fuertemente preocupados por un encarecimiento espectacular del crédito, como se encargan en repetirnos desde todos los informativos constantemente, con la subida del Euribor y su repercusión en la cuota de la hipoteca.

Con pocos fundamentos para entrar en discusiones estériles sobre las causas que nos han traído hasta aquí, o el peso que en toda esta situación tiene el vino y la viticultura; los datos “enmascarados” del consumo no hacen más que avisarnos de la situación.

Y digo enmascarados porque su comparación con un año donde la pandemia redujo drásticamente el consumo, sigue arrojando crecimientos positivos. Cuando la realidad es que, desde febrero, el consumo aparente que nos proporciona el Infovi no deja de caer. Mostrado una aceleración de la caída en el último cuatrimestre (junio-septiembre) muy preocupante.

Ya no es que caiga el consumo de vino, como lo están haciendo todos los productos, especialmente los no básicos; es que esta situación nos retrotrae a un momento nunca antes vivido como fue una pandemia mundial y en el que los Estados de la Unión Europea decidieron tomar medidas colegiadas con las que hacerle frente.

Cuando ahora, con todos los frentes de aquellas medidas abiertos, las circunstancias macroeconómicas de una desbocada inflación obligan a adoptar medidas fuertemente restrictivas, encaminadas a enfriar la economía, especialmente la doméstica. Haciendo muy previsible que esta situación se acentúe en los próximos meses y vaya más allá en el tiempo que un ejercicio, afectando a toda nuestra área de influencia económica y teniendo repercusiones, no solo en el mercado interior, sino también en nuestras exportaciones. Como así empiezan a mostrarlo los datos de los que disponemos del mes de agosto.

Mejorar el precio unitario, como ha sucedido en todas las categorías, tanto si hablamos de envasados como de graneles, no debe hacernos caer en el mismo error de percepción de crecimiento del consumo aparente. Pues ni este es tal, ni los precios de nuestras exportaciones son positivos, pues detrás de ellos hay una realidad de caída en el volumen de todas nuestras categorías. Solo los espumosos, aguja y bag-in-box, y siempre y cuando estemos hablando de envasados, consiguen incrementos en el volumen acumulado entre enero-agosto.

Cifras que corroboran un entorno de prudencia en el consumo

Las vendimias, más concretamente su producción, siguen acaparando la atención del sector. No ya tanto por lo que de novedad pudieran suponer, ya que las estimaciones que se manejan por todos los colectivos resultan bastante similares y en ningún caso suponen unos escenarios muy diferentes; como por la escasa actividad comercial que están generando.

Si la Unión Europea cifraba la producción de vino (excluido el mosto) en 157’187 millones de hectolitros, el lunes la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), daba a conocer su estimación y la situaba, a nivel mundial, en 259’9 Mhl. Cifras que apenas difieren poco menos de un par de millones sobre las del año pasado y que se sitúan en la más valiosa de las cualidades que cualquier mercado desea: la estabilidad.

Sorprendente para las alturas de campaña en las que nos encontramos y preocupante, porque los italianos, que hasta ahora eran los que “movían” el mercado con sus operaciones, en esta campaña se han dedicado a acudir al mercado con sus producciones, dejando fuera a nuestras bodegas y cooperativas.

Sin duda, una situación que deberá corregirse dada la competitividad de nuestras producciones, palmaria en los datos que ofrecen las cifras de comercio exterior correspondientes al mes de agosto y cuyos datos anuales (enero-agosto) ponen de manifiesto un buen aumento del valor +5’8% en productos vitivinícolas y del 4’9% si nos referimos solo a vino, pero que se ve fuertemente contrarrestado por un volumen que muestra una clara pérdida de consumo.

Un 10’8% de disminución en el volumen de vino exportado, con pérdidas que, en el caso de los tranquilos envasados con D.O.P., llegan al 13’2%, y que, en el caso de esa misma categoría a granel, alcanza una caída del 21%. Similar situación a lo sucedido con los vinos sin D.O.P./I.G.P. que cuando hablamos de envasados, que pierden el 14’7% en volumen, pero que cuando nos referimos a graneles, esa disminución llega hasta el 16’4%; pero que es mucho más preocupante.

De poco consuelo resulta que los precios unitarios hayan aumentado en todas las categorías, tanto si hablamos de envasados como a granel.

Dos millones trescientos mil hectolitros, uno setecientos mil, si hablamos solo de vino, que es la cantidad que se nos ha quedado sin vender con respecto al mismo periodo del año anterior; no es una cantidad que debiera preocuparnos, si no fuera porque viene a sumarse a la tendencia negativa que muestra nuestro consumo interno en los últimos seis meses.

Todo ello en un horizonte de gran inestabilidad, tensiones inflacionistas y serio riesgo de estanflación.

 

Un nuevo ISV con una visión más comercial

Tras la reforma de la PAC el Consejo de Ministros aprobaba, en su reunión del 25 de octubre, el Real Decreto por el que establece las bases del nuevo sistema de los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE); que pasa a denominarse Intervención Sectorial de apoyo al sector del vino (ISV). Su aplicación será a partir del 2024 y hasta 2027, cuando haya finalizado el actual período quinquenal 2019-2023 del PASVE. En él se establecen la normativa básica nacional para las ayudas, que pasan a denominarse intervenciones y tienen un marcado carácter medioambiental, de adaptación al cambio climático y sostenibilidad; manteniendo como finalidad la de aumentar su competitividad.

La dotación anual pasa de los cerca de 210’332 millones de euros de los actuales PASVE a 202’147 M€, una rebaja que, con ser importante, no debiera alarmarnos en demasía, especialmente teniendo en cuenta los recortes que ha sufrido la PAC y que somos uno de los pocos sectores que las mantiene.

Las intervenciones elegidas por España siguen siendo las mismas: la reestructuración y reconversión de viñedos; las inversiones materiales e inmateriales en instalaciones de transformación y en infraestructuras vitivinícolas (bodegas), así como en estructuras e instrumentos de comercialización; la denominada cosecha en verde (solo aplicable en casos excepcionales); la destilación de subproductos de la vinificación y las actividades de promoción y comunicación en terceros países.

La intención del Ministerio es aprovechar estos fondos para mejorar las ventas y, en especial, aumentar el valor añadido, por lo que a las medidas de promoción e inversiones se les dotará con una mayor proporción de los fondos de los que con el actual PASVE disfrutaban.

La de reestructuración y reconversión, será la que, al igual que sucediera en los años 2020 y 2021 en los que por cuestiones del cierre de los mercados por la pandemia hubo que destinarse cerca de ocho millones y medio (4 y 4’5 respectivamente) a la cosecha en verde, pierda más dotación. Destinándosele 60.644.100 euros, un 30% del total, frente los 75’55 M€ que acaparó en el 2019 o los 64’14 del 21.

En este caso, está previsto que se dé un giro en los criterios de asignación y se prioricen las de producción en cultivo ecológico, las de Asociaciones de Tratamientos Integrados (ATRIAs) y aquellas que tengan un enfoque más sostenible, disminución de densidades de plantación, variedades más adaptadas y sistemas de conducción del viñedo más sostenibles.

Los fondos para la promoción e inversiones serán iguales, 55’59 M€ para cada una, un 27’5% del presupuesto frente el 21’77% y 26’57 del que disfrutaron respectivamente en el del 21. Para la asignación de las destinadas a inversión en bodegas, los criterios que priorizarán serán los que contengan medidas en eficiencia energética, energías renovables, las que cuenten con certificación medioambiental, gestión y tratamientos de residuos, depuración de efluentes líquidos y producción ecológica.

Mientras que la destilación de subproductos pasará de 35’426 M€ del 2021 (17’59%) a 30’332 (15%).

No sé si suficiente apuesta por el mercado y el valor de nuestra producción, pero sí al menos una apuesta decidida por el futuro del sector.

Pequeños ajustes para un sector que se mantiene expectante

Ante la sucesión de los acontecimientos, muchos de ellos totalmente ajenos al propio sector vitivinícola, pero altamente influyentes por las graves repercusiones que ellos tienen sobre el consumo; se abre la posibilidad (mejor, la necesidad) de preguntarse hasta dónde pueden llegar estas afecciones.

Sabemos, con total certeza que se van a traducir en un menor consumo. Los datos más actualizados y fiables de los que dispone el sector, los del Infovi, así lo vienen manifestando desde hace medio año. Las exportaciones, también se verán afectadas, ante las menores necesidades de nuestros compradores, al disponer de vinos con los que hacer frente a su demanda. No sabemos si solo en su aspecto cuantitativo o también económico, pero eso es algo que apenas tiene importancia; ya que no es previsible que el precio unitario vaya a bajar en cuantía suficiente como para que llegue a serlo. No en vano, la fuerte devaluación del euro frente al dólar juega a nuestro favor. Lo que es nefasto para todas las importaciones de materias primas y energía de las que debemos abastecernos fuera del ámbito económico del euro y que están suponiendo una elevación de los costes de producción que, más tarde o temprano, habrá que pensar en repercutir en los precios finales. De momento, el cambio euro/dólar nos está ayudando en nuestras ventas pues, de facto, supone una rebaja en los precios.

Hasta el momento, y no es previsible pensar que esto pueda cambiar, salvo que la situación en la que nos encontramos se complique mucho más de lo que lo está actualmente; el sector debe mostrarse firme. Inoperante, pero firme. No es previsible que su estructura: superficie, bodegas, exportadores o proveedores vayan a cambiar mucho. Y, aunque habrá pequeños ajustes, como el que ha tenido lugar en la superficie plantada de viñedo de uva de transformación en España, que se ha visto reducida en 7.989 hectáreas en la campaña 2021/22 (a 31 julio 2022) sobre las 945.770 con las que contábamos a la misma fecha del año anterior. Un 0’84% que representan esas cerca de ocho mil hectáreas perdidas en superficie o las 7.815 (-0’8%) en el potencial de producción; que debería enmarcarse dentro de la evolución normal del sector.

Por cierto, que, al hilo de la superficie, conviene resaltar el paso atrás dado en la intención del Gobierno de prohibir la quema de restos de poda. Así como la flexibilización de las prácticas agronómicas de los eco-regímenes de Agricultura: cubiertas vegetales e inertes de la PAC 2023. Permitiéndose labores superficiales en las cubiertas vegetales, la aplicación de fitosanitarios de manera excepcional o la reducción a 4 meses del periodo obligatorio entre el 1 de octubre y el 31 de marzo.

Un Infovi de agosto que viene reflejar en sus cifras la situación del sector

Dos circunstancias caracterizan la campaña 2022/23: el adelanto de las fechas en las que se han producido las tareas de vendimia y la paralización de los mercados. Para la primera encontramos su explicación en el “anómalo” comportamiento climático, marcado por una severa sequía que todavía hoy se prolonga, dejando en mínimos históricos nuestras reservas hídricas, y numerosas olas de calor que se sucedían unas a otras, sin prácticamente separación entre ellas.

Para la segunda, la referida a los mercados habrá que buscar las razones en una situación internacional ciertamente extraña y preocupante. Donde la incertidumbre campa a sus anchas y se hace más necesaria que nunca la prudencia. Actitud que bien han sabido aplicar unas bodegas que observan cómo crecen sus precios de exportación, pero lo hacen a costa de vender menos litros y botellas, que de todo hay.

Y a pesar de ello, o como consecuencia, no sabría muy bien ordenar los acontecimientos, vamos enfrentándonos a situaciones que, en condiciones normales, serían imposibles de entender y explicar.

Una estimación inferior a nivel europeo de la que no escapa nuestro país, podemos verla reflejada en los datos recientemente publicados por el Infovi correspondientes al mes de agosto. En el que las dos semanas de antelación con las que empezaron a recogerse los racimos y elaborarse los vinos, se han traducido en unas cifras de una menor entrada de uva en las bodegas del 8’6% y una elaboración de vinos todavía más baja consecuencia directa del menor rendimiento que presentan las uvas, motivado por su severo estrés hídrico. Dos aspectos, producción y rendimiento que, a tenor de la información y las valoraciones emitidas por los productores en los últimos días, deberían verse mejorados con los datos de septiembre, gracias a las lluvias caídas en la última semana de ese mes y que fueron muy bien recibidas por las viñas que, de forma, más o menos inmediata, fueron capaces de transformar en kilos y rendimiento.

Sobre lo sucedido con el dato de consumo aparente y cuyo crecimiento del 9’0% en dato interanual, conviene observar que, lejos de suponer una buena noticia, detrás de él se esconde la confirmación de una tendencia negativa en su comportamiento que se viene produciendo desde el pasado mes de febrero, con caídas constantes y que solo se explican al compararlo con un momento tan especial de la pandemia.

Las cifras de nuestras existencias de vino y mosto son un 3’4% inferiores, todo ello gracias a los blancos que se reducen un 8’8%, mientras los tintos aumentan el 0’4%. Con un 4’9% menos en graneles, pero un 2’2% mayores en envasados. Destacando por colores el aumento del tinto envasado de un 4’3% y una reducción tan solo del 1’7% en tintos a granel frente el 10’5% que se redujeron los blancos sin envase. También explicarían el comportamiento de los precios en esas semanas.

Incertidumbre ajena al sector

De preocupante podría calificarse la paralización que vive el sector, pues, si bien en otras ocasiones hemos asistido a momentos en los que una de las partes parecía no querer saber nada de los vinos o mostos y limitaba sus contactos al estricto mantenimiento y reposición mínima de existencias; en la actualidad, es que no hay nadie que dé señales del más mínimo interés por acercarse al mercado y tantear la situación. Aunque tan solo fuera por saber si existe alguna posibilidad de cerrar alguna transacción en condiciones muy ventajosas.

Sin duda, una parte del problema reside en el sector y los datos de existencias, así como las estimaciones de cosecha, que también tendrán su parte de responsabilidad. Pero, con certeza, debe haber algo más, algo que nada tiene que ver con el sector, algo mucho más elevado que esté relacionado con la situación política, económica, social y bélica en la que estamos inmersos.

Y es que, si la experiencia nos ha demostrado que todo es susceptible de empeorar y que mejor no demos por superado algo que puede complicarse hasta el infinito y más allá. La situación no deja de sorprender. Unas existencias contenidas, una producción en el margen inferior de la horquilla y un contexto que podríamos extender al resto de los principales países productores; no se corresponden con la parálisis y ausencia de interés de las que estamos siendo testigo.

Coyuntura que empieza a tener su reflejo en los datos sectoriales publicados y referidos tanto al consumo interno como exterior. Pues si bien, al partir de un año en el que la pandemia todavía formaba parte de nuestras vidas y sus efectos en el consumo eran todavía muy palmarios, los datos interanuales pudieran llegar a parecer hasta alentadores. Lo cierto es que, viendo cuál es el escenario de los últimos meses, nos llevan a una realidad bien distinta. ¿Consolidada?, pues no lo sé, pero sí, al menos, preocupante.

Todos sabemos, al margen de debates políticos (que encierran mucho más de interés electoral que de verdaderas medidas de calado en las reformas propuestas), que nos encontramos inmersos en una circunstancia excepcional y que, como tal, es necesario “enfriar” la economía para bajar la inflación. Pero tenemos que hacerlo con sumo cuidado, no vaya a ser que nos pasemos de frenada y entremos en recesión. Pero, al mismo tiempo, necesitamos aumentar la renta disponible de unas familias y empresas que están viendo crecer los costes de manera descontrolada e inasumible, al no poder ser traslados al precio final de los productos en toda su cuantía. Que esto está restando capacidad de ahorro, una posibilidad que para una inmensa mayoría está totalmente esquilmada. Bajo un escenario de tipos de interés crecientes y fuertes restricciones al crédito que dificultan mucho la financiación y anuncian aumentos peligrosos de morosidad.

No podemos, por tanto, sorprendernos (sí preocuparnos) en un escenario como el actual de que el interés de los operadores se encuentre muy contenido y que todos quieran trasladar al otro los posibles costes que suponga la inmovilización de un producto del que existe la total seguridad de poder abastecerse cuando escampe la situación y el horizonte anuncie una recuperación del consumo.

Engañosas cifras para un presente preocupante

Sin entrar en muchas disquisiciones sobre las verdaderas razones que explicarían la situación de parálisis que está viviendo el sector vitivinícola. O en análisis de lo que pudiera suceder en las próximas semanas, meses, con los mercados. Incluso sin entrar a valorar si lo que hay detrás de todo esto son más razones macroeconómicas, provocadas por acontecimientos (de gran relevancia) que nada tienen que ver con el vino y mucho con las bombas. Lo únicamente cierto es que nos enfrentamos a un inicio de campaña nunca antes (hablo por mí) conocido.

El caso es que las estimaciones de cosecha de todos los países productores se encuentran contenidas en niveles que podríamos calificar, sin ningún tipo de ambages, de bajos respecto a lo que han venido produciendo en los últimos cinco años.

Los precios de las uvas, a pesar del gran incremento de los costes de producción y los numerosos estudios publicados sobre cuáles son los valores medios por zonas y sistemas de cultivo, se sitúan en niveles muy por debajo de los que al inicio de la campaña reclamaban las organizaciones agrarias. Sin que ello haya provocado más revueltas que las estrictamente limitadas a la denuncia pública en los medios de comunicación y el recordatorio de que la Ley obliga a las bodegas a pagar “siempre” por encima de esos costes de producción. Lo que la firma del contrato entre viticultor y bodeguero reconoce.

Las cotizaciones de mostos y vinos permanecen en un limbo de incertidumbre sin que apenas se muevan y ajusten a la realidad de una nueva campaña.

Las grandes cadenas de distribución son acusadas de subir precios y señaladas como las grandes responsables del encarecimiento de una cesta de la compra que se ha disparado por encima del quince por ciento, según datos estadísticos, pero que resulta fácilmente constatable por todos que ha estado muy por encima comparando lo que gastábamos hace un año y lo que supone ahora para nuestros bolsillos.

Pero, en cambio, las bodegas se encuentran con la realidad de tener que soportar constantes subidas en los costes de todos sus insumos y con un margen muy reducido en su capacidad de repercutirlas sobre el precio final de la botella.

Y, como si todo esto no fuera bastante sorprendente, porque aquí parece que todos perdemos; el consumo aparente en nuestro país presenta un engañoso crecimiento del 11’9%, según datos del Infovi de julio, consecuencia de la comparación con momentos de pandemia, cuando la realidad es que, desde febrero, su línea de tendencia es negativa.

Algo parecido a lo que sucede, refiriéndonos al mismo mes, con las exportaciones, cuyo precio medio del vino en tasa interanual (TAM) sube un 9’5% hasta situarse en los 1’37 €/litro, con especial relevancia en los graneles que lo hacen un 13’4% (0’43 €/litro). Pero lo hace gracias a aumentar el valor un 5’0%, 9’6% para el caso de los graneles. Pero perdiendo el 3’3% del volumen de vinos sin envasar y el 4’1% del total de vinos.

Son necesarias medidas para afrontar una difícil situación

Una producción similar a la del año pasado en la UE-27, que supondría estar por debajo de lo que sería la cosecha media de los últimos cinco años. Una previsión para España, aun considerando las lluvias de los últimos días, que difícilmente alcanzará los treinta y ocho millones de hectolitros (esa es nuestra estimación actual, que no parece estar muy alejada de lo que piensan otras organizaciones). Unas existencias a inicio de campaña de 37.782.470 hl, (-3’29% sobre las de la campaña anterior) de los que 36.349.367 hl lo eran de vino (-2’69%) y de 1.433.103 de mosto (-16’47%). Son datos que no parece que justifiquen la fuerte paralización que presenta el mercado o la escasa revalorización que están teniendo las uvas, mostos y vinos.

Cuestiones macroeconómicas, mucho más relacionadas con tasas de inflación, tensiones bélicas, subidas de tipos de interés, devaluación del euro, endurecimiento del crédito… o las derivadas sociales de estas que podrían suceder en el otoño escapan al propio sector vitivinícola y hacen muy complicado cualquier análisis que vaya más allá de la pura especulación.

Lo cierto es que las cotizaciones no reaccionan, los italianos, esos operadores que tradicionalmente llegaban a nuestro país en estas fechas para marcar el ritmo de nuestros precios con la firma de operaciones con fecha de retirada y pago a seis meses o más; no han venido, generando un cierto desánimo en todos los eslabones de una cadena que está viendo cómo su reducidísima rentabilidad va cayendo y llega a hacer imposible alcanzar los propios costes de producción.

Y, como si todo esto no fuera lo suficientemente grave, a algunos de nuestros ministros no se les ocurre mejor idea para hacer frente al encarecimiento de la cesta de la compra que obligar a las grandes distribuidoras a topar los precios de algunos alimentos. ¡Como si ese límite en el precio no fueran a trasladarlo hacia la cadena de valor, pero en el sentido contrario del que debería construirse!

Son momentos difíciles, de grandes incertidumbres que están muy por encima de cualquier decisión o iniciativa que pueda adoptar el sector vitivinícola y tendrán, con total seguridad, consecuencias sobre el consumo de vino y el mercado.

Derivaciones que requerirán de medidas que van mucho más allá de protestas por la actitud mantenida por unos de los operadores frente a otros: los viticultores sobre los bodegueros, estos sobre la distribución, para acabar llegando al consumidor.

Son necesarias medidas europeas, o cuanto menos nacionales. Provenientes de los Presupuestos Generales del Estado o de los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola. Pero los viticultores no pueden seguir soportando ver cómo crece el precio de los fertilizantes o fitosanitarios. Las bodegas, los de los insumos, materias secas o costes logísticos; o los distribuidores los de un producto ante el que sus clientes han visto reducida drásticamente su capacidad de compra.

En este sentido, asociaciones vitivinícolas de los tres principales países productores de la UE: Francia, Italia y España, celebraron una reunión del denominado Grupo de Contacto, del que demandan a sus respectivos Gobiernos y a la Comisión Europea la adopción de medidas para afrontar una difícil situación de este sector, en el que “la geopolítica, la inflación y una nueva ola de prohibicionismo ponen en peligro la sostenibilidad social, económica y medioambiental” del mismo.