Un horizonte de elevados precios, ¿también para las uvas?

A diferencia de lo que sucedía a finales del mes de mayo, apenas unas semanas han bastado para dar al traste con una parte importante de las excelentes previsiones que se barajaban. Entendiéndose que una mayor cosecha siempre es una buena cosecha, con independencia de cuál sea la situación del mercado y el peso que sobre las cotizaciones puedan estar teniendo las existencias.

Si por aquel entonces (parece que estemos hablando de la prehistoria), los había que, con todas las reservas naturales en este tipo de estimaciones, situaban la cosecha 2022 en el entorno de los cincuenta millones de hectolitros. Ocho semanas después y tras un carrusel de olas de calor y ausencia de lluvias, ya nadie piensa que esos niveles pudieran darse y prácticamente ninguno se atreve a vaticinar con una cosecha mayor a los 40’048 millones del año pasado.

Una de las vendimias más cortas de nuestro pasado reciente, solo empeorada por la del 19/20 en la que se cosecharon 37’728 millones de hectolitros, o los 35’467 de la 17/18. Devolviéndonos a las campañas 11/12 y 12/13, en las que tuvimos que hacer frente a dos campañas cortas consecutivas, 38’860 y 35’596 Mhl, respectivamente.

Parece que, ni la profesionalización del sector, ni el aumento de regadío o el control de plagas y enfermedades son herramientas suficientes con las que enfrentarnos a las consecuencias de un cambio climático, que evoluciona a marchas forzadas y nos muestra sus peores efectos con una antelación de más de una década sobre las estimaciones más favorables.

El que no parece conseguir mantener el ritmo de crecimiento iniciado en enero del 2021, tras un año de fuertes caídas, es el consumo en nuestro país. Estimado en 10’44 millones de hectolitros en a mayo’22, un +11’1% en tasa interanual (TAM), pero que se sitúa por debajo de los 10’63 alcanzados en el mes de febrero de este año.

Otros de los cambios que parece estar confirmándose es el de la recuperación del consumo en el canal Hostelería, cuyo crecimiento, según datos de Nielsen IQ ha sido del 40’8% en TAM abril-mayo 2022, frente un canal de Alimentación que muestra señas de agotamiento cayendo un 6’6%

Datos que vienen a confirmarse si atendemos al parámetro del valor, pues si en cifras absolutas los reembolsos crecen un 13% frente el 4’9% que lo ha hecho el volumen. Descontado el efecto inflación los precios caen ligeramente.

Sea como fuere, el caso es que, ni estos datos, ni las perspectivas que se tienen de lo que podría suceder en los meses de julio y agosto hacen pensar en escenarios más negativos. La evolución de las reservas, la llegada de turistas y la disposición a gastar demostrada por los consumidores, dejando a un lado lo que pudiera depararnos el nuevo curso, hacen prever más caídas que las estrictamente técnicas derivadas de un aumento de precios que, en el caso de los vinos, será imposible de repercutir en toda su extensión, aumentando menos de lo que lo haga la media nacional.

Si esto mismo será lo que acabe sucediendo con los precios de las uvas es la gran pregunta que todos nos hacemos y a la que nadie parece encontrarle respuesta en estos momentos.

Estimaciones de cosecha dispares y preocupantes

De todas las estadísticas vitivinícolas posibles, no hay ninguna que alcance la importancia de la relacionada con la estimación de producción. La que más interesa a sus operadores y, por extensión, a todo el sector. De ella no solo penden los precios de las uvas, también lo hacen las planificaciones comerciales y, con ellas, las necesidades de productos enológicos, materias secas, insumos, etc. Contar con una buena estimación de producción resulta imprescindible si queremos ser un sector profesionalizado y con alguna posibilidad de mirar al futuro con esperanza de mejorar su valor añadido.

No en vano es esta relevancia, junto con su carácter predictor, lo que la hace más proclive a interpretaciones que no siempre disfrutan de la objetividad e imparcialidad que sería deseable. De ahí la importancia de conocer la fuente de quien la emita y el prestigio que se haya granjeado a través de los años de historia en los que haya publicado, así como la desviación sobre las cifras finales que acabase presentando.

Contar con una estimación sectorial seria, e imparcial, es un objetivo común perseguible al que, lamentablemente, al menos hasta ahora no se le ha conseguido alcanzar. Actualmente sabemos que hay algunos proyectos, al menos dos, de organismos independientes de gran reputación, que están en ello. El resultado, confiemos en que dentro de unas seis u ocho semanas, para finales de septiembre, podamos conocerlo. Hasta entonces, lo mejor es seguir poniendo en valor lo que tenemos, como el que nosotros mismos elaboramos y hacernos eco de aquellas previsiones realizadas por los diferentes colectivos.

Este ejercicio no es un buen año para salir airosos de estos envites, el otoño seco que hemos tenido en buena parte de la geografía española a la que le han sucedido profundas olas de calor en primavera y las semanas de verano que llevamos transcurridas hacen que, de las primeras estimaciones que se manejaban, a las actuales haya diferencias que vayan mucho más allá de lo asumible. Pasar de cosechas cercanas a los cincuenta millones de hectolitros a cálculos que llegan a situarla en el entorno de los treinta y siete millones, es una horquilla demasiado grande como para poder considerarla seria.

Todos, en mayor o menor media, organizaciones agrarias y cooperativas, coinciden en señalar que del comportamiento que tenga la climatología en las próximas semanas pende entre un 20 y un 25% de la cosecha y, aunque los hay que le dan muy pocas probabilidades a la posibilidad de obtener una buena vendimia, argumentando que la viña no “hizo madera” que es como se conoce que lloviese adecuadamente en otoño cuando la cepa está en reposo, reconocen que, todavía es posible pensar en una cosecha por encima de los cuarenta millones del año anterior.

Los hay que incluso se atreven con el color y vaticinan para los tintos una mala producción.

En lo que todos parecen coincidir es que, una cosa son los episodios de pedrisco, que no acaban marcando una cosecha (los hielos que sí pueden hacer un daño importante en zonas de cierta amplitud geográfica), pero lo que puede acabar marcando una cosecha nacional es la sequía, y si viene acompañada de olas de calor continuadas, la catástrofe está asegurada.

De momento, lo único que nos queda es esperar, seguir pendientes de cómo va evolucionando la viña y confiar en que, haya lo que haya, los precios remonten y los costes de producción se puedan cubrir.

El precio de la uva

Con la vendimia, proliferan las informaciones relacionadas con producciones y precios. Y si bien lo que está sucediendo este año no difiere mucho de lo que aconteció en campañas anteriores, hay que reconocer que la publicación de los costes de producción de la uva, vienen a darle una especial notoriedad, al menos mediática.

Pues, aunque estos estudios publicados, la gran mayoría realizados con un más que aceptable rigor científico, no acaban de ser más que orientativos, careciendo de cualquier capacidad normativa y, en consecuencia, de una utilidad práctica que vaya más allá de la denuncia de que, en término medio, una buena parte de los viticultores están entregando la uva a un precio inferior al de sus costes de producción.

Lo que, pese a estar prohibido, hay que recordar que cada viticultor firma (o legalmente debería hacerlo, con la entrega de la producción, un contrato en el que figura el precio al que le será pagada, así como que este está por encima de sus costes de producción. Haciendo realidad esa paradoja estadística de explicar que “yo me como dos filetes y tú ninguno, y nos hemos comido uno cada uno”.

La verdad es que, estadísticas aparte, es un tema muy importante y en el que se sustenta una buena parte de los graves problemas de este sector. Para el que, por cierto, su Organización Interprofesional presentó el Plan Estratégico que, está muy bien y es una herramienta necesaria, pero que, si no ponemos en valor la producción vitícola con precios que hagan rentable el cultivo de la vid, nuestro sector carece de futuro. Conseguiremos que algunas bodegas vendan unas pocas botellas a un buen precio, pero haremos más difícil el mantenimiento de la superficie vitícola y deberemos enfrentarnos a problemas de desertificación y despoblamiento ante la ausencia de relevo generacional.

El futuro del sector pasa, necesariamente, por su profesionalización y eso exige precios de la uva más altos. ¿Cómo conseguirlos? Eso es harina de otro costal. En algunos casos será con unas uvas de más calidad, en otros con producciones más altas que las hagan rentables…

Realidades diferentes a las que hacer frente con los PASVE

El pasado 11 de julio se reunía la Conferencia Sectorial de Agricultura y Desarrollo Rural para aprobar el reparto de las otras dos de las grandes medidas del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE): inversiones y reestructuración y reconversión que, junto con la ya aprobada en la reunión del pasado mes de mayo de promoción en terceros países, acuerda la distribución territorial para el año 2023 de los fondos. Fuera de este reparto queda la destinada a la destilación de subproductos pues su asignación no está asignada a un criterio territorial, sino de producción.

Ciento siete millones cuatrocientos cuarenta y dos mil setecientos cincuenta y nueve (107.442.759) euros de los que la medida de reestructuración se lleva 69’709 millones de euros y la de inversiones 37’733; que se unen a los 51’717 de la de promoción. Un total de 159.160.433 euros con un reparto muy diferente por comunidades, según se trata de cada una de las medidas.

Así, mientras Castilla-La Mancha es la que más fondos recibirá 45’654 M€ (28’68%), la gran mayoría de ellos tendrá como destino la reestructuración y reconversión del viñedo (33’132 M€), mientras que para inversiones tan solo recibirá 9’662 y para promoción 2’859. Todo lo contrario que el País Vasco que con 13’944 M€ de dotación total (8’7%) de las ayudas, será el que más emplee en la promoción 10’763 (20’81%), 2’473 en inversiones y tan solo 0’708 en reestructuración y reconversión.

Algo más igualitario resulta el reparto de Castilla y León, que con sus 5’8 M€ (8’32%) en reestructuración, 7’519 (19’93%) en Inversiones y 7’687 M€ (14’86%) para promoción; se sitúa como la segunda Comunidad Autónoma por importe de ayuda total 21’006 (13’2%).

Más curioso resulta el caso de Cataluña y Extremadura, segunda y tercera en orden de producción. Pues si las ayudas destinadas a Cataluña serán el 10’35%, lo que supondrá poco menos de dieciséis millones y medio de euros; la medida a la que más fondos dedicarán será la de promoción, con prácticamente la mitad de sus fondos. Mientras que, en el caso de Extremadura, sucede todo lo contrario, pues los 7’7 millones (4’84%) van destinados prácticamente en su totalidad 6’416 M€ (83’32%) a la reestructuración.

Como puede verse, realidades muy diferentes de un sector que, lejos de poder pensar que evoluciona a un solo ritmo, presenta retos y posibilidades muy diversas.

Expectación en un mercado paralizado

Con más o menos argumentos para ello, lo cierto es que el sector anda un tanto preocupado por cuál pueda ser la evolución de los mercados en los próximos meses.

Con una vendimia 2022 en ciernes, a la que le precede una cosecha corta, en un ambiente belicista de importantes consecuencias macroeconómicas que amenaza con severos ajustes en las economías domésticas, que acaben viéndose reflejados en los datos de consumo, con especial incidencia sobre aquellos productos que no son básicos; la prudencia parece estar adueñándose de la situación y extendiéndose como una mancha de aceite entre los operadores.

La producción prefiere mantenerse al margen del mercado, porque ni los bajos precios, ni el escaso número de compradores le resultan interesantes. Los consumidores, aunque ávidos de volver a una situación prepandémica que les permita disfrutar un poco de la vida y gozar de algunos de esos pequeños lujos de los que el confinamiento les privó; están recibiendo un torpedeo constante de malas noticias que les advierten de tiempos muy difíciles cuando pase esta especie de euforia contestaría a una represión histórica.

Cuánto durará esta especie de darle la espalda a la realidad y cómo de duro será el aterrizaje en una recesión (esperemos que no estanflación), junto con cuál pueda ser la repercusión que esto vaya a tener en el consumo de vino son las grandes preguntas para las que no todos tienen la misma respuesta.

Hasta ahora, los datos de consumo interno, correspondientes al Infovi del mes de mayo, nos sitúan el consumo aparente en 10’442 millones de hectolitros, un 11’1% por encima del que teníamos hace un año. Pero un 1’21% inferior al del mes pasado. Lo que para unos es considerado como un hecho evidente de la entrada en otro periodo de caída del consumo interno; mientras que para otros no es más que la evolución normal de cualquier mercado con sus naturales altibajos. En lo que sí coinciden, más o menos todos, es que volver y superar los once millones que alcanzamos en febrero del 2020, máximo de la serie, está completamente fuera del horizonte del corto y medio plazo.

Y, la verdad, tampoco nos vamos rasgar unas vestiduras que ya tenemos bastante roídas. Produciendo cuarenta millones de hectolitros, que son los que declaramos en un mal año como fue el 2021 y un potencial que está claramente por encima de los cincuenta; hablar de diez u once millones no deja de tener un valor mucho más simbólico sobre lo que supone el vino en nuestra sociedad y las características que definen los momentos de consumo, que un verdadero problema en la evolución de nuestro mercado.

Las estadísticas desfasadas y su relativa utilidad

Una, si no la mayor, de las utilidades que tienen los datos, especialmente los numéricos, es la de cuantificar lo que ya ha sucedido. Pero no es menos cierto que, no en pocas ocasiones, nos permiten hacer proyecciones con las que intentar anticiparnos a lo que está por venir.

Tradicionalmente este ha sido un asunto bastante “escabroso” en el sector vitivinícola, pues no solo ha dispuesto de poca información, sino que cuando la ha tenido ha sido muy tarde. Un buen ejemplo de ello lo tenemos en la recién publicada estimación de cosecha 2021/22 del Ministerio de Agricultura, publicada, a través de su Avance de Producciones, durante el pasado mes de mayo cuando los propios datos del Infovi venían anticipándola desde el mes de noviembre. O en los propios relacionados con el consumo, parciales y desfasados.

A pesar de ello, el sector ha sabido evolucionar y encontrar en el Infovi esa fuente de información mensual de la que ir nutriéndose de cifras que sirvan para explicar lo que sucede en los mercados y permitan formular proyecciones con un cierto sustento que las hagan válidas.

Pero no solo a nivel nacional suceden estas cosas, también la Unión Europea, a través de la Comisión, acaba de hacer público el avance de la producción de la cosecha 2021/22, el cuál difiere sustancialmente del inicialmente publicado en octubre. Pasar de 147,7 millones de hectolitros que avanzaba por aquel entonces, a los 158,7 que finalmente fija es un volumen (10,99 Mhl) lo suficientemente importante como para no pase desapercibido.

Especialmente por dos razones. La primera de ellas, que no sé si la más importante, porque hemos pasado de una cosecha que se estimaba inferior a la anterior en un 13,42% a reducir a la mitad la caída, hasta dejarla en un 7,44%. Con las consabidas consecuencias que ello supone a la hora de calcular las necesidades que deberían cubrirse mediante la transmisión entre unos países y otros.

La segunda, resaltar el hecho de que sea Italia, el país que concentra algo más de la mitad de ese volumen de más con el que cuenta Bruselas de vino y mosto. Habiendo pasado de previsión inicial de 44,55 a 50,416 Mhl. Seguida de Francia que pasa de 33,327 a 37,132 Mhl; y Portugal con una diferencia de 0,887 al acabar su cosecha en 7,359 Mhl. Siendo, curiosamente, España uno de los países que más acertó en su previsión de octubre, pues sus 39,374 apenas supusieron un aumento de 0’374.

Lo que estadísticamente es muy importante, pero que, con la que está cayendo, alcanza cotas de trascendencia, por lo clave que resultó para la fijación de los precios de las uvas y de los vinos.

Abril, un buen mes

Tras un mes de marzo que hizo saltar todas las alarmas, con una pérdida del 12’5% en el volumen exportado de productos vitivinícolas, que se desglosaban en un 13’9% si hablamos solo de vino y del 6’5% de los mostos. Con caídas tan impresionantes como el 40’2% que perdimos en los vinos a granel con I.G.P., el 30’2% de los BiB y el 29’8% de los vinos licor; o el 26’9 y 27’2% de los vinos con D.O.P. a granel y envasados con I.G.P., respectivamente. Por no mencionar los casi treinta millones de litros que exportamos de menos de vinos a granel sin D.O.P./I.G.P. Conocer lo que había pasado en abril con nuestras exportaciones, iba mucho más allá de la simple información o conocimiento del peso del vino español en el mercado internacional.

Saber si se trataba de algo puntual, motivado por los numerosos e importantes acontecimientos internacionales que se habían producido, o el problema iba mucho más allá y suponía un cambio de tendencia y la entrada en una fase restrictiva en el comercio mundial que nos afectara sobre manera en un producto tan sensible como es el vino; era fundamental.

Afirmar o negar con tan solo un mes de histórico, resulta tan irresponsable como haber lanzado las campanas al vuelo para anunciar, el pasado mes, la llegada de una hecatombe. Los dientes de sierra son algo bastante habitual en cualquier serie; si esta es económica, es inevitable y, si nos encontramos en un escenario tan convulso, extraordinario y complejo como el que nos ha tocado vivir, casi necesario.

Conocer la capacidad de adaptación del sector a este escenario, disponer de información numérica que nos permitiese trabajar con datos concretos y dejar a un lado sensaciones y especulaciones (que en la mayoría de los casos están más próximas a intereses ocultos o poco confesables que a realidades de mercado) iba mucho más allá de lo interesante para convertirse en imprescindible en unos meses en los que una nueva campaña llama a la puerta y deben tomarse decisiones de calado que van, desde la misma decisión de cómo y cuánto comprar o vender, hasta determinar la horquilla de precio a lo que lo haga o el destino que le dé a la producción.

En términos de valor, el mes de abril ha resultado positivo para el vino, con una facturación de 251’2 M€, lo que dicho así podría no parecer muy importante, pero que, si lo comparamos con lo sucedido el mismo mes del año anterior, ha representado un aumento del +5’5% y, lo que es mucho más importante, ha sido el mejor mes de abril. No ha sucedido lo mismo con el volumen, cuya cifra de 167’3 millones de litros ha sido un 13’9% inferior y ha supuesto la venta de 27 millones menos.

En términos interanuales las cifras siguen siendo muy positivas, un 3’4% (71’9 millones de litros) y un 7’1% (190’9 millones de euros) más en comparación con el TAM anterior. Consolidándose la tendencia positiva en el valor y la negativa en un volumen que comienza dar ciertos síntomas de agotamiento tras cifras históricas sobre las que nos tendríamos que remontar hasta noviembre de 2015 para encontrar un volumen mayor.

Para responder a la pregunta sobre si esta revalorización del producto puede ser considerada un éxito de los operadores, ya que el objetivo marcado por nuestros actores sectoriales es aumentar el valor unitario al que exportamos; o, por el contrario, consecuencia de un fortalecimiento de la oferta por razones circunstanciales, habrá que esperar.

De momento, quedémonos con lo importante: las exportaciones han mantenido el tipo y lo sucedido en el mes de marzo no fue más que un bache normal en cualquier mercado.

Unas existencias normales para abril

Conocer el volumen de la cosecha que ha de venir siempre ha sido una cuestión relevante para cualquiera que esté relacionado con el sector vitivinícola. Especialmente cuando las circunstancias que la rodean son un tanto “especiales” (no vamos a decir malas, porque al final, la experiencia te indica que nunca sabes qué es lo buen y lo negativo; pero sí particulares).

Tal cantidad de información económica negativa como la que estamos viviendo estos meses, me atrevería a decir que nunca antes se había producido. Pero, también es verdad que lo sucedido durante los dos años anteriores, nos ha enseñado que, por malos que sean los momentos vividos, el sector siempre encuentra la forma de salir adelante fortalecido.

Hemos pasado de que nuestras bodegas hayan hecho ímprobos esfuerzos por abrir mercado en el canal de la restauración, a perderlo todo de un plumazo. Y, en cambio, nuestras bodegas, unas mejor que otras, lógicamente, han encontrado la manera de llegar a esos clientes, que antes buscaban en los restaurantes, en sus propios hogares. Y, sin duda, con guerra o sin ella, con aumento de la prima de riesgo y reducción de la capacidad de endeudamiento que ello lleve pareja, las bodegas españolas seguirán saliendo adelante.

De momento, lo único que podemos decir es que la vendimia 2022 se presenta con una buena muestra de fruto, en general. Que los temores sobre los efectos que pudieran acabar teniendo los fuertes calores y la sequía siguen siendo muchos. Y que cualquier estimación que, hoy, se haga es pura especulación.

Lo que sí podemos decir es lo que sucede con nuestras existencias y la situación en la que, a abril, últimos datos publicados del Infovi, estábamos y que era de 46’83 Mhl entre vino y mosto (43’836 y 2’994, respectivamente). Lo que, comprándolo con el mismo mes del año anterior era un 6’45% menos (5’12% de vino y 22’39% de mosto) y que, con respecto a las cifras del año 2019 (último año antes de la pandemia) la reducción se queda en un 3’39% de vino, 7’56% de mosto y 3’57% en total.

Cifras que, sin consideraciones futuribles, no se puede decir que sean malas. Y, consecuentemente, justifiquen reducciones en los precios de las uvas o problemas de almacenamiento.

El consumo interno se estabiliza

Aún calientes los datos del Infovi correspondientes al mes de abril, publicados el pasado miércoles; podemos respirar tranquilos, al comprobarse que el descenso en el consumo producido durante el pasado mes de marzo (tras diez meses en los que veníamos creciendo ininterrumpidamente), no se ha confirmado en el último mes analizado.

No obstante, convendría diferenciar muy bien entre lo que es comparar, ese dato de consumo de los últimos doce meses, con el que se produjo el mismo mes del año anterior (abril’21) y lo sucedido el mes previo (marzo’22). Pues si bien el efecto estadístico hará que en el primero de los casos (interanual puro) sea positivo, al venir de una brusca caída con ocasión de la pandemia; no sucederá lo mismo con la comparativa respecto al dato precedente, que marca la tendencia. Así, podríamos afirmar que el consumo aparente interanual sigue presentando una clara recuperación, con una cifra de 10’570 Mhl frente los 9’136 Mhl del interanual a abril de 2021 (+15’7%). Cuando la realidad es que el dato acumulado de 12 meses hasta abril supone un aumento del consumo, con respecto al alcanzado el mes anterior, de tan solo el 0’33%.

Y convendría ir acostumbrándonos a estas diferencias, ya que, este efecto estadístico, podría llevarnos a equívocos sobre lo que está sucediendo y la paralización, incluso la caída de la cotización de nuestros vinos, que están sufriendo, especialmente, los tintos.

Hasta el momento, y confiemos en que así siga, la situación no es preocupante. Las pérdidas, tanto en consumo como en exportación no son alarmantes y, considerando los múltiples factores que están combinándose, podríamos decir que estamos aguantando como jabatos. Aquí el problema está en saber cuánto y hasta cuándo se puede dilatar esta coyuntura. Estamos a menos de dos meses de iniciar una nueva campaña. La vendimia empieza a levantar pasiones que, en algunas ocasiones, están convirtiéndose en malos presagios. Y los operadores están retrayendo su actividad comercial ante el peor de los males: la incertidumbre.

La cosecha, hasta el momento, viene bien. Las lluvias que han caído han sido, por ahora, suficientes. Los episodios de heladas no han sido generalizados y sus efectos sobre la viña han sido bastante exiguos. Y las olas de calor y bajas temperaturas de los meses de abril y mayo, con pronunciados cambios que superaban los diez grados de un día a otro; tampoco han tenido efectos reseñables sobre la muestra.

¿Lo tendrá la anunciada sequía para este verano? Pues tendremos que esperar para verlo. Y aunque los hay que apuestan por una cosecha normalizada, también hay voces que afirman que nos conformaremos con una más corta. Y ninguno tiene más argumentos (o al menos más sólidos) que los otros para que podamos inclinarnos por su postura.

Lo cierto es que una vendimia cercana a los cincuenta millones de hectolitros, lo que podríamos calificar como “normal”, nos llevaría a un panorama muy complicado. Repetir los cuarenta del año pasado facilitaría las cosas y permitiría a las bodegas aliviar un poco sus existencias que, aunque no muy voluminosas, sí están siendo un poco agobiantes.

Muchas incertidumbres que, por el contrario, no han evitado que ya alguna bodega haya hecha pública su voluntad de bajar el precio de la uva en la próxima vendimia. Habrá que esperar y no alarmarse demasiado.

El viñedo como actividad atractiva para los jóvenes

Diez meses después de que se iniciara la campaña 2021/22, el Ministerio de Agricultura cifra la producción en 40.047.578 hectolitros de vino y mosto, obtenidos de 5,41 millones de toneladas los kilos de uva. Una cosecha inferior en 6.445.226 hl y un 13’9% y 786.503 toneladas y un 12’7% a la del 2020/21.

Volumen que incluye también la producción para autoconsumo y difiere ligeramente del dato publicado por el Infovi y que, en su último informe correspondiente al mes de marzo, cifraba la cosecha de uva de vinificación en 5’308 millones de toneladas y en 39’357 millones de hectolitros los vinos y mostos elaborados.

Discrepancia que, considerando el tiempo transcurrido desde que se iniciara la campaña, hasta su publicación en el boletín mensual sobre Avance de Superficies y Producciones Agrarias, es una nimiedad. Esperar diez meses para publicar un “avance” de producción completo y detallado resulta totalmente rocambolesco y no hace sino justificar la demanda que, históricamente, ha venido haciendo el sector sobre una información estadística de calidad y en tiempo que le permita adoptar decisiones de gran importancia en su estrategia comercial. Afortunadamente la puesta en marcha del Infovi, con sus pequeños matices, ha permitido disponer de una información válida y operativa, características de las que carece el Avance.

Algo más relevante resulta la información publicada por la Comisión Europea y que está referida a la evolución de la superficie vitícola de la UE con la aplicación del sistema de autorizaciones de plantación de viñedo de la campaña 2014/15 a la 2019/20. Donde se puede comprobar que España es el país que, después de Hungría y Eslovaquia, más superficie ha perdido (14.220 ha) un 1’48% en este periodo. Manteniéndose como el primer país, con 944.476 ha, seguido de cerca por Francia con 813.505 y un aumento de 7.725 ha; e Italia con 671.139 ha que se sitúa como el país que más crece con un 5,25% y 33.505 hectáreas.

La importancia de estos datos no está tanto en las cifras, como en lo que pudieran llegar a representar. Pues si aspiramos a hacer de este sector un negocio interesante que atraiga la atención de nuestros jóvenes y el tejido empresarial necesario para sustentarlo, debiéramos comenzar por preguntarnos si esta evolución así lo constata.

Es cierto que España sigue siendo el primer país por extensión de viñedo ecológico, que está creciendo a marchas aceleradas y que no hay joven viticultor que no lo haga bajo estas condiciones de cultivo. Pero también es verdad que la valorización de nuestros productos vitivinícolas no acaba de llegar, que son pocos los jóvenes que se acercan al sector y que perder hectáreas no es precisamente sinónimo de bonanza y apuesta por el futuro.