Un nuevo ISV con una visión más comercial

Tras la reforma de la PAC el Consejo de Ministros aprobaba, en su reunión del 25 de octubre, el Real Decreto por el que establece las bases del nuevo sistema de los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE); que pasa a denominarse Intervención Sectorial de apoyo al sector del vino (ISV). Su aplicación será a partir del 2024 y hasta 2027, cuando haya finalizado el actual período quinquenal 2019-2023 del PASVE. En él se establecen la normativa básica nacional para las ayudas, que pasan a denominarse intervenciones y tienen un marcado carácter medioambiental, de adaptación al cambio climático y sostenibilidad; manteniendo como finalidad la de aumentar su competitividad.

La dotación anual pasa de los cerca de 210’332 millones de euros de los actuales PASVE a 202’147 M€, una rebaja que, con ser importante, no debiera alarmarnos en demasía, especialmente teniendo en cuenta los recortes que ha sufrido la PAC y que somos uno de los pocos sectores que las mantiene.

Las intervenciones elegidas por España siguen siendo las mismas: la reestructuración y reconversión de viñedos; las inversiones materiales e inmateriales en instalaciones de transformación y en infraestructuras vitivinícolas (bodegas), así como en estructuras e instrumentos de comercialización; la denominada cosecha en verde (solo aplicable en casos excepcionales); la destilación de subproductos de la vinificación y las actividades de promoción y comunicación en terceros países.

La intención del Ministerio es aprovechar estos fondos para mejorar las ventas y, en especial, aumentar el valor añadido, por lo que a las medidas de promoción e inversiones se les dotará con una mayor proporción de los fondos de los que con el actual PASVE disfrutaban.

La de reestructuración y reconversión, será la que, al igual que sucediera en los años 2020 y 2021 en los que por cuestiones del cierre de los mercados por la pandemia hubo que destinarse cerca de ocho millones y medio (4 y 4’5 respectivamente) a la cosecha en verde, pierda más dotación. Destinándosele 60.644.100 euros, un 30% del total, frente los 75’55 M€ que acaparó en el 2019 o los 64’14 del 21.

En este caso, está previsto que se dé un giro en los criterios de asignación y se prioricen las de producción en cultivo ecológico, las de Asociaciones de Tratamientos Integrados (ATRIAs) y aquellas que tengan un enfoque más sostenible, disminución de densidades de plantación, variedades más adaptadas y sistemas de conducción del viñedo más sostenibles.

Los fondos para la promoción e inversiones serán iguales, 55’59 M€ para cada una, un 27’5% del presupuesto frente el 21’77% y 26’57 del que disfrutaron respectivamente en el del 21. Para la asignación de las destinadas a inversión en bodegas, los criterios que priorizarán serán los que contengan medidas en eficiencia energética, energías renovables, las que cuenten con certificación medioambiental, gestión y tratamientos de residuos, depuración de efluentes líquidos y producción ecológica.

Mientras que la destilación de subproductos pasará de 35’426 M€ del 2021 (17’59%) a 30’332 (15%).

No sé si suficiente apuesta por el mercado y el valor de nuestra producción, pero sí al menos una apuesta decidida por el futuro del sector.

Pequeños ajustes para un sector que se mantiene expectante

Ante la sucesión de los acontecimientos, muchos de ellos totalmente ajenos al propio sector vitivinícola, pero altamente influyentes por las graves repercusiones que ellos tienen sobre el consumo; se abre la posibilidad (mejor, la necesidad) de preguntarse hasta dónde pueden llegar estas afecciones.

Sabemos, con total certeza que se van a traducir en un menor consumo. Los datos más actualizados y fiables de los que dispone el sector, los del Infovi, así lo vienen manifestando desde hace medio año. Las exportaciones, también se verán afectadas, ante las menores necesidades de nuestros compradores, al disponer de vinos con los que hacer frente a su demanda. No sabemos si solo en su aspecto cuantitativo o también económico, pero eso es algo que apenas tiene importancia; ya que no es previsible que el precio unitario vaya a bajar en cuantía suficiente como para que llegue a serlo. No en vano, la fuerte devaluación del euro frente al dólar juega a nuestro favor. Lo que es nefasto para todas las importaciones de materias primas y energía de las que debemos abastecernos fuera del ámbito económico del euro y que están suponiendo una elevación de los costes de producción que, más tarde o temprano, habrá que pensar en repercutir en los precios finales. De momento, el cambio euro/dólar nos está ayudando en nuestras ventas pues, de facto, supone una rebaja en los precios.

Hasta el momento, y no es previsible pensar que esto pueda cambiar, salvo que la situación en la que nos encontramos se complique mucho más de lo que lo está actualmente; el sector debe mostrarse firme. Inoperante, pero firme. No es previsible que su estructura: superficie, bodegas, exportadores o proveedores vayan a cambiar mucho. Y, aunque habrá pequeños ajustes, como el que ha tenido lugar en la superficie plantada de viñedo de uva de transformación en España, que se ha visto reducida en 7.989 hectáreas en la campaña 2021/22 (a 31 julio 2022) sobre las 945.770 con las que contábamos a la misma fecha del año anterior. Un 0’84% que representan esas cerca de ocho mil hectáreas perdidas en superficie o las 7.815 (-0’8%) en el potencial de producción; que debería enmarcarse dentro de la evolución normal del sector.

Por cierto, que, al hilo de la superficie, conviene resaltar el paso atrás dado en la intención del Gobierno de prohibir la quema de restos de poda. Así como la flexibilización de las prácticas agronómicas de los eco-regímenes de Agricultura: cubiertas vegetales e inertes de la PAC 2023. Permitiéndose labores superficiales en las cubiertas vegetales, la aplicación de fitosanitarios de manera excepcional o la reducción a 4 meses del periodo obligatorio entre el 1 de octubre y el 31 de marzo.

Un Infovi de agosto que viene reflejar en sus cifras la situación del sector

Dos circunstancias caracterizan la campaña 2022/23: el adelanto de las fechas en las que se han producido las tareas de vendimia y la paralización de los mercados. Para la primera encontramos su explicación en el “anómalo” comportamiento climático, marcado por una severa sequía que todavía hoy se prolonga, dejando en mínimos históricos nuestras reservas hídricas, y numerosas olas de calor que se sucedían unas a otras, sin prácticamente separación entre ellas.

Para la segunda, la referida a los mercados habrá que buscar las razones en una situación internacional ciertamente extraña y preocupante. Donde la incertidumbre campa a sus anchas y se hace más necesaria que nunca la prudencia. Actitud que bien han sabido aplicar unas bodegas que observan cómo crecen sus precios de exportación, pero lo hacen a costa de vender menos litros y botellas, que de todo hay.

Y a pesar de ello, o como consecuencia, no sabría muy bien ordenar los acontecimientos, vamos enfrentándonos a situaciones que, en condiciones normales, serían imposibles de entender y explicar.

Una estimación inferior a nivel europeo de la que no escapa nuestro país, podemos verla reflejada en los datos recientemente publicados por el Infovi correspondientes al mes de agosto. En el que las dos semanas de antelación con las que empezaron a recogerse los racimos y elaborarse los vinos, se han traducido en unas cifras de una menor entrada de uva en las bodegas del 8’6% y una elaboración de vinos todavía más baja consecuencia directa del menor rendimiento que presentan las uvas, motivado por su severo estrés hídrico. Dos aspectos, producción y rendimiento que, a tenor de la información y las valoraciones emitidas por los productores en los últimos días, deberían verse mejorados con los datos de septiembre, gracias a las lluvias caídas en la última semana de ese mes y que fueron muy bien recibidas por las viñas que, de forma, más o menos inmediata, fueron capaces de transformar en kilos y rendimiento.

Sobre lo sucedido con el dato de consumo aparente y cuyo crecimiento del 9’0% en dato interanual, conviene observar que, lejos de suponer una buena noticia, detrás de él se esconde la confirmación de una tendencia negativa en su comportamiento que se viene produciendo desde el pasado mes de febrero, con caídas constantes y que solo se explican al compararlo con un momento tan especial de la pandemia.

Las cifras de nuestras existencias de vino y mosto son un 3’4% inferiores, todo ello gracias a los blancos que se reducen un 8’8%, mientras los tintos aumentan el 0’4%. Con un 4’9% menos en graneles, pero un 2’2% mayores en envasados. Destacando por colores el aumento del tinto envasado de un 4’3% y una reducción tan solo del 1’7% en tintos a granel frente el 10’5% que se redujeron los blancos sin envase. También explicarían el comportamiento de los precios en esas semanas.

Incertidumbre ajena al sector

De preocupante podría calificarse la paralización que vive el sector, pues, si bien en otras ocasiones hemos asistido a momentos en los que una de las partes parecía no querer saber nada de los vinos o mostos y limitaba sus contactos al estricto mantenimiento y reposición mínima de existencias; en la actualidad, es que no hay nadie que dé señales del más mínimo interés por acercarse al mercado y tantear la situación. Aunque tan solo fuera por saber si existe alguna posibilidad de cerrar alguna transacción en condiciones muy ventajosas.

Sin duda, una parte del problema reside en el sector y los datos de existencias, así como las estimaciones de cosecha, que también tendrán su parte de responsabilidad. Pero, con certeza, debe haber algo más, algo que nada tiene que ver con el sector, algo mucho más elevado que esté relacionado con la situación política, económica, social y bélica en la que estamos inmersos.

Y es que, si la experiencia nos ha demostrado que todo es susceptible de empeorar y que mejor no demos por superado algo que puede complicarse hasta el infinito y más allá. La situación no deja de sorprender. Unas existencias contenidas, una producción en el margen inferior de la horquilla y un contexto que podríamos extender al resto de los principales países productores; no se corresponden con la parálisis y ausencia de interés de las que estamos siendo testigo.

Coyuntura que empieza a tener su reflejo en los datos sectoriales publicados y referidos tanto al consumo interno como exterior. Pues si bien, al partir de un año en el que la pandemia todavía formaba parte de nuestras vidas y sus efectos en el consumo eran todavía muy palmarios, los datos interanuales pudieran llegar a parecer hasta alentadores. Lo cierto es que, viendo cuál es el escenario de los últimos meses, nos llevan a una realidad bien distinta. ¿Consolidada?, pues no lo sé, pero sí, al menos, preocupante.

Todos sabemos, al margen de debates políticos (que encierran mucho más de interés electoral que de verdaderas medidas de calado en las reformas propuestas), que nos encontramos inmersos en una circunstancia excepcional y que, como tal, es necesario “enfriar” la economía para bajar la inflación. Pero tenemos que hacerlo con sumo cuidado, no vaya a ser que nos pasemos de frenada y entremos en recesión. Pero, al mismo tiempo, necesitamos aumentar la renta disponible de unas familias y empresas que están viendo crecer los costes de manera descontrolada e inasumible, al no poder ser traslados al precio final de los productos en toda su cuantía. Que esto está restando capacidad de ahorro, una posibilidad que para una inmensa mayoría está totalmente esquilmada. Bajo un escenario de tipos de interés crecientes y fuertes restricciones al crédito que dificultan mucho la financiación y anuncian aumentos peligrosos de morosidad.

No podemos, por tanto, sorprendernos (sí preocuparnos) en un escenario como el actual de que el interés de los operadores se encuentre muy contenido y que todos quieran trasladar al otro los posibles costes que suponga la inmovilización de un producto del que existe la total seguridad de poder abastecerse cuando escampe la situación y el horizonte anuncie una recuperación del consumo.

Engañosas cifras para un presente preocupante

Sin entrar en muchas disquisiciones sobre las verdaderas razones que explicarían la situación de parálisis que está viviendo el sector vitivinícola. O en análisis de lo que pudiera suceder en las próximas semanas, meses, con los mercados. Incluso sin entrar a valorar si lo que hay detrás de todo esto son más razones macroeconómicas, provocadas por acontecimientos (de gran relevancia) que nada tienen que ver con el vino y mucho con las bombas. Lo únicamente cierto es que nos enfrentamos a un inicio de campaña nunca antes (hablo por mí) conocido.

El caso es que las estimaciones de cosecha de todos los países productores se encuentran contenidas en niveles que podríamos calificar, sin ningún tipo de ambages, de bajos respecto a lo que han venido produciendo en los últimos cinco años.

Los precios de las uvas, a pesar del gran incremento de los costes de producción y los numerosos estudios publicados sobre cuáles son los valores medios por zonas y sistemas de cultivo, se sitúan en niveles muy por debajo de los que al inicio de la campaña reclamaban las organizaciones agrarias. Sin que ello haya provocado más revueltas que las estrictamente limitadas a la denuncia pública en los medios de comunicación y el recordatorio de que la Ley obliga a las bodegas a pagar “siempre” por encima de esos costes de producción. Lo que la firma del contrato entre viticultor y bodeguero reconoce.

Las cotizaciones de mostos y vinos permanecen en un limbo de incertidumbre sin que apenas se muevan y ajusten a la realidad de una nueva campaña.

Las grandes cadenas de distribución son acusadas de subir precios y señaladas como las grandes responsables del encarecimiento de una cesta de la compra que se ha disparado por encima del quince por ciento, según datos estadísticos, pero que resulta fácilmente constatable por todos que ha estado muy por encima comparando lo que gastábamos hace un año y lo que supone ahora para nuestros bolsillos.

Pero, en cambio, las bodegas se encuentran con la realidad de tener que soportar constantes subidas en los costes de todos sus insumos y con un margen muy reducido en su capacidad de repercutirlas sobre el precio final de la botella.

Y, como si todo esto no fuera bastante sorprendente, porque aquí parece que todos perdemos; el consumo aparente en nuestro país presenta un engañoso crecimiento del 11’9%, según datos del Infovi de julio, consecuencia de la comparación con momentos de pandemia, cuando la realidad es que, desde febrero, su línea de tendencia es negativa.

Algo parecido a lo que sucede, refiriéndonos al mismo mes, con las exportaciones, cuyo precio medio del vino en tasa interanual (TAM) sube un 9’5% hasta situarse en los 1’37 €/litro, con especial relevancia en los graneles que lo hacen un 13’4% (0’43 €/litro). Pero lo hace gracias a aumentar el valor un 5’0%, 9’6% para el caso de los graneles. Pero perdiendo el 3’3% del volumen de vinos sin envasar y el 4’1% del total de vinos.

Son necesarias medidas para afrontar una difícil situación

Una producción similar a la del año pasado en la UE-27, que supondría estar por debajo de lo que sería la cosecha media de los últimos cinco años. Una previsión para España, aun considerando las lluvias de los últimos días, que difícilmente alcanzará los treinta y ocho millones de hectolitros (esa es nuestra estimación actual, que no parece estar muy alejada de lo que piensan otras organizaciones). Unas existencias a inicio de campaña de 37.782.470 hl, (-3’29% sobre las de la campaña anterior) de los que 36.349.367 hl lo eran de vino (-2’69%) y de 1.433.103 de mosto (-16’47%). Son datos que no parece que justifiquen la fuerte paralización que presenta el mercado o la escasa revalorización que están teniendo las uvas, mostos y vinos.

Cuestiones macroeconómicas, mucho más relacionadas con tasas de inflación, tensiones bélicas, subidas de tipos de interés, devaluación del euro, endurecimiento del crédito… o las derivadas sociales de estas que podrían suceder en el otoño escapan al propio sector vitivinícola y hacen muy complicado cualquier análisis que vaya más allá de la pura especulación.

Lo cierto es que las cotizaciones no reaccionan, los italianos, esos operadores que tradicionalmente llegaban a nuestro país en estas fechas para marcar el ritmo de nuestros precios con la firma de operaciones con fecha de retirada y pago a seis meses o más; no han venido, generando un cierto desánimo en todos los eslabones de una cadena que está viendo cómo su reducidísima rentabilidad va cayendo y llega a hacer imposible alcanzar los propios costes de producción.

Y, como si todo esto no fuera lo suficientemente grave, a algunos de nuestros ministros no se les ocurre mejor idea para hacer frente al encarecimiento de la cesta de la compra que obligar a las grandes distribuidoras a topar los precios de algunos alimentos. ¡Como si ese límite en el precio no fueran a trasladarlo hacia la cadena de valor, pero en el sentido contrario del que debería construirse!

Son momentos difíciles, de grandes incertidumbres que están muy por encima de cualquier decisión o iniciativa que pueda adoptar el sector vitivinícola y tendrán, con total seguridad, consecuencias sobre el consumo de vino y el mercado.

Derivaciones que requerirán de medidas que van mucho más allá de protestas por la actitud mantenida por unos de los operadores frente a otros: los viticultores sobre los bodegueros, estos sobre la distribución, para acabar llegando al consumidor.

Son necesarias medidas europeas, o cuanto menos nacionales. Provenientes de los Presupuestos Generales del Estado o de los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola. Pero los viticultores no pueden seguir soportando ver cómo crece el precio de los fertilizantes o fitosanitarios. Las bodegas, los de los insumos, materias secas o costes logísticos; o los distribuidores los de un producto ante el que sus clientes han visto reducida drásticamente su capacidad de compra.

En este sentido, asociaciones vitivinícolas de los tres principales países productores de la UE: Francia, Italia y España, celebraron una reunión del denominado Grupo de Contacto, del que demandan a sus respectivos Gobiernos y a la Comisión Europea la adopción de medidas para afrontar una difícil situación de este sector, en el que “la geopolítica, la inflación y una nueva ola de prohibicionismo ponen en peligro la sostenibilidad social, económica y medioambiental” del mismo.

Muchos frentes para un bien de lujo

Sorpresa, lo que se dice sorpresa, no ha sido el conocer las existencias con las que ha finalizado la campaña 2021/22. Que entre el vino que hay en las bodegas, almacenistas y productores de más de mil hectolitros, haya en España a 31 de julio, fecha en la que finaliza la campaña, treinta y siete millones setecientos ochenta y dos mil cuatrocientos setenta (37.782.470) hectolitros de vinos y mostos no puede asombrar a nadie.

Especialmente cuando venimos de una cosecha corta, porque treinta y cinco millones cuatrocientos setenta y un mil cuatrocientos sesenta y siete (35.471.467) hectolitros de vino y cuatro millones cincuenta y tres mil cincuenta de mosto, son pocos para un país con cerca de un millón de hectáreas de viñedo.

Aun así, hay que reconocer que se nos han atragantado un poco. O eso al menos es lo que parece si vemos la evolución que han tenido, a lo largo de la campaña, las cotizaciones de los vinos. Que empezaron cotizando la primera semana de agosto de 2021 a 25’89 euros/hectolitro los blancos y 36’02 los tintos; y han acabado, en la última semana de julio, a 37’80 y 42’00, respectivamente. Una revalorización que, considerando cosechas, exportaciones, salida de situaciones restrictivas de consumo con motivo de la pandemia… pero, especialmente, teniendo en cuenta la evolución de los precios y el incremento en los costes de producción, insumos, costes logísticos y energéticos; teniendo en cuenta las previsiones de cosecha que se manejan para esta campaña en España, pero no solo, también el resto del mundo, especialmente en los países europeos, no parecen que haya sido suficiente.

Y, así al menos, parecen estar reflejándolo las cotizaciones a las que están firmándose los contratos de compraventa de uva en las diferentes regiones españolas. Todas con incrementos que no alcanzan a cubrir lo que han subido los costes de producción y tan solo con la excepción de una variedad y zona concreta, como es el Albariño y la Denominación de Origen Rías Baixas, donde el incremento en el precio del kilo de uva ha sido espectacular, llegando a alcanzar los tres euros, evidenciando el buen momento que vive esta denominación, su bodegas y viticultores.

Con una estimación de cosecha nacional en torno ya a los treinta y ocho millones de hectolitros, cifra sobre la que prácticamente todas las previsiones pivotan (dos millones arriba o abajo). Nos enfrentaríamos a unas disponibilidades de setenta y seis millones de hectolitros, dos menos que el año pasado y, aún con todo y con ello, los precios no acaban de reaccionar con alegría.

Y es que hay mucho miedo a lo que pueda pasar con el consumo. Las repercusiones que tenga la disparada inflación, la inestabilidad que se genere en el empleo, las posibles restricciones, el corte del crédito… Son muchos los frentes abiertos para un producto de lujo, como es el vino.

Mejorar los precios exige un cambio de modelo

Mucho más allá de lo que puede representar para el sector que el consumo de vino en los hogares españoles sea uno u otro, hay que reconocer que en él se asienta una buena parte del futuro de nuestra industria.

Es posible elaborar un producto, en este caso estamos hablando de vino, pero podríamos hacerlo de cualquier otro, con la intención de venderlo todo, o la mayoría, fuera de nuestras fronteras. Especialmente si se encuentra dentro de los denominados “no básicos”. Pero eso tiene muchos inconvenientes, quizá el primero de todos es lo que supone de internacionalización de nuestras bodegas, aspecto para el que el tamaño sí importa y que no es el más adecuado.

Que cerca del noventa por ciento de nuestras bodegas tengan alguna operación de exportación a lo largo del año, no significa que estén capacitadas para ello y mucho menos que lo hagan en las condiciones requeridas de valor añadido, creación de marca y sostenibilidad en el tiempo. Y, es que, como ya hemos comentado en alguna ocasión, no es lo mismo vender que te compren.

Ahora mismo, y por muchos años, aspirar a que, al menos la mitad de lo que producimos se consuma en España es una utopía que ninguna campaña va a tornar en posible. Pero no por ello hay que renunciar a conseguirlo y definir claramente los objetivos a medio y largo plazo que nos conduzcan en esa dirección.

Pasar de diez millones de hectolitros a veinte, representa duplicar el volumen consumido y aspirar a hacerlo manteniendo un consumo esporádico y festivo se antoja muy complicado. Actualmente consumimos medio litro a la semana por persona, lo que viene a ser cuatro copas que, distribuidas en el fin de semana, momento en el que se concentra el consumo, vienen a ser dos copas por cada sábado y domingo. Pasar a consumir una copa al día, aunque fuera cuando acaba la jornada de trabajo y mientras estamos esmerados en la cena o durante ella no parece tan complicado y nos llevaría a situarnos por encima de ese objetivo de los veinte millones de hectolitros.

Pero ello supondría devolver al vino a la cotidianidad de nuestras vidas, supondría que la presencia de una botella en los hogares donde hay niños no fuera considerado como una incitación al consumo de alcohol. Y eso no parece que esté en la mente de ningún político.

Unos porque se declaran abiertamente contrarios al vino y enarbolan la bandera de la lucha por reducir su consumo, aspirando, incluso, a su prohibición o la utilización de mensajes que alerten de los efectos perjudiciales que tiene un consumo moderado, aunque este no exista.

Otros porque en su defensa se quedan agazapados ante la posibilidad de ser acusados de incitar al alcoholismo, sin tener la valentía de defender un consumo moderado, racional, inteligente y con conocimiento, como pregona el propio sector.

Y, bajo este panorama, nos sorprendemos, los políticos los primeros, de que seamos, de entre los principales países elaboradores, el que menos consumo per cápita tiene, que seamos los que más barato vendemos el vino o que la uva se pague a precios ruinosos que ponen en serias dificultades el relevo generacional que tanto necesita el sector para su perduración y profesionalización.

Precios contenidos en las uvas

A pesar de que apenas ninguno de los grandes acontecimientos que nos esperan en esta nueva campaña tiene nada ver con el sector vitivinícola, su relevancia es tal que sus consecuencias deberán ser de una importancia sublime en la industria del vino.

Pensar que la situación económica que estamos viviendo, con tasas de inflación en máximos históricos, depreciación del euro frente al dólar, aumento vertical de los referentes de préstamos, especialmente el Euribor… no nos va afectar sería una ilusión que no nos deberíamos permitir. La restricción del crédito acabará perjudicando a nuestras empresas, bodegueros y viticultores, que lo tendrán mucho más complicado para acceder a la financiación necesaria para desarrollar su día a día, pero también para llevar a cabo sus proyectos de inversión. La disminución de la renta disponible restará capacidad de gasto a los consumidores y los productos que más se verán afectados serán aquellos que no son ya básicos, entre los que se encuentra el Vino.

Pensar que ello vaya a modificar sustancialmente el volumen de consumo aparente de nuestro país, actualmente situado en 10’461 millones de hectolitros, todavía lejos de los 11’088 que alcanzábamos en el mes de febrero de 2020, justo antes de la declaración de la pandemia de marzo y que ponía freno a un crecimiento sostenido iniciado en diciembre del 2018 con los primeros resultados de las campañas puestas en marcha por la Interprofesional del Vino con el objetivo de recuperar el consumo en España, sería un escenario demasiado catastrófico que no me planteo.

El problema lo tenemos cuando proyectamos cuáles pueden ser los efectos que tenga sobre nuestras exportaciones la crisis en la que estamos envueltos a nivel mundial, o mucho más claramente, europeo. Nuestro Top 5 lo integran: Francia, Alemania, Italia, Portugal y Reino Unido, entre todos ellos acaparan, prácticamente, dos tercios de nuestras exportaciones (61%) con cifras a junio’22. Y todos ellos han disminuido el volumen de sus importaciones, Alemania, Italia y Portugal a razón de dos dígitos, como también lo ha hecho Estados Unidos que ocupa el sexto puesto.

Las cosechas van ser cortas, las existencias sostenidas con un volumen de 39’309 Mhl frente los 41’745 del año anterior (-5’8%). Y, en cambio, en las cotizaciones que se van conociendo de los precios a los que están cerrándose los contratos por las uvas parece estar pensado más toda la situación global, que la estrictamente relacionada con el sector vitivinícola.

¿Será así en las próximas semanas y acabarán viéndose afectadas las exportaciones?

Lo difícil de la normalidad

Entre playas y chiringuitos pasan los días y el tórrido verano va dando lugar a unas vendimias que han tenido que tomar el protagonismo quince días antes de lo que hubiese sido esperable.

No sabemos muy bien (o sí, pero no seré yo quien ose afirmarlo con rotundidad) si como consecuencia del cambio climático, o por vicisitudes de la campaña. El caso es que el adelanto, entre 10 y 15 días de las primeras labores de corte de uva, se ha convertido en la tónica habitual de todas nuestras comarcas. Llegándose incluso a superar el mes en algunas de ellas.

Un buen comportamiento de la climatología, con lluvias suficientes en la primera mitad de la primavera, para dar paso a una segunda parte y a una estación estival en las que las precipitaciones han permanecido ausentes, con intensas olas de calor, que nos llevaban a superar los cuarenta grados en amplias zonas de nuestra geografía; sitúan nuestras reservas hídricas por debajo del 37,9% y a un buen número de comunidades autónomas con pueblos donde se han tenido que aplicar restricciones al consumo de agua. Estas circunstancias se han convertido en argumentos recurrentes a la hora de explicar un adelanto en las vendimias que venimos soportando y que bien podríamos empezar a plantearnos ya como habituales.

Lo que ya no sabemos es si, a ese cambio en las fechas “normales” de vendimia, también deberíamos comenzar a valorar su aplicación cuando nos refiramos a las producciones. Hablar de “normalidad” cuando llevamos un número de cosechas tan importante en el que no se dan esas circunstancias que nos permitían hablar de la generalidad o más habitual es algo que nos debería llevar a buscar algún otro referente más claro, preciso y ajustado a la realidad tan cambiante que estamos viviendo. Pues, si bien es cierto que aquellos países con producciones históricas mucho más estables que nosotros comienzan a sufrirlas también; somos, con diferencia, de entre los principales países productores, el que más volatilidad presenta en sus cosechas.

Hablar de fechas “habituales”, como de cosechas “normales”, con un cambio climático tan evidente y caracterizado por una radicalización de los episodios de lluvias, con frecuentes DANAS (Depresión Aislada en Niveles Altos, antigua gota fría) con ocasión de las elevadas temperaturas a las que se encuentra el agua del mar, o de reventones convectivos (vientos de alta velocidad que se dirigen hacia abajo y hacia afuera del punto de aterrizaje de la superficie) y otros fenómenos, es complicado.

Episodios cada vez más extremos y frecuentes que están generando un efecto notable sobre las cosechas, también la de la uva de vinificación y, dado que esto no parece que sea flor de un día, sino el anuncio de una nueva etapa climática, hacen muy difícil la elaboración de cualquier plan estratégico por parte de las bodegas, restando eficiencia a unas medidas de apoyo al sector que igual deben hacer frente una campaña a incentivar la retirada del mercado de una parte de producción, como al año siguiente se cuestiona la disponibilidad suficiente con la hacer frente a sus necesidades. Por no hablar de lo complicado que resulta la realización de cualquier pronóstico de producción, aunque sea grosso modo, cuando en la fase I (agraz) las expectativas son de una gran cosecha y en la de traslúcido o maduración las expectativas han cambiado radicalmente.