Las etiquetas ecológicas tendrán que ser certificadas

Que el consumo alimenticio ha sufrido una profunda transformación en la última década es una evidencia que no requiere comentario. Que, dentro de nuestra dieta, el papel que juega el vino también ha cambiado profundamente, cediendo protagonismo el papel alimenticio de antaño al hedonista y social actual, lo hemos abordado y justificado las suficientes veces aquí como para tampoco necesitar mucha más explicación.

Aunque, quizá en lo que no hayamos hecho suficiente hincapié es en señalar cuáles son esos “nuevos” valores que acompañan al consumo del vino en esa vertiente mucho más lúdica y recreativa, donde la concienciación social adquiere un especial protagonismo.

Afortunadamente, ya no es necesario preocuparse por comer para alimentarse y cuestiones relacionadas con las consecuencias que la ingesta de ese alimento tiene sobre nuestra salud o el impacto medioambiental que ha ocasionado su elaboración comparten ahora protagonismo con la propia calidad, el prestigio y satisfacción que nos provoca su consumo.

Términos como saludable o respetuoso con el medio ambiente son cualidades al alza que el consumidor no siempre es capaz de identificar, especialmente cuando hablamos de vinos. Confundir términos como bio, ecológico, natural, vegano, biodinámico… es mucho más habitual de lo que pudiéramos pensar. Pudiendo, incluso, llegar a ocasionar un rechazo en el consumidor, ante la amenaza de que se sienta engañado, o cuando menos, confundido.

Conscientes de esta situación y de la falta de una regulación que obligue a que en su etiquetado cualquiera de estas menciones esté debidamente certificada, la Unión Europea acordaba, la pasada semana, prohibir que los productos que se comercializan dentro de su ámbito geográfico puedan identificarse con etiquetas como “eco”, o “natural”, si no tienen pruebas relevantes que sostengan estos reclamos.

Mediante esta nueva Directiva pretenden “empoderar a los consumidores, de cara a la transición ecológica”, con nuevos añadidos a la lista de prácticas comerciales prohibidas en la UE.

Las alegaciones medioambientales ahora tendrán que justificarse y todas las etiquetas ecológicas que no se basen en esquemas de certificación aprobados o establecidos por autoridades públicas quedan prohibidas.

Una vez finalizados los trámites en Bruselas, los Estados miembros tendrán 24 meses para adaptar su legislación a la directiva, por lo que los consumidores tendrán que ver los cambios en los productos entre finales de 2025 y principios de 2026.

Recuperar la renta y animar el consumo

Que algo está cambiando en el clima y que el viñedo está viéndose fuertemente afectado es una evidencia en la que es innecesario incidir, si atendemos a la cadena de accidentes meteorológicos que se están sucediendo y que están impactando seriamente en la vid.

Si al principio fueron las heladas las que dejaron al viñedo español en una situación bastante precaria, con efectos notables sobre el desarrollo desigual de sus sarmientos y racimos que no alcanzaban el tamaño habitual. Luego fueron las sucesivas olas de calor extremas. Y, cuando creíamos haber superado los días infernales, llegaron las lluvias torrenciales y tormentas acompañadas de granizo, que fueron cruzando la Península provocando importantes inundaciones y generando el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de enfermedades criptogámicas, que fueron de cierta importancia en algunas zonas, obligando a dar más tratamientos de los habituales.

Acontecimientos que, unidos a un encarecimiento descontrolado de todos los costes, especialmente energéticos, insumos y productos agrícolas como fitosanitarios y fertilizantes; han complicado mucho la cosecha de 2023. De la que estamos recogiendo estos días su fruto y cuyo resultado, salvo gran sorpresa, nos situará en unos niveles de producción vitivinícola de los más bajos de nuestra historia reciente.

Y que no ha hecho posible que ni el mercado interno, ni las exportaciones hayan aumentado su volumen. Afectando, en cambio, muy negativamente, sobre el precio de los vinos y de las uvas en esta vendimia.

Tampoco las existencias a final de la campaña precedente, declaradas en el Infovi de junio 36.584.443 hl: 24.089.787 de tinto y rosado y 12.494.656 de blanco, difieren mucho de las del año pasado (36.251.161; 23.851.264 de tinto y rosado y 12.399.897 de blanco), pero es que tampoco lo hacen de las declaradas a 31 de julio en los años 2019 (37.128.018) y 2021 (37.585.391)

¿Qué está pasando entonces para que con unas disponibilidades similares y acontecimientos climáticos que no benefician en nada la cosecha los precios no consigan remontar?

Escuchando a los que, teóricamente, saben de esto; porque yo ya no sé muy bien si es que hay alguien que sepa bien lo que está pasando; esto es fruto de una crisis de demanda. Y, a diferencia de lo que ha venido sucediendo en las anteriores crisis, el problema no está en un exceso de producción, lo que en aplicación de la ley de la oferta y la demanda hacía bajar los precios. Sino que el conflicto lo tenemos en la demanda, en el consumo, con una fuerte reducción mundial que nos afecta especialmente, dado nuestro carácter eminentemente exportador.

Disminuye el interés por el vino, se aplican políticas monetarias de restricción de renta para frenar la inflación que ahogan aún más las posibilidades de consumo y nuestras bodegas no encuentran quién les quiera.

¿Es una cuestión de calidad? No. ¿De precio? Tampoco. ¿Acaso de oferta? No parece. ¿Entonces, qué se puede hacer desde el sector? Pues, mucho me temo, que poco o nada. Esperar a que se recupere la renta y se anime el consumo.

Más corazón que razón

A pesar de la buena evolución que están teniendo las vendimias, con acontecimientos meteorológicos que, al margen de lo espectaculares que pudieran haber resultado en algunos puntos y momentos muy concretos, parece que su contribución a la cosecha será más positiva que negativa…

De unas producciones sobre las que, a nivel general, podríamos decir que ya está todo decidido y que su margen de variación, con respecto a los datos definitivos que acabemos teniendo, serán testimoniales: no más de dos millones arriba o abajo sobre los 35 millones en los que podríamos situar el centro de su horquilla…

O de unas declaraciones de producción, a través del Infovi, que nos han permitido conocer con exactitud cuál es el volumen de vino con el que iniciamos la campaña 2023/24, así como cuál ha sido la marcha del mercado en lo relativo a la colocación de los diferentes tipos productos y colores de vinos…

O, precisamente por todo ello, que también podría ser.

El caso es que el mercado no reacciona. Los precios de los mostos se mantienen en los niveles del año pasado, los de las uvas ligeramente a la baja para las tintas y estables o tímidamente hacia arriba en las blancas. Las variaciones son muy tímidas, más fruto de la convicción que tienen todas las partes de que el margen de maniobra para cambiar las cosas, al menos en esta campaña, es muy reducido; que de un análisis de los datos disponibles.

Con la información facilitada por el Infovi a 31 de julio, fin de campaña 22/23, las existencias globales de vino y mosto apenas son novecientos mil hectolitros mayores a las de un año antes. Trescientos mil si nos referimos sólo a vino. Pero es que, si nos vamos a esos datos por colores, las existencias de blancos apenas son noventa mil hectolitros mayores al stock con el que se inició 2022/23; mientras que las de tintos llegan hasta los doscientos diez mil. Eso apenas supone un 0’75% y un 0’91% de aumento respectivamente.

¿Justifica esto lo que está sucediendo con los precios?

Algo más clarificadora resulta la información de las exportaciones, donde, con datos del primer semestre, el volumen de blancos aumenta un 3’1% en exportación, mientras que el de los tintos y rosados cae un 2’6%. Aunque, también en este caso estemos hablando de volúmenes muy reducidos que, de ninguna manera, justificarían la situación del mercado.

Una sangría silenciosa

La puesta en marcha del Sistema de Información de Mercados del Sector Vitivinícola (Infovi) fue un paso enorme en la profesionalización y toma de decisiones del sector, suponiendo un cambio radical. Como también lo ha sido la puntual información sobre las exportaciones españolas que proporciona el OEMV, merced al acuerdo de colaboración establecido con la Interprofesional (OIVE).

Lamentablemente, no es suficiente. Los datos del consumo interno del Ministerio son totalmente inválidos, puesto que son parciales (sólo referidos al consumo alimentario en el hogar) y desactualizados (los últimos publicados corresponden al mes de abril’23). Las estimaciones de cosecha han dejado de elaborarse, por lo que sólo es posible conocer cuál es la evolución que va habiendo, pero no tener una proyección sobre cuál pudieran ser los datos conclusos. En cuanto a los precios de los vinos, escasas las plazas y excesivamente agregados y; de las uvas, sencillamente no hay información. Eso a pesar de que la Ley obliga a registrar los contratos y podría proporcionarse una información agregada.

Eso en la vertiente cuantitativa que, en la cualitativa, donde podríamos incluir el análisis de esos datos, sencillamente no existen. Sin que sea posible, para miles de viticultores y pequeñas bodegas de las que conforman el sector vitivinícola español, disponer del conocimiento mínimo requerido para la toma de decisiones que deben abordar.

Lo que les obliga a asumir como indiscutibles precios de uva por debajo de los costes de producción estimados por estudios más o menos ajustables a la realidad de cada uno. Asistir a un desprecio absoluto por los productos que elaboran, bajo el argumento de que el mercado no demanda este tipo de vino. Y los sumerge en una especie de limbo de información que les imposibilita decidir si adoptar medidas ya ante una situación irreversible o asumir como necesaria esta parte baja de la ola y aguantar a que remonte.

No saber si nos enfrentamos a una crisis ocasionada por circunstancias pasajeras; o estructural que nos obligará a tomar medidas de calado, para las que no sabemos si contaremos con las ayudas necesarias, los sitúa en una posición claramente desventajosa.

Podemos estar ante un escenario en el que será necesario reestructurar nuestro viñedo. El cambio climático así lo exige con temperaturas cada vez más altas, un mayor número de días con una insolación que paraliza la planta, largos y agudos períodos de sequía, etc.

Los consumidores, con posiciones vitales cada vez más sensibles a temas de sostenibilidad (medioambiental, social y económica) y hábitos alimenticios, donde el alcohol juega un papel muy importante…

La Unión Europea con importantes necesidades de reestructurar su gasto para hacer frente a temas de la importancia de la defensa, autoabastecimiento de componentes, ayudas sociales con las que hacer frente a la paralización de una economía dominada por una inflación descontrolada…

Y echo de menos un líder que dirija y organice todo esto, consumiéndome en la desesperación de ver cómo el sector se va desangrando sin que nadie haga nada.

Con la esperanza puesta en el blanco

Como es de esperar, en estos momentos, lo que más preocupa (casi lo único) es la evolución de la vendimia. Aproximarse de una forma fidedigna al volumen de la cosecha y palpar las expectativas que despiertan las cotizaciones de sus uvas son elementos fundamentales sobre los que pivotarán las estrategias comerciales de las bodegas y el futuro de muchos viticultores que se enfrentan a un relevo generacional desconcertados.

Una campaña no hace granero, pero ayuda al compañero, después de años tan complicados como los que estamos viviendo, con acontecimientos que ya pueden calificarse de históricos para el mundo, tomarle el pulso al sector y ver qué zonas y qué tipo de vinos pueden romper el mercado hacia arriba, adquiere mayor relevancia.

Afortunadamente, y a diferencia de los últimos años, tenemos motivos para mostrarnos optimistas y pensar en que una parte de nuestro sector tiene grandes oportunidades en el corto plazo.

Y, aunque no por obvio es menos importante, cabe señalar el gran momento que viven los vinos blancos y espumosos en el mundo. Con un consumo hacia arriba y un general reconocimiento de su calidad y gran versatilidad en los momentos de consumo.

Lamentablemente no es lo más generalizado. La política vitícola impulsada por la Unión Europea y avalada por el Ministerio de Agricultura, apostando por una reestructuración de viñedo dirigida hacia variedades tintas, la mayoría internacionales, carentes de personalidad y llevadas al extremo de producir en cualquier lugar del mundo lo mismo nos ha conducido hacia una pérdida de interés por parte de un consumidor que busca hoy vinos más frescos y menos alcohólicos.

Situación que, muy posiblemente, pueda cambiar en un futuro, no sabemos si muy cercano o lejano, pero que, de momento, está situándonos a los países tradicionalmente productores (España, Francia e Italia) en un momento delicado de existencias voluminosas en bodega a las que resulta complicado encontrarles acomodo, consecuencia de un reducido interés por los vinos tintos de guarda.

Mientras Galicia vive un momento de ensueño, con buenas estimaciones de producción de una uva de calidad y a precios que rondan los dos euros y superan fácilmente esta cantidad, en el caso del Albariño de Rías Baixas, que llega a cotizar por encima de los tres. O como es el caso de Jerez, con su Palomino que, tras unos años de pasarlo mal, ha vuelto a recuperar músculo con la demanda de Sherry Cask e incrementado la cotización de su uva cerca de un cuarenta por ciento sobre los precios del año pasado. Incluso el propio espumoso, especialmente el cava, con sus variedades blancas tradicionales Macabeo, Parellada, Xarel·lo… que, aunque fuertemente afectado por una mala cosecha, también exhibe fuerza la cotización de sus uvas de 2023.

Las producciones de tintos se dividen entre las que aguantan el tipo y consiguen mantener las ventas y aquellas que requieren de medidas extraordinarias con las que retirar existencias y la cotización de sus uvas se debilita con indiferencia del volumen de su producción.

Una cosecha corta para recuperar el mercado

Con las consabidas precauciones que este tema lleva aparejadas, ya podemos sostener, con escaso margen de error, que la cosecha 2023 en nuestro país estará por debajo del volumen de la anterior. Circunstancia que, si bien a principios de este mes de agosto los había que no compartían (nos estamos refiriendo a agrupaciones de productores u organizaciones de cualquier tipo), en la actualidad ya es asumida por todos, de manera unánime.

Cuánto será el volumen que se cobren la sequía y las temperaturas más altas que hemos venido soportando, prácticamente durante toda la campaña, pero de forma muy especial en estos últimos meses es una incógnita; y así lo seguirá siendo hasta que haya entrado el último racimo en los lagares y se hayan presentado las correspondientes declaraciones de producción. Según el informe de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), el mes de julio fue en conjunto muy cálido, con una temperatura media sobre la España peninsular de 24,3°C, valor que queda 1,2°C por encima de la media de este mes (1991-2020). Se trató del sexto mes de julio más cálido desde el comienzo de la serie en 1961, y del quinto más cálido del siglo XXI. En cuanto a las precipitaciones fue muy seco, con un valor medio sobre la España peninsular de 9,9 mm, valor que representa el 59% del valor normal del mes (1991-2020). Se trató del décimo tercer mes de julio más seco desde el comienzo de la serie en 1961, y el cuarto del siglo XXI.

El hecho de que estemos hablando de dos cosechas cortas consecutivas es una mala noticia, sin duda; pero aliviará un mercado al que le hacen falta alicientes adicionales a los propios para su recuperación. Una demanda fuertemente contraída y a la que las autoridades monetarias, encabezadas por el Banco Central Europeo, pero instigadas por la Comisión Europea le han declarado la guerra y se han marcado como objetivo frenar a fin de contener la tasa de inflación, desbocada, en algunos Estados Miembros; hacen muy difícil imaginar un escenario de recuperación en los próximos meses. Así es que, si queremos recuperar precios, no parece existir más alternativa que cosechas cortas.

Según nuestras propias estimaciones y a pesar de que el grado, a diferencia de lo que sucediera el año pasado, está siendo mucho más que aceptable, con valores por encima de lo normal; la horquilla entre los 35 y los 37 millones de hectolitros sería en la que estaría comprendida la cosecha. Cifra que coincidiría, en su margen inferior, con la presentada por el Consejo Sectorial de Cooperativas (35,4 Mhl) en su reunión del 9 de agosto y muy por debajo de las que se manejaban apenas quince días antes, no solo por otras organizaciones agrarias, sino las propias cooperativas de Castilla-La Mancha.

Quizás la mejor noticia, para el mercado, entiéndase, no sea tanto esta pérdida de producción española como la que parece que también tendrán nuestros principales compradores. Pues, mientras Francia la estima similar o ligeramente superior a la del año pasado (44-47 Mhl), Italia la reduce cerca de un quince por ciento hasta situarla en el entorno de los 43 millones. Con especial incidencia en todos los países y mayor en tintos que en blancos.

Cosechas muy ajustadas que, si bien no están tirando de los precios de los vinos, sí podrían hacerlo conforme vayan confirmándose las previsiones con la generalización de las vendimias y los valores concretos de sus uvas.

Una primera aproximación a la cosecha del 23

Con todas las cautelas posibles, es de entender que las estimaciones de vendimia sean las noticias más demandas y buscadas en estos días. Es necesario repetir esa especie de mantra en la que se ha convertido la provisionalidad de las cifras publicadas y los recelos, por qué no decirlo también, que en algunos momentos llegan a despertar entre unos y otros operadores, Y, aun así, los hay que se aventuran en este peligroso túnel de la predicción.

A falta de una estimación global, como debiera ser la confeccionada por el Ministerio de Agricultura y, en su defecto, por algún organismo independiente, que arrojara un poco de luz sobre el asunto; tenemos que conformarnos con las de algunos de los colectivos como son Cooperativas u organizaciones agrarias (tampoco los enólogos parece que estén por la labor). Lo que siempre lleva aparejado un cierto grado de desconfianza ante la parcialidad de su origen.

Y es que, no parece que acabemos de entender que se trata de una información fundamental, con la que se elaborarán muchos planes, se tomarán muchas decisiones transcendentales, que no tendrán vuelta atrás y acabarán condicionando toda la campaña.

A pesar (o precisamente por ello) de que nosotros publicamos la nuestra, siempre hemos defendido que se trata de algo con lo que el sector debiera contar. Más aún cuando, en momentos como los actuales, las cosas no están funcionando bien en los mercados y son necesarias medidas extraordinarias con la que recuperar el equilibrio.

Son pocas las dudas, por no decir ninguna, que existen sobre que la próxima vendimia va a ser corta, qué digo corta, muy escasa. No hay quien ose a fijarla más allá de lo que obtuvimos el año pasado (40’5 millones de hectolitros) y sí muchos los que tiran de ella hacia abajo, hasta cifras que resultarían insuficientes para abastecer las necesidades del sector y que cifraría (grosso modo) en: nueve millones y medio de consumo interno, tres y medio de mosto, veinticinco de exportación y dos de destilación. En total, cuarenta millones de hectolitros.

Cooperativas Agro-alimentarias CLM, como es habitual ha sido la que, de estos pocos organismos que sí las realiza, la ha publicado antes, aunque lo haya hecho de una forma un tanto extraña y parcial. Pues si bien ha llegado a fijar la franja en la que se encontrará la cosecha. Lo ha hecho con un cierto titubeo tras la reunión sectorial regional que tuvo lugar en Castilla-La Macha el pasado viernes 28 de julio. En la que, a los veinte millones que le asignaron a esta Región, se atrevieron con la nacional que situaban entre los treinta y seis y los treinta y seis millones y medio de hectolitros. Aunque ésta no será publicada hasta el próximo día 8 de agosto, cuando tenga lugar la sectorial nacional en la que está previsto se consensuen las cifras.

A falta de datos más concretos, nuestra impresión es que la cosecha será muy desigual. Con regiones que consigan mantener, e incluso incrementar su producción con respecto a la del año anterior (Galicia, Castilla y León, Navarra, La Rioja y Canarias) otras que disminuirán un poco (Castilla-La Mancha, Madrid, Andalucía y Canarias). Y otras, en las que las mermas serán cuantiosas (Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana Murcia, Baleares y Extremadura). Lo de alcanzar una cosecha normal está completamente descartado.

Un entorno demasiado tensionado para la fijación de los precios de la uva

Tienen entre sus manos uno de los mayores recopilatorios (sino el mayor) estadístico sectorial que existe en España. Fruto de un minucioso trabajo elaborado con datos procedentes de fuentes de gran diversidad que lo enriquecen. Muy posiblemente, en él encontrarán el dato que necesitan, pero si no fuera así, esta información la podrán ampliar en nuestra web de una forma todavía un poco más sencilla.

Y digo esto, porque son estas fechas, finales de julio, en el momento en que la vendimia comienza a llamar a las puertas de nuestras bodegas, cuando se hacen más necesarios que nunca los datos fundamentados. Son muchas y variadas las decisiones que hay que tomar en estos días y que van, desde la misma planificación de las instalaciones y los medios técnicos disponibles en bodega, hasta la programación de los productos enológicos a emplear, la misma estructura de producción por tipología de vinos y derivados (mostos, vinagres, alcoholes…). Sin olvidarnos de la más importante, o al menos trascendental de todas y que no es otra que la fijación del precio de la uva y que marcará el devenir de toda la campaña.

Desafortunadamente, y afirmo categóricamente lo de por desgracia, los precios de las uvas en nuestro país nunca han sido como para poder hacerse rico. La falta de valorización del papel del viticultor y la ausencia de una conciencia clara de que no será posible alcanzar la tan cacareada puesta en valor de nuestra producción en tanto en cuanto no seamos capaces de extender esa revalorización a todos los que integran la cadena de valor del producto; hace que, vendimia tras vendimia, nos enfrentemos a fuertes tensiones entre viticultores y bodegueros por este tema.

La creación de la Interprofesional, con el lado, quizás menos conocido de sus objetivos, pero más importante, que era el de intentar hacer que esas dos líneas fueran convergiendo hasta conseguir ir de la mano; no podemos decir que lo haya conseguido. La promulgación de leyes que prohíben vender a pérdidas, el imperativo legal de que deba existir un contrato en el que se especifique el precio al que es vendida la uva, el establecimiento de un plazo máximo de pago; hasta la confección de numerosos estudios encaminados a aproximarnos a conocer el coste medio de producción de un kilo de uva, han ordenado, considerablemente, el sector, pero no han servido para conseguir que viticultores y bodegueros vayan conjuntamente y al unísono.

Todavía hoy es frecuente escuchar lamentos de unos contra otros, acusándolos de mantener posturas de presión que les obligan a aceptar precios ruinosos que impiden la obtención de una renta digna. Quejas sobre la enorme capacidad de financiación que exige el plazo de pago de la uva cuando todavía casi no le ha dado tiempo a transformarse en un producto capaz de ser vendido… Por no hablar de la discriminación con las cooperativas, a las que esta obligación no afecta.

Y es que, cuando desde los propios centros de gobernanza, ministerios y consejerías, abordan asuntos tan transcendentales como la inflación, especialmente la subyacente; poco o nada importa cómo se contengan los precios con tal de que el índice del mes siguiente mejore. Si ello supone que la cadena de valor se comporta de forma inversa y la contención al consumo es trasladada a los eslabones inferiores, ¡ya se abordará ese asunto!, Ahora “no es prioritario”, y así, una campaña más.

Conocer el consumo, una tarea complicada

Hay asuntos que merecen ser discutidos y otros en los que, sencillamente, es mejor no entrar, pues, o bien pertenecen a la categoría de los viscerales o, simplemente, no existen datos objetivos sobre los que argumentar las posiciones.

A la primera categoría pertenecerían los relacionados con la política, tan de moda en España en estos últimos meses, en los que nos hemos pasado las semanas escuchando improperios de unos contra otros, en lugar de recibir soluciones reales y aplicables a nuestros problemas cotidianos. O los religiosos, otro de los grandes temas sobre los que mejor no entrar en discusión nunca.

Pero, como decía, hay otra categoría, mucho menos explicable y mucho más preocupante, que es a la que pertenecen aquellos asuntos sobre los que la falta de información objetiva impide poder argumentar más allá de hipótesis más o menos asumibles.

Y aquí es donde podemos situar el consumo de vino en España; también en otros países, cierto, pero es este el que más me interesa.

Parece absurdo, ¿verdad? que algo cuantificable no pueda ser determinado con un cierto grado de fiabilidad. Pero es así. La ausencia de un panel de consumo ajustado y actualizado que lo mida, los diferentes canales por los que se accede al consumo incluso, porque no asumirlo, los muchos reparos que muestran algunos colectivos en facilitar las cifras; nos lleva a que, en pleno siglo XXI y con una Inteligencia Artificial que llama a la puerta amenazante para unos, esperanzadora para otros, pero sin duda alguna, como un hito que cambiará nuestras vidas y la misma forma de relacionarnos; no seamos capaces de aproximarnos a este dato más que de una forma orientativa, estimativa o presumible.

Mediante el cruce de la información obtenida en algunas de las muchas declaraciones a las que están sujetos los operadores, caso del Infovi y del que podríamos concluir que sería extrapolable el dato más fiable. Pero también sería posible hacerlo con la información facilitadas por otras actividades, como podría ser el vidrio recuperado y perfectamente controlado su origen por la empresa encargada de ello. Incluso por las cifras de venta de algunos elementos tan intrínsecos al vino como podrían ser botellas, cápsulas o cierres.

Y luego está la tasa de variación, tan subjetiva como datos posibles sobre las que poder compararla: el del mes anterior, la anual acumulada, la interanual, sobre el del año pasado.

Un sinfín de posibilidades que hacen imposible conocer con el rigor necesario cuál es el consumo real de vino en nuestro país. Aunque, teniendo la certeza, como tenemos, que se ha derrumbado en la última mitad de siglo de una manera alarmante y que el horizonte de las bebidas alcohólicas presenta negros nubarrones por esos mismos políticos de los que hablábamos antes y que eran incapaces de aportar soluciones a nuestros problemas.

Mejor no perdamos esa pequeña parte de manipulación que todavía nos queda.

La uva no es un cultivo esencial para la UE

Si insuficientes, en mi opinión lógicamente, resultaban las medidas aprobadas por Bruselas para conseguir retornar al equilibrio del mercado y permitir recuperar sus cotizaciones. Si incomprensible resultaba la postura mantenida por nuestro ministro de Agricultura, que parece estar más “en funciones” que nunca, habiendo limitado su responsabilidad en todo este asunto a la más estricta “tramitación” de las ayudas del Plan de Apoyo Nacional (PASVE), sin más gestión o compromiso que su distribución territorial (con el consabido malestar entre las bodegas de las diferentes comunidades autónomas que se han visto relegadas, sintiéndose ciudadanos segunda).

Si las medidas adoptadas, incluso la misma cosecha en verde, parecen ir mucho más dirigidas hacia la parte elaboradora (bodegas) que productora (viticultores), con el consiguiente enfado de las organizaciones agrarias, que apenas han necesitado una semana para comprobar como su mero anuncio (no ha dado tiempo todavía a ponerlas en marcha) sólo ha servido para que las bodegas anuncien precios a la baja para las uvas de la próxima vendimia.

Mucho más preocupante, por incoherente, se antoja la posición adoptada por la Comisión Europea con la publicación de su estudio sobre la evaluación del impacto que tendría en el sector la propuesta de reglamento relativo al uso sostenible de los productos fitosanitarios en la UE. En un entorno fuertemente afectado por el Cambio Climático y cuyas consecuencias en los tratamientos que pudieran ser necesarios para hacer frente a sus derivaciones sobre las cosechas resultan difícilmente cuantificables actualmente.

Primero porque, una vez más, nosotros mismos vamos a situarnos en inferioridad de condiciones a la hora de competir en un mercado totalmente globalizado como el del vino, altamente sensible al precio en determinados productos vitivinícolas en los que España es líder mundial y sobre el que se sustenta la misma existencia del sector vitivinícola español.

Segundo, porque, al igual que sucediera en su exposición de motivos con los que justificar la aplicación de las medidas excepcionales, como la destilación de crisis; el papel que parece estar llamado a desempeñar por el sector vitivinícola a nivel comunitario, queda seriamente cuestionado. Pareciendo haber olvidado el alto valor sostenible (económico, social y medioambiental) que tiene en muchas regiones europeas, en las que la actividad sería inexistente sin el viñedo. Y, de las que España, cuenta con un buen puñado de ellas.

Los innumerables trabajos realizados en innovación e investigación para la eliminación de algunos productos fitosanitarios, no han alcanzado su nivel mínimo necesario para poder ser eficaces. De hecho, el estudio que complementa la evaluación del impacto que tendría su aplicación, señala que la producción podría llegar a reducirse directamente por esta imposibilidad de tratar, hasta el 28% en Francia, el 20% en Italia y el 18% en España.

Y aquí es donde viene lo peor de todo y que explicaría bastante bien lo que está sucediendo en la Comisión; argumentando que eso “no plantea un problema importante pues la uva (origen del vino), no es un cultivo esencial para la seguridad esencial alimentaria europea”.