España y el Vino

Todos los que de una manera u otra nos dedicamos a este sector sabemos que su proyección en los últimos veinte años ha sido espectacular. No ya tanto por lo que hace referencia a la producción, como por el cambio sustancial que ha experimentado la calidad y, con ella, la capacidad exportadora de nuestras bodegas.

La misma necesidad de salir al mercado a encontrar acomodo a una parte importante de una producción (que ha dejado ser consumida en nuestros hogares) obligó a invertir en departamentos de exportación que han llevado al vino español por todo el mundo. Esto ha requerido de una importante inversión en medios personales y financieros; y sus resultados, tal y como muestran los últimos datos publicados por el OEMV correspondientes a 2016, comienzan a dar resultados. Tímidos y todavía tan provisionales que habrá que estar muy encima de lo que suceda en los próximos meses/años para poder decir que efectivamente se ha producido ese cambio en el mix de producto hacia un vino con mayor valor añadido. Pero, aún con todo, la sensación es magnífica.

Todos los informes elaborados por consultoras, escuelas de negocio o incluso empresas inversoras de capital riesgo, señalan al sector vitivinícola español como uno de los más interesantes en el corto y medio plazo. Coincidiendo todos ellos en destacar el aumento de su producción, a pesar de la importante reducción (un 25%) de su superficie, lo que ha permitido mejorar unos rendimientos que hacían muy difícil la rentabilidad del viñedo. Piedra angular sobre la que (también todos coinciden) el sector ha de desarrollarse. Sus mucho más que aceptables niveles de calidad media y bajos precios de los productos nos han permitido situarnos como el primer país del mundo en exportación. Y aunque en valor andamos a años luz de Francia, que prácticamente nos cuadruplica o Italia que nos triplica, vamos mejorando. Que al final es en lo que consiste esto: tener una progresión adecuada.

Algo menos alentadores son los datos de consumo, que siguen resultando vergonzosos para el primer país del mundo en superficie vitícola o el tercero (muy cerca del primero) en producción. Pero también aquí corren buenos tiempos. El consumo fuera de los hogares parece dar por superada la languidez de estos últimos años de crisis económica (pero especialmente moral) y poco a poco va dando muestras de recuperación, con cifras muy positivas en el gasto y la presencia destacada del vino en ellas. Y si el hogar no está consiguiendo ofrecer cifras tan esperanzadoras, sus datos son positivos ya que, al igual que sucede con las exportaciones, el consumo está trasladándose desde los vinos de menor valor hacia aquellos con mayor valor añadido y calidad.

Al hablar de comercio, lamentablemente debemos referirnos a lo mucho que ha sufrido el departamento de marketing y comunicación en estos años. Ha sido la primera partida de la que han tirado los gerentes de las bodegas y cooperativas en su necesidad de recortar costes, y que aún hoy siguen sufriendo de una falta de notoriedad en las preferencias de inversión de muchas de las empresas bodegueras.

La concepción de la comunicación como un gasto que hay que amortizar en el año y la dificultad de obtener resultados en el corto plazo que sean posible trasladar de manera directa al importe dedicado explicarían la situación. No obstante cada vez son más los directivos que se ocupan de la gestión de nuestras bodegas y su formación y conocimiento del mercado está ayudando mucho a cambiar esta percepción de gastos por inversión.

Quizá la mejor evidencia de todo lo sucedido la pudiéramos encontrar en los PASVE, donde reestructuración, inversión y promoción en terceros países se llevan prácticamente la totalidad de los fondos.

Y por si esto no fuera suficiente la Interprofesional parece comenzar a andar. Sin duda la mejor de las noticias posibles para este sector.

Objetivo cumplido

Con los datos de exportación 2016 completos, bien podríamos sentirnos satisfechos y decir aquello de “objetivo cumplido”. Ya que, si bien el total del volumen de productos vitivinícolas exportados a lo largo del pasado año descendió en un 9,3% hasta alcanzar los 27,574 millones de hectolitros, su precio medio aumentó en un 8,6% hasta situarse en el 1,06€/litro.

Hasta ahora, siempre que habíamos intentado subir el precio de nuestros productos, el valor había caído prácticamente en la misma proporción. En 2016 hemos conseguido que casi todas las categorías hayan aumentado su precio medio. Los blancos envasados con I.G.P. han sido los que más lo han hecho, un 20,1% (0,78 €/litro), seguidos de los vinos de licor +14,6% (3,70 €/litro) y los vinos blancos sin indicación y a granel que alcanzaron un precio medio de 0,33 €/litro (+11,1%)

Y aunque es de destacar que los graneles han conseguido un aumento del 9,2%, frente al 3,8% del alcanzado por los envasados, el precio de estos (2,12 €/litro) multiplica por más de cinco el de los graneles (0,39 €/litro) y por más de cuatro el de los mostos que resultó 0,44 €/litro.

Muchos números para acabar entendiendo que el sector ha tomado muy buena nota de que para tener futuro debemos cambiar el mix de producto de nuestras exportaciones y, que solo de esa manera será posible tener recursos que poder distribuir entre el resto de los integrantes de la cadena de valor y, hacer del cultivo de nuestras viñas una actividad rentable y con futuro.

Algo menos de la mitad de todas nuestras exportaciones siguen siendo vinos con muy bajo valor añadido. Pero poco a poco nuestras bodegas van consiguiendo cambiar ese perfil anónimo, y aunque invertir los siete millones y medio que actualmente exportamos envasados en los más de doce millones y medio de hectolitros que vendemos como graneles no va a resultar fácil, el hecho de que sean aquellos sin ningún tipo de indicación varietal o geográfica y vendidos sin envasar los vinos que presentan caídas más notables (-23,5% en blancos y -8,2% en tintos), nos permite pensar que los compradores cada vez más valoran el vino español y están dispuestos a venderlos como tal, y no solo lo contemplan como un producto que envasar en destino con marca propia y origen UE.

Por un futuro más ordenado

Si bien todavía es necesaria la ratificación por parte de los 38 parlamentos nacionales y regionales de los Estados Miembros de la Unión Europea, la aprobación por el Parlamento Europeo del Acuerdo Económico y Comercio Global (CETA) con Canadá supone un importante paso adelante en la aspiración del sector vitivinícola de mejorar la exportación de vino hacia ese país norteamericano. Así como el fortalecimiento de las Indicaciones Geográficas Protegidas (I.G.P.). No viene a suplir los importantes problemas que pudieran surgir de la nueva administración Trump en EE.UU., pero supone un paso de gigante en la presencia y respeto del modelo vitivinícola europeo en esa parte del mundo.

Y es que exportar se hace más necesario que nunca. Con una superficie contenida, pero cuyos rendimientos medios crecen a pasos agigantados como consecuencia de la entrada en producción de las miles y miles de hectáreas reestructuradas y reconvertidas, el potencial de producción español supera claramente los cincuenta millones de hectolitros. Mientras su consumo, más contenido que las superficies, apenas consigue dar muestra de una tímida recuperación en el mix de producto, pero con un volumen que no alcanza los diez millones de hectolitros.

Elaborar productos de origen vitivinícola como mostos, alcoholes o vinagres, son cuestiones a las que no le prestamos la atención que merecerían, ya que nuestra calidad y competitividad nos colocan la cabeza del mundo en estos productos. Pero nos sigue faltando una mínima armonización entre oferta y demanda que asegure explotaciones rentables gracias a precios estables. Y, a diferencia de lo que pudiera parecer, esto no se soluciona acordando precios, o concentrando oferta. Esto se soluciona con condiciones claras en la producción de uvas, a las que se les limite su acceso al sector vinícola por exceso en sus rendimientos. Algo así como lo que ha anunciado que hacía alguna de las regiones españoles que más se juega en todo este envite, pero que no dejaba de ser un brindis al sol dados los límites establecidos y los verdaderos, no los declarados, objetivos perseguidos con esa medida.

Es muy posible que la paralización comercial que estamos viviendo en estas últimas semanas, y las debilidades de la que comienzan a dar síntomas algunas cotizaciones no tengan más justificación que pretensiones desmesuradas de una oferta que ajena a lluvias y potenciales de producción, confía en heladas y muestras de fruto escasas dado el mal estado en el que se encontraba la viña en el verano. Su firmeza en el deseo de no vender ha provocado bajadas más teóricas que reales, respaldadas por transacciones comerciales concretas.

También es posible que cosechas escasas en el hemisferio sur, unos porque venían de producciones muy bajas en el 2016 y otros porque el fuego se ha llevado por delante hectáreas y afectado el humo a cientos de miles de kilos, justifiquen esta postura. A la que, sin duda, contribuye de forma muy importante el hecho de que la cosecha en España no haya sido muy elevada, 42.931.111 hectolitros de vino y mosto, según los últimos datos publicados por el Infovi (datos acumulados hasta 30 de noviembre) y en el que se incluyen aquellos operadores con producciones inferiores a mil hectolitros. De los que 39.133.553 hectolitros son de vino y 3.797.558 de mostos.

Aunque no hay duda de que no son estos datos los que justifican la firmeza en la postura de la producción y sí el hecho de que a 31 de diciembre las existencias de vino fueran de 52.572.583 hectolitros, un 5,3% menos que en noviembre; y la de mostos sin concentrar 4.822.688 hl (-6.4%). Aunque desconozca muy bien el motivo de tan semejante optimismo, ya que no disponemos de información con la que comparar estos datos en años anteriores para saber si su evolución es mejor o peor que la de otros años.

Café en cápsulas por brandy

Cada cinco años, el Instituto Nacional de Estadística (INE) revisa a fondo los bienes y servicios que componen la cesta de la compra, así como su ponderación a la hora de calcular el Índice de Precios al Consumo (IPC). Pues bien, el dato que acabamos de conocer, correspondiente al mes de enero 2017, ya no contempla al brandy entre sus productos, y sí las cápsulas de café en monodosis, los juegos de azar o incluso la música y video online…

¿Es muy importante esto para el sector del brandy? Pues no. Parece bastante claro que el hecho de que esta bebida espirituosa, cuyo origen se encuentra en el vino, ya no forme parte del cálculo de la cesta de la compra no va a afectar para nada en su consumo per cápita, ni en precio. Pero sí pone de manifiesto lo que ya todos sabemos, y es que el consumo de brandy en España ha caído de manera estrepitosa. Y eso sí es preocupante.

Primero por lo que supone de pérdida de colocación de la producción vínica, pues a este sector de destilación llegamos a destinar más del doble del que lo hacemos en la actualidad. Segundo, porque al contrario de lo que ha sucedido con otras bebidas espirituosas que han sabido hacerse un hueco, ¡y qué hueco en el caso de algunas como la ginebra o el ron!, el brandy ha mantenido la imagen de “bebida de viejos”, que muchos jóvenes hacen extensiva a todas las bebidas de origen vínico. Y eso no es que sea preocupante, es que es fundamental cambiarlo si queremos recuperar una pequeña parte del consumo que nos hemos dejado en el último medio siglo.

“No se ganó Zamora en una hora” y eso lo saben bien las gentes del vino; pero tampoco se solucionan las cosas solas. Hay que luchar por ellas, diseñar una estrategia y elaborar un plan para alcanzar los objetivos fijados. Pero eso es algo que en este sector, a pesar de que se ha evolucionado mucho en los últimos años, no acaba de calar.

Recientemente denunciábamos que si queremos luchar contra el alcoholismo de fin de semana de nuestros jóvenes y atajar correctamente ese grave problema, había que hacerlo con iniciativas que fueran dirigidas a la formación y educación. Que la prohibición y coacción no hacen sino despertar ese lado rebelde de la adolescencia.  Algunos centros educativos llevan tiempo entendiéndolo así, y aun así desde el sector no se les ha prestado mucha atención.

Y yo me pregunto ¿es que no creen que la recuperación del consumo de vino debe ir ligada, inexorablemente, al conocimiento; o es que, sencillamente, no les preocupa?

Lo relativo de la noticia

Si yo les dijera que la tasa de inflación en enero se ha elevado hasta el 3% interanual, según los datos adelantados; muchos me dirían que es una mala noticia. Después de tantos años con tasas de inflación muy bajas o incluso negativas, enfrentarnos a un crecimiento en los precios parece que acabará redundando en nuestra riqueza. Especialmente cuando han sido los productos agrarios, petrolíferos y energía, los causantes de ese incremento (la inflación subyacente apenas el 1%).

Si en lugar de hablar de precios, hablásemos de gasto, y les dijera que el gran consumo en los hogares durante 2016 ha descendido el 1,6% en volumen y el 1,2% en valor (también aquí han subido los precios) según los datos de la consultora Kantar Worldpanel (los ofrecidos por del Mapama en su panel de consumo en el hogar andan por septiembre), seguramente también me dirían que es una mala noticia.

Y, por supuesto, cuando les comente que en noviembre nuestras exportaciones de vino, mosto y vinagre han disminuido un 9,5% en tasa interanual en cuanto a la cantidad y un 0,8% en valor. También me dirán que es una mala noticia para un sector en el que la cosecha ha estado muy por encima de lo previsto y cuya única opción para el sector de darle salida es a través de la exportación.

Hasta es muy posible que un dato positivo, aparentemente, como puede ser que hayamos exportado un 12,5% más en volumen, hasta superar los ochenta y cuatro millones de litros y lo hayamos hecho a un precio medio de 3,42 €/litro, rozando los doscientos ochenta y ocho millones de euros a Estados Unidos, de enero a noviembre. A alguno de ustedes pudiera parecerle una mala noticia, viendo el cariz que están tomando las cosas en ese país con la llegada de Donald Trump a la presidencia y la “poca” simpatía que parece estar demostrándole a la Unión Europea.

Pues bien, sin ánimo de ser un imprudente y dejar de reconocer que todas estas noticias tienen algún aspecto sobre el que hay que estar vigilante, dadas las malas consecuencias que pueden acarrearnos. Todas ellas son excelentes noticias.

La última y más relacionada con nuestro sector, porque el gran esfuerzo que han realizado nuestras bodegas y Consejos Reguladores por abrirse un hueco en el primer país del mundo en consumo de vino van dando sus frutos. Como lo demuestra el alto precio medio al que les vendemos (solo superado por los 4,28 €/l de Suiza), que un tercio de lo exportado sean vinos con denominación de origen o que solo un cinco por ciento lo sea de vinos sin indicación de origen y a granel. Que Trump puede endurecer el comercio con la Unión Europea es una amenaza cierta. Pero si seguimos vendiendo vinos de gran calidad e identificados, sus efectos difícilmente se harán notar. Es más, incluso puede que salgamos beneficiados.

En cuanto al global de la exportaciones, convendría aclarar que han sido los vinos a granel los que han sufrido la mayor parte de la pérdida de volumen interanual (-9,4%) y dentro de estos los que no exhiben ni D.O.P./I.G.P., ni variedad (-14,5%). Por lo tanto estamos consiguiendo lo que buscábamos, cambiar el mix de nuestras exportaciones de “vinos baratos” hacia aquellos de mayor valor añadido.

Pero es que si en lugar de ocuparnos de las noticias más directamente relacionadas con el sector, como son sus exportaciones, lo hacemos de las generales como pudieran ser el consumo en los hogares o la inflación; también estas son buenas noticias.     La bajada del consumo doméstico porque se produce al haber aumentado el consumo fuera de los hogares. Lo que es bueno para que la economía se recupere, ya que supone una mayor circulación de la renta. Y la inflación porque si no existe, el consumo se retrae, y tasas moderadas son imprescindibles para que una economía crezca.

Wine in Moderation

No hay ninguna duda de que el tema del consumo de alcohol por parte de menores de edad es un asunto de gran importancia, al que nuestras autoridades deben buscarle una legislación específica que sirva para prevenir y evitar este consumo. Dicho esto, no son los políticos, o esa al menos es mi opinión, quienes deben solucionar un problema social, que está mucho más cerca del ámbito educacional que del coactivo. Prohibir y sancionar está muy bien para quienes incumplan las normas, pero educar y formar deberían ocupar un lugar mucho más destacado en estas iniciativas. Perseguir y sancionar ejemplarmente a quienes vendan bebidas alcohólicas a los menores de 18 años es una obligación que ya hoy figura entre las de que tienen nuestros Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Endurecerlas y hacerlas cumplir podría ser un primer paso. Pero nada de todo esto tendrá ningún efecto si desde los hogares y los centros educacionales no se fomenta la concienciación sobre los efectos nocivos que un consumo desmesurado tiene sobre la salud de nuestros jóvenes. Y mucho me temo que esto no se soluciona con ninguna ley, ni prohibición. Y sí con mucha más formación por parte del colectivo docente y más labor de educación por parte de los padres. Pretender asumir el papel que deben jugar otros parece un tanto descabellado. No ya tanto porque las limitaciones para poder hacerlo sean muchas, como por la imposibilidad de hacerlo. Parece que la iniciativa presentada por el Grupo Socialista en el Senado, y respaldada por el resto de grupos, reconoce el problema del consumo de alcohol por los menores como un asunto polémico que requiere una visión global, que incluya aspectos sociales y educativos que influyen en el tipo de conductas de los jóvenes sobre el consumo excesivo e impulsivo. Pero convendría no olvidar la posición que en la etapa anterior del Gobierno socialista tuvo la entonces ministra de Sanidad, Elena Salgado, al respecto; y que, lejos de ir en esta dirección, señaló directamente a los fabricantes de bebidas alcohólicas, entre las que incluyó al vino, como uno de los responsables de esta situación. No hay ninguna duda de que el sector vitivinícola es uno de los más sensibilizados con este asunto. Lucha y promueve un consumo moderado e inteligente y se esfuerza por conseguir ligar cultura y consumo de vino. Dada la complejidad del fenómeno, convendría aprender de los errores del pasado y luchar por conseguir el apoyo de todos en un proyecto que requiere grandes esfuerzos y en el que no nos podemos permitir el lujo de limitarnos a señalar a nadie con el dedo como el único culpable.

Clara apuesta por el sector

Regular es siempre complicado, ya que son muchos los intereses que hay que atender y no siempre son coincidentes. Si además esa regulación hace referencia a un tema tan sensible como son las nuevas plantaciones de viñedo, la controversia está asegurada.

Aun con todo y con eso, no debiéramos perder de vista lo que de positivo tiene la reacción que han tenido las organizaciones agrarias a los criterios de reparto de las nuevas plantaciones, sobre los que exigen restricciones que limiten el número de hectáreas que pueden solicitarse por el grupo prioritario de “jóvenes agricultores”. Y es que existe un gran interés por el sector y, en consecuencia, esperanza en su futuro.

Nos hemos cansado de hacernos eco, y compartir, que sin un precio digno por la uva no hay futuro. Que el crecimiento del sector debe ser el de todos los colectivos. Y que contamos con unas características naturales, humanas y técnicas que nos sitúan a la vanguardia de los mejores y más competitivos vinos del mundo.

Limitar la superficie tiene sus cosas buenas y malas, pero es lo que hay, al menos (teóricamente) hasta el 2030. Encontrar la mejor forma de adaptar este nuevo modelo a las exigencias del sector sin ahogar su desarrollo debiera ser la primera de las prioridades de todos: organizaciones agrarias y bodegas, pero también de las administraciones.

No obstante, no estaría de más que nos planteáramos lo que queremos ser. Ya sé que es un tema que puede resultarles un tanto cansino (por repetitivo), pero es que los mercados evolucionan muy rápidamente y nosotros seguimos desperdiciando una buena parte de las numerosas sinergias que tenemos.

Limitar la superficie pero no hacerlo con la producción es afrontar un problema sin los arrestos necesarios para solucionarlo. Y aunque algunos gobiernos regionales ya han hecho una declaración pública en este sentido, la limitación de la producción en niveles exageradamente alejados de la realidad, y solo para poder acceder a poder declarar lo producido como vino, no es más que un brindis al sol. Al menos es un primer paso.

Los últimos datos publicados por el Infovi, referidos al mes de noviembre, arrojan una cosecha de 42.541.356 hectolitros, de los que 38.777.115 y 3.764.241 lo son de vino y de mosto sin concentrar, respectivamente.

Haciendo un ligerísimo ejercicio de memoria sobre lo que ha sido esta vendimia 2016, nos vendrá en seguida a la memoria que lo que se presentaba como una gran cosecha (algunas fuentes llegaron a situarla ampliamente por encima de los cincuenta millones de hectolitros), pasó a ser una cosecha muy corta como consecuencia de la fuerte ola de calor y la ausencia de precipitaciones. Lo que propició alteraciones en las cotizaciones de las uvas que sorprendieron, afianzado la creencia de que nos enfrentábamos a una cosecha muy corta. Datos que no se corresponden con lo que ha acabado siendo la realidad, ya que la diferencia con respecto a la 2015/16 apenas ha sido de un 1,7%.

¿Cuál ha sido el motivo de semejante confusión?

Pues aunque habrá opiniones para todos los gustos, la nuestra es el gran desconocimiento que se tiene sobre la producción real de las nuevas hectáreas que van entrando en producción. La mayoría con rendimientos que fácilmente llegan a triplicar los existentes y que en algunos casos los quintuplican.

Esto podemos considerarlo como un hecho aislado y olvidarnos del asunto. O por el contrario, podemos plantearnos que el problema irá a más y que si no tomamos medidas podemos tener serios conflictos con los precios de las uvas.

Pero es solo una opinión. Que profesionales mucho más cualificados que yo tiene el sector y sobre ellos recae la responsabilidad de tomar medidas.

Apasionante futuro

El próximo viernes, día 20 de enero, Donald Trump llegará efectivamente al poder del que, dicen, es el país más poderoso del mundo. Y con él lo que parece que será una política proteccionista como nunca antes había vivido la potencia mundial que está llamada hacer de locomotora de esta economía globalizada y favorecer el intercambio de personas y mercancías.

Como si esto no fuera suficiente, desde el Reino Unido, Theresa May, anuncia un Brexit duro, en el que se quiere la libre circulación de capitales, servicios y mercancías, pero no de personas. Postura que la UE ya ha anunciado que no está dispuesta a admitir.

Pero es que no acaban aquí las sorpresas que nos están deparando estos meses. El presidente chino Xi Jinping, aboga en el Foro Económico Mundial que se celebra en Davos por un comercio global y abierto.

¿Alguien da más?

Y no se olviden del anuncio hecho por Rusia en el que amenaza con cerrar su mercado a los vinos a granel europeos dentro de 5 o 7 años, para lo que ha incrementado el apoyo financiero que da a sus viticultores con el objeto de incrementar en cincuenta mil sus hectáreas de viñedo a fin de poder obtener doscientas mil toneladas de uva en 2020. Previendo para ese año la renovación del 70% de la maquinaria vitivinícola.

Cuestiones todas ellas que no serían objeto de mi atención en estas páginas, si no fuera porque Estados Unidos es el segundo país al que más le hemos facturado por vino en los primeros diez meses del 2016 (últimos datos disponibles) a un precio medio de 3,40 €/litro, cuando la media de nuestra exportación es de 1,03 €/l. Situación muy similar a lo sucedido con Rusia donde nuestras bodegas han vendido un 3,9% más y un 10,8% más caro.

Mientras las ventas al Reino Unido han caído un 6,2% en cuanto al volumen y un 9,2% en el valor, relegándolo al 10 puesto por precio unitario que ha quedado en 1,70 €/l; China se sitúa como el destino que más ha crecido 35,9% por valor y un 32,1% por volumen.

No me negarán que siendo la primera potencia mundial en exportaciones vitivinícolas y dependiendo tanto el futuro de nuestro sector de estos mercados no se presenta un futuro prometedor, desde el punto de vista informativo, ¡claro!

¡Ah!, que para aquellos a los que no les parezcan bastantes noticias, tengo otra. El martes pasado, en el país al que más vino vendemos (Francia), primero en Narbonne y  posteriormente en Montpellier, los sindicatos agrarios franceses volvían a derramar dos cisternas cargadas con vino español alegando competencia desleal.

¿Vamos en la dirección correcta?

Es bastante habitual entre los españoles que cuando hablamos de futuro se nos llene la boca y siempre lo hagamos pensando en grandes proyectos de excelente calidad y buen precio. Pero la verdad es que, a la hora de ponerlos en marcha, la realidad es bien distinta. Las circunstancias en las que debemos operar, nuestros propios recursos, o incluso el tipo de cliente al que nos dirigimos no siempre responden a ese nivel de excelencia al que todos aspiramos.

Sabemos que en el tema de la comercialización tenemos una asignatura pendiente, de la que depende buena parte de nuestro futuro. Y no porque sea lo normal que suceda, sino porque el precio al que se están pagando las uvas es tan sumamente bajo que, especialmente si lo que pretendemos es un sector profesionalizado y que se pueda vivir dignamente de la viticultura, es indispensable e improrrogable aumentar los ingresos de nuestros viticultores. Para ello solo caben dos posibilidades, o aumentamos el multiplicador de la cantidad o el del precio, pero para que el resultado alcance el valor mínimo necesario, solo hay esas dos alternativas.

Hasta ahora, la solución políticamente correcta ha sido la de acusar a las bodegas de posición dominante en el mercado y señalarlas como culpables de los bajos precios a los que se paga la uva. Lo que resulta totalmente incuestionable. Ahora bien, ¿es posible que vendiendo el tipo de producto que venden y a los precios a los que lo hacen, haya margen para pagar más caras las uvas?

Los balances de resultados publicados por el Instituto Nacional de Estadística dicen que nuestras bodegas trabajan con unos márgenes muy ajustados, por lo que parece lógico pensar que confiar en el aumento del coste que supone el pago de la uva por parte de las bodegas, resulte bastante complicado, siempre hablando en general.

Luego habrá que mirar hacia el factor de la cantidad como alternativa a la consecución de la profesionalización del sector.

Aumentar los rendimientos se ha demostrado que resulta totalmente viable. Se ha desmontado la creencia que se tenía de que en las condiciones bajo las que se cultiva la viña en España era imposible alcanzar rendimientos de doce mil kilos con unos niveles de calidad aceptables. Sí, es posible. Para ello hay que reestructurar el viñedo hacia otras variedades, dotarlo de recursos hídricos y trabajarlo convenientemente. Y así lo hemos entendido, a tenor de las inversiones que se han producido en estos últimos diez años en reestructuración y reconversión de viñedo.

Ahora bien, ¿lo estamos haciendo en la dirección correcta?

Pues no lo sé. Principalmente porque cuando alguien se juega su propio patrimonio en poner en marcha una empresa, yo no me considero capacitado para cuestionarlo. Y por si esto no fuera suficiente razón, porque cada uno debe elegir el camino que debe emprender y, afortunadamente, en el sector vitivinícola no es todo lo mismo. Caben muchas posibilidades que pasan por explotaciones más o menos productivas.

Lo que ya no me parece tan comprensible es lo que se hace con nuestros impuestos, de donde se nutren los fondos con los que han pagado las ayudas al abandono de viñedo y los fondos para la reestructuración y reconversión de los viñedos. Pagar por abandonar la producción para luego, en más casos de los deseables, volver a hacerlo al mismo viticultor por replantar la misma variedad que fue arrancada, eso sí multiplicando por tres o cuatro su producción, no parece muy lógico. Allá cada uno y cada administración.

Eso sí, al menos que nadie se lleve las manos a la cabeza cuando la campaña que viene, o la otra, o la de más allá, tengamos que estar hablando de los 50 Mhl como una producción ampliamente superada.

Por encima de los 50

Uno de los temas que, sin duda, más ocupa y preocupa al sector vitivinícola español es conocer cuál es su verdadero potencial de producción. Sabemos que los derechos de plantación fueron sustituidos hace un año por concesiones administrativas que  están generando ciertos recelos entre las organizaciones agrarias, ya que consideran que su reparto no solo no está siendo equilibrado sino que viene a agrandar las diferencias entre unas zonas productores y otras.

Incluso hemos podido comprobar durante esta última vendimia, la desorientación existente en los grandes grupos bodegueros sobre cuál es el nivel de producción real en sus zonas de influencia. Cosa que hasta ahora resultaba inimaginable, dada la excelente información que manejaban.

Y como si todo esto no fuera suficiente, hemos tenido la ocasión de escuchar, y hacernos eco en estas páginas, de las advertencias que llegaban del propio sector avisándonos de lo que se avecinaba con la entrada en producción de las decenas de miles de hectáreas reestructuradas hacia variedades anteriormente arrancadas y reconvertidas hacia rendimientos que fácilmente triplicaban los anteriores.

Recientemente el Ministerio de Agricultura ha publicado los datos de su Encuesta de Viñedo correspondiente a 2015 y en ella, además de comprobar que la Airén se mantiene como la variedad más cultivada en España con 215.484,14 hectáreas (22,90%), seguida de la Tempranillo 201.051,39 (21,36%) y, muy de lejos, de la Garnacha, Bobal, Macabeo y Monastrell, se publica que existen 133.995,89 ha de viñedo con una edad entre los 3 y  los diez años, y 57.596,77 hectáreas con menos de 3 años, o lo que es lo mismo, que todavía no han empezado a producir.

Considerando que nadie (entiéndase la generalidad) de los que han plantado en estos últimos diez años lo ha hecho para mantener los bajos rendimientos de antaño y que en las nuevas plantaciones podríamos estar hablando de quince mil kilos por hectárea como una cifra aceptable para hacernos una idea de lo que se nos puede venir encima; baste multiplicar para saber que en los próximos años nuestro potencial de producción deberá estar entre cinco y siete millones de hectolitros por encima de los actuales niveles productivos.

¿Son muchos? ¿Pocos?

El tiempo lo dirá, pero al menos que cuando lleguen (que lo harán) no nos pillen con el pie cambiado, como parece habernos sucedido esta campaña con las estimaciones de cosecha que (todos) hemos manejado.