Todos los que de una manera u otra nos dedicamos a este sector sabemos que su proyección en los últimos veinte años ha sido espectacular. No ya tanto por lo que hace referencia a la producción, como por el cambio sustancial que ha experimentado la calidad y, con ella, la capacidad exportadora de nuestras bodegas.
La misma necesidad de salir al mercado a encontrar acomodo a una parte importante de una producción (que ha dejado ser consumida en nuestros hogares) obligó a invertir en departamentos de exportación que han llevado al vino español por todo el mundo. Esto ha requerido de una importante inversión en medios personales y financieros; y sus resultados, tal y como muestran los últimos datos publicados por el OEMV correspondientes a 2016, comienzan a dar resultados. Tímidos y todavía tan provisionales que habrá que estar muy encima de lo que suceda en los próximos meses/años para poder decir que efectivamente se ha producido ese cambio en el mix de producto hacia un vino con mayor valor añadido. Pero, aún con todo, la sensación es magnífica.
Todos los informes elaborados por consultoras, escuelas de negocio o incluso empresas inversoras de capital riesgo, señalan al sector vitivinícola español como uno de los más interesantes en el corto y medio plazo. Coincidiendo todos ellos en destacar el aumento de su producción, a pesar de la importante reducción (un 25%) de su superficie, lo que ha permitido mejorar unos rendimientos que hacían muy difícil la rentabilidad del viñedo. Piedra angular sobre la que (también todos coinciden) el sector ha de desarrollarse. Sus mucho más que aceptables niveles de calidad media y bajos precios de los productos nos han permitido situarnos como el primer país del mundo en exportación. Y aunque en valor andamos a años luz de Francia, que prácticamente nos cuadruplica o Italia que nos triplica, vamos mejorando. Que al final es en lo que consiste esto: tener una progresión adecuada.
Algo menos alentadores son los datos de consumo, que siguen resultando vergonzosos para el primer país del mundo en superficie vitícola o el tercero (muy cerca del primero) en producción. Pero también aquí corren buenos tiempos. El consumo fuera de los hogares parece dar por superada la languidez de estos últimos años de crisis económica (pero especialmente moral) y poco a poco va dando muestras de recuperación, con cifras muy positivas en el gasto y la presencia destacada del vino en ellas. Y si el hogar no está consiguiendo ofrecer cifras tan esperanzadoras, sus datos son positivos ya que, al igual que sucede con las exportaciones, el consumo está trasladándose desde los vinos de menor valor hacia aquellos con mayor valor añadido y calidad.
Al hablar de comercio, lamentablemente debemos referirnos a lo mucho que ha sufrido el departamento de marketing y comunicación en estos años. Ha sido la primera partida de la que han tirado los gerentes de las bodegas y cooperativas en su necesidad de recortar costes, y que aún hoy siguen sufriendo de una falta de notoriedad en las preferencias de inversión de muchas de las empresas bodegueras.
La concepción de la comunicación como un gasto que hay que amortizar en el año y la dificultad de obtener resultados en el corto plazo que sean posible trasladar de manera directa al importe dedicado explicarían la situación. No obstante cada vez son más los directivos que se ocupan de la gestión de nuestras bodegas y su formación y conocimiento del mercado está ayudando mucho a cambiar esta percepción de gastos por inversión.
Quizá la mejor evidencia de todo lo sucedido la pudiéramos encontrar en los PASVE, donde reestructuración, inversión y promoción en terceros países se llevan prácticamente la totalidad de los fondos.
Y por si esto no fuera suficiente la Interprofesional parece comenzar a andar. Sin duda la mejor de las noticias posibles para este sector.