Los concursos de vino

Si les dijera que actualmente nos encontramos, literalmente, desbordados por los palmareses de los diferentes concursos que se celebran en el mundo, y en los que los vinos españoles tienen una considerable relevancia, seguro que algunos de ustedes pensará que exageramos, que no será para tanto. Lo es. Para eso y mucho más.

Pero el motivo de sacar a colación el tema de los concursos, podrán imaginarse que no es lamentarme de si tenemos que trabajar de esta o aquella manera. O encontrar la forma de que todas las bodegas españolas que han conseguido sus objetivos, que en un concurso no es otro que alcanzar notoriedad con una medalla, no vean frustradas sus aspiraciones.

Me detengo esta semana en los concursos de vino porque corremos el peligro que dar al traste con algo que, hasta la fecha, ha funcionado bastante bien para determinados mercados y tipo de vinos, y que ahora la proliferación discriminada de los mismos puede llegar a ocasionar una grave crisis.

Soy perfectamente consciente de que regular este asunto es, en sí mismo una entelequia. Pues si bien hay organizaciones internacionales que viendo el problema llevan muchos años intentándolo, con estrictas condiciones para su celebración. Su cumplimiento no es obligatorio más que para aquellos que voluntariamente se adhieren, sin que el mensaje que llega al consumidor sea capaz de ir más allá del nombre del concurso y la categoría de la medalla. Todo lo demás, lo que verdaderamente le da valor a ese “sticker” que los consumidores encuentran en la botella, es totalmente ignorado por el noventa y nueve por ciento de los que los compran.

Es totalmente incuestionable que la mayoría de los consumidores de vino del mundo necesitan alguna herramienta que les permita discernir entre los vinos ante los que vale la pena detenerse y probar y aquellos otros que directamente se pueden ignorar. Y que al igual que lo son las opiniones de los críticos, las revistas especializadas, guías, etc., los concursos juegan un papel preponderante en esta decisión de compra.

Podemos entrar en discutir cuál es el más prestigioso, atendiendo al número de muestras recibidas, al impacto que según las grandes cadenas de distribución mundiales provoca en las cifras de venta, en la especialización en un tipo de vino o una variedad; incluso en los que se celebran dentro de una misma indicación de origen protegida. Y para todos ellos encontraríamos algún argumento a favor y en contra, sin que el que les habla, a pesar de participar en un buen número de ellos fuera capaz de elaborar un ránking, ni tan siquiera de señalar aquellos dignos de ser tenidos en cuenta y los que no.

En mayor o menor medida todos tienen su público y, consecuentemente, cubren las pretensiones de las bodegas que se gastan su dinero en ellos. Pero nada de todo ello es óbice para que recapacitemos sobre la saturación que podemos estar generando en unos consumidores que, al menos en su inmensa mayoría, desconocen, ni tan siquiera, que cada concurso tiene su propio reglamento y que no necesariamente son homogéneos.

Elegir cómo caminamos solo depende de nosotros

Ha pasado una semana y la noticia sigue siendo las fuertes heladas que afectaron al tercio norte peninsular. Y es que los daños han sido cuantiosos ya que, al efecto tan pernicioso que para el viñedo suponen las heladas, el avanzado estado vegetativo que presentaba la planta no ha hecho sino complicar aún más la situación.

Galicia, prácticamente en su conjunto ya que solo Rías Baixas parece haberse librado. Castilla y León, donde desataca de manera sobresaliente el Bierzo, pero no se quedan atrás en daños otras zonas tan emblemáticas como Ribera del Duero, Toro o Rueda, sin olvidarnos de Arribes o Arlanza y Tierra de León. Y con importantes consecuencias en toda la zona alta de la Denominación de Origen Calificada Rioja; en la que se han visto afectados tanto los de Rioja como los de Álava. Suponen el colofón a un importante problema de producción en la zona de España donde se concentra la mayor parte de los viñedos de mayor calidad (si por esta entendemos donde más se paga por sus uvas).

Aunque la prudencia y la gran capacidad que la planta tiene de recuperarse de fenómenos como este aconsejan mantener una cierta precaución a la hora de realizar estimaciones de daños y consecuencias sobre la próxima cosecha; es totalmente indiscutible que acabará viéndose afectada de manera sobresaliente y que ello tendrá consecuencias directas y muy importantes sobre las cotizaciones de las uvas, mostos y vinos.

Ya, de hecho, se puede decir que estas consecuencias están dejándose notar en el mercado, pues aunque las cotizaciones de los vinos todavía no son firmes y es complicado fijar la horquilla, los comentarios de todos los que tiene algo que decir en este sentido son unánimes: la propiedad ha replegado velas, sus existencias se han convertido en un bien “deseado” y lo más indicado es sostener una postura conservadora. “No sabemos lo que nos puede hacer falta”.

Y aunque las zonas citadas han sido las más afectadas, no se puede decir que hayan sido las únicas. Somontano, Empordà, algunas zonas del Levante, también se han visto dañadas por este fenómeno y sus cosechas se han visto asimismo implicadas.

Pero lo más curioso es que sus consecuencias se han dejado notar no solo en aquellas zonas que verán reducidas sus producciones, sino también en aquellas otras que no lo han sido, pero que aspiran a beneficiarse de la situación. La disminución en la cosecha y las producciones controladas de los productores del Hemisferio Sur les permite albergar la esperanza de unas disponibilidades ajustadas que absorban un incremento en las cotizaciones de las uvas y mostos de la próxima cosecha, pero cuyas consecuencias comenzarán a notarse ya en las próximas semanas, con un fortalecimiento de la parte vendedora que se vea correspondida por un aumento de los precios.

De cualquier forma y, aun a riesgo de equivocarme, no estaría mal que no perdiésemos la cabeza y que la codicia no nos abocara a una situación de paralización del mercado. Vender más caro es una aspiración digna, pero querer ir mucho más allá del valor que reconocen los mercados a nuestros diferentes productos puede tener consecuencias muy negativas en el devenir de la campaña. Una vez más tenemos la oportunidad de demostrar que la consolidación de los precios se consigue con pequeños incrementos en los precios que aumenten el valor de nuestros vinos (valor y precio son conceptos que poco tienen en común). Tenemos la oportunidad de dar un pequeño paso, pero firme, en este camino, en lugar de optar por una zancada que ponga en peligro nuestra estabilidad.

Tenemos experiencia suficiente para saber de primera mano lo que sucede cuando buscamos especulación en lugar de sostenibilidad de un negocio.

Elegir cómo caminamos solo depende de nosotros.

Las heladas se ceban en el norte

Ya anunciábamos en las anteriores Impresiones que los agricultores tenían la mirada puesta en el cielo. Las altas probabilidades de heladas que manejaban los servicios meteorológicos para la noche del martes y miércoles en el tercio norte peninsular hacían presagiar muy malas noticias. Especialmente si  teníamos en cuenta las altas temperaturas de días anteriores y las escasas reservas hídricas que presentaba un viñedo con brotes que, en la mayoría de los casos, superaban los diez centímetros.

Esta vez no se equivocaron, y si la noche del martes 25, más o menos, pudieron dar gracias a que no fueron muy persistentes, ni bajaron de los 0ºC más allá de un grado y medio. La noche del 26 y 27 la helada fue arrasando zonas vitícolas de Galicia, Castilla y León, Rioja, Navarra e incluso algunas comarcas de la Comunidad Valenciana y Cataluña.

Cuantificar los daños y la repercusión que estos vayan a tener en el conjunto de la cosecha 2017 es una cuestión que, por más valoraciones que se hagan, será mejor dejar para más adelante. Pues si bien Gobiernos regionales, organizaciones agrarias, y consejos reguladores, incluso la misma aseguradora Agroseguro, coinciden en señalar que la primera brotación se pueden dar por perdida en muchos de estos viñedos, habrá que esperar a ver cómo se comporta en la segunda brotación o en aquellos parajes menos expuestos.

Sobre la cantidad de este viñedo que se encuentra asegurado, es difícil de cuantificar. Si bien, teniendo en cuenta que han sido las zonas que disfrutan de mejores precios por las uvas, las que en mayor medida se han visto afectadas, es de esperar que el grado de cosecha cubierto ante este riesgo de heladas sea bastante elevado.

Pero no todo han sido malas noticias, la pasada semana Carlos Cabanas, secretario general de Agricultura hacía pública la propuesta que el Mapama presentará de PASVE 2019-2023 a las Comunidades Autónomas para a su discusión y futura presentación a Bruselas y en ella se mantienen todas las medidas en importe similar a los actuales salvo la referida a la de Innovación. Y aunque es de destacar que, de momento, solo hay fondos garantizados para los planes del 2019 y 2020, la entrada en vigor en 2020 de una nueva PAC y el compromiso adquirido por Bruselas, permiten albergar fuertes esperanzas de que vayan más allá de ese periodo y se mantengan hasta el 2023.

Uso en función de calidades

Lo habitual por estas fechas es que los viticultores y bodegueros miren al cielo con cierta preocupación. Las posibilidades de heladas y granizos se ciernen sobre sus cabezas y su incidencia en la viña puede echar por tierra buena parte de sus aspiraciones.

Lamentablemente este año, no solo las previsiones meteorológicas para estos próximos días anuncian una bajada importante de las temperaturas en prácticamente todo el territorio peninsular, sino que además pronostican que irán acompañadas, incluso, de nieve.

Mala cosa si tenemos en cuenta que la viña se encuentra bastante evolucionada, con brotes ya de cierta importancia a los que una helada les ocasionarían, sin ninguna duda, un daño considerable.

Claro que, por otro lado, si se confirman las previsiones, también deben llegar unas lluvias que se están haciendo de rogar sobremanera este año, especialmente en la mitad norte peninsular, donde las precipitaciones caídas hasta ahora están por menos de la mitad de lo que sería normal. Y a las perjudiciales consecuencias para la viña de esta escasez hídrica hay que añadir los fuertes vientos de la pasada semana, que han provocado acentuar más la sequedad de la tierra.

No obstante, dicho esto y otorgándole toda la importancia que sin duda tiene, la llamada a la prudencia sigue siendo tan necesaria como siempre. La transformación de un buen número de hectáreas de viñedo de secano en regadío es una realidad fácilmente contrastable y cuyos efectos sobre la cosecha todavía están por concretar correctamente. Pues si bien resulta incuestionable, y así es percibido por todos los operadores, que el potencial de producción en España ha aumentado de manera espectacular, resultando mucho más homogénea, gracias precisamente al control del uso del agua; todavía son muchas las cuestiones relacionadas con rendimientos y calidades que están por concretar.

Confiemos en que una vez conocida con más detalle la situación real de nuestra viticultura y nuestra cosecha “normal”, tengamos  la capacidad de poner en marcha algún plan estratégico que nos permita diferenciar usos en función de calidades. Porque si bien la ecuación de bajos rendimientos igual a mayor calidad, parece ampliamente superada. Todo tiene su límite, y hablar de veinte mil kilos donde antes de producían cuatro mil, nunca puede ser lo mismo.

¿Que los precios a los que vendemos los vinos nos exigen irnos a estos rendimientos porque si no el cultivo de la viña no es rentable? Pues muy posiblemente sea cierto y debamos buscar una solución. Pero pasar por alto que a lo que producimos hay que buscarle un acomodo en el mercado de manera estable y duradera en el tiempo, o confiar en que las exportaciones, o el consumo interno van a absorber ese incremento no solo puede resultar muy complejo de ubicar en el tiempo, sino que incluso la misma aspiración de aumentar ambas utilizaciones es muy posible que resulte muy complicada.

El mercado exterior porque los datos dicen que el comercio mundial de vino lleva cierto tiempo comportándose de una forma bastante estable, lo que nos lleva a que para aumentar nuestras exportaciones hay que quitar a otros que han llegado antes y cuyos méritos están bastante alejados del criterio de precio bajo por el que hemos ido ganado cuota de mercado nosotros.

En el consumo interno porque aspirar a que vuelva el consumo alimentario sería tanto como aspirar a retroceder socialmente cuarenta o cincuenta años. Lo que es del todo imposible. Y si bien podemos, y debemos, aspirar a aumentar el consumo interno, pensar en un cincuenta por ciento de incremento (hasta 15 Mhl) en diez años parece un objetivo bastante ambicioso. Pero todavía del todo insuficiente para hacer frente al aumento de nuestro potencial de producción.

En defensa de la Interprofesión

Dentro de unos días tendrá lugar en Madrid, exactamente el 19 de abril, la puesta de largo de la Interprofesional, con una jornada en la que se abordarán los retos y oportunidades del vino español. Será una excelente oportunidad de reunir a un sector que, en los últimos tiempos, anda un tanto revuelto, con bodegas que empiezan a poner en duda la eficacia de la misma Interprofesional, cuestionando una extensión de norma que se ha reducido a un nuevo “impuesto” y cuyos resultados siguen estando muy lejos de trasladarse a una recuperación del consumo interno o una información más prolífera y de calidad. Dos de los principales objetivos estatutarios de la organización

Mi opinión, pero no es más que eso, una opinión personal mucho menos válida de la que tengan quienes estén soportando económicamente esta organización; es que todavía es pronto para sacar conclusiones y cuestionar su eficacia. Es cierto que “el gato escaldado del agua huye” y que el sector está cansado de escuchar voces anunciando recuperaciones de consumo al amparo de esta o aquella medida, y que no acaban siendo más que un fracaso estrepitoso que debilita aún más el ánimo de unos productores con unos márgenes demasiado pequeños como para poder permitirse experimentos.

Sabemos que somos un sector extraordinario, solidario, comprometido social y medioambientalmente, responsable; tradicional y con un gran acervo cultural. Que los consumidores han cambiado y la forma de llegar a ellos también. Hasta el mismo lenguaje es diferente, porque las necesidades y los objetivos también lo son.

Concienciar de eso a todo un sector, tan variopinto como el nuestro y tradicionalmente tan enfrentado por unos pocos céntimos, con un nivel de profesionalización bastante escaso en el ámbito comercial y de comunicación, en una sociedad donde se impone la información a criterios de calidad, incluso de precio según que target, no es tarea fácil.

Y es precisamente porque no es un trabajo sencillo, por lo que deberíamos tener un poco más de paciencia. Todos, los que pagan en exigir resultados, y los que recaudan en dar explicaciones.

Estamos llamados a convertirnos en uno, sino el primero, de los países vitivinícolas que más evolucionen en los próximos años. La llegada de nuevos productos, con nuevas presentaciones, un cambio en la comunicación, el acercamiento de los no consumidores, jóvenes y no tan jóvenes… Las excelentes condiciones de cultivo de las que disponemos, un abrumador número de eminentes investigadores que avanzan en el estudio de una mayor adaptabilidad a los cambios climáticos. Un nivel técnico en las bodegas que permite sacarle a la uva mucha más calidad de la que se le ha obtenido…

Son solo algunas de las razones por lo que debemos seguir luchando por defender la existencia de una Interprofesional que nos una en la conquista de los mercados y sus consumidores.

Como una mancha de aceite

Parece que cuando no son unas cosas, son otras… pero el caso es que no estemos tranquilos. Primero fue la necesidad de buscar en el mercado exterior los consumidores que en el interior no encontrábamos. Luego intentar que el valor de nuestras exportaciones aumentase un poco y permitiera mantener la rentabilidad de unas producciones vitícolas que estaban seriamente amenazadas.

Ahora, nos vuelven a dar una vuelta de tuerca en los mercados y los ingleses se empeñan en salirse de la Unión Europea, invocando el artículo 50 del Tratado que la mayoría de los jefes de Estado que lo aprobaron no pensaron jamás llegara a aplicarse. Y todo eso bajo la utilización de unos argumentos que, cuando menos, deberíamos calificar de inexactos y torticeros, que llevaron a muchos británicos a expresar en las urnas más un estado de ánimo e intención de propiciarle un revolcón político a su primer ministro, que una verdadera intención de abandonar su principal mercado y a sus más fieles aliados.

Pero no han acabado aquí nuestros problemas, también nuestros vecinos galos andan revueltos con nuestros vinos y lo que hasta ahora habían sido ataques contra cisternas cargadas de vino español, alegando que llegaban a su territorio para hacerle la competencia a sus propios vinos con bajos precios, totalmente imposibles de igualar por ellos; ahora ha ido un paso más allá y los franceses han llegado a entrar como vándalos en una cadena de supermercados y, al grito de “¡No a los vinos importados!”, tomar decenas de botellas de sus estanterías y destruirlas ante sus puertas. Amenazando, al más estilo gansteril, que volverían.

Claro que, considerando el tipo de personaje que ha llegado a presidente de los Estados Unidos y el mensaje, en muchas ocasiones mucho más cerca de las amenazas que de intenciones, en contra de los productos importados; no es de extrañar que en muchos colectivos de otros países cunda el ejemplo. Extendiéndose sus políticas como una mancha de aceite y, bajo el convencimiento de que “aquí vale todo” son muchos los que se invisten de defensores de la Patria y atacan de manera impune uno de los principios fundamentales de esa Unión Europea que ayudaron a construir hace 60 años, como es el de la libre circulación de mercancías.

No deja de resultar curioso que estos actos vandálicos, que han venido acompañados de soflamas exigiendo a la gran distribución que retire inmediatamente de sus lineales los bag-in-box importados, alegando que cada día ocupan más espacio en sus estantes; hayan coincidido con la publicación de los datos de exportación del mes de enero, primeros en los que se aplica una nueva partida arancelaria que permite conocer el volumen de vino que ha sido exportado en esa categoría de envases de capacidad superior a dos litros e inferior a 10, especialmente bag-in-box, cada vez más demandados.

Y aunque todavía es muy pronto para poder decir si nos han sorprendido o no, lo cierto es que, a tenor de lo que hemos podido conocer, 11.339 hectolitros de los 922.175 exportados a granel (según la antigua nomenclatura combinada) no parece ser una cantidad tal como para pensar que es un producto capaz de suponer ninguna amenaza en ningún país. Y respecto a que hayan bodegas francesas que compran vino en España para ser envasado allí y comercializado bajo una etiqueta francesa, es una cuestión estrictamente de mercado que, viéndolo desde el lado español, podríamos decir que nos aleja de los consumidores y hace muy difícil poder luchar por disponer de productos con valor añadido y creadores de fidelidad entre los consumidores.

Y cuando parecía que el sector iba organizándose y tomando conciencia de la importancia de contar con una Interprofesional del Vino que abordara los problemas sectoriales más importantes a los que debe hacer frente de forma colectiva y eficiente, decide relevar a su director gerente de manera fulminante.

Un sector maduro

A primera vista, que nuestras importaciones de productos vitivinícolas durante el pasado año crecieran un 68,6% en volumen y un 17,6% en valor podría parecer una mala noticia. Podría entenderse que cada vez somos más permeables a los productos de fuera, mientras que el consumo interno de nuestro vino se mantiene estabilizado. Y son verdad ambas cosas. No así la valoración de que sean malas noticias.

Abrirse al mercado es fundamental. Conocer y consumir lo que producen otros, esencial para poder desarrollar un sector de valor, competitivo y fuerte. Si queremos que nuestros productos vitivinícolas (vinos, mostos, vinagres, etc.) vayan creciendo en cuota de mercado en los mercados internacionales y aumentando su valor, es imprescindible que nuestras importaciones crezcan.

El consumo del vino en nuestro país necesita de muchas medidas y muy diversas. Requiere de una reorientación en los mensajes, de la utilización de un nuevo lenguaje, de nuevos mensajeros, de una mayor facilidad de acceso al producto. E incluso de un mayor conocimiento global que nos permita comparar y valorar lo nuestro.

Porque solo desde el conocimiento es posible aspirar a recuperar un consumo, que no ha de venir tanto por el aumento en volúmenes de los que ya lo consumen, como de la incorporación de nuevos consumidores que se sientan atraídos primero por vinos fáciles, sencillos, frescos y sin muchos adornos. Que les sirvan para vencer esa invisible barrera inicial y entrar en un mundo, el del vino, que acabará atrayéndolos.

Atrás quedaron los vinos que eran vistos como alimento y cuyo máximo valor residía en la proximidad y el precio. Incluso aquellos que intentaron enamorarnos con variedades exóticas o presentaciones transgresoras. Hoy el consumidor busca el recuerdo de la emoción vivida en una experiencia. Importa poco que esa reminiscencia la generara un vino u otro, lo importante es que sirvió para entrar en este maravilloso mundo del vino.

Palos en las ruedas

Hay determinados momentos en los que me gustaría estar equivocado y que la información de la que dispongo y que la percepción que de un asunto me proporciona mi conocimiento del sector vitivinícola español acabaran por resultar fallidas. Especialmente cuando se trata de un asunto tan importante, y en el que tanto nos jugamos todos, como es el de la puesta en marcha de organizaciones horizontales que nos ayuden a ir todos juntos en la senda de la valorización de nuestro sector.

La experiencia nos indica (y ejemplos tenemos ya demasiados como para tener que dedicar ni minuto de nuestro tiempo en recordarlos) que el sector ha permanecido como una piña y luchado eficazmente siempre y cuando ha tenido que enfrentarse a un problema serio y de graves consecuencias, alcanzado logros históricos. Cosa bien distinta es cuando se trata de tejer el día a día, donde los intereses particulares se imponen a una conciencia de colectividad escasa o irrelevante.

Y aunque estamos cansados de escuchar, y leer en estas páginas, que los tiempos han cambiado, que lo que en otros momentos nos podíamos permitir de ir desunidos y haciendo la guerra (conquista de mercados) cada uno por nuestra parte, hoy es totalmente imposible. Nos sirve de más bien poco, o nada. La más mínima chispa es capaz de incendiar el pajar donde reposan los intereses de una colectividad poco dispuesta a hacer nada por apagar el fuego.

Es verdad que las cosas no siempre se hacen como se debiera y que cuando se reclama el pago de una nueva contribución es necesario haberlo explicado muy bien, hasta haber aclarado la más pequeña de las cuestiones, antes de obligar al pago.

Hasta es cierto que la mujer del César no solo ha de ser honesta, sino también parecerlo, y que determinados detalles pueden llegar a suponer un grave problema cuando la única razón que ha llevado a trabajar de esa manera es la de poner a disposición del sector unos medios físicos de los que carece.

Pero es labor de “todos” la de posponer los intereses individuales frente a los colectivos y la de sus dirigentes llamar a la calma y sofocar las revueltas a las que siempre habrán quienes se quieran sumar.

A los políticos se les otorgan cien días para comenzar a juzgar su labor, y cuentan con un poder y medios que están a años luz del de las organizaciones sectoriales.

Démosles la oportunidad de trabajar. De tomar decisiones y de que acierten y se equivoquen. Y cuando lo hayan hecho, alabemos los éxitos y enmendemos los errores. Pero dejémosles trabajar.

Si queremos tener alguna posibilidad de llegar a tener un sector fuerte, profesionalizado, dinámico y económicamente sostenible, es necesario que abordemos los problemas del consumo interno y nuestro papel en la exportación de manera colectiva, con fuerza y en una dirección. Luego serán necesarias las acciones individuales o de grupos más concretos, pero primero es necesario haber limpiado el terreno.

Eso que todo el mundo entiende, no todos están por la labor de dejar hacerlo. Y dado que no disfrutamos de ninguna figura que sea capaz de imponer los intereses de la colectividad, por el coste que ello supondría pagar, tendrá que ser desde el propio sector desde donde nazca y se propicie esa concienciación.

Ahí fuera, en el mercado, hay sitio para todos. Grandes y pequeños, bodegas privadas y cooperativas. Elaboradores de mosto o vinagre y destiladores. Viticultores y terratenientes. Démonos la oportunidad de demostrar de lo que somos capaces con la gran calidad de nuestros productos y el buen hacer de nuestros profesionales. No le hagamos el trabajo tan fácil a nuestros competidores, que se frotan las manos cada vez que contemplan la desunión que nos caracteriza.

Comunicamos poco y mal

No hace muchos días tenía la oportunidad de escuchar a grandes expertos en marketing del vino afirmar de forma unánime que es fundamental para llegar a los consumidores     tener una historia que contar (el manido storytelling). Y aunque nuestro sector tendría suficiente como para escribir toda una enciclopedia, su capacidad para narrar esas historias y trasladarlas efectivamente no ha sido una característica que, hasta ahora, le haya definido.

Comunicamos poco y mal. De siempre, y lo sabemos.

Pero esto, que antes era algo que cada uno podía permitirse el lujo de valorar, dándole la importancia y dedicándole los recursos que considerara; hoy en día ha de ser protagonista. La calidad de los vinos, fundamental y por la que todas las bodegas realizaron grandes esfuerzos, es una etapa ya ampliamente superada por una nueva era en la que la comunicación le ha arrebatado el protagonismo.

Salir a vender es el primer objetivo que cualquiera de nosotros pensaríamos que debería tener la más pequeña de nuestras bodegas. Pero, ¿pensaríamos lo mismo de las asociaciones en las que se integran esas bodegas? ¿Acaso no son ellas una consecuencia de la unión de un grupo de empresas con unos objetivos comunes? ¿Lo hacen?

Resulta habitual oír hablar de este o aquel Consejo Regulador para cuestionar el papel de promoción y comunicación que está desarrollando. Cuestionar el gran esfuerzo que realiza por perseguir a sus viticultores y bodegueros en el cumplimiento de las obligaciones propias de la Indicación Geográfica Protegida, y los escasos recursos que dedica a generar marca colectiva. Cuestionamiento que, como es natural, no siempre es

Las organizaciones empresariales y profesionales se han enfrentado, especialmente en estos últimos años en los que sus ingresos han mermado mucho como consecuencia del planteamiento que muchos de sus asociados han realizado sobre la conveniencia o no de su integración, a tener que realizar un sobreesfuerzo por comunicar los servicios y la labor que desempeñaban a fin de frenar la pérdida de asociados y, por extensión, de representatividad y fuerza.

¿Y las Administraciones?

Porque, efectivamente hay una diferencia enorme entre que mi contribución sea voluntaria (aportación) u obligatoria (impuesto). Pero salvo “ese pequeño detalle”, el sentimiento de derecho a exigir que se haga un uso adecuado de nuestras contribuciones es el mismo.

Y aunque intención y realidad sabemos que no siempre es posible hacerlas coincidir, que todo lleva su tiempo… Ello, ni exime de su obligación al organismo gestor de esos fondos, ni resta de un ápice de razón a quienes comienzan a estar cansados de sentirse contribuyentes netos.

España y el Vino

Todos los que de una manera u otra nos dedicamos a este sector sabemos que su proyección en los últimos veinte años ha sido espectacular. No ya tanto por lo que hace referencia a la producción, como por el cambio sustancial que ha experimentado la calidad y, con ella, la capacidad exportadora de nuestras bodegas.

La misma necesidad de salir al mercado a encontrar acomodo a una parte importante de una producción (que ha dejado ser consumida en nuestros hogares) obligó a invertir en departamentos de exportación que han llevado al vino español por todo el mundo. Esto ha requerido de una importante inversión en medios personales y financieros; y sus resultados, tal y como muestran los últimos datos publicados por el OEMV correspondientes a 2016, comienzan a dar resultados. Tímidos y todavía tan provisionales que habrá que estar muy encima de lo que suceda en los próximos meses/años para poder decir que efectivamente se ha producido ese cambio en el mix de producto hacia un vino con mayor valor añadido. Pero, aún con todo, la sensación es magnífica.

Todos los informes elaborados por consultoras, escuelas de negocio o incluso empresas inversoras de capital riesgo, señalan al sector vitivinícola español como uno de los más interesantes en el corto y medio plazo. Coincidiendo todos ellos en destacar el aumento de su producción, a pesar de la importante reducción (un 25%) de su superficie, lo que ha permitido mejorar unos rendimientos que hacían muy difícil la rentabilidad del viñedo. Piedra angular sobre la que (también todos coinciden) el sector ha de desarrollarse. Sus mucho más que aceptables niveles de calidad media y bajos precios de los productos nos han permitido situarnos como el primer país del mundo en exportación. Y aunque en valor andamos a años luz de Francia, que prácticamente nos cuadruplica o Italia que nos triplica, vamos mejorando. Que al final es en lo que consiste esto: tener una progresión adecuada.

Algo menos alentadores son los datos de consumo, que siguen resultando vergonzosos para el primer país del mundo en superficie vitícola o el tercero (muy cerca del primero) en producción. Pero también aquí corren buenos tiempos. El consumo fuera de los hogares parece dar por superada la languidez de estos últimos años de crisis económica (pero especialmente moral) y poco a poco va dando muestras de recuperación, con cifras muy positivas en el gasto y la presencia destacada del vino en ellas. Y si el hogar no está consiguiendo ofrecer cifras tan esperanzadoras, sus datos son positivos ya que, al igual que sucede con las exportaciones, el consumo está trasladándose desde los vinos de menor valor hacia aquellos con mayor valor añadido y calidad.

Al hablar de comercio, lamentablemente debemos referirnos a lo mucho que ha sufrido el departamento de marketing y comunicación en estos años. Ha sido la primera partida de la que han tirado los gerentes de las bodegas y cooperativas en su necesidad de recortar costes, y que aún hoy siguen sufriendo de una falta de notoriedad en las preferencias de inversión de muchas de las empresas bodegueras.

La concepción de la comunicación como un gasto que hay que amortizar en el año y la dificultad de obtener resultados en el corto plazo que sean posible trasladar de manera directa al importe dedicado explicarían la situación. No obstante cada vez son más los directivos que se ocupan de la gestión de nuestras bodegas y su formación y conocimiento del mercado está ayudando mucho a cambiar esta percepción de gastos por inversión.

Quizá la mejor evidencia de todo lo sucedido la pudiéramos encontrar en los PASVE, donde reestructuración, inversión y promoción en terceros países se llevan prácticamente la totalidad de los fondos.

Y por si esto no fuera suficiente la Interprofesional parece comenzar a andar. Sin duda la mejor de las noticias posibles para este sector.