Con mucha lentitud

A diferencia de lo sucedido en campañas anteriores, donde el adelanto sobre las fechas “tradicionales” era la nota más generalizada en la vendimia. Este año parece que volvemos sobre nuestros pasos y recuperamos las fechas que habían venido siendo las habituales. Con una evolución que puede considerarse más que correcta en la inmensa mayoría de las regiones y en las que las estimaciones, hasta ahora formuladas, señalan un claro aumento de la producción.

¿Hasta dónde puede llegar este aumento? Esa es la gran pregunta sobre la que nadie se atreve (o quiere) pronunciarse. El potencial de producción, con la incorporación de las campañas reestructuradas, es incuestionable que ha crecido de manera importante. Los cincuenta millones de hectolitros son una cosecha que está ahí y que en una campaña u otra acabaremos alcanzando sin más excepcionalidad que la propia de la naturaleza. Ahora bien, si será esta en la que nos tengamos que enfrentar a superar la barrera de los cincuenta o tendremos que esperar algún otro año es una cuestión sobre la que, de momento, no podemos concretar.

Los constantes episodios de lluvias, así como las continuadas granizadas, tampoco parecen que vayan a acabar teniendo un efecto muy importante en la cosecha. Ya que la calidad del fruto es muy buena y las hectáreas afectadas por la piedra, reducidas.

Y bajo este panorama, las bodegas van cerrando por vacaciones unos días y preparando sus instalaciones para días frenéticos y previsiblemente cargados de tensión, por un tema que sigue siendo una de las más importantes asignaturas que viticultores y productores tiene por resolver. Y que no es otra que la de dotarle de una cierta continuidad a la política de precios que asegure la estabilidad exigida por el consumidor, las fluctuaciones muy estrechas que impone la distribución y la subsistencia que demandan los viticultores.

Una proyección que, en cierto modo, tiene mucho que ver con el peso de nuestro país en el ámbito internacional vitivinícola y del que hemos tenido ocasión de comprobar su escaso nivel en los días pasados con varios episodios de naturaleza bien distinta.

El primero y más noticiado podría ser lo sucedido con Francia y nuestro rosado, asunto ante el que hemos tenido que salir a defendernos ¡como si fuéramos nosotros los acusados!, cuando en realidad lo que somos es las víctimas, al utilizarnos (nuestro vino) para beneficiarse otros engañando al consumidor.

Pero en mi opinión no ha sido el episodio más importante. Pues aunque mediáticamente es mucho menos relevante y así ha sido tratado por la prensa, en general, pero también la especializada. Lo sucedido en la OIV merece un comentario aparte. Ya que si bien las cifras de superficie, producción e incluso contribución a este organismo internacional, evidencian que España es una gran potencia mundial vitivinícola, su peso en esta organización podríamos calificarlo históricamente de “mediocre”, pero actualmente de “inadmisible”.

Actualmente contamos con un solo representante, Vicente Sotés, como vicepresidente, a menos de un año de ser relevado. Y los nombramientos que se están produciendo de cara al próximo mandato amenazan con dejarnos fuera de su estructura. Lo sucedido en las elecciones que tuvieron lugar a principios de este mes para elegir el nuevo director general, con Pau Roca, nuestro representante, es algo que resulta totalmente inaceptable. Y que va mucho más allá de personas, suponiendo un claro menosprecio a nuestra nación como país relevante en el ámbito vitivinícola. Tenemos hasta el 19 de septiembre. Fecha en la que se intentará desbloquear la situación actual en la que ninguno de los dos candidatos (España y Nueva Zelanda) hayan alcanzado los 2/3 de votos necesarios. Confiemos en nuestros Ministerios sepan ver la importancia del asunto y trabajen en ello como merecemos.

Un fraude a perseguir contumazmente

Si hay alguien que piense que los 198,08 millones de litros de vino que le llevamos enviando a Francia entre enero y abril, de los que 144,66 lo son sin D.O.P. y a granel. O los más de 643,92 con los que cerramos el 2017, con una clara mayoría de esa categoría de vinos sin D.O.P. y a granel (451,51), lo eran para ser embotellados en destino como vino español permitiendo que los consumidores identificaran claramente que se trata de vino envasado en Francia pero de origen español; o es que no conoce muy bien el funcionamiento de los mercados, o que su ingenuidad no tiene límite.

Como en el tema de los negocios la ingenuidad no existe y el buenismo acaba donde está en juego el primer céntimo. Los 0,42 €/litro del 2017 o los 0,59 de este primer cuatrimestre del 2018 no dejan mucho lugar a la duda sobre qué es lo que hacen con él y a qué lugares de venta van destinados principalmente.

Dicho esto, nada justifica que no se cumpla la ley. Y si la legislación europea obliga a que el vino envasado como “Vino de …” se trate de vino producido y envasado en ese país, y para aquellos vinos mezclados con los importados exista la leyenda de “Vino de la Comunidad Europea”; cualquier actividad que no cumpla con estas obligaciones es un fraude y un delito que debe perseguirse.

Y así lo han reclamado los sindicatos franceses que ven en nuestros vinos una preocupante amenaza, especialmente para aquellos productos de entrada de gama. Pero también las autoridades francesas que llevan realizando severos controles contra el “afrancesamiento” de los vinos importados, así como las españolas para las que supone una competencia desleal a nuestras bodegas que se ven gravemente perjudicadas en sus posibilidades de hacerse con un mercado para los que cuentan con el producto indicado.

Así pues, que nadie se engañe, pues todo lo sucedido con la comercialización de vinos rosados españoles como franceses no es más que el fraude de una bodega gala a la que habrá que sancionar con todo el peso de la Ley. Y que nuestros vinos, con estas prácticas, no son otra cosa que uno más, junto con los consumidores y distribuidores, de los engañados y perjudicados.

Un gran futuro por delante

Medir la salud de un sector es siempre complicado y requiere de valores de referencia que te permitan tener una visión lo más objetiva posible de la situación. Al margen de otras apreciaciones subjetivas relacionadas con aspectos como la calidad o valoración del producto, que requieren de estudios sociológicos complicados y no siempre coincidentes.

Centrándonos solo en esos primeros parámetros cuantificables y de los que tendrán ocasión de disponer en una completa gama en nuestro próximo Extraordinario de Estadísticas, podríamos concluir que el sector vitivinícola español goza de una buena salud y disfruta de unas extraordinarias perspectivas.

Lo sucedido con los precios de las uvas en la pasada vendimia; la correlación que esa subida tuvo en los mercados tanto de mostos y derivados como vinos; el aumento de las exportaciones en volumen y valor aumentando de manera considerable el precio medio; la solicitud de nuevas plantaciones (especialmente las que han realizado los jóvenes agricultores); la tasa de cumplimiento de los programas de apoyo; el crecimiento de la superficie de viñedo ecológico…, con la mácula de los datos de consumo. Son cifras que reflejan las grandes posibilidades de este sector.

Pero es que, además, en el terreno de lo intangible, podemos concluir que los éxitos de nuestros vinos en los concursos internacionales, el aumento de los vinos de mayor valor en las exportaciones, el incremento de los precios en los establecimientos españoles de los vinos, el aumento de referencias en las grandes cadenas de distribución; la misma compra por grupos inversores de cavas emblemáticas, pero también de pequeñas bodegas que no son noticias (pero que no por ello resultan menos importantes)… evidencian grandes posibilidades que en un periodo más o menos corto de tiempo deberían tener su reflejo en el valor de nuestros productos.

La globalización de la economía, camino sin retorno por más que algunas grandes potencias mundiales se empeñen en poderle freno, es una realidad que nos favorece, que nos da la oportunidad de hacer grandes cosas y que nos llevará de manera irremediable a mejorar la imagen de nuestros vinos y elevar su precio.

Aunque este camino no esté exento de baches y pequeñas curvas que nos puedan hacer pensar que lo truncamos. La próxima vendimia y los precios de sus uvas y productos pueden ser uno de esos momentos que nos hagan cuestionarnos si nuestras previsiones no habrán sido más que un bonito sueño de verano. Las grandes cadenas de distribución ya empiezan a cuestionar subidas todavía pendientes e incluso se atreven a demandar bajadas en los precios. Las producciones de nuestros principales compradores harán menos necesarias sus compras. Pero ni una cosa, ni otra, justificarán retroceder todo lo conseguido, cuestionándonos sobre el gran futuro que tenemos por delante.

Nuevos inversores, una gran oportunidad

Si hace unos meses Freixenet y el grupo alemán Henkell & Co. ocupaban las primeras páginas de los medios de comunicación, especializados y generalistas, por el acuerdo alcanzado de vender a los germanos la mayoría accionarial por 220 millones de euros (sorprendiéndonos posteriormente con las declaraciones del nuevo propietario del 50,75% de la cava en las que señalaba que su modelo de negocio era el de Jaume Serra). En esta ocasión, le ha tocado a Codorníu y al grupo inversor norteamericano Carlyle tener ese extraño honor de notoriedad por el anuncio de que se valoraba la compañía en 390 M€ (300 más los 90 que tiene de deuda) de la que los norteamericanos adquirían un porcentaje de entre el 55 y el 60%. Sin que, de momento, hayamos escuchado cuáles son sus intenciones, más allá de que Carlyle quiere convertir a Codorníu en la cabecera de su grupo europeo de vinos, doblando su facturación, lo que supondría alcanzar los 400 M€.

Ambas operaciones suponen una sacudida importante para el sector del cava español, ya que entre las dos facturan más de la mitad de toda la Denominación. Una indicación de calidad que se ha visto fuertemente criticada por lo que algunos han calificado de “apuesta por el producto barato”, con precios estancados y márgenes muy pequeños, que no permiten abordar las inversiones necesarias para crecer.

Que lleguen fuertes grupos inversores con recursos para abordar estos ataques al mercado es, en sí misma, una buena noticia. Que, por otro lado, no hace sino asimilarlo a lo sucedido en las otras grandes denominaciones del mundo: Champagne o Bordeaux donde, ya hace años, las más prestigiosas bodegas pasaron a manos de grupos financieros multinacionales, con una apreciable presencia de capital chino, todo sea dicho. Además, supone un fuerte espaldarazo al producto y la Denominación ya que ayudará a mejorar su visibilidad en el mercado exterior.

Hasta es posible que nos encontremos con estrategias diferentes entre una y otra, aunque ambas dieron un giro en su política comercial abandonando la marca blanca y apostando por fortalecer los cavas de más valor añadido, como son los de gama premium y ecológico; que el perfil de Carlyle como grupo de capital riesgo la revitalice para posteriormente buscar otros inversores a quien cedérsela. O incluso que pongan sus ojos en otras cavas. Y, puestos a soñar, por qué no también en el vino tranquilo.

Los hechos parecen hacen bastante evidente que el sector necesita de la llegada de grandes empresas de capital, con importantes recursos financieros con los que abordar los mercados internacionales, donde tanto volumen destinamos, pero tan pequeña es nuestra presencia, especialmente en aquellos de segmentos de precio medio-alto. El cava puede ser una primera aproximación de estas empresas al sector vitivinícola español que derive en la adquisición de otras bodegas.

Pero es que, además, por extraño que le pueda parecer a algunos, eso no tiene nada que ver con el apego a la tierra, ni con la defensa de nuestro patrimonio vitivinícola, ni la sostenibilidad. Valores todos ellos que solo tienen duración en el tiempo si van acompañados de otro criterio: rentabilidad.

En esta campaña hemos podido comprobar como aquellas empresas que han seguido apostando por el granel han conseguido mayores subidas en sus valores que los que luchaban por comercializar sus vinos envasados. ¿Y eso porque fueran de mayor o menor calidad? No. Porque unos responden directamente a la ley de la oferta y la demanda del mercado internacional, y otros llevan aparejados otros criterios subjetivos relacionados con el prestigio de la marca (privada o colectiva) que requieren de importantes recursos financieros, de los que nuestras bodegas carecen.

Comercio internacional

Entre Estados Unidos y Rusia se han propuesto generarnos un fuerte dolor de cabeza y un nuevo problema a nuestras exportaciones. Uno porque considera que el vino puede ser un producto con el hacerse fuerte en su política de proteccionismo y vender ante sus votantes que mantiene una política de mano dura frente los estados que se “aprovechan” de la generosidad de los Estados Unidos; y el otro porque el sector vitivinícola de ese país le presiona para que endurezca la importación de vinos alegando la necesidad de apoyar económicamente al sector que se encuentro en clara expansión y requiere de recursos económicos para poder hacerlo. Además en este caso, no solo piden un nuevo impuesto al vino importado, sino que se generen también barreras arancelarias a modo de endurecimiento de los controles de calidad y la exigencia de análisis de los vinos cuando están en los comercios; así como el establecimiento de un precio mínimo como el que ya existe para los vinos espumosos que es de 2,25€ por botella.

Las repercusiones que para nuestro sector pudieran tener estas políticas de marcha atrás en la globalización y apertura de los mercados y que cada vez más parecen estar tomando fuerza, amenazando la misma base filosófica sobre la que se fundó la Unión Europea, son impredecibles.

Pero sí podemos, al menos, cuantificar cuál es el volumen y valor de las exportaciones a ambos países en 2017, que fueron para el caso de Estados Unidos de 12,089 Mhl por un valor de 5.914,8 M$, de los que España aportó 0,792 Mhl por un valor de 359,5 M$, muy lejos de los 3,349 Mhl de Italia o los 1,417 Mhl de Francia cuyos valores fueron de 1.867,6 y 1.858 M$ respectivamente.

Para el caso ruso las cifras todavía son mucho más bajas, ya que su volumen fue de 4,472 Mhl y su valor de 58.550 millones de rublos (803,26 M€) siendo España, eso sí, el primer país en volumen con 1.207.155,74 Mhl, seguido de Italia con 815.707,1 y Francia 399.199,9; y en valor 9.570,66 Mrublos (131,30 M€), 17.008,04 (233,34 M€) y 10.580,54 (145,16 M€) respectivamente.

Dos casos bien diferentes ya que el propio mix de producto que nos adquieren los hace completamente incomparables, incluso sus propias perspectivas e interés para nuestras bodegas. Pero que deberían ser una clara llamada de atención sobre la posibilidad de modificar unas reglas de juego en el comercio internacional.

¿Cómo vender el vino?

A mí me da la sensación que, desde el momento en el que nos tenemos que plantear cómo vender un producto, la cosa no va demasiado bien. Es algo así como asumir que no es lo suficientemente bueno en sí mismo y requiere de una serie de argumentos y comparaciones que venzan las importantes reticencias que genera su consumo.

Reconocer que venderlo como si fuese un refresco es contraproducente es explicarlo mucho mejor y de una forma muy directa y se consigue no ofender a nadie. Pero claro esas declaraciones las ha hecho Pedro Ballesteros, una de las personas que más conoce y predica en el sector vitivinícola y cualquiera de sus valoraciones son asumidas como una crítica constructiva sobre la que reflexionar y asumir como una cuestión sobre la que habrá que adoptar algún tipo de cambio.

Lo que en un sector tan endogámico como este, y en el que la autocrítica resulta tan extrañamente frecuente, no es mala cosa. Además su gran formación intelectual y visión global del mundo de vino le permite acercarse mucho más a la realidad de unos consumidores de lo que la mayoría de nosotros jamás soñaremos en alcanzar.

Dicho esto y sin restarle ni un solo ápice de razón a sus declaraciones realizadas con motivo de la celebración el pasado fin de semana en Logroño el IX Congreso Mundial del Vino Master of Wine, está claro que en el mundo, pero especialmente en esa parte de los llamados países tradicionalmente productores, tenemos un importante problema con la pérdida de consumo y la incorporación de nuevos consumidores. Llegar hasta ellos resulta muy complicado cuando la educación en su consumo que tenía lugar antaño en los hogares ha desaparecido y su consumo ha pasado de considerarse un alimento a un elemento de lujo. Con todas las consideraciones que esta transformación supone de cara a las características que se persiguen en su comercialización, el peso de los mensajes que se trasladan en su packaging, los estilos empleados en la comunicación o en el mismo canal de compra y ocasiones de consumo.

Efectivamente mi amigo Pedro Ballesteros, creo que me puedo permitir el lujo de considerarlo así, tiene razón en que es un error olvidar el contenido alcohólico del vino y que es necesario beberlo con “madurez, inteligencia, alegría y evitando malos efectos”, luchar porque los “jóvenes tengan más oportunidades, ganar más dinero, vivir mejor y sentirse mejor” y “cuando sean menos jóvenes, si a algunos les encanta el vino, lo consuman con inteligencia y responsabilidad”. Pero todos los que a través de grandes envases, pequeños o medianos venden vino saben que no es fácil. Que los mercados están saturados, que cada país y región tiene una imagen en los mercados con unas características de precio, calidad y valor diferentes; y que resultan extraordinariamente difíciles de cambiar.

Tenemos que asumir que, de manera muy similar a lo que ha pasado en la sociedad, en la que los cambios se han sucedido a velocidades de vértigo y valores fundamentales arraigados en su cultura han sido desplazados por otros apenas relevantes hace dos generaciones; en el consumo de vino, el aprendizaje que se adquiría en el hogar con la presencia diaria del vino y la gaseosa en la mesa ha desaparecido y empresas con importantes recursos en estudios del consumidor quieren llenar ese hueco, carro al que (de manera no siempre muy afortunada) muchas bodegas han querido subirse, viendo en esta tipología de producto una puerta de entrada a los jóvenes; nuevos consumidores por definición.

Efectivamente, cuando dejan de ser jóvenes, una parte importante de esos consumidores se interesa por el vino, viéndose atrapados por su cultura y ese consumo moderado e inteligente y responsable. Pero me pregunto ¿cómo llegamos a romper esa barrera de entrada que tiene el vino?

La UE profundiza en el acercamiento a los consumidores

A pesar de los múltiples mensajes que nos llegaban desde Bruselas desmintiendo posibles consecuencias en los Planes Nacionales de Apoyo al Sector Vitivinícola a partir del 2021 como resultado de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el comisario de Agricultura Phil Hogan presentaba el pasado 1 de junio unas previsiones de un recorte de 43 M€. Al igual que sucederá con el resto de la PAC el sector vitivinícola se verá afectado con cerca de 8,2 millones menos cada año con respecto al actual, que en el caso de nuestro país, pasa de los 210,332 a 202,147 millones de euros. Recorte del 3,89% que le ha sido aplicado a todos los Estados miembros por igual, con independencia de cuál sea el importe de su ficha financiera.

El cambio también afectará a las medidas incluidas en los planes, a las que se unen a las nueve existentes (promoción en terceros países, reestructuración de viñedo, vendimia en verde, fondos mutuales, seguro de cosecha, inversiones, innovación, destilación de subproductos, destilación de uso de boca) las de información que fomenten el consumo responsable o que promuevan los regímenes de calidad que regulan las denominaciones de origen e indicaciones geográficas.

De forma voluntaria los Estados miembros podrán establecer un porcentaje mínimo de gastos para actuaciones destinadas a la protección del medio ambiente, adaptación al cambio climático, mejora de la sostenibilidad, reducción del impacto ambiental, ahorro energético y mejora de la eficiencia energética.

Como pueden ver, cambios que no solo incumplen el anuncio reiterado del mantenimiento de los fondos, sino que van mucho más allá dándole cabida a nuevas medias con las que darle solución a problemas económicos, ambientales y climáticos que han aparecido desde la aprobación de la actual OCM; así como apostar por un sistema de Indicaciones Geográficas más sencillo, y eficaz que permita un registro más rápido en la aprobación de las modificaciones de los pliegos de condiciones. Todo ello con el fin de hacerlo más comprensible para los consumidores, más fácil de promocionar y eficiente en la reducción de costes administrativos.

¿Mapa, Mapama, Magrama,…?

Con todo lo importante que pueda resultar conocer que Luis Planas es el nuevo ministro de Agricultura; mucho más relevante será conocer la estructura del próximo Gobierno. Ya que la separación del Medio Ambiente parece un hecho, la gestión del Agua, supuestamente se irá con él, y no sabemos muy bien qué pasará con la Alimentación. Por lo que el peso de esta cartera se verá fuertemente aligerado.

Aunque mucho más trascendente para el sector vitivinícola que sus competencias, será conocer la sensibilidad que tiene hacia el vino. La experiencia de otros Ejecutivos socialistas nos hace pensar que no siempre ha existido esa sensibilidad y aunque una buena parte de las decisiones que nos afecten vengan impuestas desde Bruselas, son muchas las decisiones que el Gobierno nacional debe tomar y mucho lo que nos puede complicar las cosas.

Sin duda, la próxima ley de menores y el consumo de alcohol, o la modificación de la carga impositiva al vino y al sector, serán temas fundamentales a los que, de una u otra manera, deberá hacer frente. La defensa en Bruselas de la PAC y con ella los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola para todo el cuatrienio, otro asunto nada baladí. Incluso la próxima elección del director de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) a la que, por primera vez en la historia aspiramos con serias posibilidades, podría verse afectada a menos de un mes de que se produzca su elección.

Contar con un Ejecutivo en cuya política progresiva y social encaje el Vino es un asunto que en las próximas horas tendremos la ocasión de ir intuyendo y en los próximos días podremos hacernos una idea mucho más precisa con el nombramiento del segundo y tercer escalón del Ministerio.

Entre tanto, la climatología, o las lluvias y el granizo deberíamos decir porque llevamos más de un mes en el que solo han habido dos días en los que no se han producido alguno de estos episodios en algún punto de nuestra geografía; es el tema que más preocupa. Superado ese primer episodio de los meses otoñales en los que la ausencia generalizada de lluvias hacía tener un año hidrológico nefasto y muy preocupante para las propias necesidades de consumo humano. Ahora la preocupación está en que no ha dejado de caer agua, y en las últimas semanas de manera torrencial. Situación que, al margen de inundaciones ante la cantidad caída en espacios de tiempo muy cortos, está generando una enorme preocupación entre nuestros viticultores ante el excelente caldo de cultivo que ello resulta para la proliferación de enfermedades criptogámicas, especialmente mildiu.

Y es que, a diferencia de los granizos, que se dice ni quitan ni dan cosecha, las enfermedades pueden llegar a suponer un serio problema más allá de lo que ya en sí suponen de gastos los tratamientos con los que hacerles frente; ya que episodios constantes de lluvias suponen tener que repetirlos.

Esta situación también está siendo aprovechada por el mercado, donde las cotizaciones están más o menos contenidas, más en tintos que en blancos, ante la imposibilidad de concretar cuáles serán los efectos que acaben teniendo en la próxima cosecha. De momento parece que todo indica que los efectos de la climatología serán muy positivos, manejándose estimaciones de cosecha claramente por encima de las del pasado año, y de una buena calidad.

Con el corazón en un puño

Llegados a estas alturas del año, las peligrosas heladas que tantos disgustos nos dieron el pasado deberían ser un episodio ampliamente superado. Y aunque no tenemos noticias de que en estos últimos días se hayan producido en ninguna zona de nuestra geografía, dado el comportamiento tan extremo que estamos teniendo no parece recomendable descartarlos completamente.

Temperaturas anómalamente bajas con respecto a lo que sería habitual en estas fechas, fuertes trombas de agua que provocan inundaciones de consideración y que vienen acompañadas de granizo… no son un panorama meteorológico para mirar hacia la cosecha con mucha tranquilidad.

Como si esto no generara suficiente desazón entre los viticultores, los tratamientos contra las enfermedades criptogámicas se presentan como ineludibles, haciéndolos altamente costosos, ya que las lluvias limpian lo tratado obligando a hacerlo de nuevo.

Un panorama que, no teniendo ningún episodio que haga peligrar la cosecha venidera, está resultando un gran quebradero de cabeza para unos viticultores que no se ponen de acuerdo en señalar el volumen de producción al que nos enfrentamos.

Es pronto para hacer previsiones certeras y sabemos que no son convenientes. Hasta tal punto que todas las que van haciéndose públicas hay que ponerlas en cuarentena y analizar muy bien su procedencia ante lo altamente probable que resulta que estén tímidamente tergiversadas hacia los intereses de la fuente.

Por lo que sabemos, tanto la muestra como la sanidad de la cepa, son muy buenas. Y eso es lo máximo a lo que nos atrevemos aventurarnos en esta cuestión. Pues aunque la recuperación de ese 19,8% de la producción que según el último avance de superficie y producción del Mapama de marzo perdimos en la última cosecha lo dan prácticamente por asegurado todas las fuentes. La coincidencia ya no es tanta cuando intentamos cifrarla y saber si, como en el 2013, tendremos una gran cosecha después de un annus horribilis como fue el 2012; o por el contrario la viña está muy afectada y será imposible que recupere todo.

Y aunque en este caso también debemos incidir sobre la escasa relevancia que para el conjunto de la cosecha tiene, debemos hacernos eco de los importantes daños que el granizo ha hecho recientemente en viñedos emblemáticos de Burdeos y Cognac.

Todos en el mismo saco

Es muy posible que el consumo abusivo de alcohol durante los fines de semana sea uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la sociedad de este siglo. Y aunque no se trata de un problema exclusivo de España, sí que es de especial gravedad en nuestro país; donde es frecuente encontrarse los fines de semana grupo de jóvenes en plazas y descampados con el único objetivo de consumir alcohol de la forma más rápida posible hasta alcanzar un nivel etílico en sangre elevado.

Dicho esto y desde el más escrupuloso respeto hacia cualquier medida que vaya encaminada a poner fin a esta práctica, no parece que las medidas coercitivas que plantea la Ponencia aprobada por la Comisión mixta Congreso-Senado en el Estudio “Menores sin alcohol”, puedan considerarse una herramienta válida para atajarlo de manera efectiva.

Una de las características que mejor define a los jóvenes es la rebeldía y la oposición a las normas, con un claro dominio de los ideales ante las ideas establecidas. Siendo este posicionamiento ante la vida, aunque esto reconozco que es solo una opinión muy personal, precisamente una de las razones que ha llevado a que los jóvenes de entre 14 y 20 años, franja en la que se encuentra el grueso de los que se ven afectados por el problema de este abuso de alcohol de fin de semana, no consuman vino al verlo como una bebida de “viejos”. Con el inconveniente añadido de su “baja” graduación alcohólica, lo que les impide alcanzar su principal objetivo: “ponerse pedo” (perdón) lo más rápidamente posible.

No voy a ser tan ingenuo como para negar que también el “calimocho” (Coca-Cola con vino) es una bebida consumida en los botellones, pero su incidencia es apenas anecdótica entre los jóvenes. Tampoco que los mensajes de autorregulación o aquellos que hacen referencia a un consumo moderado e inteligente, apenas tienen efecto en esta franja de edad. Incluso puedo llegar a entender que sean necesarias medidas severas con las que desincentivar estas prácticas. Lo que no ha impedido que el propio sector se haya mostrado sensible ante este problema social, adoptando medidas de autorregulación e iniciativas encaminadas hacia un consumo moderado. Cualquiera de este sector haría suyas las palabras que expresa el informe sobre “que cualquier consumo de alcohol en menores de edad debe ser considerado como un consumo de riesgo en sí mismo”; o incluso aquel otro párrafo en el que hace alusión a que “hablamos de la conveniencia, por su función educativa para el conjunto de la sociedad, y efectiva para los menores, de una norma básica que en materia de salud pública regule las medidas necesarias para ofrecer el soporte y la cobertura normativa a las intervenciones educativas, preventivas y asistenciales para proteger a los menores de edad de los daños que produce el consumo de bebidas alcohólicas”, comprometiéndose con su objetivo de “retrasar la edad de inicio en el consumo hasta los 18 años e incrementar la percepción social del riesgo de dicho consumo”.

El problema está en cómo hacerlo y qué medidas adoptar para conseguirlo. Pues si bien reconoce el propio informe que uno de sus objetivos prioritarios debe ser el de “contribuir a un cambio cultural que reduzca los consumos de riesgo en la sociedad española, para lo cual debe tener una orientación educativa fundamentalmente”, también recomienda la revisión de los impuestos especiales estableciéndolos en relación al alcohol puro que se contenga.

La complicidad del sector vitivinícola es total y absoluta en este tema con la Administración, siendo total su disposición a buscar medidas adecuadas para atajar este grave problema. Confiemos en que nuestra clase política tenga la misma sensibilidad hacia un sector que está muy por encima del efecto negativo que tiene su contenido alcohólico y encuentre la mejor forma de colaboración.