Un sector que exige libertad de competencia

Exigimos y reclamamos que el mercado sea libre, que la libre circulación de mercancías sea una realidad y que la libertad de competencia impere. Todo en aras de disfrutar de mejores condiciones sobre las que desarrollar nuestra actividad económica, con la esperanza de que el mercado reconozca la calidad y sea recompensada en su valor.

Y un buen ejemplo de que esta política comercial funciona podría ser lo sucedido con Canadá, país norteamericano con el que la Unión Europea, firmó hace un año, un Acuerdo Económico y Comercial Global (AECG), conocido coloquialmente por sus siglas inglesas (CETA) y cuyos primeros resultados no pueden ser más esperanzadores. Nuestras exportaciones crecieron un 17,4% en volumen, alcanzado los treinta y siete millones de litros; y su valor lo hizo por encima del once por ciento superando los cien millones de euros.

La misma libertad y competencia que exigen las bodegas a la hora de fijar los precios a los que firman sus contratos con los viticultores para la compra de sus uvas y que es cuestionada por las organizaciones agrarias ante la gran similitud que existe entre las publicadas por los más importantes operadores. Pero que, al mismo tiempo, es esgrimida por estos sindicatos agrarios, para reclamar el cumplimiento de la normativa para la mejora de la cadena alimentaria que les obliga a conocer, antes de entregar su cosecha, el precio y vencimiento al que será pagada.

Exigencias que se han tornado en denuncias por parte de las organizaciones agrarias de Castilla-La Mancha y Extremadura ante el organismo competente (la Agencia de la Información y Control Alimentario) por la supuesta ausencia del contrato. Llevando al citado organismo a anunciar la puesta en marcha de su programa anual de control e inspecciones.

Un sector que después del de frutas y hortalizas (1.321) y lácteo (712) ha sido el más inspeccionado (699) en lo que tiene de vida (desde enero 2014) el organismo; con veintiuna denuncias, de las que dos estaban relacionadas con la prohibición de “venta a pérdidas”; frente el centenar que acumula el lácteo, cuarenta y nueve de frutas y hortalizas y treinta y una de aceite y aceituna de mesa. El incumplimiento de los plazos de pago, la ausencia de contratos, no cumplir con el contenido mínimo, no contestar a los requerimientos, y las modificaciones unilaterales de los contratos son los motivos por los que se han incoado la mayor parte de los expedientes sancionadores. Recayendo la mitad de ellos en la distribución y el 43% en la industria alimentaria.

Datos de los que podría concluirse que está lejos de poder ser considerado un sector que incumple con sus obligaciones y al que hubiese que vigilar de cerca en aras de un mayor respeto por las normas existentes.

Lo que para nada quiere decir que haya que relajar su vigilancia y control sobre los contratos y su cumplimiento. Precios bajos y mercados excesivamente condicionados por las cotizaciones hacen que los contratos con los suministradores de la materia prima resulten especialmente sensibles a engaños motivados por posiciones dominantes que imponen condiciones de entrega contrarias a la ley. Perseguir estas prácticas, a quienes pudieran realizarlas y sancionar ejemplarmente es un acto de justicia. Tanto como no extender la creencia y propagar el bulo de que es una práctica habitual entre sus operadores. Ya que lejos de traernos efectos beneficiosos, su difusión solo hace que cuestionar nuestra honradez y seriedad en el trabajo. Además de ser mentira, como así lo demuestran los datos hechos públicos por la AICA desde su constitución.

Evolución sobre las vendimias

Septiembre va tocando su ocaso y las vendimias comienzan a ser una realidad generalizada en los caminos y lagares españoles.

A diferencia de lo que había venido sucediendo en los últimos años, en los que los adelantos sobre las fechas del anterior eran la tónica dominante, en esta ocasión las labores de vendimia han experimentado un retraso, con respecto al año precedente, que podríamos establecer (como valor medio) de entre dos y tres semanas. Lo que dicho así podría parecer mucho, pero que no hace sino devolver a las fechas “tradicionales” el momento de su recolección de la uva.

Vuelta a una normalidad que está siendo aprovechada por alguno para poner en tela de juicio todos esos comentarios que aludían a los efectos del cambio climático como responsable de esta anomalía. Aunque en nuestra opinión carezcan de fundamento tales valoraciones, ya que en este tema las conclusiones deben obtenerse tras el estudio de series históricas de un amplio periodo de años.

Sea como sea, el hecho es que no ha sido hasta finales de septiembre cuando la generalización de las vendimias ha llegado a España, y con ella la modificación de algunas de las estimaciones que sobre el volumen de cosecha se habían publicado. La más importante, sin duda alguna por el peso específico que tiene en el conjunto de la producción nacional, ha sido la realizada por las cooperativas de Castilla-La Mancha y que la eleva por encima de los veinticinco millones de hectolitros.

Lo que hace buena esa creencia de que cuando la cosecha apunta alta, acaba resultando más abultada de lo que se creía. Claro que, puestos a utilizar típicos tópicos de la vendimia, mejor haríamos si no proyectásemos lo que pueda suceder en esta región al resto de la producción nacional, y que dice que la cosecha de esta región viene a representar la mitad del total en España. Suposición que nos llevaría a una cosecha de cincuenta millones de hectolitros. Cifra muy bonita, pero extremadamente peligrosa y complicada a la que darle salida y que nos traería, previsiblemente, bajadas mucho más sustanciales en los precios de los vinos que las que estamos viviendo en los de las uvas y mostos.

De momento, todo lo que sabemos es que, salvo en aquellas zonas en los que existen contratos plurianuales por los que se fija el precio de la uva, o los pagados en aquellas comarcas y variedades donde las variaciones de producción han sido negativas o irrelevantes, las condiciones a las que están firmándose los contratos obligatorios entre bodega y viticultor están siéndolo a precios entre un catorce y un veinte por ciento inferiores a los del año pasado. Reducción que está por debajo de lo que se estima aumentará la cosecha pero que no satisface a nadie. A los viticultores porque consideran que son precios a los que es imposible mantener la rentabilidad del viñedo y a los bodegueros, porque supondrá costes de producción difícilmente defendibles en los mercados, especialmente internacionales que es donde se destinada el grueso de nuestra producción.

Y aunque no son pocas las voces que reclaman una ordenación de la producción, recomendando la desviación de partidas de uva a la elaboración de mostos, vinagres o vinos para la destilación; la falta de un plan concreto y la experiencia de otras campañas nos hacen ser muy reservados.

Las cosas no cambian

A la hora de redactar estas líneas, mediodía del miércoles, solo podemos decir que las votaciones para Director General de la OIV siguen como si nada hubiese pasado desde el mes de julio en el que tuvieron lugar, y debieron ser aplazadas ante el bloqueo existente. En el que el candidato español, Pau Roca, alcanzaba mayoría sobresaliente tanto en el número de votos 84,1 como de países 25, pero insuficiente para alcanzar la requerida de 92,1 y 24 respectivamente.

Como ya hemos denunciado en alguna ocasión, no se trata de un tema estrictamente personal, sobre cuál es el candidato, ni tan siquiera el país al que representa. Es un tema que va mucho más allá de estas cuestiones, un asunto que está poniendo en cuestión la primacía de los países tradicionalmente productores ante el modelo impuesto en los del Nuevo Mundo.

Y como sea cual sea el que acabe siendo el resultado, la vida seguirá y deberemos enfrentarnos a una nueva campaña, con una nueva cosecha y unos nuevos precios. Casi mejor va a ser dejar este asunto para cuando esté resuelto y ocuparnos de cuestiones mucho más cercanas a nuestras preocupaciones más inmediatas. Aunque estas puedan resultar mucho menos transcendentales para el sector, pero que nos preocupan mucho más en estos momentos.

De todo lo que ha sucedido esta semana con la publicación de las tablillas por parte de las principales bodegas manchegas, así como de los contratos transcendidos entre viticultores y bodegueros de otras zonas de España es muy posible que la primera conclusión que podamos sacar es que tampoco en este tema el tiempo transcurrido en la pasada campaña haya servido de mucho. La recuperación estimada de la cosecha a nivel europeo, no ha hecho sino devolvernos a cotizaciones en las uvas similares a las de la campaña 2016, y las de los mostos y vinos, tienen pinta de seguir el mismo camino.

Todas aquellas esperanzas de aprovechar las circunstancias de la pasada campaña para abrirnos un hueco en el mercado y aproximar el precio de nuestro elaborados a su valor, se han visto frustradas. Al menos en el corto plazo, pues yo creo que en fondo sí ha servido de algo y ha sido una buena base para seguir trabajando en ello. Aunque sea con la esperanza de verlo reflejado en las cotizaciones y tipología de vinos en un futuro a medio y largo plazo.

Prudencia extrema con los precios

Las vendimias, los constantes episodios tormentosos que están afectando gran parte de nuestra geografía, sus posibles consecuencias sobre la calidad y cantidad de la cosecha y los precios a los que acaben firmándose los contratos; o incluso las denuncias realizadas por las organizaciones agrarias sobre las entradas de uva que se están produciendo sin los obligados contratos que fijen plazo y precio, son los temas que verdaderamente ocupan a todos los operadores del sector.

Hasta el momento, todo lo que conocemos son rumores, con una opacidad bastante importante en la difusión de los precios a los que están entrando las uvas y que en la zona centro estarían en torno a los del año pasado o ligerísimamente por encima para algunas partidas seleccionadas.

Y es que, si en campañas anteriores las tablillas representaban un claro cartel anunciador, esta campaña está siendo aprovechada por las grandes bodegas para, acogiéndose a la obligatoriedad de los contratos que impone la Ley de la Cadena Alimentaria, obviarlas y demorar lo máximo posible la generalización que supone su publicación. Nadie quiere ser el primero, corriendo el riesgo de pisarse los dedos con unos precios que podrían ponerles en una situación muy delicada de cara a defender las cotizaciones de sus vinos y derivados a lo largo de la campaña.

Ninguna campaña es fácil, pero esta se presenta especialmente delicada ya que no sabemos muy bien cuál puede ser el comportamiento de nuestro mercado exterior, fundamental para nuestro sector, al que la recuperación de la producción a nivel mundial, el retorno a una cierta normalidad en los países de nuestro entorno y principales compradores; genera grandes dudas. Lo que no parece afectar a las pretensiones de los viticultores, expresada a través de sus organizaciones agrarias, y que son las de que aumenten las cotizaciones de las uvas entre un cinco y un diez por ciento respecto a las del año pasado; todo ello aludiendo a que las existencias han descendido este porcentaje.

Y no será porque no existan otros temas de gran importancia como pudieran ser las posibles modificaciones que se está planteando la Comisión Europea con el fin de simplificar el proceso de identificación de los vinos como “indicaciones geográficas” y que afectaría tanto a los vinos con I.G.P. como D.O.P. Según el anuncio realizado, los cambios que se realicen pasarán a clasificarse de dos maneras: las “enmiendas de la Unión”, las cuales cubrirán y se aplicarán solo a los cambios importantes en una I.G, como su nombre, su categorización, su vínculo con el área geográfica o cualquier cosa que restrinja la comercialización del producto; modificaciones que serán adoptadas a nivel de la UE. Y aquellas otras que denominan “enmiendas estándar”, que cubrirán todo lo demás, serán adoptadas a nivel nacional. Esto permitirá una definición más clara de las diferentes modificaciones y reducirá los plazos dedicados al proceso de registro.

Lo que pueda acabar pasando con nuestro candidato a la Dirección General de la OIV, Pau Roca, cuya votación tendrá lugar el próximo día 19 de septiembre en París y para lo que el ministro de Exterior, Josep Borrell, ha declarado su apoyo incondicional; tampoco es un tema baladí, pues en esta elección nos jugamos desempeñar un papel relevante en el mundo vitivinícola. Confiemos en que la labor desarrollada en estos tres meses dé sus frutos y ocupemos el puesto que merecemos.

Pero no acaban aquí las noticias ya que el Ministerio de Agricultura está preparando unos cambios en el RD de medidas del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE) 2019/23, que afectarían a diversos aspectos relacionados con las condiciones de aplicación de las medidas de promoción, reestructuración de viñedo e inversiones; así como el adelanto en un mes de los plazos de tramitación.

Por una ordenación del sector

Con las vendimias como una realidad palpable ya en muchas regiones españolas, adquieren especial relevancias todos los asuntos relacionados con la “colocación” de la producción.

Somos el primer país del mundo por extensión de viñedo de uva de vinificación, hecho que nos conduce de manera irremediable a escalar posiciones en la producción de vino, mostos y derivados. Y nuestros datos de consumo mejoran tan lentamente y en unas circunstancias tan hostiles que la simple imaginación de alcanzar incrementos sustanciales resulta totalmente utópica.

Y aunque las exportaciones nos han ido solucionando el problema de los saldos generados entre producciones y utilizaciones, todo parece indicar que estamos cerca de nuestro techo en el exterior y que cada año será más complicado mantener los volúmenes exportados si queremos aumentar el valor.

¿Qué hacer entonces? ¿Cuál es la solución?

Sabemos que no existe una respuesta fácil a ninguna de estas dos preguntas y que cada bodega busca la forma de hacerlo que mejor se adapte a sus posibilidades y circunstancias. Pero esto no es suficiente para el conjunto del sector. Adoptar pues, medidas de índole regulador que permitan ordenar la producción en aras de una mejor competitividad se presenta cada vez más como una opción a tener en cuenta.

Castilla-La Mancha es consciente de que concentrando la mitad de toda la producción y viñedo de España es el “problema” del sector, pero que también puede ser la “solución” y en ello llevan trabajando sus administraciones. Un buen ejemplo de esto lo podemos encontrar en su Plan Estratégico del Vino, actualmente en periodo de alegaciones y en el que se contemplan diferentes medidas reguladoras, todas ellas encaminadas a mejorar el valor medio de la producción y la rentabilidad de todas las partes que la hacen posible: viticultores, bodegueros/cooperativas y comercializadores. Para ello la reducción de los excedentes desviando parte de la producción hacia otros productos que no sean estrictamente vino resulta una medida a tener en consideración seriamente.

Evolución de las vendimias

La mejor noticia que podríamos dar respecto a las vendimias en España es, precisamente, la falta de ellas. O, para ser más exactos, la ausencia de novedades destacables. Pues si bien la información que existe de las vendimias es mucha y muy variada, sus datos de estimaciones de producción y precios de las uvas, apenas aportan más novedad que la de mantener unas magníficas estimaciones de cosecha.

Las lluvias, especialmente tormentas acompañadas de aparato eléctrico están siendo habituales en el tercio norte y levantino y, aunque en algún caso, han ido de la mano de episodios de granizo, podríamos concluir que sus consecuencias sobre la vendimia apenas resultan reseñables a nivel global y sus efectos pudieran incluso suponer una buena noticia de cara a aumentar la producción.

Especialmente dado el retraso sobre las fechas de inicio de la vendimia respecto a las del año pasado, de entre diez y quince días, que se confirma. Curioso, por otro lado, la forma en la que desde mucha gente del sector se refieren a las fechas, asumiendo como “normales” las de años pasados y olvidando que entonces fueron calificadas como un adelanto sustancial sobre las que hasta entonces eran calificadas como tales.

De cualquier forma, lo más destacable sigue siendo lo sucedido con los precios de las uvas, o mejor dicho, lo no sucedido. Porque las grandes bodegas, a pesar de haber anunciado que harán grandes esfuerzos por mantener las cotizaciones de la pasada campaña, ninguna de ellas ha hecho públicos de manera oficial los precios y condiciones generales a los que adquirirán la uva de esta vendimia.

Posiblemente sea el próximo lunes día 10 cuando se conozca por parte de alguna de las grandes bodegas los precios con los que abren. Estaremos expectantes y les mantendremos informados.

Jugando a las adivinanzas

Iniciamos el mes de septiembre y la atención del sector vitivinícola debe ir dirigida, obligatoriamente, hacia las vendimias. Asunto capital del que dependerá no solo la evolución de sus cotizaciones, tanto las referidas a las uvas, como mostos y vinos; sino la misma política empresarial que deberán desarrollar sus operadores de cara a establecer la estrategia de sus operaciones comerciales.

Y aunque ya llevamos, todos, muchas vendimias encima como para saber que cualquier previsión de la evolución del mercado no es más que ejercicios de imaginación, cuyo grado está mucho más cercano a los de los juegos de azar que la ciencia, nada de ello nos anima a no seguir haciéndolas y, jugando a las adivinanzas, intentar adelantarnos a lo que va a suceder.

Sabemos con un alto grado de certeza que el volumen de la cosecha va a ser muy superior a la anterior, prácticamente garantizado un veinte por ciento. Casi con la misma seguridad podríamos afirmar que los precios “sufrirán”, aunque en este sentido no podamos ser mucho más concretos, de momento, dado que no se han fijado prácticamente en ninguna bodega. E incluso podemos imaginar que la comercialización va a resultar mucho más complicada de lo que lo ha sido el pasado año como consecuencia de nuestra mayor oferta y la recuperación en las producciones de nuestros principales clientes: Francia e Italia.

Hasta la estabilidad que han demostrado las cotizaciones en origen de las escasas existencias podría resultarnos una pista válida para adivinar la horquilla posible sobre la que oscilarán las primeras partidas de mosto que se cierren. Pero todo esto no serían más especulaciones, que mejor dejar para la imaginación de cada uno.

Lo que sí sabemos es que nuestra producción está muy lejos de su potencial real. La fuerte reestructuración de nuestro viñedo hacia rendimientos que en muchos casos llegan a doblar los que tenían las parcelas que ocupan y la necesidad de obtener una rentabilidad que no somos capaces de alcanzar con los precios, nos obligan a plantearnos un escenario que va mucho más allá de los cuarenta y tres millones de hectolitros que estuviésemos manejando para este año.

Las grandes dificultades a las que nos enfrentamos de cara a la recuperación del consumo o la incorporación de nuevos consumidores, a pesar de los notables esfuerzos que se están realizando, dado lo complicado del asunto y lo lento que resulta obtener el resultado de esos esfuerzos; junto con la reducida capacidad del sector en contar con los recursos que serían necesarios para emprender campañas o las discrepancias que están mostrando algunas bodegas en los mecanismos establecidos hasta ahora con los que recabar esos fondos con los que poder llevarlas a cabo; es otro problema añadido a tener muy en consideración a la hora de intentar calibrar las posibles consecuencias que vayan a tener sobre el mercado las cifras de producción.

Y aunque excepciones las habrá, como no puede ser de otra manera, al menos la calidad podríamos decir que no solo no está en duda, sino que todo apunta a que resultará de unos niveles muy por encima de lo que podríamos definir como mínimo exigible.

Luego, si la producción estará por debajo de nuestro potencial, la calidad lo estará por encima de lo exigible y los precios no experimentarán cambios sustanciales, ¿de qué preocuparnos?

De momento vamos a contestarnos que de nada. Vamos a asumir que todo va a ir sobre lo previsto y según se vayan desarrollando los acontecimientos actualizando nuestra estrategia comercial y negociando con las grandes cadenas de distribución los acuerdos que nos hagan posible la colocación de la producción a precios más cercanos a su valor.

Evolución de las vendimias

A diferencia de lo que sucedía hace un año, cuando iniciábamos la habitual información del estado de las vendimias en España, en esta ocasión debemos trabajar con estimaciones más imprecisas. El retraso en la maduración del fruto,  cifrado entre 7 y 15 días con respecto al año pasado, hace que, lo que en 2017 era un constante ir y venir de noticias y rumores sobre el volumen y los precios de las uvas, en 2018 tengamos que hablar con mucha mayor cautela sobre los volúmenes y prácticamente no podamos hacerlo sobre las cotizaciones que figurarán en los contratos.

Creemos que el volumen en términos generales, excepción hecha de alguna provincia de Galicia, estará por encima de la anterior, aproximándose a los cuarenta y tres millones de hectolitros. Lo que representaría un aumento del veinte por ciento y que seguiría estando muy alejada del potencial verdadero de producción de nuestras más de novecientas mil hectáreas.

En cuanto a los precios, la situación es todavía más provisional, pues si hace un año disponíamos de información de algunas bodegas que ya habían publicado sus “tablillas”, en este año todo lo que tenemos son rumores, la mayoría de ellos en la dirección de señalar como referencia los precedentes y calificar de escasas las posibles modificaciones; pero dejando bien claro que no se trata más que de comentarios, cuya verdadera transcendencia habrá que corroborar en los próximos días.

Por una información fiable

Posiblemente sea consecuencia de las vacaciones, periodo en el que mi mente debe haber quedado más ociosa que de costumbre, pero releyendo el magnífico extraordinario de estadísticas que publicamos antes de emprender este tiempo de descanso, no consigo evitar ponerme de los nervios ante tal falta de sensibilidad por parte del Ministerio de Agricultura en el trato que le da a este asunto. No es, ni tan siquiera, una cuestión de que resulten más o menos exactas, o que aborden asuntos de cierto calado, es que sencillamente no las publican o las que lo hacen son incompletas.

El mejor ejemplo de esta falta de interés por dotar al sector de una información adecuada (y para ello debe de cumplir con dos condiciones que son básicas: veracidad y actualidad); son las estadísticas que hacen referencia al consumo de vino en España.

En campañas como a la que nos enfrentamos, donde las previsiones apuntan hacia volúmenes muy superiores a los del año pasado y vaticinan serios problemas en la exportación; conocer los datos de consumo en nuestro mercado interno supone una información vital. Si además esa información fuera capaz de concretarnos lo que corresponde a hogar, horeca, venta directa y on line; y permitiera conocer cuánto de ese volumen lo han adquirido los millones y millones de turistas que nos visitan, a los que, dicho sea de paso, da gusto verlos en las terrazas de nuestros pueblos y ciudades con una botella de vino en la mesa disfrutando de la gastronomía, o simplemente del sol; ya sería perfecto.

Pero qué va. No solo esa información no está disponible, sino que la que lo está es tan imprecisa como inútil. Atreverse a publicar que en España apenas consumimos 4,847 millones de hectolitros de los 35,467 de vino y mosto elaborados según los avances, o los 31,835 de las declaraciones a treinta y uno de marzo en su “informe del consumo de alimentación en España 2017” (asumiendo que es un dato totalmente inexacto que se justifica por una “cuestión metodológica” al no incluirse el consumo de los turistas), es una muestra palpable de la falta de sensibilidad que se tiene con el sector.

Casi la misma que demostraron con las negociaciones imprescindibles que requiere la elección de un español al frente de la Dirección General de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV).

En fin, superado este primer calentón que, sin duda achaco al haber dispuesto de tantos días para poder darle vueltas, confío en que las cosas mejoren y algún día tengamos la oportunidad de conocer cuál ha sido el verdadero efecto de todos los esfuerzos que se están realizando por aumentar el consumo de vino en España.

Paciencia y prudencia con la vendimia

Tal y como era de esperar, la inauguración de la campaña 2018/19 el pasado día 1 de agosto, ha llegado acompañada de un sinfín de valoraciones de cosecha y estimaciones de volúmenes posibles. Y aunque todas son muy interesantes y merecen ser tomadas en consideración, la primera premisa que hay que tener muy en cuenta a la hora de considerar el peso de la información es su procedencia. La gran importancia que estas cifras pueden tener en los precios que se marquen para las uvas o sus efectos sobre la mayor o menor fluidez en la contratación de mostos; hacen que en muchas ocasiones estén un tanto dirigidas. Siempre dentro de un orden y respetando la orientación de la estimación, pero llevada hasta uno u otro extremo de la horquilla, atendiendo a los intereses de cada uno.

Sabemos con total seguridad que, salvo catástrofe impredecible, nos enfrentamos a una cosecha que se presenta entre diez y veinte días más tarde de lo que lo hizo la anterior; aunque es previsible que en las próximas semanas ese plazo se vaya acortando. Que la sanidad del fruto y su calidad son buenos, a pesar de los numerosos episodios de enfermedades criptogámicas, especialmente mildiu, a los que han tenido que hacer frente los viticultores. Y que el volumen será considerablemente superior, con porcentajes prácticamente garantizados por encima del veinte por ciento con respecto a la del año anterior y, muy posiblemente, por encima de esos valores.

Apreciaciones que podríamos considerarlas como afirmaciones categóricas en la gran mayoría de las regiones vitivinícolas españolas. Aunque, si quisiéramos concretar un poco más, podríamos incluso añadir una pequeña observación y señalar como excepción a aquellas comarcas en las que el año pasado no tuvieron tantos problemas, caso especialmente significativo de Galicia, donde el incremento con respecto a la pasada cosecha no está tan claro. Para el resto, en mayor o menor medida, estas tres características podrían resultar aplicables.

También podríamos asegurar que el nominal de las tablillas con las que se elaborarán los contratos obligatorios, será inferior. Pero aquí sería más fácil que nos encontráramos con excepciones motivadas por las características de las partidas, o el propio acuerdo plurianual firmado por bodegas y viticultores. Así es que tendremos que limitarnos a señalar que, de momento, la aspiración más generalizada por todos es la de mantener la renta y asegurar lo poco que con tanto esfuerzo se ha ido consiguiendo en la valorización de la producción vitícola. Todo lo que sea ir más allá no es más que pura especulación que responde más a “globos sonda” destinados a medir el alcance de la posición, que a situaciones precisas.

Coyuntura que, con las modificaciones naturales de cada mercado y país, podríamos hacer extensivas a Francia, Italia o Portugal, y que devolverán la cosecha de la Unión Europea a los niveles de las cosechas anteriores a la 2017, con cifras claramente por encima de los ciento sesenta y cinco millones de hectolitros, aproximándonos a los 168,522 Mhl que es la cosecha media de los últimos cinco años, 2012/13-2016/17.

Sobre las consecuencias que estos volúmenes pudieran acabar teniendo en los mercados y nuestras exportaciones, visto lo visto este año en el que la reducción de cosecha vaticinaba precios mucho mayores de a los que han acabado vendiéndose nuestros vinos, y oportunidades de negocio que iban mucho más allá de lo que han crecido las exportaciones de graneles; lo mejor será no hacer ninguna previsión. Al menos hasta conocer cuáles son los rangos de precio a los que se abre la vendimia, tanto en uvas como en mostos, y poder tantear el verdadero pulso del sector bodeguero.