Nervios en un mercado que no parece tendrá mayores precios

Hace un año por estas fechas, bien pocos eran los que se atrevían a vaticinar el volumen de una vendimia que recién iniciada, todos, o prácticamente todos, coincidían en señalar que sería superior a la anterior (cosa que decía muy poco dada la situación de la que partíamos). Pero muy pocos se atrevían entonces a poner cifra a ese incremento y llevarla hasta volúmenes históricos, como así acabó siendo. Ni el propio Ministerio, que no ha dejado de ir subiendo la cifra en cada estimación que ha ido publicando, osó a hacerlo en aquel momento.

Prudencia casi tanta como la que se mostraba a la hora de hablar de la calidad de un fruto, cuya maduración estaba dando serios problemas, cuyas fermentaciones obligaron a los enólogos a sacar lo mejor de sí mismos y los medios técnicos de los que disponían y se confiaba, reiteradamente, en que el paso del tiempo mejoraría la situación.

Situación casi antagónica a la de este año, en el que las estimaciones de producción y los comentarios sobre la calidad y grado de maduración del fruto se suceden a trompicones, compitiendo por ser los que antes publiquen sus cifras y alaben la magnífica calidad de un fruto que será transformado en excelentes vinos. Lo que, dicho sea de paso, viendo las calificaciones publicadas por los consejos reguladores, únicos organismos que hacen este esfuerzo, tampoco es que diga nada.

Mejor así. El sector necesita saber con la mayor precisión de la que seamos capaces, el volumen de producción al que se enfrenta, la calidad del producto con el que va a tener que operar y los precios de las uvas, que marcarán el punto de partida en la generación de la cadena de valor del vino. Y lo necesita lo antes posible. Hay que planificar, establecer estrategias comerciales y cuantas más informaciones haya, mejor para todos.

Que estas noticias van por el lado de denunciar bajos precios en uvas y mostos y la necesidad de que el sector asuma, de una vez por todas, que garantizar la renta de sus viticultores es el primer paso para desarrollar un sector competitivo y de calidad; perfecto. Para eso están las negociaciones que debieran acabar en un acuerdo que medio satisfaga a todas las partes. Pero que la información sea variada y abundante. La que, para poder ser calificada como tal, debe ser fidedigna y actual.

Cosa bien diferente, pero eso ya es cuestión de la confianza que cada cual le otorgue a quien la realiza y la fuente de la que procede, es el índice de condicionalidad que lleva implícita, ya que las hay que son, o lo intentan, imparciales; y las que llevan implícito un mensaje a sus asociados sobre las razones por las que deben mantener una postura u otra en sus decisiones.

Hasta es de agradecer que una de las principales bodegas españolas, sin duda referente en el sector de los espumosos, haya tenido la gallardía de declarar claramente cuáles son sus intenciones de cara a la compra de la uva y las razones que le llevan a ello.

Habrá que esperar un poco más, creo que una semana será suficiente, para ver cuál es el camino que emprenden las otras grandes bodegas de referencia en España en su política de compra de uva y los precios a los que la demandan. De momento, lo único que ya podemos asegurar es que los precios conocidos hasta a hora, es verdad que, para variedades minoritarias, se acercan mucho a la estabilidad, manteniendo los pagados el año pasado.

Lo que, traducido a la renta de los viticultores de las zonas que concentran cerca de tres cuartas partes de la producción española, viene a suponer una pérdida, siempre en términos generales, casi inapreciable con respecto al año anterior. Ya que se habla de que la producción se verá mermada en torno al veinte por ciento, mientras que la graduación aumentará sobre los dos grados con respecto al año anterior.

Una menor cosecha no evita fuertes tensiones en los precios

Después de unas pequeñas vacaciones, las cosas no han hecho sino empeorar. Pues si bien las estimaciones de producción que manejábamos a principios de este mes no han cambiado apenas, manteniéndose la horquilla de cosecha entre los cuarenta y los cuarenta y cuatro millones hectolitros. La paz y estabilidad en los precios que se auguraba en esas fechas, se han tornado en un fuerte torbellino de acusaciones cruzadas donde se mezclan demandas legítimas de unos y otros.

Es normal que, en los primeros coletazos de vendimia, con la fijación de los primeros precios de las uvas, las tensiones crezcan y cada una de las partes intenten hacer alarde de sus fuerzas en defensa de sus intereses legítimos. Así pues, escuchar que los precios a los que la industria aspira a hacerse con la producción de los viticultores están por debajo de lo admisible, que no cubren los costes de producción o que resultan abusivos ante la imposibilidad de permitir obtener una renta digna por su producción; es algo “normal”. También los argumentos de aquellos que defienden que los mercados no admiten subidas de precios en los vinos y que nuestra competitividad está fuertemente condicionada por una franja de precios bajos y altamente sensible a posibles variaciones, que se traducen directamente en caída de volúmenes, especialmente en la categoría de vinos a granel sin indicación de origen (donde se concentran la mayor parte de nuestras exportaciones).

Lo que no ha sido tan frecuente es que sean las variedades destinadas a la elaboración de Cava las que soporten esta gran tensión y de manera muy especial el que sea la entrada en escena de una gran multinacional como es Henkell con la compra de la mayor productora de este vino: Freixenet, la que ocasione este revuelo con la fijación de unos precios que suponen una clara ruptura con el equilibrio que mantenían cavistas y viticultores hasta ahora.

Aspirar a generar un mix de producto del vino español de valor y enfrentarnos a que una de las categorías de mayor precio sea agitada con una pérdida del 30% en el precio la uva con la que se elabora es una situación que, por legítima que sea, debería hacernos reflexionar sobre el modelo de viticultura que queremos para España y las aspiraciones que desde los grandes grupos empresariales tienen para nuestro sector y el papel que deben desempeñar en el mercado vitivinícola mundial.

42 Mhl: una cosecha más que probable

No por conocida y esperada, la noticia deja de tener su importancia, ya que la puesta en marcha, a partir de este 1 de agosto de la extensión del Acuerdo de la Organización Interprofesional del Vino de España al conjunto del sector, fijando su aportación económica obligatoria de 0,18 €/hl de vino envasado y 0,052 €/hl del que se venda a granel; supone el afianzamiento de la Interprofesional del sector y la posibilidad de que cuente con fondos con los que realizar actividades de promoción e información, inteligencia económica, vertebración sectorial investigación, desarrollo e innovación tecnológica y estudios para las próximas cinco campañas.

Su puesta en marcha no impedirá que siga habiendo colectivos que, dirigidos por bodegas de gran predicamento, se muestren contrarios y ejerzan sus derechos a presentar sus objeciones de la forma que consideren más conveniente. No obstante, el hecho de que se haya aprobado esta segunda extensión de norma, supone un gran espaldarazo del sector a una Interprofesional que debiera representar a todo el colectivo, así como dar continuidad a las acciones de información puestas en marcha dirigidas a la recuperación del consumo de vino en España.

Precisamente, en una campaña en la que todas las previsiones apuntan hacia una producción considerablemente inferior a los cincuenta millones de hectolitros elaborados el pasado año, consecuencia, principalmente de la sequía, que ha afectado a prácticamente la totalidad de la geografía española, y a la que se han unido episodios de altas temperaturas, superando récord históricos y fuertes tormentas de granizo.

Emplear el término de “normalidad”, como están haciendo las organizaciones agrarias y cooperativas para definir este descenso, pudiera ser un tanto confuso ya que su fijación siempre resulta complicado de establecer. Especialmente cuando la superficie de viñedo en nuestro país se ha reestructurado en más de un tercio, hacia rendimientos que apenas soportan la comparación con los mejores años. Multiplicar por dos o tres (como mínimo) lo que históricamente se producía en las principales comarcas vitivinícolas hace muy difícil hablar de “anormalidad” cuando obtenemos cosechas que superan los cincuenta millones de hectolitros. Hay que recordar que nuestros competidores, Francia e Italia, los alcanzan con superficies muy inferiores a la nuestra.

El quince por ciento de merma podríamos decir que es el más utilizado por aquellas organizaciones que se han atrevido a publicar sus estimaciones de cosecha, lo que dejaría el extremo inferior de la horquilla en la que se mueven en el entorno de los cuarenta millones de hectolitros. Así, mientras cooperativas Agro-Alimentarias fijan la franja de producción entre los cuarenta y los cuarenta y cuatro millones de hectolitros; la Federación Española del Vino que agrupa a las principales bodegas españolas centra su atención en resaltar que la cosecha media en España de los últimos cinco años ha sido de cuarenta y dos millones de hectolitros. Cifra que coincide con la dada como posible por la organización agraria Asaja, o COAG para la que 42-43 Mhl podría ser la cantidad que acabáramos produciendo este año. De las organizaciones agrarias, es la Unión de Pequeños Agricultores la que se muestra más prudente, no acabando de concretar cifra alguna, limitándose a resaltar el estrés hídrico que está soportando el viñedo y los efectos negativos que sobre la cosecha pudiera acabar teniendo.

En terreno mucho más pantanoso se atreve a adentrarse el consejero de Castilla-La Mancha, Martínez Arroyo, para quien una cosecha que debiera ser “sustancialmente más corta” le lleva a confiar en que los precios de la uva no se vean arrastrados por lo sucedido con los de los vinos y se mantengan en niveles similares a los del pasado año.

Nuestra previsión, a la vuelta de vacaciones, aunque todo parece indicar que no se alejará mucho de esos cuarenta y dos millones de hectolitros.

Preocupación por la próxima cosecha ¿justificada?

Está claro que el volumen elevado de existencias en bodega a estas alturas de campaña preocupa y tiene en vilo a los operadores. Que ven en los bajos precios y las posibles repercusiones que una cosecha “normal” pudiera tener sobre los mercados una situación de consecuencias impredecibles.

Acabar (son todo suposiciones porque los datos a 31 de julio no estarán disponibles hasta septiembre) con cerca de treinta y siete millones de hectolitros de vino de stock, siete sobre la campaña anterior que son poco menos de los 8’5 que tenemos de más en los últimos datos conocidos del mes de abril, no debería alarmarnos tanto como parece estar haciéndolo a los operadores. O no al menos atendiendo exclusivamente al volumen de las existencias, ya que dicha cantidad vendría a parecerse mucho a la de los años 2005 (39,3 Mhl) y 2014 (37,1 Mhl), ambas consecuencias de cosechas históricas 50,062 en 2004 y 53,55 Mhl en 2013.

También convendría señalar que las vendimias que sucedieron a estos grandes cosechones fueron de 41,119 y 44,415 millones de hectolitros, o lo que es lo mismo, cosechas consideradas “normales” por los operadores. Y aunque en estos momentos no seríamos capaces de aventurarnos en una cifra de producción para la cosecha que comienza dentro de siete días, todo parece indicar que estaremos en un volumen muy similar.

Si nos referimos a los precios de las uvas, es de señalar que el comportamiento no fue el mismo un año y otro, ya que si bien los precios pagados por la Airén en la zona de Mancha en el año 2004 fue de diecisiete céntimos de euro el kilo, en el año siguiente apenas aumentó a los dieciocho céntimos; mientras que en el otro episodio de cosechas históricas, el precio paso de los veintidós céntimos del 2013 a quince en el 2014, bajada muy sustancial que sí creó notable alarmismo entre los viticultores que vieron como se truncaba un periodo de recuperación en sus cotizaciones que se acercaban satisfactoriamente a niveles de rentabilidad ansiados históricamente. Lo que pueda suceder en esta campaña tras los veintiséis céntimos de la pasada pagados por la misma variedad y zona es una incógnita y habrá que esperar hasta mediados de septiembre previsiblemente, para conocer las primeras tablillas y la posición que adoptan los grandes grupos bodegueros.

Si nos centramos en los precios del vino, deberíamos decir que el precio del hectogrado del vino blanco en la región central comenzó la campaña 2004 a 2,05 € y la acabó a 1,9, para finalizar la 2005 a los mismos precios 2,09 €; situación similar a lo sucedido en los tinos que iniciaban 2004 a 2,73 € para acabar a 2,65 y recuperar hasta los 2,7 en la última semana de julio del 2006. Para el otro periodo de campañas históricas, decir que la 2013 se inició con precios de 3,95 €/hgdo y 3,80 para blancos y tintos respectivamente, cayendo hasta los 1,95 y 2,35 al final de campaña para no recuperarse en la campaña 2014, con precios al final de la misma de 1,85 y 2,85. Así es que aquí donde tenemos la primera explicación de la gran preocupación que se vive en el mercado sobre cuáles podrían ser las verdaderas consecuencias de unas elevadas disponibilidades, ya la actual campaña la iniciamos a unos precios de 3,95 y 4,95 euros por hectogrado para blancos y tintos respectivamente; y la hemos acabado con 2,05 para los blancos y 3,10 para los tintos.

Lo que nos podría llevar a una gran conclusión y es que los precios de nuestros elaborados no están tan influenciados por un tema de volumen como de capacidad de comercialización, en la que influyen otros muchos aspectos como las necesidades de nuestros principales compradores o el mix que componga nuestra cartera de productos. No obstante, conviene no olvidar que son las exportaciones las que sustentan nuestros mercados pues representan dos veces y media el volumen que comercializamos en el mercado interior.

Las incongruencias del sector

Todos los operadores del sector vitivinícola, desde el más humilde de los viticultores, hasta la bodega con mayor capacidad de elaboración, pasando por distribuidores e importadores, están de acuerdo en señalar que si queremos que nuestros productos vitivinícolas se desarrollen y adquieran mayor notoriedad en los mercados y disfruten de precios más altos repartidos a lo largo de toda su cadena de valor es imprescindible regular la producción e intentar limitar al máximo el efecto añada que provocan el clima y las patologías del viñedo.

No es posible que cada año el precio de la uva sea motivo de gran preocupación entre los operadores dada la importante fluctuación a la que está sometido, o que la producción de vino en disposición de los operadores oscile de manera considerable con fuertes dientes de sierra en sus cotizaciones; incluso que sean las propias bodegas las que le hagan el trabajo a la demanda con prácticas de competencia desleal al fijar sus precios en función de lo que ha hecho su vecino y no de sus propios costes de elaboración.

Hasta es frecuente leer y escuchar en los medios de comunicación, hasta en los generalistas donde la información no siempre es tratada con la profundidad que merece para un público totalmente ignorante de las condiciones en las que desarrolla su actividad un sector intervenido y que debe vender sus productos en mercados muy maduros; demandas en la dirección de contar con medidas de regulación que permitan al sector autorregularse. Palabra clave con la que la Administración ha justificado ante el sector su inacción, alegando que debe ser el propio sector el que decida lo que debe hacer y el Ejecutivo limitarse a dotarle del marco legal suficiente para que pueda hacerlo.

Y aun siendo verdad que cada campaña, según sean los precios, las existencias y las previsiones de campaña son unos u otros los que con mayor insistencia reclaman esa regulación. En el fondo, todos quieren lo mismo. El sector hasta cuenta con una Organización Interprofesional que debiera ser reflejo de todo el sector vitivinícola español y, por consiguiente, el organismo, o al menos uno de ellos desde el que debieran nacer propuestas concretas que condujeran a esta autorregulación.

Pues, de momento, y tampoco en esta campaña ni en la siguiente va a ser, el sector no ha sido capaz de dar trigo y poner en marcha la iniciativa. ¿Hasta cuándo y qué deberá pasar para que lo haga?

Incapaz de dar una respuesta concreta, confío en que en ese horizonte desconocido quede una campaña menos.

A vueltas con la cosecha

Hasta el momento, se decía que el granizo “hacía pobre al que le caía y rico al vecino”. Y aunque argumento sólido para cuestionar este dicho no tenemos, la generalización de lluvias torrenciales y piedra en la geografía española animan la proliferación de informaciones que constatan serios daños en el viñedo, avalando a los que vaticinan un descenso de cierta consideración en la próxima vendimia a nivel nacional.

La menor muestra de fruto que presentan algunas comarcas, tampoco es que ayude mucho a mantener las estimaciones de una cosecha similar al año pasado, dándose por prácticamente segura la reducción de producción.

Para algunos la cuestión está en concretar esa merma y poder estimar las consecuencias que sobre las cotizaciones de los vinos tendrá en los próximos meses. Pues, ante el importante descenso sufrido en estos meses, no faltan quienes ven en la especulación una excelente oportunidad de hacerse con una suculenta ganancia.

El problema está en que según los últimos datos publicados por el Infovi y referidos al cierre del mes de mayo, las existencias eran de 41,8 Mhl de vino frente a los 33,9 de la campaña anterior, o lo que es lo mismo 7,9 millones de hectolitros más (+23,3%).

Volumen que el mercado interior no parece que vaya a ser capaz de absorber, ya que los datos conocidos del consumo en hogares arrojan un descenso para el 2018 del 2,79% y nuestras exportaciones de vino a mes de abril tampoco es que estén como para echar cohetes, teniendo en cuenta que han descendido en periodo interanual un 9,7%.

Llegados a este punto, plantearse que el mercado pueda presentar un problema de abastecimiento en los próximos meses, por escasa que pudiera resultar la cosecha, no parece muy probable y, en consecuencia, tampoco que las cotizaciones puedan recuperar lo perdido en esta campaña.

No obstante, es verdad que una buena parte de lo que pueda suceder con los precios en las próximas semanas dependerá en buena medida de lo que acontezca en Francia o Italia, principales países productores y compradores. Lugares en los que las estimaciones de producción también parecen apuntar hacia un descenso con respecto al año pasado.

Si menos producción en Francia, Italia y España será suficiente como para que el mercado exterior se anime y los precios aumenten, lo dejo para cada uno y su espíritu comercial. A mí, me preocuparía más el saber si el sector será capaz de ponerse de acuerdo y alcanzar un procedimiento por el que autorregular su producción y equilibrar los precios.

Aspirar a que con un consumo de diez millones (aproximadamente) de hectolitros y una producción estimada en cincuenta el hecho de que una cosecha sea un poco mejor o peor que la anterior nos vaya a solucionar el problema es una verdadera estupidez. Casi tanta como no pretender que con las campañas llevadas a cabo para la recuperación del consumo en España solucionemos algo más que aumentar la frecuencia de consumo o la incorporación de nuevos consumidores. Cuestiones cuantitativas mucho menos importantes que aquellas cualitativas que nos deberían llevar a encontrar un mecanismo con el que romper la barrera de entrada a la categoría, incidiendo sobre la formación e información que resulta básica para contar con la cultura vitivinícola mínima requerida por un país consumidor.

Asumir que el vino es mucho más que una simple bebida con la que acompañar una comida o celebración nos lleva de lleno a la obligación de admitir la necesidad de crear nuevos mensajes con los que despojar de prejuicios a los consumidores. Pero también nos obliga a asumir que la política del precio más bajo se volverá contra nosotros en algún momento.

#SomosVino

Tras muchas discusiones y debates que le han llevado a la realización de un profundo estudio sobre las motivaciones del consumidor de Vino en España, la Interprofesional del Vino de España (OIVE) centra su objetivo en el consumidor, eje sobre el que deberán pivotar todas las acciones encaminadas a aumentar el consumo de vino en nuestro país.

Discusiones aparte sobre si los esfuerzos deben centrarse en la incorporación de nuevos consumidores, los famosos millennials que cada vez están más cerca de franja de edad que comienza sobre los treinta años (que es el momento en el que se van incorporando a su consumo). Sobre si a la generación a la que deben dirigir el foco es la “Z”, para los que los smartphones son como un apéndice más de su cuerpo. O si, por el contrario, lo que debemos hacer es centrarnos en aquellos que ya han vencido esa barrera de entrada en la categoría y lo que hay que conseguir es incrementar su frecuencia de consumo, que no la cantidad diaria. Lo más importante es que por fin asumimos que son los consumidores, en sus diferentes tipos, facetas, momentos de consumo y tipologías los que deben centrar nuestros esfuerzos.

Esfuerzos que, cada vez más, parece claro (y consensuado) que deben centrarse más en experiencias y emociones y menos en tecnicismos e instalaciones industriales. Con un vocabularios sencillo y directo y gran preponderancia de medios digitales que además de inmediatez le otorguen frescura y modernidad al mensaje.

Estar atentos a las numerosas “fake news” que circulan sobre los efectos que sobre la salud tiene un consumo moderado de vino, rebatiéndolas con argumentos científicos avalados por la Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (FIVIN) o la Dieta Mediterránea (DM); es otra de las misiones que debiera asumir la Interprofesional a tenor de las conclusiones recabadas en su evento “Born to be Wine”.

Y aunque en este acto no fueron abordados en profundidad aspectos relacionados con la parte más interna del sector, como todo lo relacionado con la formación de la cadena de valor, realización de estudios y propuestas de estrategias y medidas cuya finalidad sea evitar “trasladar al mercado las inclemencias meteorológicas de una cosecha”. También estos objetivos fueron claramente asumidos por los asistentes como prioritarios.

Aunque de todo lo que en esa fructífera mañana tuvimos la ocasión de escuchar quizá lo más importante sean los constantes mensajes y la concienciación colectiva que se respiraba de que solo desde la unión seremos capaces de sacar esto adelante.

Es necesaria mayor atención

Hablar de viticultura es hacerlo siempre con un alto grado de incertidumbre. Es precisamente su mayor valor, el apego a la tierra, al origen; lo que hace impredecible su comportamiento de un año a otro. Y aunque la gran profesionalidad de nuestros viticultores y los grandes avances técnicos con los que cuentan mitigan esta sobreexposición, su dependencia del comportamiento climático en la campaña es absoluta. Predecir lo que pueda suceder y adelantarse a las posibles inclemencias que se presenten es la labor más importante, pero no la única. Amoldarse a los cambios, ajustar los medios productivos a esas circunstancias cambiantes y conseguir minimizar al máximo sus efectos sobre las cosechas, labor de todos.

En esta tarea de predicción de los posibles acontecimientos a los que tendremos que hacerles frente en los próximos años para realizar este acomodo a las nuevas condiciones de cultivo, los científicos tienen mucho que decir. Por más que nos lo hayan repetido y aún a riesgo de resultar cansinos, la evidencia con la que se presentan los efectos que sobre la maduración del fruto y los episodios extremos de lluvias o episodios de sequía, han llevado a algunas bodegas a “tirarse al monte”, como coloquialmente podríamos decir, con la traslación de nuevas plantaciones a lugares más frescos, más altos y alejados de aquellas zonas de producción en las que actualmente se producen los vinos más afamados del mundo.

Adelantos de un mes en las fechas de vendimia para los próximos 50 años predichos por la Universidad de La Rioja y Lleida como consecuencia del cambio climático sobre la fenología y la composición de las variedades Tempranillo, Garnacha o Mazuelo cultivadas en la D.O.Ca. Rioja no son más que otro nuevo aviso a navegantes sobre lo que nos viene encima y que ya hoy podemos comprobar fácilmente.

La adaptación parece la mejor forma de hacerle frente a las consecuencias que pudiera tener el cambio climático sobre la vitivinicultura. Investigar nuevo material vegetal (portainjertos y clones), pero también técnicas de cultivo (marcos de plantación, conducciones, orientaciones, podas…) así como prácticas enológicas que nos ayuden a extraer lo mejor de la uva y eliminar lo no deseado son aspectos a los que deberíamos dedicarles más recursos de los que lo hacemos si queremos tener éxito en mantener nuestro viñedo, evitar la deslocalización y el avance la desertificación en nuestro país.

Trump amenza al vino europeo

Baste con echar una simple mirada a la infografía que acabamos de publicar en nuestra web www.sevi.net con los datos de exportación del primer trimestre del año, para comprobar el peso que tiene Estados Unidos. Segundo país en valor, solo por detrás de Alemania y con el precio medio por litro más alto 3,37 €/l, solo superado por los 4,47 €/l de Suiza y muy por encima de los 1,08 al que lo exportamos de media.

Tampoco sería necesario estudiar mucho para saber que esto no es fruto de la suerte o que se trata de una situación coyuntural. El gran esfuerzo que han hecho todas las bodegas de la UE en ese mercado con importantes inversiones en campañas para afianzar y aumentar su presencia en el que ya es el primer país del mundo en consumo de vino; comienza a dar sus frutos.

Y es precisamente ese exitoso resultado de las grandes cantidades de dinero y esfuerzo que se ha hecho en estos últimos años lo que ha llevado a las bodegas californianas a pedirle al “señor presidente” que suba sus aranceles a los vinos franceses, actualmente de cinco centavos de dólar para los vinos tranquilos y catorce para los espumosos; cuando, según este mismo lobby cifra en 11 y 29 centavos respectivamente los aranceles con los que son gravados sus vinos al llegar a Europa.

El anuncio hace unos días de su intención de presentarse a la reelección en el 2020 manteniendo el slogan “American first” (América primero) y su gran verborrea a la hora de anunciar medidas cuyas consecuencias no acaba de valorar en su justa medida, le han llevado a amenazar con subir los aranceles a la importación de vinos franceses. Sin saber muy bien si no sabe que toda la Unión Europea es un solo origen y lo que quiera imponer a uno de sus miembros lo hace para el resto, o porque lo único que cala en su electorado es la mención explícita del país galo. El caso es que, de una forma u otra, si cumple su amenaza (esperemos que no, como en ocasiones anteriores) todos los países europeos nos veremos perjudicados, como ya nos hemos visto con otros productos como la aceituna negra con especial incidencia para nuestro país.

Una vez más los productos vitivinícolas corren el riesgo de ser tomados como rehenes de cuestiones de las que son totalmente ajenos. Tal y como ya sucediera con China y el conflicto que mantuvo con Alemania por las placas solares y que acabó generando una enorme factura en abogados para demostrar que no vendíamos nuestros vinos por debajo de los costes de producción y que llevó a unas cuantas bodegas españolas a tener que mostrar a las autorizadas chinas su “know how” y asumir la formación de sus operadores.

La globalización de los mercados es un hecho imparable, la internacionalización de nuestras bodegas, una asignatura que van superando poco a poco con grandes esfuerzos. Pero lo que resulta totalmente inadmisible es que sea el sector vitivinícola el que acabe siendo rehén de guerras que van mucho más allá de nuestros productos. La actual batalla que está librando Estados Unidos con el resto del mundo por mantener el dominio comercial y tecnológico mundial puede llegar a tener graves consecuencias ante las que protegerse se hace muy complicado, dada la debilidad de los productos agrarios y especialmente, dentro de estos, del vino.

Pensar en el comercio exterior, balsa de salvación de nuestro sector y única vía por la que generarle valor añadido a nuestros vinos y dejar fuera a las dos grandes potencias mundiales es algo totalmente impensable y bien haríamos si aumentásemos la presión sobre la debilitada Comisión Europea (en proceso de relevo por las últimas elecciones) para que se mostrara firme en este tema y defendiera los intereses del sector con mayor severidad ante las autorizadas comerciales estadounidenses o el mismísimo Congreso norteamericano.

Semanas de trámite

En un mercado dominado por la paralización y en el que el paso de los días pesa como una losa sobre las esperanzas de los productores, que ven acercarse las vendimias con unas existencias de 45,3 millones de hectolitros (datos Infovi a 30 de abril) muy superiores a las del pasado año (23,1%), cualquier incidencia climatológica es analizada y difundida con mayor interés de lo que merece su importancia. Así tenemos que, a pesar de encontrarnos en una fase tan incipiente del viñedo como pueda ser la floración, organizaciones agrarias y diferentes colectivos se han apresurado a dar a conocer sus primeras estimaciones. Coincidiendo todas ellas, con independencia del lugar del que se trate, en que nunca se verá superado el volumen de la pasada campaña.

Es posible que en todo esto algo haya tenido que ver la ralentización que están viviendo nuestras exportaciones, sustento del mercado, y que con datos del primer trimestre se han visto reducidas con respecto al interanual un -10,5% en volumen, quedándose en 20,25 Mhl y un -0,9% en valor dejando el precio medio en 1,42 €/litro.

Siendo el bag in box (entre 2 y 10 litros) la única categoría que presenta cifras positivas, con un incremento del 33,2%. Aunque más destacable resulta el comportamiento de los vinos con indicación de variedad y añada, que crecen un 4,2% en la categoría de graneles de vino blanco. Especialmente cuando son los vinos sin indicación de calidad, ni añada los que peor parados salen con retrocesos del 14,8% en envasados y del 17,3% en graneles. Con preocupante caída en los vinos con D.O.P., que rompen con su habitual estabilidad y pierden el -10,6% en envasados y el -9,2% en graneles, siendo cava el único que presenta un crecimiento del 0,9%.

Situación que, en mi opinión, debería hacernos reflexionar sobre la importancia de la puesta en marcha de la nueva extensión de norma que está previsto entre en vigor el próximo 1 de agosto, encontrándose actualmente en estado de consulta pública, y que contempla no solo el mantenimiento de acciones para la promoción del sector en mercados interiores y exteriores, sino también acciones encaminadas hacia la vertebración sectorial, acciones de inteligencia económica y de estrategia sectorial hacia un entorno estable de los mercados que incluirían sistemas de autorregulación.