Conocimiento e interés por el vino

Uno de los mantras a los que el sector del vino se enfrenta constantemente es el de la “Cultura del Vino”. Parece (o eso al menos se nos hace pensar desde los organismos que desarrollan estudios al respecto) que, si alguna vez conseguimos recuperar una parte del consumo del vino que nos hemos dejado con las dos últimas generaciones, esto vendrá de la mano de un mayor conocimiento global del alimento. O dicho de una manera mucho más coloquial: de mano de la Cultura del Vino.

Su complejidad y las barreras de acceso a su consumo que presenta lo erigen como un producto de complicado acceso, regido por múltiples paradigmas y variables sujetos al estilo de vida y tendencias de consumo.

Lo que contrasta directamente con algunas de las cuestiones planteadas por el estudio “Global trends in wine”, publicado por la consultora Wine Intelligence y en el que se concluye que “los consumidores, muy probablemente, tienen una menor necesidad de retener información sobre el vino, a causa de una mayor accesibilidad de la información inmediata y a mano a través de los dispositivos inteligentes”. Induciendo a pensar que los consumidores “pueden ser más aventureros sin tanta investigación previa”.

Lo que no debería ser necesariamente negativo para nuestros intereses, sino fuera por la escasa inversión realizada por el sector en las nuevas tecnologías y que, según exponía el vicepresidente de Ogilvy España, Jordi Urbea, recientemente en la 2ª Conferencia Catalana de la Comunicación del Vino, nuestras bodegas tienen pendiente “sacarle todo el jugo posible al Big Data con el que poder hacer comunicaciones específicas dirigidas a cada usuario”. Provocando que la elección de los vinos procedentes de países tradicionales como el nuestro, pueda ser percibido de manera negativa por unos consumidores que ni entienden, ni a los que les interesa el pasado más allá de cuestiones muy concretas y solo las experiencias y emociones que aspiran a obtener con cada botella de vino les motivan.

También podría resultar contraproducente para nuestros elaborados el hecho de cómo es percibido el vino por parte de los jóvenes, ya que lo encuadran como una bebida propia de gente mayor, donde la tradición podría no ser siempre un valor positivo y que podría ser una explicación al porqué de la gran evolución, especialmente de las etiquetas, pero también en todo lo que tiene que ver con el packaging.

Claro que, si consideramos otro de los grandes dogmas bajo los que se ha desarrollado la comunicación del vino en estos últimos lustros y que no es otro que el de la sencillez en los mensajes bajo el slogan “me gusta o no me gusta” a la hora de valorar los conocimientos y prejuicios con los que debe enfrentarse un consumidor a la elección de un vino; que los consumidores sepan cada vez menos de vino debería satisfacernos si, como afirma el estudio aludido, en cambio, se interesan más por él.

La conclusión de todo esto parece bastante sencilla y sería algo así como preguntarnos qué queremos desde el sector vitivinícola español: ¿Qué los consumidores cada vez sepan más de nuestros vinos, regiones, denominaciones, marcas o bodegas; o que se beba más y se vendan mejor nuestros vinos?

Como todo en esta vida, no creo que la respuesta sea tan sencilla como a simple vista parece. Está claro que todos queremos vender más y mejor, pero tampoco podemos olvidar que, sin un argumento de elección en el producto escogido que vaya más allá del precio o la novedad, es muy difícil generar la fidelidad suficiente con la que construir la masa crítica necesaria con la que hacer sostenible un negocio.

Muy posiblemente la solución esté en la combinación de estas dos visiones: conocimiento e interés. Definir qué, cómo, cuándo, dónde y quién es lo más difícil, pero hacerlo de una forma solidaria, con un objetivo claro y una estrategia de la que participen y se beneficien todos los integrantes de la cadena de valor es una necesidad cada vez más acuciante.

La unión como única forma de valorizar el vino

Hablar de los mercados y sus cotizaciones, de su operatividad y las argucias empleadas por cada uno de los operadores en la defensa de sus intereses, está mucho más allá de mis atribuciones y completamente alejado de mis intenciones, que se limitan a informar de lo que sucede y, en todo caso, intentar explicar alguna de las razones que lo justifican. Así es que, lamentablemente, me debo declarar completamente incapacitado para valorar la denuncia que públicamente ha hecho la organización agraria Asaja CLM en la que critica “la especulación de operadores e industriales para bajar los precios del vino y mosto en la región”.

En ella, se acusa a los operadores de “bajar los precios generando incertidumbre y comprando vino a cuentagotas…” y denuncian que “no se corresponden los precios tan bajos que se están pagando ahora por el vino con los precios que los principales compradores de la región pagaron por la uva durante la vendimia”. Llegando incluso a acusar a las grandes industrias agroalimentarias de hundir el sector primario con sus prácticas de competencia desleal.

No encuentro en este comunicado ni una sola denuncia concreta, ni tan siquiera el anuncio de la apertura de ningún expediente por parte de la Agencia para la Información y Control Alimentarios (AICA) o Competencia al respecto. O acusación a las grandes cadenas de distribución sobre las políticas comerciales que les están imponiendo a sus proveedores. Tampoco reclamación alguna hacia el Ministerio por mostrarse más proactivo en la recuperación de una pequeña parte de la gran cantidad de consumo que hemos perdido con las dos últimas generaciones.

Sin la más mínima intención de enjuiciar lo que cada uno hace y las acciones que en la defensa de sus objetivos emprenda; no parece que acusar a los demás de lo que me está sucediendo sea la mejor forma de pretender solucionar problemas que, necesariamente, pasan por el acuerdo de las partes. Defender la rentabilidad de sus representados no sé por qué tiene que tener más importancia que la defensa de buscar el aumento de sus beneficios a la industria. Si acaso esa reclamación debería hacérsela a las Administraciones que son las únicas que tienen la obligación de defender los intereses de “todos” y, en aras de esa defensa, establecer políticas que lleven al desarrollo de leyes con las que hacerlo. Pretender que bajo el cumplimiento estricto de la legalidad los intereses de unos estén por encima de los otros es algo más propio de otro tipo de sociedades y regímenes.

Los cambios se suceden a una velocidad vertiginosa, el comercio se desarrolla bajo condiciones que poco o nada tienen que ver con las de hace apenas cinco o diez años, la sociedad busca en el consumo de vino cosas que están muy alejadas de sus características intrínsecas. Acusar al de enfrente de intentar hacerlo y señalarle como culpable de que yo no lo haga, no ayuda a buscar la única forma de superarlo que no es otra que hacerlo de manera conjunta.

Amplia información sobre la que tomar decisiones

En respuesta a las medidas adoptadas por la Administración norteamericana de aplicar un arancel adicional del 25% a vinos procedentes de España, Francia, Alemania y Reino Unido; el Comité de Gestión para la OCM de cuestiones horizontales ha aprobado dos propuestas legislativas destinadas a flexibilizar la medida de promoción del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE), consistentes en aumentar del cincuenta al sesenta por ciento el porcentaje de financiación durante un año, así como posibilitar la opción de cambio de destino y ampliación a más de cinco años de estos programas.

Medidas que, sin duda, no compensarán el grave daño que están sufriendo muchas de nuestras bodegas, como así mismo lo reconoce el propio Ministerio que solicita a la Comisión un seguimiento detallado de los mercados a fin de que, si fuera necesario, ponga en marcha otros mecanismos. Pero, al menos, vendrán a paliar los graves efectos que según la encuesta realizada por la Federación Española del Vino (FEV) entre sus asociados, se han dado en la pérdida de facturación del mes de noviembre y que estiman pudieran llegar a representar entre un 35 y un 50 por ciento en seis meses.

Ya en un terreno mucho más doméstico, pero, sin duda, mucho más trascendental para la marcha de los mercados, está la publicación del Infovi correspondiente al mes de noviembre, cuya extracción corresponde a día 8 de enero y que cifra la producción de vino y mosto de la cosecha 2019-20 en 37.116.987 hectolitros, de los que 33,489 millones lo han sido de vino y 3,628 de mosto. Por color, la producción de tintos y rosados sigue siendo la más importante con 17,799 Mhl, mientras que la de blancos alcanza los 15,691Mhl. En cuanto a categoría, los amparados a alguna Denominación de Origen (D.O.P.) son 14,452 Mhl (8,766 de tintos y 5,686 blancos), con Indicación Geográfica Protegida (I.G.P.) 2,671 Mhl de tintos y 1,724 millones de blancos; varietales 6,332 millones, de los que 3,991 Mhl lo son de blancos y 2,341 Mhl de tintos y, por último, la producción de vinos sin indicación geográfica (antiguos vinos de mesa): 4,289 Mhl de blancos y 4,020 Mhl de tintos.

En el primer cuatrimestre (de 1 de agosto a 30 de noviembre) de la actual campaña 2019/20 salieron al mercado un total de 20,88 millones de hectolitros, de esa cifra, un 65,6% y casi 13,7 millones fueron a atender la demanda interior, y el 34,4% restante y casi 7,2 millones al mercado exterior.

Datos de los que se desprende que el consumo aparente con datos interanuales asciende a 10,992 Mhl, un 8,2% superior al del mismo período del año anterior y un 6,8% más si lo comparamos con los cuatro meses que llevamos de campaña 2019/20. Con lo que podríamos afirmar que el consumo de vino en España se recupera y el esfuerzo que está haciendo el sector está viéndose recompensado.

Por su parte, las salidas de vino hacia destilería en ese mismo mes fueron un 24,8% y 62.000 hl inferiores a las del año anterior, mientras que en el acumulado del cuatrimestre de la campaña actual se elevaron a 595.000 hl, estando en niveles similares que entonces y subiendo un ligero 2,4% y en 14.000 hectolitros de vino. En cambio, hacia vinagrería fueron unos 23.830 hl de vino, casi un 85% y 11.000 hl más que en ese mes de la campaña anterior, mientras que, entre agosto y noviembre, este destino acumuló 88.000 hectolitros, casi un 24% y 17.000 hl más que en el mismo periodo de 2018/19.

En comparativa, las ventas de vino al exterior habrían descendido en volumen un 9,75% y en 188.000 hl, mientras que en el primer cuatrimestre fueron 9,3% y 604.000 hl más elevadas en la actual campaña 2019/20 que en el mismo periodo de la campaña anterior (6,5 Mhl).

Concluir con el dato de las existencias de vino y mosto que sumaban a finales de noviembre un total de 62,67 Mhl. De este volumen, casi un 92,1% y 57,7 Mhl eran de vino y el 7,9% y casi 4,97 Mhl de mosto sin concentrar.

Hay que seguir luchando

Acabamos de conocer un adelanto de los datos del Infovi correspondiente del mes de noviembre y en él tenemos una información completa de producciones, utilizaciones y existencias que detallaremos en los próximos días. Información toda ella de gran transcendencia para un sector que, con la asignatura pendiente de valorizar sus productos, debe lidiar con un consumo interno sobre el que existen pocos datos y muchos bulos, algunos de ellos a los que ya nos hemos referido en estas mismas páginas.

Aunque la información disponible no difiere nada de la de hace unos meses, diferentes organizaciones han mostrado su sensibilidad ante el asunto y han ido publicando notas o informaciones que han permitido concretar bastante bien, si no el consumo (porque informes concretos no se elaboran), sí al menos una horquilla bastante concreta con la que cifrarlo. El MAPA, en el avance de datos del Infovi, sitúa el consumo aparente en 11 millones de hectolitros al año, con un aumento del 8,2%.

El gran esfuerzo que está haciendo el sector, a través de su Interprofesional, por aumentar el consumo de vino en España está teniendo su efecto; muy posiblemente más lento de lo deseado, pero efecto, al fin y al cabo. Y contar con un dato, como el que proporcionan el Infovi y el MAPA, permite contrastarlo.

Ahora que ya contamos con un nuevo Ejecutivo, sería bueno que el Ministerio de Agricultura se pusiera manos al asunto y abordara el tema de los datos de consumo más allá del canal alimentación. Pero como esto mucho me temo que no va a suceder, al menos utilicemos la valiosa herramienta de información que supone el Infovi y trabajemos con esa cifra orientativa del vino consumido en España.

Aunque, si importante es el consumo interno, más lo es, el mercado exterior. Hablar de exportaciones supone casi hacerlo de la misma supervivencia de las bodegas, ya que a él se destinan nada menos que veintisiete millones de hectolitros, último dato disponible referido al mes de octubre.

Y dentro de este mercado mundial, adquiere especial relevancia Estados Unidos, no tanto por el volumen que representa (3,3%) de los litros; y sí mucho más por el valor donde alcanza el 10,8% del total gracias a un precio medio de 3,54 €/litro, solo superado por Suiza.

Conocer los efectos que la última vuelta de tuerca dada por su presidente, Donald Trump, tomando al vino español como rehén de una batalla comercial que nada tenía que ver con él y mucho con las ayudas recibidas por fabricantes de aviones, ha tenido para las bodegas españoles resulta de gran interés. Y así lo ha entendido la Federación Española del Vino (FEV), quien, gracias a la encuesta realizada entre sus asociados, puede afirmar que “todas las bodegas han manifestado pérdidas en su facturación del mes de noviembre de 2019 en comparación con el mismo mes del año anterior y coinciden en que, de mantenerse esta medida durante seis meses (hasta abril de 2020), sufrirían una pérdida en las ventas que podría oscilar entre un 35% y un 50%”.

Confiemos que la traslación de esta situación a los Ministerios implicados, Agricultura y Comercio, tenga sus efectos en el antiguo comisario de Agricultura y actualmente responsable de comercio, Phil Hogan.

El sector se lo toma en serio

El sector parece haberse tomando en serio el tema de equilibrar el mercado. Para ello, la Interprofesional del Vino, máximo representante del sector y responsable de establecer aquellas herramientas que considere apropiadas con las que hacerlo, presentaba en el mes de noviembre una “hoja de ruta” al Ministerio de Agricultura por la que adoptar medidas tendentes a la estabilidad y mejora de la calidad del vino mediante la regulación de la oferta. En ella se contemplaba la intensificación de los controles en la destilación de subproductos, el establecimiento de unos rendimientos máximos a partir de los cuales su utilización deberá ser obligatoriamente un destino distinto al vino (mostos, vinagres, alcoholes…) o la recuperación de los contratos de almacenamiento a largo plazo, por los que se retiraba voluntaria y temporalmente un volumen del mercado.

Este documento cuya entrada en vigor mediante un Real Decreto está prevista para el 1 de agosto de 2020, ha comenzado su tramitación con la elevación a consulta pública, cuyo plazo finaliza el próximo 31 de enero, de un RD que regule la norma de comercialización del vino sin I.G. Superado este primer escollo, la futura normativa limitaría los rendimientos por hectárea de uva sin Indicación de Calidad (vinos de mesa y varietales fundamentalmente) a 20.000 kilos para las variedades tintas y 25.000 para las blancas.

Para la medida de retirada temporal (contratos de almacenamiento a largo plazo), su activación deberá realizarse a más tardar el 31 de enero de la campaña mediante una resolución de la DG de Producciones y Mercados, en la que se determinará la fecha de puesta en marcha, duración, comunidades autónomas a las que afecta, así como el volumen en cada una de ellas. Para que las CC.AA., antes del 28 de febrero, establezcan el volumen afecto por productor en base a sus producciones históricas, así como un plan de controles que permita confirmar que se cumple la obligación establecida.

Para el caso de que el productor no esté dispuesto a realizar el almacenamiento indicado, estará obligado a destilarlo o enviarlo a vinagrería y justificar debidamente su retirada definitiva del mercado.

La aplicación de estas medidas tendrá lugar en aquellas campañas en las que las disponibilidades de uva y vino sean elevadas con relación a la demanda prevista según un estudio econométrico que analice la necesidad de esa campaña.

A tenor de la experiencia obtenida y la derogación por parte de la Unión Europea de este modelo de regulación del mercado en la actual Organización Común de Mercado del sector vitivinícola (OCM), es posible que muchos productores esgriman el criterio de libertad de mercado y producción para mostrarse contrarios a su aplicación. Pero esa misma experiencia nos ha demostrado que la aplicación nacional de los fondos mediante los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE) no han hecho sino favorecer la pérdida de potencial vitícola, tanto en número de hectáreas como en la calidad de las mismas, habiéndose perdido muchas de las parcelas históricas con bajos rendimientos y de variedades minoritarias. Así como aumentar descontroladamente rendimientos que hicieran posible la sostenibilidad económica de una actividad agraria ruinosa ante los bajos precios pagados por sus producciones.

Claro que ni este Real Decreto, ni ningún otro solucionará los problemas del sector, básicamente centrados en el desequilibrio entre producción y demanda. Pero de alguna manera habrá que intentar cortar el círculo vicioso en el que parece haber entrado. La valentía mostrada por la Interprofesional (OIVE), exigiendo al Ministerio su aprobación es digna de ser resaltada. Confiemos en que la corresponsabilidad de sus bodegas y viticultores esté a la altura y podamos acabar el año que recién comenzamos con excelentes noticias de haber encontrado el rumbo para valorizar nuestros productos.

Felices años 20

Estrenamos nuevo año y con él una década bajo el recuerdo de los felices años 20 del siglo pasado y, aunque bien podríamos recurrir a decir que “rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras”, en el fondo tendremos que reconocer que ¿por qué no? Soñemos y confiemos en que vengan repletos de buenas noticias que nos devuelvan la felicidad que crisis, guerras y cambios climáticos nos han ido mermando a lo largo de este siglo.

En este sector tenemos un futuro esperanzador por delante, con grandes investigaciones, en todas las áreas, que comienzan a arrojar resultados muy positivos y que, sin duda, nos ayudarán a afrontar los retos con mayores garantías de éxito. La velocidad con la que se sucedan va a ser vertiginosa, como todo lo que va acaeciendo, quiénes sean sus protagonistas es lo único que está por determinar y, en buena medida, esto solo dependerá de cada uno de nosotros.

Que vamos a producir más y mejor que lo hemos hecho nunca, es una realidad tan incuestionable como que la especialización de los mercados exigirá una profesionalización como nunca antes se había visto. El consumo se afianzará e irá creciendo tímidamente gracias a la incorporación de nuevos consumidores que dejarán atrás la imagen vetusta de chatos con los que acompañar las comidas diarias. La emoción y el hedonismo se impondrán con fuerza como las principales razones que justifiquen el consumo de vino y los viticultores y bodegueros deberán trabajar por alcanzar ese difícil equilibrio entre calidad y diferenciación.

Algunos de los mayores principios sobre los que ha crecido el sector se verán cuestionados por gentes con criterios antagónicos a los que lo que manejaban sus antecesores, y algunos de ellos fracasarán, pero otros muchos triunfarán y valorizarán los productos.

Y todo esto porque estoy convencido de que hemos llegado a un punto de no retorno. La cadena de valor, la sostenibilidad, la responsabilidad social corporativa… nos han generado una telaraña de la que saldremos más fuertes, pero diferentes.

Un sector extraordinariamente sensible al cambio climático

Tal y como era de esperar, o al menos esa impresión me daba desde el principio, la Cumbre del Clima COP’25 ha acabado casi tal y como había empezado: a trompicones, con más postureo que resultados y constatando las grandes discrepancias que sobre el tema existen entre un pequeño puñado de países, pero extraordinariamente importantes, que se niegan a adoptar medidas que ayuden a luchar contra la emisión de carbono; y aquellos otros que, siendo muchos más, apenas tienen peso en sus consecuencias.

Dejando a un lado a los negacionistas y aquellos otros cuya ideología o intereses políticos y económicos se sitúan por encima de las consecuencias que para la humanidad pueda tener esta situación. No es posible negar que el clima está cambiando, y lo podemos llamar como se quiera, pero sus consecuencias son cada año más notorias.

Aunque tan palpables resultan estas evidencias, como rígida es la postura enrocada de un pequeño número de países que, aludiendo diferentes razones, se niegan a tomar medidas, esgrimiendo el bienestar de sus ciudadanos basado en el progreso económico de sus naciones y pasando por alto que el clima no entiende ni de fronteras, ni de nacionalidades.

La desaparición de las estaciones intermedias de primavera y otoño, temperaturas extremas en los meses de verano, traslación de las heladas invernales a los meses de primavera, concentración de las lluvias en episodios de gran intensidad… se manifiestan de manera inexcusable en el adelanto de las fechas de vendimia, aumento de la producción de azúcar (que luego será transformado en alcohol), disminución de la acidez o desarrollo de enfermedades.

La gran sensibilidad de la vitivinicultura a estos cambios hace que el sector esté tomando diferentes medidas encaminadas a paliar sus efectos.

Aumento del riego por goteo, protección contra el pedrisco y heladas, formación de los viticultores, traslación del viñedo hacia latitudes más elevadas, reorientación de las viñas, modificación en las técnicas de cultivo de poda o trabajo en los suelos, modificación de los clones de las variedades históricas o la plantación de otras más adecuadas, reducción de la huella de carbono por botella o la misma evolución hacia el cultivo ecológico.

Grandes y costosas medidas todas ellas que no hacen sino constatar la pérdida de unos de los mayores valores que tiene el vino: su origen y tradición. Dos valores sobre los que los expertos basan su estrategia de recuperación del consumo y valorización del producto y que en unos pocos años podríamos tener que estar replanteándonos todo lo hecho.

Tal y como decía el director general de la OIV, Pau Roca, en su intervención en la COP’25, el sector vitivinícola está tomando medidas y adaptándose a este nuevo escenario. Su éxito está garantizado, esto lo digo yo.

Pero cabe preguntarse ¿a qué precio?

Podemos plantar viñas en el Pirineo o en Gran Bretaña, bonito país que a partir del 31 de enero próximo pasará, más que probablemente, a ser un país tercero. Plantar otras variedades más resistentes y adaptadas a las nuevas condiciones de cultivo, o utilizar técnicas enológicas que corrijan las condiciones en las que llegan las uvas a la bodega. Los consumidores conocerán estos “nuevos vinos” y es posible que incluso estén más adaptados a sus gustos, con lo que el consumo puede que se recupere tímidamente (en contra de lo vaticinado por la UE en su último informe sobre Perspectivas de los Mercados Agrícolas 2019-2030 en el que cifra en 24,5 litros per cápita el consumo al final de este periodo frente los 25,3 actuales). Pero en este devenir de acontecimientos iremos perdiendo patrimonio vitivinícola, dejándonos una pequeña parte de lo que somos y que da valor a nuestro sector: su cultura.

Para este sector el cambio climático es mucho más que la subida de un grado o la posibilidad de comprar bonos de emisión y debemos luchar por protegerlo.

Esperando que así sea: ¡Feliz 2020!

El vino vuelve a estar de moda

No sin grandes esfuerzos por parte del sector vitivinícola español, a través de su Interprofesional (OIVE), a cuya financiación contribuye, el consumo de vino en España está atravesando un buen momento. O eso se desprende de la nota publicada por el Observatorio Español del Mercado del Vino (OEMV) en la que, basándose en las informaciones del Ministerio de Agricultura (MAPA) y las declaraciones mensuales del sistema de información vitivinícola (Infovi), cifra el aumento del consumo estimado en España en un 7,2% en dato interanual a septiembre de 2019. Los 10,991 millones de hectolitros consumidos muestran una clara mejora, con respecto los diez millones sobre los que se encontraba estabilizado el consumo en España desde hace más de siete años.

Para conocer de una forma más pormenorizada cuál es el consumo en cada uno de los canales habrá que esperar todavía un poco más de tiempo, hasta disponer del trabajo encargado por la OIVE al OEMV, con el que se pretende ofrecer una completa fotografía del consumo en nuestro país. En él que se tendrán en cuenta, por primera vez, canales en creciente importancia como son los de ventas en tiendas especializadas y vinotecas, club de vinos, ventas directas. Sin olvidar la parte correspondiente al consumo efectuado por los turistas que cada año nos visitan. Un volumen global, el de estos “nuevos canales de consumo” que se estima que pueda rondar un tercio del consumo en España.

Dejando a un lado cuáles pudieran ser las claves que explicarían este reciente incremento y permitirían definir las estrategias de nuestras bodegas en su batalla por recuperar una pequeña parte del consumo perdido en este último medio siglo (para lo que habrá que esperar conocer el mencionado estudio); el OEMV concluye que el vino está nuevamente de moda, y no solo en nuestro país, sino que se trata de una tendencia mundial. Que, si me permiten añadirlo, nuestras bodegas deberían aprovechar, dada la extraordinaria posición privilegiada de la que gozan por la gran calidad media de su producto y bajos precios a los que son comercializados.

La gran sensibilidad que muestran las nuevas generaciones hacia todos los temas relacionados con el medio ambiente y una vida más sana son una excelente oportunidad para un sector que sitúa a nuestro país como el de mayor extensión de viñedo ecológico del mundo, con un crecimiento de dos dígitos en la producción de este tipo de vinos y una tendencia imparable hacia el cultivo y la elaboración de productos cada vez más respetuosos con el medio ambiente y la salud.

Tenemos las mejores condiciones de los países productores para elaborar bajo estos parámetros ecológicos y sostenibles. Contamos con unos técnicos altamente cualificados y unas instalaciones dotadas de las últimas tecnologías. Ya solo nos falta que los nuevos consumidores nos tengan en cuenta en su elección.

Para que todo este panorama se convierta en una realidad y lo que hasta ahora es solo una tendencia se transforme en datos consolidados que nos permitan disminuir nuestra gran dependencia del sector exterior, como ahora mismo sucede, es necesario acercarnos a los nuevos consumidores, jóvenes y tradicionales, invitarlos a que nos conozcan de primera mano, que comprueben nuestro compromiso con la tierra, el respeto por el fruto y beban el resultado de este esfuerzo.

Bajo este panorama no puede sorprendernos que el consumo en nuestro país muestre una tendencia creciente, que el enoturismo se esté desarrollando como una gran actividad en todas nuestras regiones elaboradoras y que todo ello permita a los expertos concluir que el vino está de moda. Aprovecharlo ya solo dependerá de cada uno. El escenario nos es propicio y contamos con herramientas administrativas, como rutas del vino o denominaciones de origen, con las que hacerlo. Es posible que no volvamos a encontrar un escenario más propicio en muchas décadas. No podemos dejarlo pasar.

La crisis como oportunidad

Los últimos datos macroeconómicos publicados sobre España no son lo que podríamos calificar de alentadores. Aun así, sin entrar en muchas disquisiciones sobre cuáles son las razones que lo explican, siguen siendo mejores que los del resto de nuestros socios comunitarios, excepción hecha del dato concerniente al paro. Mal endémico de nuestro país y en el que las cifras de noviembre se han visto agravadas por los números del sector agrícola, tradicionalmente con un buen comportamiento y que en esta ocasión ha sido uno que ha tenido peor comportamiento, junto al de la hostelería, tradicionalmente también positivo. Dos sectores que afectan directamente al vino y que, en opinión de reputados economistas, ponen de relieve la desaceleración de nuestra economía en un marco europeo y global de recesión, antesala de una crisis.

Confiemos en que hayamos aprendido de lo vivido en el 2008, las medidas adoptadas por las entidades financieras y la prudencia con la que el tejido empresarial español fue superando la crisis, nos ayuden a mitigar sus efectos y que su reflejo en los datos de consumo no sea tan alarmante como lo fue en aquella reciente ocasión.

Y es que, si hay un sector extraordinariamente sensible a estas situaciones, ese es el vitivinícola. La concepción del vino como un producto de lujo lo hace extraordinariamente sensible a cualquier dato económico negativo, con pérdida en valor y reducción del volumen.

Un producto cuya funcionalidad es la de aportar placer, con elementos sociales empleados como marcadores sociales positivos. Las emociones placenteras que produce su consumo nos hace sentir únicos y especiales. Esto define a la perfección las principales razones por las que hoy es consumido el vino, al tiempo que marca la propuesta de valor del producto.

Quizás situaciones económicas adversas nos puedan llegar a ayudar a superar la reducción de consumo de vino en nuestro país, gracias, precisamente, a entender mejor que los valores que lo definen apenas tienen que ver con aquellos que manejábamos hace treinta años y que, si queremos acercarnos a nuevos consumidores y recuperar momentos de consumo, es necesario utilizar códigos y mensajes muy diferentes a los que sirvieron entonces.

Una falta de rigor inadmisible

Todos aquellos que nos dedicamos al sector vitivinícola, pensábamos que España tenía un serio problema con el consumo doméstico, tanto en lo referido al hogar como al canal extradoméstico. Lo que no sabíamos (o pensábamos que ya habíamos superado) es que las informaciones publicadas al respecto por los medios escritos, en los que contrastar las informaciones es su mayor hecho diferenciador frente los online, en los que cualquier tiene la posibilidad de publicar cualquier cosa sin más referencia que el autor; también era un problema.

Que alguna empresa, por rimbombante nombre que tenga, se permita publicar un estudio propio, cuyos datos difieren radicalmente de los que maneja el sector (y es contrastable con un sencillo estudio de las estadísticas oficiales) es grave y totalmente inadmisible. Que esta empresa tenga por objeto la enseñanza de los que en un futuro deberán ser los máximos responsables de grandes empresas, dice mucho de la calidad de la enseñanza en nuestro país y el futuro que podemos esperar de nuestros dirigentes, en este caso empresariales, pero que podríamos hacer extensivo a otros colectivos.

Pero es preocupante que el mismo Ministerio de Agricultura, último responsable de velar porque la información que se publique del sector sea fidedigna y actualizada; así como por el futuro de un sector, que todavía hoy (no sabemos por cuanto tiempo), sigue siendo considerado agrícola y alimentario, dos de sus funciones según reza el título de su Ministerio, no haga nada, aunque solo sea sacar una nota de prensa dando una información desmintiendo aquella y aportando datos reales. Algo tan sencillo como pudiera ser la información que se desprendería de sus datos publicados sobre el consumo en los hogares en el mes de julio 2019 y que cuantifica en 436,58 millones de litros en consumo interanual de vinos y derivados, 359,58 de vinos. Lo que dividiendo por 46.934.632 personas que es la población española a 1 de enero de 2019 según el Instituto Nacional de Estadística (INE) daría un consumo en hogares de 9,30 litros por persona y año de vinos y derivados y de 7,66 solo de vino. Que podría complementarse con los datos de años naturales a los que se refiere dicho estudio y que cifra el consumo de vino en España durante el año 2018 en 433,15 millones de litros de vinos y derivados, 361,08 de vino; frente los 445,57 y 370 respectivamente del 2017. Que en datos per cápita representaban 7,78 y 7,93 litros; mientras que el gasto se quedaba en 22,5 euros por persona y año en el 2019 de vino y 21,58 en el 2017.

Por si todos estos datos no fueran suficientemente elocuentes para poner en evidencia la falta de rigor de ese estudio al que nos referimos, ya que en ellos solo está el consumo en los hogares y, por consiguiente, una parte muy importante de ese consumo en España, todo aquel que se realiza fuera del hogar o se compra fuera del canal de alimentación como pudiera ser compra directa o por internet, queda fuera. Podrían haber acudido a la propia Interprofesional del Vino en España en cuyo boletín encontramos los datos del consumo interno que cifra en septiembre 2019, último publicado, en 10.991.243 litros en dato interanual y que arrojaría un consumo de 23’42 litros por persona año. Cantidad suficientemente dispar con la obtenida en su estudio como para al menos indagar un poco más y ser prudente en lo publicado.

Sea como fuere, desde las organizaciones representativas del sector vitivinícola: MAPA, OIVE, OEMV, organizaciones agrarias, FEV, Cooperativas,… deberían tomarse de una vez por todas este tipo de información en serio y llegar a algún tipo de acuerdo por el que elaborar una estimación seria y actualizada de algunas macromagnitudes, especialmente la referida al consumo, que evitase la publicación de informaciones especialmente perjudiciales para el sector productor que con su contribución en la Extensión de Norma está haciendo un gran esfuerzo por recuperar el consumo de vino en España.