Las vendimias en España

El Covid-19 ha conseguido que ni volúmenes de producción, ni calidades, casi ni precios, importen.

Limpieza de manos, uso obligatorio de mascarilla en todo momento, gel hidroalcohólico, cuadrillas fijas y registradas, ordenamiento de los trabajos de corte por filas para que no se crucen, pruebas serológicas o PCR, control de las condiciones en las que viven los que no disponen de casa… Son algunas de las medidas más generalizadas impuestas que, hasta el momento, y confiemos en que así siga siendo, están sirviendo para contener los temidos nuevos focos.

Con el consiguiente encarecimiento de los costes, ahondando en las tradicionales discrepancias entre los precios ofertados por las bodegas y los pretendidos por los viticultores, que se declaran incapaces de poder vender constantemente por debajo de sus costes de producción.

La climatología se ha mostrado especialmente beligerante con el viñedo. Pues si bien le ha dotado de agua cuando todo parecía indicar un nuevo año caracterizado por la sequía allá por el mes de marzo, el alto grado de humedad del ambiente y unas temperaturas elevadas han representado un idílico escenario para el desarrollo de enfermedades criptogámicas como el mildiu u oídio. Sin que la botrytis haya pasado de largo, aunque, es cierto, con un grado de afección muchísimo menor.

Con mayor o menor esfuerzo, las bodegas están consiguiendo seleccionar y elaborar mostos de una buena calidad. Pero lo que no están consiguiendo es apaciguar los ánimos entre los viticultores, algo que, ni cadena de valor, ni estudios de costes, están consiguiendo solucionar.

Un consumo fuertemente afectado por el cierre de la hostelería y la pérdida de una parte importantísima del turismo, ha reducido considerablemente las salidas de bodega, con depósitos llenos que amenazan con llegar a ser un problema de capacidad y generar una delicada situación económica.

Ante este panorama, que el volumen sea de cuarenta y tres millones como pronosticó a finales de julio cooperativas, o por debajo de los cuarenta y uno que estimamos nosotros, con unos rendimientos en bodega inferiores a los habituales, carece de importancia en una cosecha que parece llamada, desde el principio, a ser de pura transición.

Urge plantearse medidas sectoriales

Cuanto antes asumamos como irremediable que lo que nos depara el futuro inmediato vendrá repleto de malas noticias, al menos en el horizonte de los seis o nueve meses; antes tomaremos medidas y comenzaremos a trabajar por aprovechar las oportunidades que se nos presenten.

Con un panorama dantesco que, lejos de normalizarse, cada vez está viéndose más enrarecido por una evolución de la pandemia que nuestros responsables políticos no acertaron a ver, o no quisieron decirnos; el sector, cuanto más unido mejor, debe tomar medidas y abordar el problema con acciones que minimicen las graves consecuencias que está teniendo en las cuentas de resultados de las empresas vinculas al sector vitivinícola la fuerte reducción de la actividad hotelera y restauradora.

Pensar en compensar con la venta online, directa o la alimentación todo lo perdido en el canal Horeca es totalmente imposible. Pero es que, pensar en que la situación volverá a ser la de antes del 13 de marzo en el plazo de dos años, por más vacuna que exista, es un engaño que no nos conducirá a nada más que a tomar medidas equivocadas y hacer más grave el problema de lo que ya lo es.

Tal y como han ido evolucionando las cosas en estos meses que llevamos tras el confinamiento, todo hace prever que la vuelta a los colegios y la recuperación de la actividad industrial tras las vacaciones estivales, agravarán la situación y será necesario volver a adoptar medidas mucho más contundentes de las que actualmente están en vigor. Muy posiblemente no nos enfrentemos a ningún estado de alarma nacional, ni a confinamientos generales, o cierres de la actividad. Muy posiblemente todo tenga un cariz mucho más contenido y prudente.

Las cifras macroeconómicas nos sitúan como el país del mundo más afectado, dada nuestra gran exposición al sector turístico y comportamiento social. Pero lo que no recogen estas cifras es el miedo que en la población está generando toda esta incertidumbre económica y nuestra capacidad para hacerle frente. Tampoco pinta mejor el futuro para el turismo, ya que recuperar la cifra de ochenta y cinco millones de turistas que nos visitaron en 2019 va a ser cuestión de mucho más que tiempo.

O las exportaciones que, con los datos del primer semestre, ya podemos concretar las fuertes caídas, con especial incidencia en las categorías de menor valor como son los vinos sin indicación de calidad, ni variedad (-17,7%) y, principales compradores: Italia (-17,2%), Francia (-13,1%), Portugal (13,9%), o los casos de Estados Unidos y China con reducciones del 12,5 y 26,7 por ciento, respectivamente.

Las Vendimias en España

Si bien hay que reconocer que estas vendimias vendrán marcadas por el Covid-19, toda nuestra vida lo está siendo. Hay que admitir que, a diferencia de otras campañas, las discrepancias entre las distintas estimaciones de producción manejadas por los operadores no son, ni de lejos, a las que estábamos acostumbrados. Con diferencias que llegaban a los cinco millones de hectolitros se hacía muy complicado poder realizar cualquier planificación de campaña que fuera más allá de la propia o, a lo sumo, la referida a una comarca. Hacerlo con una margen de dos millones de hectolitros se hace muy extraño. Al menos de momento, que a tiempo estamos de que salga alguien con previsiones totalmente fuera de las cifras que hasta ahora se están manejando.

Este año, entre coronavirus, pérdidas de consumidores, acumulación de existencias en las bodegas y, sobre todo, una gran incertidumbre sobre lo que pudiera depararnos el mercado en los próximos meses… Ante unas pésimas expectativas para el sector de la hostelería y restauración… No sé si porque es lo que menos importa o porque los precios de las uvas y mostos estarán mucho más condicionados por otras cuestiones que poco tienen que ver con producciones, utilizaciones y excedentes, el caso es que las únicas discrepancias entre las primeras estimaciones publicadas por Cooperativas y las que van siendo manejadas por los operadores, son las naturales de la evolución de una campaña en la que enfermedades criptogámicas como el mildiu o el oídio están resultando mucho más importantes de lo que lo son normalmente.

Lluvias en primavera de cierta cuantía y calor posterior han sido un perfecto caldo de cultivo para el desarrollo de estos hongos a los que o no se les ha podido hacer frente adecuadamente, o no se ha querido por el coste y trabajo que ello representaba en un mercado fuertemente deprimido.

El caso es que, por una cuestión u otra, la cosecha no superará (eso parece) los cuarenta y dos millones de hectolitros y su calidad, como siempre, no se verá afectada más allá del esfuerzo necesario en la selección del producto a su llegada a la bodega y su correspondiente separación por calidades.

Sobre la otra gran cuestión: los precios, de momento tampoco es que haya sucedido algo diferente a lo que viene pasando campaña tras campaña. Los grandes operadores abren con precios, ligeramente diferentes a los del año anterior, esta vez más bajos, como corresponde a un incremento en la producción. Y las organizaciones agrarias ponen el grito en el cielo ante la incapacidad de cubrir unos teóricos costes de producción que nadie explica muy bien de donde salen o si sería posible reducir mejorando la eficiencia de las explotaciones.

Mucho más que una vendimia

En condiciones normales, a estas alturas, toda nuestra atención debería estar focalizada en conocer, con el máximo detalle posible, las diferentes estimaciones de producción que están manejando los operadores sectoriales, tanto a nivel nacional como internacional. Y estaríamos calibrando, en función de ellas, las posibilidades de nuestros mostos y vinos, para poder planificar la campaña y establecer si aumentar precios o, por el contrario, asumir una rebaja en los mismos. Aunque ella llevara aparejadas las consabidas protestas de los viticultores ante la imposibilidad de poder soportar, otro año más, precios para las uvas que consideran se encuentran por debajo de los propios costes de producción.

Discrepancias que apenas se dan cuando nos referimos al otro gran parámetro, la calidad. Que, en términos generales, calificaríamos de muy bueno. Aunque no haya estado la campaña exenta de las dificultades propias de una climatología caprichosa y cambiante, con ciclos más cortos que ha ocasionado un adelanto generalizado de entre siete y diez días con respecto al año anterior. O la proliferación de brotes de enfermedades criptogámicas, especialmente mildiu, en prácticamente todas las regiones. Adversidades superadas exitosamente gracias al buen hacer de nuestros excelsos viticultores.

Pero es que este año 2020 es de todo menos normal. ¿O no?

Porque cada vez tengo más la impresión de que este virus ha venido para quedarse y formar parte de nuestras vidas durante mucho tiempo. Haciendo necesario asumir que, si bien los diferentes grados de virulencia y expansión dependerán en buena medida de nuestra capacidad de controlarlo, nuestra incapacidad para erradicarlo en el medio plazo, al igual que ya sucede con la gripe o el Sars, resulta palmaria.

Esto ha supuesto un cambio de escenario en el que se desarrolla el comercio mundial y sus consecuencias pueden ser mucho más profundas de lo inicialmente previsto.

Vamos a suponer, siendo muy optimistas que debamos restringir durante varios trimestres, hasta que llegue la vacuna, nuestras reuniones sociales, no ya solo las referidas al ámbito extradoméstico sino incluso también las que tengan lugar en nuestros hogares. Ello tendrá un efecto negativo sobre el consumo mundial de vino. Su reducción nos obligará a plantearnos diferentes escenarios posibles, en función de cuales sean las características de nuestros elaborados, sus precios, canales de distribución, incluso imagen país que tengamos, etc. Y aunque a algunos este cambio les pudiera resultar muy beneficioso, sin duda habrá otros que acabarán viéndose obligados a desaparecer y su producción absorbida en parte por los supervivientes y otra definitivamente eliminada.

Mientras conseguimos adaptarnos a esta “nueva normalidad” el sector, al igual que todos, va a sufrir y la iniciativa sobre cómo queremos abordarla, qué queremos ser, en qué etapas y con qué herramientas conseguirlo (lo que viene a ser un Plan Estratégico) debería preocuparnos mucho más de lo que, aparentemente lo está haciendo.

Ni la Unión Europea, ni el MAPA saldrán en nuestro auxilio, más allá de pequeñas actuaciones puntuales como destilaciones, vendimia en verde o inmovilizaciones. Claramente muy convenientes, pero totalmente insuficientes y que deberán ser financiadas con unos fondos sectoriales que originalmente estaban pensados para abordar medidas estructurales como reconversión o reestructuración de viñedo, inversiones o promoción.

Entender que la respuesta debe surgir y desarrollarse por el propio sector se plantea como un primer paso que va mucho más allá de volúmenes y precios de una campaña que, por otra parte, presenta un gran número de interrogantes sobre su evolución ante un panorama mundial nunca antes dado.

43-44 Mhl que pasan a un segundo plano

Realizar una estimación de cosecha nunca es fácil. Hacerlo en los primeros compases, cuando poquísimas zonas han comenzado, y lo han hecho con sus variedades minoritarias, lo hace todavía más complicado. Pero, podríamos decir que, junto con las tormentas típicas de verano, olas de calor o episodios de granizo; agentes todos posibles y probables, son condiciones sobre las que se puede comenzar a trabajar en la elaboración de una horquilla en la que situar los millones de hectolitros que elaborarán nuestras bodegas en la vendimia 2020. Cosa bien diferente es la repercusión que sobre la misma vaya a tener la medida de cosecha en verde aprobada por el Ministerio y cuya dotación de diez millones de euros debe servir para restar la producción de casi mil novecientas hectáreas. Circunstancia a la que nadie hace referencia específicamente y, por consiguiente, deberemos asumir que se encuentra ya descontada en la estimación publicada.

Una de las más esperadas, es la de las Cooperativas Agro-alimentarias de España, la cual hacía pública su primera estimación de cosecha el pasado jueves, cifrándola entre los 43 y los 44 millones de hectolitros. Castilla-La Mancha es la que mejores perspectivas presenta gracias a la ausencia de heladas y lluvias al inicio de la brotación con un incremento que podría superar el 25% respecto al año pasado; y las que peor lo han pasado: Cataluña y Extremadura, donde las altas temperaturas y enfermedades criptogámicas como mildiu y oídio pueden provocar una reducción muy marcada sobre lo cosechado en 2019.

Y es que la presencia de estos hongos está llevando a maltraer a nuestros viticultores, pues si, en la mayoría de los años pasan sin pena ni gloria, ya que los fungicidas presentan una buena eficacia para luchar contra ellos. Cada cierto tiempo, se convierten en un verdadero quebradero de cabeza, por su resistencia o los constantes episodios de lluvias, que arrastran los tratamientos anteriores. Lo que, a diferencia de la piedra, cuyo grado de incidencia en el conjunto de la cosecha es apenas relevante, acaba afectando a grandes extensiones de viñedo y su incidencia sobre el volumen de la cosecha y su calidad puede llegar a ser importante.

Circunstancia esta que ha llevado a la organización agraria Unión de Uniones, a solicitar a Agroseguro y Enesa la inclusión de este riego en los asegurables en toda España. Puesto que los viticultores de Galicia, Castilla y León, Cataluña y La Rioja, se ven fuertemente perjudicados en campañas como estas al no tener la posibilidad de asegurarlo.

Pero, como era de esperar, no solo la climatología y la lucha contra las enfermedades y patologías, a las que, a las anteriormente mencionadas, hay que añadir: polilla, o botrytis como más importantes, puede dar al traste con estas previsiones. En esta campaña, hay que añadir un nuevo agente que tiene forma de virus y está dispuesto a cambiarnos la vida y la forma de trabajar.

Como los protocolos que en todas la regiones y ayuntamientos se han impuesto para las condiciones de estancia y trabajo de los miles de temporeros que llegan a nuestro país para la vendimia. A las frecuentes revisiones de la inspección de trabajo, este año se les unirán las propias de las condiciones sanitarias y medidas adoptadas para evitar los focos de rebrote.

Se les exigirán análisis PCR, vigilarán las condiciones de habitabilidad, e incluso se les facilitarán albergues en algunas localidades. Se intentarán minimizar los riesgos de contagio conformando “cuadrillas burbujas” que estén compuestas por pocos miembros, estables y, a ser posible, de la misma unidad de convivencia

Pero todo esto va a tener un coste que, todavía hoy, está por ver quién lo va a soportar. Confiemos que, por el bien de todos, no sea el precio de la uva.

La relatividad de los acontecimientos

En otro momento, a estas alturas, estaríamos todos con una regla de cálculo en la mano intentando estimar cuál será el volumen de la próxima vendimia y preocupados por los precios que estuvieran comentándose como probables en las diferentes comarcas y para las diferentes variedades. Acusándose unos a otros de querer implantar sus condiciones y denunciando la imposibilidad de mantener una actividad que trabaja a pérdidas para que sus elaborados sean vendidos a los precios más bajos de cualquier otro país productor.

El dichoso Covid-19, también en esto, se ha mostrado dispuesto a cambiarnos la vida y, sin que ello suponga que los temas no sean importantes, o que no representen una asignatura pendiente a la que habrá que buscarle una salida, ya que nuestro futuro (al menos el de una buena parte de nuestro viñedo y bodegas) depende de ello; ha conseguido dejarlos a un lado.

Y no es esto lo más preocupante, o no me lo parece a mí. Sino el hecho de que el motivo por el que han perdido interés estos asuntos sea porque hay otro mucho más transcendental y que está referido a cómo vamos a ser capaces de superar las gravísimas consecuencias que está teniendo sobre nuestras vidas, nuestro tejido productivo, nuestro panorama laboral y hasta nuestros hábitos de consumo. Ya poco importa si la cosecha es de cuarenta, cuarenta y cinco o incluso cincuenta millones de hectolitros. O si las bodegas advierten sobre las graves dificultades que van a tener para poder recepcionar la uva de aquellos proveedores de los que habitualmente lo hacían. Incluso si los precios serán inferiores.

Todo ha pasado a un segundo plano, ante las perspectivas, cada vez más serias de que el consumo tenga muchas dificultades para recuperarse en el corto plazo. Con un gran número de bares, restaurantes y hoteles cerrados ante la imposibilidad de mantener abiertos sus negocios, debido a la ausencia de clientes o la limitación de la subsistencia de los que han optado por la heroicidad de abrir. La absoluta seguridad de enfrentarnos a una campaña perdida parece haberse impuesto tajantemente por los hechos consumados.

Un paso histórico en la Unión Europea

Qué duda cabe que el acuerdo adoptado para los fondos de reactivación, en la madrugada del martes por la Unión Europea es una excelente noticia, para todos. Sin ella, sencillamente, sería imposible hacer frente a los efectos que en nuestra economía ha dejado el coronavirus. Ciento cuarenta mil millones de euros, de los que setenta y dos lo sean en subsidios, que es el importe que le corresponde a España de este paquete, es mucho, mucho dinero. Y aunque solo sea por ponerlo en contexto, convendría recordar que la facturación de las bodegas es de 6.500 M€ y el conjunto del sector se estima en doce mil, un uno por ciento del PIB.

Así es que, no hay duda. Una excelente noticia de la que nos beneficiaremos todos. No solo porque nos permitirá disponer de recursos con los que apoyar la recuperación de la economía, sino porque supone un paso adelante de gran transcendencia de cara a la consolidación de la Unión Europea, que apuesta por una verdadera política unitaria al acudir a los mercados de deuda de manera conjunta.

Tampoco convendría olvidar que este acuerdo se encuentra incluido en el marco financiero de la Unión Europea 2021-27, que ha quedado establecido 1,824 billones de Euros de los que 750.000 M€ van destinados a los fondos de reactivación. Tema enquistado desde la salida efectiva de Reino Unido.

Pero como bien me gusta repetirles a mis hijos cuando se lamentan de las consecuencias que tienen algunas acciones o decisiones que toman: “en esta vida no hay nada gratis”.

Y la primera de todas ellas podríamos encontrarla en lo que afecta a la Política Agraria Común (PAC) que ha visto rebajar su presupuesto plurianual de 382.855 M€ a 343.950 (-10,16%). Siendo los fondos destinados al Desarrollo Rural (segundo pilar) los más perjudicados al perder un 11,75%, que se fijan en 85.350 frente los 96.712 M€ del periodo anterior 2014-20. Mientras que los que tienen por objeto sufragar los gastos del primer pilar (ayudas directas) pasan de 286.143 M€ a 258.600 M€ (-9’63%).

Cómo acabará afectando a los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE) es una incógnita, aunque se antoja muy complicado pensar que no lo acaben siendo. Cuál o en qué medidas se producirá la rebaja es una incógnita sobre la que resulta imposible, de momento, hacer cualquier conjetura.

Sobre lo que no es muy difícil conjeturar es sobre la importancia que estos fondos tienen para nuestro sector. Y para ello bastaría con recordar que los recursos con los que se van a pagar las medidas extraordinarias aprobadas por el Gobierno para hacer frente a los excedentes que presentan nuestras bodegas consecuencia del Covid-19, provienen exclusivamente de ellos. 91,6 M€ que, retraídos de otras medidas servirán para pagar la destilación de dos millones de hectolitros, el almacenamiento de otros 2,25 Mhl y la puesta en marcha, por primera vez en nuestra historia, de la medida de vendimia en verde.

Así es que, nos quedamos con la botella #siempremediollena, como reza el hashtag que ha diseñado la Interprofesional y ladearemos la opinión que merezca a cada uno, tanto la dotación como el prorrateo que ha sido necesario ante el volumen solicitado en las tres medidas: 3.158.698 hl para destilación y 4.848.821 en inmovilización o las 4.300 hectáreas que han solicitado eliminar su producción. Con ser preocupante su situación, la confianza que el sector tiene en una vuelta a la normalidad en el consumo relativamente rápida, parece ser bastante alta.

No se explicaría de otra manera que sea la medida destinada a la eliminación definitiva del vino, la que de las tres sea la que menor porcentaje se quedará fuera (36,68%), ya que en el almacenamiento se ha quedado fuera el 55,69% y en la vendimia en verde el 57,01%.

La cosecha 20 llama a la puerta

Cuando todavía estamos expectantes ante todas las noticias publicadas sobre la aplicación de medidas destinadas a limitar la movilidad de los ciudadanos con las que hacer frente a los rebrotes del Coivd-19 que se están produciendo en toda España, y que vienen a sumar un punto más de desasosiego en el ánimo de los operadores ante una recuperación que no acaba de producirse; la vendimia 2020 llama a la puerta con cierta insistencia, vaticinando volúmenes de cierta importancia y calidades que cubren sobradamente los parámetros mínimos exigibles.
Siendo de destacar los grandes esfuerzos, también económicos, que han tenido, y en muchos casos todavía siguen teniendo que hacer, nuestros viticultores para hacer frente al mildiu. Una enfermedad criptogámica fácilmente controlable y que en este año está resultando especialmente complicada, ante los constantes episodios de lluvia que vienen a limpiar la planta.
Lo que desde un punto de vista particular supone un grave perjuicio, ya que hará muy difícil que los precios a los que se paguen las uvas compensen los gastos ocasionados. Pero que, de cara a equilibrar la producción, no es que sea una mala noticia. Y es que, a la lentitud con la que se va retomando la actividad en el canal Horeca español, motivado de forma muy especial por el escasísimo número de turistas que nos visitan, hace que, se suman unas exportaciones a las que le pesan demasiado las circunstancias similares vividas en la mayoría de países del mundo. Esperemos que ese equilibrio en la producción haga un poco menos complicada la comercialización de una cosecha que, al menos en sus primeros compases, no apunta fácil.
La sumisión que caracteriza al viticultor y la concienciación colectiva de enfrentarnos a una situación excepcional sobre la que no pueden esperarse buenas noticias que estén relacionadas con el aspecto económico, amortiguarán los efectos que pudieran provocar los precios a los que las bodegas anuncien el precio que pagarán por sus uvas. Pero no evitará que, un año más, siga siendo el primer eslabón de la cadena el que acabe sufriendo las consecuencias de manera irremediable. Pues industria y distribución podrán tener que hacerle frente, pero siempre tendrán la posibilidad de una futura recuperación. El viticultor, no.

Cifras que corroboran las peores estimaciones

En circunstancias normales, podríamos asegurar que los fondos con los que cuenta el sector para financiar las medidas extraordinarias, destinadas a eliminar los excedentes provocados por la paralización de la economía, a causa de la pandemia del Covid-19, son los que son. Y que, en consecuencia, el prorrateo será inevitable en las medidas de destilación y almacenamiento.

Pero el caso es que, en todo lo que envuelve al maldito coronavirus, las cosas que están sucediendo son todo menos “normales”. No lo fue que un virus generara una pandemia. No lo ha sido que la población de más de tres cuartas partes del mundo (y el resto no porque resulta imposible hacerlo) se haya confinado. Y tampoco lo fue que la economía mundial se frenara de golpe. Hablar pues, de normalidad en estos momentos es pretender aplicar circunstancias a nuestros comportamientos que se nos escapan.

Por lo tanto, y desde la óptica del posibilismo, cualquier cosa puede suceder en la aplicación de estas medidas. Desde un aumento de los fondos que tengan su origen en las diferentes administraciones, hasta la congelación de los mismos. Hasta una dotación de verdad, no la redistribución de los fondos de los Planes de Apoyo, de la Unión Europea.

Aunque, si queremos ser realistas, habrá que pensar que, llegados a este momento en el que los Estados Miembros afectados: Francia, Italia y España, ya han puesto en marcha las medidas y tan solo les resta cuantificar el prorrateo en el caso de Italia y España o la forma en la que salir del embrollo en el que se metió Francia con el compromiso de aceptar la totalidad de lo ofertado; lo más probable sea que no se tome ninguna medida que altere lo inicialmente aprobado y acabe teniendo que aplicarse un fuerte prorrateo que pudiera llegar al cincuenta o al cuarenta por ciento.

Como también han resultado un baño de realidad los datos del Infovi correspondientes al mes de mayo y que podríamos resumir en que confirman lo que todos nos temíamos y no sería un buen mes para el sector. La salida de 4,06 Mhl en este mes está muy por detrás de los 5,85 Mhl del año anterior y a años luz de los 6,15 del mismo mes de 2017.

Tampoco el consumo aparente ha tenido un comportamiento que difiera de lo esperado. Cuatrocientos mil litros menos que se suman a los trescientos mil de abril y doscientos mil de mayo. Casi un millón de hectolitros menos que han dado al traste con la recuperación que con gran esfuerzo habíamos conseguido.

La prestidigitación de nuestros administradores

Esta anómala situación, provocada por un “bichito”, dispuesto a cambiarnos la vida a toda la humanidad; si algo ha puesto de manifiesto (además de la fragilidad del ser humano y lo rápido que la unidad y solidaridad se van por el desagüe) han sido las grandes cualidades financieras de todos nuestros administradores.

Si hace apenas unas semanas de lo que nos lamentábamos era de que nuestro Ministerio de Agricultura limitaba su apoyo al sector vitivinícola a “mover” de un sitio a otro los fondos con los que adoptar medidas extraordinarias con los que paliar los efectos del Covid-19. Ahora es la Comisión Europea la que ha decidido unirse y mover la bolita.

Sin más recursos que los ya existentes pre-pandemia, el Comisario Wojciechowski ha anunciado un aumento del 10% de la cofinanciación comunitaria de medidas como la reestructuración, inversiones, cosecha en verde y promoción en terceros países. Lo que, salvo que asistamos al milagro de la multiplicación de los panes y los peces, bien se podría traducir en que serán menos los beneficiarios de estas ayudas. Las mismas, conviene recordarlo, de las que provienen los noventa millones de euros con los que se financiará la destilación de crisis, el almacenamiento y la cosecha verde en nuestro país. Vamos que, entre una cosa y otra, los que puedan beneficiarse de estas ayudas van a resultar ser unos escogidos, porque serán menos y recibirán un mayor importe del que hubieren percibido anteriormente.

Pero como si todo esto no fuera ya, por sí mismo, bastante lamentable, por lo que genera de graves perjuicios comparativos, algunas comunidades autónomas han decidido sumarse a la fiesta y aportar recursos propios. Casualidad o no, son las comunidades con un sentimiento más nacionalista: Cataluña, País Vasco y Navarra. ¡Ojo! Que no quisiera que se me malinterpretase. Que me parce genial esto de que las administraciones regionales hagan lo que no ha hecho la central y es apoyar al sector, más allá de limitarse a mover los fondos asignados a unas medidas para financiar otras diferentes. Pero con estas políticas heterogéneas volvemos a romper la igualdad del sector y a situar en condiciones de competencia desiguales a los viticultores y bodegueros de unas regiones y otras de España.

En cuanto a la eficacia que acabarán teniendo todas estas medidas extraordinarias, vistas las solicitudes que se han presentado a las tres, pero especialmente destilación y almacenamiento, podemos confirmar taxativamente que era imperiosa su aplicación y que los fondos van a quedarse muy alejados de los que hubiesen sido necesarios para dar respuesta a todo el volumen ofertado. Hablar de que más de la mitad se quedará fuera de ser convertido en alcohol o esperar tiempos mejores en los que salir al mercado, podría acabar siendo muy optimista. Y lo más interesante es que semejante situación sabemos que se ha producido en Francia e intuimos que habrá sucedido en Italia.

Ahora cabría preguntarse, especialmente después de haber conocido que nuestras exportaciones durante abril cayeron un 12,7% en volumen y un 9,8% en valor, situando el acumulado del año en unas pérdidas muy similares 11,5% y 6,5% respectivamente; si podemos empezar a ver la luz al final del túnel. Considerando que las categorías que mejor han soportado el envite han sido la de BiB con incrementos en volumen y valor entre enero-abril del 11,2% y 3,7% y graneles con indicación varietal. O que las ventas a nuestros principales compradores: Francia, Portugal e Italia han perdido un 16,8%, 13,8% y 17,7%, llegando al 48,5% como es el caso de Rusia. No es previsible que seamos capaces de llegar al momento de la prorrata con una situación saneada en nuestras existencias, por lo que habrá que estar muy atento a los precios de los vinos, pero, especialmente, de mostos y uvas.