Las vendimias en España

Al contrario de lo que sería lógico pensar, los últimos coletazos de las vendimias están provocando más dudas y desconcierto, que certeza y seguridad, en un sector que, con la mirada puesta en el Covid-19 y sus posibles repercusiones sobre el mercado, contempla cómo se está haciendo bueno aquel dicho que advertía de que, cuando se habla de estimaciones al alza, las cosechas terminan por ser más voluminosas de lo previsto.

Hasta la fecha, lo cierto es que no podemos decir que las cantidades que nos llegan de las diferentes comarcas vitivinícolas españolas difieran cuantitativamente mucho de las cifras que manejábamos hace una semana. Si bien es de destacar la sensación, cada vez más extendida, de que el volumen pudiera acabar resultando muy superior al inicialmente previsto.

Si con los números en la mano, los cuarenta y dos millones de hectolitros podrían ser un volumen muy indicado para centrar la estimación de producción. La sensación que nos transmiten algunos operadores es que cuarenta y cinco millones podrían no quedar lejos de la realidad de la cosecha cuando se conozcan las declaraciones de producción.

Es cierto que solo Cataluña y Andalucía presentan datos claramente inferiores a los del año pasado. Tanto como que Castilla y León, Navarra o Aragón estarán con total seguridad por encima de la producción de 2019. El problema está en que en ese grupo de cabeza también se encuentra la comunidad que concentra más de la mitad de toda la producción española, Castilla-La Mancha y el hecho de que su variación sea cinco puntos arriba o abajo representa millón y medio de hectolitros. Si a eso le añadimos lo que está sucediendo en la Comunidad Valenciana (tercer productor tras Extremadura), donde las uvas que están entrando en los lagares están siendo muy superiores a las estimadas en un primer momento, podríamos tener una explicación a ese baile tan importante de cifras al que nos enfrentamos.

Y aunque, a juzgar por los graves problemas que nos acechan con el tema de la pandemia y los efectos que los confinamientos y limitación de la actividad de bares y restaurantes, que ocupan el primer puesto entre nuestros dolores de cabeza, dejando en un muy segundo plano el volumen de la cosecha; su importancia no es menor, como así lo han reflejado las tensiones generadas por los bajos precios de la uva. Desde los mismos problemas para almacenar lo que quedaba de la pasada campaña y darle cabida a la nueva. Hasta las alternativas que podrían quedarnos ante la posibilidad de que el consumo tarde más de lo esperado en recuperar una actividad adecuada, que nunca será suficiente para digerir lo que el mercado exterior previsiblemente tarde más en normalizar. Todo ello le confiere a este baile de números una importancia que va mucho más allá de cifras absolutas.

Momentos difíciles para un cambio de modelo

Entre las consecuencias que sobre el consumo mundial de vino está teniendo, y previsiblemente seguirá teniendo en el corto plazo, el Covid-19. La escasa voluntad de los máximos dirigentes británicos por llegar a un acuerdo con la Unión Europea que impida el cierre de fronteras que provocaría un “Brexit duro”. La prepotencia del presidente de los Estados Unidos, mostrándose dispuesto a seguir utilizando al vino como moneda de cambio con la que presionar el comercio mundial de productos industriales. O la disposición de los viticultores rusos por producir vinos de alta calidad que reemplacen la mayoría de las importaciones que en los últimos años han realizado. Por no seguir con otros asuntos que, no por menos notorios, no resultan tanto o más importantes para nuestro comercio… El panorama que se nos presenta para la colocación de esta vendimia 2020 presenta grandes retos que, en muchas ocasiones, traspasan las competencias de muchas de nuestras organizaciones y cuya resolución se antoja complicada y difícilmente solucionable en el corto plazo.
Y es que, sin querer insistir más que lo justo en estos temas, el mayor problema al que se enfrenta el sector vitivinícola mundialmente no es un problema de producción, tanto como de consumo. Asuntos todos ellos que, efectivamente, no son nuevos de esta campaña, ni tan siquiera el del coronavirus, que nos viene acompañando ya desde marzo, pero que se han juntado para provocar una “ciclogénesis explosiva” que amenaza con trastocar el mercado mundial y su débil equilibro del que hasta ahora disfrutábamos
Los problemas exceden con mucho la circunstancialidad de una cosecha o una campaña y su resolución requiere del esfuerzo colectivo de muchos más agentes que los estrictamente relacionados con el vitivinícola. Hablamos de asuntos internacionales de gran calado que bien poco tienen que ver con el vino, pero que lo han tomado como rehén de conflictos de los que, si nada lo remedia, podría salir muy mal parado en el corto plazo.
Lo que, lejos de desilusionarnos, debería servirnos de acicate y animarnos a encontrar aquellos elementos positivos y ser capaces de, utilizándolos inteligentemente, salir fortalecidos de una situación que, a priori, parece pintar todo en negativo, pero que puede resultar muy interesante para el sector.
Sin ningún ánimo de decir lo que se puede hacer (sencillamente no estoy capacitado para ello), sí hay temas que parecen más o menos evidentes que podrían abordarse desde la necesidad que imponen momentos como los actuales.
Uno de ellos sería asumir que estamos hablando de UN sector y que las soluciones deben venir de todos y beneficiar a todos. Lo que nos llevaría a la necesidad de adoptar acuerdos plurianuales de todo tipo sobre precios, producciones, clases de vino… de tal forma que disfrutáramos de una estabilidad durante unos años que nos permitiera adoptar todas aquellas medidas como las relacionadas con el consumo interno, promoción de país, exportaciones, imagen… que nos dieran la estabilidad a largo plazo.
Otro, el relacionado con asumir que las respuestas a nuestros problemas deben venir de nosotros mismos y que cada vez más los recursos se demuestran más escasos (y todo apunta a que serán todavía más reducidos en el futuro).
Aprovechar el desarrollo del comercio digital, modificar los tamaños de los envases adecuándolos a las necesidades de los hogares, elaborar vinos para momentos diferentes de consumo, utilizar un lenguaje más sencillo y comprensible, asumir que nunca volverá a formar parte de nuestra dieta diaria o que no es una medicina pero que juega un papel medioambiental fundamental o en la fijación de población… Y, de manera muy especial, asumir que hablamos de una actividad profesional que debe regirse por criterios empresariales. Son solo algunas de las premisas que deberíamos asumir.

Las vendimias en España

Próximo el Día del Pilar, las vendimias 2020 van tocando a su fin y, aunque todavía son muchas las zonas que mantienen abiertos sus lagares, recepcionando las uvas que se convertirán en la añada 2020, poco a poco, se van dando por concluidas las labores de recogida en muchos de nuestros pueblos.

Los resultados, todavía pendientes de agregar, apuntan hacia una cosecha en el entorno de los cuarenta y un millones de hectolitros. Si bien, todavía es muy pronto para poder establecer una cifra tan precisa, ya que, dado el fuerte crecimiento de la cosecha que ha experimentado Castilla-La Mancha, con respecto al año anterior y, considerando que en ella se concentra la mitad de la vendimia de todo nuestro país, cualquier pequeña desviación en algunos de sus grandes pueblos vitivinícolas podría hacerla variar, casi seguro al alza, en una cantidad importante sin muchos problemas.

Algunas noticias publicadas días atrás y que no han tenido mucho eco, ni seguimiento por parte de los diferentes colectivos que tienen algo que decir al respecto, apuntaban hacia un volumen considerablemente mayor, casi cinco millones de hectolitros más. Aunque nuestra impresión, publicada semanalmente en estas páginas, se mantenga en el entorno de lo que ya hicieron Cooperativas, Ministerio y algunas organizaciones agrarias.

En cuanto a la calidad y, a pesar de los grandes problemas a los que han tenido que enfrentarse nuestros viticultores para hacer frente a enfermedades criptogámicas como mildiu y oídio, es muy buena y no se espera que las afecciones tengan ningún reflejo en la calidad de unos vinos que presentarán unos valores de grado y acidez muy adecuados a las demandas del mercado.

Lo que nos lleva de lleno al gran problema de esta campaña que, como ya sucediera en años anteriores, no es ni la cantidad, ni la calidad y sí los precios a los que están entregando los viticultores sus cosechas. Insuficientes para hacer frente a sus costes de producción y muy por debajo de los publicados en el estudio encargado por la Interprofesional y que lejos de su cometido, que no era otro que servir de modelo de cálculo, para que cada viticultor pudiera concretar sus costes; los datos publicados de diferentes condiciones de cultivo y zonas de producción, más que para generar tranquilidad en el sector, para lo único que han servido ha sido para enrarecer más los ánimos y ser utilizados como aval en el enfrentamiento crónico que mantienen bodegueros y viticultores en un claro ejemplo de su incapacidad para ponerse de acuerdo en alcanzar acuerdos plurianuales que resulten beneficiosos para todos y doten de la estabilidad necesaria que requieren los mercados.

La mejor promoción, la formación

Es muy posible que resulte hasta insultante decir, con la que está cayéndole al sector turístico español, que España es un país que está de moda e interesa. Pero es algo incuestionable. O al menos lo era hasta que tuvimos que parar radicalmente la economía, prohibir la entrada de turistas y soportar todo tipo de trabas en modo de recomendaciones, cuarentenas o directamente prohibiciones realizadas desde los países emisores a la llegada de los millones de turistas que hasta entonces nos visitaban cada año.

El caso es que todo esto pasará y, con nueva o vieja normalidad, los turistas seguirán visitándonos, interesándose por nuestra gastronomía y nuestros vinos y disfrutando de nuestra oferta cultural y de nuestro sol, playa, montaña… y siempre de manera muy especial de nuestra hospitalidad. Nuestros vinos seguirán siendo un fuerte atractivo y motivo de no pocos viajes y el canal Horeca recuperará la necesidad de una oferta adecuada. Para entonces requeriremos de unos profesionales, dentro y fuera de nuestras fronteras, formados, que sepan transmitir sus cualidades, poniendo en valor nuestros vinos.

Desde las páginas de esta revista nos hemos cansado de repetir que no hay mejor promoción que la formación y que solo desde el conocimiento es posible valorizar un producto y luchar contra lacras tan graves como el alcoholismo, los consumos esporádicos pero desmesurados de nuestros jóvenes en los botellones, u otros aspectos de carácter económico en el que se sustenta una buena parte de cuál será el futuro de nuestro sector y que están relacionados con sus precios en origen, rentabilidad de los viticultores o incluso efectos medioambientales.

El Instituto de Comercio Exterior (ICEX) Exportación e Inversiones anunciaba recientemente la creación de un certificado oficial de Vinos de España. Un programa de formación integral en vinos españoles, dirigido a profesionales internacionales, que persigue profundizar en el conocimiento de España como potencia vitivinícola. Con dos titulaciones bien diferenciadas. Una dirigida a aquellos que busquen profundizar en el conocimiento de nuestro patrimonio enológico, “Spanish Wine Specialist”; y otra pensada para aquellos que pudieran estar interesados en convertirse en formadores del vino español en los diferentes países: “Spanish Wine Certified Educator”.

No nos queda más que felicitar tanto al ICEX como a los impulsores de esta idea, Pedro Ballesteros entre ellos, y desearles éxito. Porque su triunfo será el de todo nuestro sector.

Las vendimias en España

Sabemos que estimar la cosecha siempre resulta complicado y acaba siendo motivo de enfrentamiento entre las diferentes partes implicadas. Unos, que si no va a resultar tan baja como dicen y que los precios no pueden sostenerse ante las dificultades para darle salida a la producción. Otros, que si eso no es excusa ya que, a pesar del desequilibrio estructural de nuestro sector, todas las campañas acabamos encontrándole acomodo a la producción, como así lo avalan las cifras de existencias finales. El caso es que nunca, en algo tan sencillo como debiera ser realizar un aforo de lo que hay, resulta fácil manejar una estimación de cosecha, pululando siempre por el ambiente un cierto tufillo a intereses ocultos que justifiquen esas cifras.

Lamentablemente, los organismos sectoriales, como pudiera ser la Interprofesional (OIVE), aquellos que tienen su razón de ser en estudiar el mercado, como es el caso del Observatorio (OEMV), o el propio Ministerio de Agricultura (MAPA), entre cuyas atribuciones está la de presentar avances de cosecha mensuales; no lo hacen, por la razón que sea, que eso ahora mismo no viene al caso, aunque en algún momento tendremos que profundizar en ese asunto. Otorgándole a las estimaciones que sí se publican (cooperativas, organizaciones agrarias…) una relevancia en los medios de comunicación que va mucho más allá de la que deberían tener al tratarse de parte interesada.

Y aunque en todas las campañas hay alguna razón que justifique esta situación, el Covid-19 y la reducción de consumo hace especialmente dedicada la campaña 20/21, pues son muchas las incertidumbres que sobre la evolución del mercado están por responder. Escasos los recursos financieros con los que poder hacer frente a posibles estados excepcionales. Y muy pocas las alternativas para una cosecha que, sea cual sea la cifra que acabe vinificándose, corre serio peligro de ser la mayor de su historia por lo complicado de su colocación.

Con todo y con ello y, a pesar de que la pasada semana aparecían publicadas estimaciones que elevaban la cosecha en nada menos que cinco millones de hectolitros por encima de las previsiones que hasta entonces se manejaban, anunciando que podía llegar a alcanzar los cuarenta y seis millones de hectolitros; nuestra impresión sigue siendo la de que estaremos más cerca de los cuarenta y uno que de los cuarenta y seis millones de hectolitros, pues tenemos que hablar de una España con dos vendimias, aquella que hace referencia a Castilla-La Mancha y en la que la producción estará muy por encima (20-25%) de la vendimia anterior; y el resto con zonas, como Cataluña, donde la reducción puede alcanzar un tercio de lo vendimiado el pasado año.

Puro ejercicio de supervivencia

Si la pasada semana conocíamos el dato de existencias a final de campaña, en estos días el Ministerio ha hecho suya una estimación de producción para la cosecha 20/21, situándola en 37,5 millones de hectolitros. Resaltar que esta valoración está referida solo a vino y que, si tenemos en cuenta la producción de mosto que históricamente venimos teniendo y que podría rondar entre los cuatro millones y los cinco, esta cifra se aproximaría mucho a las previsiones que se barajan desde todas las organizaciones; incluso la que nosotros mismos elaboramos y que diariamente vamos actualizando con los datos de un gran número de bodegas que generosamente colaboran facilitándonos sus previsiones y datos finales de vendimia.

Esta cantidad, que junto a los 34,6 Mhl con los que iniciábamos la campaña nos darían unas disponibilidades de 72,1 Mhl, supondrá apenas un 1,84% y 1,3 millones de hectolitros más a la de hace un año. Cantidad que, de ninguna manera explicaría la caída tan brusca de las cotizaciones de uvas y mostos que estamos viviendo en prácticamente todas las zonas productoras españolas. Especialmente si tenemos en cuenta que al situarse esta cifra por encima de los 70,2 Mhl, disponibilidad media de los últimos cinco años, sería posible la aplicación de la medida para elevar la prestación vínica del 10 al 15% el alcohol que deben contener los subproductos. Con lo que, si tenemos en cuenta la circunstancias de que este año la uva presenta alrededor de medio grado menos que el año pasado, podríamos encontrarnos que, si el Ministerio acaba aprobando dicha medida (cosa que sabremos en los próximos días), estuviéramos hablando de unas disponibilidades inferiores a las de la campaña pasada.

Con estos datos se hace muy difícil comprender, al menos desde el lado de la producción, lo que está sucediendo en el mercado, donde las operaciones apenas son un tímido recuerdo de lo de otras campañas y los precios, acorde a estos volúmenes, se reducen de forma considerable sin más esperanza de que encuentren en las cotizaciones de hoy el suelo sobre las que aguantar y no hacer más grave el problema.

Y es que, está bastante claro que el problema no viene desde esa parte de la ecuación, sino de la que corresponde a la demanda. Un colectivo que, sometido a una situación totalmente nueva, desconoce qué pueda suceder en el futuro más inmediato, con una peligrosa espada de Damocles sobre sus cabezas que amenaza con la imposición de nuevas medidas que restrinjan los movimientos de las personas y repercuta sobre unas cuentas de resultados que difícilmente aguantarían un pequeño soplido

Pretender que el sector por sí mismo sea capaz de salir de esta situación que, por otro lado, es mundial, es una entelequia en toda regla, ya que excede amplísimamente la capacidad de cualquier sector, por grande y potente que este fuera. Lo que, además, no es el caso. Y, aunque la teoría económica diga que cuanto más pequeñas las empresas, mayor flexibilidad para adaptarse a los cambios, esto también tiene un límite que podríamos situar en el umbral de la propia supervivencia y al que parecen estar acercándose muchos viticultores y bodegueros de forma peligrosa.

Aguantar y confiar en que el consumo se recupere antes de que sea demasiado tarde para una parte importante de nuestro sector resulta imprescindible. Y aunque es lícito pensar en que las administraciones tienen el deber de velar por los intereses del tejido productivo que representan las bodegas y el medioambiente en el que encontraríamos a los viticultores, no parece que los recursos con los que hacerlo vayan a ser suficientes, como así lo corroboran los 91,579 millones de euros gastados en las medidas extraordinarias aprobadas el pasado mes de junio. Las que, sin duda, ayudaron a paliar la situación, pero se quedaron muy lejos de solucionarla.

Las vendimias en España

A diferencia de lo que ha venido sucediendo tradicionalmente, este año el avance de la vendimia, lejos de confirmar el aumento de cosecha, está provocando que cada semana que pasa las previsiones desciendan con respecto a sus precedentes.

No sé muy bien si por un exceso de optimismo en las primeras cifras que manejó el sector, o por las circunstancias tan anómalas que envuelven esta campaña, donde el protagonismo lo ha acaparado, casi por completo, el Covid-19 y sus consecuencias tan nefastas sobre el consumo y las grandes cantidades de vino con las que debían afrontar la nueva vendimia las bodegas. El caso es que, ni las cifras oficiales de existencias del Infovi a 31 de julio que se cifraron en 34,64 millones de hectolitros, un 6,7% y cerca de 2,5 millones por debajo de los 37,1 Mhl de la campaña anterior (aunque eso supusiera un 6,8% más que la media de las últimas 5 campañas); han calmado un mercado que, a juzgar por los precios a los que están cerrándose los contratos con los viticultores, o las cotizaciones de los mostos, podríamos decir que se encuentra fuertemente deprimido.

Está claro que, en estos momentos, pesan mucho más sobre el mercado las negras perspectivas sobre las utilizaciones, que las cifras de las disponibilidades. Lo que, dicho sea de paso, nos lleva a que el Ministerio de Agricultura acaba asumir unas estimaciones “oficiosas” de producción de vino para la actual campaña de 37,5 Mhl, un 11% más que en 2019/20. Lo que nos situaría con unas disponibilidades de vino superiores en un 2,3% y en 1,9 millones a la oferta disponible media del último lustro (70,2 Mhl).

Lo que, viendo lo que está cayendo con las constantes denuncias de las organizaciones agrarias sobre los precios que están comprometiendo las bodegas y que les impiden alcanzar el mínimo suficiente con el que poder hacer frente a los costes de producción, no tendría más explicación que la de unas previsiones de consumo nefastas ante la imposibilidad de recuperación del canal de la hostelería y restauración.

Poco importan los niveles de calidad, o el gran esfuerzo que han tenido que realizar los viticultores por sacar la cosecha adelante ante los constantes episodios de enfermedades criptogámicas (mildiu y oídio) a los que han tenido que enfrentarse, llegando a duplicar el número de tratamientos aplicados. Poco importa que la calidad del fruto sea buena y la selección en bodega garantice una alta calidad de los vinos. Incluso poco parecen estar importando los bajos precios de cara a mejorar la ya de por sí alta competitividad de nuestros productos en el mercado exterior. El consumo cotiza a la baja, las necesidades se estima que se verán fuertemente afectadas, reduciendo la demanda mundial de vino y provocando la ruptura de la tendencia positiva que presentaba desde hace varios lustros.

Bajo estas circunstancias, solo queda esperar a que el mercado vaya recuperando su actividad en el canal Horeca. Los miedos de los ciudadanos a consumir vayan viéndose superados por una adaptación a las nuevas circunstancias que se han impuesto, y las bodegas e instituciones sean capaces de encontrar la forma de llegar a los consumidores en esta nueva realidad que se ha impuesto.

Preocupan mucho las consecuencias de una reducción del consumo mundial

Hace un año nos planteábamos cuáles podrían acabar resultando las disponibilidades a las que se enfrentaría el sector, especialmente ante unas previsiones de cosecha corta y unas existencias que se presumían algo más elevadas que años anteriores. Combinación que acabó dejando las disponibilidades con las que afrontar la campaña en unos niveles más que aceptables, como así lo han ido demostrando las cotizaciones con una cierta estabilidad y una marcha de las exportaciones también bastante “normal”.

Como todos sabemos, esta normalidad se vio truncada de manera repentina por el confinamiento de la población a nivel mundial y la paralización, prácticamente total de un sector de básico en el consumo de vino, como es la restauración y hostelería.

Sus efectos inmediatos se dejaron ver en forma de caídas de ventas para la inmensa mayoría de bodegas, que miraban recelosas a las grandes superficies pero que se mostraban totalmente incapacitadas para compensar la enorme sangría que sufrían. Situación que, tras el levantamiento del confinamiento, se pensó mejoraría rápidamente con una recuperación inmediata de la situación “pre-pandemia”. Craso error que no solo se demostró equivocado en su vaticinio de la velocidad con la que se recuperaría ese consumo, sino que incluso se hizo patente el peor de los temores y es que el consumo fuera del hogar tardará mucho tiempo en recobrar, tanto sus hábitos de consumo, como niveles de venta de vinos.

Hoy, a pesar de trabajar con un escenario de menos existencias iniciales 34,6 millones de hectolitros de vino frente los 37,1 del año anterior y algo más de dos millones de mosto y una cosecha que, aunque superior a la del pasado año, difícilmente alcanzará los cuarenta y dos millones de hectolitros, arrojando unas disponibilidades que apenas difieren de las que el año pasado daban tranquilidad al sector; los importantes temores sobre las consecuencias que pudiera acabar teniendo en el consumo mundial la pandemia hacen que las bodegas se muestren extraordinariamente cautas en sus compromisos. Lo que les lleva a comprar lo justo y pagar por ello (uvas y mostos) precios muy por debajo de los del pasado año.

Lo que, en boca de todos los expertos, resulta tremendamente peligroso para un sector tan expuesto al mercado exterior y cuyas consecuencias pudieran resultar catastróficas para muchas de nuestras bodegas y viticultores que denuncian que siguen sin solucionar una baja productividad que les lleva a costes de producción por encima de los precios a los que se muestran dispuestos a comprarles sus uvas y mostos.

Ls vendimias en España

Aunque las medidas sanitarias impuestas por el Covoid-19 y la vuelta a la fase I de algunas localidades, centren la atención de las vendimias. Es de resaltar que las tareas de recogida se están llevando a cabo con normalidad y que ni el volumen, ni la calidad con la que lleguen las uvas a las tolvas se verán afectadas por la situación excepcional que se vive algunas localidades, por más que se pudieran ir sumando a la lista en los próximos.

Lo que, sí parece traerá consigo toda esta situación es que, al igual que sucediera con el teletrabajo que parece ha llegado para quedarse y cambiar la forma de trabajar de muchas empresas. En el terreno de la viticultura, las vendimiadoras darán un paso de gigante en su implantación en viñedos o zonas donde hasta ahora eran vetadas. La necesidad de implantar medidas muy restrictivas sobre la forma de vendimiar y el correspondiente aumento de coste que ello representa ante la reducción de la cantidad que es posible vendimiar en una jornada bajo esas circunstancias ha hecho que aquellas bodegas que tienen la posibilidad de empezar a utilizarlas lo estén haciendo.

La calidad del fruto parece estar manteniendo unos niveles muy aceptables gracias a una más concienzuda programación de las tareas y la correspondiente separación en las bodegas que permita diferenciar calidades.

Parcelación muy similar a la que está ocurriendo con los precios de las uvas. Gran cuestión que ocupa todas las campañas y que, en estas circunstancias, ha adquirido especial relieve. Ya que la promulgación de la Ley de la Cadena de Valor y la aprobación de los contratos homologados, confiaban los viticultores redujera una parte de esa enorme brecha a la que se enfrentan entre sus costes de producción y los precios percibidos por sus producciones. Lo que lejos de ocurrir esta campaña, sus especiales circunstancias de existencias históricamente elevadas y unas perspectivas de consumo en el corto plazo bastante pesimistas ante el mal comportamiento del canal de la hostelería y restauración. Han provocado precios todavía más bajos con respecto los de años anteriores que solo han encontrado contestación en pequeñas producciones de calidades muy concretas que sí han conseguido mantenerlas.

Una cuestión de competitividad

Todos los años, llegado el momento de fijar los precios de la uva, nos enfrentamos a noticias que nos hablan de las protestas que los viticultores, a través de las organizaciones agrarias, convocan a las puertas de las principales bodegas españolas, especialmente en la primera región productora de nuestro país, pero no lo única. Una de las pocas oportunidades que tienen para intentar hacer oír sus voces, denunciando precios ruinosos que sitúan por debajo del umbral de sus propios costes de producción.

Cuando esta situación se produce de vez en cuando, podríamos considerar que entra dentro de lo normal, y que el mercado, en su teórico ajuste de la oferta y la demanda, ha determinado que de los actores implicados el que debe soportar la peor parte del acuerdo en esa ocasión ha sido el viticultor.

Cuando esta situación se convierte en endémica, repitiéndose año tras año, la circunstancia de que sean los agricultores los que se vean abocados a abandonar los cultivos, ante la certeza de tener que vender a pérdidas por resultar insuficientes, los precios que perciben por sus producciones; ya no se puede achacar al mercado. Es un asunto mucho más complejo que está relacionado con la competitividad. Entrando en juego costes que van mucho más allá de los estrictamente cuantificables, aquellos que bajo el epígrafe de intangibles referiríamos a la calidad, prestigio, reconocimiento, aspectos medioambientales…, incluso sociales.

Complicando sobremanera el asunto. Pues si, para unos no es rentable cultivar la viña a esos precios, para otros no es posible repercutir costes superiores en el producto porque son, directamente, expulsados del mercado.

¿Significa esto que deban ser los viticultores los que soporten todo el peso de nuestra falta de competitividad? Por supuesto que no. Al contrario, deberían ser los que, de alguna manera, tuvieran asegurada su continuidad, puesto que de ellos depende una parte muy importante de nuestra propia supervivencia. Son los guardianes de nuestro medioambiente y con su trabajo mantienen una cubierta vegetal sin cuya existencia estaríamos hablando de grandes eriales, donde sería prácticamente la fijación de ningún tipo de población.

Asumiendo esta situación como un hecho, llegamos, de manera irremediable a la otra gran cuestión: ¿quién paga todo esto? ¿El sector con sus Planes de Apoyo, destinando una parte de sus fondos a la ayuda medioambiental? ¿El Estado con sus impuestos directos sobre el medioambiente, o indirectos en sus Presupuestos Generales del Estado?

Fuera cual fuera la solución adoptada, tampoco convendría perder de vista que los costes de producción (de la uva, pero también del vino) deben ser acordes a los que disfrutan nuestros competidores. Y, en el caso de que no lo fueran, habría que plantearse medidas que nos condujeran a serlo en un futuro lo más inmediato posible.

Pensar en ayudas que salgan en auxilio de nuestro sector es un grave error. Situaciones como la que actualmente estamos viviendo, con graves problemas económicos que obligan a reducir presupuestos destinados a la PAC y aseguran que, de alguna manera el sector vitivinícola se verá afectado, es una realidad que debería incentivar a todos en la búsqueda de esa competitividad.

Como también reflexionar sobre si los cerca de mil trescientos millones de euros que gastaremos en reestructurar nuestro viñedo en 2023, buscaban mejorar la calidad de nuestros vinos, acercarnos a lo que demandan los mercados… o lo que hacían no era otra cosa que dotar a nuestras explotaciones del tamaño necesario para hacer de su actividad una profesión sustentada en la rentabilidad y precios competitivos.