Orgullosos de lo que somos

Son muchas las ocasiones en las que me he referido a la gran diferencia existente entre cómo nos ven desde fuera y cuál es la realidad de las empresas y personas que centramos nuestra actividad en el sector vitivinícola. Discrepancia que, en muchas ocasiones, nos lleva a complicarnos mucho la comunicación con los clientes que, al fin y al cabo, es lo que son los consumidores.

Contar miserias y lamentaciones es algo que no debería hacerse nunca. Al fin y al cabo, todos tenemos las nuestras. Pero si, además, a los que se lo estamos contando se enfrentan a una realidad en la que cada día hay más referencias en el mercado, los precios suben (aunque solo sea porque con estas nuevas etiquetas las bodegas buscan mejorar su posicionamiento en el precio que les es negado con las existentes); si cada día son más las bodegas que invierten en enoturismo, mejorando sus instalaciones y haciendo recintos atractivos que sacien el sentimiento aspiracional que le es propio al vino; o, simplemente, ha cambiado la forma de consumirlo, permaneciendo el consumo que se realiza fuera del hogar, donde la imagen es un factor clave, y perdiéndose aquel destinado al ámbito doméstico, en el que no existían cuestiones que le otorgasen valores más allá de los estrictamente relacionados con el producto y su precio… Resulta muy fácil comprender esa gran brecha que se ha abierto entre la imagen proyectada y la realidad de los operadores del sector.

Pero no es esta la dicotomía a la que quería referirme esta semana, y sí a la que tiene lugar entre las cifras macroeconómicas que representa el sector vitivinícola español y la falsa sensación de valor con la que lo defendemos ante las administraciones.

Y, como para hacerlo no hay nada mejor que sean “otros” los que, con su reputación, den valor a las cifras, la Interprofesional de Vino daba a conocer el pasado lunes, en streaming (obligados por la actual circunstancia de pandemia) el trabajo elaborado por Analistas Financieros Internacionales (AFI) bajo el título “Importancia económica y social del sector vitivinícola en España”. Su presidente, el reconocido economista Emilio Ontiveros, intentó ponerlo en valor y comenzar a generar ese “orgullo de colectividad” que tanta falta nos hace.

Somos una gran potencia mundial, nuestra superficie, producción y exportación así lo justificaban, pero, a partir de ahora también lo hará nuestro peso en la economía nacional (VAB por encima de los 23.700 M€), aportación a las arcas públicas (3.800 M€) y sus empleos directos e indirectos (427.700). Por no mencionar la adaptación a una producción más respetuosa con el medio ambiente que hace frente al cambio climático.

Su efecto reclamo y tractor para otros sectores como el turístico, donde, al menos hasta hace seis meses, éramos una potencia mundial. O el papel que juega en la fijación de población en el medio rural. Son valores de los que todos nos deberíamos sentir orgullosos.

Y el que desde la Organización Interprofesional que nos representa a todos, nos lo recuerden y le pongan cifras concretas, debería hacernos sentir orgulloso de sentir que #somosvino2020.

Cuestionándolo todo

Si algo bueno está teniendo toda esta situación kafkiana que llevamos viviendo desde marzo, es que nos ha permitido cuestionárnoslo todo. Absolutamente. Sin más límite que nuestra propia imaginación. Dando por modificables comportamientos, modelos, libertades y derechos… que nunca antes hubiéramos puesto en entredicho.

Lo que, sin duda, tiene su lado positivo, ya que, desde esos nuevos planteamientos, es posible construir un futuro más eficiente y hacerlo de una manera mucho más rápida. El que salgamos fortalecidos de esta situación o más debilitados, al querer volver al punto de partida sin haber cambiado nada y teniendo que soportar todo lo que de negativo ha tenido, es una simple cuestión de que personas, pero también administraciones y sectores, como pudiera ser el nuestro, deberían plantearse y trabajar desde ya.

Sin saber muy bien cuál va a ser esa “nueva normalidad” que nos devuelva la inmunidad de grupo adquirida por una vacuna. Ni cuándo llegará. Está bien claro que, ni la economía, ni nuestros nervios, son capaces de soportar un estado de alarma constante y una limitación de uno de los derechos más básicos, como es el de libertad de movimiento. Uno de los que más nos ha costado alcanzar en la Unión Europea y que tuvo uno de sus máximos exponentes en el Acuerdo de Schengen, firmado en 1985 y que no entró en vigor hasta 1995.

Con nuestras miserias (cada uno tiene las suyas), todos los países de la Unión Europea han podido constatar que el tamaño sí importa. Y que, hacerle frente de manera colectiva al problema es mucho más efectivo que hacerlo individualmente. Circunstancias que, dicho sea de paso, son extrapolables a muchos otros ámbitos, como el vitivinícola. Pretender que un viticultor o bodeguero pudiera soportar la pérdida de consumo que ha supuesto el cierre global de la economía resultaba absurdo y hacía de las ayudas sectoriales una herramienta imprescindible con la que afrontar el primer golpe de esta situación, pero totalmente inútil para construir este futuro.

Es muy posible que la concentración, la digitalización, las nuevas formas de comercializar o la tipología de los vinos fueran temas que ya figuraban entre los objetivos inmediatos de nuestro sector. Que todo esto no haya más que supuesto un fuerte empujón que acorte significativamente los plazos. Pero hay otros asuntos como todos los relacionados con el consumo: hábitos, momentos, presentaciones, tamaños, imagen, valor, precios… que todavía tenemos por definir como sector y por los que no parece estar haciendo nadie nada.

Necesitamos medidas estructurales que vayan más allá de destilaciones, retiradas temporales o eliminación de una pequeñísima parte de la cosecha. Necesitamos definir qué producir, cuánto, a quién queremos vendérselo y a qué precio. Es fundamental una organización colectiva, una ordenación que evite acusaciones cruzadas sobre posibles distorsiones provocadas por una u otra región española. Todos somos sector, todos tenemos condiciones óptimas de cultivo y grandes oportunidades. Pero necesitamos un poco de organización y mucha voluntad de hacerlo.

Sinceramente, creo que la disensión y las acusaciones sobre quién está provocando qué no nos llevan a ningún sitio, debilitándonos a todos. Debemos ser conscientes de nuestras debilidades, pero también de nuestras fortalezas y trabajar conjuntamente por transformar las amenazas en oportunidades.

Estamos en un momento ideal para ello y tenemos que conseguir quitarnos la boina que nos impide abrir los ojos y mirar al futuro con algo más que bonitas palabras como solidaridad, sostenibilidad, ecología, dignidad… que son muy importantes pero que, individualmente, no son nada.

Pensando en el futuro

Que los acontecimientos que no están evolucionando como a todos nos hubiese gustado, ni tan siquiera como nos prometía el Gobierno con una “rápida” recuperación, es un hecho tan evidente que no merece más mención que la que se desprende de los posibles efectos que sobre nuestro sector pudiera tener el cierre que se está produciendo en muchas de nuestras comunidades autónomas de la hostelería. Afrontar la Navidad bajo el panorama de restricciones en el movimiento de las personas, así como dificultar, si no impedir, las reuniones familiares y celebraciones típicas, como pudieran ser las comidas de empresa, puede suponer un quebranto de tal magnitud para el conjunto de nuestras bodegas que cualquier medida excepcional que pudiera aplicarse resultará totalmente insuficiente.

Y así parece estar entendiéndolo el ministro Planas, quien, en su reunión del Consejo de Política Agrícola con los consejeros autonómicos del ramo, anunció que solicitaría a la Comisión Europea que active nuevas medidas de mercado que, aunque sin especificar, muy probablemente irán en la línea de prorrogar las que se aplicaron al final de la pasada campaña y mantener la flexibilización en las tasas de cofinanciación de las medidas de promoción en terceros países hasta el 15 de octubre de 2021.

Medidas que, salvo sorpresa mayúscula, deberían ser retraídas de los fondos PASVE y que tendrán como consecuencia la reanimación de una vieja polémica sobre si lo que necesita el sector en estos momentos son este tipo de ayudas u otras encaminadas a abrir un hueco en los mercados internacionales que permitan mejorar el valor de nuestros elaborados.

Este cierre en el mercado puede generar un problema de graves consecuencias en las existencias de las bodegas, ya que se estima que un tercio de la facturación se concentra en la campaña navideña. Darle salida a semejante volumen con las medidas extraordinarias anti Covid resulta del todo imposible por lo que, muy posiblemente, se planteará un escenario que vaya mucho más allá de cuestiones circunstanciales, hacia problemas estructurales que requieran medidas mucho más contundentes como el arranque de viñedo.

Ambos aspectos: financiación exclusiva de las medidas extraordinarias con fondos PASVE y abandono voluntario del viñedo nos sitúan en una peligrosa situación ante la ausencia de fondos complementarios nacionales como los que sí han disfrutado nuestros competidores franceses e italianos; y los bajos precios y ausencia de rentabilidad en la que se maneja nuestro viñedo.

La vacuna de la esperanza

Es posible que, dentro de unos meses (¡ojalá sea así!), estemos hablando en pasado del Covid-19 y la vacuna de Pfizer, o de cualquier otro laboratorio, sea una realidad. Pero, mientras esto llega, el sector debe ir haciendo frente a un crudo día a día, marcado por una fuerte disminución del consumo, motivado por el cierre de la hostelería que afecta a la gran mayoría de los países consumidores del mundo. Las existencias se acumulan en las bodegas y, la llegada de una nueva cosecha no ha hecho sino incrementar los peores temores ante una campaña navideña que restricciones y confinamientos están poniendo en peligro.

Que el sector vitivinícola necesita de medidas extraordinarias con las que hacer frente a una situación excepcional es algo que pocos cuestionan y que todos los operadores que conforman su cadena de valor coinciden en que deben adoptarse inmediatamente, antes de que sea demasiado tarde para algunos pequeños operadores, cuya capacidad de resistencia se encuentra al límite.

Sobre si las medidas tienen que ser unas u otras y su financiación provenir de unos fondos u otros, la coincidencia ya no es tanta, y lo que para unos resulta insuficiente y debería aprovecharse la medida al máximo posible, para otros es innecesaria y consideran que sus efectos sobre el mercado serán contraproducentes, al beneficiar a un colectivo muy específico al que se le permite abastecerse de producto a un precio por debajo del de mercado.

Ni destilaciones, inmovilizaciones, vendimia en verde o limitación de rendimientos han evitado que los precios hayan sido de los más bajos de la historia y, aunque es indiscutible que de no haberse tomado medidas la situación sería peor que la actual, no faltan quienes consideran que igual hubiese sido más conveniente dejar que el mercado cayese y aplicar, o no (porque también aquí los hay que no coinciden) estos fondos en medidas de mercado que acelerasen su recuperación.

Sea como fuere, el caso es que nos encontramos donde nos encontramos. El mercado mundial está operando bajo ralentí y las bodegas no saben muy bien si la llegada de una vacuna, o lo que tenga que llegar para recuperar la normalidad y el consumo, se producirá antes de que sea demasiado tarde para salvar una campaña que, con un volumen no muy importante, 160 millones de hectolitros estimados por el Copa-Cogeca en los principales Estados productores de la UE, puede acabar requiriendo de medidas traumáticas cuyas consecuencias tardemos varios años en superar.

Plantearse un paréntesis y asumir que debemos dar por perdida esta campaña es posible desde un punto de vista teórico, pero totalmente inasumible desde el práctico. Por lo que si, llegado el momento de levantar los contratos de inmovilización, la situación no ha cambiado radicalmente y el horizonte es esperanzador gracias a hechos concretos, como pudiera ser la aplicación inmediata de una vacuna, o disponer de un horizonte muy cercano en el que contar con ella; podemos enfrentarnos a la necesidad de aplicar medidas mucho más radicales, como la eliminación definitiva a un coste cero o muy próximo.

Por el contrario, si tal y como nos prometen, a primeros del próximo año contamos con esos primeros millones de dosis con los que empezar a generar esa inmunidad de rebaño que nos permita recuperar la normalidad; la elección de Joe Biden como nuevo presidente de los Estados Unidos reactiva las negociaciones para el levantamiento del arancel adicional del 25% “ad valorem” impuesto por la administración Trump y se obliga al premier británico Johnson a llegar a un acuerdo con la UE en su Brexit; el escenario en el que debamos tomar esas medidas será mucho más halagüeño.

Certidumbre para un futuro incierto

Por más extraño que pueda parecer, algo está evolucionando tal y como era previsible y esta no es otra cosa que el sector vitivinícola mundial. Pérdida de consumo generalizada, rompiendo la tendencia alcista (aunque modesta) de estos últimos años, retracción de la economía doméstica, con una importante contención en el gasto “ante lo que pudiera venir”, por más que el consumo en el canal alimentación presente buenas cifras. O unos bodegueros que toman el testigo de los viticultores para reclamar unos ingresos que el mercado no es capaz de proporcionarles en la cantidad que consideran mínima para la subsistencia de sus negocios, mediante la aplicación de medidas de intervención en la producción. Son todo noticias de las que no podemos sentirnos satisfechos, pero que no pueden sorprender a nadie.

Lo que ya no tengo tan claro que no sorprenda a nadie es la decisión que pueda, o deba, tomar (según a quién le preguntes) nuestro Ministerio de Agricultura sobre la aplicación de nuevas medidas extraordinarias para eliminar una parte de esa producción que tanto está pesando en el mercado y que hace incapaces a sus operadores de vislumbrar un futuro próximo optimista.

Lo primero porque habría que considerar es que, por más evidentes que resulten los problemas a los que se enfrenta el sector vitivinícola, no es el único, ni el más perjudicado de los sectores productivos de nuestro país. Por no hablar de la importancia en su contribución al PIB. Lo segundo, porque ya cuenta con unos fondos, procedentes de sus fondos europeos del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE) con los que no cuentan otros sectores. Lo tercero, porque se trata de una bebida alcohólica, sobre la que algunos de nuestros políticos, haciendo gala de gran “competencia y conocimiento”, le han declarado la guerra, manifestándose felices si algún día desapareciera. Y lo cuarto, y mucho más importante, porque, como consecuencia de todo lo anteriormente descrito y mucho más (que ni el espacio permite, ni la necesidad requiere), la experiencia reciente de la pasada campaña con la aplicación de más de noventa millones de euros en intentar solucionar un problema, se ha demostrado totalmente insuficiente para hacerlo y, muy posiblemente, no hubiera dinero suficiente para emplearlo. Entre otras cosas, porque se trata de un problema de demanda que escapa completamente la capacidad de la oferta.

Así es que, por primera vez en muchos meses en los que la improvisación y el desconocimiento de lo que puede suceder ha imperado en nuestra sociedad, podemos decir que sabemos que vienen tiempos muy difíciles para el sector vitivinícola en España. Que, una vez más, se pondrá de manifiesto la enorme diferencia entre lo que representa el sector para los gobiernos de unos y otros países, incluso de unas y otras regiones españolas. Y que nos enfrentamos a tiempos muy complicados en los que, Dios no lo quiera, habrá que tomar medidas muy desagradables para intentar equilibrar la oferta y la demanda cuando seamos capaces de concretar cuál es esa demanda.

La reforma de la PAC abre un horizonte esperanzador

Es posible que algunos consideren que las medidas a las que se destinan pudieran ser otras, o que su eficiencia estaría más justificada atendiendo a criterios diferentes de los que se utilizan. Pero pocos, o muy pocos, se atreverían a decir que los fondos del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola (PASVE, en el caso de España) no son una herramienta necesaria y eficaz para poner en el horizonte mundial a los vinos de la Unión Europea.

Convendría recordar que estos fondos nacieron de la necesidad de mejorar la competitividad de los vinos de la Unión Europea en un mercado que se globalizaba a marchas forzadas y donde los excedentes crecían de manera preocupante en los países que concentraban dos tercios de la producción mundial. Dilema ante el cual solo cabían dos respuestas: reducir el potencial de producción mediante el arranque de viñedo, o aumentar la demanda con medidas encaminadas a hacer más competitivo nuestro sector. Afortunadamente para todos, pero muy especialmente para el medioambiente, se optó por la segunda opción. Y, aunque son muchas las cosas que todavía nos quedan por hacer en este largo camino de la competitividad de la mayoría de los vinos europeos, donde el Covid-19 ha supuesto una piedra (esperemos que pequeña) en el camino, podemos asegurar que lo estamos consiguiendo y que fue una decisión acertada.

Y así lo deben considerar también los responsables de gestionar los fondos europeos con los que se financian esas medidas, pues, en un escenario de recortes, amenazas económicas y arancelarias, la reforma de la Política Agrícola Común, en la que se integra la vitivinícola, ha optado por mantener la ficha presupuestaria. Es más, incluso ha llegado a definirla como “clave en la transición de este sector hacia una mayor competitividad, innovación y calidad”.

Esa es una de las principales conclusiones a las que ha llegado la Comisión Europea a través de su informe “Evaluación de las medidas de la PAC aplicables al sector vitivinícola”. Destacando que han contribuido a aumentar la competitividad de los productores, acelerado la modernización del sector y asegurado su viabilidad y competitividad, fomentado el uso de nuevas tecnologías y mejorado las condiciones de comercialización.

Medidas coherentes con los objetivos medioambientales de la Unión Europea para los próximos años y que vienen a marcar los pasos a seguir en un mercado en el que los vinos con Indicación de Calidad Geográfica, rosados y espumosos, junto con los elaborados al amparo del cultivo ecológico y los de menor graduación alcohólica marcan la demanda mundial.

Origen, diferenciación y respeto al medio ambiente, son tres valores sobre los que podríamos decir se sustenta el futuro del sector y que, junto con la digitalización, marcarán el camino por el que deberán transcurrir todos los esfuerzos en que viticultores y bodegueros se empeñen. Afortunadamente, la búsqueda de la calidad ya ha superado la barrera de lo característico para afianzarse en el terreno de lo fundamental y eso abre todo un nuevo escenario en el que las nuevas tecnologías deberían conducirnos a mejorar el valor de nuestros vinos, mediante la mejora en la percepción de los consumidores.

Circunstancias como las actuales nos han demostrado que contar con medidas como la destilación, inmovilización o eliminación parcial de la producción, pueden ser muy necesarias para hacer frente a un problema puntual. Pero nuestro esfuerzo debe desarrollarse en aquellas otras de carácter estructural como reconversión, inversiones e innovación que nos proporcionen vinos de calidad y adaptados a los gustos de los consumidores, capaces de aprovechar las medidas de promoción.

Las Vendimias en España

Por encima de volúmenes, calidades y precios, dos acontecimientos marcarán esta cosecha para el resto de la historia. Uno, confiemos en que totalmente excepcional y al que no tengamos que referirnos nunca más, ha sido la pandemia del coronavirus Covid-19 que nos asola y que lleva cambiándonos la vida de forma inimaginable desde marzo, amenazando con seguir haciéndolo hasta principios de mayo. Esta situación ha supuesto la puesta en marcha de unos protocolos sanitarios jamás vistos y ha condicionado la vendimia con un sobrecoste que, de una forma directa, teniendo que hacerle frente cada bodega, o indirecta, a través de los Consejos Reguladores o Consejerías, han llegado en el momento más delicado que viven nuestras bodegas, con una pérdida sustancial de sus ventas y un futuro totalmente incierto.

La segunda, mucho más “normal”, pero no por ello habitual, afortunadamente, han sido las enfermedades criptogámicas, porque han sido dos: mildiu y oídio. Dos hongos que, cada cierto tiempo, y, siempre que las condiciones de humedad y temperatura les sean favorables, atacan a la viña de manera continuada y acaban haciendo muy difícil y costoso su tratamiento. Con efectos sobre la cantidad y calidad del fruto que pueden ser, desde apenas considerable, a suponer la pérdida de la totalidad de la cosecha.

Ambos acontecimientos se han unido en una campaña para formar una tormenta perfecta en la que las necesidades del mercado aconsejaban una producción corta que permitiera aliviar las importantes existencias almacenadas como consecuencia de la paralización de la hostelería, pero que, en algunos lugares, se ha visto fuertemente superada, afectando a la calidad del fruto. Estar confinado durante los meses de marzo, abril y mayo, cuando el hongo se cebaba con la viña y no poder ir al viñedo a tratarlo preventivamente, han representado un quebranto para muchos viticultores.

Y, a pesar de ello, los precios de las uvas han vuelto a adquirir el protagonismo de otras campañas ante la denuncia de las organizaciones agrarias de resultar insuficientes para hacer frente a los propios costes Politécnica de Valencia para la Interprofesional del Vino sobre la determinación de los costes de producción en las diferentes comunidades autónomas, según diferentes sistemas de conducción y disposición de regadío o no. Cuyo objetivo era dotar al sector de un modelo con el que facilitar que cada viticultor pudiera acceder a un conocimiento preciso de sus costes de producción y que ha sido utilizado como referencia del precio mínimo que debiera pagarse por las uvas. Acusando a las bodegas de estar obligando a los viticultores de vender a pérdidas. Lo que resultaría totalmente inaceptable, al impedir la Ley de la Cadena de Valor que esto pueda producirse.

Aún con todo y con ello, la cosecha ha seguido su ritmo y las vendimias han acabado por llevar hasta los lagares un volumen que, según nuestras estimaciones, se situará entre los cuarenta y dos millones y medio de hectolitros y los cuarenta y cuatro, con un fruto de gran calidad. Una producción un quince por ciento superior a la del pasado año y que será la que mayor crecimiento presente de todos los grandes países productores.

Por regiones, destaca, de manera muy especial, Castilla-La Mancha, no ya solo por el hecho de que ella sola suponga más de la mitad de toda la producción española, sino porque junto con Navarra es la que mayor variación positiva presenta. Justo lo contrario que Cataluña, que con una pérdida de un tercio de la cosecha del año pasado es la que más va a ver menguada su producción, debido a la alta concentración de viñedo ecológico que presenta y que los tratamientos sin sistémicos han resultado insuficientes para dominar los hongos y evitar pérdidas que llegan a superar la mitad de la uva en algunos casos.

Paciencia y trabajo. No queda otra

Se hace muy complicado, con toda la que está cayendo, pensar en el sector vitivinícola como una isla en medio de un océano de incertidumbre y malas noticias, en la que se disfrute de una vida placentera exenta de problemas. Máxime cuando la recuperación en forma de “V” que muchas bodegas han experimentado en sus ventas en los meses estivales, a pesar del bajo número de turistas extranjeros, puede verse transformada en una “W” cuando, llegados el último trimestre, con su fundamental campaña navideña. presenten resultados.

Por más que sepamos, porque para eso los coach en sus cursos de desarrollo profesional insisten en ello, que hay que mantener una actitud positiva ante los problemas. Bajo el firme convencimiento de que seremos capaces de superarlos y salir fortalecidos aprovechando las oportunidades que toda crisis nos ofrece. Estar constantemente oyendo cifras de contagiados, hospitalizados, muertos, parados, caídas de PIB… previsiones para los próximos meses y amenazas de constantes confinamientos y cierres de la actividad hostelera o toques de queda… no ayuda mucho.

Aun así, es fundamental entender que de esta situación saldremos y que, de una manera u otra, en el bar o restaurante, o en casa, el consumo de vino seguirá existiendo y situaciones como el teletrabajo, el comercio electrónico o el protagonismo del vino en la cesta de la compra resultarán muy beneficiosas para nosotros en el medio y largo plazo.

Sinceramente, no soy de la opinión de que esto vaya a solucionarse en un plazo de tres o cuatro meses con la llegada de una vacuna. Ni que las restricciones a la libre circulación y consumo sean cosa de una ciudad o comunidad, porque más tarde o más temprano acabarán llegándonos a todos. Pero sí estoy, totalmente convencido de que el consumo de vino en España acabará aumentando.

No mucho (tampoco nos vengamos arriba), que los cambios sociales que explican la evolución del consumo en el canal de alimentación son muy profundos y difíciles de corregir. Por más histórica que resulte una pandemia mundial que ha supuesto la paralización de la economía de todos los países de manera voluntaria. Y, aun así, estoy seguro de que acabará creciendo el consumo en el hogar, sin que ello suponga un perjuicio para el extradoméstico.

Mientras esto llega, no nos queda otra que paciencia. Mucha paciencia y confianza en que esta situación puede servirnos para poner en valor la calidad de nuestros vinos en el ámbito internacional y convertir en realidad esa excelente relación “calidad-precio” que con tanta ligereza utilizamos cuando queremos justificar los bajos precios de nuestros vinos.

Picasso decía que la inspiración le tenía que encontrar trabajando. Que así sea. Y, si es posible, juntos, con un plan sectorial.

Las Vendimias en España

Este año no ocurre como en otros, en los que la superación del Día del Pilar suponía la disposición de una información relativa a las vendimias en España, mucho más precisa. La conclusión de los trabajos en la gran mayoría de los territorios permitía acercarse a la cifra de la cosecha con mucha más precisión de aquellos primeros vaticinios de las primeras semanas de septiembre en las que los aforos realizados en los viñedos o las notas de prensa de los operadores, contenían un alto grado de provisionalidad que, por más que en nuestras estimaciones procurásemos conjugar para acercarnos lo máximo posible a la realidad del momento, no siempre era fácil superar.

Quizá por las medidas puestas en marcha en las últimas semanas de la pasada campaña, referentes a la destilación de crisis, la inmovilización mediante los contratos de almacenamiento a largo plazo, o la vendimia en verde. Así como la limitación de rendimientos que muchas (que no todas) de nuestras indicaciones de calidad incluyeron en sus normas de campaña, hayan contribuido a este cierto descontrol.

Quizá haya sido el motivo el gran temor con el que desde el sector productor se mira la campaña 2020/21, plagada de grandes incertidumbres sobre cuál será la evolución del mercado y las verdaderas posibilidades de darle salida a sus existencias que, con no ser tan diferentes a las de los últimos cinco años, cifra en la que se encuentra el volumen a partir del cual es posible establecer medidas excepcionales, preocupa mucho a los operadores.

Quizá la enorme provisionalidad que envuelve cualquier decisión, en cualquier ámbito de nuestra vida, que se ha visto fuertemente afectada por una situación nunca antes vivida y sobre la que cada día nos sorprenden quienes tienen la capacidad de imponer medidas, con nuevas restricciones que siempre tienen el efecto de disminuir el consumo en bares y restaurantes ante el mantra de que hay que controlar la vida social.

Quizá por tratarse de un sector con escasos recursos, que lo hace altamente vulnerable a la inestabilidad y limitadamente capacitado para tomar medidas que vayan en la dirección de autorregularse.

Quizá porque unos y otros intentan forzar la situación y aprovechar este momento de incertidumbre para salir lo menos perjudicados posibles.

El caso es que, ahora mismo, todavía no podemos decir si estamos hablando de una cosecha de cuarenta y dos millones de hectolitros, o de cuarenta seis. Muchos millones de diferencia para un año en el que con las medidas excepcionales a las que antes hacía referencia, dedicamos cerca de noventa millones de euros para retirar, definitiva y temporalmente del mercado cuatro millones de hectolitros. en nuestro país y 305 millones de euros en el conjunto de la Unión Europea.

Sea por lo que fuere, parece, cada vez más claro, que nos enfrentamos a una campaña extraña, en la que las cifras tendrán un carácter más orientativo que nunca sobre lo sucedido y menos premonitorio sobre lo que nos enfrentamos.

Unas ayudas que nunca llegarán

Sin ni tan siquiera tener una información concisa de cuál es el volumen de la producción española, o la del resto de los principales países productores del planeta, cada día se pone más de manifiesto lo pequeño que es el mundo. Se hace muy complicado poder, ni siquiera imaginar, cuál puede ser la evolución del mercado, las muchas o pocas dificultades con las que nuestras bodegas se van a enfrentar en su difícil tarea de comercializar sus producciones y las repercusiones que esta incertidumbre acabará teniendo sobre las cotizaciones de sus distintos elaborados.

Porque, si una cosa hay clara es que toda esta situación se verá reflejada en las cotizaciones y, lo que todavía es mucho peor, en las negociaciones con los grandes operadores del canal de la alimentación.

Si algo podemos aseverar, sin ningún riesgo a equivocarnos, es que el consumo de vino en el mundo se ha visto afectado de manera importante por el Covid-19. Y, efectivamente, podemos decir que, como todos, pero no son los demás los que nos preocupan y ocupan. El vino, en todas sus facetas, desde los canales de comercialización a los tipos de productos, precios y preferencias se ha visto afectado por un cambio radical en un mercado que, si ya de por sí su alta competencia hacía muy complicado, en la actualidad podemos decir que lo hace casi imposible.

Producimos para vender, no para almacenar, ni para obtener alcoholes con los que elaborar productos industriales como geles hidroalcohólicos. Buscamos la calidad y excelencia en cada uno de los niveles, de su escala de valor, de su cliente. Y cuando circunstancias totalmente exógenas al sector trastocan de tal forma el mercado, los cimientos de muchas de las micro empresas que lo componen, tiemblan y ven tambalearse sus propios pilares.

Podemos pensar en una recuperación del consumo inmediata, pero en mi opinión no estaríamos más que engañándonos y negándonos a asumir que se trata de un problema de tan difícil resolución que cualquier cambio se producirá a una velocidad muchísimo más lenta de la que la clase política (en esto no hay diferencia entre unos países o partidos políticos y otros) nos ha querido hacer ver.

La esperanza es que la vacuna nos devolverá de manera inmediata a la situación anterior a la declaración de la pandemia y la paralización de la economía a nivel mundial. Y eso es totalmente imposible. Ni con vacuna, ni sin ella, volveremos a una tasa de consumo como la que teníamos, hasta mucho después de que la hayan conseguido y aplicado, que no es cuestión de un día.

Sin duda, traerá consecuencias. Ya muchos expertos nos insisten en que hay determinados comportamientos y hábitos que ya son su resultado: el teletrabajo, “han llegado para quedarse” o el desarrollo del comercio electrónico. Pero también el consumo de vino se verá afectado. Sea por el medio y la forma de adquisición, los precios, los tamaños de los envases, la proximidad y todo lo relacionado con el medio ambiente… quién sabe.

Partir de una posición baja tiene muchos problemas, pero una gran ventaja: que solo podemos mejorar.

Mejor haríamos en analizar cuáles son esas oportunidades que se presentan y estudiar cómo aprovecharlas que en preocuparnos de seguir mendigando ayudas que sabemos que nunca llegarán.