Feliz Navidad y mejor 2022

Vayan por delante, en nombre de todo el equipo que hace posible la publicación de SeVi, nuestros deseos de una Feliz Navidad y un año próspero 2022. Esperamos que llegue repleto de buenas noticias y excelentes cifras de negocio que generen una rentabilidad digna en todos los sectores que integran la cadena de valor del vino.

Sabemos que no se están poniendo las cosas fáciles, que ciernen negros nubarrones sobre la economía y las tasas de crecimiento no están siendo las esperadas, que la ansiada recuperación económica no está siendo ni tan rápida, ni tan evidente como se nos había anticipado; y que la posibilidad de encontrarnos con nuevas restricciones a la movilidad que afecten directamente al canal de la restauración y hostelería cada día es mayor.

Aun así, las perspectivas para el sector tienen que ser muy positivas. Una cosecha europea de las más cortas de su historia tiene que suponer una actividad económica para nuestro sector muy importante. Pues, a pesar de nuestra pérdida de producción, contamos con volumen suficiente de producto vitivinícola con el que hacer frente a la demanda que nos pudiera llegar de los otros grandes productores mundiales: Francia e Italia. La gran labor desarrollada por nuestras bodegas por situar sus producciones en el mercado internacional nos ha llevado a situarnos como el primer país en exportación por volumen. Y en el consumo mundial sabemos, por la experiencia de recientes antecedentes, que mantiene una tasa mínima que, a diferencia de lo que sucede con nuestro consumo interno, no se ve fuertemente afectada.

También sabemos que las bodegas han hecho grandes esfuerzos, en estos casi dos años que llevamos con pandemias y restricciones, por adaptarse a la situación, han desarrollado sus páginas web, potenciado las ventas online e intentado llegar a sus clientes de una forma virtual. El trabajo desde casa se ha demostrado una alternativa válida y aunque superados los momentos más difíciles se ha puesto en valor la importancia del contacto social con una avalancha inimaginable de actividades de todo tipo que nos devolviesen a una cierta normalidad, también hemos sabido compaginarlo, haciendo posible que el mundo no dejara de girar en ningún momento.

Un buen ejemplo de este excelente trabajo pudieran ser los datos que se desprenden de las Cuentas Económicas del sector Agrario (CEA) elaboradas por el Ministerio de Agricultura y que sitúa el valor bruto de la producción vitivinícola durante 2021 tan solo un 4,5% por debajo del 2020.

Y digo tan solo porque teniendo en cuenta la situación y que el volumen de la cosecha se ha reducido un 16,4%, gracias a un aumento en los precios de salida en origen de bodega del 14,2%, el efecto ha sido reducido y la producción ha alcanzado un valor estimado de 1.137,4 M€, apenas cincuenta y cuatro millones de euros menos que el año anterior y ochenta y seis millones trescientos mil euros menos que el prepandémico 2019. Caída que está acorde a la sufrida por la Renta Agraria por Unidad de Trabajo a tiempo completo y año (UTA) que se situó en 34.436,8 € (-4’6%)

Situación similar a la acontecida con el canon de arrendamiento medio del viñedo de transformación de secano en 2020 que pasó de los 345 del 2019 a los 334 (-3,6%). Eso sí, con valores muy dispares entre las diferentes Comunidades de las 10 que aportan datos, ya que frente los 996 euros por hectárea que son necesarios en el País Vasco para arrendar, en Madrid bastan 97 y en Castilla-La Mancha 292.

Un buen dato de consumo

Hablar de la recuperación del consumo siempre es una excelente noticia. Hacerlo en nuestra nación, donde nos encontramos con tasas que rozan lo ridículo para un país en el que el vino es parte intrínseca de sus tradiciones, motivo doble de satisfacción.

Que la tasa interanual presente un crecimiento del seis por ciento, volviendo a situarnos por encima de los diez millones de hectolitros (10’039 Mhl) debiera ser motivo de deleite y orgullo para todos los que, desde nuestra humilde contribución, luchamos en nuestro día a día porque así sea.

Y aunque la dicha nunca es completa y siempre podríamos encontrarle un pero a la noticia que surge del Infovi correspondiente al mes de octubre; debiéramos valorar lo que de bueno representa. Y es que los esfuerzos que durante años y años lleva haciendo el sector por recuperar el consumo de vino en España parece que van consolidándose y nos permiten pensar en que, efectivamente, es posible atraer a nuevos consumidores al vino sin tener que renunciar por ello a aumentar la frecuencia de consumo en nuestro país.

Si consideramos que a 1 de enero de 2021 la población en España era de 47.394.223 personas y la mayor de 18 años, mínimo legal para el consumo de cualquier bebida alcohólica, se situaba en 39.154.892, siempre según el Instituto Nacional de Estadística (INE); una simple división nos daría como resultado que cada español consumimos 21’182 litros al año. Cifra que, si excluimos a los menores, llega hasta los 25’639 litros por persona y año.

Lo que, considerando el importante peso que en ese consumo juega el que se produce fuera del canal de la alimentación (hogar), tiene mucho más mérito. Pues si bien en el mes de octubre la situación por el Covid estaba mucho más normalizada de lo que la tenemos actualmente, los españoles seguíamos teniendo que afrontar importantes problemas derivados del aumento de los costes energéticos y nos mostrábamos remilgados en la recuperación de las tasas de consumo prepandémicas.

Muy posiblemente, visto cómo están evolucionando los datos de contagio, la aparición de nuevas variantes del virus, la ya total seguridad de que el precio de la electricidad estará muy por encima de lo que nos prometieron, que el gas está siendo utilizado por los países productores para presionarnos políticamente o que el desmadre de los costes logísticos está disparando los precios de los diferentes insumos (lo que más pronto que tarde acabará teniéndose que trasladar al precio de la botella), nos debiera hacer pensar en que noviembre y diciembre tendrán un comportamiento algo menos positivo, devolviéndonos a cifras por debajo de esa psicológica barrera de los diez millones de hectolitros.

Pero mientras eso llega, quedémonos con lo mucho que de optimismo tienen estos datos y no perdamos la esperanza en que pronto podamos ver cantidades cercanas a los once millones.

El consumo per cápita en España supera los veinte litros

Sin ningún género de dudas, el consumo per cápita en España es el asunto que más ocupa y preocupa al sector. Producir sin que lo que elaboras llegue a tener un reconocimiento en el lugar en el que lo haces es tanto como quedarse a medias.

Sabemos que el consumo de vino, como el de cualquier otra bebida alcohólica, está sujeto a factores que poco o nada tienen que ver con su calidad, que aspectos ligados a los momentos de consumo, presentación, representación o modas, pesan mucho más que la propia calidad. Y qué vamos a decir de la tradición: un valor poco reconocido por los jóvenes y que, cuando lo hacen, no siempre es para bien.

Nos pasamos la vida preguntándonos cómo podemos hacer por atraer a los nuevos consumidores. Incluso cada vez más, en un ejercicio, que en algún momento deberemos hacer con algo más de profundidad de lo que lo hemos hecho hasta ahora, hemos llegado a cuestionarnos si no estaremos errando el tiro y gastando ingentes cantidades de fuerza en acercarnos a unos consumidores que carecen de los elementales valores para entender el vino, como lo entienden las generaciones de consumidores actuales de vino, y si no sería más adecuado incrementar la frecuencia de los que ya lo hacen.

En nuestro afán por encontrar esa piedra filosofal sobre la que sustentar nuestra recuperación del consumo, soñamos con cambiar el mix entre mercado interior y exterior y darle el protagonismo que merecería en el primer país del mundo por superficie vitícola en cultivo tradicional, pero también en ecológico, el segundo este año en producción, aunque ese aspecto sea, estrictamente, algo coyuntural. Y, lo más importante, un país en el que el Vino juega un papel protagonista en su forma de vida; por encima de cifras y cualidades.

Al mismo tiempo, nos devanamos los sesos intentando encontrar ese mensaje con el que hacerle llegar a los consumidores que somos el país más rico del mundo, pero que nuestros vinos tienen los precios más bajos de todos los países productores y que, con esos condicionantes, el futuro de una parte muy importante nuestro sector, como es el viñedo, corre el peligro de industrializarse y perder ese valor que lo ha hecho diferente y le da argumentos a empresarios provenientes de otros sectores de acercarse al vino e invertir sus dineros y buen hacer empresarial en el sector. Aunque no siempre hayan acabado entendiéndolo y las experiencias hayan resultado sonoramente calamitosas. Pero también los ha habido que sí han sabido hacerlo y han permitido respirar aire puro, romper incluso algunos tópicos fuertemente arraigados y demostrar que no solo se pueden hacer las cosas de una forma diferente, sino que, también, de una forma exitosa.

Pero, para todo esto y, para cualquier otra cosa que se quiera hacer con la mínima posibilidad de éxito exigible a cualquier proyecto, hace falta una información precisa, veraz y actualizada. De la que, después de enormes esfuerzos, podemos decir que, aunque siempre mejorable (especialmente en algunos aspectos muy concretos como el tema de las estimaciones de vendimia), hoy en día disponemos gracias al Infovi y resulta accesible gracias a la Interprofesional, cuyo esfuerzo en este sentido poco se conoce y menos se reconoce. Cuando resulta fundamental.

En estos días atrás, el propio OEMV, ha remitido una Nota de Prensa en la que decía que “España ha vuelto a superar en septiembre de este año el umbral de los 20 litros por persona y año, que no alcanzaba desde hace 12 meses”. Información totalmente desconocida para la gran mayoría de los consumidores y muchos medios de información generalistas y extremadamente esperanzadora para los que sí estamos familiarizada con ella por lo que se refiere a la posibilidad de seguir creciendo en el corto plazo hasta superar los 23,4 litros que marcó diciembre del 2019.

España bate récord exportador

Cuando hablamos de exportaciones vitivinícolas, estamos hablando del destino de dos veces y media lo que consumimos en nuestro mercado interior. O lo que es lo mismo, de la colocación de algo más de la mitad de todo lo que producimos. Ocuparnos de lo que sucede con este tipo de operaciones resulta fundamental para la inmensa mayoría de nuestras bodegas y, por extensión, de nuestros viticultores, los que, a través de sus cooperativas, dan trasladado de estos datos en sus liquidaciones.

Afortunadamente, hace ya muchos años en los que, con sus naturales altibajos, este tema es motivo de satisfacción. Los volúmenes crecen de una forma constante y los países en los que estamos presentes con nuestros vinos son más y en mayor proporción.

Aumentar un 23,9% hasta alcanzar los 23,68 millones de hectolitros exportados, como lo han hecho los productos vitivinícolas en los primeros nueve meses del año, con respecto al periodo anterior. Incluso el +20,6%, que es el crecimiento en tasa interanual que suponen los 31,01 Mhl expedidos en 12 meses. Es una excelente noticia, sin peros posibles que la empañen.

Lo sucedido con el valor, ya es otro tema, pues si bien los 2.416,8 millones de euros que hemos facturado en lo que llevamos de año supone un incremento del 14,8%. Baja hasta el 11,5% cuando tomamos los 3.262,4 M€ de los datos interanuales y nos devuelve a la cruda realidad de nuestro sector y el papel que juega en el ámbito mundial.

Un precio medio de 1,02 €/litro (-7,3%) en tasa anual y 1,05 (-7,6%) en interanual resulta totalmente inadmisible para un país que aspira a mantener una viticultura y unas bodegas sostenibles. Así como decepcionante en la consecuencia del famoso cambio en el mix de productos, que todos los analistas señalan como fundamental para nuestro desarrollo sectorial. Las cifras no hacen sino devolvernos a la cruda realidad de un producto commodity, con escaso valor, al menos en el percibido por el consumidor y altamente sensible a los vaivenes de la producción del resto de los grandes productores del mundo.

Pues, si bien los datos de vinos son algo mejores, con un precio medio en lo que llevamos de año de 1,20 €/l, esto representa una pérdida de ocho céntimos (-5,7%), para un volumen que crece el 20,2% hasta los 17,5 Mhl y un valor de 2.104,74 M€ (+13,3%).

Muy parecidos a los datos interanuales que sitúan el volumen en los 23,06 Mhl (+16,5%), el valor en 2.863,66 M€ (+10,1%), arrojando un precio medio de 1,24€/l, un -5,6% y ocho céntimos menos.

En envasados, todas las categorías aumentan su facturación, siendo los de licor los que más lo hacen con un 43,1% mientras que los I.G.P. son los que menos la elevan, con apenas un 0,7%. En tanto que, en volúmenes, los espumosos son los únicos que caen un 4,6% y los de aguja aumentan un 46,4%

Mientras que, en los graneles, la categoría más voluminosa, tranquilos sin D.O.P./I.G.P., aumenta el 34,9% su volumen hasta los 7,24 Mhl y un precio medio un 19,9% inferior de 0,38 céntimos litro.

El vino como un producto de lujo

Se define como un bien de lujo aquel producto o servicio en el que, ante ingresos más elevados del consumidor, la demanda aumenta en una mayor proporción. Es decir, aquel donde el consumo se acelera si el poder adquisitivo del usuario aumenta. Con una apreciación importante y es que, a diferencia de los bienes de primera necesidad, los de lujo son perfectamente prescindibles. Influyendo en su consumo factores que poco tienen que ver con la calidad intrínseca de producto, como la asociación de marca, la disponibilidad, el precio y el estado socioeconómico o cultural.

Con el ánimo de no aburrirles demasiado con definiciones económicas, totalmente innecesarias en estos momentos; no creo que haya nadie de los que están leyendo estas palabras que no pueda identificar al vino con esta definición. Tampoco me parece muy necesario tener que incidir sobre la importancia que la comunicación tiene en la sociedad del siglo XXI, o la diversidad de los consumidores y mercados.

Bajo este panorama, cabría preguntarnos ¿cuántas de nuestras más de cuatro mil bodegas comunican bajo estas circunstancias?

La comunicación no es más que la forma que tenemos de relacionarnos y compartir experiencias y emociones; sensaciones que aspiramos a olvidar rápidamente si son negativas y a recordar y repetir si son satisfactorias.

Tener la posibilidad de convertirnos en portavoces de experiencias y hacerlas aspiracionales para el máximo de nuestro público objetivo es uno de los principales fines que persigue cualquier empresa. También de las bodegas, aunque en algunas ocasiones no lleguen a ser conscientes de ello con tanta claridad como para permitirles establecer correctamente una conversación con sus consumidores.

Pasar de un producto básico, como lo era el vino que consumían nuestros abuelos (dos generaciones) a uno de lujo no es fácil. Hacerlo en una sociedad que ha visto fuertemente modificada su escala de valores, lo dificulta bastante. Y, si a eso le añadimos el tradicional problema de comunicación intergeneracional, el tema se complica sobremanera y exige una dosis de imaginación que va mucho más allá de campañas o eslóganes.

Nuestros jóvenes son más colaborativos, creativos, innovadores y autosuficientes; han nacido con un teléfono inteligente en las manos que les permite estar más informados y se muestran exigentes, según una encuesta realizada por Deloitte. Pero, en cambio, resulta difícil captar su atención durante mucho tiempo, se aburren con facilidad, odian la rutina y necesitan cambiar de aires con frecuencia.

El cambio en los hábitos de consumo y la apuesta por la economía circular están rediseñando las reglas del juego en la toma de decisiones de los consumidores. Las generaciones más jóvenes son las más comprometidas con la ecología y el medio ambiente. Según recoge el estudio GlobalWebIndex, 6 de cada 10 millennials (22-35 años) están dispuestos a pagar un ticket mayor por productos ecológicos y sostenibles, seguidos por el 58% de la Generación Z (16-21) y el 55% de la Generación X (36-54). Casi la mitad (46%) de los Baby Boomers (55-64), serían favorables de incrementar el gasto por productos más “ecofriendly”.

Baby boomers (1946-1964): Oriéntate hacia Facebook, ofrece varias opciones de asistencia (correo electrónico y teléfono), utiliza el móvil para el marketing.

Generación X (1965-1980): Simplifica el proceso de compra, anuncios en videos, ofrece recompensas y programas de lealtad.

Millennials (1981-1996): Marketing de influencers, reseñas en línea para la reputación e ingresos, identidad de la marca constante.

Generación Z (1997-2012): Personalización, influencers para ganar público, definición de marca en redes sociales.

Hacia una normalidad de los fletes

A pesar de los momentos tan convulsos que vivimos, el sector vitivinícola español podríamos decir que se enfrenta a unos tiempos prósperos y llenos de grandes oportunidades.

Baste echarle un vistazo a las grandes cifras de la cosecha de cada uno de los países, o al volumen de nuestras exportaciones, en máximos históricos. Para poder intuir que la campaña debe sernos altamente favorable a nuestros intereses. Que no son otros que vender y hacerlo a un mejor precio.

El pero a toda esta situación lo encontramos en las condiciones en las que se está desarrollando el comercio internacional. Altamente sensible a la subida de los costes de transporte, así como a las dificultades con las que algunas bodegas se están encontrando en la disponibilidad de los contenedores con los que transportar las materias primas como mercancías.

Para poder averiguar cuál pueda ser la evolución de estos costes, podríamos tomar como referencia el Baltic Dry Index (BDI), un índice referenciado de hasta 20 de las rutas clave marítimas en régimen de fletamento de todo el mundo. Cuyo valor el, 12 de marzo de 2020 día antes a declararse la pandemia y el confinamiento era de 615, que alcanzó su nivel máximo el 8 de octubre de 2021 llegando a los 5647 y que actualmente se encuentra en los 2800 con una clara tendencia bajista.

Lamentablemente no podemos decir lo mismo de los diferentes combustibles (petróleo y gas) o electricidad, cuyos conflictos internacionales siguen utilizándolos como rehenes en sus presiones diplomáticas y para los que no se confía una normalización en el corto plazo.

De momento, sabemos que, excepción hecha del fuerte incremento que han experimentado los precios de todos los consumibles que emplean nuestras bodegas: etiquetas, vidrio, cartón, corcho, tapones sintéticos, madera, durmientes, depósitos… los problemas no han ido más allá de un fuerte incremento de los precios, sin que se haya producido un desabastecimiento, excepción hecha de aquellas partidas especiales o de fabricación propia para las que, aquí sí, en algunas ocasiones no es posible abastecerse.

Es de esperar que esta situación se normalice junto con el coste de los fletes marítimos, al fin y al cabo están fuertemente ligados y que para las primeras semanas del próximo año podamos estar hablando de una mayor normalidad.

Una cosecha históricamente baja

Si bien podríamos pensar que el hecho de contar con una producción históricamente baja pudiera ser una excelente noticia para nuestro sector y, especialmente, para nuestras exportaciones y los precios de nuestros productos vitivinícola; la prudencia parece estar siendo mucha entre los operadores y los mercados reaccionan con suma cautela respecto a lo que sería de esperar ante cifras tan bajas.

Doscientos cincuenta millones de hectolitros a nivel mundial, entre 247,1 y 253,5 Mhl, que son en los que estima la producción mundial la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) para la campaña 2021/22. Es una de las más bajas de su historia, situándose por debajo de la media de los últimos veinte años.

Y si bien nada hace pensar que detrás de esta caída haya más hechos que los estrictamente normales de un producto sujeto a las variaciones climatológicas, el hecho de que volvamos a situarnos por debajo de la media, que Estados Unidos recupere su producción, aumentándola un 6% con respecto al año anterior; pero especialmente, que el Hemisferio Sur marque un récord con un aumento del 19% sobre la cosecha del año precedente; nos obliga a considerar la posibilidad de que la fuerte variabilidad de las cosechas sea una consecuencia que va más allá de los vaivenes “normales” y esté reflejando un resultado que encuentre su explicación en el cambio climático.

Lo que, sumado al desplazamiento del viñedo que lleva produciéndose hacia esas latitudes en la última década, puede acabar suponiendo una pérdida del dominio que tradicionalmente ha representado la Unión Europea, con especial relevancia para la triada compuesta por Francia, Italia y España que históricamente ha estado concentrando prácticamente la mitad del total de la producción mundial y que en este año apenas superan el cuarenta y cinco por ciento.

Los datos de exportación de septiembre avanzados por el Infovi, aunque provisionales, marcan cifras históricamente altas, con casi veinticuatro millones de hectolitros de vino y mosto, con un aumento sostenido desde octubre de 2020.

A lo que, desde abril, sin duda ha contribuido la fuerte pérdida de cosecha en Francia ocasionada por las heladas tardías de ese mes, y las posteriores lluvias de verano y las tormentas de granizo. Que venían a unirse a los vaticinios pesimistas de españoles e italianos. Pero que, sin duda, más allá del efecto añada, tienen mucho que ver con los precios tan competitivos de nuestros productos.

También parece haber sido muy positivo el comportamiento del consumo de nuestro mercado interior, en el que se estima un consumo, según los datos del Infovi del mes de septiembre, de 9’837 millones de hectolitros, todavía lejos de los 11’088 de febrero del 2020 (justo antes de la declaración de la pandemia mundial del Covid-19), pero que, poco a poco, se va recuperando, gracias a la reapertura de la hostelería y restauración, aunque el número de extranjeros que nos visiten esté todavía muy lejos de las cifras prepandémicas.

Bajo este panorama, todo parece indicar que las necesidades de consumo serán mayores, las exportaciones se deberán mantener ante la baja producción mundial y los precios debieran ir evolucionando al alza, al menos hasta el mes de marzo-abril, cuando la viña empiece a mostrar cuáles pueden ser las expectativas de cosecha 2022 que presenta.

Pero todo esto no dejan de ser hipótesis que habrá que ir siguiendo atentamente en su evolución mensual, vigilando, especialmente, que las pretensiones de la propiedad no excedan los límites marcados por unos comercializadores fuertemente condicionados por unas circunstancias macroeconómicas que podrían poner en peligro la recuperación económica ante la reducción de la renta disponible.

Una nueva amenaza para el sector

Entre unas cosas y otras, parece que el tema de la pandemia de Covid-19 no nos va a dejar respirar.

Cuando todo parecía haber tomado un rumbo satisfactorio, y las cifras de contagios estar medianamente controladas para poder relajar las estrictas medias restrictivas de movilidad y consumo que tanto mal nos han hecho en la venta de vino en el mercado nacional; llega la elevación descontrolada de los costes energéticos, acompañada de un incremento inasumible de los precios de las materias primas y auxiliares, que hacen peligrar el suministro de prácticamente todos los insumos que requeriría nuestro sector, bajo un escenario altamente inflacionista que amenaza la recuperación, poniendo en peligro la supervivencia de numerosas empresas y miles de puestos de trabajo.

La deslocalización de muchos de los buques en su habitual itinerario, el aumento de los precios de los combustibles, no ya solo el petróleo que alcanza niveles desde hace años no vistos, sino también aquellos tan básicos para la generación de electricidad como es el gas en nuestro país, o un modelo energético en plena revolución con un pie en las fuentes tradicionales de combustibles fósiles de generación de energía y otro en las renovables; están comprometiendo la supervivencia de unas frágiles bodegas que todavía andan renqueantes, buscando la mejor forma de dar salida a unas existencias que se han visto fuertemente afectadas, encontrando en el mercado exterior la única alterativa válida.

La globalización del problema puede ser considerada como un atenuante, pero nunca puede suponer una excusa para pasar por alto la coyuntura y no tomar las medidas necesarias de anticipación. Muy posiblemente, no lleguemos (espero no confundir aquí deseo con realidad) a tener que sufrir apagones energéticos. Pero tampoco nunca pensamos que nos confinarían en casa y esto sucedió en varias ocasiones en prácticamente la totalidad de los países del mundo.

Nos enfrentamos a un serio problema de consecuencias impredecibles y la fuerte exposición de nuestro sector al mercado exterior podría suponer un grave contratiempo.

Ya llevamos algo más de un mes con un mercado en el que las operaciones han descendido de forma brusca. El interés que existía a principios de campaña con operaciones y contactos que hicieron recuperar cotizaciones y devolver la alegría, y esperanza en el mercado, al sector, se frenó bruscamente. No me atrevería a decir muy bien si por una simple cuestión de operatividad de los mercados, al haber conseguido establecer unas cotizaciones en el rango deseable por los importadores, o ya afectadas por esta situación. Pero sea como fuere, convendría, sin alarmar a nadie que tampoco es para eso, ir planteándonos algunos escenarios posibles y las medidas a adoptar en cada uno de ellos.

¿Dónde está nuestro futuro vitivinícola?

Resulta bastante evidente que el sector vitivinícola es lo suficiente complejo como para que no puedan sacarse conclusiones fácilmente, y mucho menos, de un solo parámetro, por importante o relevante que este sea. No obstante, hay que considerar que estamos hablando de un cultivo que requiere un largo periodo de tiempo para que sea totalmente productivo y, en consecuencia, cualquier inversión relacionada con el viñedo debiera ser muy meditada, atendiendo más a cuestiones que pudieran venir, que a las actualmente vigentes.

Es por ello por lo que resulta tan importante conocer la evolución de la superficie plantada en un cultivo que, no creo necesario recordar, requiere de una autorización administrativa a modo de derecho de plantación.

Así resultaría más fácil llegar a entender cuál es la “salud” de nuestro sector, ya que con el estudio de la evolución de la superficie plantada podríamos llegar a comprender mejor la realidad y el potencial de desarrollo a medio y largo plazo de cada una de nuestras regiones.

De igual forma que el tema de la reconversión y reestructuración del viñedo en nuestro país ha servido, especialmente, para aumentar los rendimientos medios, haciendo posible que con un tercio menos (en números redondos) de viñedo produzcamos un cincuenta por ciento más (igualmente grosso modo). Ver cuáles son las regiones españolas que más superficie han perdido nos debería a ayudar a entender mejor dónde está la rentabilidad del viñedo y en qué regiones siguen requiriendo de cambios que hagan posible la sostenibilidad de ese cultivo.

Decir que nuestro país ha perdido, en lo que llevamos de siglo (de 2001/02 a 2020/21) 229.315 hectáreas, según datos del Ministerio de Agricultura, podría parecer mucho o poco, según se mire. Si decimos que ha sido una quinta parte del total, la cosa empieza a ser algo más seria, y si entramos al detalle por regiones y vemos que Madrid o Canarias, con un 57,04% y 52,20% son las que más superficie han perdido proporcionalmente con respecto a la que tenían al principio de siglo: la cosa empieza a ponerse algo más grave. Pero todavía podríamos pensar que son dos comunidades autónomas donde la presión inmobiliaria es muy alta y que esta podría estar detrás de las cifras. Claro que similar situación podríamos aplicar a Baleares y, por el contrario, es la que, con un 52,59%, más ha aumentado su viñedo (excepción hecha de Cantabria que apenas tenía viñedo en aquellos años).

Aun así, vamos a dar por buena esa explicación. Pero entonces, ¿cuál utilizamos para explicar el descenso del 49,15% que presenta la Región de Murcia, o el 27,86 de Aragón y 27,09 de Andalucía, 26,03 de Navarra, 24,75 de Castilla-La Mancha y 23,14 de la Comunidad Valenciana? ¿También la presión inmobiliaria?

No creo. Más bien parece que detrás de esa pérdida de interés por cultivar la viña se pudiera encontrar un factor de falta de rentabilidad, que sí parecen encontrar nuestros productores castellanoleoneses, cuya superficie es superior en un 18,02%, vascos (+13,17%) y riojanos (+12,69%), incluso gallegos, aunque en este caso prácticamente deban conformarse con haberla mantenido (+1,33%) respecto a 2001/02.

Sin duda, datos que deberían hacernos reflexionar sobre las verdaderas causas que se encuentran detrás de esta alarmante pérdida de superficie y a la que, si ligáramos los precios medios a los que se han pagado las uvas, nos ayudarían a obtener una visión mucho más clara del verdadero problema al que nos enfrentamos y cuya resolución es urgente e inexcusable.

Las vendimias en España

Con prácticamente cerradas las vendimias en todas las regiones españolas, lo más destacable de la cosecha 2021, en mi opinión, es la tranquilidad con la que ha transcurrido. Sin más incidentes que pequeños conatos de protestas en el inicio de las primeras labores vendimia, con la publicación de las famosas “tablillas”, aunque en estos tiempos sea algo mucho más representativo que efectivo, ya que todo productor debe contar con un contrato privado en el que fije el precio la que entrega su uva. El paso de las semanas y la incorporación progresiva de las sucesivas regiones a la recogida no han hecho sino ir confirmando la tendencia en los precios, sus estimaciones de producción y animando ante las numerosas expectativas que se abren frente a la baja vendimia francesa y la contenida de Italia.

Y, aunque podría resultar un tanto exagerado decir esa famosa regla de oro de que “cuando la cosecha viene baja es más reducida que las previsiones”, nada parece indicar que nos vayamos a encontrar con una cosecha tan corta como la que se preveía antes de cortar los primeros racimos. Los treinta y nueve millones de hectolitros han sido una cifra sobre la que todas las organizaciones que publican estimación de producción han pivotado, y sus correcciones a lo largo de estas semanas no han ido más allá del millón de hectolitros. Una cantidad que se encuentra dentro de ese margen de “más/menos” habitual en estos pronósticos.

Por zonas geográficas podríamos decir que la climatología y el paso del tiempo ha sido el que ha marcado la mayor diferencia. Así, tenemos que aquellas más tempranas, como pudieran ser Andalucía o Extremadura, seguidas de Castilla-La Mancha, son las que han tenido que hacer frente a mayores pérdidas de producción con respecto al año anterior. Mientras que, a las más tardías, como Castilla y León, esas tres o cuatro semanas de diferencia les han servido para recuperar una parte importante de lo que mostraba de menos la viña.

En cuanto a la calidad del fruto, especialmente su estado sanitario y presencia de cualquier rasgo de enfermedad, ha sido muy bueno. Pero no ya solo porque el esmerado trabajo de los viticultores haya permitido realizar una buena selección de las partidas, sino porque la generalidad era bastante buena y el tiempo seco de las primeras semanas de septiembre ha ayudado a ello. Pudiéndose reducir todas las incidencias a las que han tenido que hacer frente los técnicos en su transformación de la uva en mosto, a un menor rendimientos o unos valores más bajos en grado y altos en acidez. Parámetros que, en la mayoría de los casos, les han permitido obtener productos más conformes a sus necesidades de adecuación a los mercados, fundamentalmente los internacionales.

Especial mención merece el tema de los precios de las uvas, prácticamente todos por encima de los pagados el año pasado y, aunque insuficientes para cubrir los gastos de producción, en la mayoría de zonas vitivinícolas, según denuncia de las organizaciones agrarias; el incremento con respecto a los del año anterior, especialmente en aquellos de menor cuantía, ha servido para entender que, por insuficiente que fuera, era una clara muestra de buena voluntad.

Crecimiento al que, sin duda, ha contribuido la subida de los mostos, en cuyos guarismos se mostraba una clara tendencia alcista por encima de la que mostraban los de las uvas. Aunque, en estos momentos, la fluida operatividad que existía en las primeras semanas de campaña se haya visto fuertemente reducida, limitándose a contadas operaciones, muy seleccionadas, dejando a un lado aquellas de cierto volumen que permitieron fijar el rango de precios al inicio de campaña y creando ahora cierta preocupación ante la incertidumbre de lo que pasará en los meses próximos cuando la normalidad vuelva a los niveles prepandémicos, el canal Horeca retome su actividad y los mercados exteriores den una muestra clara de sus necesidades.