El consumo interno se estabiliza

Aún calientes los datos del Infovi correspondientes al mes de abril, publicados el pasado miércoles; podemos respirar tranquilos, al comprobarse que el descenso en el consumo producido durante el pasado mes de marzo (tras diez meses en los que veníamos creciendo ininterrumpidamente), no se ha confirmado en el último mes analizado.

No obstante, convendría diferenciar muy bien entre lo que es comparar, ese dato de consumo de los últimos doce meses, con el que se produjo el mismo mes del año anterior (abril’21) y lo sucedido el mes previo (marzo’22). Pues si bien el efecto estadístico hará que en el primero de los casos (interanual puro) sea positivo, al venir de una brusca caída con ocasión de la pandemia; no sucederá lo mismo con la comparativa respecto al dato precedente, que marca la tendencia. Así, podríamos afirmar que el consumo aparente interanual sigue presentando una clara recuperación, con una cifra de 10’570 Mhl frente los 9’136 Mhl del interanual a abril de 2021 (+15’7%). Cuando la realidad es que el dato acumulado de 12 meses hasta abril supone un aumento del consumo, con respecto al alcanzado el mes anterior, de tan solo el 0’33%.

Y convendría ir acostumbrándonos a estas diferencias, ya que, este efecto estadístico, podría llevarnos a equívocos sobre lo que está sucediendo y la paralización, incluso la caída de la cotización de nuestros vinos, que están sufriendo, especialmente, los tintos.

Hasta el momento, y confiemos en que así siga, la situación no es preocupante. Las pérdidas, tanto en consumo como en exportación no son alarmantes y, considerando los múltiples factores que están combinándose, podríamos decir que estamos aguantando como jabatos. Aquí el problema está en saber cuánto y hasta cuándo se puede dilatar esta coyuntura. Estamos a menos de dos meses de iniciar una nueva campaña. La vendimia empieza a levantar pasiones que, en algunas ocasiones, están convirtiéndose en malos presagios. Y los operadores están retrayendo su actividad comercial ante el peor de los males: la incertidumbre.

La cosecha, hasta el momento, viene bien. Las lluvias que han caído han sido, por ahora, suficientes. Los episodios de heladas no han sido generalizados y sus efectos sobre la viña han sido bastante exiguos. Y las olas de calor y bajas temperaturas de los meses de abril y mayo, con pronunciados cambios que superaban los diez grados de un día a otro; tampoco han tenido efectos reseñables sobre la muestra.

¿Lo tendrá la anunciada sequía para este verano? Pues tendremos que esperar para verlo. Y aunque los hay que apuestan por una cosecha normalizada, también hay voces que afirman que nos conformaremos con una más corta. Y ninguno tiene más argumentos (o al menos más sólidos) que los otros para que podamos inclinarnos por su postura.

Lo cierto es que una vendimia cercana a los cincuenta millones de hectolitros, lo que podríamos calificar como “normal”, nos llevaría a un panorama muy complicado. Repetir los cuarenta del año pasado facilitaría las cosas y permitiría a las bodegas aliviar un poco sus existencias que, aunque no muy voluminosas, sí están siendo un poco agobiantes.

Muchas incertidumbres que, por el contrario, no han evitado que ya alguna bodega haya hecha pública su voluntad de bajar el precio de la uva en la próxima vendimia. Habrá que esperar y no alarmarse demasiado.

El viñedo como actividad atractiva para los jóvenes

Diez meses después de que se iniciara la campaña 2021/22, el Ministerio de Agricultura cifra la producción en 40.047.578 hectolitros de vino y mosto, obtenidos de 5,41 millones de toneladas los kilos de uva. Una cosecha inferior en 6.445.226 hl y un 13’9% y 786.503 toneladas y un 12’7% a la del 2020/21.

Volumen que incluye también la producción para autoconsumo y difiere ligeramente del dato publicado por el Infovi y que, en su último informe correspondiente al mes de marzo, cifraba la cosecha de uva de vinificación en 5’308 millones de toneladas y en 39’357 millones de hectolitros los vinos y mostos elaborados.

Discrepancia que, considerando el tiempo transcurrido desde que se iniciara la campaña, hasta su publicación en el boletín mensual sobre Avance de Superficies y Producciones Agrarias, es una nimiedad. Esperar diez meses para publicar un “avance” de producción completo y detallado resulta totalmente rocambolesco y no hace sino justificar la demanda que, históricamente, ha venido haciendo el sector sobre una información estadística de calidad y en tiempo que le permita adoptar decisiones de gran importancia en su estrategia comercial. Afortunadamente la puesta en marcha del Infovi, con sus pequeños matices, ha permitido disponer de una información válida y operativa, características de las que carece el Avance.

Algo más relevante resulta la información publicada por la Comisión Europea y que está referida a la evolución de la superficie vitícola de la UE con la aplicación del sistema de autorizaciones de plantación de viñedo de la campaña 2014/15 a la 2019/20. Donde se puede comprobar que España es el país que, después de Hungría y Eslovaquia, más superficie ha perdido (14.220 ha) un 1’48% en este periodo. Manteniéndose como el primer país, con 944.476 ha, seguido de cerca por Francia con 813.505 y un aumento de 7.725 ha; e Italia con 671.139 ha que se sitúa como el país que más crece con un 5,25% y 33.505 hectáreas.

La importancia de estos datos no está tanto en las cifras, como en lo que pudieran llegar a representar. Pues si aspiramos a hacer de este sector un negocio interesante que atraiga la atención de nuestros jóvenes y el tejido empresarial necesario para sustentarlo, debiéramos comenzar por preguntarnos si esta evolución así lo constata.

Es cierto que España sigue siendo el primer país por extensión de viñedo ecológico, que está creciendo a marchas aceleradas y que no hay joven viticultor que no lo haga bajo estas condiciones de cultivo. Pero también es verdad que la valorización de nuestros productos vitivinícolas no acaba de llegar, que son pocos los jóvenes que se acercan al sector y que perder hectáreas no es precisamente sinónimo de bonanza y apuesta por el futuro.

Expectación ante la evolución del mercado exterior

Hasta hace apenas una semana, podíamos imaginar cualquier cosa al analizar la situación del mercado y sacar conclusiones sobre lo que estaba sucediendo, con los precios dispares, según a quien preguntásemos.

En un entorno en el que los que se dedican a estos menesteres de poner en contacto a quienes están interesados en comprar y vender vino calificaban de preocupante y vaticinaban un futuro a corto plazo nada optimista. La cosa no iba bien, pero siempre nos quedaba la esperanza de que se equivocaran, que solo se tratase de una impresión, pero que las cifras nos devolviesen a una situación mucho más alentadora.

Cuando hace días, salieron los datos correspondientes al Infovi del mes de marzo, la situación comenzaba a tornarse preocupante. Pues, lejos de seguir la senda alcista que llevaba recorriendo desde hacía meses el consumo aparente en el mercado español, el tercer mes del año se daba la vuelta y perdía, escasamente cien mil litros en tasa, con respecto al alcanzado el mes anterior. Escaso volumen y de relativa importancia, si tenemos en consideración que veníamos creciendo desde julio del año pasado de manera ininterrumpida y vertiginosa y que, en tasa interanual manteníamos un crecimiento del 16’0% con respecto el mismo mes del año pasado. Es verdad, marcado por no sé ya cuál ola de la pandemia.

Si, además, teníamos en cuenta que las existencias de vino y mosto habían descendido un 6’9%, hasta situarse en los 50’146 Mhl frente los 53’865 que teníamos el mismo mes del año anterior; la situación no parecía alarmante y el mayor descenso que presentaban los mostos 24’5% y los vinos blancos 12’1% en comparación con el 2’8% que lo hacían los vinos tintos, resultaba totalmente acorde a lo que venía sucediendo con las cotizaciones en esos momentos, disparadas para los mostos, más o menos fuertes para los vinos blancos y más débiles para los tintos.

Pero las cosas ya empezaban a ponerse feas. Se intuía un vuelco en la buena evolución del consumo y, por ende, del comercio, de vino en el mercado nacional y comenzaban a saltar las voces de alarma sobre los efectos que inflación, guerras, pandemia, escasez de materias primas… pudieran acabar teniendo sobre nuestro sector.

Migajas para lo que nos depararían los datos que a finales de la pasada semana el OEMV hacía públicos correspondientes al mes de marzo. Con una caída del 13’9% en el volumen del vino exportado, del 12’5% en de productos vitivinícolas, con solo dos productos: vinos tranquilos varietales a granel y espumosos, con el 2’8% y 9’4%, respectivamente, manteniendo crecimientos sobre las cifras del año anterior. Las cosas comenzaban a pintar mal para un sector que tiene su razón de ser, al menos comercialmente hablando, en el mercado exterior.

Como dato positivo podemos destacar que los precios medios han subido, que nuestras bodegas han sabido aprovechar esta oportunidad para valorizar su producción, Y, aunque sabemos, porque así nos ha sucedido en innumerables ocasiones, que detrás de esta mejora en los precios unitarios no podemos pensar que se encuentra una verdadera revalorización; al menos nos está sirviendo para hacer menos dolorosa la caída en el volumen.

¿Qué pasará los próximos meses, con una vendimia que llama a la puerta? Pues esa es la gran incógnita que, semana a semana, intentaremos ir resolviendo.

El consumo interno cae ligeramente en marzo

El consumo aparente, estimado por diferencia entre entradas y salidas de los datos facilitados mensual por el Infovi correspondientes al mes de marzo, arroja un saldo negativo de poco menos de diez mil hectolitros con respecto al de febrero, situándose en 10.536.082 hectolitros.

Cantidad que podría calificarse de normal y que no debiera levantar más alarmas que las de hacernos reflexionar sobre lo importante que resulta no bajar la guardia en un tema tan importante como es la recuperación del consumo en nuestro país y la necesidad que tenemos de seguir trabajando por conseguir niveles más propios de una nación que produce cuatro veces lo que consume.

El problema lo tenemos en que, a diferencia de otros momentos, en esta ocasión nos encontramos inmersos en una crisis de gran magnitud, en la que, cuando todavía colean algunos de los graves efectos que nos dejó la pandemia del Covid-19 a nivel macroeconómico, el escenario internacional se ha enrarecido con fuertes roturas de stock en algunos productos básicos, generando subidas de precios desorbitadas en muchos de los insumos que lleva una botella de vino (vidrio, papel, cartón, cápsulas, cierres; que no han podido ser trasladados al precio final del vino, ante la gran presión inflacionista sobre el consumidor provocada, especialmente por los suministros energéticos.

Si esta situación se hubiese visto reflejada en los precios de los vinos en origen, con incrementos más o menos acordes, nos hubiese preocupado la situación, pero podríamos haber esgrimido que era lo lógico. El problema es que no se está viendo reflejada. Al contrario, el mercado está cada vez más débil y la superación del periodo en el que las heladas son capaces de generar daños relevantes en una cosecha se ha superado. Al menos teóricamente, porque con esto del Cambio Climático uno ya no sabe muy bien cuándo va a hacer frío, calor, no vamos a tener agua o nos vamos a ahogar.

El caso es que, con todos los imponderables posibles, la futura cosecha apunta hacia un volumen “normal”.

¿Lo sucedido con el consumo aparente será la primera muestra de una debilitación de la microeconomía en los hogares? ¿un estallido de la situación? Confiemos en que no.

Mejorar la renta del viticultor, objetivo de los nuevos PASVE

Una de las consecuencias de la reforma de la PAC es, precisamente, la modificación del Programa de Apoyo al Sector Vitivinícola Español (PASVE), que pasará a denominarse Intervención Sectorial del Sector Vitivinícola Español (ISV) en 2024 y que verá reducida su ficha financiera a 202,15 millones de euros anuales.

Pues bien, el pasado día 4, el Ministerio de Agricultura elevó a consulta pública el proyecto de Real Decreto, cuyos objetivos serán la mejora de la sostenibilidad económica y la competitividad de los productores de vino; contribuir a la adaptación al cambio climático y a su mitigación, a la mejora de la sostenibilidad de los sistemas de producción y a la reducción de la huella ambiental del sector, en particular mediante ayudas a los productores de vino que reduzcan el uso de insumos y apliquen métodos y prácticas de cultivo más sostenibles para el medio ambiente.

La ISV perseguirá, además, la mejora del rendimiento de las empresas vitivinícolas y su adaptación a las demandas del mercado, así como aumentar su competitividad a largo plazo en lo que respecta a la producción y comercialización de productos vitivinícolas, incluidos el ahorro de energía, la eficiencia energética global y los procesos sostenibles.

También pretende contribuir a restablecer el equilibrio de la oferta y la demanda en el mercado vitivinícola de la UE para prevenir la crisis de mercado; mantener el uso de los subproductos de la vinificación con fines industriales y energéticos que garanticen la calidad del vino, al mismo tiempo que protegen el medio ambiente, así como mejorar la competitividad de los productos vitivinícolas en terceros países, lo que incluye la apertura y diversificación de los mercados vitivinícolas.

Los tipos de intervención elegidos seguirán siendo la reestructuración y reconversión del viñedo, las inversiones en instalaciones y estructuras comerciales, cosecha en verde (de manera excepcional), destilación de subproductos y la promoción en terceros países. Medida, esta última sobre la que se pondrá especial atención, ante la evidencia de la necesidad de mejorar el valor añadido de nuestra producción, con lo que hacer posible aumentar la rentabilidad de los viticultores.

¿Antesala de un aumento de accisas?

Bajo el argumento de que las estructuras fiscales, en general, se han ido adaptando en los últimos tiempos, frente los tipos mínimos del impuesto especial, que no lo han hecho desde 1992 (Directiva 92/84/CEE), en la que se establecieron los tipos mínimos a aplicarse a cada categoría de bebidas alcohólicas; la Comisión Europea acaba de abrir una consulta pública, que está prevista que concluya el 4 de julio, sobre la posible revisión (entenderán que al alza) de los derechos de accisa mínimos aplicables a los productos con contenido alcohólico.

Convendría recordar, aunque sea conocido todos, que, a diferencia de Francia que aplica un gravamen de 0’03 €/botella 75 cl, en el resto de países productores, entre los que se encuentra el nuestro, esa tasa es de 0 €. Lo que nos lleva a incidir sobre la gran diferencia que existe entre fijar una nueva tasa y aumentar una ya existente.

El reciente informe sobre el efecto nocivo que tiene el consumo de alcohol, de cualquier tipo de alcohol, en el organismo humano frente a posibles enfermedades cancerígenas, frenado en el Parlamento Europeo. El hecho de que no se haya aplicado sobre ellas efectos inflacionistas, tan de actualidad en estos momentos, con niveles que tienen a las autoridades financieras alerta.

La posible evolución de los mercados, con una estimación de la Comisión sobre el consumo de vino en la Unión Europea de recuperación en la actual campaña 2021/22, estimándose un aumento interanual del 5%, hasta los 22,7 litros “per cápita” (casi de vuelta al nivel medio de los últimos 5 años). Así como un retorno a la normalidad prepandémica de la producción vinificada para “otros usos” (incluida la destilación de alcohol y la fabricación de vinagre y aguardiente).

Así como una estimación de crecimiento de las exportaciones de la UE en la actual campaña 2021/22 hasta alcanzar un nivel históricamente alto de 34 millones de hectolitros, con un 6% de alza interanual y del 10% en comparación con la media de 5 años. Son factores que permiten pensar que, bajo el análisis de si los actuales tipos armonizados del impuesto especial sobre el alcohol y bebidas alcohólicas han contribuido al correcto funcionamiento del mercado único, se inicie una discusión con los Estados Miembros sobre el tema en el segundo trimestre de 2023, de consecuencias imprevisibles.

Unas previsiones que desvirtuaron el mercado

Sin entrar en profundidad en el asunto, ante la incapacidad de argumentos con los que hacerlo, resulta destacable lo sucedido con la estimación de cosecha europea de este año. Aunque es verdad que se trata de un tema recurrente, lo sucedido este año requeriría de algo más que una simple modificación de las cifras publicadas por Bruselas.

Pasar de una cosecha inicialmente prevista de 147’69 millones de hectolitros, 143’665 de vino y 4’028 de mosto en la UE-27; a los 155 en los que ya estamos ahora mismo, según las perspectivas de producciones agrarias publicadas por la Comisión Europea el pasado 5 de abril, resulta sorprendente e inadmisible.

Crecer cinco millones de hectolitros, (+11’10% respecto a su previsión inicial de vendimia) y llegar a los 49.493.025 hectolitros (similar a la del 2020 en Italia) hace que la cosecha en el país transalpino haya cambiado del rojo al verde con respecto al año anterior. Pero, lo que es todavía más importante, que, a nivel europeo, prácticamente se iguale la producción de un año con otro.

Si atendemos a cómo se desglosa la cosecha, según las declaraciones de producción presentadas ante la AGEA (equivalente al FEGA español), llama poderosamente la atención el fuerte incremento experimentado en los mostos que alcanzan, prácticamente los ocho millones de hectolitros (7.921.301), superando con mucho los 4’053 Mhl alcanzados este año por el que tradicionalmente siempre ha sido el primer productor de mostos, y que no es otro que el que nos alberga.

Aunque, en esta ocasión, nos quede el triste consuelo de no haber sido nosotros los causantes de tan disparatado desbarajuste en las cifras, con desviaciones de semejante calibre, resulta muy complicado poder realizar cualquier programación y establecer una estrategia comercial adecuada.

¿Significa entonces que esta anomalía es la que está provocando una evolución comercial de nuestras cotizaciones tan “extraña”, anclando las cotizaciones y con oscilaciones prácticamente inapreciables, especialmente en la categoría de tintos?

Pues que cada uno extraiga la conclusión que mejor considere. Pero, atendiendo al sabio control que tradicionalmente hacen los operadores italianos de nuestro mercado al inicio de la campaña, con movimientos tácticos en sus operaciones hasta conseguir situar los precios en los niveles que consideran adecuados a sus intereses; no sería descabellado pensar que algo así pudiera haber pasado.

¿Aceptable? De ningún modo, pero real como la vida misma. Y, aunque nos consta que tanto la Dirección General de Agricultura de la CE, como la OIV, se muestran preocupados por lo sucedido, no acabando de explicarse cómo es posible semejante baile de cifras en una estimación de cosecha; poco o nada se puede hacer más que analizar concienzudamente las declaraciones presentadas.

En cuanto al mercado, ya poco tienen que decir estas circunstancias. Llegados a las fechas en las que nos encontramos, son las previsiones y los posibles efectos de heladas inhabituales y eventuales episodios de granizo, los que marcarán la evolución del mercado y sus cotizaciones.

Precios estancados para unas disponibilidades a la baja

No hay duda, o al menos para mí, que, de todos los datos recién publicados por el Infovi, correspondientes al mes de febrero, el más destacable es el del consumo interanual aparente. El único que no aparece en el informe oficial del Ministerio y que se calcula por diferencia entre salidas y entradas nacionales interanuales. La cifra que, de forma más aproximada de todos los datos publicados al respecto, nos aproxima a conocer cuál es el consumo de vino en nuestro país; estimar el consumo per cápita y cuantificar el resultado de los grandes esfuerzos que se están haciendo por situar el consumo de vino en nuestro país en niveles similares a los que disfrutan el resto de países productores.

Comparar variaciones entre los datos de este año con el (históricamente desastroso) 2021, por las razones por todos conocidas, carece de relevancia. Pues si el efecto estadístico, que tan negativamente jugó en nuestra contra entonces, ahora nos resulta altamente beneficioso, resulta peligrosamente engañoso. Algo más orientativa podría ser la tendencia, claramente positiva, que, desde entonces, muestra este dato. Solamente truncada su línea ascendente en el mes de julio y que lleva remontado, prácticamente un veinticinco por ciento (dos millones de hectolitros) desde el mínimo, alcanzado en febrero de 2021.

¿Es una cifra aceptable para uno de los principales productores del mundo y el primero en extensión de viñedo? Tajantemente, no. Pero es un hecho esperanzador que la pérdida constante a la que estábamos sometidos se haya conseguido doblegar.

Aunque no esté siendo suficiente para que, junto con unas exportaciones que van marcando cifras de récord, el mercado reaccione y los precios suban. Recuperar precios en un escenario inflacionista como el que estamos viviendo pudiera parecer incoherente. Pero vender los vinos por debajo de los costes de producción y condenar a los viticultores al abandono de las tierras, despoblación de los pueblos y desertificación de los suelos es mucho más grave.

Las existencias son un 9’6% menores. Por colores, los blancos justifican su mayor fortaleza en los mercados con unas disponibilidades un 16% inferiores, mientras que los tintos deben conformarse con el 4’3%. Y los efectos del último temporal de frío y nieve que nos ha dejado tiritando en toda España, apenas parece que tendrán consecuencias sobre la próxima cosecha.

Por un cambio en la focalización de los esfuerzos

Vender más caro podríamos decir que es el OBJETIVO, con mayúsculas, de un sector que se sitúa en el furgón de cola de los países productores. Cómo conseguirlo es una pregunta a la que, hasta el momento, no se le ha encontrado respuesta. O sí, pero con escaso éxito.

Estamos cansados de escuchar que nos encontramos frente un sector maduro, altamente competitivo y con grandes dificultades para conseguir valorizar nuestros productos. Incluso se nos ha repetido, en innumerables ocasiones, que para eso hay que viajar más, invertir en equipos comerciales formados, con idiomas y confiados en la calidad de nuestros productos.

Hasta, en un momento determinado, cuando se planteaba una reforma de la política vitivinícola europea (OCM) del sector, ante la necesidad de conseguir un equilibrio entre la oferta y la demanda que no hiciera necesarias más medidas de intervención a modo de destilación (como lo eran en algunos países como el nuestro); se consiguió, frente las diferentes necesidades del resto de socios comunitarios, nacionalizar los fondos y permitir que cada Estado los destinara a aquellas medidas que mejor encajaran en esa tarea de producir un producto más ajustado a las necesidades del mercado, con un mayor valor añadido.

Sin volver sobre manidas discusiones en torno a cuál era el destino de ese alcohol obtenido en aquellas destilaciones y la necesidad que nuestro sector tenía de ese producto. O la escasa información con la que se realizaron los planes de reconversión y reestructuración de nuestro viñedo, media estrella en la que se ha invertido más de la mitad del total de fondos y cuyos resultados bien podríamos concluir que se han limitado al arranque de una parte importante de nuestro patrimonio vitícola; agravar los bajos precios pagados en origen por las uvas, compensados por aumentos desproporcionados de rendimientos en un país donde el agua puede que sea el bien más preciado; y un desequilibrio entre variedades blancas y tintas, bajo el argumento de que las tintas siempre tendrían mejor precio que las blancas.

Se olvidaron, o no, simplemente había que establecer un régimen de prioridades; que lo que se produce es para venderlo. Y que, para eso, no solo era necesario adaptar las variedades o mejorar las instalaciones, sino, especialmente, encontrar a quién vender.

Hemos hecho un gran trabajo en la restructuración del viñedo, en la mejora de las instalaciones de vinificación de nuestras bodegas. Y hasta hemos conseguido situarnos líderes en exportación, cuando hablamos de volumen, convirtiéndonos en la bodega de la que abastecer de producto al resto socios comunitarios.

Pero… seguimos vendiendo con poco valor añadido y haciendo muy difícil el mantenimiento de la población, ante el escaso beneficio que deja la actividad vitícola. Se ha demostrado que el tamaño no siempre es suficiente y que, si bien en determinados modelos de negocio es un factor primordial, los hay en los que no es necesario y, menos, imprescindible.

Ahora, el Ministerio apuesta por un cambio en la orientación de su política vitivinícola y ha decidido apostar por las medidas de promoción en terceros países y darle mayor relevancia al factor de sostenibilidad en los planes de reconversión.

Buenas cifras para un sector que afronta la situación con fortaleza

Posiblemente si usted es una de esas bodegas que tantos problemas está teniendo para poder sacar las botellas que tanto le han costado vender; o de las que están recibiendo la llamada de sus proveedores (prácticamente de cualquier insumo) para decirle que los precios que le habían dado en su momento ahora no se los pueden respetar y que cuando necesite algo, llame primero para saber cuándo se lo pueden servir y a qué precio; que yo les diga que tenemos buenas noticias y que la recuperación está yendo bastante bien, podría sonarle a sorna. Y, créame que no hay nada más lejos de mi intención.

Es verdad que, entre crisis, pandemias, huelgas, inflación y guerras, el mundo está revuelto. ¡Qué digo revuelto! Está patas arriba y sus efectos sobre la economía están siendo muy graves e impredecibles. Tampoco es menos cierto que esto, más que probablemente, traerá consecuencias que van mucho más allá de ajustes de precios o caídas de consumo. Pero mientras esto llega (y sin olvidarnos de que debiéramos intentar adelantarnos a los problemas y definir el escenario en el que nos gustaría poder seguir trabajando), mi consejo sería que siguieran disfrutando de estos momentos que tanto les ha costado alcanzar.

Los datos del sector están recuperándose y las perspectivas, hasta ahora, siguen siendo muy buenas. Tan positivas como el estar en cifras récord de exportación o en nivel prepandémicos de consumo permitan calificarlas.

Superar los diez millones y medio de hectolitros como consumo aparente en enero, supuso un incremento del 16’6% sobre el mismo mes del año anterior, Excelente noticia, pero no tanto como que fueran los vinos envasados, los de mayor valor, los que crecieran un 17’2% o que el consumo se situara por encima de los 22 litros por persona y año.

Las existencias disminuyeron un 9’1% hasta los 56’585 Mhl frente los 62’275 del mismo mes del año anterior.

Y las exportaciones, ese gran balón de oxígeno de nuestro sector, allí donde vendemos cerca de tres veces lo que consumimos; superan los treinta y un millones de hectolitros (31’016 Mhl) y los tres mil trescientos millones de euros (3.323’8 M€) en salidas de productos vitivinícolas, un 17’4% y un 13’7%, respectivamente, de crecimiento con respecto el mismo mes del 2021 en Tasa Interanual (TAM). Crecimiento ligeramente inferior al 15’1% y 12’3% que respectivamente han aumentado nuestras exportaciones de vino hasta alcanzar los 23’065 Mhl y 2.906’6 millones de euros.

No dejemos que problemas que se escapan a nuestras posibilidades nos resten la satisfacción que nos pudieran proporcionar estas cifras en las que tanto y tanto trabajo hay.