Incertidumbre ajena al sector

De preocupante podría calificarse la paralización que vive el sector, pues, si bien en otras ocasiones hemos asistido a momentos en los que una de las partes parecía no querer saber nada de los vinos o mostos y limitaba sus contactos al estricto mantenimiento y reposición mínima de existencias; en la actualidad, es que no hay nadie que dé señales del más mínimo interés por acercarse al mercado y tantear la situación. Aunque tan solo fuera por saber si existe alguna posibilidad de cerrar alguna transacción en condiciones muy ventajosas.

Sin duda, una parte del problema reside en el sector y los datos de existencias, así como las estimaciones de cosecha, que también tendrán su parte de responsabilidad. Pero, con certeza, debe haber algo más, algo que nada tiene que ver con el sector, algo mucho más elevado que esté relacionado con la situación política, económica, social y bélica en la que estamos inmersos.

Y es que, si la experiencia nos ha demostrado que todo es susceptible de empeorar y que mejor no demos por superado algo que puede complicarse hasta el infinito y más allá. La situación no deja de sorprender. Unas existencias contenidas, una producción en el margen inferior de la horquilla y un contexto que podríamos extender al resto de los principales países productores; no se corresponden con la parálisis y ausencia de interés de las que estamos siendo testigo.

Coyuntura que empieza a tener su reflejo en los datos sectoriales publicados y referidos tanto al consumo interno como exterior. Pues si bien, al partir de un año en el que la pandemia todavía formaba parte de nuestras vidas y sus efectos en el consumo eran todavía muy palmarios, los datos interanuales pudieran llegar a parecer hasta alentadores. Lo cierto es que, viendo cuál es el escenario de los últimos meses, nos llevan a una realidad bien distinta. ¿Consolidada?, pues no lo sé, pero sí, al menos, preocupante.

Todos sabemos, al margen de debates políticos (que encierran mucho más de interés electoral que de verdaderas medidas de calado en las reformas propuestas), que nos encontramos inmersos en una circunstancia excepcional y que, como tal, es necesario “enfriar” la economía para bajar la inflación. Pero tenemos que hacerlo con sumo cuidado, no vaya a ser que nos pasemos de frenada y entremos en recesión. Pero, al mismo tiempo, necesitamos aumentar la renta disponible de unas familias y empresas que están viendo crecer los costes de manera descontrolada e inasumible, al no poder ser traslados al precio final de los productos en toda su cuantía. Que esto está restando capacidad de ahorro, una posibilidad que para una inmensa mayoría está totalmente esquilmada. Bajo un escenario de tipos de interés crecientes y fuertes restricciones al crédito que dificultan mucho la financiación y anuncian aumentos peligrosos de morosidad.

No podemos, por tanto, sorprendernos (sí preocuparnos) en un escenario como el actual de que el interés de los operadores se encuentre muy contenido y que todos quieran trasladar al otro los posibles costes que suponga la inmovilización de un producto del que existe la total seguridad de poder abastecerse cuando escampe la situación y el horizonte anuncie una recuperación del consumo.

Engañosas cifras para un presente preocupante

Sin entrar en muchas disquisiciones sobre las verdaderas razones que explicarían la situación de parálisis que está viviendo el sector vitivinícola. O en análisis de lo que pudiera suceder en las próximas semanas, meses, con los mercados. Incluso sin entrar a valorar si lo que hay detrás de todo esto son más razones macroeconómicas, provocadas por acontecimientos (de gran relevancia) que nada tienen que ver con el vino y mucho con las bombas. Lo únicamente cierto es que nos enfrentamos a un inicio de campaña nunca antes (hablo por mí) conocido.

El caso es que las estimaciones de cosecha de todos los países productores se encuentran contenidas en niveles que podríamos calificar, sin ningún tipo de ambages, de bajos respecto a lo que han venido produciendo en los últimos cinco años.

Los precios de las uvas, a pesar del gran incremento de los costes de producción y los numerosos estudios publicados sobre cuáles son los valores medios por zonas y sistemas de cultivo, se sitúan en niveles muy por debajo de los que al inicio de la campaña reclamaban las organizaciones agrarias. Sin que ello haya provocado más revueltas que las estrictamente limitadas a la denuncia pública en los medios de comunicación y el recordatorio de que la Ley obliga a las bodegas a pagar “siempre” por encima de esos costes de producción. Lo que la firma del contrato entre viticultor y bodeguero reconoce.

Las cotizaciones de mostos y vinos permanecen en un limbo de incertidumbre sin que apenas se muevan y ajusten a la realidad de una nueva campaña.

Las grandes cadenas de distribución son acusadas de subir precios y señaladas como las grandes responsables del encarecimiento de una cesta de la compra que se ha disparado por encima del quince por ciento, según datos estadísticos, pero que resulta fácilmente constatable por todos que ha estado muy por encima comparando lo que gastábamos hace un año y lo que supone ahora para nuestros bolsillos.

Pero, en cambio, las bodegas se encuentran con la realidad de tener que soportar constantes subidas en los costes de todos sus insumos y con un margen muy reducido en su capacidad de repercutirlas sobre el precio final de la botella.

Y, como si todo esto no fuera bastante sorprendente, porque aquí parece que todos perdemos; el consumo aparente en nuestro país presenta un engañoso crecimiento del 11’9%, según datos del Infovi de julio, consecuencia de la comparación con momentos de pandemia, cuando la realidad es que, desde febrero, su línea de tendencia es negativa.

Algo parecido a lo que sucede, refiriéndonos al mismo mes, con las exportaciones, cuyo precio medio del vino en tasa interanual (TAM) sube un 9’5% hasta situarse en los 1’37 €/litro, con especial relevancia en los graneles que lo hacen un 13’4% (0’43 €/litro). Pero lo hace gracias a aumentar el valor un 5’0%, 9’6% para el caso de los graneles. Pero perdiendo el 3’3% del volumen de vinos sin envasar y el 4’1% del total de vinos.

Son necesarias medidas para afrontar una difícil situación

Una producción similar a la del año pasado en la UE-27, que supondría estar por debajo de lo que sería la cosecha media de los últimos cinco años. Una previsión para España, aun considerando las lluvias de los últimos días, que difícilmente alcanzará los treinta y ocho millones de hectolitros (esa es nuestra estimación actual, que no parece estar muy alejada de lo que piensan otras organizaciones). Unas existencias a inicio de campaña de 37.782.470 hl, (-3’29% sobre las de la campaña anterior) de los que 36.349.367 hl lo eran de vino (-2’69%) y de 1.433.103 de mosto (-16’47%). Son datos que no parece que justifiquen la fuerte paralización que presenta el mercado o la escasa revalorización que están teniendo las uvas, mostos y vinos.

Cuestiones macroeconómicas, mucho más relacionadas con tasas de inflación, tensiones bélicas, subidas de tipos de interés, devaluación del euro, endurecimiento del crédito… o las derivadas sociales de estas que podrían suceder en el otoño escapan al propio sector vitivinícola y hacen muy complicado cualquier análisis que vaya más allá de la pura especulación.

Lo cierto es que las cotizaciones no reaccionan, los italianos, esos operadores que tradicionalmente llegaban a nuestro país en estas fechas para marcar el ritmo de nuestros precios con la firma de operaciones con fecha de retirada y pago a seis meses o más; no han venido, generando un cierto desánimo en todos los eslabones de una cadena que está viendo cómo su reducidísima rentabilidad va cayendo y llega a hacer imposible alcanzar los propios costes de producción.

Y, como si todo esto no fuera lo suficientemente grave, a algunos de nuestros ministros no se les ocurre mejor idea para hacer frente al encarecimiento de la cesta de la compra que obligar a las grandes distribuidoras a topar los precios de algunos alimentos. ¡Como si ese límite en el precio no fueran a trasladarlo hacia la cadena de valor, pero en el sentido contrario del que debería construirse!

Son momentos difíciles, de grandes incertidumbres que están muy por encima de cualquier decisión o iniciativa que pueda adoptar el sector vitivinícola y tendrán, con total seguridad, consecuencias sobre el consumo de vino y el mercado.

Derivaciones que requerirán de medidas que van mucho más allá de protestas por la actitud mantenida por unos de los operadores frente a otros: los viticultores sobre los bodegueros, estos sobre la distribución, para acabar llegando al consumidor.

Son necesarias medidas europeas, o cuanto menos nacionales. Provenientes de los Presupuestos Generales del Estado o de los Planes de Apoyo al Sector Vitivinícola. Pero los viticultores no pueden seguir soportando ver cómo crece el precio de los fertilizantes o fitosanitarios. Las bodegas, los de los insumos, materias secas o costes logísticos; o los distribuidores los de un producto ante el que sus clientes han visto reducida drásticamente su capacidad de compra.

En este sentido, asociaciones vitivinícolas de los tres principales países productores de la UE: Francia, Italia y España, celebraron una reunión del denominado Grupo de Contacto, del que demandan a sus respectivos Gobiernos y a la Comisión Europea la adopción de medidas para afrontar una difícil situación de este sector, en el que “la geopolítica, la inflación y una nueva ola de prohibicionismo ponen en peligro la sostenibilidad social, económica y medioambiental” del mismo.

Muchos frentes para un bien de lujo

Sorpresa, lo que se dice sorpresa, no ha sido el conocer las existencias con las que ha finalizado la campaña 2021/22. Que entre el vino que hay en las bodegas, almacenistas y productores de más de mil hectolitros, haya en España a 31 de julio, fecha en la que finaliza la campaña, treinta y siete millones setecientos ochenta y dos mil cuatrocientos setenta (37.782.470) hectolitros de vinos y mostos no puede asombrar a nadie.

Especialmente cuando venimos de una cosecha corta, porque treinta y cinco millones cuatrocientos setenta y un mil cuatrocientos sesenta y siete (35.471.467) hectolitros de vino y cuatro millones cincuenta y tres mil cincuenta de mosto, son pocos para un país con cerca de un millón de hectáreas de viñedo.

Aun así, hay que reconocer que se nos han atragantado un poco. O eso al menos es lo que parece si vemos la evolución que han tenido, a lo largo de la campaña, las cotizaciones de los vinos. Que empezaron cotizando la primera semana de agosto de 2021 a 25’89 euros/hectolitro los blancos y 36’02 los tintos; y han acabado, en la última semana de julio, a 37’80 y 42’00, respectivamente. Una revalorización que, considerando cosechas, exportaciones, salida de situaciones restrictivas de consumo con motivo de la pandemia… pero, especialmente, teniendo en cuenta la evolución de los precios y el incremento en los costes de producción, insumos, costes logísticos y energéticos; teniendo en cuenta las previsiones de cosecha que se manejan para esta campaña en España, pero no solo, también el resto del mundo, especialmente en los países europeos, no parecen que haya sido suficiente.

Y, así al menos, parecen estar reflejándolo las cotizaciones a las que están firmándose los contratos de compraventa de uva en las diferentes regiones españolas. Todas con incrementos que no alcanzan a cubrir lo que han subido los costes de producción y tan solo con la excepción de una variedad y zona concreta, como es el Albariño y la Denominación de Origen Rías Baixas, donde el incremento en el precio del kilo de uva ha sido espectacular, llegando a alcanzar los tres euros, evidenciando el buen momento que vive esta denominación, su bodegas y viticultores.

Con una estimación de cosecha nacional en torno ya a los treinta y ocho millones de hectolitros, cifra sobre la que prácticamente todas las previsiones pivotan (dos millones arriba o abajo). Nos enfrentaríamos a unas disponibilidades de setenta y seis millones de hectolitros, dos menos que el año pasado y, aún con todo y con ello, los precios no acaban de reaccionar con alegría.

Y es que hay mucho miedo a lo que pueda pasar con el consumo. Las repercusiones que tenga la disparada inflación, la inestabilidad que se genere en el empleo, las posibles restricciones, el corte del crédito… Son muchos los frentes abiertos para un producto de lujo, como es el vino.

Las vendimias en España

La lluvia y el sol son dos de los parámetros que más preocupan a los viticultores. Sin ellos, aun en condiciones de regadío, no es viable ningún cultivo, tampoco el de la viña. Debería sorprendernos, entonces, poco el gran revuelo que está generando el anuncio de precipitaciones estos días. No solo porque son necesarias para la viña sino porque, además, no son infrecuentes en estas semanas del año.

La diferencia con respecto a años anteriores es que padecemos una sequía tan brutal que el agua caída del cielo es una bendición y se confía en que, en muchos lugares, donde las restricciones al consumo son una realidad, las tormentas sirvan para ponerles fin. El nivel de nuestros embalses está en el 35’04% de su capacidad y el valor medio nacional de las precipitaciones acumuladas en el año hidrológico (1 octubre 2021 a 6 de septiembre de 2022) es de 445 mm, lo que representa alrededor de un 26% menos que el valor normal (603 mm).

Sus efectos sobre la actual vendimia son una incógnita. Pues si para aquellos viñedos que todavía tengan tiempo de absorberla será una fortuna y debiera mejorar de manera importante la cantidad, sin perjudicar la calidad; para aquellos otros que deban ver interrumpida las labores de recogida, podría suponer un nuevo problema al que añadir el bajo peso de los racimos y el menor rendimiento en mosto.

Y es que, en no pocos lugares, esas mismas previsiones vienen acompañadas de avisos de episodios tormentosos con presencia de granizo. Lo que sabemos que, siguiendo el dicho popular: “el granizo hace pobre al que le cae y rico al vecino”, no viene a afectar al conjunto de la cosecha de ninguna comarca, ni denominación, pero cuya extensión y virulencia con la que han caído algunos, generan una honda inquietud.

Prácticamente no hay rincón de España en el que las vendimias de 2022 no hayan comenzado, unas con mayor ritmo, otras todavía con un cierto ralentí. El caso es que los lagares están recibiendo las uvas de una nueva cosecha que se presenta muy por debajo de la del pasado año, con unos niveles que se alejan mucho de la “normalidad” que impondría una superficie de viñedo de cerca de un millón de hectáreas. Y es que cuarenta, o treinta y ocho millones de hectolitros, horquilla en la que se mueven todas las estimaciones, publicadas o no, son muy pocos millones para afrontar una campaña que se inicia con unas existencias de 36’349 millones de hectolitros de vino (-2’7%) sobre las ya escasas del año anterior, que bajan hasta los 27’926 hectolitros (-5’0%) si descartamos los envasados y nos centramos exclusivamente en los graneles, con una marcada diferencia entre blancos (un -11’0% inferiores) y tintos (tan solo un -2’0% más bajas las existencias que las de la campaña anterior).

Mejorar los precios exige un cambio de modelo

Mucho más allá de lo que puede representar para el sector que el consumo de vino en los hogares españoles sea uno u otro, hay que reconocer que en él se asienta una buena parte del futuro de nuestra industria.

Es posible elaborar un producto, en este caso estamos hablando de vino, pero podríamos hacerlo de cualquier otro, con la intención de venderlo todo, o la mayoría, fuera de nuestras fronteras. Especialmente si se encuentra dentro de los denominados “no básicos”. Pero eso tiene muchos inconvenientes, quizá el primero de todos es lo que supone de internacionalización de nuestras bodegas, aspecto para el que el tamaño sí importa y que no es el más adecuado.

Que cerca del noventa por ciento de nuestras bodegas tengan alguna operación de exportación a lo largo del año, no significa que estén capacitadas para ello y mucho menos que lo hagan en las condiciones requeridas de valor añadido, creación de marca y sostenibilidad en el tiempo. Y, es que, como ya hemos comentado en alguna ocasión, no es lo mismo vender que te compren.

Ahora mismo, y por muchos años, aspirar a que, al menos la mitad de lo que producimos se consuma en España es una utopía que ninguna campaña va a tornar en posible. Pero no por ello hay que renunciar a conseguirlo y definir claramente los objetivos a medio y largo plazo que nos conduzcan en esa dirección.

Pasar de diez millones de hectolitros a veinte, representa duplicar el volumen consumido y aspirar a hacerlo manteniendo un consumo esporádico y festivo se antoja muy complicado. Actualmente consumimos medio litro a la semana por persona, lo que viene a ser cuatro copas que, distribuidas en el fin de semana, momento en el que se concentra el consumo, vienen a ser dos copas por cada sábado y domingo. Pasar a consumir una copa al día, aunque fuera cuando acaba la jornada de trabajo y mientras estamos esmerados en la cena o durante ella no parece tan complicado y nos llevaría a situarnos por encima de ese objetivo de los veinte millones de hectolitros.

Pero ello supondría devolver al vino a la cotidianidad de nuestras vidas, supondría que la presencia de una botella en los hogares donde hay niños no fuera considerado como una incitación al consumo de alcohol. Y eso no parece que esté en la mente de ningún político.

Unos porque se declaran abiertamente contrarios al vino y enarbolan la bandera de la lucha por reducir su consumo, aspirando, incluso, a su prohibición o la utilización de mensajes que alerten de los efectos perjudiciales que tiene un consumo moderado, aunque este no exista.

Otros porque en su defensa se quedan agazapados ante la posibilidad de ser acusados de incitar al alcoholismo, sin tener la valentía de defender un consumo moderado, racional, inteligente y con conocimiento, como pregona el propio sector.

Y, bajo este panorama, nos sorprendemos, los políticos los primeros, de que seamos, de entre los principales países elaboradores, el que menos consumo per cápita tiene, que seamos los que más barato vendemos el vino o que la uva se pague a precios ruinosos que ponen en serias dificultades el relevo generacional que tanto necesita el sector para su perduración y profesionalización.

Las vendimias en España

Poco a poco van generalizándose las vendimias y confirmándose las previsiones de una de las cosechas más cortas de los últimos años. Prácticamente todos los productores: España, Portugal e Italia se enfrentan a una cosecha en torno al diez por ciento inferior a la de la campaña pasada, y solo Francia, fuertemente afectada por las heladas en el anterior ejercicio, superaría la cosecha de 2021, en torno a un quince por ciento.
La ausencia de lluvias generalizadas y la sucesión de episodios de fuertes trombas de granizo no modifican mucho la situación de un viñedo que presenta un alto grado de estrés hídrico generado por la profunda sequía y las continuas olas de calor que hemos vivido durante el último trimestre.
Tampoco es que, al menos en las predicciones meteorológicas, la situación vaya a cambiar mucho en esta próxima semana. Pues salvo algunas lluvias de cierta consideración en las Rías Baixas, todo el resto de la geografía española está previsto que siga al margen de la tan necesitada lluvia.
Situación que, ante la posibilidad de que el fruto siga deshidratándose, ha llevado a muchos viticultores a no demorar más el inicio de la vendimia, anteponiendo el buen estado sanitario a la remotísima posibilidad de un mayor peso de la baya.
Circunstancia que redundará en una menor producción, puesto que, a la pérdida de kilos a la que deberán enfrentarse los viticultores, se suma la disminución en el rendimiento que tendrán que asumir los bodegueros.
Añadido a unos precios en las uvas que, otra vez con la excepción hecha de Rías Baixas (siempre hablando en términos generales), no alcanzan a cubrir los costes de producción, según denuncian las organizaciones agrarias. Que alientan a sus viticultores a denunciar ante la Agencia de Información y Control Alimentario (AICA) la presión a la que están siendo sometidos para firmar unos acuerdos en los que se señala que el precio acordado en los contratos está por encima de sus costes de producción, tal y como obliga la ley de la Cadena Alimentaria.
Cabe recordar es obligatoria la existencia de esos contratos que reflejen el precio al que es adquirida la uva y el plazo de pago, entre otros aspectos. Recomendación de la utilización de los contratos homologados que también ha hecho extensiva la Interprofesional del Vino, que también ha puesto a disposición de los viticultores la aplicación GESVID, mediante la cual es posible la gestión de los costes de cultivo del viñedo. Mucho más ajustados que aquellos publicados por Universidades e instituciones, que están siendo los utilizados para formular estas denuncias y que son cuestionados por las bodegas.
Unos costes de producción que, efectivamente, se han visto beneficiados ante la menor necesidad en el número de tratamientos para combatir las enfermedades fúngicas, pero que se han visto fuertemente perjudicados por la subida de la energía, combustibles, fertilizantes y los propios fitosanitarios. Estimándose que pudieran haber aumentado hasta un treinta por ciento con respecto al año anterior.
Por no hablar de los requisitos de la vendimia que, en muchos casos, obligará a realizar dos y tres pases ante la irregularidad en la maduración que presentan los viñedos.

Precios contenidos en las uvas

A pesar de que apenas ninguno de los grandes acontecimientos que nos esperan en esta nueva campaña tiene nada ver con el sector vitivinícola, su relevancia es tal que sus consecuencias deberán ser de una importancia sublime en la industria del vino.

Pensar que la situación económica que estamos viviendo, con tasas de inflación en máximos históricos, depreciación del euro frente al dólar, aumento vertical de los referentes de préstamos, especialmente el Euribor… no nos va afectar sería una ilusión que no nos deberíamos permitir. La restricción del crédito acabará perjudicando a nuestras empresas, bodegueros y viticultores, que lo tendrán mucho más complicado para acceder a la financiación necesaria para desarrollar su día a día, pero también para llevar a cabo sus proyectos de inversión. La disminución de la renta disponible restará capacidad de gasto a los consumidores y los productos que más se verán afectados serán aquellos que no son ya básicos, entre los que se encuentra el Vino.

Pensar que ello vaya a modificar sustancialmente el volumen de consumo aparente de nuestro país, actualmente situado en 10’461 millones de hectolitros, todavía lejos de los 11’088 que alcanzábamos en el mes de febrero de 2020, justo antes de la declaración de la pandemia de marzo y que ponía freno a un crecimiento sostenido iniciado en diciembre del 2018 con los primeros resultados de las campañas puestas en marcha por la Interprofesional del Vino con el objetivo de recuperar el consumo en España, sería un escenario demasiado catastrófico que no me planteo.

El problema lo tenemos cuando proyectamos cuáles pueden ser los efectos que tenga sobre nuestras exportaciones la crisis en la que estamos envueltos a nivel mundial, o mucho más claramente, europeo. Nuestro Top 5 lo integran: Francia, Alemania, Italia, Portugal y Reino Unido, entre todos ellos acaparan, prácticamente, dos tercios de nuestras exportaciones (61%) con cifras a junio’22. Y todos ellos han disminuido el volumen de sus importaciones, Alemania, Italia y Portugal a razón de dos dígitos, como también lo ha hecho Estados Unidos que ocupa el sexto puesto.

Las cosechas van ser cortas, las existencias sostenidas con un volumen de 39’309 Mhl frente los 41’745 del año anterior (-5’8%). Y, en cambio, en las cotizaciones que se van conociendo de los precios a los que están cerrándose los contratos por las uvas parece estar pensado más toda la situación global, que la estrictamente relacionada con el sector vitivinícola.

¿Será así en las próximas semanas y acabarán viéndose afectadas las exportaciones?

Lo difícil de la normalidad

Entre playas y chiringuitos pasan los días y el tórrido verano va dando lugar a unas vendimias que han tenido que tomar el protagonismo quince días antes de lo que hubiese sido esperable.

No sabemos muy bien (o sí, pero no seré yo quien ose afirmarlo con rotundidad) si como consecuencia del cambio climático, o por vicisitudes de la campaña. El caso es que el adelanto, entre 10 y 15 días de las primeras labores de corte de uva, se ha convertido en la tónica habitual de todas nuestras comarcas. Llegándose incluso a superar el mes en algunas de ellas.

Un buen comportamiento de la climatología, con lluvias suficientes en la primera mitad de la primavera, para dar paso a una segunda parte y a una estación estival en las que las precipitaciones han permanecido ausentes, con intensas olas de calor, que nos llevaban a superar los cuarenta grados en amplias zonas de nuestra geografía; sitúan nuestras reservas hídricas por debajo del 37,9% y a un buen número de comunidades autónomas con pueblos donde se han tenido que aplicar restricciones al consumo de agua. Estas circunstancias se han convertido en argumentos recurrentes a la hora de explicar un adelanto en las vendimias que venimos soportando y que bien podríamos empezar a plantearnos ya como habituales.

Lo que ya no sabemos es si, a ese cambio en las fechas “normales” de vendimia, también deberíamos comenzar a valorar su aplicación cuando nos refiramos a las producciones. Hablar de “normalidad” cuando llevamos un número de cosechas tan importante en el que no se dan esas circunstancias que nos permitían hablar de la generalidad o más habitual es algo que nos debería llevar a buscar algún otro referente más claro, preciso y ajustado a la realidad tan cambiante que estamos viviendo. Pues, si bien es cierto que aquellos países con producciones históricas mucho más estables que nosotros comienzan a sufrirlas también; somos, con diferencia, de entre los principales países productores, el que más volatilidad presenta en sus cosechas.

Hablar de fechas “habituales”, como de cosechas “normales”, con un cambio climático tan evidente y caracterizado por una radicalización de los episodios de lluvias, con frecuentes DANAS (Depresión Aislada en Niveles Altos, antigua gota fría) con ocasión de las elevadas temperaturas a las que se encuentra el agua del mar, o de reventones convectivos (vientos de alta velocidad que se dirigen hacia abajo y hacia afuera del punto de aterrizaje de la superficie) y otros fenómenos, es complicado.

Episodios cada vez más extremos y frecuentes que están generando un efecto notable sobre las cosechas, también la de la uva de vinificación y, dado que esto no parece que sea flor de un día, sino el anuncio de una nueva etapa climática, hacen muy difícil la elaboración de cualquier plan estratégico por parte de las bodegas, restando eficiencia a unas medidas de apoyo al sector que igual deben hacer frente una campaña a incentivar la retirada del mercado de una parte de producción, como al año siguiente se cuestiona la disponibilidad suficiente con la hacer frente a sus necesidades. Por no hablar de lo complicado que resulta la realización de cualquier pronóstico de producción, aunque sea grosso modo, cuando en la fase I (agraz) las expectativas son de una gran cosecha y en la de traslúcido o maduración las expectativas han cambiado radicalmente.

Un horizonte de elevados precios, ¿también para las uvas?

A diferencia de lo que sucedía a finales del mes de mayo, apenas unas semanas han bastado para dar al traste con una parte importante de las excelentes previsiones que se barajaban. Entendiéndose que una mayor cosecha siempre es una buena cosecha, con independencia de cuál sea la situación del mercado y el peso que sobre las cotizaciones puedan estar teniendo las existencias.

Si por aquel entonces (parece que estemos hablando de la prehistoria), los había que, con todas las reservas naturales en este tipo de estimaciones, situaban la cosecha 2022 en el entorno de los cincuenta millones de hectolitros. Ocho semanas después y tras un carrusel de olas de calor y ausencia de lluvias, ya nadie piensa que esos niveles pudieran darse y prácticamente ninguno se atreve a vaticinar con una cosecha mayor a los 40’048 millones del año pasado.

Una de las vendimias más cortas de nuestro pasado reciente, solo empeorada por la del 19/20 en la que se cosecharon 37’728 millones de hectolitros, o los 35’467 de la 17/18. Devolviéndonos a las campañas 11/12 y 12/13, en las que tuvimos que hacer frente a dos campañas cortas consecutivas, 38’860 y 35’596 Mhl, respectivamente.

Parece que, ni la profesionalización del sector, ni el aumento de regadío o el control de plagas y enfermedades son herramientas suficientes con las que enfrentarnos a las consecuencias de un cambio climático, que evoluciona a marchas forzadas y nos muestra sus peores efectos con una antelación de más de una década sobre las estimaciones más favorables.

El que no parece conseguir mantener el ritmo de crecimiento iniciado en enero del 2021, tras un año de fuertes caídas, es el consumo en nuestro país. Estimado en 10’44 millones de hectolitros en a mayo’22, un +11’1% en tasa interanual (TAM), pero que se sitúa por debajo de los 10’63 alcanzados en el mes de febrero de este año.

Otros de los cambios que parece estar confirmándose es el de la recuperación del consumo en el canal Hostelería, cuyo crecimiento, según datos de Nielsen IQ ha sido del 40’8% en TAM abril-mayo 2022, frente un canal de Alimentación que muestra señas de agotamiento cayendo un 6’6%

Datos que vienen a confirmarse si atendemos al parámetro del valor, pues si en cifras absolutas los reembolsos crecen un 13% frente el 4’9% que lo ha hecho el volumen. Descontado el efecto inflación los precios caen ligeramente.

Sea como fuere, el caso es que, ni estos datos, ni las perspectivas que se tienen de lo que podría suceder en los meses de julio y agosto hacen pensar en escenarios más negativos. La evolución de las reservas, la llegada de turistas y la disposición a gastar demostrada por los consumidores, dejando a un lado lo que pudiera depararnos el nuevo curso, hacen prever más caídas que las estrictamente técnicas derivadas de un aumento de precios que, en el caso de los vinos, será imposible de repercutir en toda su extensión, aumentando menos de lo que lo haga la media nacional.

Si esto mismo será lo que acabe sucediendo con los precios de las uvas es la gran pregunta que todos nos hacemos y a la que nadie parece encontrarle respuesta en estos momentos.