Nada hay peor para la economía que la incertidumbre. Y, aunque es peligroso aseverar tajantemente cualquier cosa, creo que, hablando en términos económicos, es posible hacerlo. Por más que quien haya tomado la iniciativa de hacer volar los puentes y generar el caos en la economía mundial haya sido el presidente de la que, todavía hoy, es la primera economía del mundo.
Dejando a un lado su evidente falta de “saber estar” y el desprecio con el que trata al resto de mandatarios mundiales. Resulta mucho más preocupante sus delirios de grandeza que le llevan a tomar decisiones, cuyas consecuencias hubieran sido fácilmente cuestionables si las hubiera llegado a analizar con la profundidad que su cargo requeriría.
Actuar como el “matón de la clase” (una figura en la que el poder físico rara vez va de la mano con el intelectual) supone imponerse por la fuerza y sembrar el miedo. Pero nunca es una solución válida, ni desde el punto de vista moral ni desde el práctico. Porque tarde o temprano alguien encontrará la manera de que ese poder se vuelva en su contra. Pero, mientras tanto, siembra el pánico, genera zozobra y resta capacidad de evolución necesaria para el desarrollo.
De esta forma tan zafia y grotesca está desarrollándose la política y, lo que es mucho peor, se está educando a nuestros jóvenes.
Con un acuerdo entre Estados Unidos y el resto de países del mundo (aunque éste sea el mero asentimiento). Esta guerra arancelaria acabará, pero la forma en la que se ha gestionado dejará huella en nuestros jóvenes, no lo olvidemos: los dirigentes del futuro.
Esos mismos a los que desde el sector nos rompemos la cabeza por llegar y hacerles entender que sólo bajo el conocimiento y responsabilidad es posible el consumo y disfrute pleno de una bebida alcohólica como es el vino. A los que intentamos educar en la concienciación de que el consumo de alcohol tiene sus riesgos y que sólo ellos tienen la capacidad del control de lo que beben, para no sobrepasar esa línea, a partir de la que se pierde todo lo que de positivo habían tenido hasta entonces.
Conceptos, los de prudencia y moderación, que se encuentran en las antípodas de cómo están viendo comportarse a los hombres más poderosos del mundo.
En este contexto, que tampoco es que sea nuevo, sino más bien que se ha visto engrandecido por el poder de quien está actuando de esta manera, es posible entender que los políticos, los nuestros, los más cercanos, se hayan perdido el respeto, abandonado la cortesía parlamentaria que exige una mayor inteligencia; propiciando las ideas de “césares” y “salvapatrias”. Imponiendo la crispación ante el consenso.
El vino no va a conseguir parar este declive. No está capacitado para imponer criterios del bien común frente intereses particulares. Ni de devolver la generosidad de quienes más tienen hacia aquellos que más lo necesitan. O imponer el desarrollo frente al dominio.
Están por ver las consecuencias que este nuevo “orden mundial” y esa “geopolítica” nos traigan, pero no será más que un reto al que enfrentarnos y del que saldremos fortalecidos, seguro.
Sin embargo, habrán quedado cicatrices en la sociedad mucho más profundas y que, desde nuestro sector, deberemos seguir trabajando por superar.