Un futuro alentador mejorando la “imagen país”

Posiblemente se trate más de una ilusión que de una realidad, pero tengo la profunda sensación de que las cosas en este sector no están tan mal como nos las estamos pintando. A pesar de Trump.

Y digo, estamos, que ahí es donde radica la gravedad del asunto, pues somos nosotros mismos los que nos estamos fustigando con las amenazas que penden sobre nuestro sector. Planteando los problemas (que los hay y no se puede mirar hacia otro lado) como cuestiones insalvables y vaticinando consecuencias catastróficas.

Negar estas amenazas, fundamentalmente aquellas derivadas del contenido alcohólico de nuestra producción y los “esfuerzos” de las administraciones en reducir su consumo. Pero sin olvidarnos de las emanadas del Cambio Climático y los efectos que sobre los viñedos (y los vinos) está teniendo, con largos períodos de sequía que llegan a poner en peligro la propia supervivencia de la planta, llevándonos a cosechas erráticas e históricamente bajas. O las nacidas de políticas proteccionistas, que amenazan con la imposición de aranceles en el primer país del mundo por consumo, en el que las bodegas españolas llevan años, muchos años, luchando por abrirse un hueco.

Negar todo esto no sólo no sería serio, sino incluso irresponsable y necio. Ya que no se puede luchar contra lo que se ignora. Pero de ahí, a rendirnos y mirar al futuro con resignación y voluntad de asumir como insuperables estos retos, y alguno más que me he dejado por no extenderme demasiado, sencillamente no resulta aceptable. Sabemos que el vino seguirá produciéndose y consumiéndose, por lo que habrá mercado, y nosotros tenemos que luchar por mejorar el puesto que ocupamos en este tablero globalizado.

Aunque somos conscientes, con total seguridad, de que la falta de relevo generacional no es un problema que nos afecte sólo a nosotros y que en ello tienen mucho que ver cambios culturales y sociales poco o nada vinculados con el sector vitivinícola, tampoco podemos darle la espalda a este fenómeno. Debemos asumir que, detrás de esta falta de voluntad por seguir con la actividad vitivinícola que desarrollaron padres y abuelos, se esconde una falta de rentabilidad económica que lo dificulta mucho.

La concienciación cada vez más extendida de que también el sector primario debe guiarse por criterios económicos que hagan lucrativa la actividad y permitan vivir de forma digna de su trabajo está en el fondo de este problema y pesa mucho más que sequías, reducciones de consumo o barreras arancelarias.

Hasta ahora, todas las iniciativas que se han adoptado para solucionar este problema han resultado infructuosas y sus consecuencias, en forma de abandono del cultivo, están siendo nefastas para el sector, el medio ambiente y la despoblación de las zonas rurales. Las tres patas que sustentan la Política Agraria Común baja el término de sostenibilidad.

Los márgenes de los grandes volúmenes de nuestra producción no permiten muchos incrementos, es cierto. Pero no lo es menos que, con esta política de precios bajos, lo único que estamos haciendo es empobrecer nuestras producciones, perder patrimonio vitícola de calidad y renunciar a la valorización de nuestros productos.

Se hace necesario mejorar la “imagen país”, y eso sólo lo puede hacer el país.