Momento de reflexionar sobre el futuro del mercado europeo del vino

Con los datos del Infovi de julio (>1.000 hl y almacenistas) en la mano, podemos asegurar que estamos ante la campaña con menos existencias iniciales de vino y mosto desde que tenemos registros. Para ser precisos, 27.571.336 hl de vino y 935.757 de mosto. Un total de 28.507.093 que representa un 22,82% menos que la campaña anterior.

También podemos tener la plena certeza de que la cosecha de 2024 no será abundante. Así, según los datos facilitados por Agroseguro, a fecha de 31 de agosto, la superficie asegurada de viñedo de uva de transformación afectada por diversas inclemencias meteorológicas alcanza las 205.963 ha, en lo que va de año; lo que representa el 22,2% de la superficie plantada en nuestro país.

Heladas en abril y mayo, tormentas de pedrisco desde el mes de abril hasta hace pocos días, con especial mención a las que tuvieron lugar durante el mes de julio, afectando sustancialmente a Aragón, La Rioja, Navarra, Castilla-La Mancha y Comunidad Valenciana. Calor extremo y escasas lluvias, en agosto, que se suma a la sequía de años anteriores en algunas zonas. Daños por “marchitez fisiológica”, en especial en la variedad de uva Bobal en Castilla-La Mancha y la Comunidad Valenciana, episodios puntuales de mildiu y oídio en algunas parcelas…

La viña ha venido sufriendo siniestros desde sus fases iniciales de brotación. Por un lado, las temperaturas extremas de agosto, con la ausencia de precipitaciones en ámbitos donde la sequía ya era recurrente, mermando de forma muy importante las expectativas de cosecha, principalmente en zonas de producción vitícola de Cataluña y de la Región de Murcia. Por otro, lluvias torrenciales que traerán aparejados importantes problemas de podredumbre allá donde las vendimias presentaban retrasos entre diez y quince días sobre las de años anteriores.

Y, aunque las estimaciones de cosecha las hay para todos los gustos, lo cierto es que el rango en el que se desenvuelven todas no es tan amplio como en otras campañas. Prácticamente, podríamos decir que en la horquilla de los 38 y los 40 millones de hectolitros se encuentran todas las previsiones de producción de vino y mostos para España en esta campaña.

Francia, mantiene una estimación de cosecha muy por debajo de la del pasado año, cifrándola en 39,28 Mhl (-17,97%) e Italia, siempre más complicada, la sitúa en los cuarenta y uno, ligeramente por encima (+7,07%) de los 38,29 del año pasado.

Datos que no justifican, desde ningún punto de vista, lo que está sucediendo con los precios de las uvas, mostos u operatividad del mercado.

Es irrefutable que el consumo mundial de vino decrece. Que los gustos de los consumidores han cambiado y que pueden existir desajustes entre los diferentes tipos de vino (blanco y espumosos vs. tinto y rosados) que hagan posibles, cotizaciones de blanco por encima de las de los tintos. Pero, ¿hasta esta paralización?

La nueva Comisión Europea parece estar dispuesta a abordar el futuro del sector, el propio director general de la DG Agri, Wolfgang Burstscher, ha declarado que “ha llegado el momento de reflexionar en profundidad sobre el futuro del mercado europeo del vino”.

Confiemos en que no sean sólo palabras.

¿El arranque como solución?

Calificar de malos los momentos que nos están tocando vivir sería tanto como reconocer que los hemos tenido mejores. Y aunque posiblemente pueda ser así, lo cierto es que nos costaría encontrarlos. Pues, si no ha sido por una cuestión, ha sido por otra, el caso es que este sector anda en constantes problemas. Situaciones en las que nunca llega la sangre al río, pero que lo van minando poco a poco.

Un buen ejemplo de este desgaste que sufre, bien podría ser la superficie de uva de vinificación, que, si bien, año a año, pudieran parecer irrelevantes las mermas, cuando cogemos un histórico de veinticinco o cincuenta años, observamos una pérdida brutal de masa vegetal. Tanto como inadmisible para un país como el nuestro, en el que los cultivos alternativos a la viña no son muchos en gran parte de su geografía.

A la falta de rentabilidad que lo viene caracterizando y que se ha convertido en un mal endémico del sector, del que todos son conscientes que hay que salir (pero nadie sabe muy bien cómo), se unen ahora las posibles alternativas económicas que se le presentan a unos viticultores cansados de confiar en que las cosas cambiarán y cuyas nuevas generaciones van apretándoles sin más interés por las tierras que encontrarles una utilidad más acorde a lo que requeriría cualquier actividad empresarial.

Los tiempos en los que se cultivaba el viñedo como un pequeño jardín familiar han cambiado. El cultivo de la viña debe ser rentable por sí solo y generar, aunque sea mínimo, un beneficio sobre unos costes en los que deben estar incluidos los salarios de la dedicación del propietario.

Con las vendimias y la obligatoriedad de firmar los oportunos contratos de compra venta de la uva en los que figure claramente el importe pactado, retorna la polémica de los bajos precios y se pone de manifiesto la imposibilidad, en muchos de los casos, de cumplir con una Ley de la Cadena de Valor que exige un precio mínimo por encima de los costes de producción, pero que difícilmente puede ser aplicada ante la “necesidad” de muchos viticultores de quitarse la producción de encima.

Y ante esta falta de rentabilidad aparece el fantasma de la carencia de relevo generacional. Y, tras él, volvemos a tiempos, que creíamos pasados, de solicitar ayudas por el arranque definitivo del viñedo como compensación de esa especie de “deuda histórica” que tiene el sector con sus viticultores.

Natural, posiblemente. Lógico, seguramente. Pero, eficaz para resolver el problema, no parece que lo sea. Y podría abrirse una grieta muy peligrosa por la que no sabemos cuánto podríamos perder.

Un sector que demanda cambios sin saber cuáles

En condiciones normales, o quizá debiéramos decir en otras campañas, porque actualmente se hace muy complicado definir que es la “normalidad” en el sector vitivinícola; con las estimaciones de producción que manejamos a nivel europeo, deberíamos estar hablando de precios al alza y un mercado de vinos y mostos con una alta actividad comercial. Deberíamos estar avisando del peligro que supone comprometer producciones o plazos de retirada y pago a seis meses y el estrangulamiento que ello producía en el mercado, elevando sus cotizaciones de una forma un tanto artificial, pues no siempre acababan llegando a buen término esos compromisos.

En cambio, todas las noticias que nos vamos encontrando van en el sentido contrario. En aquel mucho más propio de cosechas excedentarias que auguraban importantes problemas de comercialización y retraimiento en los compradores ante la certeza de encontrar el producto cuando lo necesitasen a precios similares o incluso más bajos.

Los datos de existencias no alientan una situación de preocupación, más bien al contrario, se sitúan en mínimos históricos. Los referidos al consumo interno estimado, apenas presentan pequeñísimas variaciones, irrelevantes en su conjunto sobre una cifra estable en el entorno de los diez millones de hectolitros. Y las exportaciones con datos acumulados a junio 2024 crecen un 5,3% en valor y un 11,7% en volumen, aunque si hablamos sólo de vino esos porcentajes disminuyan considerablemente hasta el 1,5% y 0,3% respectivamente. Pero manteniendo el signo positivo.

¿Qué pasa entonces para que reine tanto pesimismo en el sector?

Sabemos que la situación geoestratégica en el mundo no pasa por sus mejores momentos. Conflictos como los de Ucrania e Israel generan muchos temores y sus consecuencias son impredecibles. Que los tipos de interés siguen altos, lo que resta capacidad de gasto a las familias, pero también se atisba en un horizonte más o menos próximo una relajación de las tensiones monetarias. La posibilidad de la vuelta a una política autárquica en Estados Unidos con el regreso de Trump pierde fuelle, aunque siga siendo una fuerte amenaza. Por citar sólo algunos de los más importantes asuntos que, según todos los teóricos, explicarían la macroeconomía mundial.

Pero, ¿qué pasa con la micro, con esa economía doméstica?

El equilibrio entre oferta y demanda parece haber dejado de ser válido para fijar precios. Incluso criterios teóricos de calidad como las Denominaciones de Origen parecen haber perdido valor en la parte baja de sus portfolios.

Nos dicen que los gustos y hábitos de los consumidores han cambiado desde la pandemia. Que los efectos del Cambio Climático se están dejando notar en la tipología de los vinos.

Con una ausencia tal de referentes, ¿cómo poder planificar, firmar plantillas, elaborar planes de comunicación y estrategias comerciales? Incluso definir plantaciones, variedades, productos… con los que a medio y largo plazo atacar el mercado.

Esta situación deberá provocar cambios que van más allá de destilaciones o medidas coyunturales. Pero, ¿cuáles y por quién?

Una campaña difícil de prever

El volumen comercializado, tanto a nivel interno como exterior, siempre resulta de gran importancia, si bien, momentos como en el que nos encontramos, cuando las bodegas deben realizar sus programaciones y (lo que es mucho más importante) fijar el precio al que firmar los contratos de uva, convierten esa información en esencial.

Lamentablemente, y digo lamentablemente porque, para lo bueno y lo malo, lo ideal sería que hubiese una cierta coherencia en el mercado entre lo que producimos y lo que vendemos; la ley de la oferta y la demanda no siempre se ha cumplido en este sector. No en vano, siempre hemos defendido que se trata de una commodity que reacciona más por futuribles que por realidades concretas. Pero es que llevamos unos años, desde la pandemia, en los que, o bien porque no hemos sabido sobreponernos a las graves consecuencias que tuvo en el consumo mundial; bien porque los hábitos de consumo han cambiado, adecuar nuestra producción a esas nuevas realidades ni es fácil, ni rápido. Además de que no tenemos la certeza de que hayan venido para quedarse. El caso es que no levantamos cabeza.

El consumo mundial se resiente y las producciones se ven fuertemente afectadas por accidentes meteorológicos intensos que acentúan la sequía y agravan los episodios de lluvia con inundaciones.

Lo cierto es que, ya sea por una cosa u otra, fijar una correlación entre disponibilidad (producción, o estimación de lo que vamos a elaborar y existencias con las que hemos iniciado la campaña) y utilidades (consumo interno y exportaciones, vinagres, mostos y destilación para alcohol de uso boca) bajo la que establecer los precios de las uvas y su traslado a los mostos y vinos resulta imposible.

Así, encontramos que en zonas en las que se estiman incrementos en la producción, los precios de las uvas crecen, y otras en las que tendrán menos volúmenes, las cotizaciones bajan o incluso sus viticultores encuentran importantes dificultades para su colocación. Amén de la diferenciación entre blancos y tintos que todos palpan, pero nadie acaba de explicarse del todo.

No parece que esta nueva campaña 2024/2025 vaya a ser una campaña sencilla ni cómoda. Pero, ¿cuándo lo ha sido?

Si no es por una cosa es por otra. El caso es que siempre tenemos alguna circunstancia que complica mucho cualquier predicción. No en balde, aquellas operaciones especulativas que marcaban el inicio de campaña, prácticamente podríamos decir que o han desaparecido o, al menos, se han reducido considerablemente.