Un sector que demanda cambios sin saber cuáles

En condiciones normales, o quizá debiéramos decir en otras campañas, porque actualmente se hace muy complicado definir que es la “normalidad” en el sector vitivinícola; con las estimaciones de producción que manejamos a nivel europeo, deberíamos estar hablando de precios al alza y un mercado de vinos y mostos con una alta actividad comercial. Deberíamos estar avisando del peligro que supone comprometer producciones o plazos de retirada y pago a seis meses y el estrangulamiento que ello producía en el mercado, elevando sus cotizaciones de una forma un tanto artificial, pues no siempre acababan llegando a buen término esos compromisos.

En cambio, todas las noticias que nos vamos encontrando van en el sentido contrario. En aquel mucho más propio de cosechas excedentarias que auguraban importantes problemas de comercialización y retraimiento en los compradores ante la certeza de encontrar el producto cuando lo necesitasen a precios similares o incluso más bajos.

Los datos de existencias no alientan una situación de preocupación, más bien al contrario, se sitúan en mínimos históricos. Los referidos al consumo interno estimado, apenas presentan pequeñísimas variaciones, irrelevantes en su conjunto sobre una cifra estable en el entorno de los diez millones de hectolitros. Y las exportaciones con datos acumulados a junio 2024 crecen un 5,3% en valor y un 11,7% en volumen, aunque si hablamos sólo de vino esos porcentajes disminuyan considerablemente hasta el 1,5% y 0,3% respectivamente. Pero manteniendo el signo positivo.

¿Qué pasa entonces para que reine tanto pesimismo en el sector?

Sabemos que la situación geoestratégica en el mundo no pasa por sus mejores momentos. Conflictos como los de Ucrania e Israel generan muchos temores y sus consecuencias son impredecibles. Que los tipos de interés siguen altos, lo que resta capacidad de gasto a las familias, pero también se atisba en un horizonte más o menos próximo una relajación de las tensiones monetarias. La posibilidad de la vuelta a una política autárquica en Estados Unidos con el regreso de Trump pierde fuelle, aunque siga siendo una fuerte amenaza. Por citar sólo algunos de los más importantes asuntos que, según todos los teóricos, explicarían la macroeconomía mundial.

Pero, ¿qué pasa con la micro, con esa economía doméstica?

El equilibrio entre oferta y demanda parece haber dejado de ser válido para fijar precios. Incluso criterios teóricos de calidad como las Denominaciones de Origen parecen haber perdido valor en la parte baja de sus portfolios.

Nos dicen que los gustos y hábitos de los consumidores han cambiado desde la pandemia. Que los efectos del Cambio Climático se están dejando notar en la tipología de los vinos.

Con una ausencia tal de referentes, ¿cómo poder planificar, firmar plantillas, elaborar planes de comunicación y estrategias comerciales? Incluso definir plantaciones, variedades, productos… con los que a medio y largo plazo atacar el mercado.

Esta situación deberá provocar cambios que van más allá de destilaciones o medidas coyunturales. Pero, ¿cuáles y por quién?

Una campaña difícil de prever

El volumen comercializado, tanto a nivel interno como exterior, siempre resulta de gran importancia, si bien, momentos como en el que nos encontramos, cuando las bodegas deben realizar sus programaciones y (lo que es mucho más importante) fijar el precio al que firmar los contratos de uva, convierten esa información en esencial.

Lamentablemente, y digo lamentablemente porque, para lo bueno y lo malo, lo ideal sería que hubiese una cierta coherencia en el mercado entre lo que producimos y lo que vendemos; la ley de la oferta y la demanda no siempre se ha cumplido en este sector. No en vano, siempre hemos defendido que se trata de una commodity que reacciona más por futuribles que por realidades concretas. Pero es que llevamos unos años, desde la pandemia, en los que, o bien porque no hemos sabido sobreponernos a las graves consecuencias que tuvo en el consumo mundial; bien porque los hábitos de consumo han cambiado, adecuar nuestra producción a esas nuevas realidades ni es fácil, ni rápido. Además de que no tenemos la certeza de que hayan venido para quedarse. El caso es que no levantamos cabeza.

El consumo mundial se resiente y las producciones se ven fuertemente afectadas por accidentes meteorológicos intensos que acentúan la sequía y agravan los episodios de lluvia con inundaciones.

Lo cierto es que, ya sea por una cosa u otra, fijar una correlación entre disponibilidad (producción, o estimación de lo que vamos a elaborar y existencias con las que hemos iniciado la campaña) y utilidades (consumo interno y exportaciones, vinagres, mostos y destilación para alcohol de uso boca) bajo la que establecer los precios de las uvas y su traslado a los mostos y vinos resulta imposible.

Así, encontramos que en zonas en las que se estiman incrementos en la producción, los precios de las uvas crecen, y otras en las que tendrán menos volúmenes, las cotizaciones bajan o incluso sus viticultores encuentran importantes dificultades para su colocación. Amén de la diferenciación entre blancos y tintos que todos palpan, pero nadie acaba de explicarse del todo.

No parece que esta nueva campaña 2024/2025 vaya a ser una campaña sencilla ni cómoda. Pero, ¿cuándo lo ha sido?

Si no es por una cosa es por otra. El caso es que siempre tenemos alguna circunstancia que complica mucho cualquier predicción. No en balde, aquellas operaciones especulativas que marcaban el inicio de campaña, prácticamente podríamos decir que o han desaparecido o, al menos, se han reducido considerablemente.