De las muchas tareas que tenemos pendientes en este sector, mejorar la comercialización en cuanto al valor es, sin ningún género de dudas, la que más ocupa y preocupa.
Vender muchos litros y situarnos como el primer país del mundo en volumen exportado de vino está muy bien. Pero tiene detrás un grave problema de rentabilidad que cuestiona el relevo generacional de nuestras explotaciones. Las notables evidencias que encontramos en las condiciones extremas en las que se desarrolla de cultivo del viñedo no ponen las cosas fáciles de cara a mantener este modelo productivo basado en volúmenes.
Virar hacia un modelo de mayor valorización de nuestros productos no es una posibilidad. Sencillamente, una necesidad que, cuanto más tardemos en alcanzar, más cadáveres, en forma de hectáreas abandonadas, pérdida de paisaje, despoblación y desertificación; dejaremos en el camino.
Resulta tan evidente, que casi es insultante decirlo. Pero, no es fácil. Se trata de una tarea extremadamente complicada.
Primero, porque estamos hablando de un mercado maduro en el que sólo es posible crecer a costa de otro competidor. Segundo, porque para ello se requiere de fuertes inversiones en comercialización, donde la comunicación y el marketing juegan un papel fundamental; algo en lo que las bodegas españolas (en general) no han dado señales de resultar muy eficientes. Y, tercero, porque carecemos de una política vitivinícola armonizada que sea capaz de generar sinergias.
Afortunadamente, sí contamos con lo fundamental: calidad enológica y recursos naturales con los que poder hacerlo. Sin ellos sería completamente imposible.
Lamentablemente, carecemos de un organismo nacional que lo defina, coordine y controle su ejecución.
Sea como fuere, el caso es que la mayoría de expertos coinciden en señalar que este crecimiento debe basarse en la calidad y diferenciación, Dos de las características que mejor definen una Denominación de Origen.
Apoyar el modelo de Indicaciones de Calidad parece una vía inexcusable, pero no suficiente. Necesitamos de un organismo con fuerza ejecutiva que no tenemos. Y, sin él, se presenta una tarea inalcanzable.