Sabemos, porque así lo dicen todos los indicadores, que en el sector vitivinícola tenemos que tomar medidas que vayan encaminadas a hacer frente a un descenso generalizado del consumo, agravado por un relevo generacional que no llega y una lucha encarnizada emprendida por una, cada vez una mayor, clase política que ha encontrado en el alcohol un filón en su carrera por generarse la atención de unos consumidores a los que cada vez más les preocupan todos los temas relacionados con el medioambiente y la salud. Y en el que, nos guste o no, el contenido alcohólico del vino juega en nuestra contra.
Tenemos más o menos asumido que se trata de una situación estructural y que, consecuentemente, en los próximos meses no van a cambiar mucho las cosas; por más que dentro de unos días estemos convocados a las urnas para elegir al nuevo Parlamento, del que tendrá que salir una nueva Comisión Europea, que tenga en sus manos cambiar la política agraria y la visión que, hasta ahora, ha tenido la DG Sante.
También tenemos la certeza de que, en poco menos de tres meses, entrarán los primeros racimos de una cosecha 2024 que, incidentes climatológicos aparte, tiene muy elevadas las probabilidades de situarse por encima (bastante por encima), de la del año pasado.
Que el bajo nivel de nuestras existencias, la evolución de las exportaciones y los datos de consumo interno extrapolados del Infovi nos permitan albergar la esperanza de que los mercados pudieran mostrar signos de recuperación en los próximos meses, y los precios de las uvas y mostos resarcirse; no quiere decir que no haya también quien considere que la llegada de una nueva vendimia no vaya sino a acrecentar los problemas de comercialización a los que actualmente nos enfrentamos, derivados de una bajada del consumo mundial y un cambio en los hábitos del consumidor sobre los que nuestras bodegas no se atreven a aseverar que se trate de un problema motivado por las circunstancias del momento; o sea algo mucho más profundo y haya venido para quedarse, al menos en el medio plazo.
La buena marcha del turismo, batiendo récords de visitantes y gasto per cápita, está ayudando mucho a recuperar el consumo interno, dando la sensación de que los malos datos de inflación, pérdida de renta disponible o rebaja en la tasa de ahorro son mucho menos importantes que el crecimiento del PIB.
Sea cual sea la realidad, el sector tiene por delante un reto de cierto calado, una definición de estrategia de producción que va mucho más allá de la cosecha y que afecta a variedades, localizaciones, definición de productos y estrategias de comunicación y marketing.
Decisiones para las que no encuentra más orientación y apoyo que el de unas medidas de Intervención Sectorial Vitivinícola, planteadas en condiciones muy diferentes. Decisivas y vitales, que han ayudado en la transformación del sector en las últimas décadas del pasado siglo y primeras de éste, pero que no parecen estar siendo muy eficientes para las que nos vendrán.
Y, aunque todo es susceptible de cambiar, y no sabemos cuáles serán los retos y las condiciones bajo las que trabajará la Comisión que salga de estas elecciones europeas. Vista la situación, los nuevos retos que tenemos por delante y el calado de éstos, casi mejor trabajemos por alcanzar el statu quo del sector vitivinícola europeo.