Las existencias de vino y mosto se encuentran en mínimos históricos: 50.181.484 hectolitros. Los operadores se las ven y se las desean para encontrar vinos blancos, no hablemos de los mostos para los que apenas ya hay mercado. Los vinagreros se lamentan de que se apliquen medidas de destrucción de producto cuando los precios suben haciéndoles cada día más difícil encontrar materia prima con la que elaborar sus productos. Los políticos aseguran que llegarán a la próxima vendimia con las bodegas vacías. Y para animar la situación, las administraciones ponen en marcha medidas encaminadas a restar producción con la aplicación de la vendimia en verde en algunas regiones. Y así podríamos seguir con un buen número de indicadores, todos ellos en la misma dirección.
La sensación es que el sector se encuentra inmerso en una grave crisis de consecuencias imprevisibles. Acercándose mucho a una reducción notable del potencial productivo de la Unión Europea. Y ya sabemos esto lo que quiere decir: menos producción igual a muchas menos hectáreas y más pueblos despoblados.
Me resultaría mucho más sencillo, para intentar explicar lo que sucede, sumarme a la opinión más generalizada y que señala a la reducción mundial del consumo de vino como causante de todos nuestros males. Podría incluso intentar consolarles diciéndoles que se trata de una situación generalizada que también les pasa a franceses, italianos, portugueses… pero también asiáticos y americanos, en sus dos hemisferios.
Pero nada de todo esto respondería a la pregunta más importante: ¿estamos frente al suelo de un diente de sierra propio de cualquier mercado o la situación es mucho más preocupante y tenemos que estar hablando de un cambio de ciclo con un consumo de vino mucho menor?
A mí me gustaría pensar que estamos hablando de un diente de sierra normal de cualquier ciclo económico. Agravado, es verdad, por una situación económica y geopolítica complicada. Donde la reducción de la capacidad de gasto de los consumidores ha traído como consecuencia la renuncia al consumo de bienes que resultan prescindibles. Y el vino es uno de ellos.
Y, en cuanto a por qué afecta más a tintos que a blancos y rosados. Pues, siguiendo con mis elucubraciones, discutidas y, probablemente, equivocadas, por varias razones, entre las que destacan: la sencillez del producto, como lo es que los tintos que más se demandan son los menos concentrados; pero de manera muy especial, por su menor precio.
Tomando como fuente las exportaciones, el precio del litro del blanco con D.O.P. envasado ha sido en 2023 de 4’13 vs. 5’22 del tinto /rosado. Si nos referimos a envasados sin D.O.P. 1’13 vs. 1’49. En varietales envasados 1’62 vs. 1’80 y con IGP envasado 0’81 frente 1’36. No habiendo ninguna categoría, ni envasado, ni BiB, ni granel en que esta circunstancia no se repita. A pesar de que el mercado de blancos esté sobre un cuarenta por encima del de los tintos.