Si por algo se caracteriza el sector agrícola es, precisamente, por la oscilación de sus producciones. Sujetas a factores climáticos, ajenos a la intervención humana, hacen que sus curvas de precios presenten dientes de sierra de cierta profundidad. Vaivenes que, si bien son asumidos por los viticultores como naturales, presentan una preocupante tendencia negativa que cuestiona seriamente el futuro del sector tal y como lo entendemos en la actualidad.
Aplicar medidas puntuales (como destilaciones de crisis o vendimias en verde) para problemas circunstanciales resulta muy conveniente. Incluso cuando estamos hablando de situaciones tan especiales como fuera la declaración de una pandemia mundial en 2020 que supuso el confinamiento de la población por primera vez en la historia. Pero resultan totalmente inútiles ante aquellos problemas estructurales relacionados con un cambio en los hábitos de vida, consumo, alimentación y preocupación por cuestiones medioambientales o relacionadas con los efectos que sobre la salud pudiera tener la ingesta de alcohol.
Son muchos los estudios, de los que desde este medio nos hemos venido haciendo eco y difundiendo, que nos avisan de que el consumo de vino disminuirá, que ello irá acompañado de una reducción de la producción y un abandono de viñedo.
Para el supuesto de que estas proyecciones no estuviesen erradas y acabara sucediendo lo que se prevé, yo me pregunto: ¿cuál sería el país o el tipo de producto que más se vería perjudicado, ¿el de un alto valor añadido ganado a base prestigio y representatividad social, o el de bajo precio y perfectamente sustituible por otras alternativas?
Y, aunque tengo mi opinión, no creo que importe mucho. Casi mejor, sean cada uno de ustedes los que contesten a esta pregunta, Eso sí, por favor, no lo hagan sólo con un éste o aquél. Intenten ir poco más allá en sus reflexiones y busquen cuál sería la mejor forma de hacer que ese escenario no sucediese y, si fuera ineludible, cómo llegar a él de la forma más ordenada y coherente posible para que saliésemos victoriosos de esta situación.
Y, si no es abusar demasiado, si es posible, hacerlo de forma individual o, mucho mejor, colectivamente.
Las protestas que invaden nuestras ciudades y dificultan nuestra cómoda vida, que están llevando a cabo los viticultores, pasarán. La Comisión Europea, con más o menos celeridad y acierto, flexibilizará los trámites burocráticos y condiciones de aplicación de las medidas contempladas en el paquete de Intervención Sectorial Vitivinícola (ISV)…
Pero nada de todo esto solucionará nuestro problema de fondo