Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta nuestro sector, es que elaboramos una bebida alcohólica. Que para nosotros está envuelta en un halo de cultura y tradición; de fijación de población y de mantenimiento del medioambiente; de riqueza y atractivo turístico. Pero, cuyo contenido alcohólico le hace presa de aquellos que buscan un chivo expiatorio al que señalar como culpable de una falta de interés por educar y formar en el consumo moderado e inteligente de la población.
Las consecuencias de todo ello están por determinar y podrían llegar a suponer una fuerte estocada para el futuro de muchas explotaciones, cuyas producciones se podrían ver amenazadas ante la posibilidad de acentuar la caída del consumo o la pérdida de las ayudas que llegan al sector y van dirigidas a mejorar nuestra comercialización. No parece tener mucho sentido subvencionar algo a lo que, por otro lado, se persigue.
Bajo esa premisa, son varias las ocasiones en las que, desde el Ministerio de Sanidad o Consumo se ha intentado atacar al vino, calificándolo de droga, señalándolo como responsable de los accidentes de tráfico o eliminándolo de los menús del día. Por no hablar de aquellas otras campañas comunitarias, mucho más agresivas, como la desarrollada por algunos países en la propia Unión Europea, caso de Irlanda, en la que se ha obligado a etiquetar con imágenes (“warnings”) que alertan de las consecuencias sobre la salud del consumo de este alimento.
Efectos que, desde la sociedad científica se intentan contestar con estudios que demuestran, entre otras, dos cuestiones fundamentales: que el estilo de vida mediterráneo es “probablemente” el más saludable y que beber vino “moderadamente” no representa un riesgo para la salud. Conclusiones extraídas del Congreso internacional, organizado por FIVIN, “Lifestyle, Diet, Wine and Health” y celebrado en Toledo el pasado mes de octubre.
Conclusiones que no acaban de convencer a una determinada clase política, que sigue señalándonos como parte del problema y no como la alternativa a consumos concentrados y desmesurados que buscan en el alcohol la borrachera del fin de semana.
Un simple vistazo a la evolución del consumo de vino en España en los últimos cincuenta años y los accidentes de tráfico o el papel que representa entre las bebidas alcohólicas; debiera bastar para entender que, cuando hablamos de alcohol, el término requiere de grandes puntualizaciones. Pero para aquellos que aun así no lo comparten, les aconsejo que le echen un vistazo a la “Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias de España 2023 (Informe Estudes). Entre cuyas principales conclusiones cabría destacar que “entre tipos de bebidas con alcohol, el vino es el de menor prevalencia de consumo en los últimos 7 días entre los estudiantes, con apenas un 5,8% del total (vino/champán) o del 1,6% (vermú/jerez/fino), muy por detrás de los combinados (22,4%), combinados/cubatas (22,4%); cerveza/sidra (13,6%) y en una situación similar a los licores de frutas (5,7%)”.
La prevalencia de consumo de vino/champán en el periodo de tiempo de una semana, un 5,8% corresponde a hombres y un 5,6% a mujeres, mientras que en vermú/jerez/fino, un 1,9% a los hombres y un 1,3% a las mujeres.