Tenemos un problema

No hace mucho escuchaba a un empresario decir (disculpen que no les pueda dar más detalles) que “un sector subvencionado es un sector condenado”. Y, he de confesar, que me produjo una gran zozobra.

Sin entrar en muchas disquisiciones cuantitativas sobre si el sector vitivinícola europeo está más o menos subvencionado que otros sectores económicos, agrícolas o no; nadie puede negar la evidencia de que lo está. De lo que se derivan consecuencias de cierto calado, como la propia delimitación de plantaciones; o aquellas otras referidas a la solución de situaciones problemáticas en los mercados, con la aplicación de unos mecanismos perfectamente definidos y previstos con los que actuar. No creo necesario entrar en muchos detalles sobre las destilaciones puestas en marcha en la Unión europea, también en nuestro país, recientemente.

El problema no está en lo que es, sino en lo que puede acabar siendo. Pues, discernir si las subvenciones son un lastre para el crecimiento y desarrollo de un sector, o un mecanismo mediante el que regular su crecimiento y asegurar su mantenimiento por cuestiones que van más allá de las estrictamente mercantilistas y de competencia, tales como sociales o medioambientales; nos llevaría un largo y, sin duda, enriquecedor debate, pero que no cabe en este comentario.

La Unión Europea, fuente de los cerca de doscientos millones de euros que recibe nuestro país para el sector vitivinícola, todos los años, cuenta con, cada vez, más frentes abiertos. Que se suceden de manera inexorable y preocupante y que deberán acabar por afectar a la distribución del presupuesto comunitario.

Crisis financieras, como la del 2008, con la necesidad de inyectar ingentes cantidades de dinero en el sistema bancario; una crisis sanitaria mundial nunca antes vivida, que obligó a confinar en sus hogares a la población y paralizar de bruscamente la actividad; una guerra a las puertas de nuestro territorio, que amenaza nuestras propias fronteras, poniendo en evidencia las deficiencias en nuestra defensa. O la dependencia evidenciada en este tema con Estados Unidos quien, con el mero anuncio de su paralización de la ayuda a Ucrania, nos ha hecho temblar. O la económica, demostrada con la fabricación de microchips en China, provocando la paralización en el sector automovilístico. Nos deberán hacer reflexionar sobre las posibilidades de que se produzca un cambio en ese modelo de subvenciones.

Si, además, el Tribunal de Cuentas de la Unión Europea, en su último informe de auditoría, concluye que la política vitivinícola comunitaria no se ajusta a los objetivos medioambientales y sus medidas no abordan directamente la competitividad del sector.

Los cambios estructurales que se han hecho, reestructuración y reconversión del viñedo ha servido principalmente (eso lo digo yo) para aumentar el rendimiento, en detrimento del viñedo de gran calidad… Las ayudas a la exportación o la inversión en bodegas no han conseguido aumentar el valor del producto y seguimos con unos niveles de precios que hacen insostenible la actividad… O el aumento de la superficie de viñedo ecológico, que nos sitúa como primer país del mundo, no ha reducido el impacto sobre el clima…

No sé cómo lo ven, pero yo creo que tenemos un problema.

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